Hispanoteca - Lengua y Cultura hispanas

ESPAÑOL

(comp.) Justo Fernández López

Diccionario de lingüística español y alemán

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Vgl.:

Español - Origen de la palabra / Castellano / Dialekte der Iberischen Halbinsel / Spanische Regionalsprachen / Galicisch / Katalanisch  / Euskera / Mozarabisch / Judenspanisch (judeoespañol o sefardí) / Nebrija

 Siehe auch:

SPANISCH

CASTELLANO o ESPAÑOL

Historia del idioma español

Los orígenes y el desarrollo de nuestra lengua

Por Sergio Zamora

http://www.el-castellano.com/historia.html

Historia del idioma español

El origen, en otras palabras

Por Sergio Zamora

http://www.el-castellano.com/origen.html

Historia del idioma español

¿Castellano o Español?

Por Sergio Zamora

http://www.el-castellano.com/castesp.html

Historia del idioma español

La evolución en los últimos cinco siglos

Por Sergio Zamora

http://www.el-castellano.com/evolucio.html

Español: más de un milenio

Por Jorge Echeverri

http://www.el-castellano.com/jorgeche.html

San Millán – Glosas emilianenses

Bibliografía temática

http://www.virtualcom.es/aloja/paginas/bibliografia.htm

Español

Lengua románica formada en la Península Ibérica junto al gallego-portugués, el catalán y el vasco. Fonéticamente se caracteriza por la diptongación de e, o latinas en ie y ue en sílaba tónica libre y trabada, por la monoptongación de los diptongos romances decrecientes ai, ou, por poseer un sistema vocálico de cinco miembros dispuestos en tres grados de abertura, por la sonorización de oclusivas sordas intervocálicas, la aspiración y pérdida subsiguiente de f-inicial latina, reducción del grupo latino -mb- a -m-, palatalización de los grupos pl-, cl- y fl- en ll- y del grupo -kt- en -ch-, etc.

Desde el punto de vista morfológico se caracteriza por la desaparición de los infinitivos proparoxítonos, la formación del plural en -s, la desaparición de participios en -utus, la confusión de pretéritos de la segunda y tercera conjugación, etc.

El léxico del español está básicamente constituido por voces patrimoniales heredadas del latín vulgar, junto con numerosos elementos árabes, al lado de otros mucho más escasos prerromanos y germánicos o procedentes del francés, el italiano, el inglés, las lenguas americanas, etc.“ [Diccionario de lingüística. Anaya, p. 103]

El español

En cuando al término „español“, dice Menéndez Pidal, discutiendo el de „castellano“: «Este término, usado con mala preferencia por la Academia Española, induce erróneamente a creer, dado su valor geográfico restringido, que fuera de Castilla no se habla la lengua literaria sino como una importación, cosa bien errónea, comenzando porque el Poema del Cid como tantas obras capitales de la literatura no se escribió en la lengua usada entonces en Castilla. El término castellano puede tener un valor preciso para designar la lengua de Alfonso el Sabio y del Arcipreste de Hita, cuando la unidad nacional no se había consumado y cuando el leonés y el aragonés eran lenguas literarias. Pero desde fines del siglo XV la lengua que comprendió en sí los productos literarios de toda España (pues en ella colaboraron hasta los más grandes autores portugueses, como Gil Vicente y Camoens) no puede sino ser llamada española. Las otras lenguas que se hablan en la Península son ciertamente españolas también, pero no son el español por antonomasia. Castilla, la isla de Francia y Toscana son las cunas de los tres idiomas románicos principales. Francia extendió pronto su nombre a toda la Galia, y el francés fue nombre indiscutido de la lengua nacional por cima de multitud de dialectos literarios o incultos. Toscana no dio nombre a toda Italia, y por eso la lengua general dejó el nombre de toscano para tomar el de italiano. Castilla, como tampoco extendió su nombre a toda España, no debe dar nombre a la lengua nacional, máxime cuando las diferencias entre las hablas catalanas, aragonesas, castellanas, etcétera son sin duda menores en número y calidad que las que existen entre las ladinas, lombardas, piamontesas, vénetas, toscanas, etc., o entre las variedades picardas, francesas, provenzales, languedocianas y gasconas. En suma: entre dos nombres usuales, la denominación de castellano es vitanda por confusa y tosca, siempre que queramos hablar con alguna precisión; vitanda sobre todo en tratados doctrinales que han de tener cuenta con las variedades geográficas del idioma».

[Abad, Francisco: Diccionario de lingüística de la escuela española. Madrid: Gredos, 1986, p. 119-120]

Épocas de la historia del español

Las épocas de la lengua han sido establecidas así por García de Diego:

«1. Época preliteraria, desde que se inicia su diferenciación del latín vulgar en el siglo VI hasta su aparición literaria en el siglo XII. 2. Época de iniciación literaria, que comprende los siglos XII, XIII y XIV. 3. Época preclásica, que abarca el siglo XV y los comienzos del XVI. 4. Época clásica, que comprende desde esta fecha hasta el Quijote inclusive. 5. Época postclásica, que abarca desde el Quijote hasta fines del siglo XVIII. 6. Época moderna, desde principios del siglo XIX hasta nuestros días».

[Abad, Francisco: Diccionario de lingüística de la escuela española. Madrid: Gredos, 1986, p. 117]

Vocales españolas y unidad del idioma

«Sin duda – expresaba Menéndez Pidal – que [la] unidad fundamental del español, mayor por ejemplo que la de las otras dos grandes lenguas europeas extendidas por América, se debe en gran parte a la sencillez, claridad y firmeza de nuestro sistema vocálico».

[Abad, Francisco: Diccionario de lingüística de la escuela española. Madrid: Gredos, 1986, p. 244]

Unidad del español

«España es una – escribe García de Diego – y América es múltiple. Las fronteras de cada Estado son una aduana que intercepta la libre circulación de la unidad lingüística. Hasta las fronteras de las provincias que señalaron los romanos en España y hasta las de los obispados antiguos nos descubren diferencias de evolución de las hablas, y los límites políticos de los países americanos son comparables a ellas. En el grado en que las aduanas americanas se endurezcan o se mitiguen se endurecerán o no las actuales diferencias del castellano americano».

«Deben respetarse – propone Dámaso Alonso – las variedades nacionales que en el estado actual de la lengua no dificultan (o en el peor caso, no dificultan gravemente) la comunicación idiomática. Deberíamos procurar mantenernos en el statu quo, el estado en el que hoy es usada la lengua por los hablantes cultos de nuestra comunidad idiomática. Y como espejo del mejor uso tomar los grupos rectores intelectuales, académicos, universitarios y literarios de cada país [...] Cuando una determinada voz o forma sea empleada por toda nuestra idiomática comunidad, no es prudente quererla sustituir o reformar, aunque sea un extranjerismo o esté bárbaramente derivada o acentuada».

«Puede ocurrir que dentro de poco – apunta por su lado Lapesa – libros de física nuclear, economía, psicoterapia, etc., publicados en Madrid o en Barcelona empleen terminología distinta de la que usen los de igual materia editados en Méjico, y que unos y otros se aparten de la usada por los que vean la luz en Buenos Aires, Bogotá o Lima, que a su vez diferirán entre sí. Si se quiere evitar este Babel terminológico habrá que recurrir urgentemente a una política de acuerdos multilaterales que respalde las nomenclaturas unificadas propuestas en coloquios y congresos panhispánicos para cada especialidad [...] Leernos mutuamente, escucharnos unos a otros, vernos recíprocamente actuar en nuestro ejercicio de la lengua oral, una y múltiple. Hagámosla nuestra toda, sin fronteras ni aduanas. Gocemos la literatura panhispánica haciendo nuestro lo creado por unos y otros. Sintamos en cada país como tesoro propio las voces entrañadas desde hace siglos en cada rincón del mundo hispánico, y también las recién acuñadas, las recién nacidas. Muchas veces he propuesto como lema de la imprescindible comprensión mutua esta adaptación del homo sum terenciano: “Hablo español y no considero ajena a mí ninguna modalidad de habla hispana”».

«Cuando una lengua (son palabras de Tovar) se instala en territorios nuevos que conquista, ese acto es irrevocable. La lengua importada comienza a vivir su vida, y la unidad habrá de mantenerse no por una continua imitación del viejo centro, sino por un desarrollo lo más paralelo posible [...] Es evidente que la unidad de lenguaje es un bien. Facilita el tráfico y la amistad entre los humanos, es vínculo de una cultura mayor y más generalmente difundida, pone a nuestro alcance mayores riquezas culturales».

«A mi parecer – dice, en fin, Diego Catalán –, la “unidad de la lengua” no exige la imposición de una norma única. Lejos de favorecer una política idiomática que propugne la enseñanza de una ortología rígida y artificiosa en todo el ámbito del español, considero que debe reconocerse como característica esencial de la lengua española su enorme libertad normativa. Desde antiguo la Academia abandonó en el léxico todo criterio sistemático, todo purismo, para dar acogida en su Diccionario a los vocabularios varios propios de las más distintas modalidades del español; últimamente extendió (en algún caso) al campo de la fonética la libertad de seguir ya una norma, ya otra, entre las que gobiernan de hecho el habla de la comunidad hispanohablante. Siguiendo en esta misma dirección, podría llegarse al reconocimiento de una básica diversidad de “normas” lingüísticas dentro de la lengua española, no sólo en el campo léxico y en el campo fonético, sino aun en el sintáctico.

Este liberalismo normativo libraría a grandes sectores de la población hispanohablante de la inútil y deformante carga que supone el aprendizaje en la propia lengua materna de todo un conjunto de “normas” por completo extrañas a su saber lingüístico previo. La enseñanza del idioma, concebida entonces como científica reflexión acerca de un sistema y de una norma cuyo conocimiento precientífico se posee de antemano, conseguiría del hablante común una corrección lingüística y un dominio de las posibilidades expresivas de la lengua inalcanzables al presente en las regiones con parcial diglosia ... Tal variabilidad normativa, convenientemente codificada, lejos de atentar a la unidad del idioma contribuiría a establecer una mayor intercomprensión entre las diversas modalidades de español hoy en uso».

[Abad, Francisco: Diccionario de lingüística de la escuela española. Madrid: Gredos, 1986, pp. 233-236]

Unitariedad de la lengua española

Sobre ello se expresa Menéndez Pidal: «El español peninsular es entre las grandes lenguas romances la más unitaria; la lengua hablada en la Península, salvo en Asturias y en el Alto Aragón, no muestra variedades dialectales comparables a la multitud de ellas que se observan en el territorio francés o del italiano; es también una de las lenguas más estables, que menos cambios ha sufrido desde el siglo XIII acá».

Y Federico de Onís decía: «Yo, que soy castellano, he sustentado siempre que no existe el problema; que precisamente lo que causa admiración es la uniformidad del español si se compara con otras lenguas, a pesar de su enorme extensión geográfica y del relativo aislamiento en que viven los pueblos donde se habla; que las diferencias que existen en la manera de hablar el español son mucho menores entre España y América que dentro de España misma; que no hay un solo fenómeno lingüístico común a toda América y exclusivo de ella; que el seseo existe en media España y no produce dificultad para entenderse ni antipatía o prevención; que, por encima de todas las diferencias locales de pronunciación y vocabulario, está el español culto que hablan y escriben las personas educadas de ambos mundos, cuyos mejores definidores han sido americanos como Bello y Cuervo, cuyo arquetipo está en los escritores clásicos y a cuya conservación y renovación contribuyen hoy por igual y con el mismo derecho y autoridad todos los grandes escritores originales de habla española sea la que quiera su nación de origen; y que esta lengua uniforme, fijada por la tradición y autorizada por el uso de todas las personas cultas, es la que deben aprender los norteamericanos, seguros de que sabiéndola, pronúncienla con s o con c, podrán pasearse sin dificultad por toda la extensión del mundo hispánico».”

[Abad, Francisco: Diccionario de lingüística de la escuela española. Madrid: Gredos, 1986, p. 236

Español.

Para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América, y que también se habla como propia en otras partes del mundo, son válidos los términos castellano y español. La larga polémica sobre cuál de estas denominaciones resulta más apropiada está hoy superada. El término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad, ya que se refiere de modo unívoco a la lengua que hablan hoy cerca de cuatrocientos millones de hablantes. Asimismo, es la denominación que se utiliza internacionalmente (spanish, espagnol, Spanisch, spagnolo, etc.). Aun siendo también sinónimo de español, resulta preferible reservar el término castellano para referirse al dialecto románico nacido en el Reino de Castilla durante la Edad Media, o al dialecto del español que se habla actualmente en esta región peninsular. En España, se usa asimismo el nombre castellano cuando se alude a la lengua común del Estado en relación con las otras lenguas cooficiales en sus respectivos territorios autónomos, como el catalán, el gallego o el euskera. 

[Real Academia Española: Diccionario Panhispánico de Dudas. Madrid: Santillana, 2005, p. 271-272]

«La lengua española como complejo dialectal

Al hecho de la varia composición dialectal del idioma aludió ya Menéndez Pidal cuando decía: “Del esfuerzo aunado de todos los espíritus cultivados y de todos los literatos insignes que se han transmitido el romance más general de España, desde sus comienzos acá, resulta ese producto histórico cultural que por antonomasia se llama lengua española, creada por encima de todas sus variedades dialectales, aunque con la colaboración más o menos sensible de ellas. Claro es que la variedad castellana fue principalísima en esta labor; tanto, que su nombre se aplica muy comúnmente para designar el conjunto del idioma literario”. Luego, García de Diego hizo la acuñación “complejo dialectal” y planteó: “En todo estudio del castellano habrá que tener muy en cuenta su condición de complejo dialectal. El castellano sólo tiene conciencia defensiva frente a los grandes dialectos conservados, como el gallego o catalán. Sobre los dialectos inconsistentes barridos por él y, en parte, solapadamente subsistentes, el castellano obra sin cautela, aceptando lo que encuentra. Esta es la paradoja de que el español es dialectalmente pobre frente al francés y al italiano y es más rico en dialectalismos. Mientras el francés y el italiano en su denso ambiente dialectal reparten bien las dos hablas, el francés para el uso oficial y el patois para el familiar, el castellano ha mezclado, ya sin separación posible, sus elementos y los regionales, dejando de considerarlos extraños. Por conservar, in loco, el francés y el italiano su espléndido mosaico dialectal, el francés y el italiano son la capa oficial, bien diferenciada del dialecto regional, mientras que en el castellano, al instalarse en zonas nuevas, ha perdido la conciencia de la distinción, dando el mismo valor de oficialidad a los elementos provinciales [...]. Debajo de esta tranquila uniformidad están las cenizas y los restos de docenas de dialectos, que hubieran podido ser con mejor fortuna lenguas importantes”.

Con otras palabras ha escrito García Diego: “Desde los tiempos primitivos del español las discordancias regionales son patentes, cuando no surgen discordancias por vacilación en la misma región [...] En España, la influencia de los regionalismos es considerable. La razón es porque, barridas las hablas peninsulares por el castellano (con la sola excepción del gallego, asturiano, vasco, pirenaico, aragonés y catalán), los restos supervivientes en la lengua oficial no se sienten como dialectos. Los diccionarios españoles no incluyen voces gallegas ni catalanas por consideración a su claro carácter diferencial; pero se incluyen las voces de Palencia, Zaragoza o Albacete, por considerar que son regiones ya típicamente castellanas [...] Las lenguas nacionales no son en todo homogéneas, sino un sincretismo de variantes, verdaderos conglomerados de núcleos internos ahogados por el crecimiento de uno más afortunado”.

Por fin debemos a Álvaro Galmés el haber recogido (y con claridad) todo el problema: “Corresponde – dice – a V. García de Diego el mérito de haber definido y analizado el castellano nacido en Burgos como un complejo de dialectos circundantes [...] Esta Castilla la Vieja representa en sí un conglomerado de dialectos diferentes, pues las provincias orientales de Logroño y Soria tenían hablas próximas al aragonés, la provincia de Santander se acercaba en sus rasgos lingüísticos al dialecto leonés y las meridionales de Segovia y Ávila tenían hablas de transición con las de Extremadura y Castilla la Nueva. Dentro de este complejo dialectal Burgos, como ha señalado García de Diego, “lo que hizo fue utilizar algunas variantes y acelerar la evolución, dándole una modalidad definitiva”. Por eso los copistas rechazan bien pronto el regionalismo como prueba de la afirmación del predominio castellano-burgalés sobre sus vecinos laterales. No obstante, el español literario de hoy día ofrece un número considerable de regionalismos generalizados, considerados como voces castellanas, pero cuya fonética nos denuncia su carácter dialectal. Sin embargo, dada la semejanza de rasgos lingüísticos entre los dialectos primitivos de la Península (de los que se separa desde un principio Castilla) es difícil, en la generalidad de los casos, determinar con exactitud el área dialectal precisa”.»

[Abad, Francisco: Diccionario de lingüística de la escuela española. Madrid: Gredos, 1986, pp. 77-79]

«El español es un sistema virtual que nadie habla; lo que se habla son las variedades: el castellano, el riojano, el asturiano, el andaluz, el extremeño, el murciano, etc. El español es el registro escrito de todos los españoles.» (Manuel Alvar)

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