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AUSDRUCK Expresión

(comp.) Justo Fernández López

Diccionario de lingüística español y alemán

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Vgl.:

Materiell / Ausdrucksform vs. Ausdruckssubstanz / Ausdruck vs. Inhalt / Inhaltsform vs. Inhaltssubstanz / Glossematik / Ausdrucksseite vs. Inhaltsseite / Form vs. Substanz / Bedeutung / Gebrauchstheorie der Bedeutung

 „Ausdruck

Wortgruppensyntagma, das im Gegensatz zur Wendung keinen phraseologischen (idiomatischen) Charakter hat.“

[Verzeichnis der grammatikalischen Fachbegriffe. Ein Glossar zu Grammatik, Stilistik und Linguistik. In:

http://www.menge.net/glossar.html#alphe]

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“Das Argument der Befürworter der Existenz eines Bedeutungskerns gegen ihre Kritiker, das isolierte Wort sei ja nicht ohne Bedeutung, löst die Streitfrage nicht, denn es ist keineswegs geklärt, was unter einem ‘isolierten Wort’ zu verstehen sei, noch, woher dieses ‘seine’ Bedeutung erhielte. Mit Wittgenstein wäre zu sagen, dass ein sprachlicher Ausdruck sich nicht völlig von jeglichem Kontext isolieren lasse. Ein Wort wird verstanden als Wort einer Sprache, als Ausdruck, der einen Platz in einer Grammatik derselben hat. (Vgl. dazu PhU, §§ 199, 432, 514, 525, 583-584, 663; Ph Gr, S. 130f.). Ein isoliert vorgestelltes Wort zu verstehen, heiße etwa, den von ihm ausgehenden Verweisungen auf Sprachspiele zu folgen, in denen es nach allgemeinem Gebrauch verwendet werden könne. «’Ein Wort verstehen’ kann heißen: Wissen, wie es gebraucht wird; es anwenden können.» (Ph Gr., S. 47; PhU, § 525). Das Paradigma des schlechthin isolierten Wortes ist für Wittgenstein der Ausdruck einer Privatsprache. In Bezug auf eine Privatsprache kann jedoch nicht ohne weiteres mehr von einer ‘Sprache’ gesprochen werden. Eine Privatsprache bestünde aus Zeichen, die keinerlei Gebrauch hätten, damit jedoch auch keinerlei Bedeutung.

Das Problem des Bedeutungskerns resultier aus einer bestimmten Sprachbetrachtung. Es wiederholt sich in verschiedenen Sprachtheorien in verschiedener Form, ist nun von einem «signifié» und einem «Designat» oder einem «Akttypus», etc. die Rede. Grundlegend für diese Betrachtungsweise ist die Unterscheidung grammatischer Formen und lexikalischer Inhalt. Ein Ausdruck habe Bedeutung, heißt für jede systematische Sprachbeschreibung, er weise wiederholt auf etwas Bestimmtes. Wittgenstein hingegen unterscheidet nicht systematisch zwischen einem verbalen (Ausdruck) und averbalen (Inhalt) Bereich. In Sprachspielen ist beides miteinander verwoben. Das Problem des Bedeutungskerns stellt sich für ihn nicht, weil er die Bedeutung von Wörtern nicht auf ihre Bedeutung als sprachliche Einheit reduziert. Wörter haben Bedeutung in den Lebenszusammenhängen, in denen sie von Bedeutung sind. Löst man sie, als sprachliche Einheiten, aus dessen Zusammenhängen, so kann strenggenommen nicht mehr von Wörtern die Rede sein.

Der pragmatische Zug der Wittgensteinschen Reflexionen liegt somit nicht in der Einführung besonderer, pragmatischer Sprachregeln, die die Restriktionen der Semantik auf eine Kernbedeutung in kontrollierter Weise lockerten oder die den Gebrauch besonderer, pragmatischer Ausdrücke regelten. Die Philosophischen Untersuchungen stellen weder eine Ergänzung semantischer Theorien noch eine Alternative zu ihnen dar. Wittgensteins Kritik an der systematischen Analyse ist die Reflexion ihrer Begrenztheit. ‘Unter Umständen’, zu bestimmten Zwecken, mag es sinnvoll sein, vom tatsächlichen Gebrauch der Wörter abzusehen und mit einem Explikandum und dessen Explikation einen Gegenstandsbereich festzusetzen. Sprachwissenschaftliche Theorien erfinden, um eines überschaubaren Gegenstandes willen, Sprachen – die Sprache ‘L’, diejenige der Sprechakte, u.a. Wittgensteins Kritik an Sprachtheorien ist pragmatisch, insofern er ihren zweckgebundenen, pragmatischen, Charakter im Bewusstsein hält und auf die mit ihrer Funktion als Mittel verbundene Begrenztheit hinweist.”

[Nowak, Reinhard: Grenzen der Sprachanalyse. Tübingen: Gunter Narr, 1981, S. 226-227]

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„Si se quiere definir exactamente cualquier unidad del lenguaje, no basta con la descripción recursiva de sus elementos primarios, sino que han de compararse los términos abstractos a los que se llegue mediante el análisis, o los términos primarios abstractos iniciales de la deducción para poder establecer su estructura interna. Como conclusión, habría que establecer una dualidad teórica, en la misma línea que la distinción de E. Coseriu y la Escuela de Praga, entre expresión (manifestación real de la acción fenomenológica del hablar) y oración, como estructura abstracta correspondiente. Estas estructuras pueden ser de dos maneras: estáticas (no consideradas en absoluto por Chomsky) y dinámicas. Las primeras determinan un esquema abstracto de marcas distintivas oracionales frente a otros esquemas oracionales; por lo tanto, son análogas al concepto fonema, tal como fue definido por la primera Escuela de Praga o en las obras de Roman Jakobson. Las segundas determinan el concepto de expresión, en cuanto actualización de los esquemas oracionales en el dinamismo lineal del discurso.“

[Báez San José, Valerio: Introducción crítica a la gramática generativa. Barcelona: Planeta, 1975, p. 47]

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“Si el arte griego es plasticidad = pura presencia, el arte medieval es expresividad = alusión a algo ausente. Pero sólo se expresa el alma. Luego donde hay expresividad hay predominio del alma. En mi ensayo Sobre la expresión, fenómeno cósmico, pueden verse las razones que dan evidencia a esta afirmación de que sólo el alma se expresa. Debemos a Ludwig Klages, sin perjuicio de sus extravagancias, la primera sospecha de esta verdad. Al pronto sorprenderá al lector que se niegue al espíritu la expresión, cuando el idioma, que es operación del intelecto, por tanto, del espíritu, suele ser tenido como la función expresiva por excelencia. Pero, a mi juicio, es  un estricto error considerar al lenguaje como un acto esencialmente expresivo. Precisamente lo que lleva a juzgarle prototipo de toda expresión – su intelectualidad – es lo que le hace no serlo. En efecto, lo característico de la palabra frente al gesto expresivo es su significación. Pero lo significado en la significación o sentido del vocablo es siempre un objeto: «mesa», «árbol», «Yo», «dos y dos son cuatro». En cambio, lo expresado en la expresión es siempre lo subjetivo; «mi dolor», «mi alegría», «mi vanidad», «mi bienestar», etc. De aquí que la perfección de la palabra como significación consista en que la idea significada sea lo más impersonal posible, que un mismo vocablo signifique en todos los hombres la misma noción.

Se objetará que, por otra parte, al decir una frase, manifiesto, revelo el hecho íntimo de estar yo pensando ahora tal pensamiento. Pero como el pensamiento enunciado, por ejemplo, «un siglo de democracia ha dejado triturada a Europa», no es más mío que de todo el que lo piense, pronunciar o escribir tal frase sólo manifiesta el acontecimiento de que mi espíritu personal acaba de ponerse en contacto con esa idea impersonal. Haber dicho o escrito eso no expresa nada de mí, como el sonido del timbre que anuncia el comienzo del espectáculo no expresa nada de éste. La prueba de ello es que el lector no sabe ahora, por lo menos no debe saber, si, en efecto, yo, que lo acabo de escribir, lo «creo» en efecto; es decir, si hago mío, por adhesión individual, ese pensamiento mostrenco. Lo mismo puede pensarlo el que lo cree que el que lo repugna. Para salir de la duda y averiguar si, en efecto, el que dice algo expresa su intimidad individual – su convicción, etc. –, es preciso desentenderse del significado de las palabras y fijarse en el tono de la voz, en el acento emotivo con que son pronunciadas, en el resto de la fisonomía; en suma: es preciso atender a lo que el lenguaje tiene de gesto, de no significante, de intelectualidad.

Conste, pues, que «significación» y «expresión» son dos cosas, más aún que diferentes, opuestas. Expresa lo que no significa, significa lo que no expresa. De aquí que resultase tan infecundo el intento de derivar el lenguaje de las interjecciones. Nombrar y exclamar son dos funciones de sentido contrario. Bastaría para diferenciarlas radicalmente la advertencia de que todo hablar es un querer hablar; por tanto, una consciente intención de comunicarse a otro; en tanto que el exclamar, como toda auténtica expresión, no puede ser premeditado. El que quiere deliberadamente expresar, lo hace imposible en la medida justa en que lo quiere. Al querer interviene el espíritu, que es voluntad, y perturba la corriente expresiva en que el alma modula sobre nuestro cuerpo, quitándole lo más esencial de ella: la espontaneidad inconsciente.”

[Ortega y Gasset, José: “Vitalidad, alma y espíritu” (1924). En: Obras completas. Madrid: Revista de Occidente, 1961, vol. II, p. 476 Anm. 2]

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