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VULGÄRLATEIN Latín vulgar (comp.) Justo Fernández López Diccionario de lingüística español y alemán
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„Zeitliche Abgrenzung des Vulgärlateins
Über die zeitliche Abgrenzung des Vulgärlateins sowohl nach rückwärts als auch nach vorwärts gibt es in der Forschung keine einheitliche Meinung. Eine maximalistische Auffassung der Chronologie des Vulgärlateins, vertreten z. B. von Autoren wie Väänänen und Haadsma/Nuchelmans (welche letzteren sich auf Vidos berufen), hält seine Existenz zu allen Zeiten der Latinität für gegeben, d.h. vom Ausgang der archaischen Epoche des Lateins (Ende 3. Jh. v. Chr.) bis zum Auftreten der ersten schriftlichen Texte in romanischer Sprache (9. Jh. n. Chr.).
Eine mittlere Position vertritt etwa Battisti: Hier wird für das Vulgärlatein der Zeitraum zwischen ca. 200 v. Chr. und 600 n. Chr. angesetzt (Gerade 600 n. Chr. wird in der Literatur häufig als Endpunkt angegeben). Chronologisch viel stärker eingegrenzt sieht dagegen Coseriu das Vulgärlatein. Seine Auffassung lässt sich an folgender Skizze verdeutlichen:
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Die horizontalen Linien deuten die verschiedenen Sprachniveaus und –register des Gesamtlateins an, wobei diese nicht alle spezifiziert werden. Zwischen ca. 200 v. Chr. und ca. 100 n. Chr. werden das literarische und das umgangssprachliche Latein unterschieden; in dieser Epoche existiert noch eine wechselseitige Beeinflussung dieser beiden lateinischen Traditionen.
In der nachaugusteischen Zeit wird das literarische Latein zum klassischen Latein fixiert; es nimmt keine Neuerungen mehr aus der gesprochenen Sprache auf. Daher stellt man ein deutliches Sichwegentwickeln des Vulgärlateins vom klassischen Latein (angedeutet durch 2) sowie eine sich verstärkende innere Differenzierung des Vulgärlateins fest. Coseriu setzt dann eine vorromanische Phase von ca. 400 – ca. 700 n. Chr. an, an welche er schließlich die Phase der verschiedenen romanischen Sprachen – zunächst nur in angedeuteten Konturen – anschließt.
Dieses Schema verdeutlich einerseits die Auffassung, dass es eine Kontinuität des gesprochenen Lateins von den Anfängen der lateinischen Sprache bis zur Gegenwart der heutigen romanischen Sprachen gibt, und andererseits die These, dass die wichtigsten Neuerungen der späteren romanischen Sprachen zwischen ca. 100 n. Chr. und ca. 400 n. Chr. im Vulgärlatein entstanden seien, in einer Epoche, die einen anormal beschleunigten Rhythmus der Sprachentwicklung aufweise.
In der älteren Forschung wurde häufig die Meinung vertreten, das Vulgärlatein sei eine einheitliche Sprache gewesen. In der neueren Literatur wird dagegen der nichteinheitliche, d.h. differenzierte Charakter des Vulgärlateins hervorgehoben, zitieren wir stellvertretend Lausberg 31969: § 34):
Das Vulgärlatein war nun aber keine einheitliche Sprache weder in sozialer noch in chronologischer noch in geographischer Hinsicht. [Dietrich/Geckeler, S. 129-131]
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“Latín vulgar
Herman define esta variedad que, desde el segundo tercio del siglo XIX y a partir del estudio de los textos tardíos comenzó a delimitarse: «Llamamos latín vulgar al conjunto de innovaciones y tendencias evolutivas aparecidas en el uso – sobre todo oral – de las capas latinófonas no influidas o poco influidas por la enseñanza escolar y los modelos literarios». Y luego acota esta definición con algunas especificaciones:
1) El concepto no implica ninguna limitación cronológica inicial. Se puede hablar de latín vulgar desde que existe una tradición literaria., es decir desde los dos últimos siglos de la República. El punto cronológico final es la existencia del latín como lengua viva.
2) No hay, en rigor ningún “texto vulgar”, en tanto se trata de una variedad fundamentalmente hablada. La expresión debe entenderse como “texto muy fuertemente influido por el uso vulgar”, puesto que el hecho de escribir implica la adopción de convenciones mínimas ligadas a la tradición literaria, o al menos a la ortografía.
3) Debe considerarse además el hecho de la evolución temporal de esta variedad, así como las variantes locales y sociales (jergas de distintos grupos, con variantes no sólo en el léxico sino quizá también en la sintaxis). «En estas condiciones, toda constatación de conjunto que se haga sobre el latín vulgar, sin precisión territorial o cronológica, es una abstracción» (p. 15). Y agrega el autor: «Es más razonable considerar el latín vulgar una variedad cambiante del latín (portadora, ciertamente, de tendencias y rasgos identificables, pero ligada, con todo, por constantes interacciones, a las restantes variantes del latín ‘global’, incluida la modalidad literaria) que elaborar una ‘gramática del latín vulgar’, que sería, en gran parte, ilusoria».
Las fuentes para el estudio del latín vulgar son directas e indirectas. Las primeras se subclasifican en dos grupos: los textos que se han conservado en la forma material que tenían en la Antigüedad (inscripciones, tablillas de maldición, papiros) y los que se nos han transmitido por tradición manuscrita, especialmente medieval (tratados técnicos de medicina, veterinaria, agricultura, etc.; traducciones de la Biblia e inscripciones funerarias cristianas). Las indirectas comprenden las opiniones de autores interesados en la lengua y el estilo y especialmente las de los gramáticos que señalan ‘errores’, que para los especialistas son indicaciones de las tendencias evolutivas del latín hablado. La otra fuente importante para la reconstrucción del latín vulgar es la comparación de las lenguas románicas, con la cual se corrobora si los fenómenos observados en los textos latinos indican tendencias evolutivas duraderas y generales o si se trata de innovaciones individuales, ocasionales o librescas. [...]
La cuestión de cuándo muere el latín y cuándo nace el romance la resuelve el autor con el criterio de la comprensión (el latín fue una lengua muerta a partir del momento en que dejaron de comprenderlo las gentes sin cultura literaria); las variedades regionales del latín, que sin duda existieron desde la época del Imperio, pero cuyas diferencias se acentuaron a partir de su caída; y la tendencias fundamentales de la evolución del latín vulgar que permiten comprender las particularidades de las lenguas románicas.”
[Garelli, Marta: “Herman, József. El latín vulgar. Barcelona: Ariel, 1997. Reseña en: Cuadernos del Sur – Letras 30, 2000, págs. 207-209]
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„El latín que difundieron los colonos por la geografía de Hispania fue la variedad del latín vulgar o coloquial, no el latín de los literatos; éste sólo se enseñaba en las escuelas. El latín vulgar no era uniforme en cuanto al uso, debido a la diversa procedencia de los colonos y a las distintas regiones donde se asentaron.
Además del latín patrimonial enseñado a los indígenas a través de la convivencia con los colones, el latín de Hispania recibió un latín cultista por medio de la enseñanza impartida en las escuelas – donde se estudiaba a Virgilio, Horacio, etc. –, de la lengua usada por el Estado en los documentos administrativos y del latín empleado por el cristianismo, que cooperó a la total latinización de las provincias romanas.“
[Pérez Moreta, J./Viudas Camarasa, A.: Lengua española. Madrid: ed. sm, 1992, pp. 321-333]
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El latín hispánico
El latín hablado en la Península Ibérica pertenecía al latín vulgar o coloquial. El latín vulgar se distinguió del latín culto, enseñado en las escuelas, por una rápida evolución respecto a su estructura lingüística.
Los rasgos más importantes del latín vulgar eran:
Pérdida del hipérbaton en la lengua hablada.
Pérdida de la declinación nominal sustituida por el uso de preposiciones más una forma única, la del acusativo: de cervos por cervorum.
Tendencia a expresar por medio de perífrasis lo que en latín clásico se expresaba por medio de una síntesis gramatical: plus grandis por grandior.
Pérdida de la cantidad vocálica prevaleciendo el acento de intensidad; el sistema vocálico latino pasó de diez fonemas a siete en el latín hispánico:
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El paso del sistema de cantidad vocálica al de acento de intensidad queda reflejado en este cuadro:
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Evolución de muchos fonemas consonánticos, y por tanto una nueva reagrupación del sistema fonológico.
Evolución del léxico: casa sustituyó a domus, caballus reemplazó a equus.
Los ragos que hemos enumerado son propios de todo el latín vulgar. El latín de Hispania, además, introdujo:
Arcaísmos: comedere (comer), no manducare; fervere (hervir), no bullire; mensa (mesa), no tabula; latrare (ladrar); arena.
Neologismos: cibaria (alimentos) pasó a significar cereales, grano, ciberia; collacteus (hermano de leche) originó collaço en español medieval.”
[Pérez Moreta, J./Viudas Camarasa, A.: Lengua española. Madrid: ed. sm, 1992, p. 323-324]
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„Dialectalismo del latín hispánico
Es tesis de Menéndez Pidal: «Se estima que el paso de mb>m, nd>n, ld>l, así como el de nt>nd, nk>ng, lt>ld, ocurrido a la vez en el Sur de Italia y en España no es cosa fortuita, lo cual es evidente; de estas innovaciones, las tres primeras no son de tipo común, y las últimas no son frecuentes; la coincidencia exige pues ser explicada por un hecho histórico, y siendo sabido que en el dialectalismo del Sur de Italia perdura un hábito osco de pronunciación, es natural y plausible la hipótesis de que el latín de España continúa una pronunciación venida del Sur de Italia».
Dámaso Alonso escribe al respecto sintetizando: «La teoría de Pidal tiene pues bastantes puntos oscuros. Es hoy por hoy la explicación más satisfactoria de un conjunto de hechos fonéticos (y quizá también de toponimia) de la Península Hispánica ... La comunidad del latín hablado en la Península Hispánica y en el Sur de Italia resulta aún reforzada por toda una serie de hechos ya no de orden fonético sino sintáctico, morfológico y léxico».
En fin, Antonio Tovar se manifiesta así: «Estudiando (dice) la onomástica hispano-romana es sorprendente el número de elementos no romanos, sino itálicos, que se descubren en ella ... Menéndez Pidal ha señalado elementos itálicos en la toponimia sobreviviente en España ... Se ve pues que la teoría de Menéndez Pidal que busca rastros itálicos en las lenguas peninsulares tiene buenos argumentos, tanto históricos como lingüísticos, en su favor».
[Abad, Francisco: Diccionario de lingüística de la escuela española. Madrid: Gredos, 1986, p. 95-96]
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