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Santiago de Compostala

(comp.) Justo Fernández López

España - Historia e instituciones

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Santiago de Compostela - Origen político de una leyenda

«La llegada de los musulmanes fue decisiva para la construcción de la imagen “española” desde otros puntos de vista. Con ella la península Ibérica volvió a convertirse en tierra de frontera y, por tanto, como en los tiempos prerromanos, lugar exótico y fantástico. No es casual que fuera en Espagne donde se situara la Chanson de Roland, el gran poema épico de la alta Edad Media francesa; ni que sea todavía hoy en Espagne donde se localicen los châteaux que, en lengua francesa, con epítome de lo fantasioso. En el curso de los peregrinajes a Compostela surgieron muchos de los poemas épicos germanos y el nombre de Santiago aparece, igualmente en las sagas nórdicas. La Hispania medieval volvía a ser para el imaginario europeo lugar remoto, de peligro y aventura. A ella se viajaba para pelear, para conseguir indulgencias extraordinarias, para estudiar el arte de la nigromancia. Era territorio de guerra poco menos que permanente abierta y, por tanto, de posibilidad de medro. […]

El elemento fundamental de la identidad hispana, e imán de atracción para el interés europeo, fue la tumba de Santiago. Hacia el siglo XII quedó establecida la leyenda de este apóstol como primer predicador del Evangelio en la Hispania romana, apoyado en un momento de desfallecimiento por la propia Virgen María, que se le apareció sobre un pilar en Zaragoza. Más tarde, habría regresado a Jerusalén, donde, según consignan los Hechos de los Apóstoles, fue el primero de los discípulos directos de Cristo en morir, ejecutado en fecho tan temprana como el 44 d. C. Excepto este último dato, la leyenda heredada sobre Santiago carece de toda fundamentación histórica; y su vinculación con la península Ibérica, en especial, apenes tiene visos de verosimilitud: ni era fácil viajar en tan corto periodo de tiempo al otro extremo del Mediterráneo y desarrollar allí una tarea misionera eficaz ni, sobre todo, es comprensible cómo, habiendo muerto en Jerusalén, el cuerpo del apóstol se hallaría enterrado en Galicia. Antes del siglo IX, por otra parte, las historias eclesiásticas no habían vinculado a Santiago con Hispania, territorio cuya evangelización se atribuía a otros predicadores tempranos.

La leyenda surgió en ese siglo IX, durante el reinado de Alfonso II, en que tan necesitados se hallaban los monarcas astures de elementos milagrosos que apoyaran su empresa política y militar contra los musulmanes. Tardó mucho, sin embargo, en ser aceptado por el resto de la cristiandad, incluidos los círculos políticos o eclesiásticos hispanos. El verdadero lanzamiento del culto a Santiago sólo se produjo a finales del siglo XI, con Alfonso VI, momento crucial en que penetró el espíritu de cruzada en Hispania a la vez que se alteró, al fin, el equilibrio del poder militar en favor de los cristianos. A partid del año 1000, muerto Almanzor y en disolución el califato de Córdoba, tres poderosos monarcas sucesivos lograron expandir sus territorios y unificar el norte peninsular cristiano como ninguno de sus predecesores había podido hacer hasta entonces: Sancho el Mayor de Navarra, su hijo Fernando I de Castilla y León, y el hijo de éste, Alfonso VI de Castilla. Estos reyes conectaron, además, con la cristiandad del otro lado de los Pirineos, y en particular con la saca ducal borgoñona y sus protegidos, los monjes cluniacenses, empeñados en una pugna con Roma para reformar la cristiandad y terminar con la laxitud de la vida monástica y la sumisión de las jerarquías eclesiásticas al poder secular, y en especial al imperio. Los reformadores comprendieron la importancia de la sagrada reliquia que se veneraba en Galicia, excelente instrumento para lanzar la idea de cruzada en la península Ibérica a la vez que se rebajaban las pretensiones papales de ser guardianes de la tumba del único cuerpo completo de un discípulo directo de Cristo. Fue en París donde se construyó la iglesia de Saint Jacques y allí también se bautizó como rue Saint Jacques a la calle que, partiendo de esta iglesia, recorría la ciudad en dirección suroeste. Allí iniciaba la mayoría de los peregrinos su camino, un camino festoneado de monasterios cluniacenses que les daban acogida, Fue un papa francés, Calixto II, quien sancionó el Liber Sancti Jacobi o Codex Calixtinus, resumen de la vida y milagros del Santo que incluía una especie de itinerario o guía para los peregrinos, con consejos prácticos e incentivos espirituales. La ruta se llamó, por eso, el camino francés; y las ciudades por él atravesadas se llenaron de delicadas iglesias románicas, construidas por maestros de obras traídos pro Cluny, así como de calles y barrios llamados de los francos. Las canciones de peregrinos que se conservan, cuando no están escritas en latín, lo están en el francés parisino o en occitano.

Bajo la influencia borgoñona y cluniacense, tanto el significado de Santo como el de la lucha contra los musulmanes cambiaron. De ser una empresa de recuperación de un territorio arrebatado violentamente por los musulmanes a los visigodos, esta última pasó a ser una lucha religiosa, una cruzada, según el término recién inventado por el papado, versión cristiana de la yihad islámica. El propio Alfonso VI pidió, y consiguió, ayuda internacional contra los almorávides. Y el Santiago que reapareció tras tantos siglos de oscuridad no era ya el pacífico pescador galileo a quien nadie vio nunca montar a caballo ni manejar una espada, sino un belicoso jinete, martillo de sarracenos. La nueva fase de la lucha contra el islam requería apoyos sobrenaturales y Santiago estaba dispuesto a prestarlos, desde el cielo, a aquella tierra que él había evangelizado y ahora veía sufrir bajo dominio infiel. Entre las nubes, sobre un caballo blanco, igual que el Apocalipsis anunciaba que Cristo descendería de los cielos para la batalle final, Santiago aparecía en el fragor de las batallas y decidía su curso contra los musulmanes. Así como la idea de cruzada fue la adaptación cristiana de la “guerra santa” musulmana, el Santiago medieval fue la réplica de Mahoma. Pero su transformación continuaría, y en sentido más interesante para nuestra historia, cuando pasara a convertirse en encarnación de la identidad patria, más tarde nacional, y en especial del aspecto belicoso de esa identidad. Porque Santiago no era sólo “matamoros”, sino matador de moros por España, por esa España que le consideraba su patrono o intercesor celestial. Los reyes de Castilla y León, tempranos aspirantes a la primacía peninsular, se proclamaron “alféreces de Santiago”. A finales del siglo XII, se creó la Orden de Santiago, versión hispana de la del Temple, dedicada como ésta a administrar los enormes recursos que reyes y fieles destinaban a la cruzada. Su nombre fue utilizado como grito de unión y ataque de los españoles, y no sólo en la Edad Media, sino en la conquista de América, como demostró Pizarro al gritar, en el momento decisivo ante Atahualpa, “¡Santiago y a ellos!”. En América precisamente pervivió el apóstol en las muchas y muy importantes ciudades fundadas en su nombre. Siglo más tarde, en esa nueva coyuntura bélica de 1808-1814 en que nació el sentimiento nacional moderno, Santiago reaparecería una vez más, invocado por el clero como garantía de triunfo frente a los franceses, curiosamente los descendientes de aquellos que, tantos siglos atrás, había avalado la tumba del Apóstol y lanzado al mundo la ruta jacobea.» [José Álvarez Junco: Mater Dolorosa. Madrid, 2001, p. 41 ss.]


«El galleguismo fue promovido a fines del siglo XIX por la burguesía castellanoparlante. Miguel de Unamuno lo consideraba un pasatiempo de señoritos aburridos. El nacionalismo galleguista convirtió la histórica marginación gallega en supuesta rebeldía intrínseca contra España, defendiendo que Galicia fue el único espacio no incorporado al Califato de Córdoba y, sobre todo, dramatizando la presunta “doma y castración del Reino de Galicia” por los Reyes Católicos, interpretando la revuelta de los Irmandinhos en términos nacionalistas y construyendo la imagen de la anexión violenta de Galicia por Castilla.

Santiago fue el gran referente que convirtió a Galicia en tierra de peregrinaciones, aunque nunca fue ídolo del galleguismo, pese a que el primer nacionalismo gallegos en 1916 proclamara el 25 de julio como el Día de la Patria Gallega.

Pero, ¿qué se sabe de Santiago? Santiago era hijo de Zebedeo, hermano de Juan y uno de los discípulos de Cristo. Se tiene noticia de su decapitación por orden de Agripa en torno al año 42-43. Todo es leyenda en lo referente a la predicación, muerte y traslado de los restos de Santiago a Galicia. Se considera que el presunto descubrimiento de los restos en el siglo IX es el final de un larguísimo proceso en el transcurso del cual la figura de Santiago se va aproximando desde Jerusalén al Finisterre occidental. En ese proceso se trascendentaliza el papel de los apóstoles con distribución territorial de sus predicaciones. La relación entre Santiago e Hispania se estableció ya en la segunda mitad del siglo VI, a través de textos que pasaron por eliminar la predicación en Judea y por atribuirla a Hispania. EL III Concilio de Toledo logró la unificación político-religiosa de los visigodos, y el papel de Santiago como apóstol legitimador del catolicismo español se consolidó con Isidoro de Sevilla. En los comienzos de la Reconquista se produjo la confrontación entre los cristianos colaboracionistas con el Islam (el adopcionismo de Elipando de Toledo) y los radicales que encabezarán el Beato de Liébana. Estos últimos encontraron en el apóstol Santiago las señas de identidad que buscaban. Los textos de los Comentarios del Apocalipsis (786) o el himno litúrgico O Dei Verbum (783-784) contienen glosas exaltadas de Santiago como “cabeza refulgente de España” y “nuestro protector y especial patrono”. Como dice Ofelia Rey, sólo faltaba que aparecieran sus restos. Lo harían en el momento y lugar apropiados, en plena reafirmación interior de la España resistente bajo Alfonso II en trance de conexión entre el reino astur y Carlomagno.

Ocupada la Península en su mayor parte por los musulmanes, hacía falta la legitimación de la resistencia por parte de un apóstol como Santiago, ya por entonces plenamente occidentalizado. En un lugar recóndito de Galicia el ermitaño Pelayo ve “luminarias” y se lo transmite al Teodomiro, obispo de Iria, que identifica el sepulcro del apóstol. La fecha fue hacia 814-842, durante el reinado de Alfonso II, un rey con un programa político vinculado a Carlomagno, proyecto que, de alguna manera reivindicaba una autonomía respecto al eje Toledo-Roma.

¿Por qué Galicia? ¿Por qué Iria? ¿Afán del rey Alfonso II por congraciarse con los poderes locales gallegos y, por otra parte, dotarse de publicidad? En cualquier caso, un injerto carolingio en el reino asturleonés. El problema era explicar, por una parte, cómo había llegado el cuerpo a Galicia después de que Santiago hubiera muerto en Jerusalén casi ocho siglos antes, y, por otra, cómo se había encontrado tanto tiempo después. La leyenda de la traslación por mar de Tierra Santa a Iria data del siglo X y se apoya en una supuesta epístola del papa León a los reyes cristianos escrita hacia finales del siglo V, en la que también se habla de los sietes varones apostólicos envidos por Pablo y Pedro para predicar en Hispania. La Iglesia de Santiago no asumió la predicación jacobea en Hispania hasta el siglo XII y la monarquía asturiana tuvo que jugar con la competencia de Oviedo y su arca de reliquias. En este momento tuvo un papel fundamental el arzobispo Diego Gelmírez, que apoyó claramente los intereses castellanos en conjugación con los cluniacenses franceses. Aparte de su papel como promotor del camino de Santiago, Gelmírez fue clave también para la articulación del primer testimonio de la memoria gallega: la Historia Compostelana, escrita al servicio de la propaganda episcopalista. La predicación jacobea en España se vincula en ese momento histórico a Zaragoza, ya que es entonces cuando surge el mito del Virgen del Pilar como protectora de Santiago, mito que se consolidará especialmente en el siglo XVII. Los intereses de los reyes y los de la Iglesia no siempre estuvieron sincronizados.

Si Alfonso VII mantuvo excelentes relaciones con el obispe Gelmírez, gran promotor del desarrollo de la ciudad de Santiago y del culto compostelano, la actitud de los reyes, por el contrario, se irá distanciando, lo que tuvo especial reflejo en el siglo XV. Los Reyes católicos visitaron Compostela solo para contribuir a tranquilizar Galicia. […]

El primer peregrino, visitante del sepulcro, fue Alfonso II el Casto. La “gran movida” del Camino empieza en el siglo XI y la internacionalización de las peregrinaciones se consolida en el siglo XII. Los reyes que mejor promocionaron el Camino fueron Alfonso VI de Castilla-León y Sancho Ramírez de Navarra y Aragón.

A partir del siglo XIII se constatan signos de crisis, en buena parte debido a la recuperación del papel de Roma (indulgencias), la reconversión del concepto de peregrinación interior y el gran avance de la Reconquista hacia el Sur. El viaje a Santiago vuelve a relanzarse en el siglo XV. […]

Santiago militar, Matamoros, aparece reflejado iconológicamente por primera vez en el tímpano de la catedral compostelana que se realiza hacia 1220 y se impondrá como tal, frente al apóstol o el peregrino, en el siglo XV. […] Trento más bien contribuyó a la decadencia del culto jacobeo, por su afán de depuración de las tradiciones jacobeas y por la promoción de una santidad más espiritualista. El cardenal Baronio puso en duda los testimonios clave de la venida de Santiago. La polémica se desencadenó en España con notable virulencia. Marianao, en su Historia de España, se posicionó a favor de la tradición jacobea, pero intentó racionalizarla. El texto de Mariana fue expurgado por la Inquisición en 1612. El Mito de Santiago sufrió después la mistificación que supusieron las falsificaciones de los plomos de Sacromonte y los cronicones de fray Jerónimo Román de la Higuera.» [Ricardo García Cárcel: La herencia del pasado. Barcelona, 2012, p. 219 ss.]


«Desde el siglo XI el Camino de Santiago actúa de cordón umbilical entre España y Europa, facilitando la entrada de las corrientes políticas y religiosas consolidadas al otro lado de los Pirineos. Lentamente se perfila la ruta jacobea o camino francés, que es el medio idóneo para la repoblación interna de los enclaves cristianos. No es de extrañar por tanto que todos los reyes impulsen la construcción de puentes y caminos y concedan exenciones fiscales a cuantos campesinos, artesanos o mercaderes se asientan en las villas surgidas a lo largo del trayecto. Consecuencia del lento peregrinar desde sus tierras de origen, gentes procedentes de Europa llegan para establecerse y trabajar en las urbes del Camino de Santiago y engrandecer unos reinos que las reciben con los brazos abiertos y les dan cobijo. Los extranjeros que se asientan en las pequeñas villas o recorren la ruta jacobea animarán el comercio del norte de la Península con Flandes, Francia e Inglaterra. Al expirar la centuria, el Camino se había convertido en un rico espacio de producción orientado al consumo de los visitantes y al intercambio entre los mercados de Córdoba y Europa.

Con los peregrinos discurrían también nuevas ideas, modernos lenguajes artísticos y cambios eclesiásticos que dejan su huella en los monasterios y en la vida de los habitantes norteños. Rápidamente los monjes de la abadía borgoñona de Cluny introducen en la Península las corrientes culturales procedentes de Europa. Fruto del poderoso influyo cluniacense, el románico más puro de inspiración francesa conquista los sueños de la arquitectura y estalla en los capiteles del monasterio de Silos o en la catedral de Santiago, delirio monumental donde el Apóstol vela el sueño eterno de la Historia.» [Fernando García de Cortázar: Historia de España. Barcelona, 2002, p. 66-67]

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