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57-Escultura barroca

(comp.) Justo Fernández López

Historia del arte en España

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La escultura barroca en EspaÑa

Esta es la época por excelencia de la imaginaria española, concebida para ser exhibida y acentuar un contacto más cercano con los fieles, por lo que la temática va a ser exclusivamente religiosa, la escultura profana y mitológica va a ser prácticamente inexistente.

La iglesia fue el principal mecenas, para así de un modo u otro combatir la divulgación del protestantismo. La aparición de cofradías fueron las que potenciaron el arte de los retablos donde se narraban principalmente escenas del Antiguo Testamento, de la virgen, de la pasión de Cristo, las esculturas de bulto redondo y los pasos procesionales de Semana Santa, que se caracterizaron por ser tallas naturales, dramáticas y emocionales.

El material utilizado por excelencia va a ser la madera policromada y en menor medida se verán esculpir tallas de piedra, alabastro, marfil o mármol. En ocasiones muchas de las tallas de madera para hacer de ellas un efecto algo más real en lo referente a las vestimentas, se les aplicaba la técnica del estofado, que consistía en cubrir la madera con láminas de pan de oro, para posteriormente añadirle una capa de pintura, una vez secada se raspaba de modo que el resultado final era el oro que aparecía debajo imitando así unas vestimentas suntuosas.

Siglo XVI – escultura barroca

Hasta los últimos años del siglo XV, el influjo dominante en escultura había sido el flamenco. En el siglo XVI va a proceder el influjo de Italia: Donatello y Miguel Ángel repercutirán en España.

Los reyes españoles importan artistas italianos; así en el siglo XVI coexisten obras renacentistas italianizantes con otras obras góticas aún. Se usa como material la madera bien seca, para evitar alteraciones posteriores.

Durante el primer tercio del siglo XVI, los españoles abandonan el gótico y se dedican a las formas renacentistas. El gusto por lo dramático y por la riqueza típicos de los artistas españoles se manifiestan en esculturas de madera policromada, donde se puede dar más fácilmente expresión a estos elementos nacionales.

La escultura en madera policromada aspira a producir el efecto de riqueza deslumbrante de una gigantesca obra de orfebrería y la ilusión de vida real de una representación teatral. El color no se daba directamente sobre la madera, sino que, sobre la primera capa de yeso (“embolado”), se daba una capa de panes de oro (“estofado”) sobre la que se pintaba, rascando luego la pintura, de modo que dejase ver el oro que había debajo.

Bartolomé Ordóñez (1480-1520)

 

Al lado de escultores italianos, tenemos en el Renacimiento español al burgalés Bartolomé Ordóñez (1480-1520). Se formó en Italia en el conocimiento de la obra de Donatello y de Miguel Ángel joven, de quien toma la fuerza elegante y solemne de sus figuras. Establecido en Carrara (Italia), murió allí mientras trabajaba en los sepulcros de Juana la Loca y Felipe el Hermoso para la Capilla Real de Granada, siguiendo el tipo definido por el escultor florentino Domenico Fancelli para el de los Reyes Católicos. Ambos mausoleos presentan una gran riqueza decorativa, con medallones, guirnaldas y hornacinas con santos, al igual que el sepulcro del cardenal Cisneros, también obra suya, que se encuentra en la capilla de la universidad de Alcalá de Henares.

Alonso Berruguete (1488-1561)

 

En Valladolid es donde florece la gran escuela renacentista, muy influida por Miguel Ángel, con los escultores Alonso de Berruguete y Juan de Juní.

Alonso Berruguete (1488-1561) está considerado por sus contemporáneos como uno de los artistas más brillantes del renacimiento español. Hijo del pintor Pedro Berruguete fue uno de los referentes fundamentales de la escultura española del Renacimiento. También realizó obras pictóricas.

Se formó junto a su padre, el también pintor Pedro Berruguete, y más tarde en Florencia, donde entró en contacto con el manierismo italiano de la mano de Miguel Ángel. En las obras de esa época ya se aprecia un gusto por el dramatismo y la exaltación de los sentimientos que, sin romper con el ideal de belleza renacentista, ya anticipa el barroco. De regreso a España en 1520 disfrutó de una fama superior a la de todos los artistas de su generación.

Su estilo se caracteriza por el movimiento dramático de los personajes, descuidando a veces la factura técnica. Dentro de su producción abundan los retablos y las sillerías de coro, como la realizada para la catedral de Toledo (1539-1548), donde labra sobre el nogal, sin policromía alguna, una maravillosa galería de figuras de profetas y santos en actitudes variadísimas y animados de intensa vida interior. También para este templo realiza los relieves policromados de la silla arzobispal y la Transfiguración del remate.

Otras obras maestras son los retablos de Mejorada de Olmedo (1526), el de San Benito de Valladolid (1526-1532), en el que se representan en relieve escenas de los benedictinos y de la vida de Cristo, y el de la Adoración de los Magos (1537), también en Valladolid. Dentro de su producción escultórica destaca la que fue su última obra, el sepulcro del cardenal Tavera, en el hospital de Afuera, Toledo, donde llama la atención el realismo con que trata el rostro del difunto. También es obra suya la Transfiguración de la iglesia del Salvador en Úbeda (Jaén), destruida durante la Guerra Civil española, inspirada en la de Toledo.

Juan de Juni (1506–1577)

 

Juan de Juni fue un escultor franco-español, que, junto con Alonso Berruguete, formó la gran escuela de la escultura castellana, con una gran y extensa obra realizada mayormente en los más de treinta años que permaneció en Valladolid.

Demostró un gran dominio de los materiales escultóricos como el barro cocido, la piedra y la madera y un perfecto conocimiento de la anatomía humana.

Su estilo en la imaginería mantuvo el patetismo expresivo del arte borgoñón y sobre todo en la grandilocuencia de los paños de sus esculturas heredado del escultor gótico Claus Sluter, junto a la influencia de Miguel Ángel.

Sus figuras son de correcto modelado, opulentas, carnosas, vivamente apasionadas, bien en la expresión de la dulzura, como la Inmaculada de la Capilla de los Benavente en Medina de Rioseco, bien en el acentuado patetismo de sus Dolorosas, tales como la Virgen de los Cuchillos.

La intensidad emocional de sus imágenes y el agitado revuelo de sus ropajes han hecho que se le denomine como el padre de la escultura barroca española. Junto con Alonso Berruguete se le considera fundador de la escuela escultórica de Valladolid, que se extiende a lo largo del siglo XVI con estos y otros escultores, del siglo XVII, con Gregorio Fernández a la cabeza, y del siglo XVIII con Luis Salvador Carmona.

Siglo XVII – escultura barroca

En el siglo XVII se continúa usando la madera policromada con carácter aún más exclusivo que en el siglo XVI. Su campo de acción es, como en el siglo XVI, el retablo, pero ahora hay gran desarrollo en la escultura de carácter procesional.

La escultura barroca de este siglo se puede centrar en dos focos principales: Castilla y Andalucía.

Escuela castellana de escultura

Las características principales de la escultura castellana son el verismo, el gusto por el dramatismo, los colores mate y planos, sin estofados, todo lo contrario la escultura de Andalucía. Aquí las obras por lo general suelen ser más tristes, sobrias y serias.

Gregorio Fernández (1576-1636)

 

El maestro imaginero por excelencia de la escuela castellana es Gregorio Fernández que pasó la gran parte de su vida en la ciudad de Valladolid. Es el creador de la escuela vallisoletana del Barroco.

Heredero de la expresividad de Alonso Berruguete y Juan de Juni, supo reunir a estas influencias el clasicismo de Pompeyo Leoni y Juan de Arfe, de manera que su arte se liberó progresivamente del Manierismo imperante en su época hasta convertirse en uno de los paradigmas del Barroco español.

Sus obras se caracterizan por la sobriedad y por plasmar expresiones a través de los manos y rostros. Su obra es muy amplia, aunque tenemos que destacar su Cristo atado a la columna y el Cristo Yacente, este último de una gran perfección anatómica y sin ningún tipo de idealización.

De origen gallego, se trasladó a Valladolid en 1605, donde estuvo establecida desde el 1601 al 1606 impulsando de manera decisiva la actividad artística en la zona. Allí tuvo como maestro al escultor Francisco de Rincón (1567-1608) y completó su formación en el conocimiento de las obras de Juan de Juni y Pompeo Leoni. Del primero tomó su interés por el patetismo expresivo y del segundo la elegancia de sus figuras.

Trabajó para los más prestigiosos clientes de la época, como el monarca, la aristocracia y los círculos eclesiásticos, y creó un importante taller, en el que formó a muchos discípulos que prolongaron la influencia de su arte durante varias décadas.

Retablos, pasos procesionales e imágenes de devoción, siempre en madera, forman su abundante producción, que realizó con un estilo muy personal, basado en la representación de la exaltación religiosa imperante en la época, que él interpretó de forma sencilla y realista, buscando acercar la obra a la sensibilidad del pueblo. Su interés por plasmar expresiones y rasgos individuales no le impidió dotar a sus esculturas de un profundo sentido místico, aunando lo concreto y lo espiritual, cualidad esencial del barroco español.

Entre sus retablos destacan el del monasterio de las Huelgas Reales (Valladolid, 1613), el de la iglesia de San Miguel de Vitoria (1624-1631) y el de la catedral de Plasencia (1632).

Algunas de sus obras maestras son La Piedad (1616), y en el convento de capuchinos de El Pardo (Madrid) puede admirarse su Cristo yacente (1614), tipo de imagen que Fernández consagró y popularizó en el siglo XVII.

Escuela sevillana de escultura

Los artistas de esta escuela, aunque vinculados a la tradición renacentista, pronto abandonaron el clasicismo del Renacimiento en busca de una mayor veracidad y realismo.

En el ámbito andaluz, las imágenes no serán tan dramáticas, es decir se va evitar en todo momento lo violento para darle prioridad a la belleza, la dulzura. Es una escultura, por lo tanto, más amable y sosegada. Los colores serán más vivos y harán un mayor uso de la técnica del estofado.

Juan Martínez Montañés (1568-1649)

 

Juan Martínez Montañés conserva en sus obras la sobriedad clásica propia del Renacimiento, aunque aportando la profundidad de la escultura del Barroco.

Se formó en Granada con Pablo de Rojas y completó su educación en Sevilla, donde se estableció para el resto de su vida, convirtiéndose en el máximo exponente de la escuela sevillana de imaginería.

Fue el creador de un lenguaje sereno, de elegante nobleza, con el que expresó los sentimientos de intensa religiosidad imperantes en el arte español de la época, cambiando el hondo dramatismo y el apasionamiento de la escuela castellana por la mesura y el equilibrio clásico que, por su influencia, definió la actividad plástica de la escuela andaluza.

Prácticamente toda su obra fue de tema religioso, menos dos estatuas orantes y el retrato de Felipe IV. Recibió y realizó encargos para diversas ciudades del continente americano. En su tiempo fue conocido como el «Lisipo andaluz» y también como el «dios de la madera» por la gran facilidad y maestría que tenía al trabajar con dicho material.

Las obras de Montañés son de contenidos tranquilos y serenos. Fue el creador de tipologías iconográficas de Cristo e Inmaculadas, siendo su mejor ejemplo el Cristo de la Clemencia (1603) de la catedral de Sevilla en el que logra una perfecta síntesis entre la belleza clásica que preside la concepción del cuerpo y el intenso realismo que dimana de él.

Su capacidad para reflejar el éxtasis contemplativo se aprecia en el Santo Domingo (1605, Museo de Bellas Artes de Sevilla), que pertenecía al retablo mayor de Portaceli. En 1609 contrató el retablo del convento de San Isidoro del Campo en Santiponce (Sevilla), para donde hizo un magnífico San Jerónimo.

Juan de Mesa (1583-1627)

 

Perteneciente a la primera generación de discípulos de Martínez Montañés, aunque de temperamento más dramático que este. Fue uno de los escultores más relevantes de la escuela sevillana de comienzos del barroco. Su estilo es elegante y realista, pero siempre interesado por la intensidad expresiva y un lenguaje patético ajeno a la mesura de su maestro. Se dedicó casi exclusivamente a la escultura procesional, obra destinada a despertar el fervor popular, por lo que tuvo que utilizar con frecuencia recursos expresivos para así conseguir un mayor impacto emocional en los fieles.

A él se deben la serie de crucificados más importante de la época. Los suele representar con tres clavos, de un tamaño mayor que el natural, y un cuerpo, de anatomía magistralmente descrita, que parece agitado por un sentimiento interior que se corresponde con la angustiada expresión del rostro, como el Cristo de la buena muerte (1620), capilla de la Universidad de Sevilla, y el Cristo de la agonía (1622), iglesia de San Pedro de Vergara, Guipúzcoa. Una de sus obras más conocidas es el Jesús del Gran Poder (1620), de la iglesia de Jesús, en Sevilla.

Escuela granadina de escultura

La Escuela Granadina de Escultura va definiéndose a través del siglo XVI, hasta concretarse plenamente en el siglo XVII. La extraordinaria actividad artística desarrollada en la Granada renacentista, con la presencia de grandes artistas nacionales y extranjeros, fue la que preparó la base para que surgiera esta escuela de escultura.

Los nombres que marcan los tres momentos de iniciación, desarrollo y culminación de esos rasgos granadinos son, respectivamente, Diego de Siloé, Pablo de Rojas y Alonso Cano. Los rasgos fijados por el estilo del último son los que propiamente atribuimos a la escuela granadina.

Alonso Cano Almansa (1601-1667)

 

Alonso Cano Almansa (1601-1667) fue un pintor, escultor y arquitecto. Por su contribución en las tres disciplinas y la influencia de su obra en los lugares donde trabajó, se le considera uno de los más importantes artistas del Barroco en España. Es el iniciador de la Escuela granadina de pintura y escultura.

En lo que respecta a su labor como escultor, por la que es más conocido, Alonso Cano se formó en el taller de Martínez Montañés, donde realizó numerosas esculturas de tema religioso en madera policromada. De su maestro adoptó la contención expresiva y el clasicismo formal, añadiendo su gusto personal por lo delicado y menudo. Entre sus primeros trabajos del periodo sevillano se encuentran el retablo de Nuestra Señora de la Oliva (Lebrija, 1629-1931) y el San Juan Bautista de la iglesia de San Juan de la Palma de Sevilla (1634), así como varias Inmaculadas y figuras del Niño Jesús.

Durante su etapa en Madrid abandonó temporalmente la escultura hasta su vuelta a Granada. Entre sus últimas obras destacan las cuatro esculturas monumentales de San José, San Antonio de Padua, San Diego de Alcalá y San Pedro de Alcántara para el convento del Santo Ángel, destruidas durante

la guerra de la Independencia.

En muchas ocasiones se hace referencia a la escultura como la principal ocupación de Cano y donde ha dejado una huella más perdurable. Es frecuente que en muchos manuales de historia del arte, se le mencione casi exclusivamente como imaginero. Sin embargo, en la obra de Cano, la escultura ocupa un lugar secundario respecto a la pintura, el mismo se consideraba ante todo pintor; ninguna de sus obras es una imagen de tipo procesional y la mayoría son de pequeño tamaño. Su importancia radica más en la delicada belleza de algunas de estas joyas, que apuntan ya hacia el arte rococó y en la perfección y concentrada belleza de las mismas.

En Sevilla realizó Cano otra de sus obras más importantes, la Inmaculada que se venera en la iglesia parroquial de San Julián.

Entre su producción escultórica destaca la conocida Inmaculada del facistol de la Catedral de Granada, obra maestra realizada en 1655 en madera policromada.

Importantes discípulos suyos fueron los escultores Pedro de Mena y José de Mora entre otros.

Pedro de Mena (1628-1688)

 

Pedro de Mena se formó con su padre en el lenguaje realista y expresivo de la plástica sevillana, su estilo se caracteriza por un penetrante ascetismo y un intenso carácter místico. Colaboró con Alonso Cano tras la llegada de éste a Granada en 1652, pero su estilo sereno y elegante apenas se dejó sentir en el arte de Mena.

Su producción está integrada fundamentalmente por imágenes aisladas, con las que definió una iconografía devocional de gran éxito (san José y el Niño, san Diego de Alcalá y san Pedro de Alcántara, entre otras).

En sus obras destacan: los rostros y rasgos alargados de sus figuras, las ropas trabajadas con unos perfiles extremadamente finos y la policromía empleada (colores en fuerte contraste) y el realismo en las encarnaduras, que se muestra claramente y, sobre todo, en su Magdalena Penitente, «Dolorosas» y «Ecce Homo».

Su obra más famosa, ya en Madrid, es el San Francisco de Asís (1662).

Siglo XVIII – escultura rococó

A medida que avanza el siglo XVIII, se van agotando las escuelas barrocas y se forma en Murcia una nueva escuela de escultura con Francisco Salzillo, que cultiva, sobre todo, la escultura procesional.

Francisco Salzillo (1707-1783)

 

Francisco Salzillo es el escultor más famoso y relevante del rococó en España.

Formado con su padre, escultor de origen napolitano, sus obras juveniles muestran una intensa influencia italiana, escuela de la que depende la elegancia y la habilidad compositiva que mostró a lo largo de toda su producción.

Poseedor de una sensibilidad ya dieciochesca y heredero del arte dinámico y escenográfico del barroco final, basó su estilo maduro en un virtuosista tratamiento pictórico de las superficies y en una concepción fácil y delicada de las figuras, de canon pequeño y expresión dulce y lírica.

Alcanzó la plenitud de su arte en los pasos procesionales para la Semana Santa murciana, en los que muestra su capacidad para captar el movimiento y para aunar el sentido trágico de las escenas con el carácter preciosista y la suave delicadeza del espíritu rococó: Oración en el Huerto (1752), uno de sus más famosos pasos: la expresión de desfallecimiento del Salvador, la hermosura de su cabeza y la armonía de la composición hacen de esta escultura una de las mayores creaciones escultóricas del España. Otras obras son Santa Cena  (1763); Prendimiento (1765) y Flagelación (1778), todos en el actual Museo Salzillo de Murcia. Una de las estatuas más elegantes de Salzillo es San Juan.

Bajo la influencia de la nueva dinastía borbónica, la escultura de la Corte se desarrolla de espaldas a la tradición española. Al fundarse la Academia de San Fernando a mediados del siglo XVIII, se comenzó a mandar a los artistas españoles a estudiar a Roma, así comienza a difundirse el Barroco tardío extranjero en España, que terminará conduciendo al Neoclasicismo.

A esta época se deben la Fuente de Neptuno (Madrid) de Juan Pascual de Mena, y La Cibeles de Ventura Rodríguez, ambas de estilo neoclásico y situadas en el Paseo del Prado de Madrid.

La fuente madrileña La Cibeles, que representa a la diosa Cibeles y está situada en la céntrica plaza de Madrid y en la que se hallan, además, el Banco de España, el palacio de Comunicaciones y el palacio de Linares, es uno de los principales símbolos de la capital de España.

Luis Salvador Carmona es el que continúa la tradición de la madera policromada.

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