La situación de la filosofía europea entre los siglos XIX y XX
Justo Fernández López
La situación de la filosofía europea entre los siglos XIX y XX
Ortega y Gasset resume así la filosofía europea del siglo XIX y principios del XX:
«De 1794 a 1830 los alemanes, con su genial insensatez, intentan romper la prisión científica en que la filosofía se asfixia y hacen un esfuerzo para evadirse escapando por la chimenea de su “idealismo” –el “claro de luna transcendental”, como lo llamó Carlyle. Pero en el resto del siglo no hace sino avanzar el proceso que va convirtiendo a la filosofía en la estatua de sal de una ciencia. Esta obsesión tenía que terminar reduciendo la filosofía a una contemplación de las ciencias; a pura “teoría del conocimiento”, como si lo así nombrado fuese posible sin una idea absoluta del Ser. Esto fue el positivismo que se instaló en todo Occidente. [...]
En 1870 domina el positivismo los espacios históricos de Europa. Todo lo que no es positivismo se queda en conato, pujo y ademán inválido. Ahora bien, el positivismo es la renuncia a filosofar. [...] Mas no sólo deja de hacerse filosofía, sino que se pierde el hilo de ella. [...]
Hacia 1870, no sólo no se creaba filosofía, sino que no se conseguía entender a los filósofos del pasado. Eran escrituras jeroglíficas. Pero hacia esa misma fecha, una nueva generación vuelve a sentir una necesidad de filosofía y cae en la cuenta de que no sabe nada de ella. Por eso, responde a su nuevo apetito filosófico yendo a la escuela.
En 1869 resuena el grito con que Otto Liebmann termina todos los capítulos de su libro Kant y los Epígonos: “Por tanto, ¡hay que volver a Kant!” [...] Se vuelve a Kant, se vuelve a Fichte, se vuelve a Hegel, se vuelve a Aristóteles (Franz Brentano). Pero, claro está, estudiar una filosofía del pasado no tiene apenas que ver con filosofar.
En 1900 no había propiamente filosofía. Había empezado a regir la opinión pública intelectual el neokantianismo, fraguado penosamente desde treinta años antes. La Teoría kantiana de la experiencia, primera obra granada de Hermann Cohen, es de 1871. Por las mismas fechas empieza a escribir Windelband, cuya “vuelta a Kant” se complicaba con un vago retroceso a Fichte. Toda esta labor culmina en la Lógica del conocimiento puro, de Cohen –1901–, en la Lógica como ciencia del concepto puro, en que Croce baraja Kant con Hegel –1902–, en Los límites de la conceptuación naturalista, de Rickert, discípulo de Windeband –1902. [...]
La obra primera de Cohen, en que éste exponía e interpretaba el pensamiento de Kant, produjo un efecto fulminante en la atmósfera intelectual de Alemania. Produjo admiración y terror. El terror se originaba en que las gentes cayeron en la cuenta de que fuese lo que fuese esa cosa llamada filosofía era incuestionablemente una cosa difícil, menesterosa de mentes bien afiladas. [...] No se ha sido justo con Cohen. Su obra elevó de un solo golpe el nivel de la ocupación filosófica. Directa o indirectamente, obligó a que los pensadores se apretasen bien la cabeza al ir a ponerse a pensar. Cuando yo fui a Marburgo en 1906, lanzado allí por el resorte de audacia que eran mis veintidós años, la “escuela de Marburg” seguía ejerciendo en Alemania ese terrorismo. [...]
Desde fines del siglo XVIII el espacio filosófico tiene, quiérase o no, su centro visceral en Alemania y, a lo sumo, cabría reconocer un epicentro que sería Francia. Inglaterra no ha tenido nunca filosofía, como no ha tenido música. Sin embargo, hubo un momento en que las Islas Británicas ejercieron un influjo decisivo en la evolución del pensamiento filosófico. Pero no porque hubiesen creado una filosofía, sino, al revés, porque supieron fabricar un sistema de objeciones a toda filosofía, y esto es lo que se llama la “filosofía inglesa” de Locke, Berkeley y Hume. No extrañe, pues, que yo parta de lo que ha pasado filosóficamente en Alemania y trace las líneas de la evolución al hilo de la producción germánica. [...]
¿Qué era, pues, filosofía en 1900? [...] El poder público filosófico en 1900 era el neo-kantismo. Todo lo demás era sólo “opiniones particulares”, sin vigencia; unas, supervivencias anacrónicas, otras, al revés, nuevas emergencias que en su hora se convertirían, a su vez, en poder público. En 1900 llevaba el neokantismo quince años de mero y mixto imperio, y precisamente en ese año iban a emerger los poderes del futuro.
En 1900-1901 se publican las Investigaciones lógicas de Husserl que van a ser quince años más tarde el régimen filosófico establecido. Las Ideas para una fenomenología y filosofía fenomenológica, de Husserl, son de 1913; El formalismo en la Ética y la Ética material de los valores, de Scheler, aparece en 1913-16. Hay, pues, entre 1900 y 1915 una etapa de interregno durante la cual el neo-kantismo se va descomponiendo sin que otra gran figura de filosofía, germinada en 1885 a 1900, fuese capaz de ejercer el poder y constituirse en plenaria vigencia. Aprovechan este vacío de poder algunos perfiles erráticos, magníficos o sólo curiosos. Es la hora de Bergson. La evolución creadora se publica en 1907. Los principios de las matemáticas I, de Russell, en 1903. El Pragmatismo, de James, en 1907. La interpretación de los sueños, de Freud, en 1900.» [Ortega y Gasset, José: Origen y epílogo de la filosofía. Madrid: Alianza Editorial, 1989, p. 134-138]
«Recordemos que, hacia 1910, existen en toda Europa dos grandes actitudes ante la vida. La una, que proviene ante todo de Nietzsche, pero también de Dilthey, de Bergson y de Klages, trata de afirmar la vida como fuerza todopoderosa que todo lo penetra. Sus poetas son, como subraya Bollnow, Hermann Hesse en su juventud y, sobre todo, Hoffmannsthal y Stefan Georg. Yo agregaría a estos el fino miniaturista que fue el vienés Peter Altenberg. Por otro lado, comienza a afirmarse, bajo la influencia de Kierkegaard, la gran corriente que considera que la existencia es insegura, incierta, trágica; que el hombre está en medio de ella desamparado, solo; que junto a la fuerza omnipresente de la vida concierne al ser humano la realidad inexorable de la muerte, Esta corriente, que alcanza su punto culminante en Heidegger y en Jaspers, y llega en sus derivaciones francesas a Sartre, Camus, Gabriel Marcel, etc., tiene en el arte sus figuras cumbres en Kafka y en Rilke. Entre nosotros, la primera de estas actitudes ha sido representada por Ortega y Gasset; la segundo, por Miguel de Unamuno.» [Rof Carballo, Juan: Entre el silencio y la palabra. Madrid: Aguilar, 1960, p. 98-99]
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