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ZEICHEN Signo - Citas españolas (comp.) Justo Fernández López Diccionario de lingüística español y alemán
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Signal / Symptom / Symbol / Ikon / Index / Referenz / Signifikant / Referenz / Form vs. Substanz / Arbitrarität / Begriff / Ausdrucksform vs. Ausdruckssubstanz / Ausdrucksseite vs. Inhaltsseite / Inhaltsform vs. Inhaltssubstanz / Bedeutung / Motivierung / Bezeichnendes vs. Bezeichnetes / Organonmodell / Wortsemantik / Hypostasierung / Grammatikalisierung [Kritik von M. Morera] / Abbildungstheorie / Begriff / Polysemie / Semiotisches Dreieck / Semiotisches Viereck / Semiotisches Trapez / Semiose / Semiotik / Zeichen nach Ch. S. Peirce / Peirce, Charles Sanders / Derrida / Zeichen und ihre Einteilung |
«Aspectos de los signos lingüísticos:
La realidad puede ser aprendida sólo a través de nuestros órganos sensorios que dirigen las percepciones al cerebro. Aquí éstas toman forma de representaciones (imágenes globales) y de conceptos (imágenes analizadas en sus rasgos esenciales), una parte de los cuales, estructurada en clases y sistemas de relaciones, es almacenada en la memoria. Si una persona quiere comunicar a otra estas representaciones y estos conceptos tiene que servirse de objetos o de fenómenos (dibujos, gestos, sonidos, etc.) que los expresen y que sean perceptibles para el destinatario. Llamamos signo lingüístico a un sonido o a una secuencia de sonidos correlacionada con una representación/un concepto o un conjunto de representaciones/conceptos. El signo lingüístico consta por lo tanto de una esencia física (los sonidos) y de una esencia pensada (las imágenes) y remite a una realidad de la cual se quiere comunicar algo.
En toda expresión idiomática intervienen pues tres términos: «Cuando digo ‘me duele’ es preciso distinguir:
1. el dolor mismo que yo siento;
2. la imagen mía de ese dolor, la cual no duele;
3. la palabra ‘me duele’» (J. Ortega y Gasset, Ensayo de estética a manera de prólogo, IV).
Cuando la realidad a comunicar es un acto de habla como por ejemplo un juramento, la esencia física y la realidad indicada por ésta coinciden. Tanto las esencias físicas (las formas, los significados, los lexemas) como las pensadas (los contenidos, los significados, los noemas) son difíciles de delimitar y de definir. [...]
En la formación de los signos una comunidad lingüística sigue en general el principio de atribuir una forma especial a los conceptos o amalgamas de conceptos más usados y de utilizar perífrasis para los menos frecuentes.»
[Metzeltin, M.: Semántica, pragmática y sintaxis del español. Wilhelmsfeld, 1990, p. 19 sig.]
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«Conformidad: Para Helmslev, la propiedad de los sistemas de símbolos de presentar isomorfismo entre las unidades del plano de la expresión y las del contenido, propiedad que los diferencia de los sistemas de signos.»
[Cardona, G. R.: Diccionario de lingüística, p. 58]
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«Conmutabilidad: Para Helmslev la propiedad de los sistemas de signos de poder superar la prueba de conmutación (entre elementos presentes en la cadena y elementos ausentes pero pertenecientes al mismo paradigma de aquellos presentes), propiedad que los diferencia de los sistemas de símbolos.»
[Cardona, G. R.: Diccionario de lingüística, p. 59]
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1. La función referencial, también llamada denotativa y cognitiva es la más importante de toda la comunicación, define las relaciones entre el mensaje y el objeto al que se refiere.
2. La función expresiva o emotiva define las relaciones entre el lenguaje y el emisor. Tiende a dar la impresión de una cierta emoción.
Denotación y connotación. Estas funciones nos obligan a abrir un paréntesis para establecer la distinción entre denotación y connotación. La denotación está constituida por el significado concebido objetivamente y como tal, mientras que la connotación expresa valores subjetivos, añadidos al signo. La denotación es propia de un código científico; la connotación de los códigos estéticos. Un uniforme, por ejemplo, denota un grado o función; y connota el prestigio y la autoridad que le son inherentes.
3. La función conativa o injuntiva: define las relaciones entre el mensaje y el receptor, considerando a éste como fin del mensaje. Esta función puede ser cognitiva o subjetiva si se diriga al aspecto afectivo del receptor. La expresión más pura de esta función se encuentra en el vocativo y en el imperativo, que desde el punto de vista sintáctico, morfológico, e incluso fonológico se separan de las otras categorías verbales.
Estas tres funciones constituyen el modelo tradicional del lenguaje y son las que consideró Karl Bühler. Según él, para el que habla, el acto de habla es un síntoma, una expresión de lo que piensa; para el que oye es una señal que lo mueve a hacer algo; para la comunicación en sí misma es un símbolo, un signo que representa lo que intenta expresar el que habla.
Estos tres elementos corresponden a la primera persona (el emisor), a la segunda (el receptor) y a la „tercera persona“ (a alguien o a algo sobre lo que se habla).
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„Saussure empieza a caracterizar el signo lingüístico diciendo que consta de dos caras unidas en una sola entidad: un significante y un significado. Gráficamente:
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Insiste en la inseparabilidad lingüística de ambos. Estos dos elementos están íntimamente unidos y se reclaman recíprocamente, pues la entidad lingüística no existe más que gracias a la asociación del significante y del significado. Si no se retiene más que uno de los dos elementos, el signo lingüístico se desvanece, deja de existir. No es esto suficiente para caracterizarlo pues también el símbolo ofrece ambos elementos y no es signo lingüístico; y, por otra parte, el fonema es signo lingüístico y no aporta significado en sí sino únicamente valor distintivo. Saussure añade que el signo lingüístico une no una cosa y un nombre sino un concepto y una imagen acústica. La precisión adquiere importancia por la diferenciación de planos que supone. Vamos a señalarlos al mismo tiempo que los relacionamos con la comunicación entre hablante y oyente:
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En primer lugar hay que distinguir la cosa del concepto. Si yo, hablante, veo encima de mi mesa una carta, puedo decir a mi hermana: he recibido una carta. La cosa real y concreta es extralingüística. Lo que es lingüístico es el concepto o significado carta unido inseparablemente a la imagen acústica C-A-R-T-A, que es su significante en español. En segundo lugar, lo que hay que distinguir es esa imagen acústica o significante con la fonación o realización en sonidos que yo, como hablante, exteriorizo para comunicar. La matización que exponemos, quedará más exhaustivamente explicada con consideraciones lingüísticas postsaussureanas.
Sustancia y forma:
El lingüista de Copenhague L. Hjelmslev también distingue en el signo lingüístico dos planos o niveles, expresión y contenido, terminología más apropiada, aunque corresponde a significante y significado. Pero observa que cada uno de estos dos componentes dispone a su vez de dos aspectos: una forma y una sustancia. Es decir, gráficamente:
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Debemos a Humboldt el concepto de forma lingüística. También Saussure insistió en que la lengua es una forma y no una sustancia. Pero esta distinción de forma y sustancia en el interior del significante y del significado no está expresamente formulada en Saussure, de donde puede provenir el error de igualar el significante con la forma y el significado con el sentido, paralelismo que sería falso. Hemos de advertir que la sustancia de la expresión es la sustancia acústica, sonidos, cuyo estudio compete a la física acústica; es algo extralingüístico pero que la lingüística emplea para definir las formas de expresión de la lengua, los fonemas, y para exteriorizarlos. Y, por otra parte, la sustancia del contenido son los universales, cuyo estudio compete a la filosofía, también extralingüística, pero que la lingüística emplea en las formas de contenido o semánticamente. Téngase, pues, en cuenta esa parte del dominio de la física y esa parte del dominio de la filosofía que se encuentran en el campo del signo lingüístico. Gráficamente:
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La linearidad del signo lingüístico viene a ser una de sus características específicas que lo diferencian de manera neta con el símbolo. Hemos afirmado que el mensaje realizado por medio de un símbolo es captado de manera global. Recuérdese el simbolismo de las abejas. Su significado se entiende „de golpe“, diríamos. Mientras que la lengua emplea signos que se desarrollan en la línea del tiempo. Un ejemplo claro es una lección que va explicando el profesor, que le pide tiempo para desarrollarla y que el estudiante va captando a medida que avanza. Esto no ocurre en una bandera, símbolo de la patria como bien se dice: si sólo veo el color rojo, todavía no sé de qué país es, no entiendo todavía pues pueden ser bastantes, como España, Francia, Rusia, Alemania, Bélgica ...; aunque elimino ya a otros países. Si sigo viendo algo más y percibo el amarillo, todavía no sé a qué país se refiere, aunque elimino ya a Francia, Rusia ... Y aún, por la posición vertical u horizontal de los colores rojo, amarillo y negro, se precisará si se refiere a Bélgica o a Alemania. Es decir, hay que verlo entero para entender algo, no es lineal sino global, se capta al considerar todo el símbolo de una sola vez.
La linearidad del signo lingüístico nos permite referirnos a la cadena hablada que sobreentiende una sucesión de unidades. Esto implica que la lengua se puede analizar en unidades que se sitúan a diferentes niveles de su estructura.
Esta característica de linearidad está en relación con algo fundamental en el funcionamiento de la lengua. Puesto que dos unidades nunca pueden hallarse en el mismo lugar de la cadena hablada, la posición de cada unidad siempre puede ser pertinentemente distintiva. De una u otra manera o de varias maneras, todas las lenguas emplean esta pertinencia. Así, en español, por dar un ejemplo a uno de sus niveles, compárese abad y daba, o bien saco y cosa.
La arbitrariedad del signo lingüístico es la primera característica que da Saussure. La unión de tal significante con tal significado, unión que se reclama íntima e inseparable, es arbitraria, no se debe a ningún vínculo natural en la realidad.
E. Benveniste anota que se ha introducido en el razonamiento saussureano un tercer elemento, la cosa. Y hemos insistido ya en bien diferenciar la imagen acústica y el concepto, que forman el signo lingüístico y cuya unión sería la arbitraria, de la cosa por un lado y del sonido por otro, que son extralingüísticos. Para E. Benveniste lo que es arbitrario es que tal signo, y no otro, sea aplicado a tal elemento de la realidad. Así delimita la zona de la arbitrariedad; sólo en ese sentido se puede hablar de contingencia. Esta es una manera tajante de resolver un problema que ha durado bastantes siglos: desde Platón, con su teoría «iesuj», por naturaleza, del signo lingüístico, y Aristóteles, con su teoría «ieseq», por convención, la historia de la lingüística ha tratado y discutido este problema.
Hoy conviene distinguir aplicando la dicotomía: sincronía y diacronía. Sincrónicamente el signo lingüístico es inmotivado: que esto se llame libro, y no de otra manera, responde a una convención social. Y, desde este punto de vista, el signo lingüístico no es arbitrario, sino verdaderamente necesario; si no, no nos podríamos entender, no habría comunicación, el signo no sería signo lingüístico. La relación entre significante y significado es en sincronía, por el aspecto social de la lengua, absolutamente estable y nada contingente. Diacrónicamente, sin embargo, el signo lingüístico puede ser motivado. Motivación que proviene del mismo sistema, pues nos referimos a una motivación léxica. Así, encabritarse está motivado por cabra; cerrojo está motivado por cerrar a causa de una etimología popular, pues debería ser ferrojo, de ferruculum.
Algunos autores aducen la motivación de tipo onomatopéyico. Nos parece sencillamente absurdo. Si la forma del significante estuviera pedida por el significado, tendríamos una conclusión sencilla: no existiría más que una sola lengua. Ahora bien, quizá, y decimos quizá pues nunca se podrá demostrar científicamente, los primeros signos lingüísticos que creó el hombre fueron onomatopéyicos. Esto nos lleva al gran e interesante problema del origen del lenguaje. En cuanto a otros aspectos, como la aliteración de las retóricas, notemos bien que, desde un punto de vista lingüístico, no se puede aducir un razonamiento de sugerencia psicológica y demás motivaciones extralingüísticas. En todo caso, dice F. R. Adrados, lo esencial de los signos evolucionados es que pueden prescindir de la motivación, ser arbitrarios, aunque a veces regresen a ella. Éste es el caso, sobre todo, de los signos lingüísticos.
El signo lingüístico: discreto
Estamos ante una característica del signo lingüístico que entraña gran transcendencia para para la comprensión de toda nuestra asignatura en lo que se refiere al funcionamiento de las unidades de la lengua. Decimos que el signo lingüístico es discreto. Discreto significa discontinuo en oposición a continuo. B. Malmberg dice que por elementos discretos debe entenderse que está delimitados entre sí con precisión, sin ningún paso gradual del uno al otro. Las unidades discretas se estudian en un tipo de matemática y las cantidades continuas en otra matemática diferente. Saussure emplea el término diferencial para determinar esta característica del signo lingüístico. Todo ello quiere decir que en lengua todo funciona por una oposición que se instaura por la presencia frente a la ausencia de un elemento lingüístico.
Como primer ejemplo vamos a tomar unidades de la primera articulación o monemas. Pensemos en la realidad extralingüística «calor»: el calor es continuo y gradual, va de más a menos o de menos a más. Esto lo expresamos de manera discontinua en la lengua por medio de caliente en oposición a frío. Al decir que algo está caliente, la lengua no precisa a cuánta temperatura, sino que dice sencillamente que no está frío, es decir
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Pero tenemos otros términos intermedios y podríamos considerar las oposiciones binarias entre cada par de los términos.
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Esto quiere decir que la lengua, ante la realidad que experimenta y que es continua, pone límites con unidades discontinuas que opone binariamente y donde cada una de ellas adquiere su valor no en sí misma, sino por oposición.
Damos otro ejemplo con unidades de la segunda articulación. Consideremos las palabras baño y paño que se diferencian únicamente por aparecer en la primera la unidad de segunda articulación o fonema /b/ y en la segunda palabra el fonema /p/. Luego tenemos la oposición b/p. Que el signo lingüístico, como /b/, sea discreto, quiere decir que se caracteriza por la sonoridad o vibración de las cuerdas vocales frente al signo /p/, en el cual no hay dicha vibración. No importa que /b/ sea muy vibrante, bastante vibrante, poco vibrante, ... Lingüísticamente interesa únicamente que lo sea, no cuánto lo es; cualitativamente, no cuantitativamente. Se trata de la presencia o de la ausencia de tal cualidad, en este caso la vibración, sin considerar la gradación de esa cualidad. Pero, además, en oposición, es decir que el valor de la presencia aparece gracias a su oposición con la ausencia. Ahora nos interesa dejar bien sentada la cualidad discreta del signo lingüístico, teniendo presente que no es operante la cantidad.
El signo lingüístico: mutable e inmutable.
Esta doble característica del signo lingüístico parece una contradicción lógica: o es inmutable o no lo es. Estamos ante la relatividad en función del enfoque con que se estudie. También aquí hemos de distinguir si se toma desde un punto de vista sincrónico o con un criterio diacrónico.
Sincrónicamente, el signo lingüístico es inmutable. La masa social de una comunidad lingüística tiene a su disposición unos millares de signos lingüísticos entre los cuales puede elegir, pero no variarlos conscientemente y a su capricho. La inmutabilidad del signo lingüístico en un estado sincrónico de la lengua se comprende fácilmente como una necesidad, a fin de que la lengua sea verdaderamente un sistema de comunicación que pueda cumplir su fin. Si cada hablante emplea los signos que se le antojen, la comunicación no tiene lugar.
Ahora bien, es una realidad innegable el cambio que experimenta una lengua. Ese cambio puede centrarse en el sistema de relaciones que manifiesta el funcionamiento de su estructura, o en alguno de los signos relacionados. Estamos, bien se ve, en un punto de vista diacrónico. Es posible el cambio porque el signo lingüístico es arbitrario. El tiempo va alterando los signos lingüísticos, de modo inmediato o de manera paulatina: se da una mutabilidad.
Saussure quiso subrayar esta verdad: que la lengua se transforma sin que los sujetos hablantes puedan transformarla. Se puede decir también que la lengua es intangible, pero no inalterable.
Concepto de estructura:
La estructura se caracteriza por la distinción de planos o niveles. Decimos que existe un nivel si existe un estrato que puede formar parte de un nivel superior. Es decir, que hay estructura cuando se da la inclusión de varias unidades de un nivel inferior en una unidad de nivel o plano superior.
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Por supuesto que en una estructura hay unidades de rango o nivel inferior que unidades de categoría superior. Pero sería erróneo deducir de ello que las unidades de nivel superior son más importantes que las del plano inferior. En una estructura cada unidad, sea del nivel que sea, es igualmente importante para la totalidad, todas las unidades son transcendentales para el todo.
Algunos confunden orden y estructura. El orden se refiere al lugar oportuno que un elemento puede ocupar. La estructura hace referencia a las relaciones que los elementos presentan entre sí dentro del conjunto acabado y organizado. Todos tenemos experiencia de lo que es un diccionario común. Los términos se encuentran en él ordenados por letra alfabética, un orden cómodo de consulta. Pero ese diccionario común no está estructurado, pues no me indica con exactitud la categoría o nivel ni las relaciones mutuas en que los elementos pueden encontrarse o no, dentro de un texto concreto, ni los grupos o subgrupos relacionados entre sí y con el todo.
Características de los niveles de estructura. Son cuatro las características que se manifiestan en las unidades de los planos o niveles de una estructura:
La primera característica es que un elemento puede funcionar sin cambio en un nivel superior.
La segunda consiste en que una unidad de un nivel superior puede funcionar en un nivel inferior.
La tercera característica dice que las unidades del mismo nivel pueden adicionarse.
La cuarta característica es que en un mismo nivel una unidad puede quedar sustituida por otra.
La lengua como sistema estructurado: La lengua es un sistema rigurosamente organizado donde todo está en función del todo. Equivale a afirmar que la lengua es un sistema o conjunto organizado de signos cuyo valor depende de su relación con los demás. La estructura de una lengua consta de sus elementos o unidades situados en los diferentes planos y de sus relaciones mutuas, pues la lengua tiene el carácter de un sistema basado únicamente en la oposición de sus unidades concretas. La idea fundamental es que la lengua constituye un sistema de valores fundamentados en meras diferencias, pero todo se reduce igualmente a agrupaciones funcionales. Todo el razonamiento estructural de Saussure consiste en mostrar la organización presupuesta de los elementos. El sistema lingüístico no está compuesto por una unión de elementos preexistente, no se trata de poner en orden un inventario que se nos da en desorden, no se trata de componer en su orden oportuno un rompecabezas de elementos, pues el descubrimiento de los elementos y del sistema o leyes de la estructura constituye un único objeto, un solo tema. Es decir que, una vez que se considera la lengua como un sistema, el trabajo consistirá en analizar su estructura. Cada sistema, formado por unidades que se condicionan mutuamente, se diferencia de los otros sistemas por la organización interna de esas unidades, organización que constituye la estructura. Algunas combinaciones son frecuentes, otras lo son menos, otras, teóricamente posible, no se realizan nunca.
Considerar la lengua como un sistema organizado por una estructura, que se ha de descubrir y describir, eso es adoptar un punto de vista metodológicamente estructural. Ahora bien, si tomamos de los historiadores del arte la diferencia que aplican a la pintura cubista, podemos hablar de enfoque estructuralista analítico que adoptan N. Trubetzkoy, R. Jakobson y la escuela estructuralista europea en general; y de enfoque estructuralista sintético en la escuela estructuralista de N. Chomsky y sus seguidores.
Insistiendo con E. Benveniste: los criterios estructuralistas proclaman el predominio del sistema de la lengua sobre sus elementos y tratan de conseguir científicamente una triple finalidad: deducir la estructura del sistema a través de las relaciones de sus elementos; mostrar el carácter orgánico de los cambios a que ha estado sometida, y está sometida, la lengua; predecir las situaciones de funcionamientos que aún no han sido inventariadas en el corpus de realizaciones.
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Éstos son los niveles y éstas son las unidades de cada uno de ellos. Cualquier texto que describamos podrá analizarse exhaustivamente con esas siete unidades en sus correspondientes planos. El fonema es la unidad del nivel de expresión. Todas las demás unidades se sitúan en el nivel de contenido. Esto muestra su interrelación general en tanto en cuanto la lengua es un sistema de signos.
Las relaciones paradigmáticas y sintagmáticas:
Las unidades lingüísticas están ligadas a la estructura y, al mismo tiempo, formando la estructura; también están interrelacionadas íntimamente por dos tipos de relación.
Llamamos relación paradigmática a la relación de un elemento con los otros mutuamente sustituibles. Un paradigma es una serie de elementos que pueden ocupar una misma situación, teniendo en cuenta que mutuamente pueden sustituirse y que el empleo de uno de ellos excluye el uso de todos los demás del paradigma. Están, pues, en oposición: el valor de cada elemento aparece en oposición a los demás del paradigma. Así, si digo que he obtenido un notable, excluyo sobresaliente, aprobado y suspenso, pues los cuatro términos pueden ocupar esa posición, forman un paradigma a nivel semántico. El paradigma, obsérvese bien, constituye un conjunto cerrado o acabado en sincronía.
Por otra parte, llamamos relación sintagmática a la relación de un elemento con los otros elementos simultáneamente presentes. Por ejemplo, en llegaron las lluvias de abril, vemos relación sintagmática entre las y lluvias. Estas relaciones sintagmáticas pueden designarse como contraste.
Si consideramos ahora ambos tipos de relación al mismo tiempo, podemos añadir que las relaciones sintagmáticas son directamente observables, están en presencia, mientras que las relaciones paradigmáticas hoy que intuirlas, están en ausencia. Esto equivale a decir que ambos tipos están en interdependencia. Toda unidad lingüística está simultáneamente dotada de valor contrastivo por relación sintagmática y de valor oposicional por relación paradigmática. Pero, además, cada unidad, por debajo del nivel oración como precisa J. Lyons, conlleva una distribución característica que siempre aparecerá respetada.
La distribución se refiere a los condicionamientos combinatorios que exigen las unidades lingüísticas. Podemos distinguir tres tipos de combinaciones
· combinaciones realizadas, las cuales son aceptable porque sus elementos respetan la distribución que les corresponde como unidades de un nivel concreto y porque ofrecen una funcionalidad lingüística;
· combinaciones posibles, que son combinaciones aceptables distribucionalmente puesto que respetan sus normas, pero no han llegado a dotarse de funcionalidad lingüística;
· combinaciones imposibles, las que no responden a las normas distribucionales luego no podrán darse.
Obsérvese que el llegar a captar el valor funcional de un elemento supone la comprensión de sus relaciones sintagmáticas, de sus relaciones paradigmáticas y de su distribución, según le correspondan como unidad lingüística de una clase a determinado nivel.
La marca funcional:
Toda oposición entre elementos es básicamente binaria. En ella se sitúa un elemento positivo (+) o marcado por la presencia de una característica o marca, frente a un segundo elemento negativo (–) no marcado, es decir, con ausencia de esa característica. El carácter diferencial de las unidades lingüísticas hace que funcionen por la oposición binaria entre sí dentro del sistema, oposición que se caracteriza por presencia / ausencia de una marca pertinente en el sistema. La oposición entre dos elementos A/B siendo A (+) marcado y B (–) no marcado, es decir, supone que A implica no B, pero B no implica no A. En la oposición libros/libro vemos la oposición de número plural (+) / singular (–), donde plural (+) marcado, implica no singular, pero singular (–) no marcado, no implica no plural. Por ejemplo, ¡cuántos coches! son varios o muchos; pero si digo ¡cuánto coche! puede ser uno grande o pueden ser también varios o muchos ya que el singular no excluye al plural.
De aquí se deduce que lo importante es la presencia que supone algo a partir de lo cual puedo empezar a apoyarme para discurrir. Pero, esa presencia de algo no tendría ningún valor si no hubiera frente a ella, en oposición, una ausencia de eso mismo, ausencia que precisamente da valor a la presencia. Téngase en cuenta que si todos fueran guapos o ricos o inteligentes no existirían ni los feos ni los pobres ni los necios; pero, en ese supuesto, no se daría ningún valor a la hermosura ni a la riqueza ni a la inteligencia. Dicho de otra manera, la ausencia no dice nada por sí misma. No podemos lógicamente partir de la nada para deducir consecuencias.
En todo ello conviene captar tres detalles importantes.
- Primeramente: Para que exista oposición se requiere la dialéctica de la presencia de una marca frente a la ausencia de esa marca, ausencia que supone posibilidad de presencia.
- En segundo lugar: La ausencia no debe confundirse con la inexistencia de marque que supone, además de ausencia, la no posibilidad de presencia. Si la ausencia sola no dice nada por sí, sirve en cambio para dar valor funcional a la presencia, cosa que no puede conseguir la inexistencia.
- Tercero: En la dialéctica oposicional binaria con enfoque lógico, el término marcado debe ser el primero a fin de partir de algo, que adquiere valor al encontrar la ausencia en el segundo término no marcado de la oposición.
A veces se dan distinciones ternarias, pero no son más que variantes de las distinciones binarias:
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y después, a otro nivel, dentro del género, la oposición
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Indicándolo gráficamente en un todo, en orden lógico:
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La operación binaria de la lengua:
G. Guillaume (1883-1860), discípulo de A. Meillet, que comenzó en la lingüística histórico-comparada, fue estructuralista y propuso caminos para llegar a la lingüística generativa, parte del siguiente postulado: si el acto del lenguaje recubre una actividad pensante cualquiera, obligatoriamente las operaciones mentales implicadas en esta actividad estarán acompañadas de un tiempo, por pequeño que sea. De aquí la organización de su psicomecánica lingüística, cuya tarea consiste en identificar todas las operaciones mentales, para referirlas luego „al tiempo operativo“. Mucho se puede aprovechar de esta consideración del tiempo operativo que saca del estaticismo a la lingüística estructural y le inyecta el dinamismo que propone la lingüística generativa. Oigámosle y pensemos en la transcendencia de lo que dice: „Decir que la lengua es un sistema de signos, sólo es evocar, en un marco estático, un fenómeno de naturaleza cinética. Lo exacto es que la lengua es, desde la periferia hasta el centro, un sistema intrínsecamente iterativo, hábil, tanto como se necesita para repetirse mecánicamente dentro de sí mismo. Se encuentra así propuesto implícitamente el problema de saber a qué tiende esta iteración del sistema que es la lengua y cuál puede ser su utilidad.“
Otro aspecto peculiar de G. Guillaume es que, al contrario que los lingüistas de su tiempo que parten de los elementos fónicos o fonológicos, él parte del contenido, primera intención de la lengua como sistema de comunicación: lo que se quiere decir.
Es Guillaume quien menos nos expone la operación binaria de la lengua. Cuando hemos realizado el funcionamiento por oposición, lo hemos, quizá, interpretado estáticamente. Y no es así. Se trata de dos momentos de un movimiento, movimiento que lo hemos expresado por la flecha dinámica. El hablante adopta una posición en ese dinamismo.
La mente parte de un concepto general. En un primer movimiento que es aferente, primario, particularizador, va de lo general a lo particular: movimiento que cierra, restringe, tiende a exponer. Luego realiza un segundo movimiento, que es eferente, secundario, generalizador y va de los particular, obtenido en el primer movimiento, a lo general: segundo movimiento que abre, pues, parte de lo expuesto. Gráficamente:
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Téngase en cuenta que lo general de que parte el movimiento I no es lo mismo que la generalización de lo particular a que llega el movimiento II.
La lógica y la experiencia:
En la explicación de la marca funcional hemos llevado un razonamiento según una cronología lógica partiendo del término marcado y situando en segundo lugar el elemento no marcado. Esta dirección cronológica tiene su apoyo en la operación binaria: recuérdese que el segundo movimiento, que corresponde al discurso donde funciona la marca, va de lo particular y, de ese particular concreto, se generaliza. En efecto, si en el género hemos deducido que
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Podemos percatarnos que un alumno excelente es visión más general, que incluye a muchachos y muchachas; mientras que una alumna excelente es visión particular y restringida.
Ahora bien, el paso cronológico pueder ser interpretado según un eje que va del no marcado (–) al marcado (+), y se obtiene una cronoexperiencia. Es decir,
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Es una diferencia de punto de vista. Así, por ejemplo, si se dice que alguien está sin dinero, ello implica que se tiene presente la noción de «dinero» previamente: el sin es un después lógico. Pero, si me fundamento en la experiencia, tanto particular como común, debo decir que uno se encuentra antes sin dinero y después –algunos, según dicen– con dinero. No se trata de contradicción. Recuérdese la nueva dialéctica: depende del punto de vista que se adopte. Pedagógicamente, como el niño tiene ya bastante experiencia, pero no mucha lógica, los ejercicios escolares siguen principalmente la cronoexperiencia. Así, se pide: póngase en femenino ..., y se da lo general masculino; póngase en plural ..., y se da lo general singular.
La función en el signo lingüístico:
En el estudio del signo lingüístico saussureano tuvimos ocasión de recordar sus dos componentes, el significante y el significado, que correspondían, en una terminología más actualizada, a la expresión y al contenido. Vimos igualmente que en cada uno de esos dos niveles debíamos diferenciar la sustancia y la forma, teniendo en cuenta que la sustancia desbordaba ya los límites del signo lingüístico mientras que la forma constituye verdaderamente la lengua. La lengua es forma y no sustancia, decía ya F. de Saussure; aunque la sustancia sirve por el lado del contenido para relacionar el signo de la lengua con la realidad conceptual y, por el lado de la expresión, para exteriorizar la lengua. Instiendo gráficamente:
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Vamos a relacionar ahora todos los conceptos anteriores en la consideración de la función dentro del signo lingüístico. Como dice L. Hjelmslev: la forma únicamente puede quedar precisada y definida situándola en el terreno de la función.
Por ejemplo, tomemos los elementos combinatorios Juan, Pedro y pega que ya existen: en ellos vemos un significante y un significado que conocemos y empleamos todos. Vamos a realizar una comunicación con ellos. Podemos construir el mensaje lingüístico Juan Pega a Pedro o Pedro pega a Juan, de muy diferente contenido. ¡Preguntémoselo a Pedro, por ejemplo! ¿Qué sucede? ¿Por qué esto? A causa de la distinta función que a nivel de oración desempeña el elemento Pedro o el elemento Juan, en una u otra comunicación. Debemos deducir la siguiente consecuencia: No es suficiente la consideración de forma y sustancia en cada uno de los planos del signo lingüístico. La función es algo esencia, hay que tenerla en cuenta necesariamente ya que precisa el valor lingüístico de la forma.
La infraestructura del signo lingüístico:
La consideración de la función puede situarse metodológicamente a un nivel alto de estructura total del signo lingüístico o a diferentes niveles de ese signo. Todo ello nos ofrece la atención a las infraestructuras del signo lingüístico. Mirando al signo lingüístico en su total estructura, debemos decir que se compone de tres dominios infraestructurales: forma, función y significación. Y dispuestos así:
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Situándonos ahora únicamente a nivel de cada una de estas tres infraestructuras, observamos en cada una de ellas dos aspectos de estudio interrelacionado, que corresponden a otras tantas partes de la lingüística. Indicándolos en su estructura:
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Pero aún esto no es todo, pues ya hemos mencionado las sustancias extralingüísticas que aprovecha el signo lingüístico. Completando este gráfico, anotaremos:
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1) la sustancia de los universales penetra en el signo lingüístico y se expresa en la lengua gracias a las funciones semánticas que se manifiestan por medio de las formas lexicológicas, lexemas, conjunto abierto o no acabado de unidades. La descripción lingüística de esta infraestructura se realiza con el análisis de la Lexicología y de la Semántica, inseparablemente pues se trata del funcionamiento de las formas en este nivel.
2) unas funciones sintácticas que se manifiestan por medio de las formas morfológicas, conjunto cerrado o acabado de unidades que llamaremos morfosintácticas por su inseparabilidad morfofuncional. Es la parte del signo más puramente lingüística sin ninguna participación extralingüística.
3) unas funciones fonológicas de las formas fonemáticas que se exteriorizan gracias a la Fonética, la cual participa en la sustancia acústica que desborda los dominios del signo lingüístico.
Con los criterios saussureanos, perfeccionados y ampliados en superación con las ideas de otros lingüistas, hemos llegado a añadir otros aspectos olvidados por la gramática tradicional. Ahora bien, ya hemos subrayado que lo verdaderamente lingüístico es la infraestructura que no tiene contacto con lo extralingüístico. De aquí que debamos organizar todos esos hechos en una mejor jerarquía lingüística. Seguiremos las ideas de L. Hjelmslev y N. Chomsky para expresar ese todo en el siguiente esquema:
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El hallazgo de las reglas generativas gramaticales y su formulación constituirá el quehacer más puramente científico de nuestra lingüística.
Signo lingüístico y comunicación:
Nunca se debe olvidar que el fin último de un sistema de lengua es la comunicación. Comunicación entre un hablante y uno o varios oyentes. Para el hablante se trata de una elección. ¿Qué elige? En un primer momento, en el cual el hablante desea decir algo, se sitúa en lo que G. Guillaume llama ideación nocional: elige una sustancia de contenido y se encuentra con una estructura profunda que dice N. Chomsky. Para poderlo decir tiene que elegir formas funcionales que, gracias a su competencia lingüística, genera, en conformidad de las reglas gramaticales, unas formas funcionales en actuación lingüística hacia una estructura de superficie. Ha pasado por la ideación de estructura de G. Guillaume. Por medio de la sustancia de la expresión exteriorizará su comunicación como cadena hablada. Se ha cumplido el camino onomasiológico, de hablante a oyente.
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El oyente, receptor de ese mensaje, deberá valorarlo a fin de poder captar la comunicación. Para él será un problema de interpretación que solucionará recorriendo dinámicamente un camino exactamente inverso. Tras captar físicamente la cadena hablada obtendrá la estructura de superficie. Interpretará la estructura ideada; valorará las reglas gramaticales. Penetrará en la estructura profunda y recompondrá el contenido. Es decir, ha recorrido un camino semasiológico o interpretativo:
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La comunicación supone el recorrido total de ida y vuelta
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En estos trayectos que recorrer, se encuentran todos los niveles que hemos señalado en los gráficos del apartado anterior.
El funcionamiento en lengua y habla:
Las unidades de cualquier nivel o rango jerárquico pueden ser objeto de análisis en
1) el plano de la lengua: a este nivel se considerará su condicionamiento en potencialidad de funcionamiento en el sistema. Y eso con un doble enfoque:
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Esto corresponde al criterio de A. M. Badía Margit de presentar los hechos de lengua de modo constante alrededor de los conceptos de forma y de función: la forma portadora de una función y la función expresada a través de una forma.
2) el plano del habla: a este nivel se olvidará el funcionamiento en actualización. Y esto con un doble análisis interrelacionado:
a) análisis de las relaciones sintagmáticas, relaciones entre los elementos simultáneamente presentes, con la consideración de la posición que una unidad lingüística ocupa dentro del conjunto actualizado, fundamentándose en los contrastes. Así, en el conjunto {a b c d} las relaciones del elemento c, por ejemplo, con a, con b y con d.
b) análisis de relaciones paradigmáticas, relaciones entre los elementos mutuamente sustituibles, considerando la función que una unidad desempeña dentro de dicho conjunto actualizado, es decir, en oposición. Así, en el conjunto {a b c d} antes considerado, las relaciones del elemento c, por ejemplo, con c´ c´´ c´´´ con los cuales forma un paradigma cerrado.
Gramaticalidad y aceptabilidad:
Ya se habrá entendido que la gramaticalidad es un concepto que hace referencia a la cohesión del sistema, que es tajante a causa del rigor estricto de las leyes de funcionamiento sistemático que no admiten ni grado ni excepciones. Mientras que el problema de la aceptabilidad se inscribe en la coherencia, en la solidaridad de las unidades lingüísticas, por lo que puede ser gradual, en un grado de acomodación más o menos aceptable. En consecuencia, la aceptabilidad o no aceptabilidad dependen en gran manera de la situación comunicativa, del contexto en que aparezcan. En condiciones comunicativas normales, sería inaceptable ?selva fatigada o ?conciencia de tierra ... que se hacen aceptables en Vicente Aleixandre:
Yo llegaba de allí, de más allá, de esa oscura conciencia
de tierra, de un verdear sombrío de selvas fatigadas,
donde el viento caducó para las rojas músicas. (Sombra del paraíso).“
[Lamiquiz, Vidal: Lengua española. Método y estructuras lingüísticas. Barcelona: Ariel Lingüística, ²1989, pp. 41‑67]
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«Signo
El signo es la noción básica de toda ciencia del lenguaje; pero, precisamente a causa de esta importancia, es una de las más difíciles de definir. Esta dificultad se duplica porque las modernas teorías del signo procuran abarcar no sólo entidades lingüísticas, sino también signos no verbales.
Un análisis atente revela que las definiciones clásicas del signo son con frecuencia tautológicas o incapaces de aprehender el concepto en su genuina especificidad. Se admite que todos los signos remiten necesariamente a una relación entre dos relata; pero el solo hecho de identificar la significación con la relación hace imposible distinguir entre dos planos que, sin embargo, son muy diferentes: por un lado, el signo «madre» está por fuerza ligado al signo «hijo»; por la otra, lo que «madre» designa es madre y no hijo.
San Agustín propone en una de las primeras teorías sobre el signo: «Un signo es algo que, además de la especie abarcada por los sentidos, hace que otra cosa acuda por sí sola al pensamiento». Pero hacer acudir (o «evocar») es una categoría demasiado estrecha y a la vez demasiado amplia; presupone, por un lado, que el sentido existe fuera del signo (para que sea posible hacerlo acudir hasta él) y, por el otro, que la evocación de una cosa por medio de otra siempre sitúa en el mismo plano. Ahora bien, la sirena puede significar el principio del bombardeo y evocar la guerra, la angustia de los habitantes, etc. ¿El signo será acaso algo que está en lugar de otra cosa y la reemplaza? En todo caso, éste sería un reemplazo harto singular, ya que no es posible en un sentido ni en el otro: ni el «sentido» ni el «referente», como tales, podrían insertarse en el interior de una frase en lugar de la «palabra». Swift lo entendió bien: después de suponer que cada uno lleva consigo las cosas de que desearía hablar (ya que las palabras sólo son sucedáneos de esas cosas), llegó a la conclusión: «Si las ocupaciones de un hombre son importantes y de diversa índole, estará proporcionalmente obligado a cargar un fardo mayor de cosas sobre sus hombros» ... a riesgo de sucumbir bajo su peso.
Por lo tanto, definiremos prudentemente el signo como una entidad que:
1. puede hacerse sensible, y
2. para un grupo definido de usuarios señala la ausencia en sí misma.
La parte de del signo que puede hacerse sensible se llama, para Saussure, significante; la parte ausente, significado, y la relación que mantienen ambas, significación.
Un signo existe, aunque no sea percibido.
El signo es siempre institucional: en este sentido, sólo existe para un determinado número de usuarios. Este grupo puede reducirse a una sola persona (por ejemplo, el nudo que hago en mi pañuelo). Pero fuera de la sociedad, por reducida que sea, los signos no existen. No es justo decir que el humo es signo «natural» del fuego; es su consecuencia, o una de sus partes. Sólo una comunidad de usuarios puede instituirlo como signo.
El punto más discutido de la teoría se refiere a la naturaleza del significado. Se lo ha definido aquí como una carencia, una ausencia en el objeto perceptible que así se vuelve significante. Esta ausencia equivale, pues, a la parte no sensible; quien dice signo debe aceptar la existencia de una diferencia radical entre significante y significado, entre lo sensorial y lo no sensorial, entre presencia y ausencia. El significado, diremos tautológicamente, no existe fuera de su relación con el significante; un mismo gesto crea el significante y el significado, conceptos que son inconcebibles el uno sin el otro. Un significante sin significado es simplemente un objeto, es pero no significa. La relación de significación es, en cierto modo, contraria a la identidad consigo mismo; el signo es a la vez señal y ausencia: originariamente doble.
Debemos considerar dos aspectos complementarios de todo significado. El primero, de alguna manera vertical, no es revelado en la relación necesaria que el significado tiene con el significante; esta relación indica el lugar del significado, pero no nos permite identificarlo positivamente: es lo que falta la significante. El segundo, que podríamos representar como horizontal, consiste en la relación de ese significado con todos los demás, en el interior de un sistema de signos. Esta determinación es igualmente «negativa» (como dice Saussure, lleva a «ser lo que los demás no son»; sería más exacto llamarla «relacional»), pero se produce en el interior de un continuum, constituido por el conjunto de los significados que forman sistema (no se explica la índole de este continuum designándolo con nombres tales como «pensamiento», «conceptos», «esencia», etc.: cosa que, sin embargo, no dejaron de hacer muchos filósofos y psicólogos). Tanto en un caso como en el otro, se llega al significado por el signo: en ello reside la dificultad principal de todo discurso sobre el signo. El sentido no es una sustancia cualquiera que podríamos examinar independientemente de los signos donde la aprehendemos; no existe sino por las relaciones de que participa.
En torno al signo
Esta definición «estrecha» del signo obliga a introducir otros conceptos para describir relaciones semejantes y sin embargo diferentes, que habitualmente se confunden bajo el nombre de «significación» o de «signo». Así, se pondrá especial cuidado en distinguir la significación de la función referencial (a veces llamada denotación). La denotación no se produce entre un significante y un significado, sino entre el signo y el referente, es decir, un objeto real, en el caso más fácil de imaginar: ya no es la frecuencia sonora o gráfica ‹manzana› ligada al sentido manzana, sino la palabra (: el signo mismo) «manzana» unida a las manzanas reales. Debe agregarse que la relación de denotación se refiere, por una parte, a los signos-ocurrencias (Peirce: token) y no a los signos-tipos (Peirce: type); y que, por otra parte, es mucho menos frecuente de lo que se cree: se habla de las cosas en su ausencia, más que en su presencia [ver: Idea]. Al mismo tiempo es difícil concebir cuál sería el «referente» de la mayor parte de los signos. Como Saussure, Peirce insistió en el papel marginal que desempeña la denotación para definir el signo.
También debe distinguirse la significación de la representación, que es la aparición de una imagen mental en el usuario de los signos. Ésta depende del grado de abstracción del vocabulario. En la perspectiva de las partes del discurso, esta gradación se produce desde los nombres propios hasta las partículas, conjunciones y pronombres. En una perspectiva semántica, también pueden observarse grados variados de abstracción. La ficción se vale en gran medida de las propiedades representativas de las palabras y uno de sus ideales fue durante mucho tiempo el grado superior de «evocación».
Los estoicos ya habían registrado esas oposiciones al distinguir tres relaciones de la parte perceptible del signo: con la «cosa-real» (denotación), con la «imagen psíquica» (representación) y con lo «decible» (significación). En verdad, denotación y representación son casos particulares de un uso más general del signo, que llamaremos simbolización, oponiendo así el signo al símbolo (Hjelmslev estudia fenómenos semejantes con el nombre de connotación, pero este término suele tomarse en sentido más estricto). La palabra «llama» significa llama, pero simboliza, en ciertas obras literarias, pasión o deseo vehemente; la expresión «eres mi compinche» significa eres mi compinche, pero simboliza la familiaridad, etc. Las relaciones que se establecen en estos últimos casos son bastante específicas para demostrar que es preferible darles nombres distintos.
La prueba práctica que permitirá distinguir entre un signo y un símbolo es el examen de dos elementos en relación. En el signo, esos elementos son necesariamente de naturaleza diferente; en el símbolo, como acabamos de verlo, deben ser homogéneos. Esta oposición permite aclarar el problema de la arbitrariedad del signo, difundida en el ámbito lingüístico por Saussure. La relación entre un significante y un significado es necesariamente inmotivada: ambos son de naturaleza diferente y es impensable que una serie gráfica o sonora se parezca a un sentido. Al mismo tiempo, esta relación es necesaria, en el sentido de que el significado no puede existir sin el significante, y a la inversa. En cambio, en el símbolo la relación entre «simbolizante» y «simbolizado» es no necesaria (o «arbitraria») porque el «simbolizante» y a veces el «simbolizado» (los significados llama y deseo) existen independientemente el uno del otro; precisamente por esta razón, la relación no puede ser sino motivada: en otros términos nada obligaría a establecerla. Por lo general, esas motivaciones se clasifican en dos grandes grupos, tomados de la clasificación psicológica de las asociaciones: parecido y contigüidad. (A veces se dice asimismo icono o índice, pero con un sentido diferente del que Ch. S. Peirce había dado a esos términos. Agreguemos que, como la relación de simbolización, la que se establece entre signo y referente, entre signo y representación, puede ser motivada. Hay una semejanza entre los sonidos «cucú» y el canto del pájaro (el referente o la representación auditiva), así como hay semejanza entre los sentidos llama y deseo. Pero no puede haber motivación entre los sonidos «cucú» y el sentido cucú, entre la palabra «llama» y el sentido llama. El aprendizaje de la significación no se base, pues, en asociaciones de semejanza, participación, etc.: no podrían existir relaciones de esta naturaleza entre significantes y significados. Debe tenerse en cuenta que la comunicación consiste tanto en el uso de símbolos como en el de signos, y quizá más en el uso de los primeros que de los segundos.
Por fin, debe distinguirse el signo de algunas entidades vecinas menos semejantes. Los lingüistas norteamericanos de la escuela de Bloomfield tendieron a reducir el signo a una señal. La señal provoca una determinada reacción, pero no implica ninguna relación de significación. La comunicación de los animales se reduce habitualmente a señales: en el lenguaje humano, la forma imperativa puede funcionar a la manera de una señal: pero es posible comprender la frase «¡Cierra la puerta!» sin que sea preciso realizar la acción implicada: ha obrado el signo, pero no la señal.
Una distinción cuya utilidad parece problemática es la establecida entre signo y síntoma, o signo natural. El síntoma es, en verdad, un signo que es parte constituyente del referente; por ejemplo, la fiebre es un síntoma de la enfermedad. La relación así definida no es del tipo significante-significado (la enfermedad, como hecho real, no es un sentido, hablando en propiedad), sino del tipo signo-referente (o representación). Más aún, parece que inclusive estos signos «naturales» (y por lo tanto universales) lo son mucho menos de lo que se cree: no se tose de la misma manera en Francia y en Nueva Zelandia. El signo es siempre convencional.
Signo verbal y signo no verbal
Así definido, el signo no es forzosamente lingüístico: la bandera, la cruz svástica, un gesto, las señales camineras son también signos. La especialidad del lenguaje verbal debe buscarse en otra parte.
En primer término, este lenguaje se caracteriza por su aspecto sistemático. No puede hablarse de lenguaje si no se dispone más que de un signo aislado. Es verdad que la existencia de un signo aislado es más que problemática: ante todo, el signo se opone necesariamente a su ausencia; por otro lado, siempre lo relacionamos (siquiera de una manera constitutiva) con otros signos análogos: la cruz svástica con la estrella, una bandera con otra, etcétera. Sin embargo, por lenguaje se entiende habitualmente un sistema complejo.
En segundo lugar, el lenguaje verbal presupone la existencia de la significación, en el sentido estricto definido más arriba. Por lo tanto, sólo una analogía muy vaga nos permite hablar de «lenguaje» en el caso de otro sistema simbólico.
En tercer término, el lenguaje verbal es el único que comporta ciertas propiedades específicas:
a) puede empleárselo para hablar de las palabras mismas que lo constituyen, y, con más razón aun, de otros sistemas de signos;
b) puede producir frases que rechazan tanto la denotación como la representación: por ejemplo, mentiras, perífrasis, repetición de frases anteriores;
c) las palabras pueden utilizarse en un sentido del cual la comunidad lingüística no tiene conocimiento previo, haciéndolo conocer gracias al texto (por ejemplo, el empleo de metáforas originales).
La secundaridad parece propia del lenguaje verbal humano como la diferencia cualitativa que lo separa de los demás sistemas análogos. Cuando sólo las dos primeras condiciones están presentes, puede hablarse de sistema de signos, no de lenguaje. Cuando sólo la primera está presente, se hablará de código (por más que el sistema en cuestión sea análogo al del lenguaje); la palabra «código» significa aquí «sistema de obligaciones». Así, la música es un código: todos los elementos de una composición (alturas, intensidades, timbres, etc.) están en relación entre sí; pero no significan; y tampoco poseen la calidad de secundaridad. La mayoría de los sistemas significativos que nos rodean son mixtos: son a la vez códigos, sistemas de signos, sistemas simbólicos; pero ninguno de ellos posee las tres propiedades del lenguaje. La literatura, por su parte, ejemplifica la imposición de un segundo código sobre el lenguaje; al mismo tiempo, utiliza las palabras (sobre todo los tropos) como símbolos, más que como signos.
Por el hecho de pertenecer a un sistema, el signo adquiere dimensiones que no pueden observarse cuando se lo considera aisladamente. Por un lado, el signo entra en relaciones paradigmáticas con otros signos; puede comprobarse que dos signos son idénticos o diferentes, que el uno incluye o excluye el otro, que el uno implica o presupone el otro, etc. Lo cual equivale a decir que el vocabulario de una lengua está organizado y que los signos de una lengua se definen unos con relación a otros. Peirce se refiere a esta propiedad de los signos verbales con el término de interpretante o de «conocimiento colateral»; estas relaciones paradigmáticas que permiten la interpretación forman parte de lo que Saussure llama valor, y Hjelmslev, forma del contenido; aquí llamaremos, con Benveniste, interpretancia a este aspecto del signo.
Pero desde hace mucho tiempo se ha observado que hay una diferencia notable entre el signo mismo y el uso individual que se hace de él; Peirce opone signo-tipo y signo-ocurrencia (type y token, o legisign y sinsign). El número total de las palabras de un texto nos da el número de los signos-ocurrencias; el de las palabras diferentes, el número de los signos-tipos.
Por fin, al entrar en una frase el signo-ocurrencia sufre modificaciones internas: puede combinarse con ciertos signos y no con otros; además, esas combinaciones son de naturaleza diferente. Podemos llamar significancia a este aspecto del signo que le permite entrar en el discurso y combinarse con otros signos.
Bienveniste ha observado que el lenguaje verbal es el único que posee los dos aspectos simultáneamente. Los elementos constitutivos de los demás códigos, por ejemplo, están dotados (de un simulacro) de significación: así los tonos musicales se combinan según ciertas reglas precisas, pero no forman paradigmas. Al contrario, los elementos constitutivos de los sistemas de signos diferentes del lenguaje verbal entran en una relación de interpretancia, pero no de significancia: el rojo y el verde de un semáforo se alternan sin combinarse realmente. En esto vemos otro de los rasgos específicos del lenguaje verbal humano.»
[Ducrot, Oswald / Todorov, Tzvetan: Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje. Buenos Aires: Siglo XXI, 1974, pp. 121-127]
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„La linearidad del signo lingüístico
El signo lingüístico es lineal. En el lenguaje oral, dado su carácter auditivo, el significante se desarrolla en el tiempo y, por eso mismo, sólo se lo puede percibir en una dirección lineal. Cada unidad, cada fonema, sucede a otro sin que puedan superponerse físicamente.
En el lenguaje escrito, sistema sustitutivo del lenguaje oral, cuando representamos el significante, éste conserva su carácter lineal, pues sería ilegible si no mantuviera el orden fijado para poder asociarlo a un concepto.
El carácter lineal de los signos supone, además, que siempre aparezcan, al relacionarse para crear mensajes, formando una cadena, la cadena hablada. Ésta implica la sucesión física de un signo tras otro en el tiempo y, por supuesto, en la escritura, en el espacio.”
[Quilis, A. / Esgueva, M. / Gutiérrez, M. L. / Ruiz-Va, P.: Lengua española. Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces, 1991, p. 35]
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„Valor relativo-negativo del signo lingüístico
Todo signo posee un significado; pero, siendo el código lingüístico un sistema complejo, está organizado de manera que las unidades que lo componen, aisladamente, no tienen valor por sí mismas: sólo adquieren valor dentro del conjunto del que forman parte. Toda unidad lingüística, y por lo tanto, el signo, se define negativa, no positivamente, y se diferencia de las demás unidades por lo que no es más que por lo que es.
El valor del signo, pues, viene dado de forma relativa, depende de las relaciones que se establecen entre ese signo y los restantes elementos del conjunto. Por ejemplo: el valor del signo aprendo, forma verbal en tiempo presente, está definido por las relaciones que mantiene con el pasado aprendí y el futuro aprenderé.
E igualmente, el signo alba cobra su valor significativo total no por estar dotado de un significado, sino en comparación con mediodía, tarde, ocaso, noche.”
[Quilis, A. / Esgueva, M. / Gutiérrez, M. L. / Ruiz-Va, P.: Lengua española. Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces, 1991, p. 37]
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“Objeto real y objeto virtual:
Es esta oposición o contraposición entre el objeto real y el objeto virtual lo que diferencia texto de naturaleza. Sin embargo, esta idea, expresada tan simplemente, puede dar lugar a interpretaciones no menos simples, como, por ejemplo, la de que todo texto se pone en lugar de un referente, con lo que la idea de texto virtual vendría a resultar sinónima de la de la naturaleza representable, es decir, de referente extratextual. Tal parece ser el punto de vista de la Academia, que define el signo (y, con él, naturalmente, la palabra y el texto) como «objeto, fenómeno o acción material, que natural o convencionalmente, representa o sustituye a otro objeto, fenómeno o acción»: el elemento o componente virtual sería, según esto, de la misma naturaleza que el significante1 que lo evoca y, por tanto, nada más que un objeto real «sustituido», es decir, un objeto secundario con existencia puramente refleja y sin valor propio alguno: un «objeto, fenómeno o acción». Tal idea de la «virtualidad» sería totalmente diferente de la que aquí se postula, ya que aunque, por ejemplo, el «objeto concreto» mesa (la palabra) puede representar o sustituir al «objeto concreto» esta mesa (la cosa), distinto del primero, es evidente que la diferencia entre ellos es, en el caso del lenguaje, esencialmente cualitativa, ya que no se sustituye, por ejemplo, una piedra por una mesa, o, mejor, una cosa por otra, sino una cosa por una palabra. Y aunque las palabras y las mesas son, sin duda, «cosas», no lo son en el mismo sentido, ni comparten la misma naturaleza.
Nunca será lo mismo, en efecto, sustituir una mesa por una piedra que sustituir una mesa por una palabra; ni, aunque convengamos en usar una piedra para representar a las mesas, esa piedra tampoco será nunca «signo» en el mismo sentido en que puede serlo una palabra. Para comprender eso, lo primero que hay que dejar claro es que la supuesta propiedad sustitutiva no pertenece ni a la naturaleza de la piedra ni a la de la palabra: tan cierto es que las palabras o las piedras se pueden utilizar para sustituir cosas distintas de ellas mismas, como falso que tales posibilidades pertenezcan a la esencia de unas o de otras, a la definan. La «función de signo» sólo existe como convención, y de la misma manera que aceptamos que una luz roja pueda sustituir en determinadas circunstancias a una prohibición de paso, aceptaremos igualmente que, también en ciertas circunstancias, la palabra viento pueda sustituir a una corriente de aire. Tan convencional es que la luz roja suplante un ‘¡pare!’, como que la palabra viento suplante una ‘corriente de aire’. Es de una evidencia que no necesita prueba el hecho de que la luz roja o la palabra viento CARECEN, EN SÍ MISMAS, DE SIGNIFCADO2: tanto una como otra no son más que objetos y, como tales, indiferentes a que los usemos como símbolos o no.
La principal diferencia entre la «cosa» –es decir, todo lo que no es palabra– y la palabra no radica, pues, en su capacidad de ser usadas simbólicamente, ya que una y otra comparten esa propiedad3, sino en sus naturalezas respectiva. Las palabras constituyen la instancia primaria de nuestro conocimiento del mundo: conocemos la palabra mesa o la palabra dar, en tanto que tales, es decir, como intuiciones directas e independientes de todo posible referente; mientras que conocemos este objeto concreto bajo la «forma» de la palabra mesa (o de otra cualquiera), o ese acontecimiento particular, bajo la palabra dar (o de cualquier otra). La diferencia entre la palabra y la cosa no hay que situarla en el plano del contraste entre lo abstracto y lo concreto, porque, en primer lugar, la palabra no es una abstracción de la cosa, sino que es ella misma una cosa, y porque, en segundo lugar, el término «cosa», referido al lenguaje, se ha relacionado por lo general con «universales» y no con cosas concretas4, confundiendo a esos universales con los significados de las palabras, que vendrían, de esa manera, a resultar abstractos, en contraste con las cosas, que se definirían como concretas: un platonismo ingenuo que divide el mundo en objetos concretos y abstractos y que, subrepticiamente, entiende las cosas como «participantes» en los conceptos y no en las palabras.
Pero surgen algunas dificultades: pensar el significado como abstracción de lo real («no una cosa, sino un concepto») tiene el inconveniente de que son muchísimas las palabras que no pueden denotar las cosas concretas que se definen mediante un concepto dado, simplemente porque tales cosas no existen: es lo que sucede con igualdad, creencia, idea, etc., cuyos contenidos no se pueden considerar como inducciones hechas a partir de las propiedades sensibles de determinados objetos reales. Habría que hablar, en todo caso, de generalizaciones de nuestras experiencias de las cosas; pero entonces las palabras no denotarían cosas, es decir, objetos reales, sino tan sólo conceptos, con lo que, pese a Saussure, concepto y referente, es decir, concepto y cosa, vendrían a coincidir en lo que él llama «significado». Se dividirían así las palabras en dos grupos diferentes según su significado: unas podrían denotar cosas; otras, sólo conceptos, es decir «significantes puros», tal como entienden esta idea los que identifican significado con concepto, al tiempo que lo separan escrupulosamente de «cosa». Esta curiosa manera de entender los hechos se halla consagrada en la tradición gramatical, que divide, por ejemplo, los sustantivos en concretos y abstractos, sin percatarse de que tal distinción no atañe sólo al mundo de los conceptos (que vendría a ser el de los «significados»), sino al de las cosas (que, como se nos ha enseñado), no se confunden con los significados): se habla así de «concretos» cuando el referente es una cosa, y, de «abstractos», cuando el referente es un concepto. La diferencia es tan llamativa como significativa, ya que, según la concepción tradicional del significado (que, por otra parte, coincide con la moderna), la naturaleza de éste no puede consistir en una cosa, sino en un concepto.
Ahí estaban, precisamente, los límites que Saussure había señalado entre langue y parole, el concepto o significado, de un lado, y la cosa señalada, o referente, de otro. El signo, en lengua, se corresponde con un concepto, y éste, en el habla, identifica o señala una cosa: la lingüística no habrá de ser, por tanto, un saber acerca de las cosas y de las relaciones entre ellas, sino acerca de los conceptos representados por los signos y de las relaciones que se establecen entre ellos. De acuerdo con la lógica saussureana, parece necesario que la idea de significado implique la de referente, de la misma manera que la de la lengua implica la de habla: no se podrá entender ningún término de estas dualidades sin el auxilio del término correlativo: no habrá lengua sin habla, ni concepto sin cosa, ni, por tanto, significado sin referente. Y siendo esto así, ¿cómo es posible que haya signos que no puedan tener más referente que el concepto, es decir, que su propio significado? En efecto: si el referente de algunos signos sólo puede ser un concepto, no cabrás más que dos posibilidades: o existen palabras que no pueden tener referente, sino significado, o significado y referente han de ser por fuerza lo mismo.”
[Über concepto, referente, cosa siehe unter BEGRIFF – BEDEUTUNG]
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1 Pongo significante, que es lo que, al fin y al cabo, viene a entender la Academia, de acuerdo con la definición transcrita, por la palabra signo. Si el concepto de «signo» implica sólo la mención de «otra cosa diferente» («otro objeto, fenómeno o acción»), parece de una evidencia absoluta que ninguna palabra pueda ser propiamente un signo, ya que, si bien puede estar ocasionalmente en lugar de «otra cosa», no se define por esta propiedad sustantiva, que, como ya sabemos a estas alturas, puede faltar. Y, como también sabemos, las propiedades definidoras que pueden faltar no son, en realidad, propiedades definidoras.
2 Quiero decir, por ahora, «de referente», que es lo que entiende casi todo el mundo (lingüistas y no lingüistas) por «significado».
3 La diferencia es de frecuencia: al reducido empleo sustitutivo de las cosas, se opone el omnipresente uso simbólico de las palabras. Recuérdese la diferencia que se ha señalado en su lugar [págs. 44ss] entre el código «primero», o propiamente idiomático y el código «segundo», o simbólico, que abarca las correspondencias convencionales establecidas entre las clases de cosas (los universales) y las palabras. Que el lenguaje no es un conjunto convencional de signos lo demuestra el hecho de que las palabras no funcionan como sustitutos de las cosas más que cuando los que hablan quieren que sea así: se podrá decir que siempre hay una referencia a las cosas, pero, de hecho, las cosas están siempre ausentes y lo que decimos no son las cosas, sino lo que decimos.
4 He dicho repetidamente que, cuando Saussure afirma que el significado no es una cosa sino un concepto, no hace más que sustituir las cosas concretas por los universales lógicos mediante los que las clasificamos y agrupamos en diferentes categorías abstractas.
[Trujillo, Ramón: Principios de semántica textual. Madrid: Arco, 1996, pp. 235-238]
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„Signo
El signo, en su sentido más general, designa, así como el símbolo, el indicio o la señal, un elemento A – de diversa índole – sustituto de un elemento B.
1. Signo puede, en primer lugar, se equivalente de indicio: el indicio – o signo – es un fenómeno, por lo general natural e inmediatamente perceptible, que nos da a conocer algo acerca de otro fenómeno no directamente perceptible: por ejemplo, el color grisáceo del cielo es el signo – o el indicio – de una tormenta inminente; la elevación de la temperatura del cuerpo puede ser signo – o indicio – de una enfermedad en estado de incubación.
2. Signo puede, en segundo lugar, ser un equivalente de señal. En este sentido, el signo – o señal – forma parte de la categoría de los indicios; posee las características del signo-indicio (como el signo-indicio, el signo-señal es un hecho inmediatamente perceptible que da a conocer algo acerca de otro hecho no directamente perceptible); pero para que un signo pueda considerarse como una señal se necesitan dos condiciones
a) es necesario que el signo se haya producido para servir de indicio; por tanto, no es fortuito, sino producido con una determinada intención;
b) por otra parte, es necesario que aquel al que va destinada la indicación contenido en la señal puede reconocerla. Un signo-señal es, por tanto, voluntario, convencional y explícito. Combinado con otros signos de idéntica naturaleza forma un sistema de signos o código. En un mismo código, los signos pueden ser de diferentes formas:
§ forma gráfica: letras, cifras, rasgos inscritos en una agenda para recordad una cita, señales de la carretera, etc.;
§ forma sonora: sonidos emitidos por el aparato vocal de un individuo considerado como emisor de un mensaje.
§ forma visual: señales mediante gestos, como los del ciego levantando su bastón blanco.
3. Signo puede ser, por último, equivalente a símbolo. El signo-símbolo es, por lo general, una forma visual (e incluso gráfica) figurativa. El signo-símbolo es el signo figurativo de algo que no es perceptible por los sentidos; por ejemplo, el signo figurativo que representa una balanza es el signo símbolo de la idea abstracta de justicia.
4. En el Curso de lingüística general de F. de Saussure el término signo toma otra acepción: la de signo lingüístico. F. de Saussure distingue entre símbolo y signo (ahora tomado en el sentido de signo lingüístico): piensa, en efecto, que hay inconvenientes en admitir que se pueda utilizar la palabra símbolo para designar al signo lingüístico. El símbolo, contrariamente al signo, tiene como característica el no ser jamás totalmente arbitrario, es decir que existe un lazo natural rudimentario entre el significante y el significado. El símbolo de la justicia, por ejemplo, no podría sustituirse por un carro. Con F. de Saussure, el signo lingüístico se convierte en unidad de lengua. Es la unidad mínima de la frase susceptible de ser reconocida como idéntica en un contexto diferente o de ser sustituida por una unidad diferente en un contexto idéntico.
5. Los signos lingüísticos, esencialmente psíquicos, no son abstracciones. El signo – o unidad – lingüístico es una entidad doble, formada por la unión de dos términos, ambos psíquicos y vinculados por el lazo de la asociación. Une, en efecto, no una cosa y un hombre, sino un concepto y una imagen acústica; F. de Saussure precisa que la imagen acústica no es el sonido material, sino la huella psíquica de este sonido. Es la representación natural de la palabra en tanto que hecho de lengua virtual, fuera de toda relación en el habla. F. de Saussure llama al concepto significado y a la imagen acústica significante. El signo lingüístico es, pues, lo que F. de Saussure llama una entidad psíquica de dos caras, la combinación indisociable, dentro del cerebro humano, del significante y del significado. Son realidades que se asientan en el cerebro; son tangibles y la escritura puede fijarlas en imágenes convencionales.
6. El signo lingüístico, tal y como lo define F. de Saussure, presenta un cierto número de características esenciales:
a) Arbitrariedad del signo. El lazo que une el significante y el significado es arbitrario. La idea de »mesa« no está vinculada en absoluto a la serie de sonidos que le sirve de significante /m/-/e/-/s/-/a/. Asimismo, una idea puede estar representada en diversas lenguas mediante significantes diferentes: buey en español, boeuf en francés, Ochs en alemán, etcétera.
b) Carácter lineal del significante. El significante, al ser de naturaleza auditiva, se desarrolla en la cadena del tiempo, de forma que los signos se presentan obligatoriamente unos tras otros, formando una cadena, la cadena hablada, cuya estructura lineal se puede, gracias a esto, analizar y cuantificar. Este carácter es todavía más evidente cuando se examina la transcripción gráfica de las formas vocales.
c) Inmutabilidad del signo. Si, con relación a la idea que representa, el significante aparece como libremente elegido, con relación a la comunidad lingüística que lo emplea, no es libre, sino impuesto. En efecto, la lengua siempre se presenta como una herencia del siglo anterior, como una convención admitida por los miembros de una misma comunidad lingüística y transmitida a los miembros de la generación siguiente. Por otra parte, se admite frecuentemente hoy en día que la lengua es un sistema de comunicación que, como todos los sistemas de comunicación, funciona mediante un código basado en un sistema de signos (se entiende por código o sistema de signos, la naturaleza de los signos, su número, sus combinaciones y las reglas que gobiernan estas combinaciones). Es evidente que, para que la comunicación pueda establecerse gracias a este sistema dentro de una comunidad lingüística, es necesario que los signos del código sean convencionales, es decir comunes a un gran número de emisores y de receptores, que sean aceptados, comprendidos y conservados por todos.
d) Mutabilidad del signo. Según F. de Saussure, el tiempo, que asegura la continuidad de la lengua, tiene otro efecto, en apariencia contradictorio: el de alterar, más o menos, los signos lingüísticos. Los factores de alteración son numerosos, pero siempre externos a la lengua. Estos cambios pueden ser fonéticos o morfológicos o sintácticos o léxicos. Cuando se trata del signo, se sitúan en los niveles fonético y semántico: llegan, en efecto, a un desplazamiento de la relación significdo/significante. Así es como, por ejemplo, la palabra latina necare, que significa ‘matar’, se ha transformado en el francés noyez ‘ahogar’ o el término latino enecare (‘matar’) en el español anegar.
Un último problema que hay que plantear al hablar del signo lingüístico es el de su funcionamiento. Esencialmente, desde F. de Saussure, la lingüística ha definido la lengua como un sistema de signo, una estructura, de ahí el nombre de estructuralismo que se ha dado, en los dominios de la investigación lingüística, al estudio sistemático de la lengua basado en las teorías de F. de Saussure.
7. Según F. de Saussure, en el sistema que es la lengua, sólo hay diferencias. Un sistema lingüístico es una serie de »diferencias de sonidos« combinada con una serie de »diferencias de ideas«. En esta perspectiva, todo el mecanismo de la lengua se basa en dos tipos de relaciones:
§ relaciones sintagmáticas, o relaciones entre sí de los elementos del enunciado realizado, hablado o escrito. Estos elementos o agrupaciones de elementos, de la cadena hablada o escrita, cuyo valor depende de sus relaciones con los demás elementos del sistema, reciben el nombre de sintagmas.
§ relaciones »asociativas« o relaciones de los elementos del enunciado con otros elementos, ausentes del enunciado, suscitando cada elemento lingüístico en el hablante o en el oyente la imagen de otros elementos.
La palabra enseñanza evoca asociaciones con enseñar, enseñante, y con términos de significación vecina como educación, aprendizaje. Posteriormente, la lingüística sustituyó el término saussureano asociativo por el de paradigmático, recibiendo el nombre de paradigma la serie de términos así puestos en relación.
Por otra parte, ya sea sobre el eje sintagmático (eje de la cadena hablada o escrita) o sobre el eje paradigmático (eje de las relaciones in absentia), las relaciones pueden ser de dos tipos:
a) La idea básica de F. de Saussure es que entre dos signos lingüísticos existe oposición. Todo signo lingüístico se opone a otro, y en virtud de esta oposición recibe su valor y su función. En un sistema de este tipo, lo que constituye el signo es lo que lo distingue. Para delimitar el signo, la entidad lingüística, hay que delimitarlo por oposición a lo que le rodea. Un signo sólo se define como tal dentro de un conjunto de otros signos. Toma su valor, su rendimiento, de las oposiciones que contrae con ellos. Un signo se define, por tanto, por sus relaciones con los signos que lo rodean.
b) Cuando no hay oposición, hay identidad. Se excluye un tercer término. Esta concepción saussureana del signo lingüístico se ha visto sensiblemente reforzada por la teoría moderna de la comunicación, que partiendo de estudios sobre la economía de los sistemas de comunicación, ha destacado la idea de la importancia del carácter binario, alternativo, de los signos de un sistema de comunicación. La teoría saussureana del signo, opuesto o semejante a otros signos, ha permitido el desarrollo de una lingüística que apoya sus investigaciones sobre las de los teóricos e ingenieros de la comunicación.
Desarrollando la teoría saussureana del sistema lingüístico, los lingüistas de la escuela de Praga y sus sucesores (distribucionalistas o glosemáticos) han elaborado un método de análisis de la estructura de la lengua, tanto en el plano sintagmático como en el paradigmático. En el plano sintagmático, la noción básica de estos estudios es la del contexto: estudiar el contexto de un elemento, de un signo, es estudiar qué elementos le preceden o le siguen en el enunciado y en qué orden. Se llama distribución al conjunto de los contextos en los que un signo, una unidad, puede aparecer. De esta manera se llega a extraer un pequeño número de reglas generales, de reglas combinatorias, llamadas relaciones sintagmáticas. A ello se llega mediante los procedimientos de permutación, de conmutación.
Estos diversos trabajos han permitido a los lingüistas estructuralistas precisar la noción saussureana de estructura lingüística y de signo lingüístico. Así surgió la teoría de la doble articulación del lenguaje. Se entiende por ella que los mensajes de las lenguas naturales están, en tanto que sistemas de signos, articulados, es decir estructurados, constituidos por signos mínimos de dos clases, por dos tipos de unidades dispuestas jerárquicamente:
§ la primera articulación o estructuración en fonemas – o morfemas –, en unidades significativas mínimas provistas de una forma y de un sentido;
§ la segunda articulación o estructuración en fonemas, en unidades mínimas distintivas, no significativas.
Esta distinción ha permitido precisar la teoría del signo lingüístico saussureano: combinación de un significado y un significante, el signo saussureano es, en efecto, el equivalente del morfema. En F. de Saussure el fonema todavía es el sonido material, al menos en sus capítulos »fonológicos«; en cambio, en el capítulo sobre el valor, da la expresión teórica del fonema tal y como lo concebirán posteriormente los fonólogos: el significante lingüístico, en su esencia, es incorpóreo, no está constituido por su sustancia material, sino únicamente por las diferencias que separan su imagen acústica de todas las demás. Por último, ciertos elementos de la teoría del fonema y de la articulación de la lengua en fonemas aparecen ya en el Curso de Saussure: apoyándose en los ejemplos de la r francesa y de la ch alemana, de la t y de la t’ (= palatizada), diferenciadas en ruso, F. de Saussure explicita el valor distintivo de dos fonemas mediante su conmutación.
8. Con la aparición de la teoría de la comunicación y la influencia directa de esta teoría sobre las investigaciones lingüísticas, el signo lingüístico toma una nueva dimensión: se convierte en señal, en constituyente del código de señales que es la lengua, considerada como un sistema de comunicación. Los signos de este código lingüístico son los fonemas – señales en número restringido de naturaleza vocal, cuyas combinaciones (las reglas de combinación) permiten la transmisión de una información máxima y en último término de toda la experiencia humana –. La teoría de la comunicación y sus métodos de investigación han sido el punto de partida de nuevas investigaciones en lingüística; comparan las máquinas de comunicación inventadas por las técnicas modernas y los sistemas de comunicación de los seres vivos, especialmente el sistema lingüístico; los estudios muestran que estos dos tipos de sistemas funcionan de idéntica forma; los cálculos de frecuencia y de probabilidad se extienden a los signos lingüísticos y se mide la cantidad de información que transportan: los métodos estadísticos y matemáticos se hacen usuales en lingüística.“
[Dubois, J. et alii: Diccionario de lingüística. Madrid: Alianza, 41994, pp. 558-562]
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Lecturas
“Una obra breve que resume, aunque con falta de claridad notable muchas veces, la mayor parte de lo que puede decirse sobre el signo, es Signo, de Umberto Eco (Labor, Temas de Filosofía, Barcelona, 1976). Una ampliación de esta obra, más elaborada, y con adición de temas nuevos, es el Tratado de semiótica general del mismo autor (Lumen, Barcelona, 1977), pero no se encontrarán en ella precisiones mucho mayores sobre el concepto de signo. Otra síntesis interesante, pero a mi juicio menos conseguida que la de Eco, es la Teoría de los signos de Bertil Malmberg (Siglo XXI, México, 1977).
La obra clásica de la semiótica contemporánea es Signos, lenguaje y conducta, de Morris (Losada, Buenos Aires, 1962; la edición original es de 1946), y es lástima que obra tan ambiciosa se encerrara en moldes conductistas tan estrechos. Esta obra había sido preludiada por un escrito más breve de Morris, Fundamentos de la teoría de los signos (Universidad Nacional de México, 1958), cuyos dos primeros apartados se encontrarán en la recopilación de Gracia, Presentación del lenguaje (Taurus, Madrid, 1972).
Sobre la teoría de Occam puede verse con provecho El nominalismo de Guillermo de Ockham como filosofía del lenguaje, de Teodoro de Andrés (Gredos, Madrid, 1969).”
[Hierro S. Pescador, José: Principios de Filosofía del Lenguaje. 1. Teoría de los Signos, Teoría de la Gramática, Epistemología del lenguaje. Madrid: Alianza Editorial, Alianza Universidad, Textos, 1980, p. 49]
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«Signo
¿Qué se entiende, pues, por signo? Se dice que signo es todo lo que representa a otra cosa como haciendo las veces de esa cosa; o en términos psicológicos: signo es un estímulo que evoca en el mecanismo mental la imagen latente de otro estímulo, es decir, de un contenido previamente adquirido. Así se dice que la nube es el signo de la lluvia. Es condición necesaria que lo que hace de signo sea conocido de antemano como tal signo, en su función de representar. Lo cual supone que se establecen relaciones de significado entre elementos dispares. El signo consiste, pues, formalmente en esta relación o asociación de significado que llamamos significación.
De aquí se deducen dos caracteres fundamentales:
a) el signo siempre es distinto de la cosa significada;
b) el signo se valora en función de aquello que significa, ya que en su razón de ser como tal signo es significar. Para entender qué es signo es preciso entender qué es significar. Esto es el signo definido en sí mismo.
Pero no hay que olvidar que todo signo tiene dos soportes pasivos, sin los cuales no existiría; éstos son el sujeto y el término de la relación, o si se quiere, el representante y el representado. ¿Qué papel desempeñan esos dos soportes?
Entre la nube (representante) y la lluvia (representada) se da una relación o asociación virtual de la cual la nube representa la lluvia, es signo de la lluvia. Pero tenemos que nube sigue siendo nube, y que la lluvia es cosa distinta de la nube. ¿A qué se debe entonces el que la nube signifique la lluvia sin serlo? ¿Qué realidad o sentido recibe la nube para ser signo de la lluvia? ¿Se da una fusión de ambas cosas en la realidad del signo? De ningún modo. Fácilmente se ve que en tal caso la noción de signo ser perdería, resultando más bien un compuesto. Para seguir afirman que la nube es signo de la lluvia, la nube tiene que seguir siendo nube, y la lluvia, lluvia, sin confundirse. Por otra parte, la nube en tanto nos interesa en cuanto que tiene que ver con la lluvia. Es decir, que para que la nube sea signo de la lluvia tiene que mantener por una parte su realidad de nube, y recibir por otra parte un modo de ser cuyo sentido sea exclusivamente relacionarse con la lluvia, significarla. Este modo de ser, que en los signos naturales se define bien como accidente real (algo que no consiste sólo en ser pensado), es el ser de la relación. Así, la nube, en cuanto es signo de la lluvia, tiene en sí su ser de nube y además el ser de la relación con la lluvia por la que es signo de ésta. En cuanto término de la relación, el representado (la lluvia) es evidente que permanece inalterado en su ser, no obstante ser significado por el signo. De aquí que se habla de una relación mutua.
El problema fundamental de la teoría de los signos reside, por tanto, lógicamente en el concepto de relación, y psicológicamente en la naturaleza de las asociaciones mentales, En el orden lógico, el proceso de la significación consiste en establecer referencias y relaciones entre los conceptos, o, si se quiere en las relaciones mismas entre éstos. Bajo el aspecto psicológico, la significación no es otra cosa que un proceso de asociación: poner señales que sean capaces de evocar, de atraer hacia sí y hacer presentes otras señales. Toda nuestra vida cognoscitiva se reduce a establecer una red de significaciones, y todo el mundo de la conciencia consiste en la percepción de significados. Las asociaciones mentales constituyen un proceso psicológico relativo a la vida de las imágenes e ideas que forman el depósito de nuestros conocimientos. Cualquier dato de experiencia venido de fuera cobra sentido para nosotros sólo en la medida en que se enlaza con nuestros propios conocimientos. Lo que llamamos adquirir experiencia no es otra cosa que dar sentido a la realidad, hacerla significativa. EL conocimiento y la conciencia no llegan más allá de donde llega la significación.»
[Collado, Jesús-Antonio: Fundamentos de lingüística general. Madrid: Gredos, 1974, pp. 82-84]
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«Oración y signo lingüístico
E. Benveniste (1966), al analizar la transitividad, parte de la idea de que la frase es un elemento que pertenece al discurso, y sólo en éste puede ser definida. No parece claro si con el término “frase” se designa también lo nosotros entendemos por “oración”. En principio, parece no distinguir entre oración (conjunto de marcas sintáctico-semánticas), expresión (= frase) y evento de habla. [...]
El signo lingüístico es asimétrico, y está compuesto de un significante y un significado, dentro del cual hay que distinguir varios niveles, cada uno de ellos con una forma (significante) y una función (significado): palabra, grupo de palabras, oración y texto. Por lo tanto, la oración es también un signo, signo que no está formado por combinación de las unidades inferiores, sino que, dentro de este nivel, posee una forma y un significado (función) mucho más complejos.»
[Espinosa, Jacinto: Estructuras sintácticas transitivas e intransitivas en español. Cádiz: Universidad de Cádiz, 1997, p. 118 n. 48 y 49]
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«Signo
Cualquier elemento perceptible que representa o evoca algo distinto de sí mismo. (Cf. Icono, Indicio, Símbolo, Síntoma.)»
[Eguren, Luis / Fernández Soriano, Olga: La terminología gramatical. Madrid: Gredos, 2006, p. 96]
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«Símbolo
1. Signo que se asocia de manera convencional con aquello que representa. En esta acepción del término, un claro ejemplo de símbolo sería el signo lingüístico.
2. También se emplea este término para referirse a aquellos signos que no son completamente arbitrarios, v.g., la balanza como símbolo de la justicia. (Cf. Icono, Indicio, Síntoma.)»
[Eguren, Luis / Fernández Soriano, Olga: La terminología gramatical. Madrid: Gredos, 2006, p. 96]
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