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Actuación política y perfil humano de Alfonso XIII (comp.) Justo Fernández López España - Historia e instituciones
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Actuación política y perfil humano de Alfonso XIII
PERFIL HUMANO Y ACTIVIDAD POLÍTICA DE ALFONSO XIII
Alfonso XIII fue educado para ser rey-soldado, en una rígida disciplina católica y una conciencia liberal. Perteneció por edad a la generación posterior al desastre de 1898. Hubo de afrontar problemas derivados de la etapa anterior y otros que surgirán con el nuevo siglo: problema social, radicalismo de las organizaciones obreras, guerras de Marruecos, la quiebra del turnismo político, el surgimiento de los nacionalismos catalán y vasco, y otros. Demostró siempre una tendencia a intervenir personalmente en la política, lo cual le era permitido por la propia Constitución de 1876.
En 1902 España estaba sufriendo las consecuencias del último desastre colonial (1898) y en el país el caciquismo tenía divididos a los españoles en feudos. En este ambiente, el rey Alfonso XIII alcanza la mayoría de edad con 16 años y ese mismo año puede empezar a reinar directamente y lo hace en loor de multitudes. Se empieza a labrar prestigio como hombre simpático, con la habitual campechanía de los Borbones. Aunque no tiene fama de culto, es agudo y listo, cualidades que combina con la superficialidad, como dice Javier Tusell («una cierta capacidad para la política le hacía encontrar gusto en sus aspectos menos nobles». Con el tiempo se pone de manifiesto que al rey le gusta intervenir demasiado en política y lo que implica el riesgo de que se achaquen al monarca todos los males que asolan al país.
Alfonso XIII tuvo que afrontar la crisis del sistema de la Restauración con una fragmentación de los dos partidos que se alternaban en el poder, el conservador y el liberal, y el fortalecimiento de nuevas formaciones políticas: socialistas (PSOE), republicanos, anarcosindicalistas (CNT), regionalistas catalanes y vascos. El terrorismo anarquista, que culminará en 1927 con la constitución de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), era muy activo. El monarca sufrirá al menos tres atentados anarquistas: uno el día de su boda con Victoria Eugenio de Batenberg, otro en París en la carroza del presidente francés. Según el rey, solo eran «gajes del oficio».
En 1921 tuvo lugar el desastre de Annual en Marruecos, donde el general Manuel Fernández Silvestre, jaleado por Alfonso XIII («¡Olé tus cojones! ¡Vivan los hombres!»), lleva a las mal equipadas tropas españolas al matadero de Annual, donde moría el general Silvestre junton con 8.668 miembros de su tropa. La opinión pública pide responsabilidades y señala a Alfonso XIII como instigador del general Silvestre a esa fatal aventura. La investigación militar sobre el desastre pone en evidencia las miserias del ejército español, aquejado de casos de corrupción.
Alfonso XIII tuvo una pobre formación política, pero era consciente de que el papel del Rey había quedado reducido a una función institucional, algo que él nunca asumió. Estaba convencido de que solo un monarca enérgico y capaz de emprender acciones políticas podría hacer frente al avance republicano y a los movimientos obreros: socialistas y anarquistas. El monarca cree que la Constitución de 1876 entorpece la gestión política del monarca, que priva de iniciativa política.
Alfonso XIII se movía muy cómodo por los cuarteles, haciéndole saber al gobierno la gran importancia que la opinión del ejército debía tener en el Estado. Esto hace, que el Rey se implique en la nefasta guerra de Marruecos y posteriormente muestre su simpatía hacia la dictadura de Primo de Rivera.
«Con los militares le ocurrió al rey Alfonso XIII algo similar a lo que había pasado con los políticos. Su personal gusto por el mando, la concepción de su función como “rey soldado”, las aventuras coloniales, su recurso al ejército para mantener el orden público y el paso decisivo de utilizar la corporación militar para el gobierno del Estado acabaron por crear en amplios sectores militares una extendida desafección cuando no una clara hostilidad hacia el monarca. El arma de artillería nunca volvió a manifestarse leal al Rey.» [Juliá 1999: 71]
Para el historiador José María Zavala, Alfonso XII «fue un rey perjuro, como su bisabuelo Fernando VII, pues juró fidelidad a la Constitución de 1876 ante los Santos Evangelios y luego apoyó a la dictadura de Primo de Rivera».
Alfonso XIII tenía una gran información tanto financiera como industrial del país y las utilizó para hacer inversiones, que le fueron muy productivas. Participó en el accionariado de Hispano-Suiza, Transmediterránea, Metro, etc.
«Con un grupo de amigos, socios habituales en los numerosos negocios en que participó, creó una asociación altruista de fomento de la cría del galgo y la beneficencia. Escondía, en realidad, un lucroso tinglado de apuestas ilegales. La inmaculada imagen de principios de su reinado como un monarca moderno, regeneracionista, se había esfumado en vísperas de las Segunda República. Cuando salió al exilio, era símbolo del vividor campechano, frívolo, siempre de caza en safaris, en yates y vehículos espectaculares, cuando no con amantes monegascas y de fiesta con celebridades de Hollywood, persistentemente derrochando una espectacular riqueza amasada gracias a su puesto. En una época de efervescencia social, de hartazgo de señoritos y caciques, tampoco ayudó a su imagen que convirtiese en ministros a algunos de sus socios.» [Ordóñez 2014]
Alfonso XII fue un gran aficionado al erotismo y al cine pornográfico. Era un hombre muy liberal en sus costumbres y con un concepto de la moralidad y muy de los cánones de la época. Encargó a los hermanos Baños, en la década de 1915-1925, varias películas pornográficas en el Barrio Chino de Barcelona, que serían las primeras de este género realizadas en España, con guiones del propio rey. Estas películas, desaparecidas durante más de setenta años, se conservan actualmente en la Filmoteca de Valencia. Alfonso XIII coleccionaba películas pornográficas. No le interesaba ni la literatura, ni el arte, ni la música, solo los caballos, la caza, los automóviles y la pornografía.
«La biografía de don Alfonso XIII está toda oscurecida por la pasión. De las mil contradicciones parece deducirse la imagen de un hombre en quien buenas dotas de inteligencia, afición política, simpatía personal, quedan oscurecidas por una cierta frivolidad y el sentido de superioridad natural en quien ha sido rey desde la niñez. Romanones se asombró de la forma en que dirigía su primer Consejo de Ministros un muchacho de dieciséis años. Su personalismo le obliga a buscar soluciones por encima y por detas de los ministros legalmente responsables.
Especialmente comentados son sus contactos con los militares a los que ya, desde 1917, les autoriza a escribirle directamente sin pasar por el Ministerio. De una de esas relaciones personales, según los críticos, nacerá el triste episodio de Annual, desastre promovido por un general ambicioso, Silvestre, con la anuencia, al parecer, del rey.» [Díaz-Plaja 1973: 559 ss.]
MATRIMONIO Y RELACIONES EXTRAMATRIMONIALES
En su visita a Inglaterra conoció a la princesa Victoria Eugenia, hija del príncipe Enrique de Battenberg y la princesa Beatriz del Reino Unido, dinastía de origen plebeyo. Sobrina del rey Eduardo VII y nieta de la reina Victoria I. Victoria Eugenia.
El matrimonio tuvo siete hijos: Alfonso (1907), nació hemofílico y renunció a sus derechos dinásticos en 1933; Jaime (1908), era sordo y tuvo que renunciar al trono en 1933; Beatriz (1909); Fernando (1910), que nació muerto; María Cristina (1911); Juan (1913), que recibe el título de conde de Barcelona y será el que asumirá los derechos dinásticos a la muerte de Alfonso XIII; Gonzalo (1914), que también nació hemofílico. La reina padecía hemofilia hereditaria, cosa que ambos cónyuges desconocía.
El pueblo amaba a la reina Victoria Eugenia, mientras que la nobleza conservadora y provinciana la rechazaba por guapa, extranjera y culta. Hizo mucho por España. Se convirtió al catolicismo para poder contraer matrimonio con el Rey. Alfonso XIII mantuvo numerosas relaciones amorosas extramatrimoniales, pero Victoria Eugenia nunca afeó la conducta de su marido en público. Ella observó una actitud ejemplar, pese a que el Rey llegó a mantener una familia paralela con la actriz Carmen Ruiz Moragas, con la que tuvo dos hijos. El matrimonio, en su etapa final, no se hablaba y se había interrumpido el contacto carnal desde el nacimiento de su último hijo, Gonzalo. Victoria Eugenia se consolaba con la amistad de los duques de Lécera.
En sus aventuras amorosas Alfonso XIII era una persona nada selectiva. Tuvo cinco hijos bastardos. Tuvo una relación con la aristócrata francesa Mélanie de Gaufrydi de Dorton en 1905. Mantuvo una relación muy intensa con la actriz Carmen Ruiz de Moragas. De dicha relación nacieron dos hijos, la primera fue María Teresa Ruiz Moragas en 1925 y Leandro Alfonso Ruiz Moragas 1929. La justicia española sentenció ante la reclamación de Leandro, el 21 de mayo de 2003, que pudiera usar el apellido Borbón y así paso a llamarse Leandro Alfonso de Borbón Ruiz. Además tuvo dos hijas más. La primera, fue con una de las institutrices de sus hijos, siendo abandonada la niña en un convento madrileño. La segunda, en 1916, con otra institutriz irlandesa Beatrice Noon, que llevó el nombre de Juana Alfonsa Milán y Quiñones de León.
LA MONARQUÍA EN LA RESTAURACIÓN
La Constitución de 1876 no fija un orden doctrinal y jurídico monolítico y definitivo. Es una fórmula de convivencia, intencionalmente trabada según un ideario contemporizador, pero también aferrado al principio monárquico, si bien concebida como una fórmula flexible, inconcreta en muchos puntos. Las atribuciones del Rey vienen expresadas según los principios establecidos hasta 1869:
a)
El Rey nombra y separa libremente a sus ministros;
b)
participa en el poder legislativo en forma muy decisiva, pues tiene atribuida la iniciativa, la sanción, la promulgación e incluso el veto;
c)
designa al presidente del Senado y a una parte de los senadores;
d)
interviene en forma decisiva en la vida de las Cortes, pues las convoca, las suspende, cierra y disuelve (simultánea o separadamente; del Senado, obviamente, sólo la parte electiva).
La «augusta dinastía no es incompatible, no lo ha sido nunca, con la declaración escrita del principio de la soberanía nacional». Pero esa soberanía ha de actuar y ha de ser representada. Cánovas se muestra contrario al sufragio universal; es consciente de lo difícil que resulta hacer aflorar la auténtica opinión:
«La monarquía constitucional, definitivamente establecida en España desde hace tiempo, no necesita, no depende ni puede depender, directa ni indirectamente del voto de estas Cortes, sino que estas Cortes dependen en su existencia del uso de su prerrogativa constitucional. Todo cuanto sois, incluso vuestra inviolabilidad, todo está aquí bajo el derecho y la prerrogativa de convocatoria del soberano. No sois simples ciudadanos, sois diputados de la nación, porque la convocatoria del monarca legítimo os ha llamado aquí, y sólo con ese derecho estáis» (DSC, sesión núm. 38, de 8-IV-76, pág. 723).
CÓMO ENTENDIÓ ALFONSO XIII SU PAPEL COMO REY
¿Cómo entendió y ejerció Alfonso XIII sus funciones como rey? Empieza su reinado sin tener a su lado los experimentados políticos que había tenido su madre, la Regente. Comenzó a reinar a los diesiséis años y su ímpetu juvenil le empujó al protagonismo en la escena política. Emprende su reinado con la ilusión de cumplir una misión histórica. La actitud con que el joven Rey encara su reinado parece muy firme y su entendimiento de la función de la Corona llama la atención de sus contemporáneos. Pronto se plantea el problema de cómo debe comportarse políticamente un rey constitucional, cuáles son sus funciones y deberes en el régimen parlamentario.
En su «Diario» escribe al ser coronado: «Yo puedo ser un Rey que se llene de gloria regenerándose la Patria. Pero también puedo ser un Rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y, por fin, puesto en la frontera.» La debilidad de los partidos de turno y la carencia de personalidades políticas que sostuvieran el régimen instaurado por Cánovas, fue obligando al rey a tomar decisiones políticas.
Comenzó a reinar con dieciséis años sin formación política profunda y son más bazas que su simpatía, sin conciencia de los límites que la Constitución imponía al ejercicio de su reinado. Pero se aprovechó de las ambigüedades de la Constitución de 1876, vigente hasta 1923, que si bien podía ser interpretada como liberal, no era realmente democrática, pues intentaba conciliar el derecho divino y la soberanía nacional siguiendo la tradición del liberalismo moderantista anterior a la Restauración: «La potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el Rey» (artículo 18). Los ministros eran responsables ante las Cortes, pero el rey los podía nombrar y destituir libremente. El rey podía negar la sanción de una ley aprobada por las Cortes (artículo 44).
La Constitución daba pie para entender las atribuciones del monarca de dos formas distintas. Si nos atenemos al puro texto de la Constitución de 1876, al rey se le concedía amplia y generosa potestad. Por otro lado, estaba la esperanza de una evolución institucional hacia una democracia acorde con los tiempos y modelos de otros países. La interpretación basada en el texto constitucional delegaba las responsabilidades más altas a la decisión real. La segunda interpretación, que estaba abierta a los cambios democráticos, chocaba con la realidad electoral del momento: un parlamentarismo sin opinión pública, unos partidos sin respaldo de mayorías populares, unas elecciones corrompidas por el caciquismo, un parlamentarismo sin legitimidad. Subsanar estas deficiencias democráticas suponía beneficiar a los grupos políticos excluidos de la alternancia de los partidos en el poder (el conservador y el liberal). Las clases dirigentes nada temían más que el ascenso al poder de los revolucionarios, de las masas empobrecidas y analfabetas a través de un sufragio universal libre y sin manipulaciones caciquiles.
Un Parlamento de escasa representatividad (caciquismo electoral) y en manos de unas oligarquías poco responsables, exoneraba al monarca, que podía verse impulsado por el deber patriótico a tomar decisiones. Las atribuciones constitucionales del monarca estaban pensadas para casos de absoluta emergencia. Dejarle tanto poder constitucional al rey implicaba un riesgo a largo plazo. La alternativa era una paulatina reforma desde arriba, desde el poder. Los intentos de reforma del conservador Antonio Maura y del liberal José Canalejas quedaron truncados por la resistencia de los intereses creados y por haber sido emprendidos muy tarde, cuando el parlamentarismo liberal estaba en decadencia en Europa superado por la ola de autoritarismo.
«En una España cuajada de deficiencias y contradicciones entre el plano de la realidad y el de la organización oficial, jurídica y formal, este último termina cediendo. La caída de la monarquía es el acta de defunción de la Restauración y de los buenos deseos canovistas. Tal vez, en el fondo, la muerte de un sistema –de una Constitución– consumada por la cerrazßón de los grupos políticos que veían en ellos el escudo de sus intereses; grupoas para los que resultaba siempre preferible el inmovilismo, aunque este resultara suicida. Hoy parece evidente que una Constitución que se concibió flexible, y que presidió un período histórico marcado por el crecimiento y la expansión en casi todos los campos, con una gran movilidad y cierto optimismo –pese a los problemas esenciales que en él se manifiestan–, no supo no pudo evolucionar: no fue un resorte elástico, capaz de distenderse al compás de la sociedad de la época.» [María García Canales: “La prerrogativa regia en el reinado de Alfonso XIII: Interpretaciones constitucionales”, Revista de Estudios Políticos (Nueva Época), número 55, enero-marzo 1987, p. 362]
ALFONSO XII – El REY SOLDADO
Para entender la historia política del primer tercio del siglo XX hay que tener presente la historia institucional del cuerpo de oficiales de aquella época y las relaciones entre Alfonso XIII y “su” ejército.
Isabel II vivió los treinta y cinco años de su reinado entre generales “espadones” y pronunciamientos militares, y fue derrocada por un golpe de Estado de los militares, que, por otra parte, la habían mantenido en el trono combatiendo a los carlistas. Alfonso XII fue aupado al trono por otro pronunciamiento militar, el de Martínez Campos en Sagungo en diciembre de 1874.
Al mentor de Alfonso XII, Cánovas del Castillo, le preocupaba que la monarquía instaurada viniera auspiciada por un golpe militar sin contar con la opinión ciudadana. Para legitimar la monarquía instaurada, Cánovas se esforzó en construir la imagen del “rey soldado”, suprema jerarquía militar que neutralizara la influencia de los “espadones” y arbitrara en los conflictos entre la clase militar. Cánovas hizo ingresar al príncipe Alfonso, aún en el exilio, en la reputada academia militar de Sandhurst (Inglaterra). El peso de lo militar en su primera educación fue decisivo: la mayoría de sus preceptores eran oficiales.
Tras subir al trono de España, Alfonso XIII fue enviado al norte del país donde se perfiló como jefe nominal de las tropas que combatían en la última guerra carlista. Allí se construyó la imagen del “rey soldado”. Vuelto a Madrid, Alfonso XIII le cogió el gusto a los desfiles militares, frecuentaba círculos de oficiales que, como él, sentían admiración por el ejército alemán. Admiraba al alemán Kaiser Guillermo II, ambos tenían un ramalazo autoritario y caprichoso, ambos gustaban de las condecoraciones y los uniformes. Alfonso XIII hubiera querido tener un ejército como el prusiano. Pero Alfonso XIII no pasaba de ser un play-boy para el que el ejército era uno de sus deportes favoritos.
Pero esta función de “rey soldado” convertía al monarca en un aliado de los militares frente al poder (o más bien inoperancia) de los partidos políticos, como fue en el caso de los desastres coloniales. El ejército era para el rey como su coto reservado. Hay una línea de continuidad que va de las Juntas de Defensa al golpe militar de Primo de Rivera en 1923. La clase política veía con cierto recelo el poder personal que iba alcanzando el monarca. Los partidos van perdiendo poder y cuando llega la dictadura militar en 1923, ya nadie les echa en falta ni nadie espera que actúen en contra de los militares. La función política del rey se había difuminado y su apoyo a la dictadura le llevaría a perder el trono. Los políticos dejaron de apoyar la Corona y defenderla contra la censura y la impopularidad. Al final, el rey tuvo que confesar su culpabilidad, mientras que muchos de sus ministros se elajaban de él y hacían declaraciones jaleadas por los partidos antimonárquicos, como eran los republicanos.
Queda, pues, como un hecho el estrecho contacto de Alfonso XIII con el estamento militar, su conocimiento y su apoyo a la dictadura del general Primo de Rivera e incluso su tentación de convertirse en el hombre fuerte en la escena política, liberado ya de las cortapisas y trabas constitucionales. Los testimonios y datos son abundantes.
RECAPITULACIÓN DEL REINADO DE ALFONSO XIII
Algunos historiadores presentan a un rey entregado a la patriótica tarea de renovar el sistema político, anteponiendo el bien general por encima del rito constitucional y de los intereses de grupo. Según estos autores, la clase política de la época no estaba a la altura de las dotas políticas del monarca. El rey gozaba de cierta simpatía entre los observadores extranjeros. Se valoraba como cualidad del rey su condición de político, cualidad que entrañaba ciertas dificultades tratándose de una monarquía constitucional en la que el rey no puede tener un papel tan activo. Según Ignacio Luca de Tena, Alfonso XIII era un rey «demasiado inteligente para ser rey constitucional».
Los dos pilares de la Restauración de 1875 habían desaparecido: Antonio Cánovas, el líder conservador, había muerto en 1898; y el liberal, Práxedes Mateo Sagasta, que había vuelto al poder en marzo de 1901, presidió su último gobierno hasta diciembre de 1902, año en el que Alfonso XIII, que había accedido a la mayoría de edad, presidió su primer Consejo de Ministros. Sagasta fallecería el 5 de enero de 1903. El gran orador Emilio Castelar (1832-1899), presidente de la I República (1873-1874), ya había fallecido y con él el republicanismo moderado, dialogante y demócrata próximo al liberalismo individualista. Y el delfín conservador, Francisco Silvela (1843-1905), presidente del gobierno desde el 6 de diciembre de 1902 hasta el 20 de julio de 1903, con su inmediato sucesor el conservador Antonio Maura como ministro de Gobernación, se eclipsa en 1905.
Las figuras políticas emergentes no logran imponerse como líderes fuertes de sus correspondientes agrupaciones. El líder del Partido Conservador, Antonio Maura y Montaner (1853-1925), presidente del gobierno en cinco ocasiones durante el reinado de Alfonso XIII, y uno de los más destacados representantes del regeneracionismo tras la crisis de 1898, durante el desempeño de ese cargo hasta julio de 1903, no consiguió acabar con el fenómeno del caciquismo. Su gobierno hubo de enfrentarse con graves problemas de orden público que culminaron en la Semana Trágica de Barcelona (1909). El fusilamiento de Francesc Ferrer i Guàrdia, acusado de ser el principal instigador, provocó una durísima campaña contra Maura dentro y fuera de España, que provocó su caída a finales de octubre de ese año.
Segismundo Moret (1838-1913), destacado dirigente del Partido Liberal, fue varias veces presidente del gobierno (1905-1906; 1906; 1909-1910). En 1906 al no contar con la mayoría suficiente en las Cortes. Tras los dramáticos sucesos de la Semana Trágica en 1909, el 21 de octubre volvió a alcanzar la presidencia del gobierno, pero nuevamente hubo de dimitir el 9 de febrero del año siguiente al no conseguir el apoyo liberal que le permitiera lograr la disolución de las Cortes y una nueva convocatoria con la que obtener una mayoría parlamentaria que respaldara su proyecto.
La muerte del líder liberal José Canalejas y Méndez (1854-1912), que durante su presidencia (1910-1912) intentó acabar con el caciquismo y, desde las filas del Partido Liberal, participó del ideario del regeneracionismo, junto con la incapacitación de Antonio Maura, el bipartidismo disciplinado que sostenía la Restauración con su “turnismo” quedó fuertemente debilitado. Y a medida que van desapareciendo las grandes figuras, crecen los aspirantes al favor real, y se acrecienta más la figura política y la voluntad decisora del monarca. En una monarquía constitucional, cuando se produce un vacío de poder, el único órgano que sigue en el poder, en este caso el monarca, acaba ocupándolo.
ALFONSO XIII Y LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA
Alfonso XIII tenía grandes simpatías por el autoritarismo y era consciente del fracaso de la alternancia política. Apoyó el golpe de Estado del general Primo de Rivera en septiembre de 1923 como solución a la crisis del país. Las fuerzas políticas no apoyaron la suspensión de la Constitución realizada por el dictador Primo de Rivera y más tarde culparían al rey por haberlo consentido y haber tolerado la política dura de represión a todos los movimientos políticos.
Tanto Primo de Rivera como Alfonso XIII se mostraban no muy alejados de las desarrolladas por Mussolini en Italia, con el que tenían unas grandes relaciones. La complicidad del rey con la dictadura llevó a la monarquía a un enfrentamiento con los intelectuales, sobre todo con Miguel de Unamuno y Blasco Ibáñez. El 15 de noviembre de 1930, el filósofo José Ortega y Gasset publica el artículo “El error Berenguer”, que termina así: «Este es el error Berenguer de que la historia hablará. Y como es irremediablemente un error, somos nosotros, y no el Régimen mismo; nosotros gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestros conciudadanos: ¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo! Delenda est Monarchia».
La represión a la oposición a través de encarcelamientos de prestigiosos hombres públicos, la sanjuanada, y los conflictos estudiantiles fueron desacreditando la dictadura.
«En 1925, resueltos prácticamente todos los cuatro problemas que le habían llevado al mando –anarquismo, separatismo, economía y Marruecos donde, con la colaboración francesa, había llegado la pacificación–, Primo de Rivera dijo: “Yo podría retirarme ahora cargado de gloria.” Pero lo malo de los que alcanzan un puesto es que jamás creen llegado el momento de soltarlo. La opinión fue levantándose contra él, desde los viejos liberales a los nuevos estudiantes, desde los catalanistas a los republicanos. El rey lo licenció y los monárquicos sufrieron otra merma: los que creían que Alfonso XIII había sido desleal con quien había salvado su corona en momentos trágicos. Así la caída de la Dictadura ocasionará, un año y tres meses después, la caída del rey. La suerte de la imagen monárquica sufre, desde entonces, innumerables altibajos. Atacado violentamente por la izquierda que declara a Alfonso de Borbón destituido de todos sus derechos y honores, apenas cuenta con un grupo minoritario.» [Díaz-Plaja 1973: 562]
Finalmente, Alfonso XIII retiró su apoyo a Primo de Rivera y le presentó su dimisión el 28 de enero de 1930. Le sustituyó el general Dámaso Berenguer, pero el fracaso fue mayúsculo y el cierre dictatorial llegaba demasiado tarde. El doce de abril de 1931, se celebraron elecciones municipales, que ganó la izquierda en las principales ciudades del país. El 14 de abril, en toda España, ondeaban banderas republicanas, el conde de Romanones le recomendó que abandonara el país. Salió hacia Cartagena y en barco llegó a Marsella. Se suspendió el poder real, sin que el Rey llegara a abdicar de manera formal.
Las Cortes republicanas acusaron de alta traición a Alfonso XIII por ley de 26 de noviembre de 1931. En ella se dice: «A todos los que la presente vieren y entendieren, sabed: Que las Cortes Constituyentes, en funciones de Soberanía Nacional, han aprobado el acta acusatoria contra don Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena, dictando lo siguiente: Las Cortes Constituyentes declaran culpable de alta traición, como fórmula jurídica que resume todos los delitos del acta acusatoria, al que fue rey de España, quien, ejercitando los poderes de su magistratura contra la Constitución del Estado, ha cometido la más criminal violación del orden jurídico del país, y, en consecuencia, el Tribunal soberano de la nación declara solemnemente fuera de la ley a don Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena. Privado de la paz jurídica, cualquier ciudadano español podrá aprehender su persona si penetrase en territorio nacional.
Don Alfonso de Borbón será degradado de todas sus dignidades, derechos y títulos, que no podrá ostentar ni dentro ni fuera de España, de los cuales el pueblo español, por boca de sus representantes elegidos para votar las nuevas normas del Estado español, declara decaído, sin que se pueda reivindicarlos jamás ni para él ni para sus sucesores.
De todos los bienes, derechos y acciones de su propiedad que se encuentren en territorio nacional se incautará, en su beneficio, el estado, que dispondrá del uso conveniente que deba darles.»
ALFONSO XIII Y FRANCO
El Rey conocía a Franco por sus éxitos militares en Marruecos y en 1923 le concedió una medalla militar y el título honorífico de “gentilhombre de cámara”. Alfonso XIII fue el padrino de la boda de Franco con Carmen Polo (estuvo representado por el gobernador civil de Asturias, el general Losada).
En 1925, Primo de Rivera, transmitió a Franco una carta del Rey que terminaba diciendo: «Ya sabes lo mucho que te quiere y aprecia tu afectísimo amigo que te abraza. Alfonso XIII». En 1928, por real decreto, se nombra a Franco, Director de la Academia General Militar de Zaragoza. Tras el levantamiento militar del 18 de julio de 1936, Alfonso XIII apoyó con entusiasmo al bando sublevado, afirmando ser un falangista de primera hora.
El rey había donado un millón de pesetas a la causa franquista y manifestaba a Franco su preocupación por el poco interés que veía en el caudillo en restaurar la monarquía. El 4 de abril de 1937, Franco le deja claro a Alfonso XIII en una carta que no va a ser fácil que vuelva a desempeñar el papel de rey de España en el futuro del país, a causa de los errores cometidos durante su reinado.
Acabada la guerra y en vistas de que Franco no tenía intención alguna de restaurar la monarquía borbónica, Alfonso XIII declaró: «Elegí a Franco cuando no era nadie. Él me ha traicionado y engañado a cada paso».
El quince de enero de 1941, Alfonso XIII renuncia a la jefatura de la Casa Real a favor de su hijo Juan, conde de Barcelona. El Rey muere, el 28 de febrero de 1941, como consecuencia de una angina de pecho, cuando se encontraba en el Gran Hotel de Roma. Fue enterrado en la iglesia romana de Santa María de Montserrat de los Españoles. Sus restos son trasladados a España el 19 de enero de 1980 y depositados en el panteón Real del Monasterio del Escorial por orden de su nieto el rey Juan Carlos I.
«Mientras las insignias de Requeté y Falange se incorporaron al nuevo Estado, las monarquías quedan fuera. Don Alfonso XIII, muerto en el destierro, no es traído a El Escorial a reposar con sus antepasados y, durante años, la fotografía de su hijo y sucesos, don Juan de Borbón, no aparece en los periódicos españoles. La Historia de España que se cuenta a los muchachos, desde 1939 a 1960, ataca a los Borbones como responsables de la decadencia española, y el nuevo Estado, para buscar un antecesor, se remonta a los Reyes Católicos y, en cierto modo, a Felipe II. Aunque España sea reino desde 1946, solo a partir de 1960 el Generalísimo Franco prepara lentamente el ambiente para la sucesión al trono, escogiendo para el puesto a don Juan Carlos, que es proclamado como Príncipe heredero en julio de 1969.» [Díaz-Plaja 1973: 562-563]
«Quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil», dice Alfonso XIII, el día que abandona España y se proclama la República. Tres coches viajan desde el Palacio de Oriente a Cartagena. Allí, en el crucero «Príncipe Alfonso» salía el Rey de Cartagena hacia Marsella. Una vez en Francia, no es consciente de lo que ha pasado y cree que la República se disolverá más antes que después. Pasa el exilio en varios lugares y aunque apoya el levantamiento de Franco, pronto se da cuenta de que ya no cuentan con él. Muere en Roma en 1941.
ALFONSO XIII A DEBATE
Alfonso XIII fue y es una figura. Los adjetivos que su persona y su reinado han merecido van desde el de Rey “paradoja”, “polémico”, “reinventado”, “rechazado”, “perjuro”, “calumniado”, hasta el de “regeneracionista”, “patriota”, “el africano”. Pero la historia del país en el periodo de su reinado no es menos controvertida que él mismo.
El reinado de Alfonso XIII es un periodo que acabaría desembocando en la mayor crisis y el mayor cambio de rumbo de la historia española en el siglo XX: comenzaría en plena convalecencia de una crisis, la del 98, y termina con la más decisiva de la caída del régimen monárquico. De modo que no es extraño que se haya sostenido tantas veces que algo anómalo ocurrió en ese reinado.
Alfonso XIII fue una figura discutida desde el comienzo mismo casi de su reinado. Es cierto que esa discusión se hizo siempre muy viva en torno a su intervención en la guerra de Marruecos, a la neutralidad española en la Gran Guerra europea del 1914, los descalabros españoles de la guerra marroquí al comenzar los años veinte y culminó con la dictadura “permitida” (o quizás incluso “promovida”) del general Primo de Rivera.
¿Fue un Alfonso XIII un rey intervencionista, de tendencia autoritaria y fue determinante su intervención en los sucesos del reinado? Están documentadas las intervenciones del Rey con la referencia de las atribuciones que la Constitución de 1876 le otorgaba como Poder Moderador.
Según Ortega y Gasset, a Alfonso XIII se le fue la mano en la moderación y acabó moderando inmoderadamente. Para algunos autores “no hay pruebas de intervención real”. Pero esto no explica lo más importante de la cuestión que no es si hubo intervención real o no, porque lo que sí hubo fue “permisión real”: la aceptación por el Rey de la “suspensión” de la Constitución y el gobierno de un dictador fue un grave error político que algunos incluso calificaron de perjurio.
Según varios autores, Alfonso XIII solo siguió el consejo de fieles consejeros de que la mejor política era no presentar resistencia ante el repudio popular de la Monarquía. Tras las elecciones del 12 de abril Alfonso XIII hizo lo que sus consejeros (Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, y Gabriel Maura) le recomendaron. Muchos fervientes monárquicos achacarán la caída de la Monarquía a la desidia, traición y falta de gallardía de tales consejeros.
Hay autores que califican a Alfonso XIII como rey regeneracionista, bienintencionado y patriota, rey moderno, por encima de los políticos de su tiempo, intensamente dedicado a sus funciones. Mientras que otros ven en él un personaje frívolo, incluso perjuro, ocupado mucho más de sus propios asuntos financieros y dinásticos que de los del país en que reinaba.
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