Ateo - agnóstico |
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Tengo dudas sobre el prefijo a en ateo.
La traduccion mas común es la de negación, pero también he leído que puede ser "sin".
Soy ateo por la gracia de Dios.
(Luis Buñuel)
Gracias a Dios soy ateo.
(Gianni Vattimo)
Doy gracias a Dios por ser ateo.
(graffiti)
Me voy a permitir ignorar a Dios hasta que la palme, luego ya veremos.
(ciudadano de a pie)
La frustración del agnóstico y la despreocupación –si no, no sería indiferencia– del indiferente, realmente son modos de la experiencia de Dios. Sin esto ni el agnóstico sería agnóstico, ni el indiferente sería indiferente. Serían otra cosa.
(Xavier Zubiri)
In unserem alltäglichen Leben glauben wir nie wirklich, aber zumindest wird uns der Trost zuteil, dass es Einem gibt, der wirklich glaubt (die Funktion dessen, was Lacan in seinem Seminar “Encore” als y’a de l’un bezeichnet hat).
(Slavoj Zizek: Die Puppe und der Zwerg. Das Christentum zwischen Perversion und Subversion. Frankfurt: Suhrkamp, 2003, S. 103)
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El prefijo a(n)- expresa la privación de lo indicado en la base: asimétrico (‘falta de simetría’, ‘sin simetría’, ‘carece de simetría’). En los casos de formaciones adjetivas que contienen en su estructura un nombre, el prefijo se une semánticamente a dicho nombre ([a-problemá]tico = ‘que carece de problemas’, [a-sex]ual = ‘que no tiene sexo’).
Ateo significa ‘sin Dios’, ‘que prescinde de la idea de Dios’. Debe distinguirse de agnóstico (que sólo cree en lo demostrable). Por tanto, el agnóstico no cree ni en la existencia de Dios ni en su inexistencia mientras no sean demostrables.
El verdadero ateo es el que prescinde de Dios como explicación última del mundo. Para él no es necesario preguntarse por la última causa para dar razón de la existencia del mundo. La a- privativa de ateo indica que vive ‘sin Dios’, que concibe el mundo sin necesidad de presuponer un Dios creador.
Sin embargo, el adjetivo ateo tiene asociados rasgos semánticos adicionales. Además de la idea de ‘sin Dios’, ‘falta de Dios’, está incluido el significado de ‘que niega la existencia de Dios’, ‘que combate la idea de Dios’, ‘lucha contra Dios’, ‘que se opone a...’. Pero no se puede combatir ni luchar contra algo en cuya existencia no se cree. Lo que ocurre es que, prácticamente, sólo puede haber ateos en una sociedad teísta.
Lo que han combatido muchas veces los ateos es a los teístas o creyentes en un Dios personal y providente, creador y conservador del mundo. El ateísmo combativo ha sido siempre contra la tesis contraria, la de los teístas, y contra la imposición de un orden mundano determinado por un orden trascendental divino. El ateo ha combatido en muchos casos todos los principios de convivencia social que se basan en un primer principio de todas las cosas, en una realidad divina como última instancia reguladora de la vida en este mundo.
El ateo muy bien puede decir, pues, como Luis Buñuel: Soy ateo por la gracia de Dios. En una sociedad en la que no esté vigente la idea de un Dios personal, no tendría sentido alguno declararse ateo, ni nadie podría decir que sus padres le habían dado una educación atea, como se lee en muchas biografías. El ateo que niega la existencia de Dios sabe muy bien lo que niega. De ahí esa connotación de rebelión que tiene la palabra ateo: estar ‘desligado’ de la idea de Dios, no reconocer ningún clase de ‘religación’ a un fundamento último de la realidad, no aceptar principios o normas impuestas en nombre de una ‘religión’.
Una cosa es negar que se pueda probar la existencia de Dios, negar que la mente humana sea capaz de probar la existencia de Dios, como sostiene el agnóstico, y otra afirmar que no es necesario el concepto de Dios para explicar la existencia del mundo. El mundo puede existir sin un Dios creador.
Citas
«a-
1. Prefijo sin significación precisa que sirve para formar parasintéticos: agrupar (de grupo), asustar (de susto), adocenar (de docena).
2. Prefijo que expresa negación o privación: asimétrico, ‘no simétrico’; anormal, ‘no normal’; amoral, ‘sin moral’. Cuando se antepone a palabra que empieza por vocal, toma la forma an-: analfabeto, ‘sin facultad de leer’; anemia, ‘falta de sangre’.»
[Seco, Manuel: Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española. Madrid: Espasa-Calpe, 101998, p. 7]
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«Adjetivos con referencias privativas-negativas:
Los adjetivos parasintéticos [formados por composición y derivación] de valor privativo se configuran fundamentalmente a través de los prefijos a- e in-:
amorfo ‘sin forma’
apétalo ‘sin pétalos’
apartida ‘sin patria’
ápodo ‘sin pies’
incoloro ‘sin color’
imberbe ‘sin barba’
indemne ‘sin daño’
indoloro ‘sin dolor’.
Más esporádicamente pueden aparecer otros prefijos:
exangüe
exánime
apocromático.
Adjetivos parasintéticos de valor privativo que presenten el prefijo des- (o alomorfos) y tengan apariencia no participial son pocos:
deshonrible ‘sin honra ni vergüenza’
disformoso
disforme, deforme ‘sin forma regular’.»
[Serrano-Dolader, David: “La derivación verbal y la parasíntesis”. En: Bosque, Ignacio / Demonte, Violeta (eds.): Gramática descriptiva de la lengua española. Madrid: Real Academia Española / Espasa Calpe, 1999, § 72.2.4]
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«Privación
Entendemos por privación la falta o carencia de lo denotado por la base. A diferencia de las relaciones negativas anteriores, en esta se establece la oposición entre la situación en que se tiene lo denotado por la base y otra en que se carece de ello. Los prefijos que denotan privación son a-, des- e in- y las bases a las que se unen suelen ser nominales. El prefijo sin- con valor privativo sólo aparece en unas pocas formaciones lexicalizadas: sinnúmero, sinrazón, sinsentido, sinvergüenza).
El prefijo a(n)- selecciona bases nominales que denotan estados o situaciones (anovulación, asimetría). Las formaciones complejas con este prefijo expresan, precisamente, la privación de lo indicado en la base (‘falta de ovulación’, ‘falta de simetría’). En los casos de formaciones adjetivas que contienen en su estructura un nombre, el prefijo se une semánticamente a dicho nombre ([a-problemá]tico = ‘que carece de problemas’, [a-sex]ual = ‘que no tiene sexo’).
El prefijo des- con valor de privación se une a bases nominales para indicar la carencia de entidad denotada en el nombre simple. Así, formaciones como desorden o desconfianza pueden parafrasearse como ‘falta de orden’ o ‘falta de confianza’, respectivamente.
El prefijo des- con valor privativo forma verbos unido a bases nominales y, en menor medida, a bases adjetivas en formaciones parasintéticas (descamisar, desangrar, desbravar, desbastar). En estos verbos, se marca la pérdida de la entidad denotada en la base nominal (descamisar = ‘privar de camisa’ o la pérdida de la cualidad expresada en la base adjetiva (desbravar = ‘quitar la cualidad o condición de bravo’). Esto es, el resultado de la acción significada por estos verbos es la privación o la carencia.
Dentro de los prefijos privativos puede incluirse también in- unido a ciertos nombres (impiedad = ‘falta de piedad’, incomunicación = ‘falta de comunicación’), aunque estas formas son a menudo ambiguas ya que el nombre puede formarse sobre el adjetivo previamente negado (pío = impío > impiedad = ‘cualidad de impío’) o sobre el verbo prefijado (incomunicar > incomunicación). Sólo en algunas formaciones nominales como indefinición, impago, inexperiencia, irrespeto se impone inequívocamente el valor privativo del prefijo con referencia al nombre en cuestión.
De los prefijos privativos, el prefijo des- es el más productivo, como muestra su presencia en muchas formaciones acuñadas recientemente en los medios periodísticos (desinformación, desgobierno, desideología, desnatalidad).»
[Serrano-Dolader, David: “La derivación verbal y la parasíntesis”. En: Bosque, Ignacio / Demonte, Violeta (eds.): Gramática descriptiva de la lengua española. Madrid: Real Academia Española / Espasa Calpe, 1999, § 76.5.3.4]
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«ateo:
Significa “sin Dios”, “que niega la existencia de Dios”. Debe distinguirse de agnóstico (que sólo cree en lo demostrable). Por tanto, el agnóstico no cree ni en la existencia de Dios ni en su inexistencia mientras no sean demostrables.»
[Gómez Torrego, Leonardo: El léxico en el español actual: uso y norma. Madrid: Arco/Libros, 1995, 33]
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«teo-, forma prefijada del griego theós ‘Dios’, ‘dios’. [...]
Son vocablos derivados de la misma palabra griega:
Ateo, 1611, griego ateos ‘ateo’, formado con la partícula privativa a-;
ateísmo, segunda mitad del siglo XIX en las principales lenguas europeas;
teísmo.
Apoteosis, 1580 (raro hasta el siglo XIX), del griego apoteosis ‘endiosamiento’;
apoteósico o apoteótico.»
[Corominas, Joan: Breve diccionario etimológico de la lengua española. Madrid: Gredos, 31987, p. 564]
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ateo, a. (Del lat. athĕus, y este del gr. ἄθεος).
adj. Que niega la existencia de Dios. Apl. a pers., u. t. c. s.
agnóstico, ca. (Del gr. ἄγνωστος, ignoto).
1. adj. Perteneciente o relativo al agnosticismo.
2. adj. Que profesa esta doctrina. Apl. a pers., u. t. c. s.
[DRAE]
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Teísmo y ateísmo como opciones ante el poder de lo real
«No hay sólo personas despreocupadas del problema de la realidad de Dios, sino que son cada vez más numerosas aquellas que ni tan siquiera se despreocupan del problema porque jamás ha sido problema para ellas. Su vida, como la de todos los demás, está tejida de seguridades y de incertidumbres, de facilidades y dificultades, de logros y fracasos. Por tanto, esta vida plantea problemas, y muy graves, pero dentro de la vida misma: son problemas intra-vitales. Pero tomada por entero, la vida no plantea para estas personas problema alguno: es lo que es y nada más. Es la vida que reposa sobre sí misma. Por consiguiente no hay lugar a hablar no ya de opción, sino ni tan siquiera de voluntad de fundamentalidad: es la vida atea. No se trata de un ateísmo que fuera “contra” la realidad de Dios. El ser “contra” no es esencial al ateísmo. Es cada día mayor el número de aquellos cuyo ateísmo no va contra nada ni contra nadie. Tampoco se trata de que el ateísmo sea despreocupación y menos aún agnosticismo, sino que se trata de la vida vivida en y por sí mismo “y nada más”; es vida a-tea en el sentido meramente privativo del prefijo “a”. Y como la vida es algo que innegablemente existe, toda apelación a otra realidad fundante, fuera o por encima de ella, es de cuenta del no-ateo. El ateísmo sería, por tanto, la actitud primaria, y toda otra actitud de referirse a Dios en cualquiera de sus formas (creencia, agnosticismo, despreocupación) necesitaría justificación: la conditio possidentis, que diría un jurista, sería el hecho de la vida a-tea. Lo demás son opciones, y en consecuencia, sólo “lo demás” es opcional.
¿Pero es así? Perfilar el a-teísmo con rigor es más difícil de lo que a primera vista pudiera parecer. Ante todo, ¿qué se entiende con precisión cuando se dice que la vida tomada en y por sí misma no es problema? No se trata de problemas intravitales, sino d la vida tomada por entero. Y esta es la cuestión. La vida tomada por entero es la vida en cuanto es la constitución y construcción de mi ser, de mi Yo. Cada uno de los actos de la vida, y a fortiori el curso entero de ellos recae no sólo sobre lo que son las cosas, los demás hombres y hasta mis caracteres individuales propios, sino que en todo ello la persona donde está es “en la realidad”. Las cosas son ciertamente las que configuran mi vida. Pero esta vida es el acto de hacerme Yo, de hacer mi ser frente a toda realidad. Las cosas configuran, pues, el ser de mi realidad precisamente por su carácter de realidad. Este carácter de realidad es así aquello que en las cosas y por ellas determina mi ser. Y en cuanto tal es un poder al que estoy religado: es el poder de lo real. Constituye el fundamento de mi vida. Sea cualquiera el vocabulario que se emplee, esto es un hecho; más aún, es “el” hecho de la vida. Decir que se toma la vida por entero consiste por tanto en decir que se toma la vida personal en religación, esto es, como determinada por el poder de lo real. Pero este poder de lo real no es nada fuera de las cosas reales. Ahora bien, esto es asaz enigmático: es justo problema. Y lo es para todos los hombres. Es problema antes de que haya o no el problema de si ese enigma está fundado en la realidad de Dios. Por esto es por lo que inexorablemente nos vemos lanzados a inteligir qué sea aquel poder, aquella fundamentalidad: es justo el orto de un proceso intelectivo. ¿Y cómo lo inteligimos? Unos han inteligido ese poder, por tanto la fundamentalidad de la vida, en función de una realidad absolutamente absoluta, de Dios. Otros inteligen que el poder de lo real en las cosas es un hecho y nada más que un hecho, sin necesidad de fundamento ulterior: es la pura facticidad del poder de lo real. Y en esto es en lo que consiste el ateísmo. No es sólo la vida en y por sí misma, sino la vida reposando sobre la pura facticidad del poder de lo real: la fundamentalidad como pura facticidad. Por tanto es claro, en primer lugar, que en la persona a-tea acontee un proceso intelectivo sobre la totalidad de la vida y que, por tanto, para aquella persona, la vida es tan problemática como para todos los demás. Lo que sucede es que, tal vez sin darse cuenta, da una solución a este problema; la da por vía de la facticidad. Ahora bien, y esto es lo segundo que hay que decir, resolver el problema de la fundamentalidad de la vida con la pura facticidad significa eo ipso que la facticidad del poder de lo real es una interpretación, tan interpretación como la admisión de la realidad de Dios. El problema del poder de lo real es menester resolverlo, y para ello hay que dar razones de la índole que fuere, pero dar razones. El que admite la realidad de Dios tiene que dar sus razones; pero tiene que darlas también el que ve el poder de lo real como pura facticidad. El ateísmo no es, pues, la actitud primaria, la conditio possidentis, sobre la cual tendría que justificarse quien admite la realidad de Dios, sino que el ateísmo necesita exactamente de una homóloga justificación: no es actitud primaria. Teísmo y ateísmo son dos modos como concluye el proceso intelectivo respecto del problema del poder de lo real. La facticidad del poder de lo real no es un puro factum sino una intelección, y como toda intelección está necesitada de fundamento. Este fundamento ha de lograrse por vía intelectiva. El ateísmo consiste, pues, no en no tener problema sino en entender el poder de lo real, esto es, la fundamentalidad de la vida, como pura facticidad. [...]
La autosuficiencia de la vida es la opción por la facticidad del poder de lo real. Y por ser opción es entrega personal a la facticidad, es fe en la facticidad. El ateísmo es justo la fe del ateo. [...] El ateo se entiende entregado a sí mismo y se acepta como tal. Por tanto lleva a cabo una opción; el ateísmo no es menos opcional que el teísmo.»
[Zubiri, Xavier: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial, 1984, p. 281-284]
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«La frustración del agnóstico y la despreocupación –si no, no sería indiferencia– del indiferente, realmente son modos de la experiencia de Dios. Sin esto ni el agnóstico sería agnóstico, ni el indiferente sería indiferente. Serían otra cosa.
El problema más grave surge, en cambio, a propósito del ateísmo. [...] Pudiera pensarse que está el hombre sin Dios y entonces que el que tiene que probar su existencia es quien la admite. Esto no es verdad. La verdad es que está el hombre religado al poder de lo real en todos los hombres. El que va a Dios admite la existencia de Dios razonadamente. Y el que no va tiene que probar que no va. Tiene que dar razones. Lo primario no es estar sin Dios, lo primario es estar religado al poder de lo real. Tanto el ateísmo como el teísmo son conclusiones de un proceso intelectivo y vital dentro de esa religación frente a la ultimidad de lo real.»
[Zubiri, Xavier: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial, 1984, p. 342]