Hispanoteca - Lengua y Cultura hispanas

 

La era franquista

(comp.) Justo Fernández López

España - Historia e instituciones

www.hispanoteca.eu

horizontal rule

La era franquista (1939-1975)

Era de la dictadura del general Francisco Franco

La República era un régimen democrático entre cuyos apoyos había muchos asesinos.

El movimiento salvador de la patria que encabezaba Franco, se puede definir como un sistema criminal al que también apoyaban personas decentes.

[Jorge M. Reverte]

Era franquista (1939-1975) - Resumen

 

Autarquía

1939-1950

Autoritarismo: adhesión a las potencias del Eje.

Posguerra: hambre, desabastecimiento de bienes básicos.

Nacionalismo y autoabastecimiento: autarquía.

1941: Creación del INI (Instituto Nacional de Industria).

 

Apertura

1950-1960

1953: Cooperación militar con los EE UU.

1955: España entra en los foros internacionales – miembro de la ONU.

Protestas estudiantiles en la Universidad Central de Madrid tras la muerte de Ortega y Gasset.

1958: Independencia de Marruecos.

 

 

 

 

 

Desarrollismo

1960-1975

Gobiernos tecnócratas.

Desarrollo económico y liberalización de las costumbres.

Planes de desarrollo y fomento del turismo.

Remesas de dinero de los trabajadores españoles emigrados a Francia y Alemania.

Influencia del Opus Dei y de los Propagandistas.

1968: Independencia de Guinea Ecuatorial.

1973: Luis Carrero Blanco asume la Presidencia del Gobierno y pocos meses después muere víctima de un atentado de la banda terrorista vasca ETA.

1974: Arias Navarro asume la Jefatura del Gobierno.

1975: Tratado de Madrid: reparto del Sahara Occidental entre Marruecos y Mauritania.

20 de noviembre de 1975: muere Franco y le sucede Juan Carlos I.

 

 

 

 

 

 

Características

Régimen autoritario, alejado de las democracias y de los totalitarismos.

Sistema con pluralismo limitado, sin ideología elaborada.

Sistema de partido único diferente al de los totalitarismos: Creación del Movimiento Nacional (1936).

Decreto de Unificación de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS (19.04.1937).

Criticado por represión ideológica y ausencia de pluralismo.

Ausencia de Constitución, sustituida por

Leyes Fundamentales:

1938: Fuero del Trabajo.

1942: Ley Constitutiva de las Cortes.

1945: Fuero de los Españoles.

1947: Ley del Referéndum.

1958: Ley de Principios Fundamentales del Movimiento.

1967: Ley Orgánica del Estado.

 

 

Democracia orgánica

«Al término democracia se le han añadido demasiados adjetivos a lo largo de la época contemporánea. Algunos intelectuales adeptos al franquismo opinaban que aquella tiranía no era sino una democracia orgánica, en la que estaban representados organismos naturales como el municipio, el sindicato o la familia.

Bastardeaban así una vieja tradición organicista, que había criticado los excesos del individualismo y reclamado la presencia de corporaciones o asociaciones en los parlamentos.» [Javier Moreno Luzón, catedrático de Historia en la Universidad Complutense de Madrid]

 

 

 

 

 

Instituciones

Concentración del poder en la persona de Franco, que es jefe del Estado y presidente del Gobierno.

Jefe de Gobierno en 1936.

Jefatura Nacional del Movimiento en 1937.

Jefe del Estado en 1939. Podía dictar normas jurídicas sin deliberación del Consejo de Ministros.

Familias políticas: Falange, Católicos, Monárquicos, Tecnócratas.

Las Cortes creadas en 1942.

Tres estamentos: Los municipios, los sindicatos verticales y los procuradores familiares.

El Consejo Nacional del Movimiento.

El Consejo del Reino.

El Consejo de Regencia.

El Fuero de los Españoles.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Agentes sociales

El ejército se incorpora al cuerpo funcionarial del Estado y se le priva de ideología.

La Iglesia colabora al principio con el régimen y ve la Guerra Civil como una “Cruzada”: nacionalcatolicismo.

Origen de los primeros movimientos de oposición: Comisiones Obreras (CC OO).

La política proteccionista del régimen permitió hacer mucho dinero en el mercado negro y el estraperlo. La apertura permitió invertirlo fuera de España.

La pequeña burguesía estaba, social y políticamente, al margen del régimen y se aprovechaba de la estabilidad.

Fomento de la meritocracia administrativa.

Poca conflictividad laboral.

El mundo obrero quedaba incardinado obligatoriamente en los sindicatos verticales.

El auge del desarrollismo y la emigración traen un cierto bienestar.

Reforma agraria técnica: plan de regadíos y concentración parcelaria.

Crisis de los años 70: los precios industriales aumentan por encima de los agrícolas.

Bases del desarrollismo industrial: la construcción, el turismo y las divisas enviadas desde el extranjero por los emigrantes (Australia, Francia, Alemania, Suecia, Suiza, Holanda, Bélgica).

La educación queda en manos privadas: enseñanza católica.

Implantación de una red educativa estatal global.

Ley general de Educación en 1970.

Intelectual importante adicto al régimen: Rafael Calvo Serer.

En 1946 vuelve a España el filósofo José Ortega y Gasset.

LA FALANGE Española de las JONS (FE de las JONS)

En la posguerra surge el fascismo, de “fasce” (en latín, 'haces'), haz del líctor romano, antiguo símbolo romano de la autoridad real o magistral, consistía en un haz de bastones de madera atados con cintas de cuero, que en un principio incluían un hacha. Eran transportados por funcionarios conocidos como lictores. Simbolizaban el poder de castigo; el hacha simbolizaba el poder de la vida y la muerte.

El fascismo hereda de los partidos conservadores el amor a la patria y a sus tradiciones y de los partidos progresistas una idea de mayor justicia social, con un Estado corporativo que evite la lucha de clases obligando a todos a servir a una sola causa: la Patria. En el sistema corporativo no hay partidos políticos, ni un partido único, sino que todos los ciudadanos tienen una participación política desde la actividad económica que desarrollan en la sociedad. Desde tal condición, votan a sus pares, para designar a los mejores como representantes.

El fascismo encuentra en un camino en España con la creación de la Falange Española en 1933, durante la Segunda República, y tres años después proporcionó las bases ideológicas originales al régimen dictatorial del general Francisco Franco. El partido (palabra que no gustaba a José Antonio, que prefería hablar de Movimiento) no logra sacar más que un diputado, en las elecciones de 1933 y ni uno en las de febrero de 1936.

El fracaso del Estado corporativo del general Primo de Rivera (1923-1930) provocó el nacimiento de grupos totalitarios acordes con el tono político de la Europa de entreguerras (1918-1939). En agosto de 1931, Ramiro Ledesma Ramos publicó en Madrid La Conquista del Estado, en torno al que se formaría el grupo homónimo, y en agosto Onésimo Redondo fundaba las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica y el periódico Libertad. Ambos grupos formaron en octubre de ese año las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS), de una ideología basada en un nacionalismo decididamente opuesto al marxismo, totalitario y antiliberal. Contaban asimismo con un cierto antisemitismo y preveían la participación política corporativa a través de un sindicato estructurado por ramas de producción.

El 29 de octubre de 1933, como parte de la campaña electoral para las elecciones de noviembre de ese año, José Antonio Primo de Rivera, hijo del fallecido dictador, presentó en el Teatro de la Comedia de Madrid un movimiento ultraconservador y antimarxista más, el falangista, que tomó definitivamente el nombre oficial de Falange Española (FE), hizo público su himno (Cara al Sol) y su uniforme (la camisa azul mahón). El 4 de marzo de 1934, en el Teatro Calderón de Valladolid, FE se fusionó con el grupo de Ledesma Ramos y Redondo (las JONS) para dar lugar a una nueva formación política cuyo nuevo nombre fue el Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, conocido habitualmente como Falange Española de las JONS y, de forma más abreviada como FE de las JONS, que toman su escudo (el emblemático yugo y las flechas de los Reyes Católicos) y su bandera (tres franjas verticales negra-roja-negra, colores asimismo del anarquismo). Los tres líderes (Primo de Rivera, Ledesma y Redondo) pasaron a dirigir conjuntamente el nuevo partido, que tenía unos 3.000 afiliados, un insignificante sindicato (la Central Obrera Nacional-Sindicalista, CONS), una activa agrupación estudiantil (Sindicato Español Universitario, SEU), y unas “fuerzas de choque” que llevaron a cabo violentos enfrentamientos políticos callejeros contra los militantes de organizaciones obreras.

La derecha desconfía de un jefe que acusa a los conservadores de egoísmo y de estar ciegos ante la realidad del momento, y abandonan a su suerte a José Antonio Primo de Rivera, que al no ser diputado, es detenido, encarcelado en la prisión de Alicante y fusilado en 1936, condenado por un Tribunal republicano.

Durante la Guerra Civil, los falangistas luchan al lado de las tropas nacionales del general Franco y el ideal de este pequeño grupo es adoptado de pronto como ideal de millones de españoles. La muerte de José Antonio, del Jefe, en la prisión de Alicante, creó el Mito del Ausente. Los jóvenes que luchaban en la tropas nacionales ya tienen un ideal por el que luchar. De repente, los dos bandos en contienda (el republicano y el nacional) tienen problemas internos promovidos por la extrema izquierda de cada uno: los republicanos con los anarquistas, y los nacionales con el falangista Federico Manuel Hedilla Larrey, segundo jefe nacional de FE de las JONS, sucesor de José Antonio Primo de Rivera.

La noche del 16 de abril de 1937 tuvo lugar un incidente violento en Salamanca protagonizado por miembros de distintas corrientes existentes en el seno de Falange. El incidente se saldó con dos muertos al tomar por la fuerza la sede local de la Falange. Entonces el Cuartel General de Franco decidió llevar adelante un plan que ya venía fraguándose, bajo la inspiración de altos mandos militares: la creación de un gran "partido único" dentro del bando nacional. El 19 de abril de 1937, Hedilla es sorprendido por el Decreto de Unificación con los tradicionalistas bajo la jefatura de Franco.

Hedilla había insistido en mantener postulados sindicalistas y de reformismo social dentro de Falange, rechazando a los antiguo monárquicos.  A Hedilla tampoco le agradaba tener que cooperar ahora con los tradicionalistas. Los ideales políticos y sociales de la Falange eran considerados por Franco como demasiado revolucionarios. Como líder máximo de la Falange, Hedilla no admitió la jefatura de la Junta Política de FET y de las JONS que por decreto de 25 de abril le otorgó Franco. Ante esta negativa, el 25 de abril de 1937 Hedilla fue arrestado bajo la acusación de haber conspirado contra la seguridad del Estado, y después de ello fue condenado a dos penas de muerte, que no se ejecutaron, pues Franco, Serrano Súñer y los jefes militares consideraron necesario contar con el apoyo de la Falange, al extremo que Franco designó como sucesor de Hedilla al veterano falangista Raimundo Fernández-Cuesta, bajo cuyo mando siguió adelante la "unificación" ordenada por Franco.

El ideario falangista pasa a ser el del Estado orgánico del franquismo. El saludo falangista con el brazo en alto pasa a ser el saludo nacional; la camisa azul con boina roja pasará a ser el uniforme de los funcionarios del Movimiento Nacional. Los veintiséis puntos de la Falange servirán de base ideológica del nuevo Estado, aunque suprimiendo el punto 27 que declaraba que la lucha falangista sería sin aliados que enturbiaran la pureza del movimiento.

Esta fusión, aunque logró unificar a las facciones políticas en la zona nacionalista, implicaba en la práctica la desaparición de la Falange Española tal como la había concebido su fundador, José Antonio Primo de Rivera. El partido de la Falange quedaba supeditado al Estado y el jefe nacional era el jefe del Estado, Generalísimo Franco: «El jefe asume en su entera plenitud la más total autoridad. El jefe responde ante Dios y la Historia.» (4 de agosto de 1937). Los jefes y oficiales del ejército eran «militantes» por derecho propio.

Se dice que Franco no era franquista, es decir, que, como militar, no tenía ideología ninguna.

«Pero la habilidad del Generalísimo consistió en emplear de sus diversos aliados –tradicionalistas, falangistas, democristianos, monárquicos alfonsinos– los que reputaba más oportunos en cada momento. Y así, mientras los signos exteriores de la Falange estaban en todas las fachadas de España, nunca ha habido más de tres o cuatro ministros de ese origen en los gobiernos nacionales y de 69 ministros solo ocho han jurado el cargo luciendo la camisa azul. Fueron los que se mostraron partidarios –Girón, Solís– de una mayor ayuda material –seguros sociales, universidades laborales– al obrero, que en España se llama ahora productor, porque la palabra “obrero” se había teñido de marxismo.

La Segunda Guerra Mundial dio mayor fuerza al grupo falangista cuando hubo buenas perspectivas para alemanas e italianos, y se la quitó en cuanto empezaron a hundirse las posibilidades de victoria del Eje. El énfasis del gobierno pasó entonces a un movimiento católico –época de Martín Artajo, Ruiz-Giménez– que obtuvieron el apoyo de sus correligionarios del mundo. Con la llegad de ministros del Opus Dei y los llamados tecnócratas, la Falange ha quedado prácticamente extinguida. De una forma que, probablemente, no tiene igual en la historia, un partido ha desaparecido virtualmente del mundo de los vivos aun manteniendo, oficialmente, toda su vigencia.» [Díaz-Plaja 1973: 570-571]

«En abril de 1945, funcionarios españoles asistieron a una misa por la muerte de Hitler. Sin embargo, un mes más tarde, el Caudillo les explicó a sus seguidores que “es necesario arriar un poco las velas de la Falange”. A partir de entonces la España de Franco, siempre más católica que fascista, basó su autoridad en pilares tradicionales como la Iglesia, los grandes terratenientes y el Ejército, encargándoles básicamente del control social en vez de la cada vez más débil Falange o el Estado. El Estado franquista intervino poco en la economía y aparenas se esforzó en regular la vida diaria de la gente siempre que semostrase pasiva.» [Robert O. Paxton]

El generalísimo Franco – jefe del Estado y jefe de Gobierno

La intención de los golpistas antes de estallar la guerra era declarar el estado de guerra por parte de todos los capitanes generales enemigos de la República. Se esperaba que, acto seguido, intervinieran los políticos y los elementos civiles antirrepublicanos: Falange, carlistas, monárquicos, derechistas desencantados del régimen republicano, grupos católicos.

La primera y pronta medida adoptada por los insurrectos fue la creación en Burgos de la Junta de Defensa Nacional, el 24 de julio de 1936, que presidió el general Miguel Cabanellas, el militar más antiguo, e integraron en calidad de vocales los generales Emilio Mola, Fidel Dávila, Andrés Saliquet, Miguel Ponte y los coroneles Fernando Moreno y Federico Montaner.

La persona destinada a pilotar el régimen era, en principio, el primer golpista, el que había intentado el primer golpe militar, el general José Sanjurjo, hijo de un jefe carlista, combatiente de la guerra de Marruecos. Sanjurjo se había unido en 1923 al golpe militar del general Primo de Rivera. El 10 de agosto de 1932, se sublevó en Sevilla con el apoyo de otros militares y el de destacados carlistas. Fracasado el pronunciamiento, intentó huir y fue detenido, condenado a muerte, aunque se le conmutó la pena, sustituyéndola por la de cadena perpetua. Fue desterrado y fijó su residencia en Estoril (Portugal), donde planificó con el general Emilio Mola el levantamiento de 1936. El 17 de julio de 1936, fue designado jefe de los sublevados, pero falleció tres días más tarde al estrellarse el avión en que regresaba a España para tomar el mando de la rebelión contra la República.

Muerto Sanjurjo, el nuevo el poder debería recaer en el general Emilio Mola, verdadero artífice y cerebro de la operación golpista, pero falleció también, casualmente, en un accidente de aviación. Solo queda un civil para liderar la sublevación y era José Antonio Primo de Rivera, primogénito del dictador Miguel Primo de Rivera. El 29 de octubre de 1933, había fundado Falange Española (FE). Encarcelado por el Frente Popular, fue ejecutado en Alicante. Desaparecidos oportunamente los candidatos a presidir el gobierno militar, solo el general Francisco Franco estaba en condiciones de hacerse con el mando. Su cuñado Serrano Súñer ya había estado preparando el terreno en Burgos, sede provisional del mando golpista.

A finales de septiembre de 1936, la Junta de Defensa Nacional designó a al general Francisco Franco Generalísimo de los ejércitos de tierra, mar y aire y jefe del Gobierno, así como jefe nacional del partido único subordinado al Estado, Falange Española Tradicionalista y de las JONS (FET y de las JONS) -que unificaba a todos los partidos de la zona franquista tras el Decreto de Unificación de abril de 1937.

El 1 de octubre de 1936 se hizo oficial el nombramiento de Franco como jefe militar y político de los nacionales. A estos cargos, Franco unió el de jefe del Estado. Más tarde se le llamaría el Generalísimo o el Caudillo sin más, Caudillo de España por la gracia de Dios, sólo responsable ante Dios y ante la Historia. Su rostro se recordaba en las monedas con la leyenda: Francisco Franco Caudillo de España por la Gracia de Dios. Como jefe del Gobierno, se atribuyó la potestad de dictar normas jurídicas de carácter general.

Por el Decreto de Unificación (19 de abril de 1937), se creó Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET y de las JONS). La única formación política que el nuevo régimen admitía como legal. El ahora llamado Movimiento Nacional fundía a la Falange con el carlismo tradicional.

Esta operación de unificación agudizó las tensiones entre los falangistas, que reprochaban que Franco no hubiera hecho nada por salvar la vida del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, en noviembre de 1936, ajusticiado por los republicanos en la cárcel de Alicante. El nuevo jefe nacional falangista, Manuel Hedilla, se opuso al decreto unificador, por lo que fue arrestado junto con sus seguidores.

En enero de 1938 se formó el primer gobierno “nacional” presidido por el general Franco, después de ser disuelta la Junta Técnica de Estado, creada en octubre de 1936 inicialmente como una entidad de apoyo gubernamental a la Junta de Defensa Nacional. El primer gobierno franquista estuvo compuesto tanto por militares como por figuras civiles falangistas, tradicionalistas y monárquicas. El 9 de marzo de 1938 se promulgó el Fuero del Trabajo, que acabada la guerra alcanzaría el rango de ley fundamental y, por tanto, entraría a formar parte del peculiar constitucionalismo orgánico propio del franquismo.

encuentro entre hitler y franco en hendaya

«Entre los mitos más prominentes en el discurso general sobre la historia contemporánea de España sobresalen dos. El mito de izquierdas es que la Segunda República seguía siendo democrática durante la Guerra Civil y el mito de derechas —o al menos de los franquistas— es que Franco no estaba al lado de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Ambos mitos son falsos». [Stanley G. Payne]

Según Payne, Hitler consideraba a Franco un charlatán, «repugnantemente católico» y conservador. En algún momento pensó en derrocarlo e imponer un «régimen revolucionario», valiéndose de los falangistas heroicos e inclusive de comunistas, porque consideraba que «los rojos españoles no son como los del resto de Europa. Hacen bien en pelear contra ese charlatán». Hitler aborrecía el catolicismo español aun más que el cristianismo en general.

Aunque ayudó a Franco en la Guerra Civil por razones estratégicas, Hitler veía en el izquierdismo revolucionario de España una respuesta justificada «a una interminable serie de atrocidades. Es imposible concebir cuánta crueldad, ignominia y falsedad ha significado el cristianismo para este mundo».

Luego le disgustó sobremanera que Franco no le devolviese el favor y no entrase directamente en la guerra. Aunque el régimen de Franco colaboró mucho más con la Alemania de Hitler que cualquier otro gobierno europeo de los que no entraron en la guerra. Por ejemplo, con el envío de una división especial de tropas españolas, la famosa División Azul, para combatir con la Wehrmacht en el frente ruso.

Hitler llegó a lamentar que la amenaza comunista le hubiera obligado a intervenir en España. Porque, de no haber sido así, «los clérigos habrían sido exterminados» y habría sido lo mejor para el país. Se confesó estupefacto por el oscurantismo religioso de Franco y manifestó el asombro que le producía enterarse de que la mujer de Franco acudía diariamente a misa, añadiendo de un modo gratuito que «las mujeres españolas son extraordinariamente estúpidas».

En 1943, Hitler estaba convencido de que el Estado español se precipitaba «hacia un nuevo desastre». «Hay que tener cuidado de no poner el régimen de Franco al mismo nivel que el nacionalsindicalismo o el fascismo», puesto que éstos, argumentaba, eran «revolucionarios» y aquél repelentemente clerical y reaccionario. En cambio, de los aproximadamente 50.000 obreros españoles que trabajaban en la industria de guerra alemana, la gran mayoría eran ex republicanos alistados desde Francia para mejorar sus condiciones económicas. Principalmente ex sindicalistas de la anarquista CNT.

Según cuenta el hispanista británico Stanley G. Payne, Hitler mostró poca simpatía por Franco. Al principio le subestimaba, luego pensó en España como un reducto de materias primas (wolframio, sobre todo), más tarde pidió al dictador gallego que entrara en guerra. Finalmente, ante la actitud titubeante de Franco, el Führer dio un puñetazo en la mesa y exclamó: «¡Este es un charlatán que lo único que ha hecho ha sido engañarme!».

A Hitler le desesperaba la actitud del general español. «Cada vez que le preguntaba por asuntos importantes, Franco le respondía con batallitas de sus guerras en África», explica Payne, para quien Franco era una persona muy astuta. «Apoyó a Hitler porque tenía que devolverle los muchos favores que le hizo durante la Guerra Civil, pero lo hizo con tiento, sin exponerse, y consiguió no entrar en la guerra, que a la postre fue beneficioso para el país».

Para entrar en la guerra al lado de Hitler, Franco exigía, como contraprestación, el control de Marruecos, el Oranesado en Argelia y buena parte del territorio francés en África Occidental. Pero «si Hitler hubiera cedido a las pretensiones de Franco, los franceses colaboracionistas de los alemanes se hubieran sentido humillados, lo que hubiera resultado peligroso para los intereses de Alemania.» Además, Franco no estaba convencido de que Hitler pudiera ganar la guerra.

Según Stanley G. Payne, fue una suerte para Franco que Hitler hubiera perdido la guerra, pues «uno de los planes de Hitler era derrocar a Franco a través de los falangistas y otros grupos descontentos con el régimen». Al comienzo de la guerra fría, «Estados Unidos se dio cuenta de que España gozaba de una buena situación geoestratégica y no dudó en acercarse al régimen franquista; en política nadie hace favores de manera gratuita.»

El 23 de octubre de 1940, el Caudillo Francisco Franco y encuentra en Hendaya (frontera con Francia) con el Führer Adolf Hitler. El encuentro tenía como objetivo considerar la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial y las condiciones de dicha participación en caso de la victoria del Eje. Pero España seguía siendo un país neutral, según se había declarado el 12 de junio de 1940.

Hitler afirma ante Franco que pronto conquistará Inglaterra y que España tiene la oportunidad de recuperar Gibraltar. Hitler estaba pensando en la posibilidad de cerrar el estrecho de Gibraltar, con el control de Ceuta y de Gibraltar. En cuanto a Marruecos, España debería poseer todo el Marruecos francés y Orán. Luego toma la palabra Franco, quien reconoce que Gibraltar es un pedazo de tierra española. Pero después de haber pasado una guerra civil, entrar en otra guerra sería para el pueblo español un gran sacrificio, pues aún no están restañadas las heridas de la contienda civil.

EL MITO DEL FRANCO que plantó cara a Hitler

Fue uno de los mitos de la era franquista considerar a Franco como una de las mentes más brillantes entre los gobernantes del siglo XX y como estratega incomparable que toreó a Hitler en Hendaya. Según la hagiografía franquista, cuando Franco llegó a Hendaya ya había decidido que España no entraría en la guerra y a Hitler solo le faltaba suplicarle ayuda. Pero hay innumerables testimonios en los que «los mandos alemanes expresan juicios implacables y muy negativos sobre la habilidad y competencia de sus homólogos franquistas», como escribe Ángel Viñas.

«El mito se desvanece. Franco no convenció a Hitler de que España debía abstenerse de entrar en la II Guerra Mundial. Fue el Führer quien creyó que su colaboración podía ser un lastre.  Hitler, inquieto por la resistencia de Inglaterra, estaba convencido de que Pétain le ofrecía mucho más que Franco.

 La reunión -incluida una cena de gala- duró nueve horas y su único resultado tangible fue un protocolo secreto redactado por los alemanes y acordado con los Gobiernos italiano y español en el que España se comprometió a intervenir en la guerra contra Inglaterra después de haber sido provista de la "ayuda militar necesaria para su preparación militar". Como contrapartida, Alemania facilitaría ayuda económica, alimentos y materias primas al régimen español, autorizando la "reincorporación de Gibraltar" a España y compensando el esfuerzo bélico del país con la cesión de unos "territorios en África" sin determinar.

Pocos años después comenzó la construcción de la leyenda de Hendaya por parte de los dirigentes del régimen y sus hagiógrafos, una leyenda que se iba convirtiendo en un pilar esencial del mito fundacional del franquismo. Según esta leyenda, fue la astucia de Franco la que le permitió resistir ante las presiones del dictador alemán para que España entrara en la guerra al lado del Eje. Haciendo gala de una hábil prudencia, el Caudillo supo parar las pretensiones del Führer y así salvaguardar la libertad de su país e impedir la catástrofe que hubiera supuesto un nuevo compromiso bélico.

Todavía hoy día, y pese a las aplastantes pruebas aportadas por los historiadores en sentido contrario, la idea de que, gracias a una jugada táctica genial, Franco sacó a España de la II Guerra Mundial, es casi vox pópuli. Una parte no insustancial de este éxito se debe a las potencias occidentales a cuyos Gobiernos, en tiempos de la guerra fría, esta leyenda vino bien para justificar la incorporación de la dictadura franquista como nuevo aliado en el frente anticomunista, en lugar de eliminar este vestigio obsoleto del pasado fascista.» [Ludger Mees: “El bulo (mundial) del caudillo”, en El País - 24/10/2010]

Los investigadores desmienten la leyenda sobre la astucia de Franco. En Hendaya, Hitler sabía que Franco poseía un ejército poco preparado y que su rearme resultaría muy costoso. La guerra contra Inglaterra se estaba prolongando ya mucho, y Hitler necesitaba el apoyo de la Francia colaboracionista de Vichy para operar en África contra los ingleses. Por tanto, no podía ceder ante las exigencias de Franco, militar africanista, que quería para España el Marruecos francés, el Oranesado y otros territorios próximos a las colonias españolas, lo que provocaría una deserción de las tropas francesas desplegadas en África y favorecería el avance británico en la zona. Hitler se negó a comprometer la entrega del Marruecos francés porque, como él dijo, no podía dar lo que no tenía.

Así pues, Hitler no tenía necesidad alguna de presionar a Franco a entrar en la guerra. Si Hitler hubiera ejercido una firme presión sobre España, es de prever que tarde o temprano habría conseguido su entrada en la guerra del lado del Eje. Solo quería consensuar los intereses entre los aliados del frente antibritánico. Lo que más enfadó a Hitler fueron las reivindicaciones territoriales de Franco que conllevaban un conflicto con la alianza de la Francia de Vichy. Pétain le ofrecía mucho más que Franco.

Franco se quejó ante su cuñado, Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores: «Estos alemanes lo quieren todo sin dar nada a cambio». Los alemanes pensaban igual de Franco.

No es cierto, pues, que en Hendaya Franco se hubiera negado en redondo a participar en la Guerra Mundial aludiendo a la precaria situación que había quedado tras la guerra civil. Al finalizar la entrevista, Franco y Serrano regresaron a toda prisa a San Sebastián y, horas después, entregaron firmado el llamado protocolo de Hendaya, en cuyo punto 4 se decía: «En cumplimiento de sus obligaciones como aliada, España intervendrá en la presente guerra al lado de las potencias del Eje, una vez se le haya provisto de la ayuda militar necesaria». La reunión no fue, pues, un absoluto fracaso para Hitler, que consiguió salir de Hendaya con una promesa española de entrada en la guerra.

Aunque el protocolo es muy vago y deja la fecha de entrada a decisión de España constituye un compromiso firme con el Eje, según las memorias del propio Serrano Suñer. Terminada ya la contienda mundial, desde algunos sectores se vende a los españoles la gran audacia y valentía del caudillo, que ha sabido mantenerse al margen de la Segunda Guerra Mundial a pesar de la presión del todopoderoso Führer.

La copia española del protocolo secreto fue probablemente destruida con posterioridad a 1945. En 1960 el Departamento de Estado norteamericano publica el Protocolo secreto incautado de los archivos nazis.

La neutralidad del régimen de Franco en la guerra europea no se debió a la astucia y sabia estrategia del Caudillo. Documentos británicos desclasificados muestran que el soborno de algunos de los patriotas más próximos a Franco allanó el camino hacia la neutralidad española en la Segunda Guerra Mundial. Nicolás Franco aceptó de Inglaterra dos millones de libras para evitar que su hermano se aliara con Hitler en la contienda. El general Varela se embolsó dos millones. Queipo de Llano y el general Kindelán también fueron sobornados. El enlace entre Londres y Madrid era el empresario del régimen Juan March. Los ingleses desembolsaron en sobornos el equivalente a 170 millones de euros, repartidos entre personas influyentes que estaban a favor de la participación de España en la guerra europea.

Otro factor que pudo influir en la decisión de Franco de dar largas a un apoyo a Hitler fue la información que había recibido del agregado naval en Roma, el capitán de navío Álvaro Espinosa de los Monteros. Antes de la entrevista de Hendaya, Espinosa fue llamado a El Pardo para traducir al alemán la correspondencia entre Franco y Hitler. Espinosa aprovechó la ocasión para decirle a Franco que Alemania perdería la guerra por la resistencia de Inglaterra, pues dudaba del potencial aéreo de la Lutwaffe para doblegar a Inglaterra. En la conversación con Hitler, Franco empleó la argumentación de Espinosa: España no se podía embarcar en una guerra que sería larga, pues aunque Alemania invadiera Inglaterra, los ingleses continuarían la guerra desde Canadá, con la ayuda de los americanos.

Franco pensaba que el ejército alemán era invencible, especialmente por tierra. Pero no quiso comprometerse inmediatamente con Hitler porque el Führer no accedió a sus peticiones. «La idea de que Franco era un pacifista cauteloso queda desmentida por las cartas que envió a su cuñado desde Berlín. No solo confiaba ciegamente en la victoria del Eje, sino también estaba plenamente decidido a entrar en la guerra a su lado.» [Paul Preston]

la DIVISIÓN AZUL

España no entró oficialmente en la Segunda Guerra Mundial. Pero en 1941 Serrano Suñer, presionado por sectores pronazis, promovió el envío de una división de voluntarios españoles en apoyo de Alemania en la invasión de la Unión Soviética. Fue conocida como División Azul y operó principalmente en el frente central y en el de Leningrado. El falangista José Luis Arrese propuso el nombre de División Azul por el color de la camisa oficial de la Falange, aunque en el campo de batalla utilizaron el uniforme gris de la Wehrmacht.

«La historia de esa unidad es la de un viaje, que empieza el 22 de junio de 1941 en torno a una mesa del hotel Ritz de Madrid, el más lujoso de una capital que se muere de hambre y de tifus. Allí, tres importantes jerarcas del régimen franquista deciden que, cuando Hitler desate su previsible ofensiva contra la Unión Soviética, España tendrá que estar presente en la guerra para tener una parte en el botín. Son Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores, Dionisio Ridruejo y Manuel Mora Figueroa, dos altos cargos falangistas. El botín será cuantioso: Gibraltar, el Marruecos francés y el Oranesado. Un imperio.

Cuando se cumple su deseo de que la guerra empiece, Serrano Suñer lanza una consigna desde el balcón de la Secretaría General del Movimiento en la calle Alcalá: "Rusia es culpable". Y con ese eslogan en los labios, miles de falangistas madrileños apedrean primero la embajada inglesa y se apuntan después a la guerra, que sueñan que podrán hacer subidos a las torretas de poderosos tanques alemanes. Hay que darse prisa, no sea que lleguen a Moscú sin ellos.» [Jorge Martínez Reverte: “Últimas noticias sobre la División Azul”, en El País - 05/03/2011]

Los primeros soldados partieron entre el 5 y el 13 de julio de 1941 hacia el campo de entrenamiento de Grafenwöhr, al norte de Múnich, donde aprenden a usar las armas alemanas y juran solemnemente fidelidad a Hitler, hasta la muerte. Reciben el nombre de la 250 división de infantería de la Wehrmacht, bajo el mando del general Agustín Muñoz Grandes, falangista y militar. En agosto parten hacia Polonia y desde la población de Suwalki emprenden una caminata de 1.000 kilómetros hacia el frente del río Wolchow.

Cerca de 50.000 españoles lucharon con los alemanes en el frente ruso. Cinco mil perdieron la vida. El 10 de febrero de 1943, en la batalla de Krasni-Bor, a las afueras de Leningrado, murieron más de mil doscientos soldados españoles que vestían el uniforme alemán murieron y otros tantos quedaron seriamente heridos en menos de veinticuatro horas en una ofensiva del ejército soviético. Estas pérdidas influyeron en la retirada escalonada de la división. Varios miles de combatientes se negaron a dejar la guerra y algunos terminarían defendiendo a la desesperada el búnker de Hitler en Berlín con el uniforme de las SS. Según la prensa de la época, estos jóvenes, que juraron lealtad a Adolf Hitler, luchaban contra el judaísmo, el bolchevismo y la masonería.

«Fueron a borrar del mapa a la Rusia bolchevique, pero en sus memorias nada dicen de los millones de muertos que el nazismo estaba provocando en Europa. Son fragmentos de historias de gente común en tiempos de odios. Semblanzas de matones que se creían héroes y cruzados cristianos.» [Julián Casanova]

«Los que fueron despedidos como héroes en 1941 vuelven a España a hurtadillas, para no molestar a los aliados que van a ganar la guerra. Muchos militares ascienden. A algunos soldados les dan empleíllos, una portería o un estanco. Setenta años después, son muy pocos los que quedan para ir al cementerio de la Almudena a cantar Yo tenía un camarada.» [Jorge Martínez Reverte, l. c.]

El Estado franquista

El objetivo de Franco a la hora de conformar el nuevo gobierno era anular toda la labor política de la Segunda República y establecer una forma de Gobierno jerárquica bajo su poder personal. El nuevo régimen integró todos los sectores ideológicos que habían formado parte del bando de los sublevados y habían luchado al lado de Franco: derecha antirrepublicana y católica, monárquicos, carlistas, falangistas. El nuevo Estado apoyaba los intereses de los grupos sociales dominantes desde la Restauración: grandes propietarios agrarios, burguesía industrial y financiera, la Iglesia católica, con el apoyo de sectores significativos del campesinado mediano y pequeño-propietario y de las clases medias.

Aunque el poder del Jefe del Estado era omnímodo, Franco procuró establecer un equilibrio entre los diferentes grupos o “familias políticas”. Fue escogiendo ministros entre los falangistas, los tradicionalistas y los monárquicos, según las circunstancias. Desde la segunda mitad de la década de los cincuenta y tras la derrota de las potencias del Eje, la falange fue perdiendo peso político en la dictadura franquista. El régimen franquista optó por gabinetes de tecnócratas competentes para llevar a cabo la reestructuración económica del país. Entre los tecnócratas escogió a miembros del Opus Dei. Franco ejerció su poder personal absoluto como Jefe de Estado y de Gobierno hasta la Ley Orgánica del Estado de 1966, con la que se procedió a una separación de los cargos de jefe del Estado y del Gobierno, aunque esta separación no se aplicó hasta 1973.

Con la sublevación militar de 1936, los militares rompían con todo el ordenamiento jurídico de la Segunda República para instaurar una dictadura militar. Crearon la Junta de Defensa Nacional (1936) presidida por el anciano general Cabanellas, sustituida en octubre del mismo año por una Junta Técnica de Estado al frente de la cual se puso el general Dávila y en junio de 1937, Gómez Jordana.

Cuando el 1 de abril de 1936, celebrado como “Día de la Victoria”, Franco declaraba el fin de la guerra, los militares sublevados no disponían aún de un claro programa político, pero dejaron claro que al frente del nuevo Estado estarían los militares y que en el Gobierno participarían los grupos políticos que habían apoyado el levantamiento contra la República.

Todos los militares y políticos vinculados a la República fueron ejecutados, se anularon todas las normas sociales republicanas y se unificaron todas las corrientes políticas colaboradoras con la sublevación militar creando el Movimiento Nacional bajo la presidencia del generalísimo Franco. Todos los disidentes y opositores al nuevo régimen dictatorial fueron enviados al exilio o reprimidos brutalmente en el interior. Las “purgas” llevadas a cabo durante la posguerra se saldaron con más de 150.0000 víctimas mortales.

El régimen de Franco prohibió todas las asociaciones y todos los partidos políticos. Limitó las libertades de los ciudadanos, introduciendo una férrea censura, y comenzó a desarrollar una propaganda en favor de una ideología antiliberal, anticomunista, nacionalsindicalista y nacionalcatólica. Para congraciarse con las democracias europeos de la posguerra, el régimen de Franco llevó a cabo un maquillaje terminológico declarando el régimen como una “democracia orgánica” con base corporativista, en la que la representatividad popular no recaía en el voto individual de cada ciudadano, sino en los “órganos naturales” de la vida social: la familia, el municipio, el sindicato vertical.

Esta “democracia orgánica” quedó plasmada en siete Leyes Fundamentales, que de forma titubeante se fueron emitiendo con la intención de institucionalizar la dictadura y legitimar el régimen franquista. Las siete Leyes Fundamentales eran un verdadero simulacro de constitución, dispersa a lo largo de los años. Con estas leyes se quería contrarrestar las críticas de las democracias europeas, instaurando una “democracia orgánica”, que ni era democrática ni representativa. Era una férrea dictadura de “ley y orden”.

La iglesia de Franco

«El ejército puso las armas, la Falange aportó los desfiles de masas y el adoctrinamiento y la Iglesia católica se encargó de las bendiciones. Fueron los tres baluartes principales en los que la dictadura de Franco cimentó su poder hasta bien entrados los años sesenta y, si se apura, hasta la muerte del general. En palabras de Julián Casanova, “la Iglesia proporcionó a Franco la máscara de la religión como refugio de su tiranía y crueldad”. “Sin esa máscara”, añade el historiador, “y sin el culto que la Iglesia forjó en torno a él como caudillo salvador, santo y supremo benefactor, Franco hubiera tenido muchas más dificultades para mantener su omnímodo poder”. Basta contemplar las fotografías del dictador entrando bajo palio en las catedrales –un privilegio reservado a los reyes o al santísimo sacramento– para darse cuenta del apoyo sin fisuras y de la coartada moral que la jerarquía eclesiástica y una gran mayoría de católicos brindaron al general.» [Miguel Ángel Villena, recensión de La Iglesia de Franco, de Julián Casanova]

De entre todos los mitos franquistas, el de la Cruzada es el que con más fuerza ha quedado incrustado en el inconsciente colectivo. Fue el más utilizado para justificar el apoyo de la Iglesia al régimen franquista. Se mató, pero en el nombre del Señor, es el estrambótico argumento. Un mito equiparable al que todavía defiende que Franco era un piadoso católico.

«Fue la piedra fundacional del nuevo régimen, la síntesis del conglomerado ideológico de los vencedores brillantemente capitaneados por el santo cruzado que por sus méritos indiscutibles en la salvación-liberación de España, hija predilecta de la Iglesia, se ganó el derecho a entrar en los templos bajo palio", escribe Alberto Reig Tapia. «Aquí se venden sucesivas ediciones de un librito infumable que presenta a Franco como católico ejemplar y nadie se conmueve.» [Ángel Viñas]

«La Iglesia participó de forma destacada en la represión. De acuerdo con la Ley de Responsabilidades Políticas, el juez instructor debía pedir informes sobre el presunto responsable “al Alcalde, Jefe Local de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, Cura Párroco y Comandante del Puesto de la Guardia Civil del pueblo en que aquel tenga su vecindad o su último domicilio”. La ley marcaba así el círculo de autoridades poderoso y omnipresente, de ilimitado poder coercitivo e intimidatorio, que iba controlar durante los largos años de la paz de Franco haciendas y vidas de los ciudadanos, una triada temible de dominio político, militar y religioso. Las investigaciones locales aportan mucha información sobre el papel de los curas de a pie en ese proceso y este libro es un magnífico ejemplo.» [Julián Casanova]

ETAPA DE AUTARQUÍA (1939-1951)

Los años 1939-1942 fueron de hambre generalizada, que provocó un movimiento de ruralización porque las ciudades eran inhabitables. La decisión de repartir equitativamente los escasos alimentos de primera necesidad a precios razonables mediante la introducción la “cartilla de racionamiento” generó un mercado negro que obligó al Gobierno a amenazar con la pena de muerte a los especuladores. Floreció el estraperlo (comercio ilegal de artículos intervenidos por el Estado o sujetos a tasa) como forma de comprar, vender y subsistir.

La política económica seguida durante toda la década fue la autarquía y el fuerte intervencionismo del Estado. El objetivo de la autarquía era el logro del más alto grado de autoabastecimiento posible como forma de desafío al aislamiento político y a la desconfianza respecto de cualquier relación exterior. La etapa “autárquica” corresponde a una depresión económica provocada por la destrucción de la economía debido a la guerra civil y al aislamiento internacional del régimen, provocado por su relación con ese fascismo derrotado en 1945. Esta política de autarquía generó una gigantesca burocracia que entorpeció la gestión de los escasos recursos existentes y multiplicó las irregularidades administrativas de los organismos interventores. Esto favoreció la corrupción de la que fueron beneficiarios los grupos adictos al régimen, los únicos que tenían acceso a los fondos públicos y tenían competencias mercantiles y comerciales.

El periodo transcurrido desde 1939 hasta 1951 fue una etapa de autarquía, que acusó los efectos de las guerras civil y mundial, y estuvo caracterizada por la depresión, la dramática escasez de todo tipo de bienes y la interrupción drástica del proceso de modernización y crecimiento iniciado por el Gobierno de la República. España experimentó una auténtica depresión al no lograr la ayuda prestada por el Plan Marshall para la recuperación de Europa tras la segunda guerra mundial.

A partir de 1942 el régimen dejó de hablar de Falange, que quedó englobada en la acepción más genérica de Movimiento Nacional. Los signos externos falangistas fueron desterrados por orden expresa de las autoridades, que pretendían borrar la imagen fascista que el régimen tenía en el extranjero.

La pérdida de influencia de la Falange como fuente ideológica del régimen dio paso al nacionalcatolicismo. El catolicismo tradicional pasó a ser el principal fundamento doctrinal del franquismo, simbolizado en la propaganda oficial como Por el Imperio hacia Dios, inspirando la vida pública, la legislación, la educación y las costumbres.

Durante la Segunda Guerra Mundial las cosas habían cambiado y Franco pensó que podía recurrir a los católicos. La principal figura del catolicismo colaboracionista era Martín Artajo, que pasó directamente de la presidencia de Acción Católica al ministerio de Asuntos Exteriores.

Durante la Segunda Guerra Mundial y después de ella, los aliados trataron a Franco como un socio del Eje. Fortaleció esa impresión el carácter sanguinario de la represión franquista y los esfuerzos del régimen para impedir el contacto cultural y económico con el mundo exterior. El nuevo orden internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial consideró enemigo al régimen español. Tras el cierre de la frontera francesa y la resolución condenatoria de la ONU en diciembre de 1946, con la retirada de los embajadores de casi todos los países, España vivirá los peores momentos de su historia. El acuerdo de la ONU significó un bloqueo diplomático y económico.

Durante el periodo de autarquía franquista (1939-59), Antonio Suanzes Fernández en una ley del 25 de septiembre de 1941, inspirada por el propio jefe del Estado, crea el Instituto Nacional de Industria (INI) como entidad estatal para promover el desarrollo de la industria en España. Se planteó como un método seguro y activo de promover el desarrollo de la nación dentro de una visión autárquica de la economía:

«Artículo 1. Propulsar y financiar, en servicio de la Nación, la creación y resurgimiento de nuestras industrias, en especial de las que se propongan como fin principal la resolución de los problemas impuestos por las exigencias de la defensa del país o que se dirijan al desenvolvimiento de nuestra autarquía económica».

Para su creación se siguió el modelo italiano del IRI. Las primeras actuaciones acabaron en fracaso, pero a la larga se convirtió en la mayor corporación industrial de España. El INI enseguida pondría en marcha fábricas de aluminio y nitratos, astilleros, siderurgias y refinerías de petróleo; nacionalizaba las comunicaciones telefónicas, el transporte aéreo (Iberia) y muchas explotaciones mineras. La producción industrial creció notablemente, pero quedaron muchas necesidades sin poder ser atendidas por la escasa capacidad del sector.

La apuesta por la industria fue en detrimento de la agricultura. El Estado neutralizó las reformas de la Segunda República y no abordó ningún plan para solventar los problemas de la parcelación irracional del campo. El balance de la política agraria no pudo ser peor. La política económica intervensionista y autárquica no fomentó el crecimiento económico durante toda la década de los 40. El problema de la vivienda no será afrontado por el Gobierno hasta que en 1957 se ponga en marcha un ministerio para tal fin.

El régimen de Franco había garantizado sus propiedades a los empresarios norteamericanos instalados en España antes de la Guerra Civil. Estos empresarios fueron los mediadores entre el régimen franquista y los EE UU, sustituyendo las labores de la diplomacia en muchos momentos. En 1944, la conferencia americana de Bretton Woods diseñó la política económica y monetaria para occidente. El Gobierno español no fue invitado a la conferencia, pero estuvo representado por los cámaras de comercio. No obstante, las medidas liberalizadoras promovidas en Bretton Woods no serán adoptadas por el régimen franquista hasta los años 60.

A finales de 1947 comenzaron a advertirse cambios en la actitud de las Naciones Unidas (NN UU) respecto de España. La guerra fría entre los vencedores de 1945 abrió nuevas perspectivas para el régimen franquista y facilitó su reconocimiento por la comunidad internacional. El manifiesto anticomunismo del franquismo favoreció la aceptación del régimen por parte de los Estados Unidos y sus aliados. El territorio español era una pieza estratégica en la defensa de Occidente contra la amenaza comunista del Este. A partir de 1948 se abre la frontera francesa y se firman tratados comerciales con Francia e Inglaterra. El clima internacional para el franquismo había mejorado.

La oposición política a la dictadura de Franco tuvo que manifestarse desde la clandestinidad y estuvo sometida siempre a la represión policial y judicial del régimen. En los años posteriores a la guerra, fueron los círculos de la aristocracia los primeros opositores al régimen. En 1945, don Juan de Borbón, Conde de Barcelona, marcó distancia con el franquismo en una declaración y reclamó la restauración de la monarquía. Franco reaccionó en 1947 con la promulgación de la Ley de Sucesión: España se constituía en monarquía, aunque de momento, sin rey. Con esta ley quedaba neutralizada la oposición monárquica.

Los movimientos obreros manifestaron su oposición al franquismo en la década de los 40 organizando una lucha armada formada por grupos de guerrilleros, los llamados “maquis”, que es sinónimo de "resistente" y designa a grupos de guerrilleros que formaban parte de la denominada Resistencia francesa, siendo su presencia particularmente activa en las zonas montañosas de Bretaña y del sur de Francia donde hostigaron a las fuerzas del Régimen de Vichy y a la Wehrmacht del Tercer Reich. En España se conoce con este nombre a los grupos armados clandestinos que practicaron las técnicas de combate de guerrilla especialmente en el medio rural y natural, como bosques o zonas montañosas, durante la Guerra Civil Española y su posguerra, muchos de ellos provenientes del maquis francés. Los maquis llegaron a protagonizar una invasión de varios miles de hombres en el valle de Arán, comarca situada en los Pirineos centrales (provincia de Lérida). Actuaron durante varios años en las zonas montañosas del país y hostigaron a las fuerzas franquistas con la esperanza de obtener ayuda de los aliados. Fueron importantes los focos de Galicia, León y Asturias en el norte, en el Sistema Central y en Extremadura, así como en las montañas de Andalucía. Estas guerrillas acabaron fracasando al no recibir apoyo alguno por parte de los aliados.

La década de los 50

Desde el comienzo de la década de los 50, la autarquía económica se vuelve cada vez insostenible. En 1951, el ministro de Comercio emprende una tarea de revisión moderada del rígido intervencionismo comercial. Se suprime la cartilla de racionamiento y se establece la libertad de precios, comercio y circulación de productos alimenticios. La ayuda económica americana comienza a dar sus frutos en la industria. El fin del aislamiento político del régimen y el acercamiento a los países occidentales fomenta el turismo: del medio millón de turistas en 1950 se llegó a los seis millones en 1960. Los ingresos del turismo equilibraron la balanza de pagos.

La década de los 50 fue una década de transición de la autarquía a la abertura hacia el exterior. Desde comienzo de esta década, la autarquía económica se hace cada vez más insostenible y manifiesta graves muestras de descomposición. Se produce un crecimiento debido a la liberalización, la mejora de las relaciones exteriores y los ingresos procedentes del turismo y los numerosos emigrantes. Tras la supresión de la “cartilla de racionamiento”, se estableció la libertad de precios, comercio y circulación de los productos alimenticios, lo que supuso una cierta normalización de la vida cotidiana.

Tras el aislamiento exterior y la mal disimulada neutralidad o no beligerancia, en los años 50 Franco logra la inserción internacional y el afianzamiento peninsular de su régimen, merced a la firma en 1953 de pactos económicos y militares con Estados Unidos y el Concordato con la Santa Sede, paralelos en el ámbito interior al Plan de Estabilización y los primeros sondeos planificadores de la sociedad del bienestar.

Aunque la comunidad de naciones democráticas seguirá sin aceptar el régimen autoritario de Franco, lo acogerá de hecho en sus organismos internacionales, muy flexibles respecto al carácter de sus socios. El apoyo de la comunidad internacional lo alcanzará Franco con la colaboración de los dos poderes fundamentales: los Estados Unidos y el Vaticano.

El 27 de agosto de 1953 el ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo y monseñor Domenico Tardini, prosecretario de Estado, firmaron un Concordato con el Vaticano al que sucesivos acuerdos fue vaciando de contenido. El mismo año, el régimen de Franco firma un Tratado de cooperación con Estados Unidos por el que Madrid cedía al ejército norteamericano el derecho a instalar bases aéreas y navales en suelo español, siendo las contrapartidas ofrecidas por los norteamericanos relativamente muy escasas, consistiendo sobre todo en equipamiento militar. En la época de la guerra fría, EE UU buscaba aliados contra el comunismo, y Franco podía presumir de “haber evitado que España se convirtiera en un satélite de Moscú”.

El acuerdo significaba el reconocimiento del régimen de Franco por parte de los Estados Unidos. Hasta 1960 España recibió 456 millones de dólares para la compra de material militar norteamericano. Franco inauguraba así una política insólita de España con respecto a los Estados Unidos, que desde el siglo anterior había sido enemigo (guerra hispano-norteamericana de 1898) y que en el ideario nacionalista y anticapitalista de la Falange era equiparable a la URSS. Sin embargo, este acercamiento histórico con los americanos no llegó a tiempo para que España pudiera disfrutar de lleno en el Plan Marshall, el plan más importante de Estados Unidos para la reconstrucción de los países europeos después de la Segunda Guerra Mundial, que a la vez estaba destinado a contener un posible avance del comunismo. La iniciativa de este plan fue debida al Secretario de Estado de los Estados Unidos, George Marshall.

El Concordato con el Vaticano constaba de 36 artículos y un protocolo final. Su artículo primero especificaba que “la Religión Católica, Apostólica, Romana, sigue siendo la única de la nación española”. En el segundo proclamaba que “el Estado español reconoce a la Iglesia el carácter de sociedad perfecta”. Confirmaba el viejo sistema de presentación de obispos: Estado proponía seis nombres de los que el Vaticano elegía a tres y el Estado designaba a uno. Declaraba la religión católica como la religión oficial, refrendaba el valor civil del matrimonio canónico, la adaptación de la enseñanza al dogma católico, la intervención de los obispos en materia de censura en cuestiones de fe, la enseñanza obligatoria de la religión, el sostenimiento económico del clero, la exención de impuestos y el restablecimiento de los viejos fueros en cuanto a la jurisdicción de los tribunales de justicia. Antes del Concordato, el franquismo ya se había definido como un régimen católico y tradicional nacido "de la cruzada por Dios y por España".

Con los acuerdos con el Vaticano y los Estados Unidos el régimen de Franco va consiguiendo la aceptación de España en los foros internacionales. Es así como el 21 de diciembre de 1959, el presidente Eisenhower visita la España franquista. Franco desfiló radiante en un coche descapotable por las calles de Madrid al lado del líder del "mundo libre", aclamado por la multitud. Esta visita del presidente americano daba un espaldarazo al régimen franquista, que salía así del aislamiento y el ostracismo. El comienzo de la guerra fría permitió a Franco promocionarse como "centinela de Occidente" en la cruzada contra el comunismo y romper el aislamiento internacional al que había sido sometido hasta entonces. El apoyo de los EE UU facilitó el ingreso de España en la Organización Mundial de Salud (OMS), la UNESCO y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y al fin, en 1955, nada menos que en las Naciones Unidas (NN UU).

«El visto bueno de Eisenhower culminó un prolongado proceso de integración internacional de la dictadura. A la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, Franco estaba aislado, no sólo por la derrota del Eje sino por la condena de las Naciones Unidas de su "régimen fascista". Por si eso fuera poco, el presidente estadounidense, Harry Truman, baptista y masón, odiaba a Franco por su persecución de estos dos grupos y se negó a apoyarle. No obstante, el comienzo de la guerra fría permitió a Franco promocionarse como "centinela de Occidente" en la cruzada contra el comunismo y romper la cuarentena internacional. Es más, el anticomunismo forzó a la Administración de Truman a respaldar el régimen de Franco, lo que llevó al acuerdo sobre las bases en 1953, firmado ya por Eisenhower.

La crisis mortal del sistema autárquico a finales de 1950 obligó a Franco a adoptar una nueva política económica, poco después de haberse incorporado al Fondo Mundial Internacional, el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación Económica Europea. Este radical viraje económico tuvo un impacto vertiginoso sobre España. En sólo 15 años el país dio el salto de una economía agrícola a una industrial, con una tasa de crecimiento real del 7 %, sólo superada por Japón.» [Nigel Townson]

Aunque gracias a estos pactos se acababa el aislamiento del régimen de Franco, la España de Franco siguió encontrando dificultades para normalizar plenamente sus relaciones con las potencias occidentales, viviendo en una suerte de ostracismo protocolario, como muestran las escasas visitas realizadas por signatarios extranjeros, y las más escasas de Franco a otros países, que se limitaron a Portugal.

En la etapa 1950-1960, se produce una vacilante liberación y apertura al exterior que genera un incipiente despegue económico, aunque muy alejado del ciclo de expansión que disfruta el resto de Europa debido a las políticas keynesianas. En la década de los 50 se produjo un crecimiento debido a la mejora de las relaciones exteriores y los ingresos procedentes del turismo y los numerosos emigrantes.

A comienzos de los cincuenta, España logró recuperar los niveles de renta de antes de la guerra civil. El impulso industrializador se concretó en la creación de la gran empresa siderúrgica Ensidesa en Asturias y la fábrica de automóviles SEAT en Barcelona (1953). El Plan Badajoz (1952) supuso la irrigación de unas 100.000 hectáreas, la construcción de embalses y centrales hidroeléctricas.

Hacia 1957, el Estado español estaba al borde de la bancarrota. La autarquía y los sindicatos verticales asfixiaban la economía. Fue cuando Franco comprendió la necesidad de introducir cambios en la política económica. Necesitaba despolitizar la economía y ponerla en manos de ministros formados en economía y derecho administrativo. Para ello eligió a especialistas en estas materias, algunos de los cuales pertenecían al instituto secular católico Opus Dei. El nuevo gabinete constituido en 1957 representó la liquidación de los ideales económicos de la Falange y el nacimiento de un grupo político, los tecnócratas, moderno en lo económico y conservador en lo político, cuya gestión inaugura una era de desarrollo en la historia del franquismo. El régimen liberaliza la economía y la pone en línea con los países occidentales. España se abre a las inversiones extranjeras, hasta entonces muy restringidas.

En febrero de 1957, Franco sustituye en su gabinete a la Falange como familia dominante y da entrada a dos miembros del Opus Dei: Alberto Ullastres, ministro de Comercio y Mariano Navarro Rubio, ministro de Hacienda. Ullastres y Navarro, apoyados por el secretario general técnico de la vicepresidencia del Gobierno, Laureano López Rodó, también del Opus Dei, iniciaron la preestabilización.

Son los tecnócratas o burócratas estatales partidarios de la eficacia en la gestión del desarrollo económico. Aplicarán una política de liberalización gradual, con retrocesos e indecisiones, que tendrá como resultado tasas de crecimiento de un 7 % anual por término medio. España se encontraba prácticamente en bancarrota y Navarro Rubio expuso al Caudillo la necesidad de un cambio en la política económica. Franco se mostró receloso de cualquier cambio. Pero la insistencia de Navarro Rubio acabó obteniendo sus frutos: "haga usted lo que le dé la gana", acabó diciéndole a su ministro de Hacienda.

El 22 de julio de 1959 Navarro Rubio presentó el Plan de Estabilización Interna y Externa de la Economía, amplio paquete de medidas para combatir la inflación, favorecer el ahorro, liberalizar la inversión nacional y extranjera. El plan sirvió para equilibrar la balanza de pagos, reducir la inflación a un 5 % y conseguir un crecimiento anual del PNB en un 9 % de 1961 a 1964, a costa de un considerable descenso del nivel de renta de los trabajadores, desempleo y emigración. Después de unos años de inflación galopante, el Plan de Estabilización llevó España a una necesaria austeridad con recortes en el gasto público, restricción del crédito, congelación de salarios y devaluación de la peseta.

Los efectos del Plan de Estabilización fueron inmediatos, pero tuvieron un alto costo entre la clase trabajadora a la que se privaba de las horas extraordinarias. La restricción del crédito a las empresas y a los negocios generó desempleo. Cosechas desastrosas en el campo aumentaron el paro rural y empujaron a los labradores a abandonar la tierra. La consecuencia fue que miles de trabajadores emigraron a las regiones industriales de la periferia y otro gran contingente buscó trabajo en los países industrializados de Europa. Las ayudas de los Estados Unidos, del Fondo Monetario Internacional (FMI) y la banca privada concedieron a España importantes ayudas.

El ritmo de crecimiento español siguió de manera uniforme la pauta de otros países europeos, como los del sur de Europa (Italia, Grecia), similares en el conjunto de las relaciones exteriores (transacciones comerciales, remesas de emigrantes, flujos de capital y divisas por turismo).

El fenómeno social y económico más sorprendente y favorable para la economía española fue el desarrollo del turismo. La extensión de las vacaciones laborales pagadas y el aumento del nivel de vida de los trabajadores europeos, unidos al deseo de viajar y cambiar de clima, benefició el flujo del turismo hacia los países del Mediterráneo. Los ingresos obtenidos por el turismo equilibraron la balanza de pagos y contribuyeron al milagro económico, fruto indirecto del europeo.

La emigración masiva, tanto interior como al extranjero, transformó la sociedad rural y urbana y enriqueció el país con las remesas de los trabajadores españoles en el extranjero. A esto hay que añadir el éxito espectacular de la industria turística bajo el eslogan Spain is different. La paradoja fue que el turismo probablemente contribuyó más que nada a que España dejara de ser different.

«En la euforia que provocó la caída del Eje, fueron muchos los que pensaron que también le llegaría la hora al régimen que, a sangre y fuego, se había implantado en la Península. Ello no solo no ocurrió, sino que la potencia líder occidental no tardó en acomodarse con el único residuo fascista que había coqueteado abiertamente con las derrotadas potencias. Si Hitler contribuyó al aupamiento de Franco, Estados Unidos le consolidaron en un pedestal. Ciertamente, a muchos de entre ellos no les gustó demasiado, pero lo que contaba era la posición geo-estratégica española en las nuevas y peligrosas coordenadas de la Guerra Fría. Lo que pensara aquella parte de la opinión pública española que tanto se había alegrado de la victoria aliada no preocupó demasiado. Con un Congreso más sensibilizado aún que el Ejecutivo al anticomunismo militante de la dictadura, los norteamericanos no vertieron sobre la piel de toro un mensaje liberador. Estados Unidos con el paso del tiempo desarrollaron una relación simbiótica con la dictadura e incluso en el momento de su más acentuado declive la mantuvieron cuidadosamente para no poner en peligro sus posibilidades de acceso a las bases e instalaciones militares y en cuyo manejo y utilización no habían experimentado, en el pasado, grandes dificultades.» [Ángel Viñas]

«Cuando hablaba con las personalidades norteamericanas intentaba hacer comprender que Estados Unidos tuvo con España la actitud contraria a la que mantuvo con los otros países europeos, en los que promovió el establecimiento de sistemas democráticos. Fueron las autoridades de los Estados Unidos, de la mano de las jerarquías del Vaticano, las que forzaron que Naciones Unidas cambiara su actitud de condena del régimen de Franco y le acogieran en las organizaciones internacionales.» [Guerra, Alfonso: Dejando atrás los vientos. Memorias 1982-1991. Madrid: Espasa-Calpe, 2006, p. 312-313]

En 1957 se crea el Mercado Común Europeo (MCE) por el Tratado de Roma. Franco y sus ministros más conservadores mostraron desde un principio cierto desprecio hacia el Mercado Común. Pero los tecnócratas del Opus Dei vieron en una integración al MCE una gran oportunidad para la economía española. El régimen de Franco solicitó al Mercado Común en 1959 el establecimiento de conversaciones para integrarse al grupo, cosa que la Comunidad Económica Europea (CEE) denegará debido al carácter políticamente antidemocrático del régimen y a su naturaleza dictatorial.

El 9 de febrero de 1962, el ministro Castiella solicitó a la Comunidad Económica Europea (CEE) iniciar conversaciones para la adhesión, petición que fue rotundamente rechazada por el Parlamento Europeo. En 1970 se firmó un Acuerdo Preferencial, por el cual se facilitaban los intercambios entre los seis países de la CEE y España, con rebajas arancelarias de la CEE a España en productos industriales, pero no en los productos agrícolas. Este acuerdo contribuyó a reducir el déficit comercial con la CEE.

El futuro económico de España dependía del acercamiento a Europa, cosa que conseguirá años más tarde con un acuerdo comercial preferencial. Al mismo tiempo que se congelaban las expectativas de una incorporación plena al MCE.

Tras el reconocimiento internacional, que culmina con el ingreso de España en la ONU en 1955, el régimen franquista consigue una relativa estabilidad interna. Aunque siguen los enfrentamientos con el régimen: huelgas obreras, agitación universitaria, renacimiento de los nacionalismos y actividad de los exiliados. A finales de los 50, la oposición presenta una imagen de efervescencia a la que el régimen responde con dura represión.

Hasta los años 1956-1958 no se produjeron fuertes movilizaciones contra la dictadura en las zonas industrializadas del país: País Vasco y Asturias.  En 1957-1958 con las huelgas de la minería asturiana comenzaron a formarse comisiones de trabajadores, futuro embrión del futuro sindicato comunista Comisiones Obreras (CC OO). El Partido Comunista de España (PCE) emerge como principal fuerza de la oposición en el interior del país. A partir de las huelgas asturianas de 1957-1958 los comunistas desarrollan su influencia en el mundo sindical a través de Comisiones Obreras (CC OO), fundadas por trabajadores de distinta ideología. A finales de la década se incorporan a la oposición contra el franquismo nuevas organizaciones, procedentes de las clases medias de tendencias liberales o democristianas.

Una novedad fue en los años cincuenta la incorporación a frente de la oposición al franquismo de nuevas organizaciones procedentes de las clases medias de tendencias liberales o democristianas, para las que la Guerra Civil ya quedaba lejos. El ministro democristiano de Educación, Joaquín Ruiz-Giménez intentó llevar a cabo una cierta apertura en los medios intelectuales y universitarios. Su reforma de la enseñanza secundaria fue rechazada por los falangistas, que provocaron serios disturbios. El 18 de octubre de 1955 fallecía el filósofo José Ortega y Gasset y, con ocasión de su entierro, grupos de estudiantes se manifestaron espontáneamente contra el régimen.

Al año siguiente, tras una serie de disturbios callejeros y en la Universidad de Madrid, se produjo la primera crisis universitaria provocada por las tensiones entre la Falange y los sectores católicos aperturistas en torno a Ruiz-Giménez. Franco, fiel a su estilo de siempre, solucionó la situación cesando al ministro de Educación Ruiz-Giménez y al ministro falangista del Movimiento Raimundo Fernández Cuesta.

Los sucesos estudiantiles de 1956 evidenciaron el desgaste que había sufrido la Falange, que perdía influencia en el Estado. A partir de ahora, los estudiantes universitarios se convertirían en el brazo activo del rechazo al régimen franquista. Se multiplicaron las protestas contra el Sindicato Único Universitario (SEU), en las que participaron estudiantes demócratas de diversas tendencias.

En 1959, un grupo de jóvenes universitarios de Bilbao se separa de las juventudes del Partido Nacionalista Vasco (PNV) y funda la organización Euskadi ta Askatasuna (ETA), que significa Euskadi y Libertad. Los jóvenes vascos reaccionan contra la pérdida de identidad impuesta por la dictadura de Franco y agudizada por la masiva llegada de trabajadores de otras regiones. Los miembros de la ETA sienten quieren emular los movimientos revolucionarios de liberación nacional que están en auge en el Tercer Mundo. A partir de 1965, asumirían los principios marxistas.

La década de los 60

La década de los 60 fue una década de expansión, que se inició con el Plan de Estabilización de 1959 y continuó hasta 1973. Esta Plan de Estabilización seguía el modelo propuesto por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE): energía barata, precios favorables en alimentos y materias primas, reservas de mano de obra barata procedente del sector primario, aumento de la población activa y expansión del mercado internacional. Sin abandonar la orientación estatalista de la economía, se pretendía conseguir la financiación extranjera y el ingreso del país en estructuras económicas internacionales que permitieran modernizarlo. Entre los años 1960 y 1974, la economía española se ve favorecida por el desarrollo económico internacional, gracias al bajo precio de la energía, a la mano de obra barata, y a las divisas que proporcionan emigrantes y turistas.

«En los años sesenta, después de una Guerra Civil y cinco lustros de dictadura, aproximadamente dos millones de españoles tuvieron que emigrar al extranjero, y muchos lo hicieron de manera irregular. A su regreso a España aquellos emigrantes trajeron algo más que las divisas ahorradas. La convivencia con los trabajadores de países democráticos y más desarrollados que el nuestro fue una escuela de modernidad para nuestra clase obrera. La combinación entre emigración y dictadura produjo por unos años la paradoja social de una clase trabajadora más viajada y cosmopolita que el grueso de la clase media. Cuando en nuestro país algunos intelectuales aún se debatían entre el maoísmo y el trotskismo, una buena parte de nuestros emigrantes tenían clara su apuesta por la socialdemocracia. Ellos fueron un pilar fundamental para el proyecto de cambio que lideró más tarde Felipe González. Se ha dicho que tal proyecto era claro: ser como Europa. Pero no hubiera sido tan claro sin la experiencia de Europa de tantos españoles, sin su peculiar Erasmus.» » [José Andrés Torres Mora]

El 1 de octubre de 1961 se celebraron los veinticinco años de paz. El desarrollo económico conseguido a partir del Plan de Estabilización se convirtió en la pieza clave de la legitimación del régimen. Entre 1962 y 1975 se impulsaron tres Planes de Desarrollo, de duración cuatrienal. Mediante la planificación económica y la propaganda que alrededor de ella realizó el régimen, el franquismo ofrecía la imagen de un régimen modernizador en lo económico. El cerebro y motor de estos planes fue el catedrático de Derecho Administrativo Laureano López Rodó, quien en 1962 está ya al frente de la Comisaría del Plan de Desarrollo. Estos planes estimularon la iniciativa privada con ventajas fiscales y crediticias y crearon los polos de desarrollo en siete ciudades: Burgos, Huelva, Vigo, A Coruña, Valladolid, Zaragoza y Sevilla.

El I Plan de Desarrollo de 1964 estaba dedicado a la inversión industrial, la expansión de las exportaciones y el desarrollo agrícola. Pero los tres pilares del desarrollo español siguieron siendo el turismo, la inversión extranjera y las divisas aportadas por los emigrantes. La liberalización nacida del I Plan de Desarrollo (1964) inició el mayor ciclo de industrialización y de prosperidad que España haya conocido jamás. Los planes de desarrollo impulsados por López Rodó y después por López Bravo, ambos ministros tecnócratas vinculados al Opus Dei, contaron con la oposición de determinados sectores del Movimiento, en concreto por Suances, entonces al frente del INI. No todos los objetivos se alcanzaron, pero España tuvo en la década de los 60 una de las tasas de crecimiento más altas del mundo. Los principales beneficiarios del milagro económico español fueron la banca y los grandes grupos industriales, que disfrutaron de gran apoyo del Estado con exenciones fiscales y financiación privilegiada.

Pero este crecimiento económico no eliminó la desigualdades sociales y regionales. El desarrollo se había llevado a cabo en unas regiones más que en otras. Entre 1960 y 1973, el PIB del País Vasco, Madrid, Cataluña, Baleares y Canarias representaba el 46 % del total, mientras que las demás regiones se repartían el resto. La descentralización industrial planeada por el Gobierno fue un fracaso. Las ciudades se superpoblaron con la misma rapidez que se fue despoblando el campo. Hasta 1973 cuatro millones de españoles emigran a Europa o a las regiones más prósperas de España. El urbanismo descontrolado y especulativo creó graves problemas den el medio ambiente, lo que haría sentir en los años setenta.

En diciembre de 1963, la Ley de Bases de la Seguridad Social sustituye a los seguros sociales existentes por un régimen de previsión total, siguiendo el modelo de bien estar social desarrollado por las naciones europeas después de la Segunda Guerra Mundial. La nueva Seguridad Social aumenta las pensiones de jubilación y la cobertura sanitaria.

Durante los años 60, las profundas transformaciones que experimenta la sociedad española llevan al régimen franquista a realizar cambios institucionales y a intentar adaptarse a las circunstancias. En 1966, a instancias del ministro aperturista de Información y Turismo, Manuel Fraga, se promulga la Ley de Prensa, que suaviza un tanto la censura (al eliminar la censura previa). Ese mismo año se sometió a referéndum la Ley Orgánica del Estado, que se basaba en los principios del Movimiento, si bien introducía algunos cambios: creación de un grupo de cien procuradores (dos por provincia) elegidos por los cabezas de familia y mujeres casadas; reorganización del Consejo Nacional del Movimiento; fijación del recurso de contrafuero para toda ley que vulnerase los principios fundamentales del Movimiento, y separación de los cargos de jefe del Estado y del Gobierno: Franco podría elegir entre una terna propuesta por el Consejo del Reino.

La Ley de Prensa presentada por el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, y aprobada por Las Cortes el 15 de mayo de 1966, la Ley de Libertad Religiosa (1967) y la Ley de Representación Familiar (1967) completan las reformas de finales de los sesenta. La Ley de Prensa de Fraga suprimía la censura previa, pero la mantenía a posteriori, provocando abundantes expedientes sancionadores.

Todo el proceso de lento y tímido aperturismo exigido por el desarrollo económico de la década de los 60 debía conllevar un desarrollo político, pero tropezó con las tensiones entre los llamados inmovilistas (falangistas ortodoxos) y los aperturistas en puntos como la sucesión en la jefatura del Estado, la apertura hacia los países de la órbita soviética, el asociacionismo o la atención de las demandas expresadas por la conflictividad laboral, en definitiva: el posible camino hacia la democracia.

En los dos primeros decenios, un amplio sector del pueblo aceptó el franquismo como un mal menor y como la solución a la situación de caos y violencia de los gobiernos del Frente Popular al final de la República. En los primeros años, la oposición política estuvo a cargo de las guerrillas que actuaron en determinadas zonas del territorio español, así como de la oposición democrática llevada a cabo desde el exilio (republicanos, monárquicos seguidores de Juan de Borbón y Battenberg, socialistas y comunistas) cuyo punto álgido fue el Congreso de 1962, que la prensa oficial descalificó como “contubernio de Munich”.

«Viajaron hasta Múnich 118 españoles pertenecientes a todas las fuerzas de la oposición al franquismo que, por primera vez desde la Guerra Civil, escenificaron en la capital bávara la reconciliación nacional, al tiempo que proclamaron su apuesta por la democracia y por Europa. La dictadura los llamó "vendepatrias y traidores", las manifestaciones alentadas por el franquismo pidieron incluso la horca para ellos y un destacado periodista de aquel régimen, Emilio Romero, escribió que Franco "se los comía con patatas". Sufrieron el exilio o el destierro, la pérdida de empleos y hasta el desprecio de sus vecinos al regresar de un congreso europeísta celebrado en 1962 en Múnich (Alemania). La prensa franquista calificó aquel congreso como "contubernio", que según el diccionario de la RAE significa "cohabitación ilícita o alianza o liga vituperable". Desde aquella fecha, los opositores a la dictadura hicieron bromas y chanzas con la palabra y cualquier conspiración contra el franquismo se definía como contubernio.

La mayoría del centenar largo de dirigentes de la oposición congregados en Múnich procedía del interior de España y militaba en las filas monárquicas, democristianas, liberales, socialistas y nacionalistas del País Vasco y de Cataluña. Los comunistas enviaron observadores a la cita, aunque no participaron directamente en el contubernio.» [Miguel Ángel Villena: “El contubernio que preparó la democracia”, en El País – 09/06/2012]

«Los valores del congreso de Múnich están recogidos en la Constitución de 1978. Franco temía que se reconciliaran los dos bandos de la Guerra Civil porque al régimen le interesaba recordar constantemente el conflicto, que no se borrara el enfrentamiento. Por eso el contubernio de Múnich resultó tan peligroso para el franquismo. No íbamos a derrocar a la dictadura, pero sentamos las bases de la democracia y del europeísmo.» [Fernando Álvarez de Miranda]

El 8 de julio de 1967 el Tribunal Supremo ratificó la decisión del ministro de Educación, Villar Palasí, que en el curso 64-65 apartó de sus cátedras a José Luís López Aranguren y Enrique Tierno Galván, dos pensadores cuya rectitud y coherencia moral hicieron época. En de enero de 1965, cientos de estudiantes universitarios y el sector más activo de los docentes convocaron movilizaciones para exigir la democratización de las facultades y la aplicación de criterios objetivos en los programas de estudio.  Agustín García Calvo, José Luís López Aranguren y Enrique Tierno Galván fueron castigados con la pérdida del empleo. Años después, en 1976, Aranguren recuperó el lugar que le correspondía en la universidad y en 1978 su compañero de penalidades, Tierno, coprotagonizó al frente del PSP la refundación del PSOE al unificarse ambos partidos, al año siguiente fue elegido alcalde de Madrid e inició la modernización de la villa y corte.

Desde mediados de los sesenta hasta el final del régimen, Franco no hizo otra cosa que frenar la evolución política. Según fue envejeciendo se fue atrincherando en sus convicciones y temores, incapaz de ver los cambios producidos en la sociedad española. No obstante, el excepcional desarrollo económico conseguido durante esos mismos años sacó a España del subdesarrollo y la convirtió en un país industrial.

Una vez concluida la institucionalización del régimen, Carrero Blanco y López Rodó hicieron ver a Franco la necesidad de garantizar la continuidad política nombrando al príncipe don Juan Carlos como sucesor en la jefatura del Estado y heredero legítimo al trono, instaurando así una nueva monarquía del Movimiento.

El 21 de julio de 1969, Franco había designado a Juan Carlos como sucesor en calidad de Jefe de Estado. Algunos prohombres del régimen ya habían iniciado maniobras para imponer a Alfonso de Borbón y Dampierre, casado con una nieta de Franco, pero el Caudillo se decidió por don Juan Carlos, de quien apreciaba su discreción y sobriedad. El Príncipe se había movido en el entorno de Franco con suma cautela, sabedor del estrecho margen que tenía para actuar. Además, el abuelo de Juan Carlos, Alfonso XIII, había sido para el Caudillo la figura paterna que siempre había echado de menos. Pero Juan Carlos y su extutor, Fernández Miranda, ya estudiaban la posibilidad de reformar el régimen desde la legalidad una vez asumiera el príncipe la jefatura del Estado.

Algunos grupos reaccionarios del régimen vieron en el matrimonio de Alfonso de Borbón Dampierre y Mª del Carmen Martínez-Bordiu Franco, nieta de Franco, en 1972 como oportunidad para cambiar la línea de sucesión y colocar en el trono a un rey más manejable y afín a sus propósitos. La ultraderecha y la propia Doña Carmen ejercieron todo tipo de presiones para degradar la imagen del Príncipe, pero Franco no rectificó su decisión.

A finales de 1969 llega al Ministerio de Asuntos Exteriores el tecnócrata Gregorio López Bravo. Con él la diplomacia española inició una apertura hacia los países del entorno soviético, en un principio con carácter comercial y más tarde en forma de relaciones diplomáticas plenas.

La política exterior franquista con Latinoamérica cabalgó sobre las conveniencias de cada momento. Los gobiernos latinoamericanos se dividieron al iniciarse la Guerra Civil en torno a la actitud que deberían adoptar frente al conflicto y aunque México (presidida durante la guerra por Lázaro Cárdenas) mantuvo siempre una política de firme defensa de las instituciones republicanas, que se prolongó hasta la muerte de Franco y la celebración de las primeras elecciones democráticas en 1977, los demás países fueron reconociendo al dictador y su régimen, sin excepción. Franco, por otra parte, encontró apoyo y simpatía en los gobernantes autoritarios latinoamericanos de todas las épocas: las actitudes personales y gubernamentales del argentino Juan Domingo Perón, el dominicano Rafael Leónidas Trujillo o el chileno Augusto Pinochet fueron una buena muestra de ello. Por otro lado, hay que resaltar las buenas relaciones de Franco con los países musulmanes expresadas en las visitas de los jefes de Estado de Arabia Saudí, Jordania, Irak, Irán y Egipto.

En la década de los 60 el movimiento obrero adoptó una nueva forma de organización y lucha ya abierta y asamblearia con reivindicaciones concretas por parte de la clase obrera. Las Comisiones Obreras (CC OO) se consolidaron como una alternativa a la sindical socialista Unión General de Trabajadores (UGT) y a la anarcosindicalista Confederación General del Trabajo (CNT). Las CC OO adquirieron gran expansión entre los trabajadores de la industria y el servicio, con el apoyo del Partido Comunista de España (PCE). Se fueron infiltrando en los sindicatos verticales del régimen, en donde actuaron de forma clandestina y llegaron a copar a finales de la década la representación de los trabajadores en numerosas ramas de producción. La respuesta del régimen fue la Ley Sindical de 1971, que defraudó a los trabajadores, pues mantenía la ilegalidad de las huelgas y de toda clase de representación sindical que no fuera la del viejo sindicalismo falangista.

El PCE siguió operando en la clandestinidad, manteniendo una política de reconciliación nacional para derribar la dictadura mediante una huelga general política con la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura que acordase un Pacto por la Libertad para el país.

A pesar de los rígidos controles establecidos por la censura, el régimen no pudo impedir cierta apertura intelectual. Surgen nuevas revistas críticas, como Cuadernos para el Diálogo, dirigida por el democristiano Joaquín Ruiz-Giménez. Cuadernos fue una revista cultural, aunque con claro propósito de transmitir el ideario político democristiano. El primer número se publicó en octubre de 1963 y dejó de salir en 1978. En 1976 dejó de ser mensual y durante sus últimos meses fue un semanario, que no logró sobrevivir a la transición. Acogió a un amplísimo espectro social de escritores y propulsó la carrera política de gran número de sus colaboradores. Fue un referente y un símbolo de la cultura progresista de la década de los 60. En 1970 la Ley General de Educación de Villar Palasí impulsó la enseñanza, cuyo presupuesto llegó a superar al de las Fuerzas Armadas.

En 1962 tuvo lugar el Congreso del Movimiento Europeo, en Múnich, al que asistieron 118 participantes de todo el espectro político, excepto del comunista. Presidió el Congreso Salvador de Madariaga, en representación del exilio, y José María Gil Robles, en representación del interior. El Congreso exigía la instauración de las instituciones democráticas y representativas; la garantía de los derechos individuales; el reconocimiento de la personalidad de las distintas comunidades naturales; el ejercicio libre de asociación sindical y de organización de partidos políticos. Los representantes del interior fueron objeto de duras represalias a su vuelta a España después del Congreso.

El 20 de abril de 1963, fue condenado y muerte y ejecutado Julián Grimau, político comunista, acusado ante el tribunal militar que lo juzgó en Consejo de guerra de crímenes cometidos 25 años antes en la retaguardia durante la Guerra Civil Española en su condición de miembro de los servicios policiales y como jefe de la Brigada de Investigación Criminal. La oposición a la dictadura, tanto en el interior como en el exterior, cuestionó la validez de las pruebas presentadas en el juicio y denunció las torturas a las que fue sometido durante su detención. Con esta ejecución, el régimen endurecía la represión en un momento crítico: huelgas de Asturias, reunión de Múnich y movimientos estudiantiles.

Siguieron las protestas contra el Sindicato Único Universitario (SEU) y, a partir de 1964, casi ningún distrito universitario reconocía el SEU, que fue sustituido por asambleas libres de alumnos. El momento de mayor tensión llegó en 1965 cuando fueron destituidos de sus cátedras por apoyar las manifestaciones estudiantiles: José Luis López Aranguren, Guilar Navarro, Tierno Galván, García Calvo y Montero Díaz.

En 1967 la organización vasca Euskadi Ta Askatasuna (ETA), que había sido fundada en 1959 como escisión de jóvenes del Partido Nacionalista Vasco (PNV), comenzó a actuar como organización armada. Su acción más espectacular será el atentado que acabó con la vida del presidente del Gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco, en diciembre de 1973.

La década de los 70

En la década de los 70 confluyen varios factores negativos para el régimen franquista: crisis energética, huelgas y oposición antifranquista, terrorismo, problemas saharianos. En esta década, la crisis económica, la situación en el Sahara Español, la oposición antifranquista junto con las huelgas, y el terrorismo, minaron el régimen. Todos estos problemas acabaron por descomponer el régimen obsesionado con su permanencia. La larga agonía del general Franco, fallecido en noviembre de 1975, simbolizó el agotamiento del sistema, mientras el pueblo se interrogaba sobre la capacidad de supervivencia del franquismo sin su principal hacedor.

El 3 de diciembre de 1970, tiene lugar el Proceso de Burgos, juicio sumarísimo contra dieciséis miembros de la banda terrorista vasca Euskadi Ta Askatasuna (ETA) acusados de los asesinatos de tres personas. El régimen pretendía dar un escarmiento y los condenó a pena de muerte, pero la condena unió a todas las fuerzas de oposición, que trataron de emplear el caso para desacreditar a la dictadura. Gobiernos, personalidades y altas jerarquías de la Iglesia solicitaron una conmutación de las penas. Franco decidió conmutar las penas de muerte para eliminar la presión exterior y evitar que los etarras fueran utilizados como mártires por la oposición.

En junio de 1973, sin abandonar la jefatura efectiva del Estado, Franco nombra presidente del Gobierno al almirante Luis Carrero Blanco, un fiel colaborador. El almirante siempre había intentado limitar la influencia falangista y promovido la modernización económica.

Se revestía así al Régimen, en todo caso, de una mínima apariencia democratizadora dentro de sus moldes autoritarios básicos, que continuaban vigentes sin sufrir alteraciones significativas. En 1969, Franco había nombrado sucesor suyo a título de Rey al hijo de don Juan de Borbón, el príncipe Juan Carlos de Borbón, educado en España. Carrero Blanco apoyó la opción de Juan Carlos I para la sucesión de la jefatura del Estado.  El nuevo presidente del Gobierno consiguió colocar a personas de su confianza, la mayoría vinculadas al Opus Dei y Acción Católica en los ministerios más importantes.

El 20 de diciembre de 1973 muere el presidente del Gobierno, Carrero Blanco, víctima de un atentado perpetrado por la banda terrorista ETA. Asumió la presidencia del Gobierno Arias Navarro. A lo largo de esta etapa final, el Régimen perdió aceleradamente legitimidad política y social. Los últimos intentos de aperturismo limitado que llevó a cabo Arias Navarro en 1974 -el llamado espíritu del 12 de febrero- mediante una Ley de Asociaciones Políticas, llegaron demasiado tarde.

La Partido Comunista de España (PCE) estaba presente en la mayor parte de los movimientos sociales. Los días 11 al 13 de octubre de 1974, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) celebró en Suresnes, localidad francesa colindante con París, un Congreso que cambió la orientación política e ideológica del PSOE poco antes de la transición democrática en España. Tomaron la dirección del partido nuevos líderes socialistas del interior, a la cabeza de los cuales estaba el joven abogado Felipe González. De los 3.586 militantes que asistieron al Congreso, 1.038 estaban en el exilio. El resto estaba agrupado en 19 federaciones, siendo las más numerosas la asturiana, la guipuzcoana y la vizcaína. Para respaldar al Congreso estuvieron presentes Willy Brandt, ex canciller alemán y líder socialdemócrata de su país, François Mitterrand, líder socialista francés y el socialista austriaco Bruno Pittermann, presidente en ese momento de la Internacional Socialista.

La democracia cristiana de Gil Robles y Ruiz-Giménez aglutinaba un reducido grupo de profesionales de prestigio, pero sin apenas base social, mientras que los partidos nacionalistas, el vaso PNV y el catalán CDC, La extrema izquierda estaba representada por grupos marxistas: el PCE-ml, el Partido del Trabajo de España (PTE)  y la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT) marxista-leninista de línea maoísta, con implantación en el movimiento obrero y estudiantil.

En julio de 1974 se constituyó en París la Junta Democrática de España, liderada por el Partido Comunista de España (PCE). Confiaba en promover huelgas y manifestaciones como una gran acción ciudadana que forzara la creación de un gobierno provisional de coalición. El PSOE creó, junto con la Democracia Cristiana, la Plataforma de Convergencia Democrática con el mismo objetivo. A la muerte de Franco y bajo el gobierno de Adolfo Suárez, ambos organismos se unirán en la Coordinación Democrática.

El crecimiento de la violencia política por parte de las organizaciones terroristas (ETA, FRAP) y de los grupos de ultraderecha (Guerrilleros de Cristo Rey) paralizó cualquier iniciativa reformista que el Gobierno hubiera podido albergar.

ATENTADO AL ALMIRANTE CARRERO BLANCO EN 1973

El 20 de diciembre de 1973 atentado mortal contra el almirante Luis Carrero Blanco, el entonces presidente del Gobierno de España durante la dictadura del general Franco. El atentado fue perpetrado por un grupo armado de la organización terrorista vasca ETA y es conocido por su nombre en clave "Operación Ogro". El asesinato provocó un hondo impacto en la sociedad española de la época, ya que suponía el mayor ataque contra el régimen franquista desde el final de la Guerra civil española en 1939. Las autoridades iniciaron una investigación para aclarar los hechos, pero el caso quedó archivado al comenzar la Transición y nunca se esclarecieron del todo las circunstancias. Los autores del atentado tampoco llegaron a ser juzgados por estos hechos y tras la muerte de Franco se beneficiarían totalmente de la amnistía concedida en 1977.

La desaparición de Carrero Blanco tuvo numerosas implicaciones políticas, en un momento en que se hacía evidente la decadencia física del dictador y el agravamiento de los primeros signos de descomposición del aparato franquista. El denominado "búnker", sectores más inmovilistas del franquismo, salieron reforzados de este suceso y lograron influir en Franco para que nombrara como sucesor de Carrero a un miembro de la línea dura, Carlos Arias Navarro. Con este atentado la organización terrorista ETA se convertía así en uno de los principales actores de la oposición al Franquismo.

CARLOS ARIAS NAVARRO NUEVO PRESIDENTE DEL GOBIERNO

Tras el asesinato de Carrero Blanco, asume la presidencia del Gobierno Carlos Arias Navarro. No era una personalidad del régimen, no tenía clientela propia, carecía de carisma personal y se había mantenido al margen de las polémicas políticas de los últimos meses. Reunió a los dos sectores del franquismo, inmovilistas y aperturistas, sin poder ejercer un liderazgo firme sobre estos dos sectores del régimen.

El franquismo llegó a su fin con el fallecimiento del propio Franco, en noviembre de 1975. Franco estaba seguro de que había dejado todo “atado y bien atado” para que, tras su muerte, no cambiara nada: El rey sería jefe del estado y del gobierno se encargaría alguien que garantizara la continuidad del régimen, en último caso quedaban los militares.

Pero dentro incluso del régimen había muchos políticos que no habían hecho la guerra, jóvenes que habían hecho carrera dentro de la dictadura, pero que veían la necesidad de hacer reformas acordes con los tiempos que corrían para homologarse al resto de las democracias europeas. Eran los llamados “aperturistas”.

«El sistema político se basó en la dictadura del partido único, el Movimiento Nacional, heredero de la FET y de las JONS (1937). Dentro de una completa subordinación al Caudillo, hubo diferentes familias o grupos -nunca partidos- con diversa sensibilidad política. Cada una trató de influir en las decisiones del dictador, y la habilidad de éste consistió en confiarles parcelas de poder convenientemente medidas, apoyarse sucesivamente en una familia u otra según conviniera en cada momento, desplazando del primer plano (sin dejar de contar con ellas) a las que se hacían incómodas. Cuando estalló algún escándalo que podía atribuirse de algún modo a los recelos entre las familias (como el caso MATESA), Franco optaba por soluciones expeditivas y salomónicas ("castigar" a ambas partes, de forma paternalista). Eran habituales las expresiones de Franco en que despreciaba la actividad política (propia de "politicastros"), e incluso ninguneaba a sus propios ministros, haciéndose célebre su consejo: “haga como yo, no se meta en política”.» [Wikipedia: “Franquismo”]

Al día siguiente del fallecimiento del dictador, el 20 de noviembre de 1975 tras una larga agonía, el Régimen había perdido todo su sustento y su legitimidad, pese a los intentos de algunos nostálgicos por revivir su vigencia. El régimen franquista murió cuando comenzó a cumplir sus metas de desarrollo económico con paz política y social. Para ello tuvo que dar poder a los tecnócratas, que terminaron aliados a los reformistas. Finalmente triunfaron estos al ser presidente Adolfo Suárez, que desmanteló el régimen desde dentro con el Rey.

JUAN CARLOS I ES PROCLAMADO REY DE ESPAÑA

El 22 de noviembre de 1975, dos días después del fallecimiento de Franco, Juan Carlos I fue proclamado rey de España por las Cortes, ante el escepticismo, cuando no la crítica generalizada, de la oposición al franquismo que veía en él a un mero continuador del régimen, sin que por ello fuera plenamente aceptado por los partidarios del mismo.

Sobre la figura del príncipe Juan Carlos había existido en España una desconfianza generalizada. Tras la visita a Washington de Juan Carlos, después de la firma del tratado de amistad con los Estados Unidos (1970), la Administración estadounidense empezó a confiar en el Príncipe como instrumento de un cambio pacífico después de la muerte de Franco. El refrendo norteamericano sirvió para que en España se empezase a valorar la figura del futuro rey.

El inicio del reinado de Juan Carlos I corrió parejo a un nuevo periodo histórico y político, la transición a la democracia, que supuso el retorno español al constitucionalismo, al parlamentarismo y al disfrute de las libertades. Si Franco gobernó como si España le perteneciera (la “España de Franco”), el rey Juan Carlos I restituyó la democracia, devolviendo España a los españoles.

etapas de Evolución del régimen franquista

La evolución política:

  • la etapa azul (1939-1945)
  • el nacional-catolicismo (1945-57)
  • la tecnocracia (1957-1969) 
  • la crisis del franquismo (1969-75) 

La evolución económica.

  • la autarquía (1939-1959)
  • el desarrollismo (1959-1973)
  • la crisis económica (1973-1975)

La etapa económica de la autarquía se divide, políticamente, en etapa azul y nacional-catolicismo y las otras etapas difieren algunos años.

La etapa azul – El régimen totalitario (1939-1945)

Esta primera etapa del franquismo estuvo caracterizada por el auge de la hegemonía de la Falange. Si bien en el primer gobierno de la dictadura Franco hizo participar a todas las familias políticas que habían apoyado el levantamiento nacional del 18 de julio de 1936, en esta primera fase se impuso la ideología falangista, debido a la afinidad de la dictadura con los gobiernos fascistas que imperaban en Alemania e Italia. El  hombre fuerte de  esa  etapa  es  Serrano  Súñer "el Cuñadísimo".

A través de los sindicatos verticales, el Sindicato Español Universitario (SEU), el Frente de Juventudes y la Sección Femenina, junto con el férreo control de los medios de comunicación, la Falange estaba presente en todos los ámbitos de la sociedad.

Con la Ley de Cortes del 17 de julio de 1942, la segunda de las Leyes Fundamentales después del Fuero del Trabajo de 1938, el régimen franquista da un paso más en su pretensión de institucionalizar el régimen. Las Cortes de Franco no eran nada parecido a un Parlamento, eran una especie de Cortes  Corporativas,  al  modelo  de  la Asamblea Nacional de Primo de Rivera, una legitimación más del régimen.

Tras el encuentro con Hitler en Hendaya en octubre de 1940, Franco abandona la neutralidad y asume una postura de disposición beligerante “cuando se den las circunstancias adecuadas”. España declararía la guerra a Gran Bretaña  para recuperar Gibraltar y ocupar territorios en el norte de África. El desarrollo de la guerra no permitió que llegara el momento de intervenir militarmente por parte de España. Para compensar la ayuda de la Alemania de Hitler a Franco durante la Guerra Civil, el régimen envió a Alemania la División Azul para luchar, bajo los mandos de la Wehrmacht, en el frente del Este contra Rusia.

Franco siempre había creído en la victoria de la Alemania nazi. Pero cuando en 1942 entran en la guerra los Estados Unidos, y presagiando la derrota  de  las  potencias  del  Eje, Franco empieza a cambiar de rumbo su política exterior y, en 1943, vuelve a la neutralidad. Para salvar su régimen y adaptarse a las nuevas circunstancias internacionales, remodela con astucia su gobierno, que siguió estando compuesto por todos los sectores que apoyaban el régimen, pero comenzó a quitar protagonismo a la Falange y a todo lo que recordara al fascismo. El protagonismo lo asumieron ahora los sectores católicos, aunque esto no significó la desaparición de la Falange. La Iglesia y el Ejército, los otros dos puntales del régimen, ya había mostrado su oposición al papel hegemónico que el Caudillo había concedido a la Falange. 

La etapa del nacional-catolicismo (1945-1957)

Después de la segunda guerra mundial, España quedó aislada del mundo exterior. Los países democráticos le hicieron el vacío por varios motivos: por su posición compromiso con las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial; por la sublevación contra la República; pero, sobre todo, por el régimen dictatorial del Caudillo. Ningún país tenía embajadores en Madrid, excepto Argentina, Portugal y el Vaticano. España quedó excluida del Plan Marshall para Europa, quedó fuera de la ONU y  Francia cerró la frontera con España.

Franco había apostado por la victoria de las potencias del Eje (Alemania e Italia). La derrota del fascismo en Europa suponía una amenaza para la continuidad del régimen franquista. Franco se adaptó enseguida a las nuevas circunstancias y el 18 de julio de 1945 formó un nuevo gobierno en el que reducía la fuerza hegemónica de la Falange, mantenía a los militares, pero dio predominio a los grupos católicos, con lo que pretendía ganarse el apoyo del Vaticano y la simpatía de las democracias occidentales.

Desde el comienzo del franquismo, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas demostró mucha actividad, dirigida por los obispos y especialmente por la figura de Ángel Herrera Oria, que controlaba también la prensa católica (Diario Ya). Esta «familia» tenía una especial relación con el exterior, por su vinculación con el Vaticano y las democracias cristianas europeas. Controlaban el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Ministerio de Educación.

A principios de los 50 comienza el enfrentamiento de los EE UU con la Unión Soviética y la Doctrina Truman recomienda la alianza de todos los países en la lucha contra el comunismo. Franco podía presentar a España como el primer país que había vencido al comunismo. Volvieron los embajadores en 1951, España ingresó en la ONU y sus organismos especializados (FAO, UNESCO, etc.).

En este contexto, el catolicismo y el  anticomunismo del  régimen franquista le valieron para salir de ese aislamiento. Desplegó una ofensiva diplomática buscando el apoyo internacional de la Iglesia mediante el Concordato de 1953. Para los EE UU España era un punto estratégico en la lucha contra el comunismo. Fue así como en 1953 España firma un Acuerdo hispano-americano por el que concede a los EE UU el uso conjunto de bases militares en territorio español a cambio de ayuda económica y armamento para el ejército.

En 1945 el régimen promulgó la tercera ley fundamental: el Fuero de los Españoles, que pretendía emular las constituciones democráticas y lavar la cara al régimen definiendo al franquismo como una “democracia orgánica”.

Con la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado de 1947, España se definía como un Estado católico, social y representativo, declarándose constituido como Reino. Se acentuaban como rasgos fundamentales del régimen franquista su catolicismo y su monarquismo. Con esta ley Franco quedaba designado como Jefe del Estado vitalicio y podía proponer a las Cortes su sucesor.

La etapa de lA tecnocracia (1957-1969) 

A mediados de los 50, la política económica de autárquica había fracasado. Políticamente, el gobierno de los católicos estaba agotado y, dentro de la Iglesia, iban apareciendo nuevos grupos.

En 1955, tras la muerte del filósofo José Ortega y Gasset, se produjeron revueltas estudiantiles en la universidad con enfrentamientos con los falangistas. El Gobierno culpó de la situación al ministro de educación Joaquín Ruiz-Giménez Cortés por su política. Ruiz-Giménez había sido embajador ante la Santa Sede (1948-1951). En 1951, cuando fue nombrado ministro de Educación Nacional, inició un proceso de reformas de las instituciones docentes; para ello se rodeó de colaboradores procedentes de Falange Española: Pedro Laín Entralgo como rector de la Universidad de Madrid y Antonio Tovar de la Universidad de Salamanca. Franco remodeló su gobierno y destituyó a Ruiz-Giménez y a los falangistas.

Algunos grupos de la Iglesia, de orientación democristiana, dejaron de apoyar al régimen franquista. Alrededor de Ruiz-Giménez se formó un grupo de intelectuales católicos que reivindicaron apertura del régimen y libertad de expresión. Otros grupos católicos se decantaron por una línea de apoyo a las reivindicaciones de los obreros. Estos grupos se fueron acercando a la oposición contra la dictadura.

A finales de la década de los 50, Franco necesitaba relanzar la economía, para lo que necesitaba gente competente y bien prepara en materia económica. Había dar una orientación más técnica a la economía y menos ideológica. A partir de 1957 formó un gabinete con ministros económicos (denominados «tecnócratas») procedentes del Opus Dei y protegidos por Luis Carrero Blanco: Mariano Navarro Rubio y Alberto Ullastres. Estos ministros desarrollaron el Plan de Estabilización de 1959 que estabilizó la economía y puso las bases para el desarrollo posterior. Los ministros del Opus iban a tener el protagonismo político y económico hasta el final del  franquismo.

La renovación de la Iglesia católica en el Concilio Vaticano II (1962-1965) propició un distanciamiento con el régimen español de una parte de la jerarquía eclesiástica, dirigida por el cardenal Vicente Enrique y Tarancón.

la crisis del franquismo (1969-75)

En los años 70 el régimen entra en crisis. A principios de 1969 se inicia el tardofranquismo y comienzan a proliferar los liderazgos antagonistas: Un sector del Movimiento Nacional pretendía asegurar la continuidad del régimen franquista ampliando su base social y la participación política (por medio de una Ley de Asociaciones); los llamados «tecnócratas» intentaban liderar la transición hacia la monarquía en vida de Franco manteniendo la estructura autoritaria del sistema político.

Estas dos corrientes ideológicas se enfrentaron y abrieron el proceso del «posfranquismo en vida de Franco». En 1969 se formó un gobierno tecnócrata en el que Carrero Blanco dejó a un lado a falangistas y católicos y apostó por los tecnócratas del Opus Dei en torno a la figura de López Rodó. Fue el primer gobierno monocolor de Carrero Blanco.

En 1973 Franco cedió la Presidencia del Gobierno al almirante Carrero Blanco, mientras él se reservaba la Jefatura del Estado. Carrero estaba llamado a perpetuar la dictadura tras la desaparición de Franco, pero seis meses después fue asesinado por la banda terrorista ETA en un atentado con bomba. El segundo gobierno de Carrero Blanco (1973) fue bicolor. Remodeló el gobierno recuperando las facciones excluidas.

Tras la muerte de Carrero Blanco, el primer gobierno de Arias Navarro (1974) fue un gobierno monocolor, sin miembros del Opus Dei, con el que el proyecto continuista del régimen por transición hacia una monarquía autoritaria (encallado en el inmovilismo de Carrero Blanco) perdía con la salida de López Rodó al segundo de sus arquitectos.

El 20 de noviembre de 1975 moría Francisco Franco. Comienza el proceso de Transición hacia la democracia que culmina con Constitución democrática que entra en vigor el 29 de diciembre de 1978.

La era franquista a posteriori

«Todos recordamos la entronización de los mitos, la patria como destino, la manipulación de los acontecimientos, la división binaria entre lo nuestro y lo ajeno, el campo del bien y del mal. Por un lado, don Pelayo, Guzmán el Bueno, Isabel la Católica, Franco; por otro, los herejes, judíos, masones, republicanos, ateos.» [Juan Goytisolo: “Las alarmas del cardenal Cañizares”, en El País, 27.05.2006, p. 11]

«Franco estableció un Estado represivo sobre las cenizas de la Guerra Civil, persiguió sin respiro a sus oponentes y administró un cruel y amargo castigo a los vencidos hasta el final. En su larga y sangrienta dictadura reside la gran excepcionalidad de la historia de España del siglo XX, si se compara con los otros países europeos occidentales. La violencia se convirtió en una parte integral de la dictadura franquista, que inició su recorrido con una toma del poder por las armas.

Nos ha costado mucho desmontar los mitos que sus apologetas y seguidores construyeron y divulgaron en torno al dictador. Años de investigaciones rigurosas, con historiadores reconocidos en todo el mundo por sus escritos y enseñanzas sobre nuestra historia contemporánea. Hemos tratado de que esos nuevos conocimientos sobre la guerra civil y la dictadura franquista lleguen a las aulas, se difundan en libros en las mejores editoriales. Pero nada de eso preocupa a la Real Academia de la Historia. Volvemos al mito: Franco libró a España del comunismo, evitó que España entrara en la Segunda Guerra Mundial, fue el artífice de una paz duradera y generosa y consagró su vida a la tarea de regir y gobernar al pueblo español con criterios justos. Y ahí estamos, casi cuarenta años después de su muerte.» [Julián Casanova (catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza): “¿Quién escribe la historia?“. En El País, 30/05/2011]

«Cuando la generación de españoles nacida en torno a 1940 iba por lo que Ortega llamaba la mitad del camino de la vida murió el dictador. Estaba allí, arriba, inaccesible desde que nacimos y allí seguía cuando abrimos los ojos a la curiosidad razonadora y nos pusimos de pantalón largo. Si Ortega fue, como lo definió Vicente Cacho, un teenager del Desastre, nosotros fuimos los teenagers de la Dictadura. En nuestra infancia y juventud, no conocimos otra cosa: desfiles militares y procesiones; por ese lado, el país, como había escrito Azaña, no daba para más.

Luego, las cosas cambiaron: despertamos del sueño dogmático y comenzamos a explorar territorios antes vedados. El plan de estabilización obligó a cientos de miles de trabajadores a traspasar la frontera cada año. Después del hambre y de la miseria, el desarraigo en el extranjero o en los suburbios crecidos a golpe de especulación, la incertidumbre por el futuro con su afanosa búsqueda de seguridad -encontrar un trabajo fijo, adquirir un piso en propiedad- fue el duro pan que hubieron de masticar millones de aquellos que habían sido adolescentes cuando ya estaba allí la Dictadura.

Franco, que había echado las bases de su poder en una guerra y las había consolidado en la implacable represión posterior, allí seguía, transformando su imagen de general y caudillo por la de un padre, firme en el timón, que había preservado la paz y el orden y presidía el desarrollo económico. De la victoria, nunca olvidada, se habló menos mientras se inundaban las calles con banderolas de paz. Los rosarios de la aurora y la revolución nacional-sindicalista fueron barridos por el nuevo espíritu del capitalismo gestionado por los tecnócratas del desarrollo.

Y aquella generación que en su infancia y juventud no había oído hablar más que de penurias dulcificadas por consuelos celestiales, y luego había comprado un piso para toda la vida, se acostumbró a pensar que Franco estaba allí para siempre, como un dato de la naturaleza. Fue extendiéndose un lenguaje, aprendido en la terrible experiencia de la posguerra macerada luego en la emigración y el desarrollo, un lenguaje que hablaba de amnistía por el pasado, de olvido de una guerra ahora llamada fratricida, de recuperación de libertades, de ir hacia donde ya estaban las naciones europeas, pero de emprender la caminata en paz y con orden, desterrando la violencia. En ésas estábamos, aprendiendo el nuevo lenguaje de democracia, cuando, por fin, la naturaleza hizo su obra y Franco desapareció, sólo arrebatado por la fuerza de la Muerte. Cierto, cuando la losa cayó sobre su tumba, nadie, excepto algunos políticos extraviados, lo echó de menos. En sus viajes por pueblos y ciudades, nada en torno al Rey evocaba al Caudillo; nada en Suárez recordará la camisa azul, y sólo un genérico rechazo del “régimen anterior” proclamará González. Los tres habían sido adolescentes cuando la dictadura y a los tres les llegó la hora del triunfo mientras la imagen de Franco se difuminaba en el ambiguo recuerdo de los españoles y nadie se molestaba en verificar el inventario de su herencia. Ahí radica la hazaña colectiva de aquella generación, en haber dado muerte al padre después de muerto.» [Santos Juliá: “Dictatura de Franco a posteriori”, en El País, 19/11/2000 - Nº 1661]

«Los niños de la posguerra teníamos una memoria muy limitada sobre lo que supuso el 18 de julio y la tragedia cainita que vino después. Recuerdo vagamente que era perceptible un ambiente general de penuria y de tristeza, la gente iba aseada, pero humildemente vestida, y la escasez de comida era evidente porque estaban todavía vigentes los famosos cupones de racionamiento. [...] En las paredes de los edificios de las calles y plazas principales estaba pintada una efigie del general Franco, con un bigotito bastante parecido al de Charlot y un lema debajo: “¡Presente!“. La verdad es que Franco, más que presente estaba omnipresente, y no había forma de olvidarse de su cara. Decía sus discursos con una voz aguda y atiplada, y a los niños nos sorprendía que un hombre más bien bajito, y que hablaba de esa manera tan relamida, pudiera meter tanto miedo a la gente. De Franco, lo que nos gustaba era su guardia mora a caballo, más propia de un sultán mahometano que de un caudillo que presumía de católico. De la guerra que hubo antes y de las tragedias personales se hablaba poco, y menos delante de los niños. Ya es sabido que los niños, por inocentes, lo cuentan todo por ahí. Lo que llaman memoria histórica vino después, cuando el miedo empezó a ceder y nos hicimos mayoresesqu. ¡Ah!, „El guerrero del antifaz“ se vendía a 1,25 pesetas en el quiosco de Rafa.» [José Manuel Ponte: “Memoria del silencio“, en Faro de Vigo, 19.07.2006]

«Acabada la guerra, en la paz incivil de Franco, los vencedores ajustaron cuentas con los vencidos, recordándoles durante décadas quiénes eran los patriotas y dónde estaban los traidores. Calles, plazas, colegios y hospitales de cientos de pueblos y ciudades llevaron desde entonces, y en bastantes casos presentes todavía hoy, los nombres de militares golpistas, dirigentes fascistas de primera o segunda fila y políticos católicos. [...]

La consagración definitiva de la memoria de los vencedores de la Guerra Civil llegó, no obstante, con la construcción del Valle de los Caídos, "el panteón glorioso de los héroes", como lo llamaba fray Justo Pérez de Urbel, catedrático de historia en la Universidad de Madrid, apologista de la cruzada y de Franco y primer abad mitrado de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. El monumento fue inaugurado el 1 de abril de 1959, tras casi veinte años de construcción en la que trabajaron numerosos "rojos cautivos" y prisioneros políticos. Aquel era un lugar grandioso, para desafiar "al tiempo y al olvido", homenaje al sacrificio de "los héroes y mártires de la Cruzada". [...]

Los otros muertos, los miles y miles de rojos e infieles asesinados durante la guerra y la posguerra, no existían, porque no se les había registrado o se había falseado la causa de su muerte ("fractura cráneo", "herida arma fuego", se escribió en los libros de defunción), asunto en el que algunos obispos y curas tuvieron una responsabilidad destacadísima. Habían sido abandonados en dehesas, extramuros, tapias de cementerios o fosas comunes. Por eso sus familias, sus hijos y nietos, todavía los buscan hoy, ayudados por diferentes asociaciones y foros "para la recuperación de la memoria histórica". Sólo quieren un poco de recuerdo y dignidad, bastante menos de lo que están obteniendo los cientos de "mártires de la cruzada" que la Iglesia católica española y el Vaticano se han empeñado en beatificar. [...]

Estamos ahora, por lo que al franquismo se refiere, en la "era de la memoria", tan incómoda para muchos, en el regreso del pasado oculto y reprimido. Es una construcción social del recuerdo, que evoca con otros instrumentos, y a veces deforma, lo que los historiadores descubrimos. No sabemos qué quedará de todo ello para el conocimiento histórico de las generaciones futuras, de aquellos historiadores que ya no habrán vivido la dictadura. Pero para llegar hasta allí, necesitamos preservar los testimonios y documentos, crear un Museo-Archivo de la Memoria, al que deberían incorporarse como propiedad pública los fondos documentales de la Fundación Nacional Francisco Franco, y transmitir una educación democrática que impida que las nuevas generaciones de estudiantes reciban todavía el legado ideológico de la dictadura.» [Julián Casanova: “Lo que queda del franquismo”, en El País – 20.11.2005]

«Los vencidos de la Guerra Civil han sido también los vencidos de la democracia. El Parlamento español no ha condenado nunca el franquismo, y Fraga, apoyado en sus éxitos electorales en Galicia, sigue afirmando que la dictadura es uno de los regímenes que más han hecho por España; y en vez de procesarlo como se haría en Alemania si lo afirmase del nazismo, se le eleva a la condición de padre de la patria democrática. Frente a quienes piensan que nuestra transición fue modélica o que ya hemos hablado bastante del tema, yo sigo opinando que la lucha por las libertades y la resistencia ciudadana constituyen el inesquivable marco de la democracia española y que sin él todo se queda en simple ingeniería institucional.» [José Vidal-Beneyto: “La banalización del franquismo”, en El País – 26.11.2005

«Entonces, y por último, ¿adiós al franquismo? Pues no. Es un alivio vivir sin Franco y su dictadura, pero todavía veremos aparecer nuevas revisiones y reinterpretaciones. Algunos seguirán actualizando sus mentiras sobre ese pasado. Otros relatos continuarán con su mezcla de propaganda, hechos probados y justificaciones políticas. No es posible congelar esas cuatro décadas de nuestra historia, con muchos de sus actores todavía vivos, las víctimas sin compensar y con los apologetas de Franco y su dictadura vociferando a sus anchas en algunos medios de comunicación. Será cuestión de tiempo, de voluntad política y de educación cívica.» [Julián Casanova: “¿Adiós al franquismo?”, en El País – 20.12.2005]

horizontal rule

Impressum | Datenschutzerklärung und Cookies

Copyright © 1999-2018 Hispanoteca - Alle Rechte vorbehalten