Hispanoteca - Lengua y Cultura hispanas

 

Tartessos - Mito e historia

(comp.) Justo Fernández López

España - Historia e instituciones

www.hispanoteca.eu

horizontal rule

Tartessos entre la historia y el mito

Tartessos se asocia siempre con un reino de fabulosas riquezas que, al parecer, existió en el suroeste de la península Ibérica durante la primera mitad del I milenio a.C.

Las primeras noticias que a él se refieren se remontan a fuentes griegas y romanas, tales como las de los escritores Estesícoro, Éforo, Esteban de Bizancio, Heródoto, Plinio y Rufo Festo Avieno en su obra Ora maritima. El país de los tartesios es citado en numerosas fuentes históricas siempre como pueblo rico y rebosante de esplendor. Heródoto escribe en el siglo V a. C., que Tartessos era emporio de gran riqueza más allá de las Columnas de Hércules.

Arqueológicamente se hace muy difícil su constatación, ya que no ha dejado restos de importancia que identifiquen claramente ni su territorio ni si tuvo una ciudad rectora del mismo, teoría que el arqueólogo Adolf Schulten (1870-1960) defendió y que se ha buscado en Sevilla, Huelva y Cádiz, especialmente en la desembocadura de los ríos.

La imagen que nos dejaron las fuentes griegas y romanas es la de un mundo tartésico envuelto en la leyenda. Las fuentes antiguas hablan del rey Argantonio (670-550 a.C.), el último representante de la dinastía regia y el único rey documentado históricamente.

«Tartessos es la única civilización ibérica que tiene el privilegio de estar incluida en el mito y que además es Historia», comenta Carmen Aranegui. Para los griegos Tartesos era el extremo del Occidente y tenía carácter mítico. Según la leyenda transmitida por las fuentes clásicas, Tartessos tuvo numerosos reyes: Gerión, ser de tres cabezas que luchó con Hércules; su nieto Norax, que llegó hasta Cerdeña; Gárgoris, descubridor de la miel y fundador de otra dinastía; su hijo adoptivo Habis, legislador y descubridor de la agricultura; Argantonio, el que más visos de historicidad posee y cuya fama se debe a que durante su longeva vida (segunda mitad siglo VII a.C.-primera mitad del siglo VI a.C.), viajó hasta allí el navegante Kolaios de Samos, el cual a su vuelta a Grecia dio a conocer las fabulosas riquezas de la zona, inaugurando así una breve pero próspera época de relación comercial entre los griegos de Fócida y los tartesios.

Los hallazgos de numerosísimos objetos, como los tesoros de La Aliseda y Carambolo, en necrópolis y poblados que han sido descubiertos y excavados, confirman la existencia de una cultura denominada tartésica en alusión a las fuentes clásicas.

El territorio tartésico, en el suroeste peninsular, va desde el valle del Guadalquivir, incluyendo las provincias de Sevilla, Huelva y Córdoba, y se extiende hacia territorio portugués y extremeño.  «No hay que restringir el concepto de Tartessos al valle del Guadalquivir, hay que contemplar también Portugal y Extremadura.» [íd.]

En la civilización que alcanzó su desarrollo cultural e industrial a partir del siglo IX antes de Cristo al entrar en contacto con los fenicios, Cádiz jugó un papel fundamental como «la gran ciudad del entorno tartésico, la metrópoli de Tiro en el Atlántico, lo que propició una incorporación de rasgos orientales a Tartessos. La arquitectura, el trabajo de los metales y la escritura son ejemplos de esta asimilación. El encuentro con los fenicios que buscaban la plata de los yacimientos tartésicos hizo aparecer un mercado internacional.» [íd.]

Lo que hoy sabemos al margen de la leyenda es que los tartesios explotaron las minas circundantes de cobre y plata, controlando el estaño del noroeste peninsular, minerales todos ellos demandados por los comerciantes fenicios establecidos en las costas y, más adelante, por los griegos en una dura competencia.

El esplendor económico y cultural de esta civilización se debía a su gran riqueza en recursos naturales (agricultura, ganadería, pesca y minería) y a sus relaciones comerciales con los pueblos del Mediterráneo (en Europa y África). Su riqueza por excelencia fueron los metales: el oro, la plata, el estaño y el bronce que ya extraían en el s. X a.C. De hecho Tartessos se convirtió en el principal proveedor del Mediterráneo de bronce y plata. Importantes socios comerciales fueron los fenicios que en el s. VIII a.C. establecieron factorías comerciales en las costas, dentro del territorio de Tartessos, como eran Gadir (Cádiz), Abdera (Adra, Almería) y Sexi (Almuñécar, Granada). También los griegos mantuvieron relaciones comerciales con Tartessos. Eforo, Aristófanes y Estrabón citan a Tartessos como tierra rica en recursos marinos y terrestres y centro de contratación de plata y metales.

El mundo tartésico es de gran riqueza y revela el gusto por la ostentación y el arte oriental a través de vajillas y las joyas. En 1958 se encontró en El Carambolo (municipio sevillano de Camas) la joya de Argantonio, rey tartésico: el ajuar de oro. El tesoro de El Carambolo consta de 21 piezas (16 placas, dos pectorales, dos brazaletes y un collar). Se conserva un conjunto de joyas del siglo VII a.C.

A partir del Bronce Final IIIB, ca. 950-925 a.C., hacen su primera aparición las colonias fenicias en el litoral andaluz. Blázquez rechaza la identificación de Tarsis de la Biblia con Tartessos y restringe las fuentes a las griegas de los siglo VII y VI a.C.: Herodoto y la Ora Marítima o periplo de Avieno.

La investigación más reciente está ayudando a mejorar la visión de la etapa final tartésica, pero siguen ocultos sus orígenes y formación. El problema radica en que si se quiere definir las raíces de la cultura tartésica desde la perspectiva del Bronce Final II y IIIA, hay que tener en cuenta el impacto aculturador fenicio y griego en la formación de la cultura de Tartessos. Para investigar los orígenes de esta cultura hay que partir de una perspectiva autoctonista.

A pesar numerosas descripciones pormenorizadas, la capital de Tartessos aún no se ha encontrado, ya que la geografía de la zona ha cambiado mucho en estos 3000 años. Tartessos era una sociedad muy urbana con numerosas ciudades a lo largo de la ribera del Guadalquivir.

A partir de las excavaciones arqueológicas se ha dividido la cultura tartésica en dos periodos: Uno llamado geométrico, que coincide con el bronce final y abarca desde el 1200 al 750 a.C. y un segundo llamado orientalizante, que es cuando la cultura tartésica se empapa de elementos orientales provenientes principalmente de los contactos con fenicios y griegos y que coincide con la I Edad del Hierro y abarca desde el año 750-550 a.C.

Fin de Tartessos

Heródoto escribe sobre el rey Argantonio ("Hombre de plata") último rey de Tartessos que reinó entre los años 630-550 a.C. En estos escritos menciona su incontable riqueza, sabiduría y generosidad y escribe sobre sus amigables relaciones con los griegos focenses. Las fuentes antiguas destacan su riqueza, pacifismo, longevidad y hospitalidad.

Según Heródoto, Argantonio tenía relaciones amistosas con los griegos focenses. Cuando las ciudades jonias de Asia Menor estaban amenazadas por el imperio persa, Argantonio propuso a los focenses que se establecieran dentro de su territorio, lo que estos no aceptaron. Argantonio les envió 1500 kilos de plata para que reforzaran las murallas de Focea, su capital en la actual Turquía. Pero los griegos no pudieron frenar la expansión persa, y Focea fue tomada y destruida sobre el año 540 a.C., diez años después de la muerte de Argantonio.

La política de amistad Argantonio con los griegos focenses molestaba a los fenicios, que competían con los griegos en el monopolio del comercio con Tartessos. Las mejores ciudades del reino tartesio estaban habitadas por los fenicios. Al caer su capital Tiro en el 580 a. C. en manos babilonias la ciudad fenicia de Cartago se independizó y se convirtió en la capital del Estado púnico. Cartago orientó ahora su comercio con occidente. Con una poderosa armada se convirtió en la primera potencia económica y militar en el Mediterráneo occidental. A partir del 580 a. C. el comercio de Tartessos no era ya con los fenicios de Tiro, sino con los púnicos de Cartago, que dependían en gran medida de las riquezas minerales de estas tierras.

Tras la batalla naval de Alalia en la que etruscos y cartagineses vencieron a los griegos, queda cortada la ruta griega hacia Iberia y el comercio de los focenses con Tartessos. Tras la muerte del rey  Argantonio en el 550 a.C., desaparecen todos los datos concretos sobre la monarquía de Tartessos de forma tan abrupta. Como aún no se ha encontrado la capital del reino de Tartessos, no sabemos si el reino desapareció porque sus ciudades fueron totalmente destruidas por los cartagineses.

La derrota de los griegos privó a los tartesios de sus aliados y los dejó expuestos a los ataques púnicos. Al rededor del 500 a.C., sufrieron el ataque de los cartagineses, que sitiaron la capital fue sitiada y la fortaleza fue tomada. Todo el imperio de Tartessos se hundió tras la caída de su capital y así como Mainake (Málaga), la ciudad griega fundada bajo la protección de Tartessos. Cartago se adueña del Mediterráneo Occidental y la mayor parte de la costa mediterránea hispana queda bajo su influencia.

El dominio cartaginés se mantuvo en la región hasta que Cartago se enfrentó a la Roma por la hegemonía en el Mediterráneo occidental y fue derrotada en las Guerras Púnicas en el 146 a. C. Lo que marcó la llegada de los romanos a la Península Ibérica, donde encuentran una región llamada "Turdetania" en que vivían los descendientes de los tartesos. A esta región la llamarían la "Betica" y al río "Tartessos" que la cruzaba lo llamarían río "Betis".

El apoyo tartesio a los helenos fue el causante de su ruina, ya que se deja de tener noticias suyas alrededor del 500 a.C., víctimas del expansionismo cartaginés, aunque también se ha apuntado como causa la competencia de los griegos de Massalia (la actual Marsella) en las rutas del estaño occidental. Los pueblos turdetanos recogieron su herencia.

El museo de Huelva guarda espléndidas piezas de los reyezuelos tartésicos, bronces de inspiración oriental y piezas fenicias y griegas. El Museo Arqueológico de Sevilla dispone de una colección del mundo tartésico, de piezas cerámicas, estelas funerarias, los fabulosos tesoros áureos del Carambolo, Ebora y Mairena y una estatuilla de la diosa fenicia Astarté, ejemplo de las deidades que se incorporan desde tierras lejanas.

Referencias bíblicas a Tarsis

Varios historiadores identificaron el toponímico de Tarsis con la capital del reino de Tartessos, basados en las citas bíblicas sobre esta civilización. Otros historiadores, como Blázquez, rechazan esta identificación.

El profeta Ezequiel (27, 12) habla de que la plata, el hierro, el plomo y el estaño venían de Tarsis hacia Tiro.

El Libro de los Reyes I escribe que el Rey Salomón tenía naves de Tarsis en el mar junto con las naves de Hiram. Las naves de Tarsis venían una vez cada tres años y traían oro, plata, marfil, monos y pavos reales.

En Isaías, 2, 12, 16 se lee:
«Porque el día del Señor de los ejércitos aparecerá para todos los soberbios y altaneros, para todos los arrogantes; y serán humillados... Y para todas las naves de Tharshis y para todo lo que es hermoso a la vista».

La Biblia, al referirse a la toma de Sidón y Tiro (en el siglo VII a.C.) por los asirios, alude a la liberación de Tarsis del yugo fenicio.

Tartessos y el mito de Gárgoris y Habis

Tartessos (al suroeste, valle del Guadalquivir), el primer estado indígena, del que hay testimonios protohistóricos por su contacto con comerciantes griegos, y que fue probablemente destruido por la expansión cartaginesa.

Para Tovar, Tartessos es un injerto de culturas mediterráneas en pueblos indígenas del valle del Guadalquivir. La participación de invasores indoeuropeos en aquel injerto nos la testimonia Heródoto, que habla (I 163) de Argantonio, rey de Tartesos durante ochenta años, y que vivió ciento veinte, y ue amigo de los griegos de Focea, grandes navegantes. [...] El nombre de Argantonio es celta y alude claramente a su riqueza de plata, que le permitió ayudar a los focenses con la mayor esplendidez.

El retórico Justino (XLIV, 4, I) nos dejó una visión legendaria del sur de la Península. Es la narración del único mito conocido de las religiones de la Hispania prerromana. Mito de Gargoris y Habis:

«Los cunetes poblaron el territorio de los tartesios, donde se dice que los titanes hicieron la guerra contra los dioses, cuyo rey más antiguo, llamado Gárgoris, fue el que inventó la costumbre de recoger la miel. Como a éste le naciese un hijo procedente del estupro de una hija, por la vergüenza del castigo, quiso matar al pequeñuelo por distintos procedimientos. Pero conservado éste por una fortuna en todas las vicisitudes, al final llegó al trono por conmiseración de tantos peligros. El primero de todos fue que le mandó exponer, y cuando al cabo de unos días ordenó observar el cuerpo del expósito, lo encontró alimentado por la leche de distintas fieras. Después, llevado a casa, mandó arrojarlo en un sendero estrecho por donde solían pasar los rebaños, proceder crudelísimo, porque prefirió que su nieto fuera pisoteado en vez de matarlo de una muerte simple. Pero también esta vez quedó incólume y no careció de alimentos. Lo echó entonces a los perros azuzados por muchos días de abstinencia, y más tarde a los cerdos. Pero como no sólo no recibiese daño alguno, sino que incluso se alimentó de sus ubres, al final lo mandó arrojar al océano. Entonces claramente se manifestó un numen, y entre las olas agitadas le condujo como en una nave, no por una corriente, siendo depositado en el litoral en mar tranquilo. No mucho después se presentó una cierva que ofreció sus ubres al pequeño. Del trato con su nodriza el niño adquirió una enorme ligereza de pies. Entre las manadas de ciervos recorría montes y bosques sin cederles en velocidad. Al final, capturado en un lazo, fue regalado al rey. Entonces fue reconocido como su nieto por la semejanza de los rasgos y las marcas del cuerpo que habían sido grabadas a fuego al muchacho. Por la admiración ante tantas aventuras y peligros fue destinado al trono por el rey. Se le impuso el nombre de Habis, y cuando recibió el reino fue de tanta grandeza que no en vano parecía elevado por la majestad de los dioses en tantos peligros: pues dio leyes al pueblo bárbaro, fue el primero que enseñó a uncir los bueyes al arado y a cultivar los alimentos. Obligó a los hombres a comer alimentos más civilizados, en vez de los agrestes por el odio de los que habían sufrido. Sus aventuras parecerían fabulosas, si no se les comparase con las de los fundadores de Roma alimentados por una loba, y los de Ciro rey de los persas, alimentado por una perra. Prohibió los oficios serviles al pueblo, y dividió la plebe en siete ciudades. Muerto Habis, el reino fue conservado muchos años por sus sucesores. En otra parte de España, formada por islas, existió el reino de Gerión. En ella hay tanta abundancia de pastos que si no se pusiera coto a la alimentación, los ganados reventarían. Por lo cual los rebaños de Gerión, que entonces era lo único que constituía la riqueza, alcanzaron tanta fama que tentaron a Hércules desde Asia por el tamaño de la presa. Además no fue Gerión de triple naturaleza, sino que eran tres hermanos de tanta concordia que parecía que gobernaban con el mismo ánimo. Tampoco hicieron la guerra a Hércules de su propia voluntad, sino que viendo cómo se llevaba sus rebaños, los recobraron por la fuerza.» [Justino, XLIV, 4-16]

Gárgoris es un rey de los curetes, que viven en los bosques, practican la caza y se asemejan a los animales salvajes, con los que se cría el rey que instituirá la agricultura cuando abandone los bosques. Para Diodoro (V, 65, 1-4) los curetes fueron los primeros en recoger la miel y practicar la caza con arco.

La exposición de un niño que va a ser rey es un tema común a diversas mitologías, y por ello, ya a partir del propio Justino, comenzó a compararse a Habis con otros reyes, como Rómulo o Ciro,y con héroes como Télef o y Atalanta. Este tema mitológico no es únicamente oriental, sino que se halla también presente en el mito griego.

«El mito tartésico no expresa ninguna transición de una economía recolectora o ganadera a otra de tipo agrícola, sino dos actividades que coexisten y se complementan dentro de una misma cultura. Desde el punto de vista social no hay en él tampoco huellas de ningún «matriarcado», pues el incesto no se institucionaliza en los sistemas matrilineales, y por otra parte tanto Gárgoris como Habis establecen la filiación y la herencia por vía masculina. Los datos sociológicos que suministra el mito nos muestran dos modelos de cultura, representados por los reyes padre e hijo, que constituyen diversos aspectos de una estructura social única.

El mito nos presenta una teoría compleja del poder real basada en la unión de dos modelos de soberanía opuestos que reflejan una serie de aspectos complementarios que constituyen la vida social de la cultura tartésica. [...] En consecuencia podemos afirmar que este mito describe en primer lugar una serie de rasgos de la teoría del poder real de la cultura tartésica que poseen unos paralelos exactos en el mito griego, y de un modo secundario algunos aspectos de la expresión mitológica de esta sociedad que coinciden también con algunos otros de la sociedad helénica.» [José Carlos Bermejo Barrera: “La función real en la mitología tartésica. Gargoris, Habis y Aristeo”]

La leyenda de Gárgoris y Habis es la leyenda fundacional de Tartessos  y tiene paralelos en Grecia y Roma. Estas leyendas constituían un punto de referencia o símbolo con una función unificadora y consolidadora en los pueblos y ciudades: Teseo en Atenas, Rómulo en Roma, etc.

«Gárgoris, inventor de la apicultura, tiene un nombre parlante si admitimos que Justino, o su fuente, sufrieron una confusión al no hacerle el inventor de la agricultura, pues en vascuence garagar es ‘cebada’ y gari ‘trigo’; ya H. Schuchardt comparó el arm. gari ‘cebada’, que en georg. se dice keri. Podemos alegar de las lenguas caucásicas: agul y tabas gargar, kürin geger, rutul gergel ‘avena’ [...]; y en África tenemos hausa y ful gero ‘sorgo’; [...] y en ár. garana ‘moler’, hebr. gera ‘grano’, alubia’, ár. gargar ‘molino’. Volviendo al vasco, Uhlenbeck compara la raíz *gar ‘moler’ que parece tenemos en igara ‘molino’ y garga ‘agramadera, tranca para el lino’. Un poco heterodoxamente podríamos citar de paso el latín granum, irl. grán, gót. kaúrn, o con aspirada, lat, hordeum, al. Gerste, gr. krithái ‘cebada’, que, como todas las anteriores, podrían ser una palabra de la cultura agrícola primitiva que se extendió por Asia anterior, el Cáucaso y África.» [Antonio Tovar: “Lenguas y pueblos de la antigua Hispania. Lo que sabemos de nuestros antepasados protohistóricos”. En Actas del IV Congreso sobre lenguas y culturas paleohispánicas, Vitoria/Gastéis, 6-10 mayo 1985]

El último misterio de Tartesos

El País – 20.02.2018

Hace 2.500 AÑOS, muy cerca de lo que hoy es el municipio de Guareña, en Badajoz, los lugareños se reunieron en un enorme edificio de dos plantas para celebrar un banquete y una ceremonia ritual en la que sacrificaron decenas de valiosos animales. Después lo quemaron todo, lo sepultaron y lo abandonaron para siempre. Los últimos días de aquella insólita construcción, congelados en el tiempo gracias a la mezcla de las cenizas y arcilla que ha protegido sus restos todos estos siglos, pueden ser claves para entender la última etapa de Tartesos.

Y, de paso, para cubrir algunos de los huecos que durante tantos años se han rellenado a base de mitos y leyendas (de Hércules al rey Argantonio) sobre la gran civilización que floreció en el suroeste de la península Ibérica, de la mano del comercio con los fenicios, en la primera mitad del primer milenio antes de Cristo. Tartesos confluyó con la colonización fenicia y llegó a ser tan brillante y rica que excitó la imaginación de los historiadores griegos. Perduró unos cinco siglos, y su decadencia y desaparición total, hacia el 500 antes de Cristo, aún está por aclarar.

“Faltan muchos análisis que hacer y mucho edificio por desenterrar —apenas se ha excavado el 10%—”, advierten Sebastián Celestino y Esther Rodríguez, arqueólogos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y responsables del yacimiento de las Casas del Turuñuelo de Guareña, que empezó a excavarse en 2015.

Pero los huesos de 22 caballos, 3 vacas, 2 cerdos, 2 ovejas y 1 asno sacrificados (eso de momento, puede haber más) no solo representan un hallazgo extraordinario —es la mayor hecatombe de animales localizada hasta ahora en todo el Mediterráneo, la primera de tamaño comparable a los holocaustos religiosos que se describen en el Antiguo Testamento o en la Iliada y la Odisea—, sino que abren nuevas pistas para entender qué pasó allí.

El de Guareña no es el único edificio que entre finales del siglo V y principios del IV antes de Cristo tuvo ese mismo final en las Vegas Altas del Guadiana, un territorio que había cobrado vida e importancia económica apenas un siglo antes, gracias a las oleadas migratorias llegadas por culpa de una gran crisis económica desde el núcleo central de Tartesos, entre lo que hoy es Huelva y Sevilla. Toda una serie de construcciones similares —como el santuario de Cancho Roano, en Zalamea de la Serena, o La Mata, en Campanario, con un perfil más económico—, encargadas de la gestión del territorio y del control del paso por el Guadiana, acabaron también autodestruidas casi al mismo tiempo, algunas tras un gran festín como el del Turuñuelo. La gran diferencia es el desmesurado sacrificio de animales, incluidos todos los caballos, claros símbolos de abundancia y distinción en aquel tiempo, colocados además en posturas teatrales: la mayoría en parejas, ­algunos con las cabezas entrelazadas.

Esto, sumado a las otras riquezas enterradas (sacos de grano, vasos de pasta vítrea, juegos de ponderales, bronces destrozados a propósito), abre la hipótesis de que aquellos hombres y mujeres pensasen que los dioses les habían castigado y que estuvieran intentando ponerle remedio sacrificando los más valioso que poseían, explica Sebastián Celestino.

Perdería entonces fuerza la idea tradicional que dice que se marcharon por miedo a una inminente invasión de los pueblos celtas del norte, algo que tampoco concuerda con la casi absoluta ausencia de armas (común en realidad a todo Tartesos) y la enorme cantidad de tiempo y mano de obra que se debió de necesitar para ocultar semejante construcción (se calcula que el edificio ocupa casi una hectárea de terreno). Los expertos creen que se debió más bien a algún cambio brusco del clima, alguna gran catástrofe natural o gran epidemia.

Los investigadores insisten en que se trata de resultados e interpretaciones provisionales. Podrán afinar mucho más, por ejemplo, cuando sepan cómo fueron sacrificados los animales, a qué edad o si fueron eviscerados o descarnados después de muertos. Desde que comenzaron los trabajos en 2015 ya han desenterrado una habitación llena de ricos objetos —joyas, puntas de lanza, cerámicas, semillas, parrillas de bronce y un gigantesco caldero extraordinariamente conservados—, otra gran sala con un altar de adobe típico tartésico (que representa una piel de toro) y una rarísima bañera-sarcófago. Además, está la escalinata monumental de tres metros de altura (en la que se utilizó una especie de protocemento un siglo antes de que el Imperio Romano empezara a usar el opus caementicium) que conduce al patio donde se han hallado los animales y frente a la que se abre un camino de pizarra y se intuye una gran puerta en un lateral. El hecho de que conserve las dos plantas también convierte el edificio en un descubrimiento único en todo el Mediterráneo occidental.

Son sin duda enormes las posibilidades que se abren en este yacimiento de las Casas del Turuñuelo para saber mucho más sobre cómo eran, cómo se organizaban o cuál era la relación de esa cultura tartésica tardía con los lejanos países del otro extremo del Mediterráneo; se han encontrado objetos griegos, pero también imitaciones hechas en los alrededores, y en los bloques rectangulares que sostienen la escalinata monumental se puede ver una versión local de los sillares de piedra que usaban en Grecia. Y como además existen muy pocos restos de envergadu­ra en la zona central de Tartesos en torno al Guadalquivir —probablemente porque sobre ellos se fueron superponiendo capas y capas de los pueblos que llegaron después—, también pueden ayudar a entender mejor aquella gran civilización.

Desde que empezaron a excavar en Guareña, Celestino y Rodríguez, con la inestimable colaboración de Melchor Rodríguez Fernández, un obrero especializado en este tipo de trabajos desde hace más de 20 años, que ha abierto a pico y pala gran parte del yacimiento, no han hecho más que encontrar a cada paso objetos únicos, construcciones insólitas y los restos más antiguos y mejor conservados en la protohistoria mediterránea (¡hasta los marcos de madera de algunas puertas!). Y todavía falta el 90% restante.

Un gran edificio de hace 2.500 años abre los secretos de la cultura tartésica

J. A. Aunión

El País - 7 OCT 2016

En mitad de un paisaje amarillo y polvoriento de finales de septiembre, entre campos de tomates y de maíz trabajados por modernas máquinas que se pueden controlar a distancia, dos arqueólogos del CSIC rascan pacientemente la tierra con pequeños paletines. Pero, al contrario de lo que suele pasar en esta clase de excavaciones —esta de la comarca de las Vegas del Guadiana (Badajoz) corresponde a una gran construcción de hace 2.500 años—, no tienen que esperar mucho para que vayan apareciendo contornos que acaban resultando ser puntas de lanza, vasijas, anzuelos, hasta una insólita parrilla y un gigantesco caldero de bronce…

La habitación que se está excavando estos días destaca precisamente por “la cantidad de bronces”, explica el investigador del CSIC y director del Instituto de Arqueología de Mérida, Sebastián Celestino. Acaba de desenterrar una pieza metálica decorada en un extremo por dos palomas que flanquean una piel de toro, símbolos divinos típicos de la cultura de Tartesos, esa civilización prerromana que ocupó el suroeste de la Península Ibérica y cuyas incógnitas sobre su nacimiento, su desarrollo a lomos del comercio de minerales con los fenicios y su misteriosa desaparición (quizá arrasada por sus enemigos, por un cataclismo o, simplemente, por su declive económico) han sido rellenadas durante largo tiempo por mitos y leyendas. Pero la ciencia, aunque poco a poco y seguramente con menos alharacas, también las va contestando, y este yacimiento del Turuñuelo, que corresponde al edificio más grande (algo más de una hectárea) y mejor conservado de aquella época, tendrá sin duda mucho que aportar.

“Estamos al final de la época tartésica, en el siglo V antes de Cristo”, empieza Celestino. “El núcleo central está en el Guadalquivir y Huelva, pero después de una crisis económica en el siglo VI, hay un gran movimiento de población hacia el interior. Y esa gente que se instala en el Guadiana construye estos enormes edificios”, continúa. Habla de tres: el santuario de Cancho Roano (en Zalamea de la Serena, que el propio Celestino excavó durante más de dos décadas); La Mata (en el municipio de Campanario), que tenía un perfil más económico; y este del Turuñuelo, cuya función aún se desconoce porque los trabajos no han hecho más que empezar; han desenterrado menos del 10%. “De momento, podemos decir que tiene un sentido de culto clarísimo”.

Un violento final

Lo que sin duda comparten los tres edificios, aparte de la época, es un violento final: fueron destruidos por sus propios moradores, incendiados y después sellados con arcilla. “A finales del siglo V, principios del IV a. de C., empiezan a llegar los pueblos del norte, de etnia céltica, así que los destruyen para preservarlos de las invasiones, para que pasen a la posteridad sin que sean violados”, explica Celestino.

Y no solo ocurrió con esas grandes construcciones, pues el resto de las documentadas en el Valle Medio del Guadiana “parece que también cuentan con este nivel de incendio”, asegura la codirectora de la excavación del Turuñuelo, Esther Rodríguez. “El hecho de que se abandonasen a la vez indica que forman parte de un mismo sistema político. Parece que el territorio en esta época se organizaba alrededor de estos edificios como el Cancho Roano o el Turuñuelo y que a partir de ellos se articulaba la explotación del entorno. Existía, además, un yacimiento de mayor envergadura, el Tamborrio, en Villanueva de la Serena, que tendría una capacidad política mayor; lo que todavía es complicado de determinar es qué relación existía entre unos y otros centros”, añade.

Pero ese final autoinfligido no solo da pistas sobre la organización política, sino que ha conservado formidablemente su interior en esa especie de urna de arcilla. “Conocer la cultura tartésica es bastante complicado por todas las incógnitas que giran en torno a esta, pero sí es verdad que los restos materiales del Valle Medio del Guadiana nos permiten documentarla por su buen estado de conservación”, asegura Rodríguez. De ese modo, los vestigios de toda esa zona ayudan a conocer mejor cómo fue aquella cultura que floreció en torno al Guadalquivir desde el siglo X antes de Cristo: “Podemos concluir que serán estas poblaciones […] las únicas herederas de la cultura tartésica una vez que se desdibuja su presencia en el Bajo Guadalquivir a partir del siglo VI a. C.”, dice la tesis de la arqueóloga, defendida hace unos pocos meses. Pero, además, esos restos “permiten entender el regionalismo de cada territorio, pues cada uno mantiene elementos que son propios del lugar”. En este caso, una rica mezcla formada por el choque de tradiciones procedentes del Atlántico con las mediterráneas que llegan desde el Guadalquivir.

Celestino y Rodríguez (con la inestimable colaboración de Melchor, un obrero especializado en este tipo de trabajos desde hace dos décadas), desbordados por los constantes hallazgos, están a punto de terminar la segunda acometida a la excavación del Turuñuelo (la primera fue el pasado año y entonces contaron con la ayuda de alumnos de varias universidades españolas). Tras descubrir una habitación principal de 70 metros cuadrados, han encontrado un gran pasillo, que da a una serie de habitaciones, de las que han excavado una.

Ahora, preparan un plan para ver qué inversión se necesita para seguir adelante cuando se acaben los fondos que les ha aportado este año el Plan Nacional de Investigación y la Junta de Extremadura, teniendo en cuenta “que hay que reservar un dinero importante para los diferentes análisis y para restaurar todo lo que está saliendo, que es muchísimo”, señala Celestino. Completar la excavación de un yacimiento tan grande puede tardar años. “Estamos hablando de mucho tiempo, dependiendo de la inversión. Si es fuerte, pues serán menos años”, remata. 

El yacimiento del Turuñuelo ya ha empezado a dar sorpresas a los investigadores. No solo por una riqueza tal que los desborda (acabados los contenedores que llevaban, han tenido que empezar a usar cajas recicladas de helados o de gominolas que les acaban de dar en el bar del pueblo), sino por lo sorprendente de algunos descubrimientos. Junto a vasijas y platos de imitación (los lugareños remedaban las vajillas llegadas a través del comercio fenicio desde Grecia o Etruria), semillas, restos de alfombras de esparto y otros tejidos, han hallado, por ejemplo, una parrilla de bronce y un caldero del mismo material tan enorme como único.

Además, han encontrado una rarísima bañera de 1,70 metros de largo. “Lo llamamos bañera o sarcófago por su forma. Está hecho con un material extraño a base de cal y no sabemos qué contenía; no tiene ningún orificio de salida y, por lo tanto, puede ser para contener agua, para hacer algún tipo de ritual que se nos escapa”, explica el investigador Sebastián Celestino. La encontraron en uno de los tres ámbitos en los que se divide la habitación principal, en cuyo centro se levantó un altar de adobe en forma de piel de toro extendida.

2.300 años de historia bajo un trigal

Jesús A. Cañas

El País - 10 JUL 2016

A lomos de una moto Guzzi Hispania de 49 cc, Manuel Esteve atravesaba diariamente los campos de la paupérrima Jerez de la posguerra en su quijotesca aventura. Pertrechado con mapas y herramientas de arqueólogo, Esteve estaba decidido demostrar que lo que se decía desde el siglo XIX no era solo una conjetura: que Asta Regia, esa ciudad “rica y populosa, colonia de romanos y con una situación próxima al océano y a los esteros o marismas del Guadalquivir” que definió el historiador Diego Ignacio Parada, esperaba dormida y silente a ser descubierta. Seis campañas después (entre 1941 y 1969), el también bibliotecario consiguió lo que andaba buscando: con los hallazgos en sus excavaciones, documentó la existencia de uno de los yacimientos más importantes de Cádiz y de toda Andalucía.

Hoy, en la barriada rural de Mesas de Asta (ubicada a 11 kilómetros de Jerez) ni un cartel orienta de la existencia de un asentamiento que hunde sus raíces en el siglo IV antes de Cristo. Esteve falleció en 1976 y “parece que el interés por el yacimiento murió con él”, como denunciaba esta semana el arqueólogo Antonio Santiago. Y no le falta razón al principal activista en favor de Asta Regia: nunca se llegó a excavar con un plan definido. Tampoco se han vuelto a hacer investigaciones de enjundia, “más allá de unas catas a primeros de los noventa que descubrieron una necrópolis”, según Santiago.

De hacerse, se conocería con exactitud lo que se esconde bajo lo que ahora son cultivos de trigo en una finca privada. Los trabajos de Esteve sí dieron para saber que Asta Regia “es clave para comprender la conformación de población en el Bajo Guadalquivir”. Desde el Neolítico, por ese punto pasaron tartesios, fenicios, turdetanos, romanos y árabes, sus últimos pobladores.

La importancia de Asta Regia, mencionada en escritos de Estrabón o Pomponio Mela, radicaba en su peso comercial como puerto marítimo. Hoy se levanta en una colina a kilómetros de la costa. Las colmataciones producidas por aluviones del Guadalquivir explican que la ciudad fuese abandonada en busca de emplazamientos más estratégicos. Tras de sí, quedaron siglos de un asentamiento que se pierde en la noche de los tiempos.

En las 60 hectáreas del yacimiento (la célebre y próxima Baelo Claudia tiene 13), hay restos romanos como viviendas con mosaicos, hornos, un impluvium (cisterna), murallas o trazas del Decumanus y el Cardus Maximus (vías de la ciudad). Sin embargo, Santiago defiende que Asta Regia es también clave para “entender a Tartessos”, según los griegos la primera civilización de Occidente.

Hasta ahora, lo máximo que ha logrado el yacimiento es que Andalucía lo declarase Bien de Interés Cultural (BIC) en 2000. Con ese grado máximo de protección, se le confirió un cerramiento, se hicieron prospecciones y un levantamiento taquimétrico, como enumera Ana Troya, arqueóloga de la Delegación de Cultura de la Junta en Cádiz.

La experta reconoce que es difícil mover ficha “mientras no haya un plan director y de inversiones”. “No conviene excavar, si después no se puede mantener”, agrega. Aboga por avanzar en “la protección de las estructuras excavadas, investigar la historia con la puesta al día de los estudios de Esteve y culminar los trabajos de los noventa”. Santiago comparte su visión, pero añade el problema con el que se topa Asta Regia: “Los políticos no tienen interés, no está en sus prioridades”.

Troya avanza que la Universidad de Cádiz incluirá el yacimiento en un estudio con georradar que orientará sobre las estructuras existentes bajo tierra. “Intentamos fomentar que la investigación se vaya completando”, asegura. El inconveniente es que, según Santiago, el tiempo corre en contra: “Por las noches entran los piteros o monederos (expoliadores con detectores de metales) y las labores agrícolas del propietario provocan una destrucción continua y progresiva”. El experto habla de “la dispersión de material” de los estratos más superficiales.

Los propietarios lo desmienten. “Desde que el yacimiento se declaró BIC lo conservamos conforme a la ley”, explica Salvador Espinosa, hijo del dueño. Espinosa ha roto un silencio de años para defender que, por su parte, el cuidado está garantizado. “Tenemos vallado y guardería propia que cuida de toda la finca. Antes se encontraban expoliadores, ya no”, matiza. Además, aclara que realizan “el laboreo mínimo” y no voltean la tierra en esa zona, para evitar daños: "Sobre esas 60 hectáreas (de las 600 de la finca) solo plantamos trigo, que es menos agresivo y protege la tierra de la erosión”.

El Ayuntamiento de Jerez se declara sin competencias y aclara que corresponde a la Junta velar por el yacimiento, aunque Espinosa dice que las autoridades “no se preocupan por él”. "Ni siquiera han arreglado los carteles que lo señalizaban, lo hicimos nosotros”, denuncia. Incluso se muestra favorable a una posible compra, expropiación o permuta: “Si la Junta lo propone, atenderíamos su propuesta, pero no nos han ofrecido nada”.

El sol aprieta en la tierra yerma de los alrededores de la finca, cuajada de conchas y sedimentos marinos. No cuesta imaginarse a Esteve llegando en su moto para hacer hablar a las entrañas de los campos de Jerez. Cuentan que cuando no tenía para gasolina, iba en bicicleta, todo por no abandonar su empresa. Mejor no imaginar qué diría si viera que, sin él, Asta Regia ha vuelto enmudecer.

El yacimiento de Baelo Claudia, casi seis veces más pequeño que el de Asta Regia, recibe unos 140.000 visitantes anuales. En la barriada rural jerezana de Mesas de Asta se conforman con bastante menos: simplemente, que empiecen las excavaciones. José Antonio Fernández, delegado de Alcaldía en la zona, tiene claro lo que ocurriría: “La importancia sería grandísima, por empleo y cultura”.

Antonio Santiago, arqueólogo defensor de la puesta en valor del yacimiento, defiende el revulsivo que supondría en una zona con 430 habitantes castigada por el desempleo. Se crearía una oferta hostelera, turística y cultural similar a la que ya existe en otros puntos arqueológicos, como Itálica o Atapuerca. Fernández apostilla: “Sería un impacto en una zona muerta en el empleo. Nos vendría bien que se descubriese ese diamante en bruto enterrado”.

La huella de Tartesos conduce a Doñana

J. A. Aunión

El País - 6 MAY 2007

La escasez de restos arqueológicos y la abundancia de testimonios literarios han convertido Tartessos, la civilización que ocupó el suroeste peninsular entre los siglos X y VI antes de Cristo, en territorio legendario, en el que el mito completa las preguntas que la ciencia aún no alcanza a responder. Un grupo de investigadores españoles busca restos arqueológicos en Doñana, aunque todavía no se atreven a hablar de Tartessos. En 2004, un científico alemán ubicó allí una gran ciudad tartésica a partir de unas imágenes de satélite que mostraban figuras circulares que pueden esconder debajo esos restos. Es la primera vez que se busca en Doñana, porque la teoría hasta ahora decía que siempre estuvo inundada.

En invierno, el agua cubre todo y miles de aves acuáticas, como la garza real o el pato cuchara, pueblan el lugar. Pero en verano, la marisma de Hinojos, en el corazón del Parque Natural de Doñana, se convierte en un secarral. Un paseo por allí un día de agosto no excitaría la imaginación de ningún arqueólogo. Hay que alejarse bastante, y tomar imágenes a partir de 100 metros de altura. Es entonces cuando el estudioso se da cuenta de que las fotografías tomadas desde 1956 muestran siempre lo mismo en la parte sur de la marisma: extrañas formas circulares de distintos tamaños (hasta 200 metros de diámetro) y, sobre todo, figuras rectangulares (es casi imposible que la naturaleza forme líneas rectas) que pueden ser fruto de asentamientos humanos anteriores, tal vez, a la colonización del Imperio Romano de la península Ibérica.

Ya desde el siglo XVI, multitud de estudiosos han situado una gran ciudad de la civilización prerromana de Tartessos en los alrededores del actual Parque Natural de Doñana, aunque estas teorías han estado descartadas por el pensamiento predominante durante los últimos 60 años. Ahora, un grupo de investigadores del CSIC, la Fuhem y la Universidad de Huelva no se atreve a aventurar si Tartessos puede o no estar en Doñana, pero sí están convencidos de que el subsuelo de la marisma de Hinojos puede esconder restos arqueológicos. Las formas que se vislumbran en unas imágenes aéreas tomadas el verano pasado se suman a las fotografías anteriores. Además, las pruebas electromagnéticas les han confirmado que en el subsuelo hay algo más que arcilla, como se creía hasta ahora.

Los científicos alemanes W. Wickbolt, en 2003, y R. W. Kühne, en 2004, a partir de algunas imágenes de satélite en las que vieron esas extrañas formas circulares, se lanzaron a situar allí la ciudad de Tartessos, e incluso se atrevieron a decir que se correspondía con la mítica Atlántida descrita por Platón. Sin ir tan lejos, los investigadores españoles Sebastián Celestino y Juan Villarías Robles, ambos del CSIC, y Ángel León, historiador y profesor de secundaria de la Fundación Hogar del Empleado (Fuhem), que había puesto a Villarías en la pista de las imágenes aéreas, empezaron hace dos años a trabajar con el objetivo inicial de comprobar si hay allí restos de asentamientos humanos. Y hasta que reúnan más pruebas, no quieren empezar a lanzar teorías.

Pero de tratarse, como han sostenido los alemanes y tantos otros eruditos, de la gran ciudad tartésica por descubrir, significaría un enorme salto en un debate que aún mantiene divididos a los investigadores entre los que creen que aquella civilización prerromana, que existió entre los siglos X y VI antes de Cristo, tenía una marcada entidad propia, que era un híbrido con la cultura fenicia, apenas un apéndice de ésta o que, como algunos dicen, no existió como tal.

Ya se han encontrado en los alrededores de Doñana restos tartésicos, fenicios y romanos (véase el gráfico). Pero no se ha llegado a buscar dentro del parque porque la mayoría de los arqueólogos sigue trabajando con la premisa de que aquello siempre estuvo inundado. Esta teoría dice que durante cientos de años, desde después de la última glaciación, aquello era agua, del mar, al principio, y de un gran lago, después. Pero esta idea está siendo revisada por los geólogos desde hace más de una década, explica el profesor de la Universidad de Huelva Antonio Rodríguez, miembro también del equipo que investiga en Doñana.

Los resultados de las muestras del subsuelo tomadas el verano pasado les confirmaron lo que ya esperaban: "Donde tenía que haber sólo arcilla [procedente de la sedi-mentación normal de una zona permanentemente anegada por el agua], hay dos capas que pueden tener un metro de concentración de arena", explica Rodríguez. Esto quiere decir que se produjeron dos episodios violentos, probablemente tsunamis. Los resultados de la prueba que datará esos episodios aún no han llegado, pero trabajos anteriores han encontrado muy cerca evidencias de otros dos posibles tsunamis: el primero, sobre el año 1500 antes de Cristo; el otro, en el siglo II después de Cristo.

Así, uno de los tsunamis registrado en la marisma de Hinojos estaría entre esas dos fechas. "Esto cuadra perfectamente con la teoría de una ciudad prerromana borrada del mapa", añade Rodríguez, gran conocedor del parque no sólo por sus trabajos, sino porque creció allí (su padre fue uno de los guardas de Doñana y su abuelo trabajó en el coto). En definitiva, la revisión de la teoría y la de la formación de toda la costa andaluza indican que Doñana no estuvo siempre anegada por el agua, sino que se sucedieron en los últimos 7.000 años periodos de inundación con otros secos que permiten situar allí un asentamiento.

Las pruebas previas van respaldando la existencia de restos. El siguiente paso, que probablemente se dé este verano, es hacer un sondeo arqueológico (un agujero de 10 por 3 metros de lado y 7 de profundidad) para comprobar definitivamente si allí hay algo. El Parque de Doñana estableció este proceso de estudios previos, explica Fernando Hiraldo, director de la estación biológica. "Creo que el impacto ambiental en la zona sería pequeño, dado que se trata de un espacio reducido en unas marismas de 40.000 metros cuadrados. Aun así, siempre hay que tener mucho cuidado al tratarse de Doñana", un espacio de máxima protección ambiental, recuerda.

Sebastián Celestino, el investigador principal del proyecto, es uno de los grandes expertos españoles en Tartessos. Admite que es inevitable hablar de esta civilización al investigar en Doñana, aunque insiste en "no crear falsas expectativas". "Estamos convencidos de que allí puede haber restos de asentamientos, pero no sabemos de qué época". Aun así, "ya me parece muy importante empezar a comprobar si hay algo donde siempre se creyó que no lo había", añade.

"Tartessos era la bisagra que unía los mundos atlántico y mediterráneo"

Santiago Belausteguigoitia

El País - 4 ABR 2000

Manuel Bendala (Cádiz, 1949), catedrático de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, acaba de publicar Tartesios, iberos y celtas en Ediciones Temas de Hoy. Bendala es un experto conocedor de los pueblos que habitaron la actual Andalucía -tartesios, turdetanos...- antes de que los romanos incorporaran la península Ibérica a su imperio.Pregunta. El hispanista alemán Adolf Schulten buscó a principios de siglo la ciudad de Tartessos en el Coto de Doñana. No tuvo éxito.

Respuesta. La obsesión de Schulten era ser el Heinrich Schliemann [descubridor de las ruinas de la antigua Troya] de la península Ibérica. Algunas indicaciones de la Ora maritima [composición poética elaborada por Rufo Festo Avieno en el siglo IV] sitúan Tartessos en la desembocadura del Guadalquivir. En algún lugar del entorno de la marisma del Guadalquivir debía de estar Tartessos. Una de las ciudades que pudo ser Tartessos es la que estaba en Mesas de Asta, una pequeña loma cerca de Jerez. Se llamaba Hasta Regia en la época romana. El término Regia reflejaba un recuerdo muy directo de su etapa capitalina.

P. De los 12 trabajos de Hércules, dos de ellos -y quizás tres- ocurrieron en el ámbito de Tartessos.

R. El hecho de que Hércules llegara a la península Ibérica significa que ésta entró en el horizonte geográfico griego desde muy pronto. Una de las formas de expresión de la unión entre el mundo griego y la península Ibérica es su incorporación al mito, que es la forma de memoria colectiva de entonces.

P. Usted afirma en su libro que Tartessos sirvió de cabeza de puente entre dos mundos muy dinámicos y en competencia: el atlántico y el mediterráneo. Con todo, matiza que Tartessos fue más una rama del árbol cultural mediterráneo cuya fase formativa se produciría entre el año 1000 a. C. y el siglo VIII a. C.

R. Hay estudiosos que señalan que el mundo tartésico es una provincia del mundo atlántico. Las culturas del mundo atlántico (situadas en la actual Galicia, Cornualles...) estaban muy poco desarrolladas desde el punto de vista organizativo, pero tenían una elevada tecnología del metal. Eran culturas que comerciaban por la orla atlántica occidental y que entraron incluso en el Mediterráneo. A diferencia de las culturas del mundo atlántico, Tartessos estaba vinculado al mundo urbano. Tenía reyes, jerarquías... El mundo tartésico no pudo derivar de un mundo menos desarrollado como el atlántico. Tartessos era la bisagra que unía los mundos atlántico y mediterráneo. Tartessos se encontraba con una coyuntura espléndida: mucho campo, abundante ganadería, riqueza de bronce, plata y oro... El nombre de su rey Argantonio tiene su raíz en argentum (plata en latín). Argantonio es el rey de la plata. Tartessos tenía el estaño, que era muy escaso en Oriente. Con estaño se conseguía el mejor bronce; un bronce que tenía un brillo y una resistencia ideales para fabricar armas y objetos de calidad.

P. ¿Existió el rey Argantonio?

R. Argantonio es seguramente un personaje real hinchado por la leyenda. Debió de ser muy importante a los ojos de los griegos. La longevidad era un símbolo de sobrenaturalidad. La longevidad es, además, símbolo de sabiduría y es lo propio de un lugar muy próspero. Pudo haber un rey de Tartessos muy longevo. Luego su figura fue engrandecida por la lupa de los griegos, que lo mitificaron.

P. Usted afirma que la sociedad de Tartessos estaba muy jerarquizada. Era aristocrática.Apenas había clases intermedias.

R. En Tartessos había una clase dirigente, aristocrática, uno de cuyos miembros sería una especie de rey como Argantonio. Esta clase formaría un escalón muy alto. No habría clase media. Se trataba de una sociedad clientelar, en la que la aristocracia protege y domina una sociedad más amplia, arropada por el control guerrero del territorio.

P. Tartessos entró en crisis en el siglo VI a. C.

R. Tartessos creó una estructura de civilización que entró en crisis en el siglo VI a. C., pero no desapareció. Cambió la coyuntura. El hierro empezó a ser un metal importante. Quizás alguna de las cuencas mineras de Tartessos entró en decadencia. Cambiaron sus interlocutores comerciales. Los fenicios de Tiro entraron en crisis acosados por babilonios y asirios. El liderazgo del mundo púnico [fenicio-cartaginés] lo adoptó Cartago, que tenía una actitud más controladora y se incorporó a la explotación de las minas. Los griegos buscaban obtener el estaño a través de sus colonias del sur de Francia, ese estaño que antes conseguían por la ruta tartésica. Tartessos pudo sufrir una fase traumática, pero la historia siguió. El mundo tartésico de los siglos VI a. C. y V a. C. denota fuerza y continuidad. El mundo tartésico siguió siendo una realidad a través del mundo turdetano y se prolongó a través del mundo ibérico

Pregunta. ¿Los turdetanos son los descendientes de los tartesios? El geógrafo griego Estrabón dice que eran los más cultos de los pueblos ibéricos.Respuesta. Los turdetanos son sucesores directos de los tartesios. En época de Augusto [63 a. C.-14 d. C.], cuando Estrabón se refiere a los turdetanos y subraya que tienen viejas leyes, reconoce en ellos la más vieja organización urbana de la península Ibérica, que es el mundo tartésico. El mundo tartésico-turdetano tiene una presencia muy fuerte de púnicos [fenicio-cartagineses], que penetran en él hasta casi fundirse.

P. Las esculturas ibéricas de Porcuna (Jaén) -guerreros en lucha, el combate de un hombre con un grifo- son de una gran belleza.

R. El rápido desarrollo de estas esculturas muestra cómo el mundo ibérico deriva del tartésico. Las clases dirigentes necesitaban hacer ver su papel dotándose de medios extraordinarios. Y uno de esos medios era el arte. Crearon un arte lleno de significado, de contenido.

P. ¿Qué huella han dejado tartesios e iberos (turdetanos) en Andalucía?

R. La estructura territorial. Las ciudades que definen Andalucía están fijadas desde época tartésica y turdetana: Cádiz, Huelva, Sevilla, Córdoba, Málaga... El tipo de religiosidad, de costumbres. La veneración de diosas de madera en cuya atención se concentra buena parte de la religión se da desde época tartésica. Las raíces del Rocío se pierden en la historia más antigua.

Tartesos trata de sobrevivir a sus mitos

El País - 9 JUN 2017

Tartesos sigue envuelto en las brumas del misterio. Por más que la ciencia se revuelva y pelee enconadamente por iluminar con datos aquella civilización prerromana del suroeste de la península Ibérica, no termina de escapar de la leyenda de Hércules y su décimo trabajo entre personajes fantásticos en los confines del mundo conocido; o de la historia de aquel sabio inusitadamente longevo Argantonio, rey de una tierra de inagotables riquezas. “La base de todo sigue siendo textual”, resume el catedrático de la Carlos III Jaime Alvar, uno de los grandes expertos en la materia, porque “la arqueología ha sido muy avara”.

Es decir, que los textos de origen grecolatino —de Heródoto y Estrabón a Avieno— son los que continúan sujetando los pilares del núcleo de Tartesos, una cultura ubicada tradicionalmente en la primera mitad del primer milenio antes de Cristo en torno a lo que hoy es Huelva, Sevilla, una parte de Córdoba y Cádiz. Existen muy pocos restos de envergadura, probablemente porque están enterrados bajo capas turdetanas, latinas, medievales… Y los edificios más importantes que se han conocido hasta ahora son periféricos tanto en el espacio (por ejemplo, en Málaga o Badajoz, donde una excavación sacó a la luz en abril un edificio tartesio único en el Mediterráneo occidental) como en el tiempo (o muy al principio o muy al final del periodo propiamente tartesio).

Así, entre teorías y contrahipótesis que se van superponiendo sobre sus orígenes, su hibridación con los fenicios —cuyo comercio y conocimientos sin duda impulsaron el florecimiento cultural— y su misterioso final, los investigadores se mueven con pies de plomo mientras el imaginario colectivo cubre los huecos con auténticas fantasías esotéricas de ciudades míticas y tesoros escondidos. Por eso, el propio Jaime Alvar impulsó a finales de 2011 un manifiesto que quería poner un poco de orden y alcanzar, entre los especialistas reunidos en un gran congreso celebrado en Huelva, “un consenso de mínimos, la base de lo que debiera saber sobre el tema un bachiller”, explica el profesor.

No fue fácil, confiesa Alvar, porque aunque la ciencia se mueva sobre bases más sólidas, la escasez arqueológica también provoca enconados enfrentamientos académicos. No obstante, lograron acordar, por ejemplo, que se trata “de una cultura del suroeste peninsular, confluyente con la presencia colonial fenicia, hechos que eclosionan en la brillantez y riqueza a las que aluden las fuentes literarias griegas con el nombre de Tartesos y, tal vez, alguna mención en las bíblicas”. Que “su desarrollo histórico” se remonta al siglo IX antes de Cristo y experimenta “una amplia evolución en las centurias siguientes, fundamentalmente en los siglos VIII, VII antes de Cristo”. Se dio, además, por superada la idea de un territorio políticamente unificado bajo una monarquía hereditaria (se habla de núcleos de poder al modo de ciudades-Estado) y también la de un final vinculado a una guerra perdida con los cartagineses (en este caso, se trataría de un declive económico de origen, eso sí, incierto).

A partir de ahí, la arqueología sigue, lenta pero segura, abriendo camino. Pero con el yacimiento jerezano de Mesas de Asta (quizá la ciudad de Asta Regia de la que hablaron Estrabón o Pomponio Mela) a la espera de que alguien lo excave, los más prometedores están en esa periferia de influencia tartesia mencionada por Alvar. El descubrimiento más reciente es el del Turuñuelo de Guareña, en Badajoz, un insólito edificio del siglo V antes de Cristo de dos plantas y una hectárea de tamaño del que ya han salido extraordinarios hallazgos. Por ejemplo, el de una escalinata monumental hecha con unas técnicas (sillares y encofrado) y unos materiales (arena del río y arcilla mezcladas con cal) que se pensaba que no se habían utilizado en todo el Mediterráneo occidental hasta mucho tiempo después.

Aún queda mucho por excavar y por interpretar en el Turuñuelo, un yacimiento dirigido por los arqueólogos del CSIC Sebastián Celestino y Esther Rodríguez dentro de un proyecto más amplio que tiene, entre otros, el ambicioso objetivo de “interpretar la sociedad tartesia a través de la arqueología y la arquitectura” del Valle Medio del Guadiana. Pero lo descubierto hasta ahora ya apunta a que los conocimientos llegados del oriente mediterráneo aplicados en ese contexto diferente (con los materiales y las necesidades del entorno) daban resultados nuevos y distintos. Algo muy parecido a lo que señala en el otro extremo de la periferia tartesia, en Manilva (Málaga), y a varios siglos de distancia, el yacimiento de los Castillejos de Alcorrín.

Se trata de un fugaz asentamiento protourbano amurallado (levantado a finales del siglo IX antes de Cristo, se abandonó a principios del VIII) donde se produjo uno de los primeros encuentros documentados entre los fenicios y los pueblos indígenas, lo que lo convierte en un espacio privilegiado para describir ese proceso de hibridación o yuxtaposición que habría configurado Tartesos. Es una zona urbana rodeada por una imponente muralla (de entre dos y cinco metros de grosor) donde convivieron y se mezclaron claramente elementos locales y foráneos tanto en la arquitectura como en las cerámicas y las técnicas de transformación del hierro.

La especialista Dirce Marzoli, del Instituto Arqueológico Alemán, que dirige los trabajos junto a colegas de la Complutense, no se atreve a hablar en este caso de ciudad-Estado; se queda en un “centro de poder centralizado”. Un centro que controlaría una zona muy importante, pues no solamente fue capaz de planificar semejante obra, sino que tenía autoridad para movilizar la ingente cantidad de trabajadores necesarios (incluidos especialistas como arquitectos) para llevarla a cabo.

Así, mientras se sigue excavando en el Turuñuelo y se prepara la siguiente campaña de Alcorrín, los estudiosos esperan como agua de mayo, después de casi cuatro décadas de trabajo, la publicación de los resultados definitivos sobre el yacimiento del castillo de Doña Blanca, en la provincia de Cádiz. Un asentamiento amurallado que se ocupó entre los siglos VIII y III antes de Cristo, que pudo ser el núcleo de un gran centro de poder (que incluiría Gadir, la ciudad de Cádiz) y que es “clave para el estudio de los fenicios de occidente”, según el profesor de la Universidad de Cádiz y director de las excavaciones, Diego Ruiz Mata. El investigador, que asegura que ya está preparando siete volúmenes con los resultados de sus trabajos, habla de un entorno rico gracias a los metales, el vino, el aceite y los salazones, y de una sociedad que fue pasando poco a poco de lo tribal a lo jerarquizado. Ruiz Mata insiste además en que el declive de la Tartesos nuclear en torno al siglo VI no se percibe allí. “Hay un cambio, pero no una crisis”.

Sin duda, esta publicación dará muchas respuestas, pero también abrirá más interrogantes y alimentará nuevas y enconadas polémicas. Lo habitual. De hecho, hay pocas cosas en las que se pongan de acuerdo todos los especialistas. Una es la necesidad de dejar atrás el territorio de lo legendario para que Tartesos “se convierta definitivamente en una propiedad colectiva”, dice el manifiesto de 2011. Otra es la función social de su trabajo. “La arqueología es muy cara, pero contribuye de forma extraordinaria a la construcción cultural de un país”, remata Alvar.

horizontal rule

Impressum | Datenschutzerklärung und Cookies

Copyright © 1999-2018 Hispanoteca - Alle Rechte vorbehalten