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Uso ideológico de la resistencia hispana contra Roma (comp.) Justo Fernández López España - Historia e instituciones
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Uso y abuso ideológico de la resistencia hispana contra Roma
«Los menos inteligentes se consuelan con la gloria de nuestro pasado, como si todo pasado glorioso pudiera garantizar un solo día de vida futura.» [Ortega y Gasset, José: “Al margen del libro “Los iberos” (1909), en Obras Completas. Madrid: Revista de Occidente, 1962, t. I, p. 496]
«España fue conquistada por los romanos, árabes, judíos, etc. Caray con el heroísmo del español, todos los que nos quisieron invadir lo consiguieron.» [Eduardo Haro Tegglen]
«Se me dirá que supimos dar cima a nuestros gloriosos ocho siglos de Reconquista. Y a ello respondo ingenuamente que yo no entiendo cómo se puede llamar reconquista a una cosa que duró ocho siglos.» [Ortega y Gasset, José: “España invertebrada” (1921), en Obras Completas. Madrid: Revista de Occidente, 1962, t. III, p. 118]
«¡Viva la muerte!» [general Millán Astray, fundador de la Legión]
«Hasta hay quien ha mostrado como mérito propio el pasado del abuelo heroico, como si la heroicidad se llevara en la sangre.» [Elvira Lindo]
IBERIA > Hispania > Spania > España
La presencia de los romanos en Hispania no se debió, en un principio, a un propósito de conquista del territorio. En realidad, los romanos llegan a la Península para combatir a sus enemigos los cartagineses. La llegada de los romanos a la Península se produjo dentro del escenario general de las guerras púnicas, esto es, del enfrentamiento entre Roma y Cartago. Los romanos llegaron a la Península Ibérica para cortar la retirada de Aníbal que había cruzado los Alpes en su marcha hacia Roma y decidieron conquistar la Península por la gran cantidad de recursos que poseía y su valor estratégico.
El proceso conquistador duró cerca de doscientos años y se hizo en varias etapas: los Escipiones (218–197 a. C.) ocuparon la franja mediterránea, el valle del Ebro y el del Guadalquivir, aunque no sin dificultades. Después, conquistaron la Meseta y Lusitania (Portugal). Los pueblos que habitaban estas zonas, ofrecieron gran resistencia, como los guerrilleros lusitanos con Viriato y los numantinos con jefes celtíberos. Posteriormente (29 a 19 a. C.) sometieron a los cántabros y astures para hacerse con la riqueza minera de la región y para acabar con las incursiones de los pueblos de la franja cantábrica en las regiones del Duero más romanizadas. Hispania fue dividida administrativamente en provincias romanas y se convirtió en fuente de materias primas con destino a la capital de Imperio romano.
«Además, abunda esta región en tantos bienes, que no a la ligera, sino con razón, alguno admitirá y se maravillará de cuán feraz sea en metales; pues aun cuando toda Hispania está plena de ellos, no todas las regiones son de tal modo fructíferas y felices, y no menos las que abundan en metales. Raro es, en verdad, abundar en ambas cosas, y raro, también, tener en una región pequeña riquezas de todo género de metales. Pero Turdetania y su región próxima producen tanto, que nada se puede decir con suficiente elogio acerca de su excelencia, por los que quieren alabarla. En efecto, ni oro, ni plata, cobre o hierro, en ninguna parte de la tierra, ni tal ni tan bueno se ha hallado hasta ahora.» [Estrabón, III, 2, 8]
Las historias de España escritas en pleno auge de los nacionalismos en el siglo XIX y primera mitad del XX daban por sentado que, desde el origen de los tiempos, había habido “españoles” en “España”. La mayoría de los autores llaman a los primitivos habitantes de la Península Ibérica “españoles” (“los españoles defendieron su independencia frente a los cartagineses y los romanos”).
«Ni la identidad española es eterna, ni su antigüedad se hunde en la noche de los tiempos. Pero tampoco es una invención del siglo XIX. El nombre griego “Iberia” o e latino “Hispania” proviene de la Antigüedad clásica, aunque su significado variará con el paso del tiempo. Ambos vocablos tenían contenido exclusivamente geográfico y se referían a la península Ibérica en su conjunto. Una Península que, durante mucho tiempo, y por su alejamiento de las civilizaciones humanas emergentes, se vio desde el exterior como un territorio remoto, donde se hallaba el Finis Térrae. [...]
Hispania solo entró en el escenario principal de la historia con el inicio de la segunda Guerra Púnica y la llegada de ls legiones romanas a la Península. A partir de entonces, y en los dos últimos siglos anteriores a la era cristiana, surgieron los primeros testimonios fidedignos de viajeros y visitantes, descripciones escritas ya sobre el terreno, en las que los elementos fantásticos iban reduciendo su papel. Terminada la conquista de la Península por César y Octavio, durante los cinco siglos siguientes se completó su incorporación al mundo romano. Pasó ese medio milenio sin que destacaran signos dignos de mención de una personalidad “hispana” peculiar en relación con las demás provincias romanas. No solo seguía sin haber existido hasta el momento una unidad política que englobase a la península Ibérica en su conjunto sino que ni siquiera se había establecido nunca una unidad administrativa, una provincia del Imperio, que respondiera al nombre de “Hispania”. Las referencias a la “España antigua” o a la “España romana” son, por tanto, abusivas deformaciones del pasado remoto, guiadas por el interés de encontrar antecedentes a una entidad nacional moderna, tan carentes de sentido histórico como las referencias a un “Portugal romano” o a una “Cataluña romana”.
Solo con los visigodos comenzó “Hispania” a añadir a su significado geográfico otro étnico, como muestran las expresiones de orgullo alrededor de la tierra y sus gentes contenidas en el “Laus Hispaniae” (Elogio de España) de Isidoro de Sevilla, en el que el obispo cantaba apasionadamente a una tierra de tan incomparable belleza y fecundidad que se había hecho digna del violento rapto amoroso del invencible pueblo godo, sucesor en su posesión de la gloriosa Roma.» [Álvarez Junco 2002: 36-37]
«Tú eres, oh España, sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa de todas las tierras que se extienden desde el Occidente hasta la India. Tú, por derecho, eres ahora la reina de todas las provincias, de quien reciben prestadas sus luces no sólo el ocaso, sino también el Oriente. Tú eres el honor y el ornamento del orbe y la más ilustre porción de la tierra, en la cual grandemente se goza y espléndidamente florece la gloriosa fecundidad de la nación goda. Con justicia te enriqueció y fue contigo más indulgente la naturaleza con la abundancia de todas las cosas creadas, tú eres rica en frutos, en uvas copiosa, en cosechas alegre... Tú te hallas situada en la región más grata del mundo, ni te abrasas en el ardor tropical del sol, ni te entumecen rigores glaciares, sino que, ceñida por templada zona del cielo, te nutres de felices y blandos céfiros... Y por ello, con razón, hace tiempo que la áurea Roma, cabeza de las gentes, te deseó y, aunque el mismo poder romano, primero vencedor, te haya poseído, sin embargo, al fin, la floreciente nación de los godos, después de innumerables victorias en todo el orbe, con empeño te conquistó y te amó y hasta ahora te goza segura entre ínfulas regias y copiosísimos tesoros en seguridad y felicidad de imperio.» [San Isidoro de Sevilla: Historia de los Godos, Vándalos y Suevos, 1975, León, pp. 169 y 171]
Los historiadores nacionalistas del siglo XIX y XX harán de los visigodos los creadores de una unidad política que llamaban ya “española”. Tras la conversión de Recaredo esta unidad política se identificaba con la religión católica. «Esta visión del mundo visigodo como periodo de fusión política, religiosa y hasta jurídica en el que surgió a la vida la “nación española” no es sino una idealización.» [Álvarez Junco]
«Suele afirmarse que en el tiempo del Cid era ya España –Spania– una idea nacional y para superfetar la tesis se añade que siglos antes ya San Isidoro hablaba de la “madre España”, A mi juicio, esto es un error craso de perspectiva histórica. En tiempos del Cid se estaba empezando a urdir el Estado León-Castilla, y esta unidad leonesacastellana era la idea nacional del tiempo, la idea políticamente eficaz. Spania, en cambio, era una idea principalmente erudita; en todo caso, una de tantas ideas fecundas que dejó sembradas en Occidente el Imperio romano. Los “españoles” se habían acostumbrado a ser reunidos por Roma en una unidad administrativa, en una diócesis el Bajo Imperio. Pero esta noción geográfico-administrativa era pura recepción, no íntima inspiración, y en modo alguno aspiración.
Por mucha realidad que se quiera dar a esa idea en el siglo XI, se reconocerá que no llega siguiera al vigor y precisión que tiene ya para los griegos del IV la idea de la Hélade. Y, sin embargo, la Hélade no fue nunca verdadera idea nacional. La efectiva correspondencia histórica sería más bien esta: Hélade fue para los griegos del siglo IV, y Spania para los “españoles” del XI y aun del XIV, lo que Europa fue para los “europeos” en el siglo XIX.» [Ortega y Gasset, José: “La rebelión de las masas” (1930), en Obras Completas. Madrid: Revista de Occidente, 1962, t. IV, p. 269-270]
uso ideológico del pasado para reforzar la IDENTIDAD nacional
A partir de finales del siglo XVIII y, sobre todo, tras la guerra de la Independencia (1808-1814), la nueva política liberal recurre al pasado para dar legitimidad a sus aspiraciones de crear una conciencia nacional tras la caída del Antiguo Régimen.
«Los libros de historia nacional del siglo XIX comenzaban describiendo la tierra en que habitaba el pueblo protagonista con unos elogios ditirámbicos que en nada diferían de los que en etapas anteriores habían servido para demostrar la preferencia del Altísimo sobre el reino o linaje elegido. En el caso español era los famosos laudes Hispaniae de Isidoro de Sevilla, iniciador de una tradición continuada por historiadores y cronistas de las Edades Media y Moderna. España era, según la muletilla, “suelo privilegiado”, dotado de perfecciones naturales no igualadas por ningún otro. [...] Modesto Lafuente expresaba su inquebrantable fe en la existencia de caracteres nacionales permanentes, creados por la divinidad, fe que aplicaba repetidas veces al “múltiple” pero “siempre uno” pueblo español: Sagunto, por ejemplo, expresó “aquella fiereza indomable que tantas veces habrá de distinguir al pueblo español”; Viriato fue uno más de “ese tipo de guerreros sin escuela de que tan fecundo ha sido siempre el suelo español. “Pocos pueblos hay en el mundo que puedan gloriarse de empresas más heroicas y memorables que nuestra España. [...]
Los laudes Hispaniae tenían también como función explicar “el origen del mal”, las causas de las desgracias patrias. La propia riqueza del territorio servía de respuesta, pues era ella la que había atraído sobre la Península sucesivas invasiones extranjeras, ante las cuales “los españoles” habían reaccionado con una resistencia “tan extraña como terrible”. Desde tiempos inmemoriales, la riqueza de las tierras de España había excitado la rapacidad de los vecinos y de ahí las invasiones y guerras de liberación. Antes de iniciarse las tragedias, sin embargo, hubo una época en la que los habitantes del país disfrutaron de su identidad nacional y de las riquezas del territorio propio sin interferencias foráneas. Antes de las invasiones, “los españoles eran felices, libres e independientes; sus costumbres, sencillas; sus necesidades, pocas; y los medios de satisfacerlas, abundantes”. Tan idílica situación se rompió con la llegada del perverso extranjero, atraído por la “proverbial riqueza de nuestro suelo” y admitido ingenuamente por “la sencillez natural de unos pueblos incomunicados”, que no les permitió sospechar la malicia que encerraban unos extranjeros astutos.» [Álvarez Junco 2002: 204-205]
«Se trataba de hacer ver que el carácter español había sido forjado gracias a una suma prolongada de hechos, situaciones y vivencias que a lo largo de muchos siglos de historia habían ido configurando el sentimiento y la idea de España, generalmente hechos pasados tenidos por significativos y que acabaron por convertirse en símbolos. Entre los acontecimientos rescatados de la historia antigua hay algunos que han primado sobre el resto a la hora de ser considerados como constituyentes de la identidad española, aunque si bien es verdad, no todos han recibido la misma atención a la hora de ser empleados con este fin.
De esta forma se recurrió a figuras como Viriato, Indíbil, Mandonio, Sagunto y sobre todo Numancia, que jugó un papel destacado para consolidar la identidad, siendo tomada como ejemplo paradigmático del “abnegado patriotismo español” y para mostrar “el espíritu de nuestra raza”, toda vez que el numantinismo sirvió para definir, en épocas de crisis y de decadencia nacional, “el carácter español”. En definitiva, en todo esto subyace la intención de rescatar de la memoria histórica un pasado glorioso que sirviese para crear una conciencia colectiva, fundamentada en apoyos históricos extraídos de ejemplos emblemáticos ocurridos en la Antigüedad.» [José Ignacio de la Torre Echávarri]
SagunTo como símbolo de la resistencia hispana
Sagunto, en la costa levantina, era una ciudad aliada de Roma. Cuando fue atacada por Aníbal, provocó la segunda guerra púnica. Sagunto se convirtió en el primer símbolo de la resistencia contra el invasor. «Sagunto no se resistió a Aníbal porque se sentía hispánica ante un extranjero, sino porque había decidido tener otros amigos.» [Díaz-Plaja 1973: 21]
El sitio de Sagunto fue una confrontación militar que tuvo lugar en el 218 a. C. entre las tropas de Aníbal Barca, y los saguntinos. Esta batalla fue el desencadenante de la Segunda Guerra Púnica. Al principio, los romanos no reaccionaron cuando se enteraron de que Aníbal había asediado la ciudad de Sagunto, en el sudeste ibérico. Con este ataque, Aníbal rompía el tratado establecido tras la Primera Guerra Púnica, pues Sagunto era una ciudad aliada con Roma. Los saguntinos solicitaron la ayuda de Roma, pero no obtuvieron respuesta. Sagunto tampoco recibió ayuda de las comarcas vecinas que no veían con buenos ojos el poder que esta ciudad estaba adquiriendo sobre los pueblos de la región. La negligencia y tardanza de la República romana de enviar auxilios a Sagunto contribuyó a la derrota de la ciudad.
En el 218 a. C., tras ocho meses de cerco, Sagunto era tomada por las tropas cartaginesas y Aníbal tenía una base para suministrar a su tropa alimentos y refuerzos antes de cruzar los Pirineos en dirección a los Alpes y de allí emprender la marcha contra Roma. Sagunto era una ciudad ibero-edetana, ciudad de origen griego y aliada de Roma, que ya en el siglo III a. C. era un punto estratégico para el comercio por el Mediterráneo.
El objetivo de Aníbal era poder financiar su invasión a Roma con el dinero y oro de la ciudad vencida, así como incorporar a sus tropas a todos los hombres aptos para la lucha. Con la conquista de Sagunto, Aníbal quería dejar a su hermano Asdrúbal, comandante de Hispania del Ebro al sur, una plaza fuerte cercana a la Cartago Nova (hoy Cartagena), la ciudad madre cartaginesa en la Península.
La versión nacionalista y “romántica” del asedio de Sagunto no se ajusta a la realidad histórica. Tras el asedio de varios meses, Aníbal entra en la ciudad y la encuentra desolada, destruida y quemada, lo que enfureció al general cartaginés que tanto empeño había empleado en la conquista de esta plaza.
Cuenta la leyenda que los saguntinos, al no recibir la ayuda de los romanos, y con la negativa de rendirse, decidieron encender una gran hoguera y se arrojaron todos a ella. El episodio histórico del sitio de Sagunto pasó a formar parte del mito del heroísmo de los celtíberos en su lucha por la independencia frente a Roma, junto con Numancia y la guerra de guerrillas del caudillo lusitano Viriato.
la Figura idealizada del caudillo lusitano viriato
Los autores clásicos nos han dejado una figura deformada y mitificada del caudillo lusitano Viriato, como “mito del buen salvaje”, “el Aníbal bárbaro” o “el esclavo Espartaco”. Algunos autores antiguos lo describen como un simple bandido, pero casi todos ven en él un héroe popular en la lucha contra los romanos.
Según las fuentes romanas Viriato era un líder carismático, gran estratega y hombre sobrio, que vencía a los romanos con su táctica de guerrillas y emboscadas en terrenos abruptos. No buscaba la conquista duradera de los territorios enemigos, sino el saqueo y la captura de botines. Para Diodoro, Viriato era un líder sabio, recto y austero, un hombre generoso con sus soldados. Era el arquetipo de buen salvaje, no corrompido por el lujo y la civilización.
La figura de Viriato se convirtió en el siglo XX en símbolo nacionalista y referente para la exaltación de sentimientos nacionalistas por las dictaduras gobernantes en la Península Ibérica. La figura del héroe lusitano fue nacionalizado de forma chovinista, tanto en Portugal como en España.
Ya durante el Renacimiento y el Humanismo del siglo XVI, Portugal se apropió de la figura de Viriato como caudillo de la Lusitania, especie de Portugal primigenio. Más tarde se convirtió en símbolo nacional bajo la dictadura de Salazar. Durante la Guerra Civil española, un contingente de voluntarios portugueses integrados en las tropas de Franco se hizo llamar Los Viriatos.
En España, el escritor Bernardo de Balbuena había trazado ya en el siglo XVII una supuesta continuidad entre lusitanos y españoles en su poema épico El Bernardo.112 Al calor del surgimiento del Estado liberal, en el siglo XIX autores como
Modesto Lafuente, en su Historia General de España (1850-1867), también exaltaba las virtudes patrióticas de Viriato y la idea de una patria común. En el siglo XX, durante la dictadura franquista, se potenció el uso de la figura de Viriato como héroe nacional, un modelo de conducta, fomentando la idea del patriotismo y el heroísmo nacionales, el «espíritu del pueblo» español.
Durante los primeros años de la dictadura existió un intento por asociar la figura de Francisco Franco con la de personajes heroicos de diversos episodios de la historia peninsular, entre los que se encontraban, además del propio Viriato, los caudillos iberos Indíbil y Mandonio, Don Pelayo, el Cid Campeador, Guzmán el Bueno, los Reyes Católicos, el Cura Merino en la guerra de Independencia española o Eloy Gonzalo en la Guerra de Cuba, y así hasta llegar al levantamiento militar que daría lugar a la Guerra Civil Española. Viriato era representado como símbolo arquetípico del guerrillero español.
Miguel de Cervantes mencionó el nombre de Viriato en distintas obras, como en Don Quijote de la Mancha, en el que le cita en una enumeración de reyes, y en El cerco de Numancia, con una aparición de un personaje llamado Viriato en forma de pastor.
El historiador regeneracionista Joaquín Costa dedicó en 1895 parte de su obra a la figura de Viriato en La tierra y la cuestión social, en la que señaló un supuesto carácter celtíbero del caudillo. Ángel Ganivet, en su Idearium español, destacó la desorganización característica de los lusitanos en contraste a la férrea disciplina propia de los ejércitos romanos.
En 1968 el dramaturgo Alfonso Sastre, en contraposición al uso de la figura del caudillo lusitano por el régimen franquista, optó por compararla con la del Che Guevara en su obra Crónicas Romanas. En Portugal y en España, se ha llegado a comparar la figura de Viriato con la del conocido personaje de cómic Astérix.
En el campo de la pintura destaca el cuadro de José Madrazo La muerte de Viriato, pintado en Roma en torno a 1808. Más tarde se realizaron otras representaciones pictóricas del caudillo.
Numancia como símbolo del heroísmo hispano
Numancia ocupaba el elevado cerro de La Muela de Garray, desde el que se domina la llanura, en cuyo horizonte se elevan las montañas del Sistema Ibérico. La ciudad era un punto estratégico de confluencia de los caminos que atraviesan las alineaciones del Sistema Ibérico y comunican el valle del Ebro con el Alto Duero. Tenía además un importante peso estratégico como punto de paso entre el Valle del Ebro con la Meseta. Una buena ganadería y ricos campos de cultivos le proporcionaban buen alimento y sustento a pesar de la dureza de los inviernos. Era un punto estratégico para conquistar el centro peninsular.
Numancia fue objeto especial de los ataques de las legiones romanas al acoger en sus muros a habitantes de la ciudad de Segeda (Zaragoza) que habían sobrevivido a una batalla contra Fulvio Nobilior, violando así un acuerdo firmado con Roma. La acogida de los segedenses dio comienzo a una lucha de veinte años contra los romanos. Hasta once cónsules romanos fueron derrotados al querer conquistar la ciudad.
Ante las continuas derrotas sufridas por el ejercito romano el Senado de Roma tomó cartas en el asunto para reparar esta continua humillación, designando a un general de prestigio, Escipión Emiliano al mando de las tropas en Hispania. Su reciente éxito en la derrota de la ciudad de Cartago le precedía. Numancia se resistió hasta que Escipión Emiliano la cercó, le cortó toda posibilidad de suministro de alimentos y le llevó a la aniquilación. Tras varios meses de cerco, los habitantes deciden la rendición de una manera heroica. La ciudad es arrasada por un incendio y Escipión regresa a Roma triunfante.
La resistencia heroica de la ciudad celtíbera de Numancia frente al invasor (153-133 a.C.) fue glosada y exaltada por los autores romanos, y desde entonces fue elevada a la categoría de mito. Las crudas descripciones que de este final hicieron los historiadores romanos, empeñados en ensalzar el heroísmo de los numantinos para poner más de relieve la victoria de Escipión Emiliano, contribuyeron a crear el mito de Numancia como símbolo de un pueblo que lucha heroicamente por su independencia hasta la muerte. Los escritores romanos dieron al comportamiento de los numantinos el carácter de gesta heroica de una dimensión universal. Veintidós escritores romanos citan o relatan la historia de la heroica resistencia que la ciudad celtíbera de Numancia opuso a la conquista romana y dan una detallada información del cerco y la posterior destrucción de la ciudad a manos de Escipión Emiliano.
El sitio de Numancia (130 a. C.) es narrado en la obra Ab urbe condita de Tito Livio, en la Geografía de Estrabón y en la Historia romana de Apiano de Alejandría (mediados del siglo II d. C.), que se basan en Salustio y Polibio. Quizá ya para esta época comenzaba a fraguarse una tradición legendaria, recogida por Lucio Anneo Floro en su Compendio de las hazañas romanas (libro II), que relataba que no quedó un solo superviviente en la ciudad soriana. La Estoria de España de Alfonso X recoge en el siglo XIII esta idea.
La resistencia heroica de los numantinos ha dejado huella en la lengua española en el adjetivo "numantino" con el significado: ‘Que resiste con tenacidad hasta el límite, a menudo en condiciones precarias’ (DRAE).
La imagen heroica de Numancia ha sufrido a lo largo de más de dos mil años numerosas interpretaciones. Numancia se transformó en mito ya desde el tiempo de los romanos, cuyos escritores engrandecieron la historia de esta ciudad celtíbera, lo que fue generando una admiración universal, que a través de los siglos fue acentuando su epopeya y dramatismo. Del heroísmo de los numantinos se tomó como ejemplo de los valores espirituales de un pueblo que sabe defender su libertad hasta la muerte frente un enemigo más fuerte. La geste de Numancia fue considerada por la historiografía nacionalista como prueba del “carácter español”.
Miguel de Cervantes dramatizó el hecho histórico en su obra El cerco de Numancia, escrita y representada hacia 1585. Durante la invasión francesa se reavivó el mito numantino al establecerse un claro paralelismo entre la resistencia celtíbera y la española. Los pintores de la época romántica tomaron la rendición de Numancia como motivo para sus cuadros. En el siglo XX se dio el nombre de Numancia a ciudades o pueblos, así como a regimientos militares o barcos de guerra.
«Tanto en las crónicas y manuales de Historia de España, como en los libros de texto y cartillas escolares, Numancia siempre ha ocupado un lugar preeminente a la hora de narrar las grandezas de nuestra Historia Antigua. Ahora bien, no hay que creer que se trata de una invención o monopolio de las cartillas con las que se educaron nuestros mayores en la escuela nacional-católica, ni mucho menos, sino que un siglo antes, en pleno apogeo de los nacionalismos románticos, se dieron estos mismos parámetros, que a su vez fueron heredados de la reacción nacional contra la invasión napoleónica, y más aún, estaban enraizados con la tradición historiográfica anterior proveniente de los tiempos de la Ilustración.» [José Ignacio de la Torre Echávarri]
En España, siempre que se hizo necesario reforzar y reafirmar la idea de la identidad española en momentos de crisis nacional, se echó mano de Sagunto, Numancia y Viriato, sobre todo del heroísmo numantino frente a los romanos. Así sucedió después de la Reconquista y el advenimiento de la dinastía de los Austrias, así como tras la guerra de la Independencia (1808-1814), durante el desarrollo de los nacionalismos románticos del siglo XIX, tras la pérdida de las últimas colonias de ultramar en 1898 o durante la Guerra Civil (1936-1939) y el franquismo.
Entre los acontecimientos rescatados de la historia antigua hay algunos que han sido considerados como constituyentes de la identidad española: figuras como Viriato, Indíbil, Mandonio, Sagunto y sobre todo Numancia, jugaron un papel destacado para consolidar la identidad nacional: paradigmas del “abnegado patriotismo español”, que muestran “el espíritu de nuestra raza”. El numantismo sirvió para definir el “carácter español” en épocas de crisis y decadencia nacional.
La descripción que los autores clásicos nos dejaron de la heroica resistencia de Numancia y su destrucción en el 133 a.C. contribuyó a la visión deformada de los acontecimientos en la historiografía posterior, que magnificó la gesta numantina en favor de intereses ideológicos y convirtiendo a Numancia en un símbolo nacional y en un mito: la defensa de “los españoles” frente a la conquista romana.
«Cuando se hizo necesario rescatar, de entre los acontecimientos de la historia antigua de España, ejemplos que sirviesen para comparar y vincular las “grandezas contemporáneas” con las “glorias pasadas” ocurridas en suelo peninsular, Numancia fue tenida como un referente continuo. De este modo, su historia ha sido recordada y utilizada de manera constante, más que cualquier otro hecho de la Antigüedad española, debido, no cabe duda, al dramático desenlace al que se vio avocada y al reconocimiento social que obtuvo su titánica lucha contra un enemigo mucho más poderoso. Pero sobre todo porque se trató, al igual que Sagunto, de una gesta colectiva llevada a cabo por todos sus habitantes, lo que la acercó, más si cabe, a la población española, por encima de otras hazañas individuales. Al mismo tiempo, el hecho de estar enclavada en el corazón de Castilla la hizo colocarse en una posición de salida privilegiada, sobre todo en aquellos momentos en los que primaron los patrones castellanizantes y centralizantes a la hora de configurar la idea de España.
Todas estas consideraciones han contribuido a que se hayan realizado más representaciones artísticas y literarias acerca de la historia de Numancia que de ningún otro hecho histórico de la Antigüedad española, a lo que indudablemente también colaboró el impulso que recibió a partir de la tragedia La Destrucción de Numancia, escrita por Miguel de Cervantes, que la dotó de una fama y reconocimiento universal. Además, su nombre ha venido empleándose, y continúa reconociéndose así hoy en día, como sinónimo de resistencia y de defensa a ultranza contra el enemigo, e incluso ha sido considerada durante mucho tiempo como símbolo de patriotismo, como espejo al que asomarse en épocas de crisis de identidad y como una hazaña definitoria del carácter nacional. Por eso, no es de extrañar que en muchas ocasiones haya parecido como sí los numantinos no hubiesen luchado sólo por su libertad e independencia, sino que más allá del espacio territorial que dominaba Numancia, y como sí con una visión de futuro, su sacrificio y tenacidad hubiesen sido necesarios para definir el “espíritu español” y configurar el “carácter de nuestra raza”, como se llegó a decir a inicios del siglo XX. Con el tiempo los numantinos pasaron de luchar por “su patria” a luchar por “nuestra nación”, siendo empleada su gesta como paradigma del espíritu de libertad del pueblo y también como abnegado ejemplo de patriotismo español del que se hizo eco la historiografía decimonónica a la hora de configurar y conformar las bases de una identidad nacional.
Sin embargo, también hemos podido apreciar como el uso de Numancia no es identificable con una doctrina política concreta, sino que ha sido empleada en diferentes épocas, casi de manera continua, por la gran mayoría de corrientes ideológicas que, desde inicio del siglo XIX, han visto la luz en territorio español, independientemente de su signo político e ideológico. Así, podemos advertir como fue utilizada durante la Reconquista, la Ilustración, La Guerra de Independencia, el Desastre colonial del 98 o la Guerra Civil; o como se hicieron eco de ella vascoiberistas, liberales, regeneracionistas, tradicionalistas, monárquicos, republicanos, nacional-católicos, franquistas, etcétera, aunque cada uno de ellos haciendo primar unos aspectos de la gesta numantina por encima de otros, según el prisma ideológico y conceptual al que estuviera expuesta.» [José Ignacio de la Torre Echávarri]
«En los manuales escolares de Historia que se usaban cuando la gente de mi edad éramos niños enseñaban que Viriato había luchado por la “independencia de España” frente a las legiones romanas, en el siglo II antes de Cristo, o que, por esa misma causa y en época cercana, los habitantes de Sagunto y Numancia habían preferido suicidarse colectivamente a rendirse, ante la aplastante superioridad de los sitiadores cartagineses o romanos, los cuales, al entrar, solo encontraron cadáveres y cenizas. No importaba que Sagunto fuera una colonia griega ni que ninguna fuente histórica directa testimonie la muerte de todos sus habitantes; Tito Livio, al revés, consigna que Aníbal tomó la ciudad al asalto y Polibio dice que consiguió en ella “un gran botín de dinero, esclavos y riquezas”.
En cuanto a los numantinos, resistieron, según Estrabón, heroicamente, “a excepción de unos pocos que, no pudiendo más, entregaron la muralla al enemigo”. Tampoco suele dedicarse un instante a reflexionar sobre si Viriato, “pastor lusitano”, podría comprender el significado del concepto de “independencia”, ni aun el de la palabra “España”, porque, en sus montañas de la hoy frontera portuguesa, difícilmente habría visto un mapa global ni tenido idea de que vivía en una península.
El historiador nacionalista deja de lado todos esos datos porque lo único que le importa es demostrar la existencia de un “carácter español”, marcado por un valor indomable y una invencibilidad derivada de su predisposición a morir antes que rendirse, persistente a lo largo de milenios. Y digo bien milenios, porque el salto habitual, desde Numancia y Sagunto, suele darse hasta Zaragoza y Gerona frente a las tropas napoleónicas; y vade retro a aquel que se atreva a objetar, por ejemplo, que todo el territorio “español” —godo— se abrió sin ofrecer una resistencia digna de mención ante los musulmanes, tras una única batalla junto al Estrecho.
Volviendo a Sagunto y Numancia, hay que recordar que el caso canónico, mucho más conocido que el español, sobre una ciudad sitiada que decide inmolarse ante el imparable ataque enemigo, es el de la fortaleza judía de Masada, cuyos defensores se dieron muerte antes que rendirse a los romanos. El relato de Josefo, única fuente directa sobre el tema, menciona, de todos modos, algunas excepciones a aquel suicidio colectivo; y la evidencia arqueológica no ha aportado prueba alguna de la hecatombe. Pero no terminan aquí las imitaciones.
Dos Historias de Galicia de mediados del XIX, las de José Verea y Aguiar y Benito Vicetto, incluyeron el episodio del Monte Medulio, donde los celta-galaicos, tras resistir heroicamente frente a la abrumadora superioridad romana, acabaron entregándose también a la orgía suicida. Eran los mártires que el galleguismo necesitaba en su despertar nacionalista.» [José Álvarez Junco: “Historia y mito”, en El País, 02/03/2014]
numancia en la historiografía del Siglo XVI
La nueva dinastía de los Habsburgo en el siglo XVI necesitaba identificarse con la historia del pueblo español al que iba a gobernar.
En 1541 se publicó la Primera Crónica General, mandada componer en el siglo XIII por Alfonso X. En esta obra se decía que Numancia había resistido al asedio romano mientras permaneció unida. Las crónicas del siglo XVI comienzan a considerar la gesta numantina como la lucha por España y a los numantinos como a los españoles que luchan por su independencia. La Monarquía española es presentada como la más antigua de Europa, con un pasado glorioso. Juan de Mariana retoma el tema en su Historia de España (1591): Numancia sobrevivió gracias a la concordia de sus gentes, y fue vencida por la discordia, lo que la llevó a su destrucción.
La obra que más contribuyó a hacer de Numancia un mitologema nacional fue la tragedia renacentista escrita por Miguel de Cervantes hacia 1585 conocida por La Numancia o Comedia del cerco de Numancia, La destruición de Numancia y Tragedia de Numancia. Cervantes no se inspiró en ninguno de los autores romanos, probablemente se basó en alguna de las crónicas impresas renacentistas, como la Crónica general de España de 1553 de Florián de Ocampo, basada en refundiciones de la historiografía cronística medieval de origen alfonsí.
Para Cervantes, España era “la sola y desdichada España” que había sido codiciada por naciones extranjeras debido a la división histórica que, según él, habían sufrido sus hijos hasta la presencia de la dinastía de los Habsburgo, quienes llegaron a la península para unificarlos y guiarlos. Numancia estaba situada en el corazón del reino de Castilla, destinada a ser el centro del futuro Imperio.
Muchas otras obras fueron publicadas en la misma línea ideológica. Las obras literarias del Siglo de Oro representarán a Numancia como una gloria española, a la misma altura que otros logros y victorias conseguidas por la monarquía hispánica como fueron Pavía, San Quintín o Lepanto.
numancia en la historiografía del Siglo XVIII
«En el siglo XVIII la historia era todavía mera narración de batallas, de combinaciones políticas entre los príncipes y de esgrimas diplomáticas. Voltaire es el primero que ensancha el panorama. Él saca a la historia de los campos de batalla, de las cortes y las chancillerías, y la lleva a pasear por rúas y por campiñas.» [Ortega y Gasset: “Vives” (1940). Obras Completas. Madrid: Revista de Occidente, 1964, vol. V, p. 498]
Algunos ilustrados, como el Padre Feijóo, defendían el fomento del espíritu nacional y realizaron una apología de los valores y las glorias españolas. Feijoo hace “apología de nuestra nación” para que los españoles aprendan de sus progenitores. Del pasado destaca la figura de Viriato como “jefe español”, y Sagunto y Numancia con su heroica resistencia frente a los codiciosos romanos. Numancia es una gloria nacional
A partir de finales del siglo XVIII y luego ya en el siglo XIX, comienza el auge de los nacionalismos europeos. Las naciones recurren a su pasado, real o inventado, para dar legitimidad histórica a sus proyectos nacionalistas presentes y futuros y fortalecer así el nuevo concepto de nación como “soberanía popular”. Ahora ya no se trata de relacionar a la Monarquía con un pasado nacional glorioso digno de su grandeza. Ahora priman los conceptos de patria y patriotismo y se consideran los hechos heroicos del pasado como sucesos patrióticos, como ejemplos de la lucha de un pueblo por su independencia.
numancia en la historiografía del Siglo XIX
La invasión napoleónica y la Guerra de la Independencia (1808-1814) provocaron una fuerte reacción popular contra las tropas francesas y despertaron la conciencia nacional. Se comenzó a “revivir” el pasado heroico de resistencia española frente a los invasores. Numancia volvió a ser el ejemplo de heroísmo y lucha colectiva de un pueblo por su independencia frente al invasor: entonces los romanos, ahora los franceses. Numancia aparece ahora con tintes nacionalistas como el símbolo de la lucha de un pueblo por su unidad nacional e independencia frente al invasor extranjero. Numancia es un ejemplo del patriotismo español. La invasión francesa provocó una ola de patriotismo que veía en la actual reacción del pueblo frente a los franceses la continuación de un pasado heroico de resistencia contra el invasor. El numantinismo pasó a formar parte del “espíritu nacional” como el “carácter propio de los españoles”. Vuelve a ser Numancia tema de obras literarias y pictóricas.
La historia nació en el siglo XIX como una disciplina encaminada a la educación cívica y con la intención de emplear el pasado para apoyar el orden social establecido, así como para crear una conciencia nacional y una sensibilización patriótica. Desde la época romántica fue asignatura obligatoria en la educación mostrando lo que era patrimonio común y lo que había contribuido a configurar lo español. Con esta finalidad aparecerán los primeros libros de texto que van a ejercer una importante labor pedagógica de configuración de lo español. Desde finales del siglo XIX, se emplearon los libros de texto para reforzar el nacionalismo de la burguesía emergente. La resistencia numantina se convierte así en el "espíritu nacional", en el carácter propio de los españoles, lo que define a una raza, y esto es lo que se va a transmitir durante generaciones en las escuelas.
Los movimientos románticos del siglo XIX comenzaron a construir una imagen de los orígenes de la nación española buscando en los hechos del pasado las raíces históricas sobre las que se asienta la identidad nacional del emergente nacionalismo liberal español, nacido tras la Constitución de Cádiz de 1812. Numancia es empleada por esta historiografía para rastrear la “esencia” del carácter español y el inicio de los tiempos históricos.
La invasión napoleónica de España provocó una fuerte reacción nacional contra las tropas francesas. El mensaje de la Numancia heroica y amante de su libertad, ya tratado en el siglo XVIII, adquiere ahora tintes nacionalistas. En las coplas populares contra el invasor francés se podía oír: «Escucha, Napoleón,/ Si como fiel aliado,/ Tus tropas has enviado,/ Hallarás en la nación/ Amistad y buena unión;/ Si otro objeto te guio,/ Humando no se rindió,/ Numantinos hallarás,/ En España reinarás,/ Pero sobre españoles, no».
La Guerra de Independencia (1808-1814) despertó entre los intelectuales, los artistas y la población española una reacción de patriotismo ante la invasión francesa. Se rescatan las viejas imágenes heroicas de la historia de España, para fomentar la unidad y la resistencia contra el invasor. Se convierte en tópico la expresión resistencia numantina durante el periodo de la Guerra de Independencia contra las tropas de Napoleón, y posteriormente, por parte de los partidarios de Isabel II y Espartero, durante la Primera Guerra Carlista. Los pintores evocarán en sus cuadros la resistencia de los pueblos peninsulares frente a la dominación romana. La Numancia de Cervantes volvió a ser representada. Tras la caída del Antiguo Régimen el mito de Numancia se convirtió en un elemento histórico de identificación colectiva.
A partir de la mitad del siglo XIX se extendieron por toda Europa las ideas románticas de identidad nacional, patriotismo, pasado común de los pueblos, el “espíritu de los pueblos”. Los temas de historia antigua de los diferentes pueblos europeos recobran interés; se buscan en el pasado las raíces nacionales de cada pueblo. La historiografía liberal identificará el “carácter nacional español” como inmutable desde la prehistoria, lo que va a servir para definir la identidad y la unidad nacional.
La obra que canonizará esta temática fue la Historia general de España desde los tiempos primitivos hasta nuestros días, de Modesto Lafuente, compuesta por 30 tomos publicados entre 1850 y 1867. Esta obra monumental sirvió para crear la imagen sobre los orígenes de la nación española como los de un pueblo indígena “altivo, caballeresco, valiente hasta el heroísmo y amante como ningún otro de la independencia”, como lo demostraron ciudades como Sagunto y Numancia con su heroica resistencia a la dominación romana. Según Lafuente, la unión de los celtas e íberos en la meseta central de la Península habría creado la “raza celtíbera” y prefigurado el posterior liderazgo del reino de Castilla en la configuración de la unidad monárquica española con Isabel la Católica.
Numancia aparece en los libros de texto como "inmortal", "gloria nacional", "segunda rival de Roma", y "terror del Imperio": no había en Roma “quien quisiera alistarse para hacer la guerra en España”, pues "Numancia imponía tal respeto a sus enemigos que no se atrevían a nombrarla y nadie quería combatir contra un pueblo que había hecho frente a tantos y numerosos ejércitos”. La inmortal Numancia sucumbió, "no vencida por sus enemigos, sino a manos de sus propios hijos, quedando así su memoria para eterno baldón de Roma, y para gloria inmortal de los hijos de Iberia" (Calonge, 1855).
Esta imagen emblemática de Numancia será transmitida a los estudiantes en las escuelas para inculcarles sentimientos patrióticos, mediante la exaltación del pasado glorioso, abogando por un nacionalismo con base histórica.
NUMANCIA EN LOS LIBROS DE TEXTO desde finales del xix
En 1898, España pierde sus últimas colonias de ultramar. Por la Paz de París de 1898, España tuvo que ceder a los Estados Unidos de América sus últimas colonias en Cuba, Puerto Rico y Filipinas. España comienza a replegarse en sí misma, a buscar su “intrahistoria”, la esencia de España hay que buscarla en su historia.
La historia “patriótica” y “heroica” de Numancia va a suponer una referencia constante en los manuales escolares españoles, acompañada de ilustraciones, en la mayoría de los casos extraídas del expresivo cuadro Alejo Vera El Último día de Numancia. Se describe el heroísmo de los numantinos, comparable al de Sagunto: «Imitando la conducta de los saguntinos, los habitantes de Numancia mataron a sus mujeres e hijos y dieron fuego a la ciudad, a los quince meses de sitio y muchos años de guerra».
Se habla de Numancia como el “cementerio de Roma” y de que los numantinos prefirieron el suicidio antes de ser deportados como esclavos por los romanos. Los habitantes de Numancia son “nuestros heroicos antepasados”, “heroicos patriotas hispanos”, “honorables hispanos” que habitaban en “el corazón de España en lucha contra el Imperio latino”. “Así acabó la heroica Numancia, con igual honor y abnegación que Sagunto; Roma dominó a España, pero el patriotismo y la heroicidad de los españoles no quedaron extintos”.
Contra esta interpretación de España se alzaron los regeneracionistas, contrarios a dar a los estudiantes una idea idílica de la historia de España. El regeneracionista Joaquín Costa proclamaba: «Deshinchemos esos grandes nombres: Sagunto, Numancia, Otimba, Lepanto, con que se envenena nuestra juventud en las escuelas, y pasémosles una esponja».
Durante la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930) y bajo el régimen franquista (1936-1975), se acentuó el uso de Numancia con fines ideológicos, resaltando el amor a la patria hasta el heroísmo, demostrado por los numantinos, como ejemplo a seguir y como rasgo constitutivo del auténtico carácter español. Numancia como «el terror de la República» (Asensi, 1929).
Durante la Segunda República (1931-1936) también usará el tema de Numancia, pero no como ideal del patriotismo español, sino como ejemplo de resistencia heroica de un pueblo ante en “el poder imperial”. En 1937, el poeta Rafael Alberti realizó en el teatro de la Zarzuela de Madrid una versión de El cerco de Numancia de Cervantes, para dar ánimos a los defensores republicanos de la ciudad de Madrid, cercados por las tropas nacionales de Franco. Numancia como instrumento movilizador de masas bajo la consigna de “no pasarán”.
numancia en la época franquista
El bando fascista, ligó el mito de Numancia a su "cruzada nacional", a la "base racial de España". La interpretación de la historia en la época franquista sigue los postulados de la historiografía del siglo XIX. Pero el franquismo fue incluso más allá y manipuló los hechos históricos en su propio interés ideológico y pedagógico: fomentar un nacionalismo extremado.
En un escrito de 1940, Trillo decía que Numancia había servido de ejemplo a seguir para las tropas nacionales durante la Guerra Civil (1936-193): «El germen de heroísmo empleado por nuestros soldados en Oviedo, Belchite, el Alcázar de Toledo, etc., hay que buscarlo en Numancia. Entonces, como ahora, el español no se asustó por el número y armamento de sus enemigos».
El libro Numancia, espíritu de una raza, publicado sin autor, habla de Numancia como «ciudad celtibérica, o netamente española, que fue vencida aparentemente pero no dio el espíritu que quedó flotando sin dominio posible en toda la Península. Y él, indomable y eterno ha triunfado de todo perdurar y honrar a sus creadores. Numancia, pues, es nervio y corazón del español». Numancia es «la plasmación de lo que somos: espíritu inmortal. Y a Numancia, por tanto, debe España su ser».
Se recalca poco el motivo de rebelión que tenían las tribus de la Península para resistir tan heroicamente a la conquista romana: los abusos y explotación por parte de los romanos. Los romanos tomaban a los nativos como esclavos y los que se oponían eran exterminados sin piedad.
Para la historiografía franquista, los numantinos ya tenían las cualidades esenciales del español: valor, heroísmo, amor a la independencia. Solo les faltaba ser cristianos para ser los españoles perfectos.
La historiografía nacionalista ve el problema de los pueblos prerromanos en el individualismo y la fragmentación, y lamenta que no se hayan unido bajo el mando de un solo caudillo (como Viriato, como Franco en el siglo XX). Esta falta de unión es lo que les habría llevado a ser derrotados por los romanos.
Ya en 1867 escribía un historiador sobre la falta de unidad como rasgo negativo del carácter nacional: división interna, desunión, actitud insumisa. Viriato, caudillo “invencible” como español, fue vencido por los romanos debido a la falta de unidad de la España primitiva en la que las “tribus independientes entre sí se miraban como extranjeros unos frente a otros. Los ejércitos romanos nada hubieran podido de haber acudido siquiera una mitad de España en ayuda de Viriato”.
Texto escolar Enciclopedia de primer grado – 1965
«Los primeros pobladores
Los primeros hombres que vinieron a España estaban muy atrasados: vivían en cuevas y en chozas, se vestían con pieles y se dedicaban a la caza y a la pesca.
Már tarde vinieron los iberos y los celtas.
Los iberos eran bajos y morenos. Vinieron de África y se establecieron en al Suroeste.
Los celtas eran altos y rubios. Vinieron de Europa y se establecieron en el Noroeste.
Después los celtas y los iberos se juntaron en el centro de España, se mezclaron unos con otros y formaron el pueblo celtíbero.
Pueblos colonizadores
Después de los iberos y los celtas, vinieron a España los fenicios, los griegos y los cartagineses.
Los fenicios y los griegos eran comerciantes. Llegaron a nuestras costas en barcos y fundaron Cádiz, Rosas, Sagunto y otras ciudades. Nos enseñaron el alfabeto, a acuñar moneda, a fabricar telas, a conservar el pescado, a trabajas las minas, a cultivar la viña y olivo, etc.
Para ayudar a los fenicios, que estaban en guerra con los iberos, vinieron los cartagineses. Los cartagineses eran guerreros y se propusieron conquistar toda España.
Aníbal puso sitio a Sagunto, pero los saguntinos se resistieron con heroísmo, y prefirieron prender fuego a la ciudad y morir antes que entregarse.
Sagunto
La ciudad de Sagunto ha escrito una de las páginas más gloriosas de nuestra Historia.
Cercada por los poderosos ejércitos de Aníbal, los saguntinos resistieron sus furiosos ataques durante ocho meses. Después, formaron una inmensa hoguera en el centro de la ciudad y se arrojaron a ella con sus riquezas.
Sucumbiendo con heroísmo tan sublime, España dijo al mundo por primera vez y por boca de Sagunto que “esclavo no puede ser, el pueblo que sabe morir”.
Los romanos
Después de destruir Sagunto, Aníbal fue a Roma, pero vencido por los romanos, estos vinieron a España, expulsaron a los cartagineses y se adueñaron de nuestro suelo.
Casi todos los jefes romanos trataron a los españoles con crueldad y, por ello, Viriato se sublevó contra los dominadores y los venció en numerosos combates.
Para acabar con Viriato, los romanos compraron a tres de sus capitanes y estos lo asesinaron mientras dormía.
Al morir Viriato, sus soldados se refugiaron en Numancia y, después de resistir los ataques romanos durante varios años, sucumbieron heroicamente: prendieron fuego a la ciudad y murieron matando romanos.
Numancia
La ciudad de Numancia se negó a entregar los soldados de Viriato que en ella se habían refugiado y ello dio lugar a una gloriosa guerra de sitio.
Muchos generales romanos fracasaron ante sus muros. Tantos, que Numancia era conocida con el sobrenombre de “Terror de Roma”. Por fin, el general Escipión Emiliano le puso un rigurosísimo cerco con sesenta mil guerreros.
Al no haber otro remedio, los numantinos pidieron una paz honrosa, pero como no se les concediera, salieron de sus murallas y cayeron como leones sobre el ejército romano.
Después de causar muchísimas bajas al enemigo, se retiraron de nuevo a la ciudad y, prendiéndole fuego, murieron heroicamente dentro de ella.
Roma y España
A pesar de los malos tratos que casi todos los jefes romanos dieron a los españoles, puede afirmarse que la dominación romana benefició a España.
De Roma procede nuestra lengua y muchas de nuestras costumbres, y de los romanos aprendimos a hacer puentes, acueductos, circos, caminos, etc.
A cambio de estos beneficios que Roma nos dio, nosotros dimos a Roma grandes sabios y famosos emperadores.
Entre los sabios podemos citar a Séneca y Quintiliano, y entre los emperadores, a Trajano, Adriano y Teodosio.»
[Álvarez Pérez, Antonio: Enciclopedia intuitiva – sintética – práctica. Primer grado. Valladolid, 1965, p. 165 ss.]
La Historia de España contada con sencillez – 1958
«La vida de España ha sido como un drama dividido en tres actos:
En el primero, España se hizo a sí mismo, y consiguió formar una Patria, venciendo para esto sus divisiones interiores y las invasiones de afuera. Este acto dura hasta los Reyes Católicos.
En el segundo, esta unidad, ya fuerte y segura de sí misma, se extiende por el mundo y se convierte en grandeza. España descubre a América, domina en gran parte de Europa y logra un gran imperio. Es la época de los siglos XVI y XVII, que llamamos “siglo de oro”.
En el tercero, España tiene que defender esa unidad y grandeza que ha conseguido, contra todos los enemigos que la atacan: contra todos los que contradicen su sustancia espiritual. Es la época de los siglos XVIII, XIX y XX. España tiene que acabar de luchar contra la revolución religiosa, con la que ya luchó en la época anterior; luego contra la revolución roja, que es primero política y al fin social.
Estos son los tres actos del drama de España: En el primero, logra su unidad; en el segundo, afirma su grandeza; en el tercero, defiende su libertad. [...]
Desde el primer momento, España aparece como la tierra donde se unen Europa y África. Esta unión o contacto, unas veces en forma de mezcla, otras en forma de lucha, será la clave de gran parte de su Historia.
Desde el primer momento, también, quedan en España restos y huellas de las dos civilizaciones que, por arriba y por abajo entraron en ella. En el norte, la de los hombres llegados por Europa, más adelantada, más fina. Su principal monumento, superior a ninguno otro de Europa en esa época, son las pinturas que se conservan sobre tocas de la Cueva de Altamira, cerca de Santander.
Por el sur, en cambio, los restos dejados por los hombres entrados de África, revelan una civilización más basta, más fuerte, cuyos principales monumentos son los edificios con piedras que quedan por Andalucía y Portugal.
Los Iberos
Más adelante, llegan a España unos hombres nuevos que vienen, también, probablemente, de África y entran por el sur, aunque luego se extienden por gran parte de España. Estos hombres, fuertes, valientes, guerreros, duros para el hambre y para el frío, se meten ya por los ríos hacia adentro, explorando las tierras de Castilla.
Estos son los hombres a quienes luego se llamó “iberos”, o sea, hombres de Iberia, que es el nombre que se dio antiguamente a España y que quiere decir “tierra de paso”, según unos, y según otros, “tierra de conejos”.
Tartesos
Los iberos alcanzaron su mayor grado de cultura en la parte sur de Andalucía, donde llegó a existir gran centro de comercio, riqueza y civilización, que se conoco por el nombre de Tartesos. [...]
Los celtas
Casi al mismo tiempo que los iberos poblaban el sur, este y centro de España, otro pueblo, llamado los celtas, que venía de Francia e Irlanda, entraba por el norte, y se extendía principalmente por Galicia y Portugal.
Los celtas se unieron en algunas partes con los iberos, sobre todo hacia el centro de España, por las provincias de Guadalajara y Soria, donde vivieron los que más exactamente deben llamarse “celtíberos”. El resto de España quedó dividido en una serie de tribus, de las cuales unas eran puramente celtas, otras iberas. Estas tribus, por la dificultad de comunicación de España, vivían aisladas y muchas veces tenían guerra entre sí.
Los moros y nosotros
España es un poco como la casa de todos: como el mar, donde han venido a reunirse los ríos humanos de todas las partes del mundo. Esto es lo que hizo fuerte y magnífica su gente y esto es lo que hizo grande su Historia, que tuvo que lugar, con esfuerzo de gigante, para sacar de esa variedad, una Patria propia y distinta de todas.
Quizá se pueda decir que, en medio de esa variedad de grupos, el que más dominó y dio base y fondo al pueblo español, es el ibero, o sea, el venido del norte de África, del cual proceden también sin duda los moros de Marruecos. Por eso, cuando más tarde los moros invadieron a España encontraron un pueblo parecido a ellos en muchas cosas y lograron estar en ella muchos siglos, y entenderse, durante ellos, perfectamente, en muchas partes, con los españoles. Por eso ahora los moros “regulares” (1) pelean alegres y contentos, al lado de los españoles, se encuentran como en su casa y quieren, como niños, a sus jefes y oficiales. Son como hermanos nuestros y las tierras de Marruecos son como una continuación de nuestras tierras de España. Pasar el Estrecho de Gibraltar es como atravesar un río dentro de nuestra misma Patria, con españoles en una y otra orilla.
Sin embargo, cuando pasamos desde Algeciras a Ceuta, aunque la distancia es solo de una hora y aunque en los moros encontramos muchas cosas como de familia, notamos una enorme diferencia. Hemos salido de Europa para entrar en África. ¿Qué es lo que ha hecho, viniendo los dos de un tronco común, tan superiores civilizados y europeos a los españoles frente a los moros? ¿Qué es lo que hizo que los arrojáramos de España cuando nos dominaron, para dejarlos volver, únicamente, ahora, como soldados a nuestras órdenes, como niños a los que queremos, pero a los que dirigimos y mandamos?
La contestación a esta pregunta es toda la Historia de España: el esfuerzo enorme por el que los africanos españoles del lado de acá del Estrecho, hemos logrado elevarnos tanto sobre esos otros hermanos nuestros del lado del allá, que son los moros, en los que podemos ver lo que hubiéramos sido nosotros si nos hubiera faltado un momento esa voluntad fuerte e incansable para afirmarnos y defendernos contra todos los peligros.
Ahora os voy a contar cómo fuimos invadidos, uno tras otro, por muchos pueblos y cómo, venciendo a los unos y tomándole a los otros lo bueno que traían, logramos hacer esta cosa admirable que es nuestra Patria y ser esa cosa magnífica que es el español: “una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo” (2).
Sagunto
Para hacer estallar la guerra con Roma, Aníbal busca un pretexto. Los romanos eran amigos y aliados de las colonias griegas que todavía existían en el litoral de Valencia. Aníbal atacó un día a Sagunto: lo hacía para molestar a los romanos, amigos de Sagunto. Contaba con vencer rápidamente a Sagunto. Pero Aníbal no había contado con que Sagunto, aunque colonia griega y aliada de Roma, estaba poblada de hombres del país, por españoles que amaban bravamente su independencia y consideraban indigna una rendición. [...] Los saguntinos, viéndose perdidos, decidieron morir antes de rendirse. Hicieron en el centro de la ciudad una inmensa hoguera, en la que arrojaron todas las riquezas de sus casas, echándose luego muchos de ellos al fuego. Muchas mujeres echaron a sus hijos pequeños y luego a la vista de los sitiadores, se arrojaron por las murallas de la ciudad. Otros, en fin, colocaban sus espadas de pie entre dos piedras, con la punta hacia arriba, y se tiraban sobre ellas, muriendo atravesados.
Aquellos hombres de Sagunto, que aun no habían recibido la doctrina de Cristo, y no sabían, por lo tanto, que en ningún caso es permitido quitarse la propia vida, de la que solo Dios es dueño, demostraron de un modo bárbaro y primitivo, poseen un enorme valor y una gran dignidad humana. Ese valor frío de resistencia heroica y tenaz, más difícil que el valor arrebatado de ataque y empuje, ha sido siempre muy propio de los españoles. Y cuando, luego, se ha unido al sentido cristiano y se ha dirigido por él, ha asombrado al mundo con maravillas como la resistencia del Alcázar de Toledo, en 1936 (3). Aquella resistencia se pareció a la de Sagunto. Pero el Alcázar fue un Sagunto bautizado y hecho cristiano. Sus defensores no se dieron la muerte a sí mismos: sino que la esperaban cada día heroicamente defendiéndose de los hombres y rezándole a Dios... Y a este otro Sagunto Dios le premió, al fin, con la victoria...»
[José María Pemán: La historia de España contada con sencillez. Cádiz: Escelicer, 1958, p. 13 ss.]
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(1) Los “regulares” eran soldados marroquíes que estaban encuadrados en cuerpos militares del antiguo protectorado de Marruecos, pertenecían a las fuerzas militares españolas creadas en 1911 en África y con personal indígena. Estos soldados entraron en España con las tropas de Franco cuando el levantamiento nacional contra la República en 1936.
(2) José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, en un discurso en el cine Madrid en 1935: «Nosotros no somos nacionalistas, porque el nacionalismo es el individualismo de los pueblos; somos españoles, que es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo.»
(3) El asedio del Alcázar de Toledo fue una batalla altamente simbólica que ocurrió en los comienzos de la Guerra Civil Española (1936), en la que se enfrentaron fuerzas gubernamentales compuestas fundamentalmente por milicianos del Frente Popular y guardias de Asalto contra las fuerzas de la guarnición de Toledo, reforzadas por la Guardia Civil de la provincia y un centenar de civiles militarizados sublevados contra el Gobierno de la República. Los sublevados se refugiaron en el Alcázar de Toledo, entonces Academia de Infantería, Caballería e Intendencia, acompañados de sus familias. Las fuerzas republicanas empezaron el asedio sobre el fortín de los sublevados el 21 de julio de 1936 y no lo levantarían hasta el 27 de septiembre, tras la llegada del Ejército de África al mando del general José Enrique Varela, haciendo Franco su entrada en la ciudad al día siguiente.
referencias
Álvarez Junco, José: Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX. Madrid: Taurus, 2001.
Álvarez Pérez, Antonio: Enciclopedia intuitiva – sintética – práctica. Primer grado. Valladolid, 1965.
Jimeno Martínez, Alfredo / Torre Echávarri, José Ignacio de la: Numancia, símbolo e historia. Madrid: Akal, 2005.
Pemán, José María: La historia de España contada con sencillez. Cádiz: Escelicer, 1958.
Torre Echávarri, José Ignacio de la: “Numancia: usos y abusos de la tradición historiográfica”. Complutum Nº 9, 1998, págs. 193-212.
Torre Echávarri, José Ignacio de la: “El mito de Numancia y las enseñanzas numantinas”. Revista de Soria 28, 2000, pp. 31-42.
Torre Echávarri, José Ignacio de la: “Numancia y la identidad nacional. El pasado y la identidad española, el caso de Numancia”. http://dialnet.unirioja.es/servlet/oaiart?codigo=1230826
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