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IBÉRICO (comp.) Justo Fernández López Diccionario de lingüística español y alemán
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„Ibérico
Lengua prerromana de origen desconocido hablada en la mitad oriental y meridional de la Península Ibérica y que actuó como sustrato del latín durante la romanización. A pesar de que pueden leerse inscripciones, permanece todavía ininterpretada y se desconoce la mayoría de sus características estructurales. Según Menéndez Pidal, son iberismos del español pizarra, vega.“
[ANAYA. Diccionario de lingüística. Madrid: Anaya, 1986, p. 149]
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«Ibérico
Lengua prelatina de España, de filiación muy dudosa y de probable origen africano (¿camita?), conocida por abundantes inscripciones. Su identidad con el vasco, supuesta por algunos lingüistas, parece hoy descartada.»
[Lázaro Carreter, F.: Diccionario de términos filológicos. Madrid: Gredos, 1981, p. 227]
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«Perspectiva y prospectiva de los estudios ibéricos
Las pocas cosas que podemos conocer del ibérico son más bien de carácter negativo. Estamos más seguros de lo que la lengua ibérica no es que de lo que verdaderamente es. [...]
El latín, como el resto de las lenguas indoeuropeas, es una lengua flexiva. Existen, sin embargo, otras lenguas en las que la función se marca añadiendo diferentes sufijos a la palabra, quedando ésta invariable en su forma. A este tipo de lenguas se llama aglutinante y a él pertenecería, según los datos que conocemos, el ibérico. En ello coincidiría, por otra parte, con la lengua vasca, pero es preciso prevenir de que tal afinidad no permite por sí sola postular un parentesco entre ambas, por cuanto el número de lenguas aglutinantes, antiguas o en uso, es muy abundante.
La constatación de que el ibérico sea una lengua aglutinante puede ayudar al análisis de los textos, pero constituye en sí misma poco soporte para un eventual desciframiento de su contenido.
Si el ibérico no es una lengua flexiva, sino aglutinante, resulta evidente que no puede ser una lengua de la familia indoeuropea.
Posibles relaciones del ibérico con otros grupos lingüísticos han sido insistentemente postuladas desde las primeras etapas de la investigación. En los siglos pasados gozó de cierto predicamento la hipótesis semítica, que ha conocido a mediados de éste algunos nuevos defensores, aunque sin excesivos resultados. Es preciso decir que el mismo argumento que descarta la posibilidad de que el ibérico sea indoeuropeo sirve para el semítico, puesto que este grupo es también de carácter flexivo.
La hipótesis camítica fue estudiada fundamentalmente por Tovar, quien intentó la aproximación con el beréber: el argumento más sólido parecía ser el término eban, que en inscripciones funerarias correspondería a beréber eban ‘piedra’, pero el propio Tovar consideraba la hipótesis como poco probable.
Dejando aparte otro tipo de comparaciones, algunas de ellas descabelladas y hasta pintorescas, la que sin duda ha hecho verter más tinta y más entusiasmo es la que vincula al ibérico con el vasco. Es natural que el carácter indescifrado del ibérico invitara desde muy pronto a ponerlo en relación con la otra lengua peninsular cuyo origen y parentesco se desconoce, pero que, con toda evidencia, no es indoeuropea.
La cuestión vasco-ibérica nace ya en el siglo XVI, formulada por humanistas como Lucia Marineo Sículo o por estudiosos de la lengua vasca como Esteban de Garibay. A comienzos del siglo XIX la tesis conoció una difusión extraordinaria, de la mano de Wilhelm von Humboldt, venerable pionero de la lingüística moderna; sus ideas en torno a la unidad ibero-vasca alcanzaron carácter de dogma a lo largo del siglo, y sirvieron de base a Hübner y, ya en el siglo XX, a Hugo Suchardt. En realidad, tales hipótesis eran necesariamente erróneas, puesto que hasta los años veinte las lecturas de los textos se basaban en unas equivalencias incorrectas de los signos.
Una vez aceptado el sistema de Gómez Moreno, un nuevo impulso al vasco-iberismo surge de la interpretación propuesta por Pío Beltrán para el texto gudua deisdea de un vaso de Liria: dado que en le decoración de la pieza se identificaba una escena bélica, parecía verosímil aducir las palabras vascas gudu ‘guerra’ y deitu ‘llamar’, con lo que el texto ibérico podría traducirse como ‘llamada a la guerra’. La verdad es que esta relación era sólo aparente: en realidad estaba fundada sobre una lectura equivocada del texto ibérico, que dice kutur oisor. Pero, independientemente de este detalle, se trataba sólo de un texto concreto: la evidencia más clara de que el ibérico no es el vasco antiguo reside en el hecho de que aquél no puede traducirse con el apoyo del vasco medieval y moderno. Pese a todo, los investigadores que, como don Pío Beltrán, empeñaron sus esfuerzos en probar tal identidad con la ayuda de unos instrumentos filológicos y lingüísticos todavía rudimentarios constituyen un capítulo de la historia de esta ciencia que hay contemplamos con entrañable respeto.
En todo caso, que el ibérico y el vasco no sean la misma lengua no excluye que pudiera existir un parentesco entre ellos. De hecho, Gorrochategui ha demostrado que en el campo de la antroponimia existen numerosas coincidencias entre el ibérico y el aquitano y eso equivale a decir que también las había entre el ibérico y el protovasco; pero esta evidencia tampoco es concluyente, puesto que podría deberse a préstamos motivados por el prolongado contacto histórico entre ambas culturas y lenguas. L. Michelena, sin duda el nombre más importante en los estudios vascos de nuestro siglo, a la par que gran conocedor de los textos ibéricos, creía que la relación entre el ibérico y el vasco sería más bien la derivada de esa larga convivencia en territorios vecinos o incluso superpuestos, y le aplicaba el ingenioso término de ‘promiscuidad’.
Sea como sea, constituiría una temeridad, según creemos, negar absolutamente la posibilidad de un parentesco en algún grado entre ambas lenguas: es cierto que no se ha probado que éste exista, pero tampoco se ha probado lo contrario. De hecho el debate, en el estado actual de nuestros conocimientos de ambas lenguas, es innecesario y estéril. Los primeros textos vascos con los que contamos, si exceptuamos escuetos epígrafes funerarios, no son anteriores al siglo XIV, y distan por lo tanto mil cuatrocientos años de los ibéricos; además, nos documentan una lengua que, sobre todo en el campo léxico, ha experimentado la influencia, en distinto grado de intensidad, de las lenguas célticas, del latín y de las lenguas romances. Mientras la reconstrucción del protovasco no sea más completa, tanto en el campo fonético como en el morfosintáctico, la comparación puede no sólo conducir a resultados nulos, sino, lo que es peor, a gravísimos dislates.»
[Velaza Frías, Javier: Epigrafía y lengua ibéricas. Madrid: Arco Libros, 1996, p. 59 sigs.]
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«El ibérico
Lo que conocemos como ibérico, lengua o conjunto de lenguas que poseía un sistema de escritura propio (de procedencia fenicia) no pertenece a variedad indoeuropea alguna; se infiere de ello, pues, que representa un estrato antiguo en la Península Ibérica. La lengua ibérica, que siempre ha constituido foco de atención para investigadores del pasado peninsular, aunque sigue sumida en un gran misterio por la imposibilidad de traducción de sus monumentos lingüísticos y ello pese a haber progresado mucho en la interpretación de su signario, cuenta en cambio con un consenso importante para la lectura de su semisilabario. En efecto, al margen de interpretaciones personalistas (que no han faltado nunca) hay un conjunto de principios compartidos por el grueso de los estudiosos, que han permitido avanzar en su lectura; entre todos ellos ocupa lugar preeminente la figura de Jürgen Untermann y sus Monumenta Linguaron Hispanicarum (1974-1998), gracias a los cuales sabemos mucho más (o desconocemos mucho menos) sobre la situación lingüística del área mediterránea y aledaños. Son importantes los textos ibéricos grabados en plomo empleados con fines mercantiles, que se concentran en la costa mediterránea; parece claro que siguen el modelo griego de epigrafía comercial e incluso alguno de ellos es muestra del contacto comercial entre iberos y griegos hacia mediados del siglo III a. C. Los grafitos ibéricos, por su parte, parecen vinculados al comercio mediterráneo del vino, y ofrecen una concentración sorprendente en algún punto peninsular (como Azaila) que quizá fuera su lugar de producción. De todos modos, es importante subrayar que se ha pensado en la posibilidad de que el ibérico no fuere la única lengua hablada en todo el territorio en el que ha dejado testimonios, sino que se tratase más bien de una lengua vehicular, utilizada en sus relaciones con otros dominios e, incluso, como lengua general de cultura en su propio territorio (sin que fuese la única allí hablada) (Javier de Hoz 1993). En este sentido, la situación lingüística prerromana de la actual Cataluña es poco clara, y no permite apoyar fenómenos de sustrato fehacientemente, pero tampoco rechazarlos.»
[Echenique Elizondo, María Teresa / Sánchez Méndez, Juan: Las lenguas de un reino. Historia lingüística hispana. Madrid: Gredos, 2005, p. 38-39]
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