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Presencia cartaginesa en Hispania

(comp.) Justo Fernández López

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Presencia cartaginesa en el sur y Levante de Hispania

Roma contra cartago

Más de un siglo duró la lucha entre romanos y cartagineses por el dominio y el control del Mediterráneo occidental. Gran parte de las tres guerras púnicas (264-146 a.C.) entre las dos potencias tuvo como escenario la Península Ibérica. La serie de guerras entre Roma y Cartago eran conocidas por los romanos como Guerras Púnicas. Punĭcus, del griego phoinikos (φοίνικος) ‘fenicio’, fue el nombre con el que los romanos conocían a los cartagineses de descendencia fenicia. Cartago, ubicada en lo que hoy es Túnez (norte de África) era la potencia dominante del Mediterráneo occidental a comienzos de los conflictos.

Tras vencer en las guerras samnitas y latinas, Roma incorporó varias ciudades griegas de Campania, como Cumas y Fundi. La conquista de la península italiana culminó en la Guerra Pírrica o Guerra de Tarento. Tarento, la principal ciudad de la Magna Grecia, había firmado en 303 a.C. un tratado con Roma por el que los romanos no podían navegar más allá del cabo Lacinio. No respetando este tratado, Roma violó la cláusula que le impedía llevar una flota más allá de estrecho de Messina. Comienzan así las Guerras Pírricas (280-275 a. C.). Los tarentinos pidieron auxilio a Pirro, rey del Epiro, primo de Alejandro Magno. Pirro fue capaz de vencer a los romanos en una serie de batallas, pero las pérdidas fueron tan importantes que no se decidió a avanzar. Desde entonces, los triunfos de esta especie se llaman victorias pírricas.

Pirro buscó un compromiso con Roma, pero los Romanos negaron cualquier negociación de paz, mientras que Pirro permaneciera en suelo italiano. La salida de Pirro de Italia marcó el fin de una verdadera resistencia a la dominación romana de las ciudades griegas de la Magna Grecia. Pirro se involucró en los conflictos políticos internos de Sicilia, así como en la lucha que mantenía esta isla contra el dominio cartaginés. La participación de Pirro en los problemas regionales de Sicilia redujo la influencia cartaginesa allí drásticamente.

La conquista de Italia meridional puso a Roma en inmediata vecindad con los dominios cartagineses en Sicilia. Las relaciones entre Roma y Cartago eran hasta ese momento correcta y estaban reguladas por varios tratados comerciales. Como Pirro era un enemigo común, Roma y Cartago habían formado un pacto contra Pirro. Al retirarse Pirro y mientras Roma daba fin a la conquista italiana, Cartago reconquistó sus perdidas posiciones en Sicilia. Sin un enemigo común, quedaban Roma y Cartago frente a frente, dando así comienzo a la lucha por la preponderancia política. Las ambiciones expansionistas de Roma chocaban en el mar Tirreno con el muro de las posesiones cartaginesas, pues Cartago ocupaba Sicilia, las islas de Córcega y Cerdeña y otras pequeñas bases en las Lípari. La proximidad de los cartagineses era un peligro para la consolidación de las conquistas romanas en la península italiana. Por su parte, Cartago temía una alianza de Roma con los griegos sicilianos, lo que hubiera dado al traste con sus dominios en la isla.

La confrontación de las dos potencias era inevitable y pronto se presentó la ocasión que desencadenó la Primera Guerra Púnica. Los griegos de Siracusa habían reclutado mercenarios italianos contra los cartagineses. Un grupo de estos mercenarios, denominados Mamertinos por su dios Marte, se apoderaron de Messina. El nuevo tirano de Siracusa, Hierón II, los derrotó y pidió ayuda a los cartagineses, que ocuparon Messina. Los Mamertinos solicitaron ayuda a Roma y esta, argumentando que se trataba de defender a italianos, a pesar del tratado con Cartago que le impedía el acceso a la isla, envió un ejército que ocupó Messina en el 264 a.C. Cartago respondió aliándose con el tirano de Siracusa, Hierón II y declarando la guerra a Roma. Comienza así la primera de las guerras llamadas púnicas. La causa de las guerras fue el dominio del mar Mediterráneo y Roma fue la vencedora en las tres.

Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.)

La Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.) fue la primera de tres grandes guerras libradas entre el Imperio de Cartago y la República Romana. Durante 23 años, las dos potencias lucharon por la supremacía en el Mediterráneo occidental.

Roma, que poseía sólo una pequeña flota, tenía poca experiencia en batallas navales. Los romanos carecían por completo de una escuadra de guerra y creyeron equivocadamente que para la conquista de Sicilia no la iban a necesitar. Los cartagineses eran dueños absolutos del mar Tirreno y saqueaban impunemente las costas italianas. Fue entonces cuando los romanos se decidieron a construir su primera flota. Como desconocían la táctica naval, inventaron pasarelas de madera con las que los legionarios romanos podían cruzar hasta las naves enemigas y atacar a los cartagineses cuerpo a cuerpo. La infantería romana era superior a la cartaginesa. Los cartagineses sabían manejar mejor sus trirremes, pero sus marineros no estaban preparados para combatir cuerpo a cuerpo, y terminaron siendo derrotados.

Amílcar Barca, padre del famoso Aníbal, fue enviado a Sicilia, donde detuvo las conquistas romanas, pero Cartago no le pudo enviar auxilios por carecer de fondos. Roma, con el auxilio de fortunas privadas, equipó una nueva escuadra que derrotó a los cartagineses frente a las islas de Egates en 241. Cartago se vio obligada a pedir la paz por agotamiento de recursos. Los cartagineses renunciaban a Sicilia. Después de veinte largos años de guerra, los romanos se convirtieron en los únicos dueños de Sicilia, que pasó a ser la primera provincia romana.

La derrotada Cartago se comprometió a no atacar jamás a un aliado de Roma, y tuvo que hacer frente a unas indemnizaciones millonarias. La cuantía de las compensaciones era tan elevada, que los cartagineses no podían pagarlas con los beneficios de sus dominios en África, y decidieron expandirse por las ricas tierras de la Península Ibérica. Pero, tras su victoria sobre Cartago, Roma se había convertido en una potencia temible, y también había puesto sus ojos en las tierras de Hispania.

Después de la primera guerra púnica, Cartago tuvo que soportar la insurrección de sus mercenarios, a los que no podía pagar debido a los grandes gastos que había ocasionado la guerra y a los impuestos que debía pagar a Roma. A la rebelión se sumaron los libios. Después de grandes dificultades, Amílcar Barca logró dominar la situación.

Los romanos aprovecharon insurrección de los mercenarios cartagineses de Cerdeña para conquistar la isla. A continuación tomó Córcega. Cartago, materialmente agotada, no pudo defender las dos islas, que pasaron a formar la segunda provincia romana en el 238 a.C.

Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.)

La Segunda Guerra Púnica (218 a. C.-201 a. C.) es la más conocida de las tres, por producirse durante la misma la famosa expedición militar de Aníbal contra Roma cruzando los Alpes.

Durante el último tercio del siglo III a. C., una expedición militar cartaginesa llegó a la Península Ibérica con la pretensión de colonizar el sur y el este de Iberia, en un contexto previo al estallido de la Segunda Guerra Púnica entre romanos y cartagineses, que asolaría buena parte del Mediterráneo occidental.

Amílcar Barca

Sofocada la revuelta de los mercenarios cartagineses, el Senado de Cartago entregó el mando del ejército a Amílcar Barca y lo envió a Hispania. Quizá con la intención de alejar del territorio cartaginés la peligrosa presencia de aquellas tropas y buscar en la Península recursos con que pagarles y mantenerles. Pero Amílcar Barca tenía otros planes: el desquite contra Roma. Así desembarcó en Hispania y comenzó abiertamente una guerra de conquista.

Amílcar avanzó con su tropa por el valle del Guadalquivir y, gracias a la alianza con algunos reyezuelos locales, pudo conseguir algunos éxitos. La principal oposición la encontró en las tribus turdetanas, a quienes apoyaban mercenarios celtas llegados del bajo Ebro. Finalmente, Amílcar logró vencer a los reyes turdetanos Indortes e Istolatio. Muchos guerreros que luchaban con los turdetanos dejaron de luchar, siguiendo la llamada devotio según la cual los guerreros iberos seguían a su líder hasta la muerte.

Apoyándose en las antiguas posesiones cartaginesa del litoral ibérico y en las colonias fenicias, Amílcar avanzó hacia el interior, hacia la meseta central, y sometió a importantes tribus hispanas. Fundó Akra Leuka (Albufereta, Alicante). Siguió consolidando su dominio por el valle del Betis y la zona de Levante. 

Roma, alarmada por los avances de Amílcar Barca, pidió explicaciones a Cartago, amenazándola si rebasaba el límite de la zona de influencia de Marsalia (Marsella), ciudad griega aliada de roma. Amílcar contestó que si los cartagineses estaban en Hispania era para poder pagar los abusivos impuestos que los romanos les exigían tras la derrota en la primera guerra púnica, que por tanto no debían preocuparse. Roma se conformó con esta explicación y dejó hacer a los cartagineses esperando seguir cobrando los cuantiosos impuestos de guerra.

En el 231 a.C., en la batalla de Heliké (Elche), los cartagineses esperaban confiados los refuerzos que Orissón, rey de los oretanos, les había prometido. Pero la promesa de ayuda era una trampa. Llegaron los oretanos y, en vez de prestar ayuda a los cartagineses, los atacaron por sorpresa. En la refriega, Amílcar Barca falleció ahogado al intentar vadear un río con su caballo.

Asdrúbal Barca

A la muerte de Amílcar, el ejército proclamó sucesor a Asdrúbal, un joven militar muy bien preparado, decisión que el Senado en Cartago aceptó. Asdrúbal, llamado «el Bello» por sus agraciados rasgos, era yerno del poderoso general cartaginés Amílcar Barca y cuñado del no menos célebre Aníbal. Asdrúbal fue nombrado caudillo de los ejércitos establecidos en Iberia. La devotio ibérica llevó a miles de guerreros iberos a sumarse a sus tropas. Asdrúbal alternó las conquistas con una hábil política de alianzas con las tribus ibéricas que le dio inmejorables frutos. Para granjearse la amistad de los pueblos nativos, se casó con una princesa local.

Con un acierto sin igual, Asdrúbal fundó en 228 a.C., en la antigua ciudad de Mastia, una nueva ciudad, centro y mando de operaciones. La llamó Kart Hadashat ('Ciudad Nueva'), que los romano llamaron Cartago Nova y es la actual Cartagena. Era el mejor puerto natural de Hispania y el mejor emplazado. La ciudad estaba rodeada por excelentes yacimientos minerales. Era también una zona privilegiada para los cultivos. Desde esta plaza, Asdrúbal gestionó todos los recursos a su disposición, fomentó el comercio y la industria y llenó las arcas cartaginesas de riqueza. Llegó a acuñar monedas de plata con su propia efigie.

Los avances cartagineses en la costa levantina ponían en peligro las factorías griegas establecidas en el noreste de la península Ibérica (Hemeroscopion, Alonis y Lucentum). Los griegos de Marsella alarmaron a Roma y solicitaron su mediación. Pero Roma no pudo intervenir, pues la guerra contra los celtas cisaltpinos (los galos) la tenía ocupada. Pero los romanos enviaron mensajeros a entrevistarse con Esdrúbal, quien negoció con los romanos un tratado de ampliación de la influencia cartaginesa por el Levante peninsular.

Se firmó en el 226 el llamado Tratado del Ebro entre cartagineses y romanos, que establecía el río Ebro como frontera de los dominios de Cartago. Este pacto no era favorable a Roma, pues ampliaba la zona de influencia cartaginesa, que llegaba antes solo hasta el cabo de Palos. Roma perdía, además, las tres colonias de Marsella en Hispania. Según el tratado, Cartago no se expandiría al norte del Ebro, siempre y cuando Roma no lo hiciera hacia el sur. Se fijó la frontera entre púnicos y griegos y una de las cláusulas del tratado era que Sagunto, ciudad levantina aliada de Roma, debía ser respetada. Algún tiempo después, Roma se asoció con los edetanos de Sagunto, al sur del río. Según algunos autores, Sagunto era una ciudad griega, o por lo menos muy helenizada, y tales ciudades figuraban en el tratado como independientes y estaban bajo la protección de Roma. El tratado del Ebro fue, sin duda, un acuerdo muy favorabla para los cartagineses, y significaba su primera victoria política tras la hecatombe de la Primera Guerra Púnica.

En la metrópoli, Cartago, el auge del yerno de Amílcar se veía con recelo, se temía que la familia de los Barca, que actuaba con gran independencia en Hispania, intentara crear un reino independiente en la Península. Pero Asdrúbal se mantuvo fiel a la metrópoli norteafricana a la que apoyó con los grandes beneficios adquiridos en la Península.

En 221 a.C., Asdrúbal fue asesinado por un guerrero celta, que fiel a su devotio, vengó la muerte de su jefe que había sido ejecutado por orden de Asdrúbal.

Aníbal Barca

Tras la muerte de Asdrúbal, los soldados eligieron como nuevo caudillo a Aníbal Barca, hijo mayor de Amílcar, nombramiento que también fue ratificado por Senado cartaginés. Aníbal era entonces un joven de veinticinco años y había heredado de su padre el odio a los romanos. Dotado de excepcionales condiciones militares, llegó a ser uno de los capitanes más famosos de todos los tiempos. Había combatido al lado de su padre y de Asdrúbal y ganado la admiración del ejército.

A diferencia de Asdrúbal, Aníbal prefería la actuación guerrera a los métodos pacíficos y a las negociaciones. Entre los años 221 y 219 a. C., llevó a cabo dos expediciones por el interior de la Península Ibérica; combatió a los olcades y devastó varias ciudades de los bacheos. Asegurado del interior, comenzó sus ataques a la costa. Tras pasar dos inviernos en Cartago Nova (Cartagena), en el invierno del 220-219 dirigió sus tropas contra la fortaleza de Sagunto, ciudad aliada de los romanos, con el pretexto de que los saguntinos habían atacado a unas tribus de Teruel, que estaban bajo la protección de los cartagineses.

Aníbal estaba buscando un pretexto para la guerra, de manera que puso la ciudad bajo asedio. Inicialmente los romanos exigieron que detuviera su ataque contra uno de sus aliados, a lo que rehusaron los púnicos. Después de un durísimo cerco de ocho meses, Aníbal ordenó el asalto a la ciudad. La ciudad fue conquistada y entregada al saqueo. Los romanos fueron incapaces de acudir en socorro de Sagunto, que sucumbió en 219 a. C. después de una defensa heroica de los saguntinos, que pasaron a la historia como caso típico de resistencia heroica ante el invasor.

La toma de Sagunto constituía para los romanos un casus belli, sin embargo, no declararon inmediatamente la guerra a los cartagineses. Roma estaba ocupada con la guerra de Iliria y no quería mezclar ambos conflictos. Pero cuando terminó esa campaña, los romanos enviaron emisarios a Cartago exigiendo la entrega de Aníbal. El Senado cartaginés se negó a reconocer el Tratado del Ebro y a entregar a Aníbal a los romanos. Tras rehusar Cartago cualquier exigencia romana, la guerra quedaba declarada. Estalló así la Segunda Guerra Púnica que duraría hasta el año 201 a. C.

Pero esta segunda guerra iba a llevar a los cartagineses hasta las mismas puertas de Roma. Aníbal reunió un ejército de 100.000 hombres y miles de tropas auxiliares o mercenarias iberas. Dejó un fuerte contingente en España a las órdenes de su hermano Asdrúbal, y con el resto de las tropas, con unas decenas de elefantes, pasó cruzó el Ebro en abril del 218, pasó los Pirineos. Tras vadear el Ródano y vencer a varias tribus galas, atravesó los Alpes nevados, lo que le costó la pérdida de casi la mitad de su ejército. Conquistó la ciudad de Turín, donde incorporó gran número de galos que se habían rebelado contra Roma. Siguió por el Po y se enfrentó al ejército de Escipión en las orillas del Tesino, donde le derrotó. A continuación Aníbal derrotó a los romanos en la orilla del Trebia, afluente del Po. Aníbal dominaba por completo la Galia Cisalpina.

Roma encargó a los cónsules Gneo Servilio y Cayo Faminio defender los pasos hacia la Italia central. Aníbal cruzó Etruria, pasó el Arno y junto al lago Trasimeno infligió una estrepitosa derrota al cónsul Faminio (217), que murió en la batalla. Gran parte de las tropas romanas fueron aniquiladas, el resto fue hecho prisionero. Aníbal libertó a los prisioneros no romanos, calculando erróneamente que se sumarían a los movimientos de sublevación contra Roma. Aníbal estaba a las puertas de Roma, pero no se atrevió a avanzar hacia la capital romana por las numerosas pérdidas que había sufrido su ejército. Creyó preferible dirigirse al Sur, al país de los samnitas cuyo alzamiento esperaba conseguir. La sublevación tampoco tuvo lugar y Aníbal tuvo que retirarse de Campania para invernar en Apulia.

Roma movilizó 80.000 hombres. El cónsul Emilio Paulo quería evitar un enfrentamiento con Aníbal, pero el cónsul Terencio Varrón, y con él toda la opinión pública, estaba por la confrontación. El 2 de agosto del 216 tuvo lugar la gran batalla en los campos de Cannas, en la Apulia. Todo el ejército romano quedó destrozado son su cónsul Emiliano y miembros de la nobleza. Fue el mayor triunfo de Aníbal.

El sur de Italia se levantó contra Roma. Siracusa, en Sicilia, donde acababa de morir Hierón, se puso de parte de los cartagineses. Pero los romanos se prepararon para resistir. Aníbal esperaba en Capua los refuerzos de Cartago para la batalla definitiva. En Cartago, el partido contrario a los Barcas negó todo envío de refuerzos a Aníbal y solo mandó refuerzos al ejército de Hispania. La incapacidad de finalizar el conflicto de forma decisiva abocó a Cartago a una guerra de larga duración que el propio Aníbal había predicho que no podrían ganar. Aníbal se retiró al Adriático, donde se alió con Filipo de Macedonia, que tampoco le envió refuerzos.

Marco Claudio Marcelo, al frente de las tropas romanas, logró algunos éxitos contra Aníbal y llevó la guerra a Sicilia. Tomó Siracusa y fue incorporando varias ciudades hasta la total reincorporación de la isla con la toma de Agrigento en el 210. Las ciudades del sur que se habían puesto de parte de Aníbal fueron cayendo en poder de los romanos, que se vengaron de estas ciudades sometiéndolas a terroríficos castigos.

Entretanto, el hermano de Aníbal, Asdrúbal, que había quedado con parte de las tropas en España, marchó en socorro de su hermano. Emulando la gesta de su hermano Aníbal, atravesó los Alpes en el 207. Un mensajero cartaginés, enviado para anunciarle a Aníbal la llegada de refuerzos, fue capturado por los romanos, que, al mando de Claudio Nerón, salieron al encuentro de las tropas de Asdrúbal, las derrotaron en la batalla de Metauro y dieron muerte a Asdrúbal. Nerón regresó para incorporarse a las tropas en el sur de Italia, llevando consigo la cabeza de Asdrúbal, que lanzó al campamento de Aníbal, quien desalentado se retiró al Bruttium.

Los romanos desembarcan en Hispania

En Roma no veía la posibilidad de vencer a Aníbal en Italia. Siguiendo la idea de Aníbal de llevar la guerra al enemigo, Roma decidió combatir a los cartagineses en Hispania para cortar la línea de suministro con el ejército expedicionario de Aníbal en Italia.

A finales del verano del 218 a.C., los legionarios romanos al mando de los hermanos Publio y Cneo Escipión desembarcaron en la antigua colonia griega de Emporion (Ampurias) con un gran ejército con el objetivo de amenazar las posesiones cartaginesas en la zona y cortar cualquier posible ruta de suministro a Aníbal. Pero se encontraron pronto con la acometividad de los cartagineses y de sus aliados los iberos. De todos modos, se fueron abriendo paso hasta la ciudad de Cissa (Tarraco) y allí establecieron su centro de operaciones. Tras someter a algunas tribus locales, lograron reestablecer las fronteras del Tratado del Ebro del 226 a.C. De esto modo cortaban la línea de suministro con el ejército de Aníbal.

Meses más tarde, las tropas cartaginesas lanzan una ofensiva sobre los romanos al norte del Ebro. El choque en la desembocadura del Ebro destruyó las naves cartaginesas. Siguieron seis años de luchas terribles por el control de Hispania. Las tribus nativas se fueron poniendo de parte de los Romanos, quienes se valieron de los mercenarios celtíberos para parar a los cartagineses.

En el año 211 a.C., los hermanos Escipiones se tuvieron que enfrentar a los hermanos de Aníbal en la ciudad de Castulo (cerca de Linares). Los legionarios romanos fueron aplastados por la infantería y la caballería cartaginesa. En esta cruel batalla murieron gran parte de los legionarios romanos, incluidos sus jefes Publio Corneio y Cneo Escipión. El resto de los romanos tuvieron que atrincherarse en el Ebro en zonas protegidas por sus aliados iberos.

En 210 a.C., el joven comandante romano Publio Cornelio Escipión, hijo y sobrino de los anteriores, desembarca en Hispania con un potente ejército. Ya se había enfrentado con las fuerzas de Aníbal en Italia y tenía experiencia en la lucha contra los cartagineses. En 207 conquistaba Cartago Nova (Cartagena) y en 206 Gades (Cádiz). Escipión, el futuro «Africano» vencía a las tropas cartaginesas y las obligaba a retroceder. Así terminaba la presencia cartaginesa en Hispania.

Asdrúbal, previendo que la situación en Hispania iría empeorando progresivamente, decidió intentar unir su ejército mercenario con el de Aníbal en Italia, por lo que abandonó Hispania y cruzó también los Alpes siguiendo sus pasos. Asdrúbal entró en Italia por el valle del Po. Allí le estaba esperando Cayo Claudio Nerón al mando de un gran ejército romano. En la batalla del Metauro, el comandante romano consiguió rodear las tropas de Asdrúbal, tras sacrificar a 700 de sus mejores hombres en una maniobra de distracción. Asdrúbal se arrojó sobre las líneas romanas, prefiriendo la muerte a ser capturado. Los romanos arrojaron su cabeza al campamento de su hermano Aníbal poco después, quien procedería a retirarse hacia las montañas.

En Hispania, Escipión empezó a preparar la invasión de la propia Cartago.

Fin de la Segunda Guerra Púnica (201 a.C.)

Publio Cornelio Escipión, más afortunado que sus parientes, venció a los cartagineses en Hispania y marchó luego a África a luchar contra Cartago, adonde también había ido Aníbal desde Italia. En el año 202 se dio la batalla de Zama, en la que Aníbal fue vencido por los romanos. Publio Cornelio Escipión recibió el nombre de «el Africano».

Cartago aceptó la paz que le fue impuesta bajo durísimas condiciones: entregar toda la escuadra, menos veinte buques, y todos los elefantes; entregar a los vencedores todos sus territorios y posesiones no africanas; no hacer la guerra fuera de África o solo con el permiso de los romanos; pagar una exorbitante contribución de guerra.

La Segunda Guerra Púnica dejaba a Cartago prácticamente destrozada y a Roma como única potencia mediterránea y dueña de Occidente. Hispania, país hasta entonces extraño a los planes y a la política romana, quedaba incorporada a Roma y declarada provincia romana.

Aníbal quería retomar sus actividades en Cartago, pero sus éxitos le habían granjeado numerosos enemigos en su pueblo, que le obligaron a huir a Asia Menor en el 195 a. C. La élite cartaginesa confiscó todos sus bienes. En el este, Aníbal fue asesor militar de varios reyes locales. Al saber que Antíoco III Megas le quería entregar a los romanos, acabó suicidándose en el 183 a.C.: «Devolvamos la tranquilidad a los romanos, visto que no tienen paciencia para aguardar el fin de un viejo como yo».

TERCERA GUERRA PUNICA (149-146 A.C.)

La Tercera Guerra Púnica fue la última de las guerras entre Roma y Cartago (149 a. C. - 146 a.c.) culminaría con la derrota y destrucción de la ciudad de Cartago a manos de los romanos liderados por Publio Cornelio Escipión Emiliano, nieto de Escipión el Africano.

Después de su derrota en la segunda guerra púnica, Cartago a no es tan fuerte, pero sigue siendo muy rica y los romanos le seguían viendo como un peligro. En el 157 a.C., Catón el Viejo (234-149 a.C.), que toda su vida combatió la inmoralidad y la lujuria de la vida romana, fue enviado a África para actuar como árbitro entre los miembros de las tribus cartaginensas y númidas. Durante esta visita se obsesionó con la idea de que la ciudad de Cartago, a la que repugnaba tanto por su lujo como por su riqueza, y que despertó su xenofobia, era una amenaza para Roma. Hasta su muerte, finalizó todos sus discursos con las palabras: “Delenda est Carthago” (“Cartago debe ser destruida”). El año de su muerte y en gran parte debido a su influencia, comenzó la tercera Guerra Púnica entre Cartago y Roma, tres años después Cartago fue arrasada.

En el 149 a.C, empezó la Tercera Guerra Púnica. El cónsul Escipión Emiliano, al frente de un poderoso ejército, venció otra vez a los cartagineses. Después de la batalla, la poderosa Cartago, fue destruida y convertida en ruinas. El odio de los romanos al viejo rival era tan grande que, según la leyenda, después de la caída de la ciudad, fue totalmente destruida y su terreno cubierto de sal para que nada volviera a crecer allí. Esta operación borró Cartago del mapa, de modo que aún hoy los arqueólogos no saben la ubicación exacta de la ciudad. La Cartago que aparece en los mapas romanos después de las Guerras Púnicas es una ciudad fundada por Roma como una colonia.

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