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Sexenio revolucionario

(comp.) Justo Fernández López

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Sexenio revolucionario (1868-1874)

SEXENIO DEMOCRÁTICO O REVOLUCIONARIO (1868-1874)

 

Gobierno provisional de septiembre de 1868 a enero de 1870.

Revolución Gloriosa de septiembre de 1868: los generales Prim y Serrano y el almirante Topete inician el levantamiento.

Las Juntas Revolucionarias se hacen con el poder y convocan elecciones.

El ejército leal a la reina Isabel II es derrotado de Alcolea. La reina huye a Francia.

El 9 de octubre de 1868 se forma un Gobierno Provisional con ministros militares, progresistas, unionistas y demócratas.

Ideario democrático: rechazan la vuelta de la dinastía de los Borbones al trono pero se declaran monárquicos.

El 6 de diciembre: Cortes Constituyentes por sufragio universal.

En junio de 1869 se promulga la nueva Constitución de carácter democrático: monarquía parlamentaria, soberanía popular, sufragio universal masculino y reconocimiento de las libertades individuales.

Búsqueda de un rey con la oposición de los carlistas (Tercera guerra carlista) y republicanos.

Insurrección armada en Cuba (Grito de Yara, 1868).

Levantamientos populares en Andalucía de corte republicano.

La lucha entre candidatos al Trono de España deriva en la guerra franco-prusiana en 1870.

Es elegido rey por las Cortes Amadeo I de Saboya, duque de Aosta y candidato del hombre fuerte del momento, el general Prim.

El 27 de diciembre de 1870 el general Prim es asesinado y el rey electo queda sin su mayor apoyo.

Reinado de Amadeo I de Saboya: enero de 1871 a febrero de 1873. El nuevo rey tiene escaso apoyo político.

Gran inestabilidad política: los partidos de la oposición hunden la labor de seis gobiernos en dos años.

Rebelión en las colonias de ultramar: Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Jefes de Gobierno: general Serrano, Ruiz Zorrilla y Sagasta.

El 10 de febrero de 1873 abdica el rey Amadeo I de Saboya, quien abandona España. Al día siguiente, los diputados republicanos proclaman la República.

Primera República Española de febrero de 1873 a enero de 1874.

El republicanismo es minoritario entre los españoles.

División en cuanto a la concepción del Estado: República unitaria con un único gobierno para todo el país o República Federal con estados autónomos que se ponen de acuerdo para crear un Estado de rango superior.

Levantamiento cantonal entre 1873 y 1874: descrédito del republicanismo federal.

Presidentes republicanos: Estanislao Figueras, Francisco Pi i Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar.

El 2 de enero de 1874 Emilio Castelar queda en minoría en las Cortes.

Enero de 1874: golpe de Estado del general Pavía.

Dictadura del general Serrano de enero a diciembre de 1874, que, tras el golpe de Estado del general Pavía, disuelve las Cortes, se nombre Presidente de la República y forma nuevo gobierno, apoyado por los monárquicos.

El 29 de diciembre de 1874, el general Martínez Campos se pronuncia en Sagunto por la restauración borbónica en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II. El triunfo de esta opción fue preparado por Cánovas del Castillo.

Comienzo de la Restauración Borbónica: Alfonso XII.

El pacto de Ostende fue el preámbulo de la Revolución de 1868, La Gloriosa, que acabó con la monarquía de Isabel II, obligada a exiliarse en Francia. Se inicia el período denominado Sexenio Democrático que se prolongará hasta diciembre de 1873. Este periodo se dividió en tres partes:

1868-1870

Empieza con la revolución del 1868, en la que el almirante Topete se alzará contra Isabel II y se reunirá con Prim y Serrano.

Tras el exilio de Isabel, Prim y Serrano encabezarán el gobierno provisional, y se aprobará la constitución de 1869 con muchas características liberales y democráticas. Se otorga el sufragio universal masculino, gran declaración de derechos de los ciudadanos, división de poderes. Será bicameral, progresista y admitirá la tolerancia religiosa.

1870-1873

Reinado de Amadeo I de Saboya, que acabará abdicando en febrero de 1873. Prim encontró su monarca democrático, pero el italiano no aguantó y dimitió en 1873, caso único en la historia de España. Consecuencia de la dimisión fue la 1ª República.

1873

En febrero de 1873 empezará la 1ª República hasta que el pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos en Sagunto da paso a la Restauración borbónica en España.

LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA DE 1868

«En 1868 cae la monarquía. Resulta que el famoso rebelde español lo es mucho menos que sus contemporáneos europeos. El rey había sido ya decapitado en Inglaterra en el siglo XVII, en Francia a últimos del XVIII. Y, sin embargo, los españoles no habían llegado nunca a tal exceso. A las razones que les daban los propios monarcas para ser derribados –ineficacia, derrota militar, favoritismo, corrupción–, oponían, testarudamente una creencia. Eran los malos consejeros, no el rey, quien así se portaba. Lo creyeron de Felipe III, de Felipe IV, de Carlos II, de Carlos III el europeo; lo creyeron, en fin, del más difícil de creerse, de Fernando VII.. Y al socaire del pueblo, lo creyeron o fingieron creerlo los generales que se sublevaban periódicamente, “en defensa del trono”, y siempre contra los que se interponían entre la buena intención de ese trono y el pueblo.

Hasta que estalla la marmita desparecida la tapadera, Narváez; Isabel II ha conseguido ponerse enfrente a la flor y nata de los generales, desde Espartero, el progresista, a O’Donnell y Serrano, liberales moderados, pasando por Prim. Cuando a eso se une la marina en la figura del almirante Topete, habrán terminado las posibilidades de la monarquía.

Fue fuera una reina y no un rey quien estuviera ocupando el trono en aquel momento tiene su importancia. Las reinas provocan siempre una cierta protección caballeresca. Al grito de “¡Viva la reina niña!” murieron muchos luchando contra los carlistas, y la tradición de una Isabel gobernando es bien vista en España. En su contra, hay el hecho de que la conducta de una reina tiene que ser mucho más limpia que la de un varón, a quien el pueblo español está siempre dispuesto a perdonar devaneos.» [Díaz-Plaja 1973: 493 ss.]

En mayo de 1866 y debido al incremento de la especulación, al abuso del crédito y a la escasez de dinero real, se produjo una fuerte crisis económica con numerosas quiebras empresariales, restricción de créditos y una vertiginosa caída de los valores bursátiles que provocó la ruina de numerosas familias. A la falta de trabajo producida hay que añadir la falta de pan originada por las malas cosechas de 1867 y 1868. El gobierno se encontró impotente frente a la crisis y tomó una medida muy impopular: emitió un empréstito forzoso obligatorio para todos los contribuyentes y decretó una rebaja de los sueldos de los funcionarios públicos civiles, excepto los militares.

El amplio malestar social se concretaba en la falta de participación política de las clases medias y en el empeoramiento de las condiciones de vida de las clases trabajadoras y campesinas. Ante la desintegración interna del régimen isabelino, hace su aparición una nueva fuerza: el partido demócrata, que nacido del progresismo alcanzó a partir de 1860 una ideología específica gracias a la unión con intelectuales krausistas que dieron las ideas sobre el absoluto respeto a la dignidad humana y la intangibilidad del individuo en cuanto soberano de sí mismo. Sus principales reivindicaciones políticas: la soberanía popular, el reconocimiento expreso y solemne de los derechos de la persona humana y el sufragio universal.

En el pacto de Ostende del 16 de agosto de 1866, los progresistas y los demócratas llegan a un acuerdo, al que se unieron posteriormente los unionistas de Unión Liberal: “destruir todo lo existente en las altas esferas del poder”. La sublevación de la escuadra del Almirante Topete en el puerto de Cádiz, el 18 de septiembre de 1868 fue el detonante de la revolución, la Gloriosa, y marcó el comienzo del Sexenio Revolucionario.

Los sublevados en Cádiz, a los que no tardaron en unirse los generales Serrano y Prim, ocuparon Sevilla y se dirigieron hacia Madrid. En la batalla de Alcolea, cerca de Córdoba, el general Serrano derrotó a las tropas leales a Isabel II. A lo largo y ancho de la geografía española surgieron innumerables Juntas provisionales revolucionarias. En Madrid el general Concha se declaró neutral en el conflicto y entregó el poder a la Junta revolucionaria. Isabel II, que veraneaba en Lequeitio (Vizcaya), se exilió en Francia sin renunciar a la corona.

«El reinado de la hija de Fernando VII estaba herido de muerte. Cruzaba las calles de Madrid la imagen de una reina adicta a las aventuras sentimentales y una corte repleta de aventureros, aduladores y beatos. Isabel II se enamoraba en las alcobas de palacio y combatía en el circo de la política, alejando al partido progresista del poder. Por un tiempo O’Donnell, su jefe de gobierno, pudo desviar la atención de los asuntos internos embarcando a España en la empresa imperialista que había llevado a los ejércitos franceses hasta Argelia e Indochina y a los colonos y tropas británicas a Asia y Oceanía. La guerra de África, que arruina los sueños de conquista del imperio marroquí y ensancha los dominios de Ceuta y las plazas norteafricanas, y las expediciones a México y la Cochinchina dieron cierto prestigio al gobierno, levantando una ola de exaltación patriótica en la prensa española, que compara las batallas del XIX con las gloriosas campañas de antaño. España era todavía la quinta potencia del mundo y vivía entonces un momento de euforia colonial, escrita con la sangre de soldados que morían de bala o insolación en las arenas del desierto, dejando sus cuerpos sin vida, tendidos en la mirada de África, sin tiempo ni historia que recordara sus nombres, y reforzada con la reincorporación pacífica de la República Dominicana a su imperio ultramarino.

Concluidas las campañas militares, la estabilidad interna se deshace cuando una crisis financiera y de alimentos golpea el corazón de España y favorece el retorno de una política conservadora y de represión de libertades encabezada por Narváez. El regreso del espadón de Loja al poder y la imposibilidad del moderantismo de responden a las demandas sociales de participación política de los ciudadanos se sumaba al descrédito de la reina y al malestar social generado por la quiebra económica y la extensión del paro en las ciudades y campos de España. La oposición progresista conspira en el extranjero y sabe que puede contar con un buen puñado de generales que se sienten ofendidos por el destierro de varios compañeros. A Isabel II la revolución de septiembre de 1868 le sorprendió cuando veraneaba en Vizcaya, en el marinero pueblo de Lequeitio, sin que tuviera tiempo de regresar al Palacio Real de Madrid para hacer las maletas y encaminarse al exilio en Francia. Le manifiesto de la Junta de Cádiz, que se cerraba con “Viva España con honra”, o el de Valencia, rubricado con el grito de “¡Abajo los Borbones!”, dieron la señal de salida de un período revolucionario de inestabilidad política, que si bien constituyó un avance en las conquistas democráticas no cuestionó los fundamentos socioeconómicos del Estado liberal. El sexenio (1868-1874) serviría tanto para afirmar un nuevo liberalismo contrapuesto al de los moderados, como para decretar el fin del “régimen de los generales” y el triunfo de la sociedad civil.

Pasado el tornado del alzamiento militar, las elecciones entregaron el poder a una coalición de moderados, progresistas y demócratas, en tanto el extremo más radical de las clases medias basculaba hacia el republicanismo, en sus dos versiones, la federal y la centralista. La Constitución de 1869, imbuida de ideología liberal-democrática mantuvo la monarquía como forma de gobierno y perfiló la soberanía nacional.» [García de Cortázar 2003: 208 ss.]

EL SEXENIO DEMOCRÁTICO (1868-1874)

«El régimen moderado sucumbió a causa de la falta de grandeza en sus ideales internos y externos. La guerra de Marruecos (1859), la intervención en México (1862) y la titulada pomposamente Guerra del Pacífico (1863), fueron campañas de propaganda patriótica, que ocultaban tremendas impreparaciones militares. La sistemática negativa a ensanchar sus horizontes, la eliminación perseverante de toda posibilidad de cambio, a derecha o a izquierda, la corrupción administrativa, la frivolidad del Trono, redujeron el partido a unos cuantos hombres ya gastados y a una escueta estructura burocrática. Su caída, provocada por el ejército, todavía liberal, arrastró consigo a la realeza, con la cual ni los mismos prohombres del grupo conservador –Cánovas del Castillo, entre ellos– se avenían ya a tratar. Pero el pronunciamiento de 1868, triunfante en el Puente de Alcolea, alcanzó un desarrollo mucho más lejano de lo previsto por sus adalides: Prim, Serrano, Topete. El movimiento de “España con honra” desembocó en un levantamiento revolucionario general, que intentó una experiencia singular en la vida española del siglo XIX: dar al país la posibilidad de gobernarse a sí mismo. Tal fue el sentido de la Revolución de Septiembre [de 1868, La Gloriosa].

El período transcurrido desde el triunfo de la revolución de septiembre de 1868 hasta el pronunciamiento de diciembre de 1874, que supuso el inicio de la etapa conocida como Restauración, se denomina Sexenio Revolucionario o Sexenio Democrático. Se inicia con una revolución antidinástica, que consiguió derrocar a la reina Isabel II e implantar un régimen demoliberal, definitivo logro de la revolución burguesa.

La primera experiencia democrática realizada por España puso de relieve la buena voluntad de una minoría y la indisciplina del pueblo, sometido a presiones muchas más tremendas que las que requerían su intervención como simple coeficiente en la vida pública a través del sufragio universal. Aparte el nuevo brote de carlismo, que afectó a Navarra y Cataluña como herencia directa de la insatisfacción del campesinado católico del Norte, los gobernantes tuvieron que luchar con el ambiente de bandería que machacaba toda acción conjunta, con la pereza mental de la burocracia y con el infantilismo místico de nuevas ideologías acrecidas al calor de una inesperada libertad. En pocos años el federalismo se adueñó de la costa mediterránea obrerista, reflejo de la Primera Internacional. Esta corriente debía hallar entre los braceros andaluces y un grupo de obreros catalanes una franca acogida. Sobre ellos había ya caído la doctrina de Proudhon, a través de las obras de Pi y Margall.

Del Gobierno Provisional (1868-1870), con el general Juan Prim, a la monarquía de Amadeo de Saboya (1871-1873), con ineficaces y puntillosos ministros a su servicio; de esta monarquía a la Primera República (1973-1874), el país conoció un vértigo político condigno de su exaltación y de los problemas que realmente experimentaba, sobre todo, el agrario y el obrero. Las soluciones se agotaron en pocos meses, hasta desembarcar en el frenesí cantonalista, ápice del federalismo primargalliano y contramarca del foralismo carlista. Después de tan manifiestas divergencias, en plena guerra civil en la Península y en Cuba, solo era posible arbitrar una fórmula que hiciera un Estado viable y capaz de cobijar imparcialmente a todos los españoles: la monarquía legítima, ampliamente constitucional. Esta fue la idea que preconizó Antonio Cánovas del Castillo y que impuso, después de la liquidación de la República por el golpe de Estado del general Pavía en 1874, con la restauración de los Borbones en la persona de Alfonso XII.» [Vicens Vives 2003: 143-144]

EL GOBIERNO PROVISIONAL (1868-1871)

Dentro de los revolucionarios había distintos sectores: campesinos andaluces, que pretendían reivindicaciones sociales, los militares, que querían solo sustituir las autoridades en desempeño, reemplazándolas por otras, pero sin modificar estructuras. Barcelona y la zona Mediterránea se unieron a la revolución, estableciéndose en cada lugar Juntas, que recobraron la soberanía, reivindicando una democracia.

La principal Junta Revolucionaria, la de Madrid, confirió a Serrano el encargo de constituir un Gobierno provisional que rápidamente legalizaría la irregular situación juntista nombrando nuevos ayuntamientos y diputaciones compuestos por los miembros de las juntas, con lo que el gobierno tomó el control centralizado del poder. El gobierno provisional definió su propósito de mantener la monarquía como institución sobre la base, de acuerdo con las ideas democráticas, de la soberanía nacional expresada en unas Cortes Constituyentes elegidas por sufragio universal.

Se inició así el Sexenio Revolucionario (1868-1874), con un gobierno provisional a cargo del general Serrano (unionista) como regente, en tanto se encontraba un nuevo rey, y el general Prim (progresista) como jefe de gobierno, que un año después ocupó la regencia. La victoria revolucionaria dejó con más poder a los unionistas y progresistas, relegando a un segundo plano a los republicanos y demócratas. Las Juntas Revolucionarias, con ideología profundamente liberal, fueron disueltas.

Se convocaron Cortes constituyentes en las que se impusieron los demócratas monárquicos, los progresistas y los unionistas, a los grupos más extremos: monárquicos alfonsinos, monárquicos carlistas, y republicanos. Se aprobó una nueva Constitución (1869) de carácter liberal, que establecía el sistema monárquico de gobierno, pero como representante de la Nación; la función legislativa correspondería a las Cortes (bicamerales).

CONSTITUCIÓN DE JUNIO DE 1869

El principal objetivo de los revolucionarios fue elaborar una nueva Constitución que estableciera el reconocimiento de la democracia como sistema. La Constitución de 1868 se puede considerar, pues, como la primera Constitución democrática de la historia de España y la más avanzada del siglo XIX. Incorpora los principios de la democracia que triunfaba en Europa a partir de la revolución de 1848 e intenta evitar excesos autoritarios del régimen anterior. El proceso constituyente lo llevó a cabo, por primera vez, una Asamblea elegida por sufragio universal de los varones mayores de 25 años.

Composición de la Asamblea Constituyente: clara mayoría de progresistas y monárquicos demócratas (176, entre ellos Sagasta, Olózaga, Prim), una izquierda con 70 republicanos (Orense, Figueras y Castelar) y 80 tradicionalistas, isabelinos y unionistas (Cánovas, Ríos Rosas). En junio de 1869 la fuerte mayoría monárquica de progresistas, unionistas y demócratas, junto con dos débiles minorías de republicanos y carlistas, elaboraron una nueva Constitución liberal promulgada en 1869 cuyas dos aportaciones más importantes y significativas fueron el establecimiento de un nuevo concepto de monarquía: monarquía democrática, pero basada en la soberanía nacional que elige la dinastía y puede revocarla. A pesar de ello, la opción republicana era muy numerosa entre los diputados.

La Constitución de 1869 reconocía la soberanía popular y al pueblo como origen y fuente de la misma. El rey quedaba privado de capacidad legislativa y limitaba sus prerrogativas a la cabeza del ejecutivo a un papel simbólico, de equilibrio y mediación entre las fuerzas políticas. Establecía una efectiva división de poderes con el fortalecimiento de las Cortes y la independencia del poder judicial. El poder legislativo radicaba en un Parlamento bicameral, con un Congreso, elegido por sistema proporcional, y un Senado, elegido mediante sufragio universal indirecto con ciertas condiciones. Reconocía, por vez primera de modo expreso, las libertades democráticas básicas, que detallaba en una declaración minuciosa y enfática: asociación, reunión y expresión. Por primera vez se reconocía la libertad religiosa, aunque el Estado seguía comprometido a sufragar los gastos de culto y clero.

La Constitución de junio de 1869 representaba la victoria del modelo democrático: el reconocimiento del sufragio universal para los varones mayores de 25 años (soberanía popular), la libertad de cultos y la aseguración de los derechos de reunión y asociación acercaron a España por vez primera a los límites de la revolución liberal burguesa. Pero estuvo muy lejos de satisfacer a las fuerzas que protagonizaron la caída de Isabel II, pues los republicanos se opusieron al principio monárquico, (hubo un levantamiento de 40.000 hombres en Valencia, Aragón y Andalucía), los librepensadores demócratas al mantenimiento del culto y, lo que fue más importante más tarde, las fuerzas católicas se consideraron heridas al establecerse por primera vez la libertad de cultos.

La vigencia y permanencia de la Constitución de 1869 fracasó debido a la debilidad de las fuerzas democráticas, el acoso de fuerzas antiliberales como el carlismo, la falta de apoyo de la burguesía, que seguía adicta al moderantismo y liberalismo limitado, la decepción y radicalización de las clases populares que exigían medidas para paliar sus necesidades básicas: trabajo, un salario digno, derechos sociales, etc.

ASESINATO DEL GENERAL JUAN PRIM el 30 de diciembre de 1870

El 30 de diciembre de 1870, moría el entonces presidente del Gobierno español, don Juan Prim y Prats (1814-1870), tras tres días de convalecencia de sus heridas recibidas en atentado terrorista. En el momento de morir, Prim era presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, capitán general de los Ejércitos, marqués de los Castillejos y conde de Reus. Antes de ocurrir el atentado, ya habían avisado al general de anarquistas, republicanos, alfonsinos deseaban hacerle desaparecer. El general Prim era conocido por su decidida oposición a la vuelta de los Borbones al trono de España. En un discurso había pronuncia "los tres jamases", que no volverían los Borbones a reinar en España. Prim nunca permitiría que ni un Borbón ni un Orleáns ocuparan el trono de España.

Cuando regresaba del parlamento, en el que acababa de conseguir la aprobación de la llegada de Amadeo I de Saboya como rey de España, sufrió un atentado en la calle del Turco, muy cerca de su residencia. El general no murió en el acto gracias a rápida intervención del conductor de la berlina. Subió por su propio pie la escalerilla de su casa. Los médicos detectaron ocho balas incrustadas. Tres días más tarde, el general fallece. Está probado que las heridas producidas por los disparos del atentado de la calle del Turco no eran mortales. Se barajaron varias hipótesis sobre la autoría del atentado: Angulo, periodista y diputado republicano; el duque de Montpensier, Antonio de Orleáns, casado con la hermana de Isabel II, que codiciaba el trono español; el general Serrano; hombres de negocios con intereses en Cuba que temían la abolición de la esclavitud en Cuba por la que abogaba Prim. El atentado fue llevado a cabo por tres terroristas, pero la conspiración fue urdida en las altas esferas del poder, con la participación probable del duque de Montpensier y del principal rival político de Prim, el general Serrano, quien lo habría estrangulado directa y personalmente mientras convalecía de sus heridas tras el atentado, según revelan las más recientes investigaciones forenses.

El duque de Montpensier habría organizado directamente el ataque, pues había sido derrotado como pretendiente al trono de España por Amadeo I, a quien apoyaba Prim, mientras el general Serrano planeaba reinstaurar la dinastía de los Borbones. Antonio María de Orleans, duque de Montpensier, era el hijo menor de Luis Felipe I de Francia y de María Amalia de Borbón-Dos Sicilias, princesa de las Dos Sicilias. Tras la muerte de Prim, el duque de Montpensier se integró en la familia real al casar a su hija, María de las Mercedes con Alfonso XII.

AMADEO DE SABOYA (1871-1873)

Había una nueva Constitución que establecía la monarquía como forma de gobierno, pero España era una monarquía sin rey. Las Cortes, de acuerdo con la Constitución, acabaron con la interinidad al establecer una Regencia, desempeñada por Serrano, que encargó la formación de un gobierno al general Prim, el cual comenzó la ardua búsqueda de un candidato que, sin pertenecer a la dinastía derrocada por la revolución, aceptase reinar en un país dominado por la inestabilidad política y fuera aceptado por las cancillerías europeas. El general Espartero, enemigo de María Cristina, regente del reino y jefe del partido progresista, rechazó la oferta de convertirse en un rey-caudillo, alegando motivos de salud y su avanzada edad.

El problema que tenía ahora el régimen era encontrar un rey católico que conjugara la monarquía con los ideales democráticos. La búsqueda del candidato adecuado motivó varios conflictos entre las cancillerías europeas. Entre las catorce candidaturas estaba la del príncipe alemán Leopoldo Hohenzollern Sigmaringen, detonante de la guerra francoprusiana; Fernando de Coburgo, rey consorte de Portugal; Antonio María de Orleans, duque de Montpensier, hijo menor de Luis Felipe I de Francia; Carlos de Borbón, legítimo para muchos y Alfonso, hijo de Isabel II, rechazado claramente por el general Prim. El duque de Montpensier quedaba descartado como candidato al trono de España por haber matado en duelo el 12 de marzo de 1870 Enrique de Borbón, quien había publicado panfletos virulentos contra su primo.

Las Cortes votan para elegir al rey de España el 16 de noviembre de 1870, quedando descartado Antonio de Orleáns, al ser elegido Amadeo de Saboya, con el nombre de Amadeo I. El resultado de la votación fue: Amadeo, 191 votos; republicanos, 60, duque de Montpensier, 27, el general Espartero, 8 y el príncipe Alfonso, que sería más tarde Alfonso XII, solo 2. Hubo 29 ausencias, 4 diputados enfermos y 19 votos en blanco.

Triunfó la candidatura de Amadeo, duque de Aosta e hijo de Victor Manuel II de Italia, candidato grato a las clases medias de izquierda que veían en los Saboya a la dinastía liberal que había unificado Italia. Al final, en 1870, Amadeo de Saboya, hijo del Víctor Manuel II, rey de la recién unificada Italia, y perteneciente a una dinastía con fama de liberal, aceptó el trono de España.

Apenas desembarcar en Cartagena, Amadeo recibe la noticia de que el general Prim, el general que más había defendido su candidatura, había sido víctima de un atentado terrorista. Perdía así Amadeo su principal y casi único sostén. Su ausencia debilitó grandemente la posición del nuevo monarca. Amadeo se encontró inmediatamente con un amplio frente de rechazo. Para los monárquicos alfonsinos y para los carlistas era un usurpador del trono, y para los católicos era hijo del usurpador del trono de San Pedro, el rey de Italia unificada. Finalmente, los republicanos, grupo procedente del Partido Demócrata, reclamaban reformas más radicales en lo político, económico y social y se destacaban por un fuerte anticlericalismo.

Amadeo I intentó establecer un turno pacífico de gobierno entre las dos principales fracciones en que se había dividido el partido progresista: la radical, dirigida por el dogmático Ruiz Zorrilla, y la constitucional del tolerante Sagasta. El intento fracasó por el mal entendimiento entre los dos líderes y por la incapacidad de agrupar en torno a ellos los restantes grupos políticos.

Mientras la alianza formada por unionistas, progresistas y demócratas, que había aprobado la constitución y llevado a Amadeo al trono, comenzó rápidamente a resquebrajarse. Tres elecciones a Cortes y seis gabinetes ministeriales mostraron lo que sería una constante durante el Sexenio Revolucionario: la excesiva fragmentación de los partidos y la imposibilidad de un consenso entre ellos para paliar la situación del momento. Por otra parte, las movilizaciones obreras y populares reclamaban el establecimiento de un régimen republicano y federal.

En abril de 1872 tuvo lugar el levantamiento carlista al grito de ¡Abajo el extranjero! La insurrección se circunscribió a la región vasconavarra y a algunos núcleos montañeses de Cataluña y Levante, donde se llegó a establecer una Estado.

El 11 de febrero de 1873, asediado por la insurrección de Cuba, las tensiones ministeriales y las conspiraciones republicanas, descorazonado al no lograr para España "todo el bien que mi leal corazón para ella apetecía", Amadeo I renuncia a la Corona. En su mensaje dirigido a las Cortes definió a los españoles como ingobernables: “Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha [España]... pero todos los que con su espada, con la pluma, con la palabra, agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles”.

Sin otra alternativa, era impensable iniciar una nueva búsqueda de un rey entre las dinastías europeas. El Senado y el Congreso se reúnen en Asamblea Nacional, reunión que era anticonstitucional, y declaran como forma de gobierno de la nación la República, dejando a las Cortes constituyentes la organización de esta forma de gobierno, con lo que comenzó la tercera etapa del Sexenio.

El vacío de poder había sido aprovechado por la burguesía radical, reformista y extremista para proclamar la Primer República en la historia de España. No era la aspiración mayoritaria, pero los hombres que habían llevado a la revolución de 1868 temían que tomaran el poder los carlistas y los conservadores.

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