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Haciendas y latifundios

© Justo Fernández López

Hispanoamérica - Historia e instituciones

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LAS HACIENDAS Y EL LATIFUNDIO

Las haciendas

«El reparto de tierras entre los conquistadores para su explotación agropecuaria fue el punto de partida de esta propiedad que, con el paso del tiempo, dio lugar a una acumulación de tierras como símbolo de prestigio y poder dentro de la sociedad colonial, acrecentando el dominio de los mayorazgos. A finales del siglo XVI la Corona comenzó una política de revisión de las propiedades acumuladas de forma ilegal, que se habían producido a través de la ocupación de tierras que aparentemente no tenían propietarios, tierras de nadie, e inició su venta por medio del sistema de 'composiciones'. Esta fórmula supuso en muchos casos la devolución de las tierras, mediante un pago que regularizaba la situación, a los propietarios ilegales, que habían sido obligados a entregarlas. Otra forma de devolución de estas tierras por parte de conquistadores y encomenderos fue la 'restitución', generalmente realizada a la Iglesia, que, con estas aportaciones, y las donaciones de particulares se convirtió en propietaria de múltiples y extensas haciendas, que sólo en algunas ocasiones fueron consideradas como tierras de uso común.

La mano de obra procedió de la población indígena, sustituida o complementada en algunas áreas por los esclavos negros. El trabajo forzoso establecido por turnos, como la mita, dependió del corregidor de indios, autoridad indígena que actuaba en los pueblos de indios, como intermediario entre la población y las autoridades coloniales.

Las primeras haciendas se formaron en torno a los núcleos urbanos y se dedicaron a su abastecimiento, pero rápidamente se fueron ampliando con la introducción de cultivos importados como la caña de azúcar, la vid, el olivo y los cereales, y el aprovechamiento de los locales como el algodón, el tabaco o la coca, con criterios mercantilistas. La eclosión de los centros mineros dio paso también a una producción de las haciendas basada en el abastecimiento de estas sedes.» [Microsoft ® Encarta ® 2009. © 1993-2008]

«Hacienda: Unidad de producción agrícola constituida por una propiedad rural bajo el dominio de un propietario, explotada con trabajo dependiente o esclavo, con un empleo escaso o intensivo de capital y que produce para el mercado.

De gran raigambre en el continente americano, el término "hacienda" toma distintos nombres de acuerdo con la región donde está ubicada y tiene pequeños matices que las diferencian. Unas veces será fundo, chacra, estancia o granjería, otras hacienda propiamente dicha y en el caso de la agricultura exportadora tropical se conoce como plantación. En el área andina, está relacionada históricamente con la permanencia de grupos indígenas que usufructuaban parcelas comprendidas dentro de sus terrenos.

Algunos autores identificaron el origen de la hacienda con la concesión de encomiendas a los conquistadores en el siglo XVI, pero investigaciones históricas demuestran que la Corona española no otorgó inicialmente derechos sobre la tierra, sino que les asignó un número determinado de nativos para explotarlas y recoger los tributos, concediéndoles una parte de la producción a cambio de su cuidado e instrucción. Más tarde se otorgaron encomiendas a descendientes de conquistadores y a órdenes religiosas; lo que se sabe con certeza es que la primera hacienda en América siempre comprendió terrenos y una asignación de mano de obra o peonaje.

Desde el siglo XVII, las encomiendas entraron en crisis como consecuencia de la despoblación indígena, y en algunos casos la Corona resolvió prescindir de los encomenderos y negoció directamente con caciques indígenas. Los cabildos y los virreyes otorgaron granjerías y estancias para la agricultura y la ganadería como consecuencia de la actividad minera, el aumento de la población española y la formación de centros poblados. Su objetivo fue abastecer de todos los productos a los núcleos de población. La hacienda “por amparo” tuvo su origen en la ocupación de tierras baldías, o de las que no estaban bajo dominio de ninguna persona o de ningún pueblo, legalizada con posterioridad mediante un pago a la Real Hacienda: el ocupante solicitaba el amparo o título protector a cambio de contribuir con dinero o especies al rey.

Otra forma de adquisición de haciendas fue la venta por la Corona de las tierras que abandonaban los indígenas al morir o emigrar a otras provincias. Ello favoreció la formación de grandes extensiones donde se establecieron haciendas ganaderas, mientras los naturales eran reducidos a centros poblados, y se limitaba la extensión de las chacras o milpas que tenían hasta entonces para su propia explotación. Otra fórmula para la consecución de grandes extensiones de tierra fueron las uniones -legales o no- con hijas de los indígenas, en especial de los caciques, lo que permitió a los poderosos incorporar tierras a la propiedad privada española y de los criollos americanos. Estos adquirieron tierras en América por merced, adjudicación o venta y remate de los terrenos baldíos o realengos, pero hubo un tercer tipo de propiedad sobre la tierra, el comunal, en forma de ejido, tierras propias de la ciudad o resguardo indígena. En este caso, se trataba de la concesión por la Corona a los indígenas de tierras que les habían pertenecido y les devolvía, pero no con título de propiedad, sino mediante una cesión limitada que exigía una regalía y que impedía cualquier tipo de enajenación.

La estratificación social del imperio incaico facilitó el establecimiento del sistema de hacienda. Los naturales no mostraron demasiada resistencia porque el pago de tributos y la prestación de servicios gratuitos no eran nuevos para ellos, las obligaciones ya no estaban destinadas al inca sino al rey de España. En todo caso, con el paso del tiempo, las haciendas tendieron a poseer los elementos necesarios para autoabastecerse. [...]

La existencia de diferentes variedades regionales resulta muy ilustrativa. En las tierras que constituyeron el Nuevo Reino de Granada se establecieron las encomiendas y luego el repartimiento de tierras con la obligación de vivir en ellas y explotarlas. La tierra era abundante y las adjudicaciones comprendieron grandes extensiones. Por lo general se repartían varias “peonías” o “caballerías”. Una caballería constaba de cinco peonías, lo que equivalía a unas 700 hectáreas, para la siembra y tierra de pastos dedicados al sostenimiento del ganado. Como existía un gran desconocimiento del terreno los linderos quedaban inciertos, factor que originó que los propietarios en poco tiempo multiplicaran su extensión. Las haciendas que en un principio tenían esas 700 hectáreas más tarde contaban fácilmente con 20.000 hectáreas; el resultado fue el establecimiento de grandes latifundios. El crecimiento incontrolado de las haciendas y la disminución notable de la población indígena obligó a los propietarios a conseguir mano de obra, introduciendo los trabajadores africanos. [...]

Las tierras costeras del Pacífico donde existieron grandes latifundios que se transmitieron de generación en generación desde el siglo XVI o mediante compra-venta, dieron origen en el siglo XVII a la hacienda como unidad productiva. En este proceso es preciso distinguir dos tipos: lo que se conoce generalmente como hacienda era una propiedad rural, con un solo propietario que explota la tierra con el trabajo de esclavos y una limitada inversión de capital y cuya producción esta destinada al mercado local; por otro lado, la gran hacienda o plantación, dedicada al cultivo y proceso de la caña de azúcar, requería una fuerte inversión, y daba cabida a cientos de trabajadores para lograr un mayor rendimiento ya que sus productos estaban destinados a cubrir las necesidades de mercados internacionales. De la misma forma que se crearon estas haciendas en la parte noroccidental de Suramérica, aprovechando las buenas condiciones del terreno y el clima para el cultivo de la caña de azúcar, ocurrió en todo el Arco Antillano y en las islas del Caribe. El establecimiento de los grandes cultivos y los ingenios en Cuba y La Española generaron una gran prosperidad. Como consecuencia se incrementó el comercio exterior y el contrabando. Aparecieron simultáneamente las haciendas productoras de tabaco que aprovecharon la feracidad de las tierras y el esfuerzo de los trabajadores para obtener lo mejor de las plantas. No fue menor el éxito de las haciendas dedicadas al cultivo del café y el cacao, que se lograron introducir como productos de consumo básicos, tanto en las grandes casas de los hacendados, como en la mesa del esclavo negro.

No existió una gran diferencia en las condiciones de trabajo, el trato o el salario de los peones o los esclavos en las haciendas de las diferentes zonas de América. En las haciendas costeras del Caribe, que generalmente pertenecían a gente destacada social y políticamente, los trabajadores fueron los defensores de los poblados ante los ataques de los piratas y corsarios. Recordemos que eran agricultores, criadores de ganado y pescadores y defendían sus propios intereses. Investigaciones realizadas dan cuenta que en México una de las haciendas más importantes por su extensión, la variedad de sus productos, su ganadería y mejor organización interna fue la que perteneció a Hernán Cortés. Pero por supuesto existieron grandes haciendas en los distintos estados mexicanos actuales, especialmente en el valle de Oaxaca. Al otro extremo de América, en Chile, las tierras se heredaron o adquirieron por uniones matrimoniales. Durante siglos se conservó la hacienda criolla, diversificando su producción de acuerdo con las características de la tierra, cereales, horticultura, vid, alfalfa o pastos para el ganado. En ella trabajaban peones e inquilinos que no percibían ningún salario y sus contratos eran verbales, con los problemas legales consiguientes que casi siempre el hacendado resolvía fuera de los tribunales.

Otro tipo de hacienda fue la que originó el repartimiento de tierras a los religiosos que atendían a los indígenas, terrenos en distintos lugares de América que debían explotar, autoabastecerse y enseñar el cultivo de las plantas a los naturales. La comunidad que logró tener el mayor número de hectáreas de tierra en todas las audiencias con haciendas prósperas perfectamente organizadas fue la de los jesuitas. Para lograr el trabajo de los indígenas los jesuitas les enseñaron, de acuerdo con su compromiso, a cultivar la tierra con métodos que consiguieron el máximo rendimiento. Parte de la producción se destinaba a suplir las necesidades de la comunidad. Más adelante dividieron la tierra en dos, el campo de Dios, que trabajaban en común y el campo del hombre, que estaba dividido en parcelas, con trabajo individual no negociable. Todas la herramientas e instrumentos de trabajo eran de propiedad colectiva, y estudiaron las particularidades de cada zona y aplicaron los métodos más adecuados. En el Brasil, en la región de Pará, consiguieron organizar un centro exportador de productos como el cacao, vainilla, canela, clavo y resinas aromáticas. Mantuvieron a los indígenas dentro de sus propias estructuras comunales para que buscaran ellos mismos la cooperación voluntaria. Organizaron además, la explotación extensiva ligando las pequeñas comunidades que se encontraban diseminadas en esa extensa zona. No se aplicó ningún método coercitivo. Se conseguía despertar el interés del nativo, se creaba la necesidad de un nuevo producto y se establecía un vínculo de dependencia que no permitía que el indígena se desligara. Las haciendas de los jesuitas constituyeron un gran emporio y las utilidades se destinaron en gran parte a sostener los colegios y misiones de la orden. Además de la magnitud de las actividades tenían un hábil sistema de interrelación entre las distintas unidades económicas con miras al mercado. Con el fin de vender sus productos en los principales centros de consumo, relacionaron entre sí las haciendas de manera que los ganados o los productos pudieran ser llevados desde sitios muy lejanos en un itinerario por jornadas sucesivas con paradas en haciendas de su propiedad.

Para la organización cada hacienda tenía un administrador y un mayordomo. El primero era el encargado de llevar los nueve libros que debían contener el registro de entradas, gastos, cosechas, inventarios, deudas, trabajadores y documentos legales de la hacienda etc. El rector del colegio examinaba una vez al año todas las cuentas y las comparaba con las que presentaba el encargado de negocios. En la explotación se emplearon trabajadores asalariados que tenían un nivel de especialización y conocimiento técnico, como obrajeros, carpinteros, zapateros etc. Además de los administradores y mayordomos estaba la mano de obra esclava que constituía la fuerza laboral en las haciendas de caña de azúcar, cacao, tabaco y café en los primeros tiempos, pues según se aprecia en los estudios llevados a cabo, poco a poco fue disminuyendo el empleo del esclavo negro en las haciendas de los jesuitas. La razón no se conoce, pero es posible que se considerara superior el rendimiento del trabajador asalariado. El sueldo lo pagaban en efectivo y en especies y variaba de acuerdo con el nivel y el puesto que ocuparan, lo mismo que la hacienda de que se tratara y el tipo de producción a que se dedicara. Cuando las haciendas estaban en plena producción y el auge económico era evidente, el rey Carlos III dio la orden de expropiación y expulsión de la Compañía de Jesús de todas las colonias españolas, con las funestas consecuencias que se conocen.

Aunque el gran tiempo de la hacienda americana se sitúa en los siglos XVIII y XIX, todavía en el XX tiene una gran importancia, relegada poco a poco debido a los procesos de urbanización y industrialización. Con contadas excepciones, como es el caso de Cuba, en donde después de la revolución castrista el gobierno expropió todas las tierras y las maneja a su conveniencia, en los demás países que forman el continente americano persiste el fenómeno de la acumulación de tierras en manos de unos pocos. Desde México hasta la Patagonia y por supuesto en todas las islas del Caribe se observa el mismo problema, de tan dramáticas consecuencias para la población rural.

Finalmente, es preciso hacer un análisis de la influencia cultural ejercida a través del tiempo por la hacienda. En muchos casos las gentes que escribieron e imaginaron en ellas novelas u obras de teatro eran dueños de tierras pero no tenían contacto con ellas: al fin, su pensamiento y sus ideas no tenían nada que ver con la hacienda "real". El cultivo del idioma se hizo desde una perspectiva externa; la poesía, la gramática y la narrativa se cultivaron desde modelos urbanos. En la novela María la acción se desarrolla en una hacienda del valle del Cauca, pero no tiene ninguna ligazón con esa sociedad; es la expresión del romanticismo europeo. Como contraste, los autores que están verdaderamente ligados a las haciendas por el trabajo y la tierra dedican su poesía o su narrativa a los frutos de la tierra, al maíz, a las hojas de la selva o al mundo campesino involucrado en el paisaje.» [Enciclopedia Universal DVD ©Micronet S.A. 1995-2007]

El latifundio

Propiedad territorial de gran extensión, parcialmente dedicada a la agricultura o la ganadería, típica de las sociedades tradicionales donde una clase de terratenientes posee una gran parte de las tierras útiles y disfruta de elevado prestigio social y decisivo poder político. El latifundio en Latinoamérica ha adoptado la forma de haciendas, hatos, estancias, etc. El latifundio puede coexistir con el minifundio, conformado por parcelas de muy reducidas dimensiones en poder de campesinos independientes.

El latifundio conlleva la existencia de grandes extensiones de tierra ociosa, no cultivada. Esto ha originado grandes tensiones y conflictos sociales cuando el crecimiento de la población exige más producción de alimentos y reparto de tierras. Estos problemas han llevado a revueltas campesinas en Hispanoamérica, revueltas que han forzado o impulsado la necesidad de reformas agrarias para repartir la tierra y hacerla más productiva.

Ver: Reformas agrarias

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