Mio Cid

© Justo Fernández López www.hispanoteca.eu

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Estoy investigando la evolución fonética y morfológica desde el latín al castellano romance, del verso n° 351 del Mio Cid que a continuación transcribo: Estando en la cruz, vertud fezist muy grant. Quisiera saber por qué y cómo las siguientes palabras evolucionaron del latín: estando < standum; vertud < virtutis; cruz < crucis; fezist < fecistes.

Espero que las citas y los materiales que encontrará aquí más abajo le sean útiles para su investigación. Para la formación de los sustantivos castellanos a partir del latín, tenga en cuenta que de los casos de la declinación latina subsistió sólo el acusativo y de él se formaron casi todos los sustantivos castellanos. Por esto en los libros de Gramática histórica y en los diccionarios etimológicos se parte del acusativo, quitándole la –m desinencial, que se pierde siempre en romance. Así crux – (acusativo) crucem > esp. cruz; virtus – (acusativo) virtutem > esp. virtud. La forma vertud es semicultismo en Mio Cid. En el siglo XII, el timbre de las vocales átonas estaba sujeto a todas las vacilaciones producidas por la acción de otros sonidos. La pronunciación fluctuaba entre mejor y mijor, menguar y minguar.

En todo el Poema del Cid se conserva la f- inicial latina, así como en Berceo. Esta f- latina se perderá a partir del siglo XIV, dando lugar a una h-, primero aspirada, luego muda. Para la evolución de f- > h- ver citas más abajo.

 

Mio Cid

latín

acusativo latino

estando 

standum

(inf.) stare

 

vertud    

virtus

virtus - virtutis

virtutem

cruz     

crux

crux - crucis

crucem

fezist   

fecisti

(inf.) facere

 

 

cruz

 

Cruz procede del acusativo latino crucem.

«En virtud de las leyes fonéticas, las desinencias de las declinaciones se fueron oscureciendo en latín vulgar y en romance. Por ejemplo, la diferencia entre el nominativo rosa, el ablativo rosa y el acusativo rosam, desapareción al perderse la m final, quedan así tres casos unificados. La pérdida de la m y el cambio de u final en o igualó el acusativo dominum con el dativo y el ablativo domino. Así resultaba que muchos casos se confundían, y poco a poco fueron sustituidos con ventaja por preposiciones, que expresaban con más claridad las funciones gramaticales del sustantivo. Entre los casos de la declinación latina subsistió sólo el acusativo, del cual se formaron los sustantivos castellanos, casi en su totalidad. Por esto en los libros de Gramática histórica y en los diccionarios etimológicos se parte del acusativo, quitándose la –m desinencial, que se pierde siempre en romance, como ya es sabido.

El latín vulgar redujo a tres las cinco declinaciones clásicas, incorporando a la primera declinación los sustantivos de la quinta (diem), y a la segunda los de la cuarta (sensum). De aquí resultó que los sustantivos castellanos quedaron repartidos en tres grupos, según su terminación; 1) los que terminan en a, 2) los que terminan en o, y 3) los que terminan en e o en consonante. En general, los del primer grupo proceden de la tercera declinación latina.»

[Gili Gaya, Samuel: Nociones de gramática histórica española. Barcelona: Biblograf, 1983, pp. 64-65]

vertud

 

«Consideremos ahora más de cerca la cronología de la fusión de ĭ y ĕ y la de ŭ y ō en latín vulgar. El primer cambio empieza en sílaba átona. Ya en Plutarco encontramos senapis, eneco al lado de sinapis, enico. En sílaba tónica, el primer ejemplo de las inscripciones se encuentra ya en la primer mitad del siglo II antes de Cristo. [...] En el siglo I después de Cristo, según Quintiliano, here pertenece a la lengua usual. Las vacilaciones de los gramáticos respecto a la pronunciación de la y de la e demuestra que ellos querían mantener la i precisamente porque en el lenguaje del pueblo la i se había cambiado en e. Y precisamente por esto, todos los personajes de Petronio, con sus exintera, exinterare en vez de exentera, exenterare, creen usar un lenguaje más elevado.»

[Vidos, B. E.: Manual de lingüística románica. Madrid: Aguilar, 1968, p. 182-183]

·

«En algunos casos ciertas voces de origen culto han sufrido sólo en parte la evolución vulgar, mientras otros sonidos mantienen su fisonomía latina. Reciben el nombre de semicultismos. Así *cupiditia en su forma vulgar hubiera dado *codeza como malitia > maleza, pigritia > pereza; como cultismo hubiera dado *cupidicia; pero la forma codicia revela que es un semicultismo que, si bien ha evolucionado los sonidos que forman el núcleo de la palabra, ha dejado sin alteración la terminación en –icia.

Los cultismos tienen gran importancia en la formación e historia de la lengua española. Durante la Edad Media, la Iglesia contribuyó en amplia medida a su difusión. El vocabulario culto aumenta en el Renacimiento con el estudio e imitación de los autores clásicos, y desde entonces acá ha continuado creciendo con más o menos intensidad según las épocas.»

[Gili Gaya, Samuel: Nociones de gramática histórica española. Barcelona: Biblograf, 1983, p. 27]

·

«El español de los siglos XII y XIII es una lengua si fijeza, abandonada a tendencias espontáneas que, desarrollándose sin trabas, se entrecruzan y contienden. A las variedades geográficas se añaden las vacilaciones que, dentro de cada dialecto, hay entre diversos usos fonéticos, morfológicos y sintácticos. [...]

La d tomaba un sonido probablemente asibilado que ora se escribía con d (verdad, sabed), ora con t (verdat, sabet). Menos consistencia que esta dental final romance mostraba la t final latina, aunque durante el siglo XII abunda todavía tomo t o como d en la tercera persona del verbo (serat, fágat, veniet).»

[Lapesa, Rafael: Historia de la lengua española. Madrid: Escelicer, 1968, pp. 148-149]

«Es interesante observar que en español antiguo existían muchos términos, hoy desaparecidos, que han tenido mejor fortuna en otros idiomas románicos. Al lado de cabeça, pierna, mañana, tomar, salir, vivían sus sinónimos tiesta, camba o cama, matino, prender, exir. [...] La alternancia de unos y otros muestra que el léxico castellano no había acadado de escoger sus palabras más características. Tal vez la fuerte influencia extranjera contribuyese a mantener la indecisión.

No faltan latinismos desde los textos más antiguos. En Mio Cid hay laudar, mirra, tus ‘incieso’, vigilia, vocación, voluntad, monumento ‘sepulcro’, oraçión; en el Auto de los Reyes Magos, escriptura, çelestial, encenso, retóricos. Semicultismos como tránsito, omecidio, gramatgos, vertud, eran frecuentes.» [ebd., S. 157]

·

«Por una parte, el lenguaje del siglo XII ofrece, aunque muy en decadencia, mantenimiento de la e latina en casos donde más tarde había de ser forzosa la pérdida, esto es, tras r, s, l, n, z y d (prendrare, Madride). Pero al mismo tiempo la caída de la vocal final se propagó con extraordinaria virulencia después de otras consonantes y grupos. Podían así coincidir en un mismo texto el criterio más conservador y el más neológico: el Auto de los Reyes Magos usa pace y biene ‘bien’ (< bĕne) junto a achest. Desde principios del siglo XIII son rarísimos los ejemplos de e tras alveolares, z y d, y formas como verament, omnipotent, fuert, fizist quedan entonces menos en desacuerdo con la evolución natural de la lengua. [...]

El timbre de las vocales átonas estaba sujeto a todas las vacilaciones producidas por la acción de otros sonidos. La pronunciación fluctuaba entre mejor y mijor, menguar y minguar

[Lapesa, Rafael: Historia de la lengua española. Madrid: Escelicer, 1968, p. 149]

«El latín popular leonés:

El habla popular constituía ya una lengua nueva; pero se la calificaba despectivamente de “rusticus sermo”. Entre el latín de los eruditos y el romance llano existía un latín avulgarado, escrito y probablemente hablado por los semidoctos, que amoldaba las formas latinas a la fonética romance. Conservaba restos de la declinación y de voz pasiva, y multitud de partículas y covablos cultos; pero alteraba el timbre de las vocales (inmóvele, flúmene, títolum, en vez de inmobile, flumine, titulum).» [ebd., p. 114]

·

«Vocales acentuadas.

Su ley general es la siguiente: La ă y todas las largas se conservan sin alteración en español. La ĕ y la ŏ diptongan, respectivamente, en ie, ue. La ĭ cambia en e y la ŭ en o.

Los sustantivos y adjetivos proceden del acusativo latino, por lo general. La –m desinencial de este caso se pierde uniformemente en romance. De modo que en adelante usaremos en todos los ejemplos la forma del acusativo sin la m final. Ejemplos:

 

ă > a

facis > haces; patre > padre

ā > a

pratu > prado; ala > ala

ĕ > ie

tenet > tiene; bene > bien

ē > e

tela > tela; plenu > lleno

ĭ > e

pilu > pelo; timet > teme

ī > i

venire > venir; ficu > higo

ŏ > ue

porta > puerta; rota > rueda

ō > o

hora > hora; totu > todo

ŭ > o

cuppa > copa; lutu > lodo

ū > u

fumu > humo; mula > mula

 

Los diptongos latinos ae y oe evolucionaron como ĕ y ē respectivamente: quaero > quiero, foedu > feo.

Estas leyes sufren con frecuencia alteraciones debidas principalmente a la influencia de otros sonidos de la misma palabra. La más importante es la de yod

[Gili Gaya, Samuel: Nociones de gramática histórica española. Barcelona: Biblograf, 1983, pp. 42 y 42]

·

«Consonantes finales.

Las consonantes que eran finales en latín se pierden todas en romance, con excepción de s, l, r. Esta última pasa a ser interior. Ejemplos: minus > menos, mel > miel, inter > entre, semper > siempre.

Desde comienzos de la Edad Moderna el idioma fija las consonantes que pueden ser finales. Son las siguientes: d, n, l, r, z, s, y en algunas palabras sueltas la j (boj, herraj). Las palabras que terminan en otra consonante cualquiera son cultas o extranjeras, como querub, maximum, vivac, déficit

[Gili Gaya, Samuel: Nociones de gramática histórica española. Barcelona: Biblograf, 1983, p. 54]

·

«La e final se pierde cuando va precedida de alguna de las consonantes T, D, N, L, R, S, C, p. ej.: virtute > virtud; mercede > merced; fine > fin; fidele > fiel; movere > mover; mense > mes; luce > luz

[Gili Gaya, Samuel: Nociones de gramática histórica española. Barcelona: Biblograf, 1983, p. 46]

muy

 

La l se vocaliza con frecuencia en posición final de sílaba. Un caso particular de esta vocalización es el grupo ult, el cual se transforma en uch: multu > mucho; auscultare > escuchar.

“La forma de ciertas palabras variaba de manera normal según los sonidos iniciales de la voz siguiente: el título doña elidía su a ante vocal (“don Elvira e doña Sol”); multum daba much ente vocal (“much extraña”) y muy ante consonante (“muy fuert”).”

[Lapesa, Rafael: Historia de la lengua española. Madrid: Escelicer, 1968, p. 150]

“Mucho, med. S. X, del latín MULTUS, -A, -UM, íd. La forma más antigua fue muito, que empleada como adverbio se apocopaba en muit y muy.”

[Corominas, Joan: Breve diccionario etimológico de la lengua española. Madrid: Gredos, 31987, p. 406]

grant

 

Grande, 1048. Del latín grandis ‘grandioso’, ‘de edad avanzada’.”

[Corominas, Joan: Breve diccionario etimológico de la lengua española. Madrid: Gredos, 31987, p. 302]

Los adjetivos romances se derivaron del acusativo latino: [lat.] grandis > [acusativo] grandem. La -m desinencial se pierde siempre en romance. [lat.] grandis > [acusativo] grandem > [esp. ant.] grand / grant > [español] grande / [forma apocopada] gran. 

“Los adjetivos latinos eran de tres clases:

De tres terminaciones, como bonus, -a, -um, una para cada género.

De dos terminaciones, como brevis, -e, la primera para masculino y femenino, y la segunda para el neutro.

De una terminación, como prudens, -tis, para los tres géneros.

Al perderse el género neutro en los sustantivos se perdió también en los adjetivos, puesto que éstos deben concertar con aquéllos. [...]

De aquí resultó que los adjetivos latinos de tres terminaciones quedaron reducidos a dos (bueno, -a), y los demás a una sola (breve, feliz, prudente, útil). Existe, sin embargo, la tendencia a dar terminación femenina en –a a adjetivos que, según lo dicho, debieran tener los dos géneros iguales. [...]

Respecto a la declinación y al número, no hay qu hacer observación alguna, puesto que su evolución es la misma que la de los sustantivos: se perdieron los casos latinos, con excepción del acusativo, del cual partieron los adjetivos romances; y la terminación en –s o –es pasó a ser la desinencia única del plural, según las mismas reglas que los sustantivos.”

[Gili Gaya, Samuel: Nociones de gramática histórica española. Barcelona: Biblograf, 1983, pp. 69-70]

estando

 

Der verbo latino STARE (‘estar en pie’, ‘estar firme’, ‘estar inmóvil’, ‘permanecer’, etc.). Estar aparece en castellano hacia 1140.

«Grupos de consonantes iniciales. El grupo de s seguida de consonante en principio de palabra (s líquida) tiende a desarrollar una vocal antepuesta, ya desde los tiempos del latín vulgar; ejemplos: scribere > escribir, scutella > escudilla, spatula > espalda, stabulu > establo

[Gili Gaya, Samuel: Nociones de gramática histórica española. Barcelona: Biblograf, 1983, p. 49]

 

PARADIGMA

sto

stas

steti

statum

stare

 

PARTICIPIUM

 

Praesens

Perfectum

Futurum

stans, stantis

*

staturus / statura / staturum

 

Genitivus

Dativus

Accusativus

Ablativus

GERUNDIUM

standi

stando

standum

stando

 

fezist

 

«El extraordinario desarrollo de la evolución fonética [en el español arcaico] impedía la regularización del sistema morfológico. Aparte de los contrastes que ofrece nuestra conjugación actual (morimos-muero-muramos), la lengua antigua conservaba otros (tango-tañes o tanzes, vine-veno), en especial los producidos por el mantenimiento de abundantes pretéritos y participios fuertes: sove, crove, mise, tanxe, para los verbos seer, creer, meter, tañer.

La flexión heredada del latín convivía con formas analógicas. Junto a mise (< misi) había metí. Añádase el gran número de duplicidades a que daba lugar la inseguridad fonética (vale-val, dixe-dix, amasse-amás). [...] Y así podremos tener una idea del estado caótico en que se hallaba la flexión arcaica. Valga como ejemplo la segunda persona del pretérito: era dable elegir entre feziste, fiziste, fizieste, fezist, fizist, fiziest, fezieste y feziest; en total, ocho formas.»

[Lapesa, Rafael: Historia de la lengua española. Madrid: Escelicer, 1962, pp. 150-151]

·

«La conjugación –ĔRE se perdió en masa, uniformando su acento sobre el de la –ĒRE, tanto en el infinitivo como en Nos, Vos presente indicativo y Vos imperativo; así vendimus, venditis, vendite se acentuaron, como videmos, -etis, -ete: vendemos, vendeis, vended. El único resto de la conjugación –ĕre lo ofrecen en español tras verbos: fá(cĕ)re far, a la vez que fá(cĕ)re fer, fá(cĭ)mus femos, fá(cĭ)tis feches, fá(cĭ)te fech; vá(dĭ)mus vamos, vá(dĭ)tis vádes, tráhĭte tred; pero todas estas formas están hoy anticuadas, menos vamos, vais

[Menéndez Pidal, R.: Manual de gramática histórica española. Madrid: Espasa-Calpe, 1941, p. 279, § 106]

·

«Los perfectos que en latín tenían radical sin desdoblamiento presentaban alternancia vocálica entre el presente y el perfecto. A los romanos no interesa la alternancia de cantidad (lĕgō, lēgī), pero sí cuando, además, tenía modificación en el timbre (ăgō, ēgī), por más que no poseamos otro ejemplo que facio-fēcī. A este grupo se añade otro par de verbos, muy usados, en los que la alternancia no es latina, sino romance: vengo-vine, veo-vi. En latín pertenecían al grupo de los que tenían alternancia de cantidad.

La conjugación de facio en el perfecto es:

 

fēcī

fize, fiz

fecĭstī

feziste, fizist(s), fizieste

fēcĭt

fezo, fizo

fēcĭmus

fezimos, fizimos

fecĭstĭs

fezistes, fizisteis

fēcĕrunt

ficieron

 

 La conjugación fez- se reacuñó sobre fiz-, donde la forma del lexema era etimológica, y así se tuvo en lo antiguo una doble serie con e o con i:

 

fiz, fize

 

fiziste, fizieste

feziste

fizo, fiz

fezo

fizimos, fiziemos

fezimos, feziemos

fiziestes

fezistes, feziestes

fizieron

fezeron, fezieron

 

El perfecto vēnī padeció metafonía de la e (como fēcī) por acción de la –ī final, con lo que vino a manifestarse con inflexión vocálica con respecto al presente vengo; sobre vine se reestructuró el paradigma del perfeco (vine, viniste, vino, vinimos, vinisteis, vinieron). Del mismo modo vīdī pasó a vide (vi exige el apócope vid).»

[Alvar, Manuel / Pottier, Bernard: Morfología histórica del español. Madrid: Gredos, 1993, §§ 166.3, 166.4 y 166.5, pp. 258-259]

¿Cuándo se convirtió la f inicial en h muda?

 

«Numerosas palabras que en la Edad Media se pronunciaban con f inicial, como fablar, fermosa, han perdido este sonido, sin que se conserven de él más rastro que la h con que hoy las escribimos, mero signo ortográfico sin valor fonético alguno.»

[Gili Gaya, Samuel: Nociones de gramática histórica española. Barcelona: Biblograf, 1983, p. 8-9]

«Consonantes iniciales simples. Por lo general se conservan como en latín. La conservación de las consonantes iniciales tiene, sin embargo, excepciones importantes. La más notable y característica del español es la F, que se convierte en h aspirada, y después de pierde como sonido, aunque la ortografía conserva actualmente la h: facere > hacer, filiu > hijo, fumu > humo. La pérdida de la f se generalizó en la lengua literaria durante el sgilo XV, pero en este siglo y en el siguiente se pronunción frecuentemente la h aspirada. Algunas regiones (Andalucía, Extremadura y parte de Hispanoamérica) conservan todavía la aspiración de la h en el habla popular, por lo menos en algunas palabras.

La f latina no se pierde delante del diptongo ue: fonte > fuente, forte > fuerte y en ciertas palabras sueltas (foedu > feo, feru > fiero).» [ebd., p. 48-49]

·

«La f inicial latina pasó en castellano a h aspirada, que en una etapa más avanzada ha desaparecido (fagea > haya > pronunciación aya.) El foco inicial del fenómeno se limita en los siglos XI y XII al Norte de Burgos, La Montaña y Rioja. Al otro lado del Pirineo, el gascón da igual tratamiento a la f latina (filiu > hilh). Son, pues, dos regiones inmediatas al país vasco, Cantabria y Gascuña, las que coinciden. Gascuña (< Vasconia) es la parte romanizada de la primera zona vasca francesa. Y el vascuence parece no tener f originaria; en los latinismos suele omitirla (filu > iru; ficu > iko) o sustituirla con b o p (fagu > bago; festa > pesta). Además, el vasco – incluso el vizcaíno durante la Edad Media – poseía una h que pudo sustituir también a la f, con la cual alterna a veces. Cantabria, la región española cuya romanización fue más tardía, debió de compartir la repugnancia vasca por la f; es cierto que los cántabros eran de origen indoeuropeo, pero el substrato previo de la región pudo ser semejante al vasco; por otra parte, los cántabros aparecen constantemente asociados con los vascos durante las épocas romana y visigoda. La hipótesis de un substrato cántabro que actuara desde los tiempos de la romanización cuenta con el apoyo de un hecho significativo: en el Este de Asturias y Nordeste de León la divisoria actual entre las pronunciaciones f y h aspirada coinciden con los antiguos límites entre asturas y cántabros. Este substrato cántabro se vio reforzado decisivamente en la Alta Edad Media por el adstrato vasco en la Rioja, la Bureba y Juarros, donde, según se ha dicho, subsistían en el siglo XIII núcleos vascos no romanizados aún.

Fuera de Castilla y Gascuña, el cambio f- > h- o la caída de la f- sólo aparecen en casos o lugares aislados. Es cierto que el intercambio entre f- y h- se ve atestiguado en ejemplos dialectales latinos (hircus – fircus, hordeum – fordeum, etc.); pero siempre habrá que preguntarse por qué razón ha cundido única y precisamente a ambos lados de Vasconia.»

[Lapesa, Rafael: Historia de la lengua española. Madrid: Escelicer, 1962, pp. 27-28]

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«Por encima de las variantes regionales, todavía poco acusadas, existía en el español naciente una fundamental unidad, representada por la conservación de f y y iniciales (farina, yenesta). Ahora bien, estos fenómenos comunes eran radicalmente distintos a los que más tarde habían de propagarse con la expansión castellana (harina, hiniesta, hijo, ojo, viejo, noche, hecho). [...] Se hablaba, pues, un romance precastellano. Tal vez en las montañas de Cantabria, teatro de frecuentes insurrecciones, apuntaran indicios de un dialecto nuevo; pero, dado que así ocurriera, no debían de rebasar los límites comarcales.» [ebd., pp. 93-94]

·

«Formación y caracteres del castellano:

La romanización de Castilla había sido tardía, sin el florecimiento cultural que dio tinte conservador al latín hablado en la Bética. [...] El lenguaje de Castilla adoptó las principales innovaciones que venían de las regiones vecinas, dándoles notas propias. [...] Durante la Reconquista el habla castellana estuvo menos sujeta a presiones retardatarias que la de León. Los elementos gallego y mozárabe, tan importantes en la repoblación leonesa, lo fueron poco en la castellana. Faltan en el condado castellano iglesias de arquitectura mozárabe, que abundan en León y en las inmediaciones de Castilla. En cambio, la toponimia con nombres como Vizcaínos, Bascuñana, Báscones, Basconcillos, Bascuñuelos revela que el factor vasco fue poderoso. No es la primera vez que la Historia halla juntos a cántabros y vascos; unidos aparecen en rebeliones contra los monarcas visigodos. Sabemos que núcleos de pobladores o repobladores vascos hablaban su lengua nativo, no sólo en el siglo X, sino hasta muy avanzado el XIII; esto hace suponer que otros estarían muy superficialmente romanizados. Su adaptación a la fonética latina sería de todos modos imperfecta. Probablemente los cántabros tenían ya dificultad para articular la f labio-dental, pero los vascos, que aun hoy no aciertan a pronunciarla, constribuyeron sin duda a que el castellano reemplazara la f por la h aspirada o la omitiera.

Las circunstancias favorecieron, pues, la constitución de un dialecto original e independiente. En efecto, el castellano fue en la época primitiva un islote excepcional. En primer término se apartaba de los demás romances peninsulares por el especial tratamiento de fonemas y grupos latinos; diferría del resto de España en el paso de f inicial a la h aspirada (hoja, hijo, hoz) o en la pérdida de la f (formaceu > Ormaza, furnellu > Ornilla); suprimía g y j iniciales ante e, i átonas (enero, hiniesta, hermano), y los grupos sc, sc + yod, st + yod daban ç (haça, açada, antuçano) en vez de š, que era la solución dominante en toda la península. Los diptongos ue, ie de suelo, puerta, piedra, tierra separaban el castellano del gallego-portugués, catalán y mozárabe en varias regiones. [...] El castellano poseía un dinamismo que le hacía superar los grados en que se detenía la evolución de otros dialectos. [...] Por último, el castellano era certero y decidido en la elección, mientras los dialectos colindantes dudaban largamente entre las diversas posibilidades que estaban en concurrencia. [...] Los caracteres más distintivos del habla castellana no empiezan a registrarse con alguna normalidad hasta mediados del siglo XI, al tiempo que Castilla va sobreponiéndose a León y Navarra; aumentan entonces los ejemplos de f omitida y h (Ormaza-Hormaza, hayuela), ascómo como los de iello > illo (Celatilla, Tormillos, Formosilla). [...]

Variedades regionales del castellano:

Dentro del territorio castellano había diferencias comarcales. Cantabria, origen de Castilla, fue el primer foco irradiador del dialecto. Allí debieron incubarse los cambios f > h y –iello > -illo, que en los siglos XI y XII aparecen con mayor caudal de testimonios en el Norte de Burgos. Pero el habla de la Castilla cántabra retenía arcaísmos que decaían o había desaparecido en Burgos. [...]

La Rioja, antes navarra, se castellanizó a partir del siglo XI. Muy pronto empezó a sustituir f por h, sin duda bajo la influencia tan inmediata, de Vasconia. El subdialecto riojano, tal como lo emplea Gonzalo de Berceo, se parece más al de la Castilla norteña que al burgalés. [...]

También el lenguaje de la Extremadura castellana (Sur y Este del Duero) ofrecía notables particularidades. En el Poema del Cid, escrito en Medinaceli, hay rimas como Carrión-muert-traydores-sol-noch-fuert; en ellas, sin duda posible, el diptongo de muert, fuert es un retoque de los copistas. [...]

La influencia aragonesa fue intensa en tierras de Soria: algún documento del siglo XII está escrito en aragonés; no es de extrañar que en Mio Cid se encuentren orientalismos como noves o nuoves por ‘nubes’, alegreya ‘alegría’, firgades ‘hiráis’, etc.» [ebd., pp. 130-134]

·

«La f latina, inicial de palabra se conserva en todos los dialectos, menos en castellano. folla > cast. hoja, farina > cast. harina, forno > cast. horno.

La f existe en español en palabras modernas y cultas: fértil, fábrica, fonógrafo, forja, etc. Pero en las palabras primitivas que la lengua elaboró, dándoles su forma, ser perdió la f.

Se ha comentado este fenómeno que sólo ha ocurrido en el castellano. El hecho de que no haya dejado de evolucionar este fenómeno, tiene una historia muy interesante.

El filólogo italiano Isaía Ascoli (1829-1907) fue el primero que llamó la atención sobre el fenómeno de la f inicial. Atribuía el fenómeno de la f a influencias étnicas. Humbolt y Schlegel, fueron los primero en tratar la influencia étnica en el lenguaje. Ascoli atribuye la pérdida de la f a origen vasco. La zona inicial del castellano fue la cantábrica. No se sabe cuál fue la lengua de esta región. El vasco no tiene f, por eso Ascoli supuso la influencia étnica, esto es, la influencia de los cántabros. De aquí nació una larga polémica que aún no ha terminado. Menéndez Pical participó en ella y desarrolló la doctrina de Ascoli, en su obra Orígenes del Español. Hay otro grupo de filólogos representados por Mayer Lübke, que niegan esta influencia étnica.

Mayer Lübke explica la evolución fonética de la cual es partidario, por simple evolución de los sonidos. Supone, que la f se debió de pronunciar en España al principio de la evolución de la lengua. Se apoyó en los primeros ejemplos sin f como horno que no los encontró hasta el siglo XV. En el Poema del Cid todos los ejemplos están con f. En Berceo también, de manera que la f se pierde del siglo XIV en adelante, por una relajación o debilitamiento de este sonido, que se hizo bilabial. En facer, la f se convierte en un soplo, en una aspiración, de ahí vienen jorno, jumo, jacha, jacer.

En la época del descubrimiento de América, la lengua española se hablaba con aspiración y decían jumo, jecho, etc. Así hablaban Fray Luis y Garcilaso. Luego ha desaparecido esa aspiraión y se considera vulgar.

Menéndez Pidal dice que los cántabros no tenían f. Oyeron a los latinos traer un sonido desconocido. En el oído de ellos la f sonaba como aspiración. El parecido entre la f y la h es en verdad, muy grande. Esto es la equivalencia acústica. A pesar de que estos sonidos se forman con distinta articulación, en el oído suenen semejantes.

Menéndez Pidal ha hecho cambiar esta opinión porque ha encontrado ejemplos del siglo XI, en encontrado documentos y nombres de pueblos que ya en el siglo XI se escribían sin h y sin f. Uno es Ormaza, pueblo de la Cantabria. Ormaza es la palabra latina para denominar el molde que se usa para hacer la pared de tierra. Ortiz viene de fortis (fuerte). Los nombres de los pueblos es lo más antiguo y lo que evoluciona menos. La antigüedad de ese fenómeno está comprobada por Menéndez Pidal. Podría preguntársele a los contrarios de la teoría étnica, ¿y por qué esto se ha producido en castellano y no en portugués, en italiano, en francés? ¿Y por qué la lengua española ha tenido esa tendencia? Lo que satisface es, pues, en explicación del fondo étnico o el substrato.»

[Marrero, Carmen: 40 lecciones de historia de la lengua española. Madrid: Playor, 1975, pp. 30-32]

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«Un rasgo característico, que distingue al español de las otrsa lenguas iberorrománicas y de la mayor parte de lenguas y dialectos románicos, es que en aquella lengua la f latina en principio de papalabra se hizo aspirada y luego desapareció (por ejemplo lat. folia esp. hoja, pero cat. fulla, port. fohla, it. foglia, fr. feuille, rum. foaie, etc.). La f- latina, que en español se había conservado hasta fines del siglo XV, durante los siglos XV y XVI se hizo aspirada, y prácticamente se volvió muda ya en el siglo XVII. Otro territorio románico que en la aspiración de la f- va todavía más lejos que el español, es el gascón (lat. filum, fabrum, furnum > gascón hiéu, hàure, hoùrnou). Mientras que en español, sobre todo delante del diptongo ue y en el grupo consonántico fr, la f- se ha conservado, en el gascón se ha aspirado (lat. focum > gasc. houèc, esp. fuego; lat. frigidum, fraxinum > gasc. herét, heréchou (con epéntesis de e entre la f y la r), esp. frío, fresno). Esporádicamente la aspiración de la f- latina aparece también en toponímicos derivados del latín fines, fundum fanum en la Francia septentrional y oriental. Además aparece en la Italia septentrional y meridional y hasta en el mismo latín, dende la alternancia de f : h (faba : haba, faedus : haedus) es atribuida a un influjo dialectal. [..]

Que para el cambio de f en h en el español y el gascón deba admitirse una influencia ibérico-vasca que en cambio no puede admitirse en los demás casos citados, es un hecho fundado sobre razones urgentes: 1), porquie en el vasco la consonante f es desconocida y en los préstamos vascos del latín o se ha perdido completamente o bien se ha convertido en h aspirada, en p- o en b- (lat. filum > vasco hirun, irun, iru, piru, biru; lat. ficus > vasco iko, biko, piko); 2), porque el cambio f > h se encuentra en dos lenguas confinantes con el vasco – o sea, el español y el gascón –, lenguas de poblaciones que tienen una base étnico-histórica común, ibérico-hispana e ibérico-aquitánica respecticamente. A esto hay que añadir que la concordancia española-vasca-gascona en la aversión a la f- se repite en estas tres lenguas también en la repugnancia por la r-. En la fase más antigua del vasco no se encuentra ninguna palabra que empiece por r. Las palabras latinas con r inicial reciben en vasco una vocal epéntica (lat. regem, rotam, ripam > vasco errege, errota, erripa). Lo mismo ha ocurrido en el gascón, en el castellano y en el aragonés (gasc. arròdo, arrìu < lat. rota, rivum; esp. arrancura, arrazón, ya en los siglos XI y XII, para el antiguo esp. rancuna y esp. razón; el ar. arriyér < lat. ridere).

En conclusión, en el caso de f > h tenemos que habérnoslas con un cambio español-vasco-gascón orgánicamente conexo y geográficamente ininterrumpido, que no puede en absoluto atribuirse a poligenesia o a la casualidad, sino que debe ser atribuido a un motivo común, esto es, al substrato ibérico cubierto en ambos lados del Pirineo por el estrato románico, el cual substrato está actualmente presente en el adstrato vasco. [...]

La pronunciación h- se propagó desde el Norte, donde tuvo su cuna, hacia el Sur con la Reconquista, pero de tal manera que en el siglo XIV, por ejemplo, en Toledo, al lado de formas con h-, predominan las con f-, y hasta cuando hacia fines del siglo XV la pronunciación h- hubo vencido en la lengua literaria, existía un predominio de h- en una edición de una obra del siglo XVI, y un predominio de f- en otra edición de la misma obra. Se trata de una lucha que no ha terminado todavía, pues aún hoy existen zonas donde se pronuncia f-, como en el alto Aragón, Asturias, etc.»

[Vidos, B. E.: Manual de lingüística románica. Madrid: Aguilar, 1968, p. 208-211]

La lengua del Cantar de Mio Cid (1140)

 

«Este poema marca una determinada riqueza de la lengua en el vocabulario militar: sillas, escudos, arzones, pendones, estriberas, etc., todo el vocabulario relativo a la estimación de los actos de la conducta y de la caballería. En esta época se fijan mucho los valores éticos del hombre (honra, ferida, fonta o traje, etc.).

Son escasos en la obra los materiales lingüísticos sobre la vida corriente. Esta vida estaba desarrollada con condiciones de vida ciudadana. (Torneos, capitales, vida familiar, y los elementos de esta vida ordinaria.) No falta el vocabulario relativo a los oficios, a la vida agrícola, nombre de árboles, frutas, insectos. Pero estas 4.000 palabras usadas no quiere decir que la lengua estuviera reducida a estas 4.000 palabras solamente. [...]

El Cantar da la idea de una lengua muy elaborada. Ya tenía que haber una literatura anterior para componerse un poema como éste. Las descripciones, la composición de los versos, la adjetivación demuestran la maestría. En El Cantar, está la lengua mucho más cerca de nosotros que el latín vulgar. Revela ser el producto de una experiencia de lengua muy desarrollada.

Rasgos del Poema:

1.    La fonética tiene todo lo esencial de la lengua moderna comparada con el latín vulgar: La diptongación de las vocales, la sonoridad de las consonantes.

2.    Otro rasgo lo constituyen esas palabras que tenía la p, t y c. El español las suaviza y de lupo dice lobo, en vez de rueta, dice rueda, en vez de placa dice llaga, apoteca, bodega (tiene las tres). Todo esto está fijado ya.

3.    La conjugación aparece en todos los modos y los tiempos. Aparecen perdidos los elementos de la conjugación latina que no pasaron al español.

4.    El género de los nombres: masculino y femenino aparece ya en El Cantar. El número también: plural, singular.

Algunos han variado, rasgos peculiares: El diptongo ue no era general: fuont, al lado de fuente; puont al lado de puente. Es huella probablemente dialectal, local, que no era del castellano de Burgos. El autor presenta indicios de pertenecer a la zona de Alcarria y de la zona que hay en Castilla entre Madrid y Aragón. Debió de ser, si no testigo de los hechos del Cid, pues éste realizó su viaje desde el 1070 al 1080, y aquel escribió el poema 60 años después, pot lo menos conocido de su vida. Este héroe no es legendario, era conocido por la gente vieja, que leía los versos. Los acontecimientos eran recientes. Es la idealización de un hombre de carne y hueso. Por eso su lenguaje es realista, y de ahí es que se puede sacar en limpio el ambiente de la época. Su lenguaje tiene un carácter geográfico.

Este diptongo uo, desaparece con el Cantar del Cid. Las otras obras que luego aparecen, no tienen este diptongo. Le sustituye el diptongo moderno ue.

En El Cantar se transmite la pérdida de la vocal final. El Cantar tiene muchos apócopes: muert, bien, tien, fount, igual en el verbo, en el adjetivo y en el sustantivo. La restitución de la e final, luego vuelve. Esta pérdida de la e final ha perdurado en el francés, catalán y provenzal. Ha reaccionado el español contra ese apócope. Un rasgo muy curioso de ese apócope es el de los pronombres: traer-me, te digo, se casa. Estas palabras perdían la e, diom, cuando eran enclíticas. Ejemplo: nom lo da, se hace nombloda: no mo lo da. El apócope de los pronombres dura siglos. No desaparecen al mismo tiempo.

El Cantar del Mio Cid, siendo la obra más antigua de la literatura castellana, produce la impresión de no ser difícil de entender. Presenta su lengua gran cantidad de vocablos conocidos. Este vocabulario, en su mayor parte, ha persistido. Es de la misma fecha que las gestas francesas, y la mayor perte de lo que dice se entiende, mientras que la Chanson de Roland, poema épico francés, no es entendido ni por un estudiante que conozca bien la lengua. La fijación de la lengua en el siglo XIII había hecho tal progreso fonético, morfológico, de vocabulario y sintaxis, que hoy ha perdurado esta lengua; está más cerca de lo moderno, porque es una lengua moderna, en su estructura. [...]

Tenía muy pocos diminutivos la lengua antigua; hoy tiene muchos y hace gan uso de ellos. Este es uno de los rasgos en que se diferencian más. Sólo hay en la antigua, el caso de poquiello (poquito). [...] Se nota, también, la falta de superlativo. El sufijo ísimo apareció muy tarde, como un cultismo, después de El Cantar.

Se usaban en El Cantar y otros textos unos pronombres que ya no se usan: cascuno – cada uno. Existían yo, tú, él, pero no existía el nosotros; el plural era nos, vos y ellos. No existían vosotros ni usted, ni vuestra merced, ni las formas de tratamiento, vuestra señoría, vuestra majestad, vuestra ilustrísima. [...]

La lengua no nace con esta diferencia entre los tiempos perfectos. La diferencia entre los tiempos es una creación de la lengua ya romance y nace como una necesidad de matizar. Ha querido distinguir un pasado lejano, de un pasado próximo. Este matiz lo tienen todas las lenguas romances. El español lo mantiene con una perfecta claridad, por lo menos, en la lengua literaria. En la hablada se usa más el pasado expresado con el perfecto simple.

Otro elemento que distingue la lengua antigua de la moderna es la formación del futuro. Desapareció el futuro simple del latín. [...] Haber y tener significaban lo mismo. Tener era muy poco usado. Tampoco entre ser y estar había diferencia. Ser era más usado. Desempeñaba sus funciones de la lengua moderna y las de estar.» [ebd., pp. 33-37]