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Guerras Celtibéricas y Lusitanas

(comp.) Justo Fernández López

España - Historia e instituciones

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Las guerras celtíberas y lusitanas

Una de las tribus más belicosas de la Península Ibérica era la de los lusitanos, pueblos de origen celta que ocupaban las tierras del actual Portugal y las provincias españolas actuales de Extremadura y Castilla. La zona interior lusitana era esencialmente ganadera, pero la escasez de alimentos los empujaba a hacer incursiones en el fértil valle del Guadalquivir. Contra los romanos emplearon la táctica de las guerrillas: pequeños grupos de guerreros hostigaban a las legiones romanas.

La conquista de la meseta central de la Península les costó mucho a los romanos debido a los accidentes geográficos. A esto hay que añadir el escaso nivel de desarrollo de los pueblos, que veían con hostilidad el modelo de civilización romana. Las guerras fueron durísimas y de los enfrentamientos con los romanos hay que destacar dos: la guerra de guerrillas de Viriato y la heroica resistencia de la ciudad de Numancia.

Viriato fue un caudillo lusitano que mantuvo en jaque a los romanos gracias a la utilización de la guerra de guerrillas. Terminó asesinado en 139 a.C. por varios de sus capitanes sobornados por los romanos con la promesa de tierras y privilegios, su derrota abrió a Roma el oeste peninsular.

En Numancia los celtíberos presentaron una resistencia feroz ante el sitio de los romanos. Publio Cornelio Escipión sitió la ciudad y sus habitantes prefirieron destruirla y suicidarse antes que caer en manos de los enemigos, era el año 133 a.C.

las guerras lusitanas – viriato el azote de roma

La Guerra lusitana fue un conflicto armado entre la República romana y unas tribus de la Hispania Ulterior conocidas como los lusitanos que tuvo lugar entre 155-139 a. C. Los lusitanos se rebelaron contra Roma en dos ocasiones (155 a. C. y 146 a. C.), siendo al final pacificados.

La época de las Guerras Lusitanas coincide cronológicamente con la de las Guerras Celtibéricas. Pero por el escenario de las operaciones, hay que verlas como acontecimientos independientes. Las Guerras Lusitanas se desarrollaron en territorio propiamente lusitano solo a partir de finales del año 139 a.C., en el que muere el caudillo lusitano Viriato. Hasta entonces, las luchas se desarrollaron entre lusitanos y sus aliados contra los romanos en diversas zonas del sur de la Península Ibérica.

El territorio lusitano prerromano tenía sus límites entre el Duero y el Tajo. En el sur de Portugal habitaba el pueblo de los cuneos o cunetes, que en forma de bandas armadas devastaban la Hispania Ulterior.

Lusitania era la zona de la Península que más tiempo resistió el empuje invasor de Roma. El 154 a.C., Púnico, caudillo de los lusitanos, ayudado por los vettones, causa grandes pérdidas al ejército romano y ataca a la población costera entre Cádiz y Almuñécar. Terminó con la paz de más de veinte años lograda por el anterior pretor Tiberio Sempronio Graco. Púnico obtuvo una importante victoria frente a los pretores Manilio y Calpurnio.

Muerto Púnico, Caisaro tomó el relevo de la lucha contra Roma y venció a las tropas romanas el año 153 a.C., arrebatándoles sus estandartes, que mostró triunfalmente al resto de los pueblos ibéricos como prueba de la vulnerabilidad de las tropas romanas. Los vetones y los celtíberos se unieron a la resistencia contra los romanos y saquearon las costas mediterráneas, desplazándose hacia el norte de África.

Los lusitanos se convirtieron en pesadilla para los romanos en la provincia Ulterior. Púnico y Caisaros destrozaron un enorme contingente de enemigos, provocando en la provincia un absoluto caos. Pretores y cónsules agotaron a sus tropas combatiendo contra las bandas lusitanas que, como fantasmas, aparecían y desaparecían como por ensalmo.

Llegan a Hispania dos nuevos cónsules: Quinto Fulvio Nobilior y Lucio Mumio. Los lusitanos desplazados a África fueron derrotados en Okile (Arcila, en Marruecos) por Mumio, que les forzó a aceptar un tratado de paz. La pobreza de los territorios habitados por los lusitanos los impulsaba a luchar en bandas de guerrilleros que asaltaban la provincia de la Hispania Ulterior.

En 151 a. C. le fue encomendado el gobierno de la Hispania Ulterior al pretor Servio Sulpicio Galba, un cruel y despiadado general. Galba unió sus tropas a las del cónsul Lúculo. Atacó a los rebeldes lusitanos en los confines de Andalucía y Extremadura, pero derrotado tuvo que retirarse a sus cuarteles de invierno en Conistorgis. En la primavera de 150 a. C. entró nuevamente en la Lusitania y asoló su país. Los lusitanos enviaron una embajada recriminando la violación del tratado que habían hecho con Atilio, y prometían observar los términos del acuerdo con fidelidad. Galba recibió a los embajadores lusos amablemente, y lamentó lo ocurrido y les prometió tierras en las que podrían instalarse con sus familias. Cuando se presentaron los lusitanos a recibir lo que les había prometido, Galba les exigió que le entregaran las armas en señal de amistad, y rodeándolos con su ejército, los mandó masacrar: 9.000 fueron acuchillados y 20.000 vendidos como esclavos a las Galia (150 a.C.). Entre los que pudieron escapar se encontraba el caudillo lusitano Viriato que más tarde se vengaría de esta traición y devolvería el golpe convertido en caudillo militar de su pueblo.

El 147 a. C., el nuevo líder lusitano Viriato reunió a las tribus lusitanas de nuevo e inició una guerra de guerrillas contra los romanos, sin presentarles batalla en campo abierto. Infligió numerosas derrotas a las temibles legiones romanas, valiéndose de estratagemas. La táctica de guerrillas desconcertaba a las mentes cuadriculadas de los jefes romanos, acostumbrados a combatir a campo abierto, midiéndose las fuerzas cuerpo a cuerpo. La movilidad de las tropas de Viriato, que aprovechaba su amplio conocimiento del terreno, hacía imposible a los romanos obtener alguna victoria sobre los lusitanos.

Gracias a su guerra de guerrillas, Viriato sostuvo una guerra de ocho años contra las tropas romanas, llegando a dominar más de la mitad de la Península Ibérica. Varios cónsules y pretores fueron vencidos o muertos en alguno de los combates, como es el caso del pretor Cayo Vetilio en la batalla de Tribola (147 a.C.). Con esta victoria, Viriato se hizo dueño de toda la provincia Ulterior. Su fama se extendió por toda la Celtiberia, donde llegó a ocupar la ciudad de Segobriga (cerca de Saelices, Cuenca).

Antes de Viriato, los lusitanos lucharon contra los romanos de forma desordenada, en pequeñas bandas. Viriato consiguió que todas las tribus lucharan bajo su mando por un objetivo común: la expulsión de los romanos de las tierras lusitanas.

En el 146 a.C. termina la Tercera Guerra Púnica y los romanos disponían ahora de mayores recursos bélicos para enviar refuerzos a Hispania. Viriato ya no era para la República romana un reyezuelo levantisco. Con los nuevos refuerzos llegados a la Península, los romanos pudieron repeler durante dos años a los lusitanos e incluso infligirles varias derrotas. Viriato se vio obligado de atrincherarse en Tucci (Martos, Jaén). En el 143 a.C. volvió a desplegar una ofensiva contra los romanos, recuperando el terreno perdido. Pero dos años más tarde, un miembro de la familia de los Escipiones, Quinto Fabio Máximo Serviliano, desató una contraofensiva, pero con escaso resultado.

En el año 140 a.C., Viriato tuvo en sus manos el poder aniquilar el ejército de Serviliano, pero sus tropas habían mermado y estaban ansiosas de paz y Viriato ofreció la paz al enemigo. Los romanos, sabiendo que no podían derrotar al caudillo lusitano, firmaron un tratado de paz, que reconocía la independencia de Lusitania, cosa que no gustó mucho al Senado romano. Viriato ponía como condición que los romanas respetaran el límite que separaba los dominios de unos y otros. Roma seguía sin tener dominio alguno sobre la mayor parte de las tierras que más tarde constituirían la Provincia Hispania Ulterior Lusitania, a excepción de El Algarve. Viriato es reconocido como amicus populi romani, toda una distinción, y Lusitania como territorio independiente. Según el historiador alemán Mommsen, viriato fue reconocido incluso como rey.

Pero un año más tarde, Roma se recupera de sus derrotas militares en Hispania y envía a un nuevo procónsul para la provincia Ulterior, Quinto Servilio Cepión, cuya primera medida fue romper el pacto llevado a cabo poco antes entre Viriato y su predecesor. Cepión, con un enorme contingente militar, pone cerco a las posesiones lusitanas y obliga a Viriato a retroceder hacia el interior de Lusitania. Viriato, queriendo conseguir una paz honrosa para su gente, envió a tres de sus lugartenientes al campamento de Cepión. El procónsul romano, en vez de negociar, ofreció a los emisarios de Viriato tierras y dinero si le conseguían la cabeza de Viriato. Los tres emisarios aceptaron, cumplieron su misión. El año 139 a.C., Viriato era asesinado por sus propios lugartenientes, sobornados por Roma, mientras dormía en su tienda. Los traidores se presentaron nuevamente ante Cepión para comunicarle que habían cumplido su parte del pacto y reclamarle el dinero y las tierras prometidas por el romano. Dice la leyenda que el general romano los miró con desprecio y les espetó: «Roma no paga a traidores».

Con el mismo desprecio trató Roma al infame Cepión, negándole el triunfo y los honores al regresar a Roma. Mientras que a Viriato se le organizó un magnífico funeral y su cadáver fue quemado ritualmente.

Parece que Viriato se había casado con la hija del rico lusitano Astolpas.  Entre Viriato y su suegro había tensiones y poco después se produce el asesinato de Viriato. Roma siempre se había apoyado en las oligarquías indígenas a cambio de la protección de sus intereses. No es, pues, descabellado pensar que Astolpas u otros lusitanos de las elites locales hubieran terminado pactando con Roma, cuando calcularon que obtenían protección más segura que de un agotado Viriato.

Con la muerte de Viriato desaparece también la última resistencia organizada de los lusitanos, y Roma continuaría adentrándose en la Lusitania. La caída de Lusitania dejó el camino abierto para el general romano Décimo Junio Bruto, que se interna hasta la inexplorada Gallaecia. La conquista de Talobriga, el último reducto lusitano, supuso el fin de la guerra y la anexión total de la zona.

Con el fin de las Guerras Lusitanas, todo el nuevo territorio conquistado al sur del Duero quedó como propiedad del Estado romano y su población sometida al pago de un impuesto regular del 5 por ciento por el uso de la que antes era su tierra.

Viriato fue un caudillo carismático. Era un hombre austero, justo y sin ningún afán de riqueza. Comía y dormía como los soldados y repartía el botín entre todos de forma equitativa.

Viriato quedó durante siglos en la memoria hispánica como el referente heroico de la resistencia sin tregua con el invasor. La leyenda presenta a Viriato como un humilde pastor de ovejas y cabras. Otras leyendas lo presentan como un cazador que se convirtió más tarde en bandolero. Lo que está probado es que Viriato tenía cualidades como estratega militar, de lo que se deduce que tuvo que tener una instrucción castrense en el seno de alguna elite guerrera de alguna tribu lusitana o pertenecer a la clase aristocrática dominante.

La guerra contra los pueblos celtíberos

A lo largo de los siglos III y II a.C. tuvieron lugar enfrentamientos bélicos entre la República romana y los distintos pueblos celtíberos de la zona media del Ebro y de la meseta superior. Fueron luchas de desigual duración, en las que alternaban los pactos con los asedios y las batallas.

Las nuevas revueltas hispanas fueron ocasionadas siempre por la rapacidad o por la crueldad de los dominadores. La guerra celtibérica fue iniciada por la crueldad con la que Catón había tratado a las tribus de la Península. El centro de la Península se alzó en armas contra los invasores. Los lusitanos enviaron fuerzas al Tajo.

En el año 180 a.C., Tiberio Sempronio Graco fue nombrado pretor de la Hispania Citerior, con objeto de continuar la primera guerra celtíbera para la pacificación y romanización de las tribus celtibéricas. Graco logró someter a varias tribus celtíberas, con las cuales firmó tratados que permitieron cerda de veinticinco años de paz (178-154 a.C.), durante los cuales, no obstante, los abusos de los gobernantes romanos fueron extraordinarios.

Durante su mandato (180-79 a.C.), el pretor Tiberio Sempronio Graco supo administrar las victorias contra los celtíberos y logró estabilizar las fronteras romanas en Hispania: las provincias Citerior y Ulterior. Fuera de las fronteras de estas provincias quedaban las tribus fronterizas: los várdulos (al norte del Ebro), los vacceos (entre el Ebro y el Duero) y los vetones (desde el Duero al Guadiana). El Guadiana constituía la frontera entre la provincia Ulterior y Lusitania.

Graco logró que todo el país se sometiera tras sucesivas victorias romanas e impuso condiciones de paz poco onerosas: los vencidos debían reconocer la soberanía de Roma, y Roma respetaba la vida social y administrativa del país; los vencidos deberían pagar un moderado tributo y procurar soldados mercenarios; quedaba prohibido a los vencidos construir en sus pueblos y ciudades nuevos muros defensivos. Este tratado fue suscrito incluso por los indómitos arévacos, cuya capital era Numancia.

Durante el año en que Graco permaneció en Hispania, levantó el asedio de Carabis que había sido atacada por celtíberos no sometidos y derrotó a los sublevados cerca de Complega. Poco a poco fueron sometidos todos los celtíberos y después demostró que él era tan capaz en la administración pacífica de su provincia, como lo había hecho antes al frente de sus ejércitos. Sus medidas políticas también fueron beneficiosas por el dominio romano de la provincia. Los indígenas conseguían el derecho a recibir tierras y el ingreso en las fuerzas auxiliares romanas a cambio del pago de tributos y la renuncia a fortificar sus ciudades. La ciudad de Ilurcis fue renombrada como Graccurris (Alfaro).

Después de la marcha del pretor Tiberio Sempronio Graco, los acuerdos firmados con los pueblos celtíberos permitieron una convivencia pacífica durante veinticinco años. Esta convivencia fue turbada en el 153 a.C. por la sublevación de los celtíberos, que corrió paralela a la de los lusitanos, al ser invadida la provincia Ulterior por un poderoso ejército lusitano al mando de Púnico, que asaltó varias ciudades e incluso antiguas colonias. Los éxitos de Púnico contagiaron a las tribus celtíberas de los belos, titos y arévacos, que comenzaron a planear una rebelión contra los romanos. La insurrección se extendió hasta los territorios del interior peninsular.

Los tratados de paz conseguidos por Graco fueron rotos por los belos de la ciudad de Segeda (Belmonte), su capital, situada en el centro de Celtiberia, junto al río Jalón. Los celtíberos decidieron amurallar su ciudad, rompiendo los acuerdos establecidos por Graco cinco lustros antes, según los romanos. Pero, según los belos, el tratado de Graco prohibía construir murallas en ciudades nuevas, no en las antiguas, y Segeda era una ciudad antigua. Roma no admitió este argumento y declaró la guerra a celtíberos y lusitanos.

Roma preparó cuatro legiones y eligió a dos generales: para la Citerior a Quinto Fulvio Nobilior, y para la Ulterir a Lucio Mumio. Por parte de los celtíberos, se aliaron los belos, titos y arévacos para combatir en la frontera Citerior, mientras que los lusitanos seguían atacando la frontera Ulterior. Los celtíberos tenían como base la ciudad de Numancia, fortaleza de los arévacos, situada en la confluencia del Duero y el Merdancho.

A primeros del año 153 a.C., los romanos comenzaron a desplegar sus tropas por las dos provincias hispanas. Los belos abandonaron momentáneamente su capital, Segeda y buscaron refugio en la tierra de sus hermanos los arévacos. Los arévacos resistieron al cónsul Fulvio Nobilior, causándole grandes pérdidas. La ciudad de Numancia, cerca del Duero, capital de los arévacos, se atrevió a acoger a los segedanos dentro de sus muros.

Entonces Nobilior decidió atacar Numancia. Los celtíberos alternaban la guerra de guerrillas con retiradas tácticas al interior de sus ciudades amuralladas. Quinto Fulvio Nobilior intentó sitiar Numancia con tropas reforzadas por caballería y elefantes, pero fracasó en su empeño de tomar la ciudad.

Le sucedió en el mando Claudio Marcelo, que acampó también frente a Numancia. Logró una paz con los numantinos, que, aunque muy discutida en Roma, permitió una tranquilidad que duró hasta el 143 a.C.

Del 151-150 a.C., asumió el mando de la Citerior el cónsul Lucio Licinio Lúculo y confió el de la Ulterior al pretor Servio Sulpicio Galba. Cuando Lúculo llegó a la Citerior, quedó sorprendido al ver que las tribus belas, arevacas y titias estaban completamente apaciguadas por los tratados de Claudio Marcelo, lo que le privaba de conseguir victorias y un ansiado botín. Ante la alternativa de volver a Roma con un mensaje de la paz en Hispania y la de provocar las hostilidades de las tribus celtíberas, Lúculo se decidió por esta última: se internó en territorio de los vacceos, que no habían tenido nada que ver con la guerra anterior, y se posicionó en Cauca (Coca), una de las principales ciudades vacceas. Se produjo una cruel batalla a las puertas de Cauca con la muerte de 3.000 guerrileros vacceos. El resto de los guerrilleros se refugió en la ciudad para negociar una paz, que les fue impuesta bajo duras condiciones. Cuando abrieron las puertas de la ciudad para permitir el paso de las legiones, los romanos se lanzaron sobre los atónitos ciudadanos de Cauca, cometiendo una vergonzosa traición. Asesinando cobardemente, después de que habían aceptado la paz, a cerca de 30.000 personas, la casi totalidad de la población, incluidos ancianos, mujeres y niños. La campaña de Lúculo fue la más calamitosa y sanguinaria del siglo II a.C. Los propios romanos reconocieron esa masacre como una infamia y vergüenza para Roma.

En la Ulterior, Galba hizo otro tanto con los lusitanos. Les había prometido tierras si se sometían y entregaban las armas, pero cuando lo hicieron, los acuchilló bárbaramente y vendió en las Galias como esclavos a millares de prisioneros.

Tan odiosa traición provocó la sublevación en masa de toda Lusitania, donde Viriato, escapado de la matanza, dirigió la guerra contra los romanos, que durante ocho años (147-139 a.C.) fue la pesadilla de Roma. En el 145, Viriato solicitó la ayuda de los celtíberos contra el cónsul Máximo Emiliano y renovó la lucha contra Roma. Numancia volvió a ser el centro de la resistencia, que duró desde 143 a 133.

Quinto Cecilio Metelo atacó a los belos y tomó varias ciudades. Quedaban solo por conquistar los ticios y arévacos, son sus importantes ciudades: Numancia y Termancia.

Meses más tarde, se hizo cargo de la dirección del ejército romano Quinto Pompeyo Aulo. Tomó la fuerte Manlia, pero no logró conquistar Termancia porque los ticios le infringieron una sangrienta derrota. Pompeyo reorganizó sus tropas para dirigirlas contra Numancia, pero solo consiguió de los arévacos una tregua, que Roma no aceptó. El Senado desautorizó al firmante y envió a Marco Popilio Lenas y luego al cónsul Hostilio Mancino, que fue derrotado por Numancia, copado en la retirada y tuvo que rendirse con 20.000 soldados (137). Fiados en la palabra de Tiberio Graco, los numantinos dieron la libertad a los prisioneros baja la condición de que se respetaría su autonomía. Mancino tuvo que firmar una paz deshonrosa. Vuelto a Roma, Publio Cornelio Escipión Emiliano, el destructor de Cartago, se opuso a que el Senado romano reconociese la capitulación ante los numantinos, la más humillante que había firmado Roma y el Senado romano consideró la firma de paz de Mancino un ultraje, ordenando a Mancino entregarse a los numantinos como prueba de aquello había sido una derrota y no una rendición. Mancino fue enviado desnudo y con las manos atadas a las puertas de Numancia. Los celtíberos no quisieron saber nada de él. Al volver a Roma, el cónsul Mancino perdió la ciudadanía.

Numancia seguía en pie, resistiendo a todos los ataques. Los legionarios romanos se estrellaban en sus muros sin poder conquistarla. El asedio de Numancia costó miles de muertos a Roma, que en 137 a.C., con la miserable actuación del cónsul Mancino quedó en ridículo. En los tres años siguientes, tres cónsules (Lépido, Filón y Pisón) demostraron su incapacidad militar contra los celtíberos. El problema ya duraba veinte años y los romanos solo habían cosechado derrotas y humillaciones. El Senado romano decidió que había que acabar de una vez con la guerra contra los celtíberos.

La rebelión generalizada de los celtíberos y de los lusitanos había creado dos estados de opinión en el Senado romano: el encabezado por Marco Claudio Marcelo, partidario de negociar con los sublevados y recuperar la política conciliadora de Sempronio Graco, y los defensores de una acción militar enérgica, encabezados por Publio Cornelio Escipión Emiliano, de la saga de los Escipiones. En el Senado prevaleció la idea de afirmar el poder del ejército de Roma, menoscabado en los últimos años por las sucesivas e intermitentes acciones hostiles de los celtíberos.

Roma, dispuesta a terminar de una vez con Numancia, envió a Hispania a Publio Cornelio Escipión Emiliano Africano Numantino (en latín, Publius Cornelius Scipio Aemilianus Africanus Numantinus) (185-129 a.C.), más conocido como Escipión el Joven y también Escipión Africano Menor. Escipión dedicó algún tiempo a preparar su ejército, restauró la disciplina y entrenó a sus legionarios con trabajos y marchas pesadas. Se encaminó a Numancia, pero no lo hizo directamente. Traspasó el Ebro, bajó por el desfiladero de Pancorbo hacia Burgos y Palencia, hasta llegar al Duero, y remontó el río para dirigirse hacia Numancia desde el Oeste. Este rodeo le permitió devastar a los vacceos para privar de alimentos y suministros a los numantinos y, al mismo tiempo, abastecer a sus propias tropas. A Escipión acompañaban personajes que luego se haría famosos: Cayo Mario, Cayo Graco, Yugurta con sus tropas númidas; así como gran número de escritores e intelectuales, entre ellos Lucilio y el historiador Polibio.

Los celtíberos no disponían de un mando único para enfrentarse a los romanos. Se encerraron en sus ciudades amuralladas. Los romanos tenían que conquistar una a una estas fortalezas, ellos que estaban acostumbrados a batallas en campo abierto, donde en la lucha cuerpo a cuerpo ganaba el más fuerte. Los ataques improvisados de los celtíberos, su guerra de guerrillas, les hacían mucho daño. Los celtíberos defendían sus ciudades con verdadero heroísmo. Muchos romanos se negaron a participar en las expediciones a Hispania por la fama de feroces que tenían las tribus nativas.

Al llegar a la zona, Escipión se encontró con la sorpresa de miles de legionarios abandonados a la molicie, cuarteles llenos de mercaderes y prostitutas. Ante la indisciplina del ejército, rehuyó el combate, salvo escaramuzas menores, y emprendió una guerra metódica, saqueando primero a los bacheos, privando a la ciudad del suministro de alimentos. Escipión se dio cuenta de que el río Duero era el cauce por el que Numancia recibía ayuda del exterior. Para doblegar a los arévacos, llegó a bloquear y desviar el curso del Duero, a fin de impedir la llegada de pertrechos por vía fluvial a los sitiados. Cortó todo paso por el río y montó torres de vigilancia para evitar todo suministro de alimentos a los cerca de 10.000 numantinos. Dispuso un complejo sistema de asedio: circunvalación del lugar con un perímetro fortificado de unos 9 km, formando por una empalizada, un muro defensivo y siete campamentos.

Los numantinos esperaban el ataque final de los romanos, pero Escipión tenía otro plan: rendir Numancia por el hambre. Los numantinos aguantaron meses, hasta que la hambruna y las enfermedades causaron centenares de muertos, que eran devorados por sus congéneres.

Escipió negó toda negociación de paz, convencido de que su táctica le llevaría a la victoria. Los numantinos enviaron negociadores, pero Escipión solo aceptaba la rendición incondicional. Cuando Escipión envió de nuevo embajadores para exigir la rendición, los numantinos los asesinaron: resistirían hasta el final. Pero cualquier salida de las murallas era detectada por las torres de vigilancia sobre el Duero que habían instalado los romanos. Escipión Emiliano esperó pacientemente, hasta que los romanos vieron salir negras columnas de humo de la ciudad. Los romanos se acercaron a las puertas de Numancia sin ser atacados, entraron en la ciudad y se encontraron con una escena dantesca: cadáveres putrefactos, guerreros muertos a manos de sus compañeros, niños famélicos buscando a sus padres. Era el espectáculo de una ciudad que durante veinte años de lucha solo había podido ser conquistada por el hambre y la sed.

Fue así como el hambre y las epidemias terminaron con la resistencia de Numancia en el año 133 a.C. Los pocos supervivientes fueron vendidos como esclavos y la ciudad arrasada, cosa que algunos senadores romanos calificaron como acto de barbarie por haber sido ejecutado sin el consentimiento del Senado.

Las tierras de los numantinos fueron repartidas entre las poblaciones vecinas que no habían participado en las guerras celtíberas, como las tribus de los pelendones.

Escipión Emiliano se llevó a 50 de los principales habitantes de Numancia a Roma como prueba de su triunfo. Emiliano recibió el sobrenombre de Numantino además del de Africano. Y las expresiones “defensa numantina”, “resistencia numantina” y “guerra numantina” pasaron a ser parte del acervo lingüístico castellano para expresar ‘tenacidad hasta el límite, a menudo en condiciones precarias’.

Caída Numancia, quedó pacificada toda la Celtiberia. En el 133 a.C. se daba por terminado el largo conflicto. Celtiberia era una nueva conquista de Roma.

A mediados del siglo II a. C, el Senado romano defendía una política del más crudo imperialismo. En Italia, las clases dominantes se habían ido adueñando de las mejores tierras que empezaron a explotar valiéndose de la mano de obra esclava. Los productos agropecuarios se abarataron por la producción de estas tierras y los pequeños campesinos tenían dificultades para vender sus productos, por lo que tenían que vender sus tierras y emigrar a las ciudades en busca de nuevas formas de vida. El alistarse en los ejércitos que emprendían campañas de conquista era una salida. Las guerras de conquista abrían nuevos mercados, proporcionaban abundante botín y el ejército aumentaba la demanda de equipamientos. Si Roma hubiera adoptado desde un principio su papel de potencia colonizadora, en vez de explotadora, se hubiera ahorrado muchos sacrificios de vidas humanas.

Después de Numancia puede considerarse terminada la resistencia hispánica contra los romanos, aunque seguirán retoñando con cierta frecuencia algunos brotes de insurrección. La actuación del romano Sertorio en la Península, durante la primera guerra civil de Roma, desató una lucha importante contra los romanos. Y todavía en tiempos del emperador Augusto tuvo que venir a Hispania el general Agripa a dominar la larga sublevación de los eternos insumisos cántabros y satures (26-19 a.C.).

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