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ETYMOLOGIE Etimología (comp.) Justo Fernández López Diccionario de lingüística español y alemán
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„Etymologien sagen nicht notwendigerweise die Wahrheit – oder zumindest sagen sie die Wahrheit nur in Hinsicht auf historische, nicht auf strukturelle Semantik.“
[Eco, Umberto: Semiotik und Philosophie der Sprache. München: Wilhelm Fink Verlag, 1985, S. 193]
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„Etymologie
Lehre von der genetischen Herkunft der Wörter; versucht die diachrone Entwicklung zu erforschen. Volksetymologie ist sprachliche Angleichung nicht verstandener Elemente (Trampeltier < Dromedar).“ [Heupel, Carl, S. 64]
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„Etymologie (gr. etymon = das Wahre, das Ursprüngliche)
Lehre vom historischen Ursprung der sprachlichen Zeichen, ihrer wortbildungsmäßigen Zusammengehörigkeit (etymologische Verwandtschaft; Wurzel, Stamm mit Grundbedeutung) sowie ihrer lautlichen (Lautwandel, Lautgesetze) und inhaltlichen Veränderungen (Bedeutungswandel) in der Sprachgeschichte; z.B. Gift = Verbalableitung zu geben (altes Suffix –ti, ahd. –t bewirkte Dentalangleichung ›b‹ + ›t‹ > ›f‹ und Vokalassimilation [6] > [i], der Auslautvokal schwand) mit der alten Bedeutung <Gabe, Schenkung>, die heute noch in Mitgift nachwirkt; heben = starkes Verb mhd. heben/heven <ahd. heffan/hevan, got. hafjan <germ. Wurzel *haf-/hab-, germ. *hafja entspricht lat. capio < idg. Wurzel *kap- <fassen>; etymologisch verwandt sind Schicksal und Geschichte: Schicksal, Geschick und Schickung sind gleichermaßen Ableitungen von schicken <was Gott schickt>, das seinerseits in der alten Bedeutung <machen, daß etwas geschieht; ins Werk setzen>, dann in der neueren <abordnen, senden> eine Bildung zu (ge)schehen ist, Verbalableitung zu geschehen ist Geschichte zunächst im Ahd./Mhd. <Ereignis, Hergang>, im Frühnhd. dann auch <Erzählung von Geschehenem> und seit Kant und Herder dann auch <Historie>.“ [Ulrich, W., S. 34]
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“Etimología
[Lázaro Carreter, F.: Dicc. de térm. filológ., p. 175-176]
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«Etimología popular
Cuando el pueblo oye alguna palabra nueva, tiende a relacionarla por su sonido con alguna otra ya conocida, y entonces se produce una deformación fonética basada en un error de interpretación. Sancho Panza llamó bálsamo del feo Blas al bálsamo de Fierabrás, que había oído mencionar a su amor Don Quijote. Errores de esta clase han influido en determinadas voces. Por ejemplos, los que recibían ración de un señor eran sus apaniaguados (de pan), pero luego se relacionó el vocablo con pan y agua y se dijo paniaguados. La voz culta vagabundo fue falsamente interpretada como el que vaga por el mundo, y de aquí vagamundo, usual entre los clásicos.»
[Gili Gaya, Samuel: Nociones de gramática histórica española. Barcelona: Bibliograf, 1983, pp. 58-59]
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„Se supone a veces que una palabra o una expresión tienen una raíz original u originaria, que es la auténtica y más profunda, de suerte que constituye el significado radical o primario. Los demás significados son, en el mejor de los casos, variaciones o extensiones y, en el peor de ellos, deterioros de tal supuesto significado primario. Zambullirse en este último equivale a descubrir lo que en la palabra o expresión es «auténtico».
Esta suposición no es siempre fundada. Puede que haya, como propone Ortega, una etimología primaria o «verdadera» de un término. Si tal sucede, puede arrojar luz sobre lo que se ha venido entendiendo por el término, incluyendo lo que se ha entendido, o se entiende, por él al cabo de mucho tiempo y tras haberse transvasado a otras lenguas. El vocablo griego typos significó originariamente ‘golpe’, y de ahí la marca dejada por un golpe. Si el golpe tiene su «sello», lo que resulta es una figura parecida a otras; son figuras que proceden del mismo golpe, de la misma marca o sello y son, pues, del mismo «tipo». Se admiten entonces muchos sentidos de ‘tipo’: ‘Todos estos libros son del mismo tipo’, ‘Se le reconoce por el tipo’ y hasta ‘Adriana tiene un buen tipo’. Estos sentidos no se superponen, pero están relacionados entre sí. Sin embargo, pueden ocurrir dos cosas que convierten la suposición de referencia, cuando se generaliza al extremo, en una «falacia etimológica».
Puede llevar un momento en que el sentido de un término difiera ya considerablemente del original, al punto que es legítimo preguntarse si la consideración etimológica «primaria» o «verdadera» ayuda gran cosa a entenderlo. En algunas ocasiones puede inclusive representar un obstáculo; atraídos por el significado «primario», podemos desatender el «secundario». Que el significado primario de materies (‘materia’) sea ‘madera’ dice algo sobre ‘materia’, pero no por ello consideramos que el sentido de ‘materia’ es «secundario» con respecto al de ‘madera’. Poco, o nada, se aprende sobre lo que significa ‘tipo’ en ‘teoría extensional de los tipos’ considerando el sentido etimológico «primario», «verdadero» o «auténtico» de ‘tipo’.
Luego, y sobre todo, puede ocurrir que una palabra adquiera un significado nuevo sin que éste haya sido derivado del «primitivo». Como indica Ullmann, el nuevo significado puede «haber sido inducido por algún otro término en el mismo campo asociativo». La «falacia etimológica» se convierte en lo que se ha llamado «desarrollo pseudo-semántico».
En este respecto, mucho depende del modo como se manejan las etimologías. Ortega ha manejado muchas con gran brillantez. Heidegger ha manejado otras con mucho brío. En un texto de José Ricardo Morales se lee: «Conocemos al hombre tanto por aquello que cuida como por lo que descuida o le tiene sin cuidado. Cuida todo aquello que cubre con su atención, cuando a-tiende, y el cuidado que esto le merece se representa mediante la ‘curiosidad’ (tal como lo que se descuida se reconoce en el abandono y desaliño de la ‘in-curia’». Es un ejemplo de uso hábil e iluminativo de sentidos primarios.”
[Ferrater Mora, José: Indagaciones sobre el lenguaje. Madrid: Alianza Editorial 1970, p. 205-206]
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«Iconicidad. El caso de las viejas etimologías
Partiendo del principio general de la arbitrariedad del signo lingüístico, es interesante observar cómo el lenguaje es capaz de imitar en distintos niveles aspectos de la realidad que designa. El hecho transciende el mero ámbito de las onomatopeyas o las aliteraciones, llegando a fenómenos más complejos, tales como la motivación etimológica. La iconicidad supone, en definitiva, la revisión de la cuestión de la arbitrariedad del signo lingüístico. El problema hunde sus raíces en la misma cultura griega y tiene su punto de partida en el Crátilo de Platón. Modernamente, el problema ha pervivido en autores como Roman Jakobson o Gérard Genette. Atendiendo, pues, a su nacimiento histórico, uno de los aspectos más singulares de la investigación sobre la semántica cognitiva y las lenguas clásicas es el que concierne a la iconicidad de las viejas etimologías prelingüísticas. El antiguo pensamiento etimológico, que se articulaba como un método de investigación de las cosas a través del lenguaje, parte de una serie de principios tales como el simbolismo de las letras-sonidos, o la necesidad de encontrar una relación natural entre el significado de una palabra y su forma, dentro de la concepción de que existe una relación por naturaleza o, al menos, “no totalmente arbitraria” entre palabras y cosas que en buena medida ha retomado el cognitivismo. Si bien los procedimientos de la etimología antigua suelen ser erróneos y fabulosos, resulta, no obstante, de gran interés el estudio de ciertos aspectos cognitivos que sirven de sustente a tales etimologías precientíficas. Veamos como ejemplo la singular etimología que nos ha transmitido Aulo Gelio, precisamente la de persona “máscara” a partir del verbo personare propuesta por Gavio Baso (Gel. 5, 7):
Sabia e ingeniosa explicación, a fe mía, la de Gabio Basso, en su tratado Del origen de las vocales, de la palabra persona, máscara. Cree que este vocablo toma origen del verbo personare, retener. He aquí cómo explica su opinión: “No teniendo la máscara que cubre por completo el rostro más que una abertura en el sitio de la boca, la voz, en vez de derramarse en todas direcciones, se estrecha para escapar por una sola salida, y adquiere por ello sonido más penetrante y fuerte. Así, pues, porque la máscara hace la voz humana más sonora y vibrante, se le ha dado el nombre de persona, y por consecuencia de la forma de esta palabra, es larga la letra o en ella.“ (trad. de Navarro y Calvo)
La moderna etimología histórica ha desvelado la más que probable procedencia etrusca del término latino persona, por lo que la ratio que tradicionalmente ha explicado la motivación del término mediante el falso corte per-sonat, dando a entender que la persona se llama así porque personat, es decir, “resuena”, está definitivamente descartada. No obstante, la antigua etimología ha dejado su huella en la propia historia de la lengua, y la ratio que liga el término de la máscara con el verbo personare no está desvinculada de razones icónicas, permitiéndonos entender el término persona no sólo como un mero signo lingüístico, sino incluso como el símbolo de lo que designa, dentro de una concepción que liga naturalmente las palabras a las cosas y que Gelio nos transmite explícitamente en otro lugar (Gel. 10.4.1):
Enseña P. Nigidio, en sus Comentarios sobre gramática, que las palabras no son invención arbitraria del hombre, sino que tienen su origen y su razón en el instinto y en la naturaleza. (trad. de Navarro y Calvo)
Al margen de simbolismos acústicos más o menos fantasiosos, la iconicidad encuentra su verdadera carta de naturaleza cuando entramos a concebir espacios mentales a partir de aspectos de la realidad tangible. Que el espacio superior o el movimiento ascendente se consideren normalmente positivos frente a lo descendente o el espacio inferior no parece ser una cuestión meramente arbitraria.»
[García Jurado, Francisco: Introducción a la semántica latina. De la semántica tradicional al cognitivismo. Madrid: Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense. Cuadernos de Filología clásica - Estudios latinos. Serie de monografías. 2003, Anejo I, p. 89-91]
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«La etimología frente a la semántica. No es difícil percibir cómo desde la antigua etimología el significado se concibe como algo inmanente a la propia palabra. El propio método de la etimología antigua, basado en el juego de letras (anagrama) y la búsqueda del origen de una palabra poniéndola en relación con la más parecida que pueda encontrarse, encierra en sí la concepción del significado como algo connatural a la misma palabra. [...] Los ejemplos más universalmente conocidos este tipo de etimología se deben a Isidoro de Sevilla, como en el caso de su explicación de clarus: “Clarus (claro) deriva de caelum (cielo), porque resplandece. Así, hablamos de un “claro día” a causa del esplendor del cielo”.
En este ejemplo tenemos representados tanto la búsqueda de una palabra que tenga parecido evidente con el adjetivo clarus (caelum), como el juego anagramático del cambio de orden de las palabras (CLArVM y CAeLUM). [...]
Como bien apunta Umberto Eco, San Agustín rechaza el lenguaje constituido de palabras porque está pensando en una forma de lengua perfecta que no es verbal, y que no es otra que la lengua en la que Dios habló a Adán. Se trata de una lengua de imágenes, pansemiótica, poblada de alegoría, que tan importante será para la representación de la cultura en la Edad Media, en sus distintos lapidarios, bestiarios, o en los beatos (Eco 1996, 24-25). [...]
Mientras Isidoro aúna etimología y semántica, Agustín las diferencia cuando nos dice que de poco nos sirve saber de dónde se puede decir una palabra para conocer su significado. Por otra parte, Isidoro habla de la vis nominis, pero Agustín emplea explícitamente el verbo significare, consciente del valor que tiene la palabra como signo convencional. La semántica como estudio del significado y la etimología, concebida desde el siglo XIX como una “historia de las palabras”, quedan desligadas una de otra por sus métodos y objeto de estudio.»
[García Jurado, Francisco: Introducción a la semántica latina. De la semántica tradicional al cognitivismo. Madrid: Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense. Cuadernos de Filología clásica - Estudios latinos. Serie de monografías. 2003, Anejo I, p. 17-21]
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«Es el uso el que en buena medida confiere el sentido real y efectivo a las palabras, al contextualizarlas, siendo también el causante del desgaste. El uso hace que muchas palabras lleguen a significar lo contrario de lo que en principio daban a entender. Pensamos en términos como “enervar” (de ex y nervus), que, frente a lo que muchos podrían creer, significa “debilitar o quitar las fuerzas”, o la manida locución “llegar al punto álgido” (de alget), donde “álgido” significa “muy frío”. Como el periodo álgido de ciertas enfermedades, acompañado de frío glacial, es al mismo tiempo crítico para la vida del enfermo, se ha dado erróneamente a álgido la acepción de “culminante”. Es, precisamente, ante hechos como éstos cuando percibimos una cierta dualidad entre el origen de la palabra y su significado presente, ya que la etimología puede llegar a ser incluso contradictoria. En este sentido, desde la idea casi mágica de un sentido primigenio, natural e inmutable, podemos llegar a defender la idea de que el significado mantiene una relación convencional o arbitraria con respecto a la expresión, lo que conlleva, entre otras consecuencias, la de abrir la posibilidad al cambio semántico y lingüístico en general. De esta forma, la primera concepción lleva implícita una idea de la lengua inalterable, utópicamente considerada perfecta, mientras que la segunda, al entender la relación arbitraria entre significado y significante, abre la puerta al cambio lingüístico. En la historia de las ideas lingüísticas llegamos a encontrar posiciones intermedias entre una y otra concepción, como cuando, aun reconociendo el hecho innegable de que las lenguas evolucionan, se persiste en creer que hubo una primera lengua perfecta, inmutable, de la que después degeneraron las demás.
En resumen, ya veremos cómo en el devenir de las preocupaciones en torno al significado de las palabras se han dado y a veces hasta enfrentado estos dos planteamientos:
[García Jurado, Francisco: Introducción a la semántica latina. De la semántica tradicional al cognitivismo. Madrid: Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense. Cuadernos de Filología clásica - Estudios latinos. Serie de monografías. 2003, Anejo I, p. 16-17]
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«Las etimologías no son meramente de interés lingüístico, sino que nos permiten descubrir situaciones “vividas” efectivamente por el hombre y que en ellas quedaron conservadas con pleno frescor de actualidad, como la carne de los mamudes, conservada durante milenios en el hielo de Siberia y de que hombres actuales pudieron alimentarse.»
[Ortega y Gasset, José: “A ‘Veinte años de caza mayor’ del Conde de Yebes” (1942). En Obras Completas, vol. VI, 1961, p. 428]
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