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RAE Spanische Sprachakademie (comp.) Justo Fernández López Diccionario de lingüística español y alemán
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Real Academia Española
Hoy la RAE no es la misma que en 1980. En vez de una, somos las 22 academias las que colegiamos todas las decisiones y abordamos las grandes obras académicas.
(Víctor García de la Concha, director de la RAE)
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Siehe: http://www.rae.es/
RAE = Real Academia Española (de la lengua)
GRAE = Gramática de la Real Academia Española
DRAE = Diccionario de la Real Academia Española
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“Die Real Academia Española mit Sitz in Madrid wurde 1713 von Juan Manuel Fernández, Marqués de Villena, nach dem Vorbild der italienischen Academia della Crusca (1582) u. der Académie Française (1634) gegründet u. 1714 von König Philipp V. offiziell anerkannt. Ihre Aufgabe ist die Pflege der Sprachkultur, insbes. die Reinerhaltung der Sprache nach der Devise: Limpia, fija y da esplendor (,Sie reinigt, legt fest u. verleiht Glanz').
Die R. veröffentlichte 1716‑1739 den Diccionario de autoridades (mit Textbelegen von Autoren), der ab der 2. Aufl. von 1781 nur noch Diccionario de la Real Academia (ohne Textbelege) hieß, die letzte, 20. Auflage ist von 1984; ferner 1771 eine Grammatik u. bis heute zahlreiche Publikationen über Sprache u. Literatur.
In dem 1946 geschaffenen Seminario de Lexicografía der R. wird an einem großen historischen Wörterbuch der span. Sprache gearbeitet. Die R. veröffentlicht laufend ein Boletín, in dem u. a. die Wörter aufgeführt werden, die neu in das Wörterbuch der R. aufgenommen worden sind.
Die R. hat 46 ordentliche Mitglieder (académicos de número) u. eine Reihe spanischer u. ausländischer korrespondierender Mitglieder. Bisher wurden nur 3 Frauen in die R. aufgenommen: Isidra de Guzmán (1754), Carmen Conde (1978) u. Elena Quiroga (1983). Die Leitung der R. obliegt einem Director, die Geschäftsführung einem Secretario perpetuo. Die R. tritt jeden Donnerstagnachmittag zusammen. Die praktische Arbeit vollzieht sich in Kommissionen.
In Hispanoamerika gibt es 19 korrespondierende Akademien (darunter die Academia Norteamericana de la Lengua Española; Spanische Sprache), deren Mitglieder automatisch korrespondierende Mitglieder der R. sind, u. zwei academias asociadas, nämlich die argentinische u. uruguayische Akademie. 1951 wurde die Asociación de Academias de la Lengua Española gegründet, die die Zusammenarbeit der hispanoamerikanischen Akademien mit der R. fördern u. sich um die Erhaltung der Einheit der span. Sprache bemühen soll. Für die praktische Arbeit der Asociación wurde eine Comisión Permanente am Sitz der R. eingesetzt.
[Haensch, G. / Haberkamp de Antón, G.: Kleines Spanien Lexikon. München, C. H. Beck, 1989, S. 126]
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«Limpia, fija y da esplendor:
No habrá muchos ciudadanos ignorantes del lema de la Academia: es raro, al referirse a ella, que no se eche por delante ese octosílabo métrico, según el cual, la Institución creada por el marqués de Villena en 1713, limpia, fija y da esplendor al idioma. Tal mote (que muy bien parece publicidad de un detergente, según gracioso dictamen del académico electo Antonio Muñoz Molina), junto con el crisol al fuego, figura desde entonces en todas las publicaciones académicas.
Fue temprana preocupación de los fundadores la de dotarse de un emblema, como correspondía a una Corporación instituida por el rey, y, por tanto, con alguna ínfula nobiliaria. Era asunto que urgía, y a tal fin, en 1714, se convocó un concursillo interno de ideas: hasta veintiséis fueron los proyectos aportados, y, al fin, mediante votación unánime, triunfó el del crisol. Alguna historia de la Corporación, que las actas no confirman, lo atribuyen a don José de Solís, conde de Montellano, que lo habría presentado con este otro impresionante lama: “Con el ocio, lo lucido desluce. Rompe y luce”, inmediatamente sustituido por el aprobado. Y menos mal, porque el otro proyecto finalista, lindo de veras, consistía, según el acta de once de noviembre de 1714, en “una abeja volando sobre un campo de diversas flores”, con la leyenda Aprueba y reprueba.
Conocido en París el emblema académico, nada menos que el entonces influyentísimo Journal des savants, leído en toda Europa, incluidos los savants españoles, infligió un varapalo sensacional al instituto madrileño: ¿es que no saben esos señores – venía a decir –, que el crisol tiene la función contraria a la de fijar, porque sirve para licuar sólidos tan compactos como son los metales?
Escoció a los académicos, entregados ya a la impresionante tarea del Diccionario de Autoridades, aquella objeción de los altivos franceses, y se tomó el acuerdo de defender a la Academia de la imputación mediante argumentos expuestos en un discurso impreso que tratara de su historia. El cual no llegó a aparecer hasta 1726, formando parte del proemio que precedía al primer tomo del Diccionario. Allí, de refilón, según el acuerdo académico, se hace notar la evidencia: que el metal representa las palabras, y el crisol, el trabajo de la Academia, “que las limpia, purifica y da esplendor”. En cuanto a fijarlas, bien se entiende que se realiza tras sacar el crisol del fuego, y examinarlas. Los savants franceses, pobres, ignoran que sólo haciéndolos pasar por la ardiente vasija o por el “martirio de la copela”, puede extraerse de los minerales la escoria. “Y entendidas así empresa y mote, no podrá negarse que, en el todo de uno y otro, está significado con rigurosa propiedad el asunto de la Academia.”
Tal era, en efecto, el asunto de la Academia entonces, según pensamiento compartido por los beneméritos ciudadanos que la idearon. Se trataba de una creencia antigua (arranca de los gramáticos alejandrinos, y había dejado huellas en Nebrija), según la cual los idiomas evolucionarían hasta un momento de plenitud, tras el cual, si no se había logrado fijarlos, les sobrevendrían inexorables la ruina y la extinción. El español, pretendían aquellos eruditos congregados por Villena en su palacio de la plaza de las Descalzas, ha llegado a su apogeo en los siglos XVI y XVII, y había que consagrarlo en un diccionario comparable a los de Italia y Francia (luego, sería mejor).
¿Y qué idioma había que fijar? Justamente el usado por escritores de tales centurias, calificando de anticuadas las voces ya amortizadas, añadiendo los vocablos “provinciales” arraigados en sus respectivas provincias, y los extranjerismos avecindados en España, aunque fueran recientes; y bien se cuidad de señalarlo en casos como cantarían, danzarín, saltarín, procedentes del italiano; o en el de los galicismos bayoneta, metralla, gabinete ... Les molestan invenciones como inspeccionar por averiguar, y el “barbarismo” pontificar en lugar del sublime giro presidir a la Iglesia universal. Censuras y rechazos de ese tipo pertenecían a la acción de limpiar, que, como veremos, se desempeñaba con la irregularidad impuesta a tal misión por quienes tienen la potestar de hacer y deshacer: los hablantes.
Y estaba la tercera misión que la Corporación se imponía: la de dar esplendor. Resultaba de las dos anteriores: una lengua depurada de vulgarismos y novedades injustificadas, y definitivamente fijada en su momento mejor, luciría como mármol bruñido. Los académicos no pretendían ser ellos quienes dieran lustre al idioma con sus obras: en general, eran modestos humanistas, y de sólo uno, Gabriel Álvarez de Toledo, se sabe que era poeta.
Bien está que el célebre emblema se recuerde tanto; pero sabiendo que obedece a un momento europeo convencido de que todo, incluido algo de libre propiedad colectiva como es el idioma, podía ser sometido a normas rigurosas. Convendría, sin embargo, que la atención se desviase de una vez hacia la misión que asignan a la Corporación los Estatutos aprobados por el Gobierno y sancionados por el Rey, hace dos años. Dice así el artículo primero: “La Real Academia Española tiene como misión principal velar por que los cambios que experimente la Lengua Española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico. Debe cuidad igualmente de que tal evolución conserve el genio propio de la lengua, tal como éste ha ido consolidándose con el correr de los siglos, así como de establecer y difundir los criterios de propiedad y corrección, y de contribuir a su esplendor”. Puede advertirse de qué modo matizado asume hoy la Corporación su lema: limpiar se resuelve en procurar que los cambios, necesarios y constantes en el idioma, no desdigan de su secular naturaleza. Asume el encargo originario de establecer y hacer conocer – más adelante el Estatuto advierte que junto con las Academias americanas – mediante su Diccionario y su Gramática, los criterios de corrección y propiedad, que, en una lengua cambiante, nunca pueden ser fijos. Y, por fin, se le encomienda contribuir al esplendor del idioma, se entiende que en concurrencia con todos cuantos, hablando y escribiendo, contribuyen a ese esplendor.
Pero a esos fines se antepone otro que los académicos dieciochescos no podían prever, y calificado de principal por los Estatutos: el de velar por que el español pueda seguir siendo mucho tiempo más la lengua con que una parte enorme de la humanidad ha escapado a la maldición de Babel.»
[Lázaro Carreter, Fernando: El dardo en la palabra. Barcelona: Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2001, pp. 692-695]
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„Real Academia Española (RAE)
Institución oficial fundada en 1713 por D. Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena y ratificada por Felipe V al año siguiente, a imitación de su homóloga francesa, con el fin de depurar la lengua castellana y vigilar sus usos preceptivos según se desprende del lema, adoptado en 1715, de «limpia, fija y da esplendor».
A lo largo de su historia ha aumentado su composición, desde los originarios 24 sillones hasta los 46 de la actualidad rotulados con todas las letras mayúsculas y las primeras minúsculas del abecedario, junto con los llamados miembros correspondientes, entre los cuales se cuentan eminentes hispanistas de todas las latitudes. Entre las obras de índole prescriptiva que publica y ha publicado la Academia hay que señalar ante todo el Diccionario de autoridades (1726-39), en seis volúmenes, punto de partida del Diccionario de la lengua española, con 20 ediciones (1780-1984), la Ortografía de la lengua castellana, desde 1741, y la Gramática, desde 1771, amén de otras empresas lexicográficas de gran porte, como el Diccionario histórico de la lengua española, todavía en sus inicios. También se publica un Boletín trimestral de carácter científico y divulgativo, con una sección fija de ‘Enmiendas y adiciones a los diccionarios’. De 1973 data un Esbozo de una nueva gramática de la lengua española que en su momento parecía anunciar alguna inminente innovación teórica todavía inédita a la postre.”
[Diccionario de lingüística. ANAYA, p. 2]
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La Real Academia:
„Recién instalados los Borbones en España, M. Fernández Pacheco, marqués de Villena, solicitó del rey Felipe V la creación de una Junta que velara por la pureza del idioma. En 1714 por Real Decreto se fundó la Academia de la Lengua que tomó como lema «limpia, fija y da esplendor» junto a un crisol con llamas. La limpieza se refiere al uso correcto de la lengua, la fijación al problema transcendental del momento y el esplendor al brillo de la producción literaria que se adopta como modelo para fijar y limpiar. Su primer publicación fue el Diccionario de Autoridades, que fue apareciendo desde 1726 a 1739, muy dentro de la preocupación lexicográfica de la época. Es de autoridades en consonancia con el criterio clásico académico. Más tarde, en 1741, publica la Ortografía, otro problema práctico del siglo XVIII, muy necesaria para «fijar» las formas gráficas de la lengua, problema que había soslayado la Gramática de Port-Royal y que había suscitado grandes y enconadas discusiones en Francia durante el siglo anterior.
La primera edición de la Gramática es de 1771, mucho menos lograda que las obras anteriores. Poco después, en 1780, el rey Carlos III ordena que en todas las escuelas se enseñe la lengua nativa con esa Gramática de la Real Academia de la Lengua y que a nadie se admita a estudiar latín ni no consta que está perfectamente instruido en gramática española. Como es conocido, esa Gramática adopta criterios lógicos en conformidad con la reflexión lingüística de su época. Y es de enfoque normativo como corresponde a los fines académicos, enfoque de plena justificación del momento.“
[Lamiquiz, Vidal: Lengua española. Método y estructuras lingüísticas. Barcelona,, ²1989, p. 75-76]
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«Durante el periodo áureo la fijación del idioma había progresado mucho, pero los preceptos gramaticales habían tenido escasa influencia reguladora. Desde el siglo XVIII la elección es menos libre; se siente el peso de la literatura anterior. La actitud razonadora de los hombres cultos reclama la eliminación de casos dudosos. Sobre la estética gravita la idea de corrección gramatical y se consuma el proceso de estabilización emprendido por la lengua literaria desde Alfonso el Sabio. No es que se haya detenido la evolución del idioma: el mismo lenguaje escrito, con ser tan conservador, revela una constante renovación, más intensa aún en el habla. Pero novedades y vulgarismos tropiezan con la barrera de las normas establecidas, que son muy lentas en sus concesiones.
Símbolo de esta postura es la fundación de la Real Academia Española (1713) y la protección oficial de que fue objeto. En sus primeros tiempos, la Academia realizó una eficacísima labor, que le ganó merecido crédito. Publicó entronces el excelente Diccionario de Autoridades (1726-39), llamado así porque cada acepción va respaldada con citas de pasajes en que la utilizan buenos escritores. Dio también a luz la Ortografía (1741) y la Gramática (1771), editó el Quijote, con magnífica impresión de Ibarra (1780), y el Fuero Juzgo (1815). Su lema “limpia, fija y da esplendor” quedó cumplido en cuanto se refiere a la tarea de criba y desbroce.
La atención por el estudio y purificación del idioma se revela asimismo en la obra de otros eruditos. Mayans y Siscar publicó en sus Orígenes de la lengua castellana (1737) el Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés; en su Retórica estudió cuidadosamente la prosa española y reunió una útil antología. Capmany seleccionó modelos de buen estilo en su Teatro histórico-crítico de la elocuencia (1786-94) y abordó la historia lingüística en el tratado Del origen y formación de la lengua castellana (1786). En la Colección de poesías anteriores al siglo XV, de Tomás Antonio Sánchez (1779), aparecieron impresos por vez primera el Cantar de Mio Cid, los poemas de Berceo, el Alexandre y el Libro del Buen Amor.»
[Lapesa, Rafael: Historia de la lengua española. Madrid: Escelicer, 1962, pp. 270-271]
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«La norma culta castellana:
El castellano tuvo nacimiento en un lugar geográfico muy preciso, como idioma de una pequeña comunidad que, con su espíritu emprendedor y su genio, lo extendió hasta ser una de las lenguas más importantes del mundo. Ya no pertenece, pues, sólo a su solar originario: es un idioma internacional, con innumerables variedades diatópicas y diastráticas en España y en América. A pesar de ello, su unidad se mantiene firmemente.
Y ocurre así porque existe una norma culta (que responde a un mismo ideal de lengua) forjada a lo largo de los siglos, y no ya sólo por castellanos, sino por los españoles de todas las procedencias y por los hispanoamericanos. Esa norma resulta de la coincidencia, en principio espontánea y voluntaria, de las personas instruidas y de los escritores de ambas orillas del Atlántico, codificada por los gramáticos y lexicógrafos y enseñada por la escuela. En ciertos aspectos – el ortográfico y el léxico, por ejemplo – ha sido decisivo el influjo unificador de la Real Academia Española, fundada en 1713, a la que se sumó, a partir del siglo XIX, el de las Academias constituidas en los distintos países de América, y que hoy desarrollan una acción conjunta (a través de la Asociación de Academias, que tiene una Comisión Permanente en Madrid) para mantener y defender la unidad del idioma, basado en la norma culta o código elaborado común para todos los hispanohablantes.»
[Fernando Lázaro: Lengua española. C.O.U., Madrid: Grupo Anaya, 1992, p. 239]
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«La norma:
La corrección
Las múltiples variedades locales y regionales – no solo de España, sino en cada uno de los países de lengua española –, los distintos niveles de lengua y los distintos de habla dan una imagen multicolor del idioma, muy distinta de la uniformada que suelen presentar las gramáticas. Tal imagen responde a la realidad, y desconocerla o infravalorarla es tener una idea mutilada de la lengua. Sin duda, toda esta riqueza de variantes y matices geográficos, sociales o individuales, al mismo tiempo que son indicio de vida, denotan una tendencia a la diversificación. Pero esa tendencia está frenada y suficientemente compensada por una opuesta tendencia a la unidad, que está en el sentimiento general de los hablantes – consciente o inconscientemente – de que es necesario conservar la comprensión mutua dentro de la comunidad mediante un sistema uniforme de comunicación.
La manifestación más visible de ese sentimiento es la noción de corrección, que presenta dos grados distintos. El primero se plantea la necesidad de que la comunicación sea perfecta, es decir, que el hablante componga su mensaje con la claridad suficiente para que lo perciba, sin error, el oyente. El segundo atiende, no ya a la “eficacia” de la comunicación, sino a su “calidad”. Así, una frase como Oyes, aquí está lo que pedistes, se consideraría “correcta” en el primer aspecto, pero no en el segundo, ya que oyes, por “oye”, y pedistes, por “pediste”, son formas lingüísticamente poco prestigiosas.
El criterio que determina la calidad de una forma está exclusivamente en función del nivel de lengua. Cada nivel de lengua tiene su propia “corrección”. El oyes del ejemplo anterior sería admitido tranquilamente por los hablantes de un determinado nivel, los cuales, en cambio, rechazarían por incorrecto haiga por “haya” o puebro por “pueblo”. Ahora bien, el criterio de corrección que de manera general se aplica a la lengua común está referido al nivel culto. ¿A qué se debe este privilegio? La explicación no parece difícil. Como el hablante de este nivel suele estar más capacitado para la comunicación “eficaz” (primer grado de corrección), y al mismo tiempo, lógicamente, su comunicación está construida dentro de los moldes del nivel culto, de ahí que se señalen esos modelos como los “mejores” (segundo grado de corrección). Uno y otro grado de corrección suelen entrar en consideración de manera simultánea: el hablante que examina su propia habla o la de otro juzga a la vez, sin separarlas, su eficacia y su calidad.
Socialmente, la corrección del habla tiene una importancia comparable a la del aseo personal. La aceptación social de una persona está condicionada – entre otras cosas – por la corrección de su lenguaje, y la conciencia de esta realidad motiva que muchos hablantes traten de desprenderse de formas de expresión “mal vistas” (demasiado regionales, demasiado populares) y de adquirir otras que no desentonen en los medios donde desean ser admitidos.
Así como para la “eficacia” de su habla el individuo no necesita seguir otra norma que su sentido común adaptado a lo que oye a la generalidad de los hablantes, para la “calidad” toma, de manera consciente o no, puntos de referencia más concretos. En primer término, estos modelos son las formas de hablar de amigos o compañeros admirados, de personajes prestigiosos, de actores, de locutores de radio y televisión; secundariamente, todo lo que lee, anuncios, revistas, diarios, libros. Los modelos actúan sobre el hablante de manera más o menos intensa, según su receptividad, y muchas veces, como hemos dicho, sin intervención de un deseo deliberado. Cuando este interviene, es frecuente que el hablante busque, más que modelos, autoridades que le orienten, personas o libros que le digan “cómo se debe decir”.
Para el hablante español medio, la autoridad máxima, algo así como el tribunal supremo del idioma, es la Real Academia Española. Esta institución oficial nació, en 1713, con un carácter exclusivamente técnico (diferente del de hoy, que es en gran parte honorífico) y con una finalidad muy definida, que está de manifiesto en su lema: Limpia, fija y da esplendor. Es decir, su misión era, basándose en el uso de los mejores escritores, establecer una forma precisa y bella de la lengua, exenta de impurezas y de elementos superfluos. Con tal objeto compuso la Academia el célebre Diccionario de Autoridades en seis volúmenes, llamado “de Autoridades” (1726-1739), y más tarde su Ortografía (1741) y su Gramática (1771). La autoridad que desde el principio se atribuyó oficialmente a la Academia en materia de lengua, unida a la alta calidad de la primera de sus obras, hizo que se implantase en muchos hablantes – españoles y americanos –, hasta hoy, la creencia de que la Academia “dictamina” lo que debe y lo que no debe decirse. Incluso entre personas cultas es frecuente oír que tal o cual palabra “no está admitida” por la Academia y que por tanto “no es correcta” o “no existe”.
En esta actitud respecto a la Academia hay un error fundamental, el de considerar que alguien – sea una persona o una corporación – tiene autoridad para legislar sobre la lengua. La lengua es de la comunidad que la habla, y es lo que esta comunidad acepta lo que de verdad “existe”, y es lo que el uso da por bueno lo único que en definitiva “es correcto”. La propia Academia, cuando quiso imponer una determinada forma de lengua, no lo hizo a su capricho, sino presentando el uso de los buenos escritores. La validez de un diccionario o de una gramática en cuanto autoridades depende exclusivamente de la fidelidad con que se ajusten a la realidad de la lengua culta común; ninguna de tales obras ha de decirnos cómo debe ser la lengua, sino cómo es, y por tanto su finalidad es puramente informativa. Se puede buscar en ellas orientación, no preceptos.
La actitud de reverencia ciega a la Academia, unida a la adhesión literal a uno de los principios de la fundación de esta, da lugar a la posición purista, que rechaza cualquier palabra nueva por ser extranjera o simplemente por ser nueva. El punto de partida de esta postura es el suponer que una lengua es una realidad fija, inmutable, perfecta; ignorando que tiene que cambiar al paso que cambia la sociedad que la habla, y que, al ser un instrumento de servicio de los hablantes, estos la van adaptando siempre a la medida de sus necesidades. Pero no debe confundirse el purismo, tradicionalista y cerrado, desdeñable por absurdo, con una conciencia lingüística en los hablantes – realista y crítica a la vez – que con sentido práctico sepa preferir, entre las varias formas nuevas que en cada momento se insinúan, las más adecuadas a los moldes del idioma, y que, reconociendo la necesidad de adoptar extranjerismos, sepa acomodarlos a esos mismos moldes. El desarrollo de tal conciencia lingüística sería uno de los mejores logros de una buena enseñanza de la lengua.
Si la lengua es de todos; si nadie, ni la Academia ni gramáticos, la gobiernan, ¿cómo se mantiene su unidad? Ya hemos dicho que el instinto general de conservar el medio de comunicación con los demás, necesidad de toda sociedad, es lo que frena y cotrarresta la tendencia natural a la diversidad en el hablar. Este instinto es el que establece las normas que rigen el habla de cada comunidad.
Cada grupo humano, por pequeño que sea, tiene su norma lingüística. Los habitantes de una aldea se burlan de los de la aldea vecina porque hablan “peor que ellos”, es decir, porque no siguen su propia norma; y el paisano que, después de haber vivido años en la capital, vuelve a la aldea, tiene que recuperar su lenguaje local por miedo a resultar ridículo o afectado, esto es, a quedar fuera de la norma. En el pueblo de al lado, la norma será distinta. Pero, naturalmente, la comunicación no solo es necesaria entre las personas dentro de cada aldea, sino de una aldea a otra, de una ciudad a otra, de una región a otra. Y entonces se hace necesario limar diferencias, seleccionar lo que todos entienden y aceptan. Esta necesidad es la creadora de la lengua común, la lengua idealmente exenta de particularismos locales. [...] Como es al nivel culto de la lengua al que se asocia generalmente el criterio de corrección, resulta que la norma de la lengua común se basa ampliamente en la forma escrita del nivel culto.
El hecho de que el ideal de la lengua común resida en la lengua escrita culta trae una consecuencia “externa”: que todos los hablantes de nuestro idioma – en España y América – aceptan unas normas ortográficas comunes; y una consecuencia “interna”, y es que la lengua escrita, tanto en los países americanos como en España, salvo variantes insignificantes, es una misma. No ocurre lo mismo con la lengua hablada, que en cada país, y en cada región del país, se atiene a una forma ideal diferente, aunque esa forma sea siempre la propia del nivel culto. La lengua hablada común de Méjico, la de Montevideo, la de Bogotá, la de Sevilla, la de Zaragoza, son todas distintas entre sí en una serie de aspectos (fonético, sintáctico, léxico) que, de todos modos, no impiden la perfecta comprensión mutua.
Aparte de las variedades de tipo geográfico, cada nivel de lengua tiene modalidades propias a las que el hablante que a él pertenece debe acomodarse so pena de incurrir en “afectación” o en “incorrección”. Estas modalidades tienden a nivelarse por la acción de la escuela y por el ejemplo de la radio, la televisión y el cine. No hay que olvidar tampoco la existencia de los niveles de habla, que, según vimos, imponen la utilización de un determinado registro para cada situación concreta de la comunicación, a los que ningún hablante puede sustraerse, y que marca, entre otras, una notable distinción entre la expresión hablada y la expresión escrita de una misma persona.
Por consiguiente – y resumiendo –, aunque es indudable la existencia de norma en la lengua, también es innegable que no existe “una” norma. La supernorma, la norma general, es, desde luego, la lengua culta escrita, que presenta una clara uniformidad básica en todo el mundo hispanohablante; pero el uso cotidiano se fragmenta en normas menores, variables según la geografía y según los niveles, que, sin romper la unidad general del idioma, ofrecen matices a menudo muy peculiares. A esta variedad de normas y no solo a una dogmática norma unitaria, debe atender una enseñanza realista de la lengua, en beneficio de los hablantes y de la propia lengua.»
[Seco, Manuel: Gramática esencial del español. Madrid: Espasa-Calpe, ²1989, pp. 256-260]
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„Sr. D. Robertio Castrovido.
Mi muy estimado amigo:
Al anunciar hoy El País la fiesta modestísima que vamos a dedicar a Azorín, da al homenaje un carácter turbulento que, en opinión de algunos entre los iniciadores, ni tiene ni es bueno que tenga. Es conveniente mover una revolución contra la Bastilla, porque la Bastilla puede, al cabo, tomarse, aunque con dificultad. Pero no cabe hacer un motín contra la Academia, porque esta dama es inexpugnable. Bastaría que nuestro acto tomara un cariz ligero de imposición y viva protesta para que la Academia elevara a caso de conciencia la exclusión de Azorín.
Mas se trata, no de darnos el buen sabor de disparar unos cuantos adjetivos contra le venerable institución, sino de marcar simplemente nuestro justificado deseo de que Azorín sea académico. No debemos aspirar a que los sillones de la inmortalidad sean ocupados según un régimen plebiscitario. Llevemos la extrema democracia a los comicios y al Parlamento, dejando que las Academias se gobiernen por vagos procedimientos aristocráticos.
No puede olvidarse que la desatención hacia la literatura, hacia la poesía, hacia el arte en general llega en nuestros días al grado ínfimo que aun dentro de España había tocado. Así es posible que un artista de la calidad de Azorín sienta en torno suyo un vacío y ausencia de gratitud verdaderamente irritante.
Se trata de esto simplemente: corregir la desatención pública de que entra a participar la Academia, por lo visto. En algunos pueblos suramericanos La ruta de Don Quijote ha sido declarado libro oficial de lectura en las escuelas. ¿Qué se ha hecho en España de semejante?
Vayamos, pues, no en contra de la adusta dama Academia, sino en pro de Azorín. Sin proceder al motín, querido Castrovido, vamos a ver cómo recurrimos de la Academia distraída a la Academia atenta, o – como es uso en la Corte vaticana – de la Academia mal informada a la Academia con mejores informes.
Por lo visto, ignora esta Corporación hijadalgo que sea cual sea la opinión de uno u otro señor académico, acontece el hecho innegable, indiscutible, de ser Azorín el escritor español que con mayor eficacia fomenta hoy, entre la gente joven, la lectura de los libros castizos. Podrá, repito, algún señor académico opinar adversamente respecto a ese modo de leer lo antiguo; pero el hecho de su eficacia es tan patente que no podrá borrarlo ni encubrirlo esa modesta opinión particular.
Y cuando no lográramos nada, nos cabría el placer de haber estado en Aranjuez con Azorín, escritor romántico, viendo cómo en un día de otoño, alanceados por el sol, se convierten los árboles de los jardines en altas llamaradas de oro.
De usted buen amigo, José Ortega y Gasset
23 de noviembre de 1913.
[Ortega y Gasset, José: “Fiesta de Aranjuez en honor de Azorín”. En: Obras completas, t. I, p. 367]
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Noticias de EL PAÍS – Jueves 7 septiembre 2000 - Nº 1588:
Las academias de la lengua española, premio Príncipe de Asturias de la Concordia
El jurado destaca la "tenaz tarea" de las 22 instituciones para el entendimiento entre los pueblos
JAVIER CUARTAS, Oviedo
Las academias de la lengua española de tres continentes fueron distinguidas ayer con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia por su „tenaz tarea“ en la defensa del idioma „como vehículo de entendimiento y de concordia entre los pueblos“. El jurado valoró también su trabajo para „engrandecer un valioso patrimonio“. El premio, dotado con cinco millones de pesetas y una escultura de Joan Miró, se decidió por unanimidad y recae conjuntamente en la Real Academia Española y en la Asociación de Academias de la Lengua Española, en la que se agrupan 21 entidades más. El príncipe de Asturias entregará el galardón a finales del próximo mes de octubre en Oviedo.
El jurado del Príncipe de Asturias de la Concordia se sumó de forma unánime a la propuesta, realizada por el rector de la Universidad de Oviedo, el economista Juan Vázquez, de galardonar la tarea de „fijar, limpiar y dar esplendor“ que la Real Academia Española viene desarrollando desde su fundación, en 1713, y a la que desde 1871 se incorporaron las instituciones análogas que fueron surgiendo en América y Filipinas. El galardón reconoce de este modo, según consta en el acta del fallo, la „continuada y tenaz tarea que desarrollan de forma conjunta [las academias] en favor de la lengua española como vehículo de entendimiento y de concordia entre los pueblos, salvaguardando y engrandeciendo así un valioso patrimonio universal“.
El reconocimiento se personaliza en la Real Academia Española y en las 21 academias americanas y filipina que también integran la Asociación de Academias de la Lengua Española. Son las Academias Colombiana, Ecuatoriana, Mexicana, Salvadoreña, Venezolana, Chilena, Peruana, Guatemalteca, Costarricense, Filipina, Panameña, Cubana, Paraguaya, Dominicana, Boliviana, Nicaragüense, Hondureña, Puertorriqueña, Norteamericana, Argentina de Letras y Nacional de Letras de Uruguay.
Esta asociación nació en 1965, tras haberse así acordado en 1951 en el I Congreso de Academias de la Lengua Española, celebrado ese año en México. Desde entonces, las 22 instituciones -la última en incorporarse fue la Academia Norteamericana, en 1985- participan en seminarios, congresos y proyectos conjuntos para contribuir a la unidad del idioma castellano, sin perjuicio de la riqueza de sus variedades y modismos nacionales, y a su fortalecimiento y vigencia en el mundo, donde cuenta con cerca de 400 millones de hablantes.
La elaboración del Diccionario de la Academia Española, el acopio de material para el Corpus de Referencia del Español Actual, y el desarrollo del Diccionario Académico de Americanismos -una ingente tarea con la que se pretende recoger y recuperar el inmenso caudal del léxico del continente americano, estimado en unos 120.000 vocablos-son algunos de los trabajos conjuntos que desarrollan.
No es ésta la primera vez, en sus veinte años de existencia, que los Premios Príncipe de Asturias galardonan la defensa y promoción del castellano en el mundo. En 1991 se concedió el galardón de las Letras al pueblo de Puerto Rico por su decisión de mantener la vigencia del español pese a la creciente influencia del inglés y su condición de Estado libre asociado a EE UU. Un año antes el premio de la Concordia a las comunidades sefardíes repartidas por el mundo quiso ser un gesto simbólico de reconciliación histórica pero también un reconocimiento expreso a la conservación del ladino por transmisión oral, de generación en generación, medio milenio después de la expulsión de los judíos de la Península Ibérica. Su labor lingüística en América también le hizo acreedor el año pasado al Instituto Caro y Cuervo, de Colombia, del premio de Comunicación y Humanidades. Pero la distinción de ayer es el reconocimiento de la Fundación Príncipe de Asturias a una realidad lingüística que abarca varios continentes y razas, y a una veintena de países.
A juicio del presidente de la Fundación Príncipe de Asturias, José Ramón Álvarez Rendueles, miembro del jurado, „ha sido un acierto absoluto tanto la propuesta como la unanimidad con que el jurado la ha apoyado. Se premia la colaboración entre todas las academias y esto refuerza nuestro idioma como vínculo de unión“. El rector, Juan Vázquez, señaló que la iniciativa surgió de „la convicción de que es preciso ser sensible a una realidad cultural tan universal como la de la lengua española, y a la posibilidad de colaboración, pero también de comunicación y de concordia, que el idioma común permite entre naciones y entre las minorías de aquellos países, como EE UU y Brasil, donde el español está cobrando un creciente protagonismo".
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Más cerca de la gente
EL PAÍS, Madrid
Para el escritor y académico hispanoperuano Mario Vargas Llosa, el premio a las academias subraya la importancia de la unidad de la cultura a través del idioma. „En los últimos años, la colaboración entre la RAE y las academias latinoamericanas ha sido mucho más estrecha y fértil. Gracias a la iniciativa y el impulso de Lázaro Carreter primero y después de García de la Concha, la Gramática y el Diccionario publicados por la Academia se han acercado al gran público“.
„El idioma es el producto de la unidad de estas 21 repúblicas y una monarquía“, continúa. „Ahora hay mayor cooperación y se han tendido puentes entre ambas orillas. Creo que la concordia debe ser la gran avenida entre los países“.
Para Vargas Llosa, „las academias son ahora menos académicas. Son más abiertas y están más cerca del hombre de la calle“. „Ya no es contemplada como algo minoritario y aristocrático“.
„Este premio reconoce la importancia de un idioma que está vivo y destaca que es necesario que se mantengan ciertas normas. Ya nadie es capaz de suscribir esa frase de Rubén Darío: ‚De las academias, líbranos, Señor“, afirma Vargas Llosa.
El autor de La fiesta del Chivo piensa: „Este premio reconoce también que la cultura es una de las grandes instituciones que sirven para el entendimiento de las personas, y eso lleva a perfeccionar la convivencia pacífica de los pueblos".
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Colombia considera que se premia a todos los hispanos
W. M. S, Madrid
„Es una distinción al español que se habla en todos los países
de habla hispana. Una manera de reconocer, una vez más, que es tan valioso el lenguaje y la forma que adquiere nuestro idioma tanto en Nicaragua o Colombia como en España; y, sobre todo, que sólo a través de ese intercambio de vocabulario se enriquece y se expande el español“. Con estas palabras recibió Horacio Bejarano, secretario ejecutivo de la Real Academia de la Lengua de Colombia, la noticia del Premio Príncipe de Asturias.
Bejarano, el miembro más antiguo de la Academia colombiana -lleva 43 años, de sus 80, dedicados a ella-, expresó su emoción por el galardón, que considera „muy justo y muy estimulante“ para todas las academias que trabajan por la unión del idioma y de los países; y para uno como Colombia, que el año pasado obtuvo otra distinción de este mismo premio, en la categoría de Comunicación y Humanidades, a través del Instituto Caro y Cuervo, por el trabajo del Diccionario de construcción y régimen de la lengua española.
Impulso
El decano de la Academia colombiana, la más antigua de América, fundada en 1871, considera que este galardón „es también un impulso para la expansión del español en el mundo“. Para Bejarano, el español es más que un vehículo de comunicación utilizado por 400 millones de personas en 19 países: „Es la vía de progreso“. Y agrega que la importancia del español crece: „La necesidad de comunicación del resto del mundo con nosotros aumenta, y el progreso en todas las áreas casi obliga a que la gente se acerque a nuestro idioma“.
Y es precisamente en este último punto en el que, en medio de la euforia, Horacio Bejarano se detiene para advertir sobre el peligro de la incorporación de palabras extrañas en el lenguaje. „Tenemos que estar alerta, porque, si bien es cierto que algunas veces necesitamos de vocablos científicos inexistentes en el español, no hay que olvidar que en nuestro idioma puede haber palabras que se adapten al significado requerido“. Entonces aprovecha para hacer una invitación, la
de no precipitar los arcaísmos: „No hay que matar las palabras antes de tiempo; hay que concederles la mayor vida posible y permitirles que convivan con el léxico que surge cada día. No es incompatible, porque lo antiguo y lo nuevo ayudan a preservar y dar pureza al lenguaje“
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García de la Concha cree que el jurado reconoce el trabajo por la unidad del idioma
López Morales, secretario de la Asociación, destaca que el correo electrónico unió las dos orillas
EL PAÍS, Madrid
Al director de la RAE, Víctor García de la Concha, la
noticia del premio le pilló a pie de obra panamericana: de visita en Guatemala, en plena gira de confraternización con Centroamérica, cumpliendo el mandato que, en su día, le hizo el Rey de España. De la Concha achacó este premio „excelente“ a la labor histórica „que desde hace muchos años han realizado las academias al servicio de la unidad del idioma“. Fernando Lázaro Carreter, por su parte, confía en que el premio sirva para que los gobiernos cumplan su compromiso de apoyar y mantener en buen estado a las academias.
Víctor García de la Concha: „Es realmente emocionante cómo la lengua está sirviendo de lugar de encuentro y no sólo como canal de comunicación. La lengua nos hace patria común en una concordia superior.
Desde diciembre de 1998, la RAE no hace nada sin consultar con las restantes academias, tal y como me encargó el rey Juan Carlos cuando fui elegido director. Mantener la unidad del español es un objetivo superior, una cuestión de política hispana de primer orden. Trabajamos codo con codo, como se ha visto en la Ortografía y se verá en el próximo Diccionario, que se presentará en el otoño de 2001 y contendrá miles de americanismos nuevos. Por encima de cualquier contencioso, el español es una reserva de entendimiento y afecto“.
Humberto López Morales. El secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua desde 1994, manifestó a Efe su alegría por un premio que reconoce „el trabajo callado, constante y útil“ de la asociación. „Trabajamos como fieras, porque trabajamos muchos y con mucho entusiasmo“, dijo. „Hemos limpiado el diccionario de esos cadáveres léxicos que andaban deambulando por ahí y seguimos con la revisión consensuada“. López Morales recordó los tiempos en que las academias estaban aisladas y desinformadas („no éramos una gran familia con una gran red de información“), y se congratuló de que ahora todas las academias tengan correo electrónico y „estén informadas de todo al minuto, lo que nos obliga también a estar al pie del cañón, con consultas constantes“.
Juan Luis Cebrián: „Es un premio a la concordia, y lo más importante de la Asociación de Academias es que ha mantenido la unidad real del español, convirtiéndolo en el gran patrimonio común de casi 400 millones de personas, y haciendo del idioma un vehículo no de identidad sino de diálogo, entendimiento y comunicación. Eso no pasa con casi ninguna otra lengua, y nos ha permitido tener un solo diccionario y una sola ortografía, pero es sobre todo una gran riqueza del español, un activo formidable para manejarse en un mundo muy influido por los medios de comunicación. En muy pocos años, Estados Unidos va a ser el segundo país hispanoparlante del mundo, y es muy importante para el futuro tener ese vehículo de entendimiento común“.
Francisco Ayala: „Está muy bien que le den premios a la Academia. Es una buena noticia, que seguramente premia la vocación panamericana“.
Francisco Rico: „El principal foco del español es Hispanoamérica y no España, y por ello es tan importante premiar el trabajo consensuado de todas las academias. La ventaja de la Academia Española es precisamente su distancia de las otras, el estar lejos le permite ejercer su papel moderador. Le permite estar dentro y fuera a la vez. Lo más importante de una lengua es que sea natural y no artificial, que la hagan sus hablantes y no los medios y los poderes fácticos, y es ahí donde las academias ejercen su papel más importante, no para buscar la pureza del castellano, que nunca ha sido una lengua pura, sino para preservar su impureza, la libertad de sus hablantes. Las academias no están para mantener un espacio sino para permitir el sentido natural de la lengua“.
Ángel González: „Es un premio que recoge mucho el espíritu de la Academia, lo que debe ser la Academia: concordia y buenas relaciones, ésa debe ser la función de la lengua. Ya desde la fundación de la casa, alguien dijo -no recuerdo bien quién- que la Academia fue el primer instrumento de relación con Hispanoamérica desde la independencia de los países americanos. También es verdad que, durante el franquismo, hubo un exceso de exaltación de la hispanidad que llevó a esos países a llamarse latinoamericanos en vez de hispanoamericanos, en un intento de salvarse de la apropiación, de separarse del amor que mataba. Pero eso cambió con la democracia“.
Luis María Anson consideró el premio „muy justo, porque la labor de la Asociación ha permitido conservar la unidad del idioma, que es el gran tesoro cultural de todos nuestros países“. Anson cree que se reconoce la tarea de „los dos últimos directores de la RAE“, que han sabido „convertir una institución con gestión anticuada en la empresa más vanguardista de España, dotada con un sistema informático de última generación y una presencia en Internet cada vez más penetrante y potente“. La Academia, concluyó, „es la única institución del siglo XVIII que conserva una autoridad sobre las naciones americanas, ya que, a pesar de las crisis, y gracias a un gran trabajo científico, sus decisiones son obedecidas por 22 países y 400 millones de personas“.
Domingo Yndurain, secretario de la RAE, señaló que el premio acierta de plano, porque es en el camino de la concordia y la colaboración „donde más énfasis está poniendo la Academia“.
El director del Instituto Caro y Cuervo de Colombia, el lingüista Ignacio Chávez, declaró su „complacencia“ por la concesión del premio a las 22 Academias de la Lengua Española. Chávez, que el año pasado recogió para el Caro y Cuervo colombiano el mismo galardón en el apartado de Comunicaciones, agregó que „no puede haber mayor concordia que el diálogo, el entendimiento, la comprensión para el respeto y para la paz, y el instrumento fundamental, esencial, es la lengua, y las entidades que representan la lengua desde una perspectiva digamos oficial son las academias“. Para Chávez, „hay que hacer énfasis en la lengua española porque de las lenguas romances será la que tenga el mayor número de hablantes; en este momento somos unos 400 millones de personas y en 40 años se doblará la cifra“. Según Chávez, la „ciudad más importante de lengua española será Nueva York“.
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F. Lázaro Carreter: "Hay más consenso ahora"
Fernando Lázaro Carreter declaró que el premio había sido una gran sorpresa: „Yo no sabía que éramos candidatos, pero es una idea excelente, el premio que más conviene a la Academia, que a veces ha sido criticada con mala intención, y el que más resalta su independencia y su prestigio“.
El ex director de la RAE recordó que el Parlamento aprobó en su día una moción agradeciendo a la Academia el ser „la primera institución en haber reestablecido relaciones con los países de América tras su independencia“, y destacó que hoy „las academias correspondientes trabajan como hermanas y comparten la misma preocupación y la conciencia de que la lengua no es un síntoma colonialista, sino un camino de progreso común“.
„No hay duda de que el consenso es más auténtico ahora“, añadió Lázaro, „porque las academias de allá han empezado a trabajar de verdad, y someten los textos a un examen muy riguroso. La Gramática que estamos elaborando desde hace un año, por ejemplo, va a salir muy enriquecida con los usos americanos, aunque no es posible hacerla panamericana del todo porque hay una partitura común que cada uno interpreta a su manera“.
El académico reconoció que la democracia profundizó las relaciones entre las dos orillas: „La relación es ahora muy fluida, y las visitas que yo no pude hacer por mis condiciones físicas son ahora frecuentísimas“. El autor de El dardo en la palabra confía en que mejore la situación económica de algunas academias, „porque hay algunas americanas que están en muy malas condiciones, algunas incluso en estado ruinoso".
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El meticuloso acercamiento de una lengua común
EL PAÍS, Madrid
„¡La ortografía académica no es ya la de una academia, sino la de 22!“. Con esta exclamación cerró el lingüista y académico Gregorio Salvador la reunión extraordinaria que celebraron, hace ahora casi un año, los directores de las academias del español en San Millán de la Cogolla para aprobar las nuevas normas de ortografía.
Allí se habló del acercamiento a un idioma común de las 22 academias y del esfuerzo de „sus vigilantes“ de satisfacer a todos los hablantes acercando meticulosamente sus diferentes formas y usos.
En este sentido trabaja la comisión permanente de la Asociación de Academias de la Lengua Española, que, con cinco miembros hispanoamericanos y tres españoles, tiene como misión fundamental coordinar y consultar a todas las academias americanas para obtener su asentimiento. Se trata de una tarea en la que se trabaja constantemente en la incorporación al diccionario de palabras americanas.
Americanismos
En estos momentos se prepara un Diccionario de americanismos en el que estará todo el léxico que, por su escasa difusión, no ha entrado en el último diccionario. En este sentido, Gregorio Salvador ha destacado la necesidad de mantener reuniones y congresos cada cuatro años y recuerda que el primero se celebró en 1951 por iniciativa del entonces presidente de la República de México, Miguel Alemán, que se ofreció a patrocinarlo porque consideró que era necesario sentar en la misma mesa a los representantes de todas las academias de la lengua española. España no pudo estar presente en ese primer congreso por motivos políticos, pero sí participó en el que se celebró en Madrid cinco años después, y luego en Bogotá, Chile, Quito y Buenos Aires.
El último congreso se celebró en México en 1998, y el próximo tendrá lugar el año 2002 y, aunque todavía no se conoce en qué ciudad tendrá lugar, el premio concedido ayer „permitirá probablemente celebrarlo de otra manera, entre otras cosas porque habrá algo especial que celebrar“.
El premio también dará, según Gregorio Salvador, un carácter especial a la visita que realizan en estos momentos a varios países de Centroamérica el presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española, Víctor García de la Concha, y el secretario, Humberto López Morales. La relación de la Real Academia Española con las hispanoamericanas fue siempre buena, subraya Morales, quizá porque las americanas surgieron de los núcleos de académicos correspondientes de la RAE en Bogotá, México, Lima o Quito.
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