Hispanoteca - Lengua y Cultura hispanas

 

Euskadi

(comp.) Justo Fernández López

España - Historia e instituciones

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COMUNIDAD AUTÓNOMA VASCA

EUSKADI (País Vasco)

 

Gobierno

La página oficial del Gobierno de la Comunidad Autónoma Vasca

Noticias del Gobierno Vasco

Estatuto de Autonomía

Ley Orgánica 3/79, de 18 de diciembre (BOE 306, de 22 de diciembre de 1979)

Población

2.098.628 habit. (Padrón 1998)

Capital

GASTEIZ-VITORIA

Superficie

7.234 Km2

Provincias

Álava, Vizcaya y Guipúzcoa

Gobierno

Órganos de gobierno comunes a toda la comunidad vasca son el Gobierno y el Parlamento.

Además de estos órganos, cada provincia conserva algunas de sus primitivas instituciones,

lo que le da una cierta autonomía.

Así, la Diputación Foral de cada territorio y las Juntas Generales.

El País Vasco tiene su propia policía, la Ertzaintza.

Economía

Tradicionalmente, fue Euskadi un pueblo dedicado a la agricultura, el pastoreo y la pesca.

Después vino la revolución industrial, aunque el sector agrario sigue teniendo importancia.

La industria se concentra en Bilbao y sus alrededores desde mediados del siglo XIX.

A lo largo de los márgenes de la ría se fueron instalando altos hornos, astilleros, metalúrgica y química.

En los años 70, Euskadi quedó afectada por la crisis mundial y desde entonces está intentando diversificar su industria.

El turismo comenzó ya en el siglo XIX con las reinas Isabel II y María Cristina,

que hicieron de San Sebastián una ciudad de veraneo para la burguesía y la nobleza.

Lengua

El vasco o euskera es una lengua de origen desconocido, no románica ni indoeuropea.

Lengua aglutinante con mayor número de casos que el latín, se ha relacionado con el finés y

con las lenguas caucásicas, así como con el ibero, y el proceso de formación del castellano,

en el que sin duda influyó. Está dividido en ocho dialectos.

Quizás gracias a la situación geográfica algo aislada de la región, pudo conservarse esta lengua tantos siglos.

Lo hablan aproximadamente el 25% de la población. Con la revolución industrial y la llegada de inmigrantes,

el euskera pasó a ser la lengua de campesinos y pescadores y el castellano la lengua urbana.

Durante la época franquista (1939-1975), el uso del euskera estuvo incluso prohibido.

Con la Constitución de 1978, el euskera pasa a ser lengua oficial del País Vasco.

Actualmente el euskera se enseña en los colegios.

Geografía

La provincia de Álava se diferencia de las otras dos. En Guipúzcoa y Vizcaya predomina el paisaje montañoso, con bosques y praderas y la cosa. Álava se caracteriza, sin embargo, por sus extensas llanuras dedicadas a los cultivos de secano.

Historia

Poblamiento paleolítico. El País Vasco fue escasamente romanizado, especialmente en su parte norte; tampoco muy afectado por visigodos y árabes. A partir del siglo VIII, participación vasca en la reconquista y colonización de la meseta castellana, cristianización.

Cada una de las provincias vascas tenía sus fueros o leyes propias y tanto los señores como los reyes tenían que respetarlas. Cuando se estableció la frontera entre los condados de Castilla y Navarra (1016), el País Vasco quedó incorporado a Navarra, hasta que en el 1379 entró a formar parte del reino de Castilla. Los reyes castellanos, al igual que antes los navarros, juraron respetar estos fueros. La intervención de los vascos en las Guerras Carlistas en defensa de una monarquía tradicional absolutista contra los partidarios liberales, provocó en 1876 la definitiva abolición de los fueros. Como consecuencia, a partir de esta fecha el País Vasco, tuvo que contribuir a los gastos generales del Estado.

Durante la Edad Media, ascenso demográfico, aparición de una incipiente vida urbana y desarrollo comercial. El desarrollo se prolongó hasta muy entrado el siglo XVII. Fuerte desarrollo en el siglo XVIII, básicamente en las costas. El interior agrícola resultó afectado por las crisis de fin de siglo y la venta de los bienes comunales.

Tras la guerra de la independencia se formaron dos grandes grupos: la burguesía urbana, industrial y proteccionista, y el campesinado, conservador y librecambista.

Los fueros

“Alfonso X el Sabio definió, a mediados del siglo XIII, el fuero como «algo en lo que se combinan dos cosas, la práctica y la costumbre». Ambas tienen que entrar a formar parte en el fuero para que éste resulte compulsivo. Cuando se hace referencia a los fueros en los documentos oficiales, casi siempre se utiliza la frase: fueros, buenos usos y costumbres.

Los Fueros eran conjuntos de leyes y costumbres locales, unidas a inmunidades económicas y políticas especiales respaldadas por las leyes de Castilla a cambio de lealtad política a la monarquía. Alcanzaron su auge en los siglos XIII y XIX, en que fueron revocados por el gobierno central. Los Fueros englobaban todos los aspectos de la vida vasca, desde el matrimonio, la dote y la herencia, hasta la forma de participar en la política colectiva, en los nombramientos, en las exacciones fiscales.

La mayor parte de los Fueros – en particular los de tipo económico – se concedieron en los siglos XIV y XV. El País Vasco formaba la frontera norte de España, una frontera difícilmente defendible frente a los ataques franceses. Podría haberse establecido allí un ejército regular, compuesto de una serie de guarniciones a lo largo de la frontera, pero esto resultaba carísimo y, además, existían complicaciones múltiples para el abastecimiento de esas guarniciones, por tratarse de una zona poblada. En consecuencia, la monarquía castellana adoptó una solución ingeniosa y barata, que consistía en otorgar tierras y privilegios fiscales a cambio de que los campesinos defendieran por las armas su propio territorio. Esta solución fue el precedente de las «implantaciones de colonos» en las regiones fronterizas de Europa central, quienes, a cambio de recibir gratuitamente las tierras, se comprometían a defenderlas de las invasiones procedentes del este. Así se instalaron en las zonas boscosas periféricas de Bohemia y Moravia los colonos alemanes, que explotaron las tierras y las minas de los Sudetes; o los bielorrusos, ucranianos y rutenos, que poblaron los «confines» de Polonia en los años veinte de este siglo; o los croatas y serbios, que la monarquía austríaca situó en el siglo XVIII en los «confines militares» del Imperio otomano, colonos armados que recibían tierras a cambio de un servicio militar activo de una cada tres semanas.

Las prerrogativas que concedía la Corona de Castilla tenían también el objetivo de estimular el crecimiento de la población, lo que tendía a evitar la existencia de extensas zonas inhabitadas por las que podía entrar impunemente el invasor. Los habitantes de aquella zona fronteriza estaban exentos de cualquier impuesto estatal. [...]

El régimen foral vasco se basó en estos tres pilares: el paso foral, la Junta general y el corregidor.

El pase foral, concedido a las provincias vascas por la Corona de Castilla en el siglo XV, consistía en ue no se podía aplicar cualquier ley, decreto o decisión judicial sin la aprobación previa de las autoridades forales provinciales. Era un mecanismo que pretendía garantizar que las órdenes reales se ajustaran al fuero. Si los órganos locales consideraban que una orden no respetaba la foralidad, la devolvían mediante la fórmula «se obedece pero no se cumple». Esto representaba un sólido muro de contención a las imposiciones centralistas, pero su solidez se resquebrajaba con las atribuciones que, como veremos más adelante, poseía el corregidor.

Las Juntas provinciales se apoyaban en los consejos municipales o asambleas locales, de donde se extraía, por elección, a sus miembros. El sistema era democrático sólo en apariencia, pues, los elegibles eran miembros de la nobleza y el clero, o terratenientes relativamente grandes. La participación, sin embargo, fue siempre mucho más importante que en el resto de España, sobre todo a partir del siglo XVI, cuando se extendió a todos los vascos el status de hidalguía, y en consecuencia, todos, hasta los más humildes artesanos, pudieron elegir y ser elegidos. [...]

El corregidor era el agente del Rey en el País Vasco. El nombramiento del primer corregidor se debió a la solicitud del pueblo de Guipúzcoa y Vizcaya, que no veían forma de parar las luchas en que se habían enzarzado los distintos linajes o «parientes mayores». Entre sus funciones destacaba la de presidir las Juntas, para evitar que se tomaran acuerdos contrarios a los intereses de la corona. Cualquier modificación de los fueros requería su aprobación. Ejercía, además, funciones judiciales y administrativas, estas últimas referidas a asuntos fiscales.

El régimen foral otorgaba a los vascos unas garantías a la vez de protección y de libertad. Estaban exentos del servicio obligatorio en el ejército del rey, y no cabía aplicar contra ellos la tortura, ni someterlos a detención arbitraria. Cada nuevo rey de Castilla, que era a la vez señor de Vizcaya, estaba obligado a confirmar y jurar fidelidad a los fueros bajo el roble de Gernika.

En el ámbito fiscal las ventajas eran muy grandes, y contribuyeron poderosamente al desarrollo de una burguesía de las villas y a fortalecer las vecindades rurales. [...]

El régimen foral aportó grandes ventajas a la economía rural vasca y contribuyó al florecimiento de las pequeñas villas, dominadas por una familia. Pero, como señalan algunos historiadores modernos, también acentuó el aislamiento e impidió el desarrollo de las grandes urbes.

Los Fueros, como régimen jurídico de derecho público, desaparecieron poco a poco, al perder su razón de ser (no así el derecho privado foral, que continúa vigente y hasta pujante en varias zonas del País Vasco). Con la llegada del progreso, ya nadie reivindicaba el paternalismo secular y las instituciones del viejo régimen agrario, con lo que pasaron a convertirse en algo venerable que sólo servía para llamar «plaza de Fueros» o «calle de los Fueros» a un importante enclave de cada villa o ciudad.

Su tinte democrático no era, como hemos visto, sino una falsedad. Pues la verdadera democracia la trajeron las Constituciones del siglo XIX, al extender los derechos a todos, y acabar con las restricciones (limpieza de sangre, hidalguía probada, fortuna personal) que dejaban fuera del juego participativo a la gran mayoría, y reducían a un porcentaje mínimo del censo el derecho de vecindad y de sufragio.

La ley de 21 de julio de 1876, llevada adelante por Cánovas del Castillo, no hizo sino confirmar en el plano jurídico lo que ya era una realidad de hecho. [...] Un concierto económico regulado por decreto en febrero de 1878 establecía el régimen de tributación para las tres provincias vascas, en la línea de la llamada Ley paccionada de 1841, que había establecido un nuevo régimen jurídico, económico y administrativo entre Navarra y el Estado.

Puede decirse que sólo con la abolición de los Fueros, en 1876, se dio paso a un País Vasco moderno, industrializado, urbano, que estaba hasta entonces maniatado por la posición privilegiada de los señores rurales, por las trabas a la exportación de mineral de hierro de las Juntas provinciales y por la excesiva afluencia de productos del exterior, al no existir impuestos a la importación, que competían ventajosamente con la producción local.” [Nieto, Ramón: Los Vascos. Madrid: Acento Editorial, 1996, pp. 16-19]

Durante la II República española (1932-1936) Euskadi vivió un corto periodo de autonomía (octubre 1936 a junio 1937). Durante la guerra civil fue bombardeada la ciudad tradicional de los vascos, Guernica, por la Legión Cóndor alemana que luchaba de parte de Franco. La destrucción de Guernica fue inmortalizada por Picasso en un cuadro del mismo nombre.

Arraigo de las ideas socialistas entre el proletariado, con amplia presencia de inmigrantes. Surgimiento del nacionalismo (Partido Nacionalista Vasco, PNV, 1894), con raíces en la pequeña burguesía. Ambos grupos mantuvieron al P. N. junto a la República durante la guerra civil (1936-39).

El franquismo reprimió las libertades nacionales. Ello, el peculiar carácter del nacionalismo vasco y la imbricación de su oligarquía en el aparato de pode central dio lugar al surgimiento de un movimiento nacionalista muy radicalizado (ETA, 1959).

El estatuto de autonomía de 1978 dio la hegemonía política al PNV; no aceptado por el nacionalismo radical, encuadrado en Herri Batasuna y ETA, la cual ha continuado la acción armada y colocado al gobierno vasco en una ambigua posición.

Folklore

“En las provincias vascongadas el músico toca el txistu o chistu y el tamboril y los bailes más populares son el aurresku, danza montañesa muy viril; la espatadanza que es una milenaria danza guerrera; la kaxarranka que se baila en Lequeito, es una rarísima danza burlesca y alucinante que ya se consideraba irreverente en tiempos de Felipe III. El zortzico, en compás de amalgama, es característico del genio musical vasco.“

[Michel, J.-J. / López Sancho, L.: ABC de la civilización hispánica. París: Bordas, 1967, p. 41]

El nacionalismo vasco

Los vascos son un pueblo de navegantes, campesinos, pescadores y habitantes de la montaña; gente fuerte, sana y sencilla. El talento emprendedor de este pueblo hizo que la región vasca se convirtiera en los últimos tiempos en un centro del capitalismo moderno. Alguien dijo:               

El vasco tiene fama de aferrarse mucho a sus ideas por ser un pueblo no muy prolífero en producción de ideas nuevas; por eso tiene miedo a malgastar las pocas de que dispone. 

Es gente seria, leal, intransigente, y de horizonte cerrrado que con su catolicismo clerical creó a España muchas dificultades a lo largo de la historia moderna. Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, era vasco. También lo era el gran pensador vasco del siglo XX, Miguel de Unamuno, así como el gran filósofo Xavier Zubiri. 

La unidad formal, constitucional, centralizada de todo el territorio español bajo un estado unitario se fue formando durante el siglo XIX. Se hizo la división en provincias que disponían de una cierta autonomía económica y administrativa. Las provincias vascas son Guipúzcoa, Vizcaya y Álava, así como la provincia de Navarra, cuya capital es Pamplona.

Navarra constituye hoy una región autónoma. Hasta finales del XIX las provincias vascas están poco pobladas. Son provincias de estructura agraria. hay también pesca y en la provincia de Guipúzcoa se comienza con la producción de acero. La riqueza de España estaba en otras regiones. En el último tercio del XIX intentan los vascos recuperar el esplendor de su milenario pasado. Es todavía un enigma el origen del Euskera, la lengua de los vascos que es la más vieja de Europa, así como el origen de este pueblo que ya habitaba el Golfo de Vizcaya antes de las invasiones celtas e iberas. La configuración geográfica de montañas y valles contribuyó al aislamiento. El cristianismo tardó aquí más que en otras regiones españolas en erradicar las costumbres paganas.     

Característico de la región vasca, además de su idioma de origen no indoeuropeo, son los Fueros que existieron con anuencia de la monarquía castellana. Fueron redactados en castellano y pertenecen prácticamente al derecho castellano. En la Edad Media los vascos se sometieron voluntariamente a la Corona de Castilla. Los monarcas castellanos o sus representantes debían jurar debajo del roble sagrado de Guernica respetar los Fueros. En el siglo XIX se llevaron a cabo dos guerras por la defensa de estos derechos forales. Se trata de las Guerras Carlistas, llamadas así porque luchaban por la pretensión al trono del príncipe Carlos, enemigo de la liberal Isabel II. 

Tras la Primera Guerra Carlista, 1833-39, perdieron los vascos parte de sus derechos forales. La Segunda Guerra Carlista, en los años setenta del XIX, terminó también con una derrota de los vascos, defensores del candidato conservador Carlos. Esto supuso prácticamente el final de los Fueros.

El fracaso definitivo del Carlismo y la creación de un estado moderno liberal y centralista dejó en parte de las Vascongadas un sentimiento profundo de frustración. Por otro, lado comenzó a resurgir el nacionalismo vasco, algo más tarde que el catalán. Se formó un grupo intelectual y político del nacionalismo vasco alrededor de Sabino de Arana Goiri, que en el 1895 fundaría el Partido Nacionalista Vasco (PNV), al que dio un contenido tradicionalista, religioso e historicista. Hay un componente mesiánico en la teoría de lo que es lo vasco. El pueblo vasco es visto como un pueblo bueno, un pueblo de Dios y de viejas leyes, contrario a la corrupción religiosa, intelectual y social que los tradicionalistas veían extendida por el resto de la Península y por Europa a finales del XIX. La dirección intelectual y espiritual del nacionalismo que en Cataluña estaba en manos de los intelectuales y artistas, la tomó el bajo clero en las Vascongadas. El nacionalismo vasco tendía, más que el catalán, al absolutismo. Mientras que el nacionalismo catalán fue modernizador y renovador, el vasco fue más bien retrógrado. En el último tercio del siglo XIX, la región vasca se desarrolló económicamente gracias a una burguesía industrial que cooperaba de forma estrecha con Madrid. El florecimiento industrial atrajo a mano de obra de otras provincias. Las clases medias tradicionales y las clases rurales comenzaron a oponer resistencia al centralismo con el que colaboraba la burguesía industrial y a la infiltración de población no vasca. Con su famoso slogan Con Dios y las viejas leyes, comenzaron a oponerse a la industrialización y modernización de la región. En tiempos de la Segunda República (1931-1936), este nacionalismo vasco que era profundamente católico mantuvo una fuerte oposición frente al gobierno de  Madrid que no era clerical. Hubo alianzas con grupos nacionalistas de extrema derecha, con monarquistas. En la última fase de la República se consolidó la autonomía de las Vascongadas. En el 1936 al estallar la Guerra Civil, los nacionalistas se ponen de acuerdo con el gobierno republicano en un Estatuto de Autonomía para las Vascongadas. Se forma una alianza republicana contra el autoritarismo de los nacionales en torno al general Franco, pero era una alianza que tenía elementos contradictorios. (Antonio Fontán)

El bombardeo de Guernica en 1937 por escuadrones de la legión alemana Condor quedó como uno de los más nefastos recuerdos de la Guerra Civil. El cuadro de Picasso, pintado por encargo del gobierno republicano, es una acusación contra la guerra. El cuadro estuvo en Nueva York durante toda la era franquista, traído a España en 1981, está expuesto hoy en el Casón del Retiro de Madrid y es como el símbolo de la España democrática.

Después de la Guerra Civil, Franco castigó y humilló a las provincias vascas, consideradas como desertoras, prohibiéndoles usar la lengua vasca y sometiéndolas al centralismo de Madrid.  

La época de transición

Todos los partidos se esforzaron en buscar una solución al problema vasco. Desde la guerra de la independencia, España vivió una fase de guerras civiles. Desde entonces siempre se encontró una parte de las fuerzas políticas en el exilio: carlistas contra liberales, monárquicos contra republicanos, franquistas nacionales contra  antifranquistas.

Juan Carlos I sube al trono con la voluntad de ser el rey de todos los  españoles. La época de la transición se caracteriza por su empeño en encontrar formas de reconciliación entre las fuerzas políticas que desde la guerra de la independencia en 1808 habían creado en España un permanente estado de guerra civil.

Euskadi ta Askatasuna (ETA)

País Vasco y su libertad

Euskadi Ta Askatasuna (del euskera, ‘País Vasco y Libertad’; ETA) fue una organización terrorista nacionalista vasca que se proclamaba independentista, abertzale, socialista y revolucionaria. Durante sus sesenta años de historia surgieron diferentes organizaciones con el mismo nombre como resultado de diversas escisiones, coexistiendo en varias ocasiones algunas de ellas, de las cuales solo sobreviviría la conocida como ETA militar (ETA (m)). Tuvo como objetivos prioritarios la independencia de Euskal Herria de España y Francia y la construcción de un Estado socialista, y para alcanzarlos utilizó el asesinato, el secuestro, el terrorismo y la extorsión económica tanto en España como, ocasionalmente, en Francia, en lo que denominaron «lucha armada», causando 829 muertos y más de 3000 heridos en acciones cuya autoría reivindicó. Inactiva desde el anuncio del cese definitivo de su actividad armada en octubre de 2011 y desarmada desde abril de 2017, anunció su disolución el 3 de mayo de 2018.4

Fundada en 1958, durante la dictadura franquista, tras la expulsión de miembros de las juventudes del Partido Nacionalista Vasco, cometió su primera acción violenta en julio de 1961.5 Inicialmente, contó con el apoyo de parte de la población, al ser considerada una más de las organizaciones opuestas al régimen. Tras el proceso democratizador iniciado en 1977, al cual una parte no se incorporó, fue perdiendo apoyos públicos. Sus actos fueron condenados y calificados de terroristas por la inmensa mayoría de las fuerzas políticas y sociales desde la aprobación del Estatuto de Guernica en 1979 hasta su disolución. Su condición terrorista fue plenamente admitida por numerosos Estados y organizaciones internacionales. [Wikipedia]

 Euskadi - Euskal Herria - País Vasco - Vasconia

Vascongadas. Vasconia o Tierra Euskalduna es la más pequeña región de España per la más rica de todas con Cataluña.” [Michel, R.-J. / López Sancho, L.: ABC de la Civilización Hispánica. Paris: Bordas, 1957, p. 427]

País Vasco: Región histórica del SO de Europa, en el Cantábrico, dividida entre España (Vizcaya, Guipúzcoa, Álava y Navarra) y Francia (Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa).

Euskadi: Región del N de España formada por las provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava.” [Grijalbo. Diccionario enciclopédico. Barcelona: Ediciones Grijalbo, 1986, p. 1898]

Euskal Autonomia Erkidegoa = Comunidad Autónoma del País Vasco.

Euskadi: Neologismo creado por Sabino Arana en 1896 para designar las siete provincias vascas. La invención de Arana partió de la suma de la palabra «Eusko» y el conjuntivo «di». En 1901, con la aparición de la revista Euzkadi, creada por el PNV, la expresión comenzó a encontrar aceptación social hasta el punto que en unos años se haría popular. No obstante, algunos militantes euskaldunes como Arturo Campión consideraron una aberración sustituir un término étnico como Euskal Herria, por uno administrativo como «Euskadi».

Lo cierto es que a partir de la Guerra Civil, el mundo abertzale hizo un uso exhaustivo del término Euskadi, sin plantearse ningún tipo de contradicciones al respecto. Todas las organizaciones vascas, desde las conservadoras hasta las revolucionarias lo asumieron como tal. Sin embargo, a comienzos de los ochenta y tras la homologación institucional de “Euskadi” con la Comunidad Autónoma que abarcaba a las provincias de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, el concepto de Euskal Herria retomó su validez milenaria. Esta interpretación tradicional, reflejada en el significado de pueblo del euskara» (Euskal Herria), es decir el territorio de las siete provincias, contrastaba con la de «conjunto de vascos» (Euskadi) que podía ser matizado en función de la pertenencia a una administración determinada. Por eso, a partir de entonces, ambos términos compitieron en una lidia desigual ganada para el futuro y de antemano por Euskal Herria.” [Fuente: http://free.freespeech.org/askatasuna/docs/euskadi.htm]

Euskal Herria, también conocido en español como Vasconia y País Vasco, es el territorio europeo en el que se manifiesta la cultura vasca en toda su dimensión. Está situado a ambos lados de los Pirineos y comprende territorios de España y Francia. Tradicionalmente su capital se fija en Pamplona.3

El término Euskal Herria aparece en escritos vascos por primera vez en el siglo XVI, pero no empieza a ser empleado en español hasta el siglo XIX, en el contexto histórico del surgimiento del nacionalismo vasco.

Euskal Herria suele dividirse en siete provincias, regiones o países: en España: Álava (Araba), Vizcaya (Bizkaia), Guipúzcoa (Gipuzkoa), que conforman la Comunidad Autónoma Vasca, así como Navarra (Nafarroa). En Francia, la Baja Navarra (Nafarroa Beherea), Labort (Lapurdi) y Sola (Zuberoa).

Las diferentes corrientes del nacionalismo vasco, independentistas o no, derivan sus proyectos políticos de este concepto, desbordando el ámbito cultural, por lo que estos proyectos son altamente controvertidos. Algunos autores, limitándose únicamente a la concepción antropológica o cultural de Euskal Herria, prefieren las formas castellanas y más antiguas de «Vasconia» o simplemente «País Vasco».[Wikipedia]

Nación - nacionalismo

“Claudio Magris ha rescatado recientemente una brillante parábola de la melancolía imperial. Se trata de Dritter November 1918, un drama del escritor antifascista Franz Theodor Csokor, estrenado en 1935. En él se narran los momentos finales de un regimiento austrohúngaro disuelto tras el armisticio: «Los oficiales, provenientes de diversas nacionalidades del imperio, que hasta aquel momento se habían sentido “austriacos”, se sienten de improviso pertenecientes a las nuevas patrias, que además se encuentran a menudo en una furibunda disensión recíproca. Con el fin del imperio termina también la fraterna solidaridad entre los oficiales, que se preparan para convertirse en enemigos o a dispararse entre sí. Cuando el coronel del regimiento muere y es sepultado, cada uno de estos oficiales echa un puñado de tierra en la tumba y, mientras la echa, dice en voz alta que echa ese puñado de tierra en nombre de su nueva patria, es decir, en nombre de Croacia, de Italia, de Checoeslovaquia, y así sucesivamente. Sólo el doctor Grün, el oficial médido, que es judío, echa un puñado de tierra diciendo “tierra de Austria». Los otros tienen una patria en la que pueden reencontrarse; el oficial médico judío, en cambio, no la tiene, porque ha perdido su única patria posible, precisamente por ser supranacional.» Nótese que las patrias invocadas por los oficiales de las diversas nacionalidades son nuevas, no antiguas patrias restauradas. Pero hay en la parábola de Csokor algo que creo aún más relevante: el único patriotismo que han conocido hasta entonces los oficiales en cuestión es el imperial. Checos, croatas o italianos, sin necesidad de negar su pertenencia a una nacionalidad concreta, han otorgado su lealtad a una patria común cuya desaparición es la verdadera causa que les impulsa a inventar (es decir, a descubrir, a encontrar) otras patrias supuestamente olvidadas, ancestrales, que han debido perderse para poder ser recobradas. En realidad, lo único que se ha perdido es el imperio, que es precisamente lo que Csokor añora al contraponer, mediante la figura del médico judío (el único de los oficiales que no tiene una función bélica, sino humanitaria), una idea supranacional y pacífica al chovinismo de las pequeñas naciones.

De igual manera, puede afirmarse, que nunca se perdió una patria gallega, catalana o vasca, sino un imperio – el español – del que habían sido fieles soportes los gallegos, catalanes, asturianos, aragoneses, castellanos, andaluces, extremeños y, no faltaba más, los vascos. Nada tiene de extraño, en tal sentido, que fuera precisamente la crisis de la última década del XIX, con la guerra de Cuba y Filipinas, el contexto en el que emergieron los nacionalismos periféricos, estrictamente contemporáneos de los regeneracionismos y del nacionalismo español de la generación del 98. Porque el nacionalismo vasco no fue en su origen (o lo fue solamente en sus aspectos más superficiales) una reacción a la industrialización del país y a la consiguiente crisis de la sociedad tradicional, como se ha dicho repetidamente, sino una consecuencia directa de la disolución del imperio. En ese contexto – el de los años inmediatamente anteriores y posteriores al Desastre – comienza la elaboración delirante del mito nacionalista de una primitiva patria vasca que habría perecido bajo la opresión de la España Imperial. Sabino Arana Goiri, antiguo tradicionalista que guardaba el rencor de una derrota bélica y de una ruina familiar derivada de aquella, fue el primer vasco en soñar el sueño melancólico de la resurrección de Euskadi (fue, de hecho, el inventor de Euskadi y de su muerte) y acaso también el primero en intuir confusamente que sólo habiendo perdido una patria que nunca existió le sería posible curarse de sus humillaciones reales. Perder para ganar: estrategia revanchista de los que han sido heridos no en la patria, sino en el patrimonio.” [Juaristi, Jon: El Bucle Melancólico. Historias de Nacionalistas Vascos. Madrid: Espasa Calpe, 1997 pp. 32-34]

Españoles y vascos

“«Ich bin ein Berliner», yo también soy un berlinés, proclamó John Fitzgerald Kennedy delante del muro que entonces partía el esternón de Berlín.

Yo también soy un vasco.

Deberíamos todos los españoles sentirnos vascos, porque los vascos representan a los españoles, a lo que se entiende por español fuera de España: la manera de hablar (fuerte, estruendosa), la fanfarronería (aunque algún autor, al hablar del catolicismo barroco, dice que es sensual, teatral y pomposo, y que los vascos, al contrario, tienen una veta jansenista, que los hace austeros y puritanos: son puritanos en cuanto a la lujuría, quizá por su respeto a la sagrada institución de la familia, pero no lo son en cuanto a la bebida y la comida), el fanatismo religioso, el fanatismo ligado a la defensa de unas ideas (el numantinismo), la testarudez. Todas esas características son muy hispánicas desde antes que los romanos bautizaran Hispania a España.

Otros rasgos, derivados del mundo árabe y que encarnan principalmente en los andaluces, son más llamativos desde el punto de vista folclórico, pero menos genuinos. Diríamos que son rasgos añadidos a una caracteriología celtíbera que arraigó en toda la península durante miles de años.

El espíritu español se resguardó en las montañas de la cornisa cantábrica, y es probable que de los vascones proceda gran parte de la población española, pues desde Navarra y Aragón fueron empujados hacia el sur por los romanos, y con ellos arrastraron a las tribus de caristios, várdulos y autrigones que habían sido vasquizadas por ellos. Ocurrió después que visigodos y árabes fueron modificando los entramados sociales, mientras en el norte perduraban rasgos paleolíticos, como la propiedad comunida, la familia gentilicia o el matriarcado.

Como dice Torrente Ballester: «Los vascos, para empezar, fueron los que hicieron Castilla». El embrión de Castilla – y también de la lengua castellana – se encuentra en territorio vasco. El País Vasco era castellanohablante cuando en Valladolid se hablaba el bable. Y las pinturas al fresco de la Casa de Juntas de Guernica muestran a los antiguos reyes de Castilla, con unas inscripciones que hacen referencia a la jura de los fueros como señores de Vizcaya.

Cuando sonó la hora del descubrimiento y la conquista de América, los vascos se embarcaron en aventuras ultramarinas, y fue uno de ellos, Elcano, nacido en Guetaria, el primero que dio la vuelta al mundo; otro, Juan de Garay, nacido en Orduña, fundó Santa Fe y refundó Buenos Aires; Legazpi, natural de Zumárraga, conquistó Filipinas y fundó Manila; Martínez de Irala, natural de Vergara, fue gobernador del Río de la Plata y fundó Asunción; Luis de Arriaga, vasco residente en Sevilla, había intentado en 1501 crear en Santo Domingo una colonia vasca; el vizcaíno Juan de Zumárraga fue nombrado obispo de Nueva España; un navarro, Pedro de Ursúa, encabezó la expedición desde Perú a las selvas amazónicas en busca de El Dorado, y fue víctima de la conspiración de Lope de Aguirre, otro vasco, natural de Oñate, que lo asesinó; otro navarro, Juan de Azpilicueta, exploró una amplia zona de Brasil; y no hay ue olvidar la cristianización del Japó y de parte de la China efectuada por San Francisco Javier.

Se dirá que hay muchas gestas americanas debidas a extremeños, andaluces y castellanos, y es verdad. Pero también es verdad que se encuentra difícilmente a un gallego o a un catalán.

De los ejemplos anteriores es fácil deducir una vocación de los vascos por la fundación de ciudades, por el asentamiento, por la idea de «hasta aquí he llegado y aquí me quedo», propia de los pueblos que buscan una tierra prometida, inspiradas por no se sabe qué mandato celestial.

Resalta Oteiza la mayor capacidad del vasco para estar solo, para vivir solo, y pone como ejemplo a los pastores vascos, preferidos de los norteamericanos porque dominan mejor que otros la soledad.

A esto se une un afán de dejar algo que perdure, que permanezca más allá de nosotros mismo, que de algún modo venza a la muerte. Otros pueblos emigrantes – como los sicilianos o los gallegos – han ido por el mundo a ver si hacían fortuna, y, cuando la hacían, regresaban a sus lares convertidos en indianos, con los bolsillos repletos. Los vascos, en cambio – como los irlandeses, a quienes guía también un profundo sentir religioso –, cuando han ido a colonizar, o a comerciar, o a pastorear, han ido a quedarse, a instaurar dinastías, a sembrar, junto a la mies, el apellido. [...]

Los rasgos de los vascos, tal como los refleja Cervantes, los resume Caro Baroja en estas palabras: «Simplicidad, orgullo y violencia». Los tres se nos revelan en el Quijote, en la escena del vizcaíno (que no era vizcaíno, es decir, de Vizcaya, sino vascongado, pues se llamaba Sancho de Azpeitia, y Azpeitia está en Guipúzcoa), todos ellos adobados con el tono caricaturesco inherente a la obra de Cervantes. [...]

Pero el talante del Vizcaíno es, al decir de Oteiza, el más netamente español. «Dejadme solo», reclama el Vizcaíno – escribe Oteiza –, para entrar él solo en combate, dando la definición vital (vasca) más española de todos los españoles del libro». (el subrayado es nuestro).

También es de resaltar la opinión de algunos autores franceses de aquella época, que los consideraban hombres «de entrañas cálidas y ardientes por temperamento». Durante los dos siglos siguientes, a los vascos los tacharon de «turbulentos», calificativo que ha vuelto a resucitar en nuestros días, al menos para algunos grupos minoritarios. Tal turbulencia contrasta con los relatos idílicos que en el siglo XIX y comienzos del XX se hicieron de la vida en el País Vasco, y de entre los que destaca el Ramuntcho de Pierre Loti.

«Indómitos, orgullosos, tribales, supersticiosos y carlistas hasta la médula», como los calificó el explorador Stanley, con los herederos de la raza ibera, capaz de sobrevivir al naufragio de pueblos europeos bajo el peso de las invasiones indoeuropeas, de pactar con los romanos para no romanizarse del todo, de mantener su independencia durante las invasiones bárbaras de godos y francos, de quedar al margen de la avalancha musulmana, y de dotarse de un régimen de peculiares normas frente a Navarra y Castilla, que dura hasta hace un siglo.

Ese pueblo es la suma, el compendio, la exageración del talante ibérico.” [Nieto, Ramón: Los Vascos. Madrid: Acento Editorial, 1996, pp. 7-9]

LOS VASCOS EN LA HISTORIA DE ESPAÑA 

por Juan Antonio Ybarra e Ybarra

En: El País - lunes 3 de junio de 1996

Algunos historiadores han venido manifestando gran preocupación política por los orígenes de los territorios vascos desde el siglo XVIII. Con el transcurso de los años, sus teorías se convirtieron en arma arrojadiza en favor o en contra de quienes defendían o atacaban la independencia del señorío de Vizcaya de los reinos de Castilla, León o Navarra. Es decir, surgió una polémica con enorme carga emocional en la que se comenzó a mezclar subjetivamente la historia con la política, pero con un claro objetivo por ambas partes: preservar o abolir los fueros vascos. Éste, y no otro, fue el fondo y el origen de esta cuestión: la abolición foral vasca. Los que mantenían que Vizcaya había sido territorio dependiente de otros, consideraban que los fueros tenían su origen en concesiones graciosas de los soberanos de quienes habían dependido y, por consiguiente, pensaban que eran alterables y modificables a voluntad del poder de que habían emanado. Mientras que los defensores de la foralidad vizcaína opinaban que los vizcaínos fueron siempre hombres libres, gobernados por sus fueros, usos y costumbres ancestrales, que ellos mismos se habían dado.

Se puede decir que el detonante de este debate comenzó el año 1798 con la publicación de la“ Historia civil de la M. N. y M. L. Provincia de Álava, de Landazuri“. En ella se manifestaba que las provincias de Álava y de Vizcaya fueron siempre libres de toda sujeción y que gozaron de una total independencia. Ese mismo año, don Juan Antonio Llorente publicó las „Noticias históricas de las Provincias Vascongadas“, un intento que trataba de demostrar que esos territorios nunca habían sido independientes. Le contestó don Pedro Novia de Salcedo con su“ Defensa histórica legislativa y económica del Señorío de Vizcaya y Provincias de Álava y Guipúzcoa“, el año de 1829 (publicada en 1851). En esta obra, su autor expuso las tesis sobre la independencia de esos territorios. Don Estanislao de Labayru en su “Historia general del Señorío de Bizcaya“ se manifestó en este mismo sentido en 1895. En el siglo XVI, opinó de igual manera el cordobés don Antonio de Morales en su “Crónica general de España“. En el XVIII, el vallisoletano don Luis Salazar y Castro defendió la independencia secular del señorío de Vizcaya en el índice de las“ Glorias de la Casa Famese y en la Historia genealógica de la Casa de Haro,“ publicada 200 años después por la Real Academia de la Historia. Salazar y Castro dejó escrito que él había mantenido que el señorío de Vizcaya había sido feudo dependiente de las coronas de Castilla, León o Navarra, pero se retractó públicamente al afirmar, en esa misma obra, que el señorío de Vizcaya fue siempre país libre sin dependencia alguna de otros, como tantas veces se había dicho. En 1776, el santanderino don Rafael Floranes asumió las mismas tesis sobre la independencia de esos territorios en su “Discurso histórico y legal sobre la exención y libertad de las tres nobles Provincias Vascongadas“. Durante el siglo XIX defendieron estos mismos argumentos autores no vascos, como fueron Pérez Villamil, Vicente de la Fuente, Danvila y Collado, y Oliver Hurtado, entre otros.

Como consecuencia de la defensa que hizo de los fueros don Pedro Novia de Salcedo, a través de su obra citada, fue nombrado hijo benemérito del señorío de Vizcaya. Y don Juan Antonio Llorente, el canónigo de la catedral de Toledo, que escribió contra los fueros vascos, secundando la campaña antifuerista de aquellos días por encargo del Gobierno del rey de España, don Carlos IV, se ofreció, años después, al señorío de Vizcaya, para que le editara otro trabajo en el que refutaba gran parte de su obra anterior y hacía la defensa histórica y fuerista de las provincias vascongadas. (Vid. „La Casa de Salcedo de Aranguren“, Javier de Ybarra y Bergé. Editorial El Pueblo Vasco, Bilbao, 1944, pág. 273). No hace mucho apareció el libro“ Los vascos en la historia de España,“ de mi buen amigo el embajador de España don José Antonio Vaca de Osma, de quien tomo prestado el título de su libro para encabezar este artículo dirigido a los lectores del diario EL PAÍS. Vaca de Osma nos presenta un interesante compendio histórico. Sin embargo, debo decir que mantengo discrepancia con algunas consideraciones que hace en su libro. Comenzando por los sucesos más recientes, relacionados con el secuestro de mi querido padre, Javier de Ybarra y Bergé, en el año 1977, tengo que afirmar que el „lehendakari“ del Euzkadi Buru Batzar del Partido Nacionalista Vasco en aquel momento, Carlos Garaikoetxea, condenó a la organización terrorista y pidió que se respetara su vida. También varios dirigentes del PNV, entre ellos el“ lehendakari“ Leizaola, emitieron durísimas condenas contra los terroristas. Mikel Isasi y Eugenio Goyeneche, destacados miembros de ese partido, se ofrecieron como rehenes de mi padre. Por todo ello, la información que recoge Vaca de Osma en su libro, insinuando cierta complicidad del PNV en la muerte de mi padre, no se ajusta a la realidad de los hechos y, además, hay que añadir que en aquella época no existía ningún Gobierno vasco ni colaboración alguna entre el PNV y aquella institución inexistente. Estoy convencido de que José Antonio Vaca de Osma ha sido sorprendido en su buena fe al tomar esa información de otro libro, pero yo en conciencia me veo en la obligación de contar la verdad de los hechos.

José Antonio Vaca de Osma se equivoca al comparar el señorío de Vizcaya con los señoríos realengos de Castilla. Don Fernán Pérez de Ayala, el padre del canciller don Pedro López de Ayala, en el proemio del fuero del señorío de Ayala que él recopiló en 1373, advierte que no existieron en Castilla territorios como los de Vizcaya, Ayala y Oñate. Mi tesis de que el señor de Vizcaya reunía en su persona las condiciones de soberano independiente, como señor de Vizcaya, y la de vasallo del rey, como ricohombre de su reino, le parece a Vaca de Osma un juego inteligente sobre nociones jurídicas, pero sin peso histórico suficiente en relación a la realidad de los hechos. Cuando se habla de ficciones jurídicas hay que argumentarlas, cosa que él no lo hace. Los reyes de Pamplona y de Castilla siempre buscaron la amistad y la colaboración de los señores de Vizcaya. En agradecimiento a las alianzas que hacían entre ellos, los reyes otorgaban a los señores de Vizcaya cargos, honores y estados en sus reinos. Por este motivo, mantengo que el señor de Vizcaya reunía en su persona, además de la condición de soberano independiente, la de vasallo del rey. La independencia de Vizcaya, hasta que se incorpora a Castilla en 1379, está demostrada con hechos objetivos muy probados y avalados por muchos historiadores conocedores de la historia del señorío. Si Vizcaya hubiera pertenecido a Castilla, como afirma Vaca de Osma, su territorio hubiera sido incluido en el Becerro de 1352, cosa que no ocurrió. Y sin embargo, don Juan Núñez de Lara y su hijo Nuño, los señores de Vizcaya, aparecen en el Becerro como poseedores de señoríos, lugares y behetrías en el reino de Castilla.

Se contradice Vaca de Osma en sus planteamientos cuando afirma que los vascos dependían de otros y al mismo tiempo habla de la incorporación voluntaria de aquellos territorios al reino de Castilla. ¿Cómo es posible mantener ambos extremos al mismo tiempo? Si Guipúzcoa se incorporó voluntariamente a la Corona de Castilla el año 1200, Álava en 1332, Ayala y las Encartaciones en 1334, obviamente, quiere decir que esos territorios, antes de su incorporación, no formaron parte de Castilla. Además, habría que preguntarle a Vaca de Osma por qué a partir de 1379, cuando el señorío de Vizcaya se vincula a la Corona de Castilla, sus reyes comenzaron a titularse señores de Vizcaya. Lógicamente, porque antes de esa fecha el señorío de Vizcaya no pertenecía a Castilla. Es cierto que antes de 1379 hubo algún rey que utilizó el título de señor de Vizcaya, pero lo usó como título de pretensión. En 1331, el rey don Alfonso XI de Castilla simuló la compra del señorío de Vizcaya a doña María Díaz de Haro, entonces religiosa en el monasterio de Perales (antes había sido señora de Vizcaya). En 1332, el rey comenzó a titularse señor de Vizcaya. En 1334, ocupó el señorío de Vizcaya, pero no pudo tomar los castillos que se mantuvieron leales a sus legítimos señores y los vizcaínos no le aceptaron como su señor. En 1335, el rey se vio obligado a hacer la paz con los vizcaínos, desocupó el señorío y dejó de usar el título de señor de Vizcaya.

A pesar de los muchos intentos que se hicieron por dominar el señorío de Vizcaya, nunca se consiguió someter a los vascos en el transcurso de la historia. Las pretensiones sin ningún éxito de los reyes astures por dominar los territorios vascos más occidentales fueron comparables a los intentos de los reyes visigodos del reino de Toledo por conquistar aquel territorio. Lo mismo sucedió con los reyes de Pamplona y los de Castilla en relación al señorío de Vizcaya, hasta que recayeron en el infante don Juan de Castilla los derechos sucesorios del señorío de Vizcaya en 1370. Nueve años después, coincidieron en la persona del rey don Juan I la Corona de Castilla y el señorío de Vizcaya. Entonces fue cuando se produjo la anexión o vinculación del señorío de Vizcaya a la Corona de Castilla y no antes, como se viene manifestando de forma reiterada en ensayos y tratados sobre la historia de España.

Mi discrepancia con la tesis que defiende Vaca de Osma reside en el origen de la polémica foral iniciada durante el siglo XVIII: los fueros de Vizcaya no surgieron como concesiones o privilegios otorgados graciosamente por ningún rey astur, navarro ni castellano. Mi buen amigo José Antonio Vaca de Osma piensa lo contrario, aunque albergo la esperanza de que emulando a don Juan Antonio Llorente, como hemos visto, cambie sabiamente de parecer.

El proceso de la unidad política se comenzó durante la Edad Media y quedó consolidado con los Reyes Católicos mediante los sucesivos pactos que realizó la Corona con los distintos territorios de España en el transcurso de la historia. Se podría decir que entonces se dieron los supuestos políticos de un Estado federal, porque esos territorios que se iban incorporando a la Corona de Castilla contaban con lo que hoy llamaríamos un poder constituyente originario. Pero una vez lograda aquella unidad política en el siglo XVI, con el paso de los siglos, España se convirtió en un Estado unitario centralizado y se fueron vulnerando aquellos pactos que dieron lugar al nacimiento de la soberanía española, o lo que es igual, al nacimiento de su unidad política. Pero 100 años después de la abolición de los fueros vascos, con el rey don Juan Carlos I, derogadas en la Constitución de 1978 las leyes de 1839 y 1876 que acabaron con la foralidad vasca, se puede afirmar que han sido restablecidos, con el nuevo Estado de las autonomías, a través de la voluntad popular, aquellos pactos que en su día hicieron los reyes de Castilla con los territorios vascos. José Antonio Vaca de Osma denuncia con acierto los gravísimos errores que se cometieron durante el siglo pasado. La abolición de los fueros afectó profundamente a las tradiciones y a los sentimientos de los vascos. Si no se hubieran cometido aquellos lamentables errores, hoy no existirían entre los vascos sentimientos nacionalistas. Los alaveses, los guipuzcoanos y los vizcaínos siempre se sintieron satisfechos vinculados a la Corona a través de los pactos que hicieron con los reyes. Porque así fue posible, hasta que comenzaron los recortes forales, la convivencia pacífica y la colaboración de los territorios vascos con el resto de España durante tantos siglos de historia común.

'MAKETOS' Y MOROS

Juan Aranzadi

EL PAÍS - 2 agosto 2000 - Nº 1552

Maketo es el término despectivo con el que Sabino Arana y los nacionalistas vascos de la primera mitad del siglo XX designaban a los numerosos inmigrantes atraídos al País Vasco por una acelerada y brutal industrialización. Mejor dicho, se llamaba maketos a los inmigrantes pobres, a los trabajadores de otras regiones de España que llegaron masivamente para ser explotados de forma inmisericorde por la burguesía vasca, pues nadie llamó nunca maketos a los europeos ricos que, al amparo del mismo proceso de desarrollo capitalista, se establecieron en tierra vasca y estrecharon vínculos empresariales y familiares con los nuevos ricos nativos de inmaculado apellido euskérico.

La ideología del nacionalismo vasco anterior a la guerra civil postulaba que la diferencia entre vascos y maketos era de carácter racial: para Sabino Arana, la "invasión maketa" amenazaba la pureza racial, religiosa y moral del pueblo vasco, que necesitaba, para poder preservarla, la independencia política que supuestamente había tenido hasta la abolición de los Fueros. La derrota del nazismo y el consiguiente descrédito político y científico del racismo y de las teorías raciales silenció, tras la Segunda Guerra Mundial, las pasadas apelaciones abertzales a una supuesta raza vasca diferenciada desde la prehistoria hasta hoy, hizo pasar a primer plano los planteamientos etnistas que enfatizaban y exageraban las diferencias lingüísticas y culturales entre euskaldunes y "españoles" y difuminó la inicial maketofobia racista bajo un antiespañolismo de carácter étnico-político. Aunque todavía reaparezcan ocasionalmente --bajo la cobertura científica de ambiguos y muy discutibles estudios de ciertos sociobiólogos y genetistas de poblaciones--confusas referencias al Rh negativo y a otras supuestas diferencias genéticas de los vascos--, lo cierto es que raza y racismo han dejado de ser hace tiempo ingredientes ideológicos importantes del nacionalismo vasco. Lo cual no priva de interés a la reflexión sobre la genealogía del racismo sabiniano y de la figura del maketo como paradigma del "otro" para el nacionalismo vasco.

Pues esa reflexión sobre los orígenes del maketo puede depararle una sorpresa a quien se indigna contra el racismo o el etnismo abertzale desde posiciones acríticas con el nacionalismo español. Suele creerse que el racismo ideológico-político (es decir, la discriminación jerarquizadora, en el terreno social y legal, entre distintos grupos humanos en virtud de sus supuestas características biológicas distintivas, supuestamente correlacionadas con sus capacidades intelectuales y morales) remite siempre necesariamente a teorías previas de carácter científico o pseudocientífico que constituyen su fundamento ideológico. El caso del racismo vasco, entre otros muchos que no vienen al caso, desmiente esa presunción y muestra que, de modo análogo a cómo son los nacionalismos los que crean las naciones (que no preexisten a aquellos), es el racismo el que crea las razas, unas razas que sólo llegan a adquirir reconocimiento científico como resultado a posteriori de la legitimación ideológica de una previa discriminación étnica.

Mucho antes de que Telesforo de Aranzadi ofreciera cobertura arqueológica, prehistórica y craneométrica a la "raza vasca" como descendiente in situ de la "raza pirenaica"; mucho antes de que una legión de antropólogos físicos europeos especularan sobre sus misteriosos orígenes y características; mucho antes de que Sabino Arana, sin conocimiento ni preocupación alguna por esos estudios antropológicos, fundamentara su ideología nacionalista sobre la raza y la religión de los vascos, la raza vasca era ya un constructor ideológico que había ido adquiriendo realidad social efectiva en el País Vasco desde el siglo XVI en virtud de una legislación foral que incluía algo muy parecido a una "ley de extranjería " calificada por Caro Baroja como "anticipo de leyes racistas". Tanto en Vizcaya y Guipúzcoa como en varias zonas de Álava y Navarra que conquistaron durante los siglos XV-XVI la hidalguía colectiva de todos sus pobladores, con los privilegios "igualitarios" consiguientes, se produjo un doble y complementario proceso socio-económico e ideológico.

Las condiciones ecológico-demográficas y la estructura socio-económica del País Vasco durante el Antiguo Régimen hicieron que la sociedad vasca fuera durante cuatro siglos una sociedad cerrada, condenada a una fuerte emigración y decidida a conservar su precaria cohesión y su privilegiada situación en el marco de la monarquía española mediante el expeditivo procedimiento de impedir el establecimiento en su territorio de quien fuera "extranjero", es decir de quien no fuera hidalgo, cristiano viejo y limpio de sangre, como todos los vascos lo eran según la legislación foral. Para los ideólogos del particularismo foral vasco, hidalguía colectiva equivalía a nobleza universal: el fundamento ideológico de que todos los vascos eran nobles era la postulación de su común genealogía desde Túbal, primer poblador de España, de quien toda nobleza procedía, y el modo de probar esa genealogía hidalga era probar la descendencia de una Casa-Solar en tierra vasca, puesto que en ella todos los Solares eran nobles.

La consecuencia, muy pronto sacada por los apologistas de los Fueros y de la nobleza universal vasca, no podía ser otra que la categorización del territorio vasco como un único Solar reivindicado como el origen de un único linaje, de una sola "gran familia" o de una sola parentela: en definitiva, como el suelo originario y nutricio de una comunidad de individuos y grupos vinculados entre sí por su descendencia de un tronco genealógico común, es decir, de una raza autóctona. Ése y no otro es el origen social e ideológico de la "misteriosa" raza vasca. Cuyo "otro" frente al cual se define aparece claramente dibujado en el modo como la legislación foral especifica las características del "extranjero" al que prohíbe instalarse en tierra vasca: el "otro" es aquel que no puede probar la limpieza de sangre que a todo vasco se le presupone por el mero hecho de haber nacido en tierra vasca; es decir, aquel que no puede probar su condición de cristiano viejo y resulta sospechoso de tener mezcla de sangre mora o judía, es decir, de pertenecer a una raza impura. Ésa y no otra es la genealogía de la figura del maketo: el moro y el judío (y por derivación, el español nacido fuera del País Vasco, en tanto que sospechoso de tener sangre mora o judía y de no ser por tanto ni noble ni cristiano viejo ni limpio de sangre).

Lo que hicieron los vascos de los siglos XVI a XIX fue convertir en criterio de discriminación étnica lo que para el resto de los españoles era un criterio estamental de jerarquización social: la posesión de nobleza, la probanza de hidalguía. Y las implicaciones racistas de la legislación foral que sancionaba esa temprana discriminación étnica entre vascos y no vascos no eran sino una derivación del fundamentalismo católico-racista, antisemita y antimusulmán, en cuyo marco surgió y se desarrolló, desde los Reyes Católicos hasta el franquismo, la identidad nacional española. La etnicidad española, la autoconciencia diferencial de la nacionalidad española tiene sus raíces en el mito de la Reconquista cristiana frente al islam "invasor" y en la unificación político-religiosa del pueblo español bajo una Monarquía Imperial Cristiana sobre la base de un nacional-catolicismo xenófobo, excluyente de moros y judíos. En España, cuya unidad y cohesión nacional se cimentó inicialmente sobre la expulsión de los judíos y moriscos, el antisemitismo y, sobre todo, la configuración del moro (tanto el árabe como el musulmán) como el "otro" paradigmático y el enemigo eterno, han sido siempre ingredientes básicos, más o menos dormidos o despiertos, de la identidad nacional.

Y hasta el siglo XIX, hasta que la abolición foral, la industrialización y la emigración transformaron radicalmente la sociedad vasca, la etnicidad vasca no era sino españolidad al cuadrado: tan españoles eran los vascos (tan hidalgos, tan viejos cristianos, tan puros de sangre, tan libres de mezcla con moros o judíos) que hasta los españoles no vascos les resultaban sospechosos de impureza y se les impedía por ello instalarse en tierra vasca.

Hasta que la supresión de esa "ley de extranjería" racista que eran los Fueros permitió la libre instalación de españoles "impuros " en tierra vasca y provocó que los tradicionalistas vascos, convertidos en nacionalistas antiespañoles, estigmatizaran esa emigración como "invasión maketa", causante del aumento de criminalidad, la degeneración moral y el incremento de conflictividad en la sociedad vasca. Unas quejas que vuelven a oírse un siglo después en España, pero referidas ahora a moros, negros y demás extranjeros pobres, y salidas de bocas de españoles cuyos parientes quizá fueron estigmatizados, hace sólo una o dos generaciones, como maketos en el País Vasco. La reciente coincidencia de las declaraciones de Arzalluz sobre los "emigrantes", del pogrom racista de El Ejido contra los moros de origen marroquí y del incremento de la xenofobia en la Ley de Extranjería, sugieren que el común síndrome racista de nacionalistas vascos y nacionalistas españoles no es, en modo alguno, cosa del pasado.

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