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La figura del conquistador © Justo Fernández López Hispanoamérica - Historia e instituciones
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LA FIGURA DEL CONQUISTADOR
Los Reyes Católicos fortalecieron el poder real, mermando los privilegios de la nobleza. La tendencia autoritaria de los soberanos se advierte en que durante su largo reinado, las Cortes se reunieron muy pocas veces. Su línea política era ya renacentista.
Los conquistadores tenían, sin embargo, una mentalidad bastante feudal y les costaba someterse a una autoridad superior cuando creían que habían adquirido méritos para subir en la escala social. De hecho, en las Capitulaciones pactadas entre los reyes de España y el respectivo conquistador, el conquistador quedaba obligado a llevar a cabo la empresa a cambio de ciertos beneficios, mercedes y franquicias, que la corona otorgaba a aquél y a quienes formaban su comitiva.
Fue tónica común a los conquistadores españoles el actuar por su cuenta y riesgo: un conquistador, sin haber obtenido permiso real, tomaba un territorio desobedeciendo la autoridad de su superior; éste enviaba una expedición para castigar al rebelde; el rebelde capturaba al enviado por su superior; en otros casos, el rebelde era capturado y ejecutado.
«Los conquistadores eran en su mayor parte andaluces y extremeños. Extremadura y Andalucía son las tierras más bajas de España: las tierras a donde tardó más tiempo en llegar la Reconquista y donde más tiempo se detuvo. Sus hombres estaban, pues, templados por una experiencia más larga de guerra. Además, son las tierras españolas más calurosas. Sus hombres estaban mejor preparados para resistir las altas temperaturas americanas. Segar un trigal cordobés en agosto, no es mala preparación para conquistar tierras tropicales.» [José María Pemán: Historia de España. Cádiz: Escelicer, 1958, p. 215]
«Tras las conquistas de Hernán Cortés, la Corona se percató de que en vez de pagar como gobernadores a burócratas o nobles, mediocres por cierto y con escasa iniciativa, podía conseguirlos mejores y sin desembolsos aceptando la iniciativa privada de los conquistadores, tras el proceso selectivo que entre ellos operasen la suerte y el destino.
Asimismo merece subrayarse el hecho de que los conquistadores, procedentes de una sociedad estamental en la que ya cada uno nacía y casi siempre moría en el mismo lugar de la escala social, comprendieran que la extinguida frontera del Medievo y sus oportunidades de movilidad social se habían abierto de nuevo para los inteligentes, los fuertes, los audaces y los afortunados. A la nueva frontera, asumiendo los mayores riesgos, un individuo de baja extracción social podía “ir a valer más”, y obtener otra vez, como el Cid y como los primeros nobles castellanos, prestigio, gloria, dinero, poder e incluso nobleza. El conquistador podía contar, además, con la reconfortante seguridad de estar laborando por algo trascendental y que empezaba a ser –según pronto escribiría un cronista– lo más importante que había sucedido en el mundo desde que Cristo vivió y murió en él para salvarlo. Una gigantesca fuerza había sido creada y puesta en movimiento.» [Céspedes, Guillermo: “La conquista”. En: Carrasco, Pedro / Céspedes, Guillermo: Historia de América Latina. Madrid: Alianza Editorial, 1985, vol. 1, p. 327-328]
Los conquistadores llegaron a América en el Renacimiento, pero eran portadores de una mentalidad todavía feudal, propia de la Edad Media. La política de la Corona de Castilla, por en contrario, iba ya camino de establecer un estado centralista moderno, siguiendo la máxima renacentista de “que mande uno y obedezcan todos”, lo que la llevó a mantener una relación tirante y conflictiva con la nobleza, como reflejará muy bien el teatro de Lope de Vega más tarde.
«Los métodos y el espíritu de la Reconquista que acababa de finalizar en España con la conquista de Granada, último reducto musulmán en la península, aparecen de nuevo en la acción llevada a cabo por los colonizadores españoles en América. Pocos numerosos, los conquistadores se preocuparon sobre todo en imponer a los autóctonos su lengua, su religión, su cultura y sus modos de vida. El español practicó una colonización de dirección y gestión. Sustituyó a los nobles aztecas, tomo el lugar de los jefes indios, ejerció su autoridad en el ejército, la administración y la Iglesia; la explotación de las minas o la dirección de las grandes haciendas. En una colonización de este tipo, apoyada en la utilización de la mano de obra india, no queda lugar para un pequeño campesinado español. Se aprecia la diferencia entre este tipo aristocrático de colonización, abarcando grandes extensiones, y el que los campesinos franceses o ingleses aplicaron más tarde sobre las orillas del San Lorenzo o en Nueva Inglaterra, roturando y cultivando ellos mismos la tierra y rechazando a su paso a los indios. [...]
En México y América central, los españoles en sus relaciones con los indios introdujeron el sistema feudal, aplicando, en el terreno económico, las concepciones mercantilistas. Hasta mediados del siglo XVI los dos móviles esenciales de la conquista fueron, de una parte, la búsqueda de oro, y, de otra, la dominación de las regiones indias muy pobladas a las que se obligaba a pagar un tributo a los conquistadores (oro, algodón, cacao) así como a proporcionar la mano de obra necesaria. Al igual que el señor debía proteger a su pueblo, los soldados y los nobles españoles, ascendidos a la categoría de encomenderos, debían proteger a las comunidades indias de la encomienda concedida.
La Corona controlaba en este sistema la mejor manera de integrar a los indios a la sociedad hispánica del Nuevo Mundo, enseñándoles el idioma y convirtiéndoles al catolicismo. Sobre el terreno, los conquistadores encontraban la ventaja de percibir los tributos al tiempo que se procuraban todos los trabajadores necesarios. La Corona se esforzó en evitar los abusos y terminó por prohibir a los encomendadores la requisa de trabajadores. Un nuevo sistema, el repartimiento, permitió reclutar la mano de obra entre las comunidades indias: un magistrado fijaba al propio tiempo el número de trabajadores que era posible enrolar y el salario que debería pagárseles. De hecho, el sistema de servidumbre se introdujo poco a poco. Los grandes propietarios hacían uso de poder para establecer en sus dominios a peones indios; el endeudamiento de estos peones constituía el mejor medio de retenerlos y convertirlos en verdaderos siervos. La esclavitud no desempeñó, por el contrario, más que un papel secundario. Los esclavos indios eran elegidos entre los prisioneros por haberse levantado en armas contra los españoles. Los esclavos negros importados de África eran poco numerosos y trabajaban en las Grandes Antillas o en las tierras cálidas de la Tierra Firme.
La búsqueda de yacimientos de oro constituyó la principal actividad. Ésta aseguró en el transcurso de los primeros decenios del siglo XVI la reputación de Santo Domingo y, en menor medida, también la de Cuba y Puerto Rico. La región de Panamá fue bautizada con el nombre de Castilla del Oro.» [Guy Lasserre: América Media. Barcelona: Ariel, 1975, p. 73ss.]
PROCEDENCIA DE LOS CONQUISTADORES
«Los hechos, las crónicas y los documentos de la época muestran la diversa personalidad de unos hombres que debieron, además, adaptarse a diferentes circunstancias. Procedían, en su mayoría, de las tierras de Andalucía, Extremadura y Castilla, y pertenecían a todos los estratos sociales, predominando los hidalgos y escuderos, sin que faltaran los artesanos, mercaderes y algunos labradores. Fueron, como señaló Hernán Cortés, “hombres de diversos oficios y pecados”. Su formación cultural, de acuerdo con la tónica general de la época, fue más bien escasa, lo mismo que su formación guerrera. A pesar del carácter esencialmente militar de la conquista, muy pocos de sus protagonistas eran soldados de profesión o contaban con una experiencia previa en las guerras de Granada, de los Países Bajos o en las campañas de Nápoles.
Las acciones de los conquistadores españoles en América han sido enjuiciadas desde enfoques muy distintos. A la imagen del conquistador, que algunos historiadores españoles quisieron propagar, de fiel soldado, patriota y defensor de la doctrina cristiana en las nuevas tierras, se opone la visión del conquistador como hombre ambicioso, sin escrúpulos, ávido de oro, mujeres y tierras, cruel y sanguinario con los indios, que las denuncias de Bartolomé de Las Casas y la denominada leyenda negra contribuyeron a difundir. El conquistador español fue un hombre de su tiempo, moldeado por unas circunstancias históricas concretas, al que hay que valorar dentro de los cánones morales de su época y no desde los principios éticos actuales. El estudio de la Europa de aquel momento demuestra que lo que hoy consideraríamos crueldad e intolerancia religiosa, así como desprecio por los derechos humanos, eran características presentes en todo el continente.
Algunos historiadores han insistido en un lema que recoge las tres preocupaciones fundamentales o impulsos básicos del conquistador del Nuevo Mundo: “oro, gloria y Evangelio”. El aprecio por el oro, símbolo máximo de la riqueza, es innegable. Para Bernal Díaz del Castillo, él mismo participante en la conquista de México y cronista de aquellos hechos, los conquistadores iban a América “por servir a Dios, a su Majestad y dar luz a los que estaban en tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente buscamos”. La codicia por el oro y otras riquezas fue, a la vez, aliciente para superar peligros y adversidades y causa de gran parte de la violencia y de las crueldades de los conquistadores. Pero el oro se ambicionaba no tanto como un fin en sí mismo, sino como un medio para conseguir poder y prestigio. Las tierras de América permitían a un hombre de baja condición social obtener riquezas, poder y reconocimiento de los demás. El conquistador anhelaba obtener un buen botín o una buena encomienda que le diera tranquilidad y bienestar para el resto de sus días, pero las aspiraciones de oro y riquezas no siempre se lograban, ni compensaban los grandísimos esfuerzos que las campañas requerían.
No faltaron los conquistadores que perdieron su fortuna recién adquirida en la financiación de una desgraciada campaña, que podía acabar también con su vida. Por otra parte, los distintos monarcas estuvieron siempre en guardia y no permitieron que se consolidaran los sueños feudales de los conquistadores, cuya máxima aspiración era la obtención de extensas tierras en señorío. El mayor beneficio que les concedieron fue la encomienda, pero por tiempo y con poderes limitados.» ["Conquistador." Microsoft® Encarta® 2009]
OBJETIVOS DE LOS CONQUISTADORES
«Las hazañas emprendidas y la obtención de riquezas permitían el ascenso social y, lo que era más importante, ganar prestigio, gloria y fama. Para muchos conquistadores, el ‘hombre de honra’ era el hombre noble por excelencia, aquél que adquiría esta categoría no tanto por los títulos heredados de sus progenitores como por sus valiosas acciones. Las empresas americanas concedían esta nueva nobleza, más importante que la de sangre. Anhelaron un título de la nobleza de Castilla como reconocimiento por sus acciones, pero no les fue concedido. La antigua nobleza castellana no estaba dispuesta a aceptar en su seno a estos hombres de baja y oscura condición, nuevos ricos, arrogantes y altivos, que solicitaban honores y títulos. Muchos de estos conquistadores compensaron su carencia de títulos adoptando la dignidad externa de la nobleza, pero llevándola a extremos ostentosos y exagerados. El lujo de sus moradas y de sus atavíos era la expresión externa y simbólica del poder, del prestigio y de la honra que creían merecer y que querían mostrar a los demás.
Difundir el catolicismo y atraer a los indios a la doctrina cristiana (la denominada evangelización de América) fue un objetivo prioritario de la conquista, porque la legitimaba. Aunque resulte difícil reconciliar la guerra, los saqueos y los abusos perpetrados contra los indios con el deseo de propagar la religión cristiana, no debe olvidarse que el conquistador español estaba convencido de que se servía a Dios expulsando a los infieles de su tierra —como había sucedido con los musulmanes de la península Ibérica durante la Reconquista— o convirtiendo a los indios al cristianismo por la fuerza. Los conquistadores españoles dieron muestras de una religiosidad militante y agresiva propia de cruzados o de hombres que se creyeron predestinados para ensanchar los límites de la cristiandad y para difundir el Evangelio.» ["Conquistador." Microsoft® Encarta® 2009]
LA INSTITUCIÓN DE LA ENCOMIENDA
«La situación planteaba serios problemas de orden ético y jurídico, puesto que los indios habían sido declarados súbditos del rey, para obtener de ellos un tributo y justificar la soberanía castellana en aquellas tierras; pero como súbditos tenían derecho a su libertad, sin que se les pudiera someter ni a esclavitud ni a trabajo forzoso. Sin embargo, si se abolía éste, era imposible continuar el negocio del oro por falta de mano de obra no cualificada. Durante el gobierno de Diego Colón (1509-1515), hijo del descubridor y entroncado por matrimonio con la nobleza castellana, se hallaron dos fórmulas que permitirían hacer a cada uno de su capa un sayo, aunque respetando exteriormente la ley y la justicia. Estas fórmulas serían, respecto a los indios de guerra, la guerra justa o defensiva; para los indios de razón, la encomienda.
En el caso de que pacíficos europeos dedicados a la explotación o el rescate se viesen atacados, sin provocación ni motivo, tenían derecho a defenderse y a esclavizar a los prisioneros de guerra así obtenidos. A los indios de razón se les aplicó la encomienda, vieja institución medieval nacida en la frontera peninsular: un hombre libre y sin recursos servía a un señor o encomendero a cambio de protección, cobijo, alimento y vestido (encomienda personal); o un pequeño propietario libre cedía al señor toda su tierra, o parte de ella, o bien pagaba un censo o canon en especie a cambio de protección eficaz contra los enemigos musulmanes (encomienda territorial).
Los repartimientos de indios se convirtieron en encomiendas de indios, y el empresario minero en encomendero; nada variaba en la práctica, pero en teoría se dignificaba el sistema. El encomendero protegería a sus indios, como en la antigua encomienda personal, y obtendría para sí el oro recogido en lugares que sin duda pertenecen a los indígenas, tal ocurría en la vieja encomienda territorial. Por añadidura, se acabó permitiendo llevar a las explotaciones auríferas a indios de las denominadas “islas inútiles” –las Lucayas, hoy Bahamas–, que en un periodo de cuatro años quedaron despobladas.» [Céspedes, Guillermo: “La conquista”. En: Carrasco, Pedro / Céspedes, Guillermo: Historia de América Latina. Madrid: Alianza Editorial, 1985, vol. 1, p. 312-313]
«Elemento decisivo para la casta cristiana, lo que la hizo al fin triunfar contra el infiel y contra el correligionario, fue la estima y el culto de lo que llamaría “la dimensión imperativa” de la persona. Si el hispano-judío se destacaba por su aguda inteligencia y el moro por su industriosidad constructiva y laboriosa, el cristiano se especializó en el cultivo del esfuerzo heroico y batallador. La Crónica de don Juan II hace decir a un moro en 1410: “La gente del reino de Granada era menuda y mal armada, e habían de pelear con los cristianos que eran hombres de fierro”.
En el mismo siglo escribía Alonso de Palencia, que los españoles eran “varones dignos de ser antepuestos a todos los mortales en sostener fuertemente todos los trabajos de la guerra”.
Los citados juicios se refieren al modo de comportarse de los españoles y no a abstractos rasgos de psicología colectiva. [...]
Alonso de Palencia escribió el Tratado de perfección del triunfo militar en 1459 con miras a “levar melezina a la enfermedad de los españoles”, debida a no combinar su capacidad combativa con la discreción, “con el estudio de las artes”; porque como dice el autor por boca del “Ejercicio militar”, “yo soy español nacido en provincia que no se da a la compostura de razonar”. “Parece que los españoles siguen la guerra incitados por naturaleza”.
Tal era el tipo de hombre surgido durante los siglos de desmembración cristiana, de pelea casi constante y de aspiraciones ilimitadas. Palencia discierne con gran justeza que el español “desdeña las cosas más provechosas”, y “juzga ser cosa indigna, si no alcanza los lugares más altos de los fechos”. Con tal disposición de vida fueron superadas situaciones críticas y angustiosas. Y superadas o no, gracias a ellas se originaron las obras más valiosas y permanentes de la civilización española. Desde Hernán Cortés, Pizarro y sus parejos, hasta los misioneros y exploradores de California a fines del siglo XVIII, la historia de las Indias fue un continuo intento de superar lo insuperable. [...]
El enorme valor concedido a la propia persona, a su “dimensión imperativa”, y el descuido de la cultura (razonar, estudio de las artes, según Palencia) son fenómenos solidarios de la situación originada por la proximidad y el prestigio de los musulmanes, por la necesidad de superarlos, ya que los reinos cristianos habían comenzado a existir con un déficit inicial de cultura.”» [Castro, Américo: Los españoles: cómo llegaron a serlo. Madrid: Taurus, 1965, pp. 123-125]
«La imagen que los españoles se trazaba de sí mismos era la reflejada por el agudo jesuita Baltasar Gracián: “Hay naciones enteras y majestuosas, así como otras sagaces y despiertas. La española es por naturaleza señoril; parece soberbia, lo que no es sino un señorío conatural... Así como otras naciones se aplican al obsequio, ésta no, sino al mando.» [Castro, Américo: Los españoles: cómo llegaron a serlo. Madrid: Taurus, 1965, p. 141]
LA CRUELDAD DE LA CONQUISTA
El hispanista británico Hugh Thomas relativiza el carácter depredador de los conquistadores españoles al compararlos con los de otros países. El historiador dirige un curso en El Escorial sobre la construcción del imperio español.
“Los conquistadores españoles fueron los primeros en ver a los indios de América como seres humanos y no como animales”. Lo dice el historiador Hugh Thomas, y añade que es un dato poco recordado, pese a ser una de las claves de la conquista española de América. Thomas (Windsor, Gran Bretaña, 1931) explicó que los conquistadores españoles dejaron más supervivientes que los ingleses. Quizás, conjetura el historiador, el hecho de que hubiera más supervivientes para rememorar su crueldad puede explicar en parte la fama de los colonizadores españoles. “En América del Norte los indios están totalmente desaparecidos, o confinados en reservas en el centro del continente, mientras que en México o Perú hay muchos indios y muchos mestizos”, dice el hispanista británico.
El autor de Conquista: Moctezuma, Cortés y la caída del viejo México achaca a una mezcla de “miedo, crueldad e ignorancia total de la sociedad taína” que habitaba la isla de Santo Domingo la violencia con que se llevó a cabo la conquista. Thomas no niega la crueldad que emplearon los descubridores españoles, pero piensa que se debe reconocer a España haber sido el único imperio que se planteó “si tenía derecho a estar en la Indias”. Añade que a pesar de que había posiciones enfrentadas, la corona española fue la única que aceptó “que los indios eran humanos y tenían alma”, un debate que fomentó Bartolomé de las Casas y que influyó también en los conquistadores portugueses.
Hugh Thomas, que desde 1981 ostenta el título de lord como Barón de Swynnerton y es miembro de la Cámara de los Lores, dirige estos días un encuentro en la Universidad Complutense sobre La construcción del imperio español. Según Thomas, los últimos 10 años del siglo XV constituyen “la década más importante de la historia del mundo”.
¿Cómo pudo España construir el mayor imperio europeo en América en sólo dos generaciones? Thomas ve dos explicaciones. Por un lado, la entonces reciente conquista de Granada a los musulmanes, que había acostumbrado a los españoles a guerrear. Y por otro:
“Los españoles tenían desde la Edad Media la idea de que detrás de una nueva frontera, siempre había otras”. El historiador, que ha escrito un ¿quién es quién? dedicado en exclusiva a los conquistadores, ofreció ayer una conferencia sobre Diego Velázquez, el primer gobernador de Cuba, “un personaje olvidado del que no se ha escrito ninguna biografía y del que no tenemos un retrato hecho en vida”. El interés de Thomas por este conquistador, del que apenas existen documentos, salvo algunas menciones de De las Casas, es precisamente rescatar del olvido “a quien participó en algo tan importante como la conquista de Cuba, que fue colonia española durante 400 años y que aún hoy, con un futuro tan incierto, reserva un papel importante para España”.
Según relata el autor de La guerra civil española, De las Casas describe a Velázquez como un pelirrojo corpulento, orgulloso de su familia, amable, bromista y amigo de las fiestas, “que perdonaba con la misma facilidad con que perdía los estribos”.
“Diego Velázquez nació hacia 1464 en Cuéllar (Segovia), posiblemente en un palacio de la calle San Pedro, cuyo portón comparten hoy día una lavandería y un café”, leyó Thomas en su conferencia. “Cuéllar era entonces una ciudad grandiosa. Velázquez perteneció a una familia que aportó nombres importantes a la historia medieval española. No se sabe si de ella descendió el gran pintor universal”. “No me sorprendería que un día descubriéramos que uno de los hermanos del gobernador, Antón, Ruy o Gutierre, tenía un nieto llamado Juan y que éste sería el abuelo del pintor”, aventura Thomas.
“En 1493, un año después de luchar en la última campaña contra la monarquía islámica de Granada, Velázquez partió para las Américas, embarcado junto a 200 caballeros en el segundo viaje a las Indias de Cristóbal Colón, el que lo llevó a Santo Domingo. Que se sepa, Velázquez nunca regresó a Europa”.
“En 1510, el hijo de Cristóbal Colón, Diego, autorizó a Velázquez a conquistar Cuba. En su empresa le acompañó como secretario el extremeño Hernán Cortés, además del sacerdote sevillano Bartolomé de las Casas. Primero asentado en Baracoa y más tarde en Santiago, Velázquez fue gobernador de Cuba durante 13 años, de 1511 a 1524”.
LA FIGURA DE HERNÁN CORTÉS
Tal vez tenga la culpa el conquistador extremeño Hernán Cortés de que Diego Velázquez no haya pasado a la historia. Hugh Thomas explica que el gran error de Velázquez fue elegir a su ex secretario Cortés, a quien llamaba burlonamente Cortesito, para encabezar, hacia 1517, la tercera expedición que partiendo de Cuba iniciaba la conquista de México, que entonces se veía como otra isla.
Cuando Cortés se le insubordinó, dispuesto a asentarse por su cuenta en México, Velázquez trató primero de sustituirlo y luego de detenerlo. Llegó a provocar una guerra entre españoles. Pero no pudo pararlo.
Según Hugh Thomas, Velázquez “no superó nunca la decepción que experimentó al ver que después de 1521 todo indicaba que las hazañas de Cortés eran tan grandes como sus ganancias”.
PRINCIPALES CONQUISTADORES
En la frontera entre las concepciones medievales y las renacentistas, el conquistador español del Nuevo Mundo quiso alzarse sobre un destino impuesto por su nacimiento y emular las aventuras de los héroes de las novelas de caballerías, en el horizonte de nuevas posibilidades y expectativas de poder y de gloria que América le ofrecía. Entre los conquistadores cabe destacar a los siguientes:
Hernán Cortés, en 1521 tomó Tenochtitlan, la capital del Imperio azteca
Pedro de Alvarado, compañero de Cortés y fundador de la actual ciudad de Guatemala (1525)
Pedro Arias Dávila, gobernador de Castilla del Oro y fundador de la ciudad de Panamá (1519)
Juan Vázquez de Coronado, conquistador y gobernador de Costa Rica (1561-1564)
Francisco Vázquez de Coronado, hermano del anterior y explorador del territorio del actual estado de Kansas (1541-1542)
Francisco de Ibarra, conquistador de Nueva Vizcaya (1562), en el norte del virreinato novohispano
Pánfilo de Narváez, conquistador y primer gobernador de Florida (1528)
Cristóbal de Oñate y su hijo Juan, gobernadores de Nueva Galicia (1536-1544, aproximadamente) y de Nuevo México (1598-1607), respectivamente
Diego de Nicuesa, Alonso de Ojeda y Vasco Núñez de Balboa (el descubridor del océano Pacífico en 1513), los tres destacados exploradores y conquistadores del área centroamericana durante la primera década del siglo XVI
Diego Velázquez de Cuéllar, gobernador de Cuba y fundador de La Habana (1514)
Juan de Esquivel, conquistador de Jamaica (1509-1513)
Juan Ponce de León, gobernador de Puerto Rico (1508-1511)
Francisco Pizarro y sus hermanos Gonzalo y Hernando, así como Diego de Almagro y Sebastián de Belalcázar, en lo que se refiere al territorio que habría de conformar el virreinato del Perú, establecido en 1542
Diego de Ordás, el primer europeo que remontó el río Orinoco (1531)
Diego de Losada, el fundador de la actual ciudad de Caracas (1567)
Pedro de Mendoza, fundador de la primigenia Buenos Aires (1536)
Domingo Martínez de Irala, gobernador del Río de la Plata (1552-1556)
Juan de Garay, refundador de la definitiva ciudad de Buenos Aires (1580)
Pedro de Valdivia, quien comenzó la conquista de Chile y fundó la actual ciudad de Santiago (1541)
Miguel López de Legazpi, conquistador de las islas Filipinas y fundador de Manila (1571)
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