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Alfonso Paso

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Alfonso Paso

BIOGRAFÍA

Alfonso Paso (1926-1978), afamado y prolijo comediógrafo, nació en Madrid. Comenzó su carrera colaborando con su padre, Antonio Paso, en comedias ligeras. Pronto se distinguió como una autor muy prolífico; hasta 1971 escribió más de 160 obras.

Paso comienza sus actividades teatrales muy joven, hacia 1945, como Alfonso Sastre, movido por la intención de renovar el desolado teatro español de la posguerra. Su desacuerdo con el teatro reinante le lleva a dirigir grupos de teatro universitario y experimental (“La Vaca Flaca”, “El Duende”) y el grupo de teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. Se asocia al colectivo teatral “Arte Nuevo”, fundado por Alfonso Sastre y al equipo de la revista teatral “Primer Acto”, donde publica sus primeros artículos. Pero pronto renegará de estos comienzos radicales para acabar convirtiéndose en el máximo exponente del peor teatro comercial de la época franquista.

EL TEATRO DE ALFONSO PASO

Su calidad artística ha sido cuestionada, manifestando él mismo que el público que acudía a ver sus obras tenía gustos mediocres.

Paso es, sin duda alguna, el autor más representativo y destacado de ese tipo de teatro público y comercial de carácter cómico por excelencia, propio de la época franquista. Es un caso de extraordinaria fecundidad, pero de baja calidad: el oro se une a la ganga, a lo original lo mostrenco, lo fácil y lo convencional.

Comienza con un teatro de provocación al público “normal” hasta 1960. Desde 1953 a 1960, estrena Alfonso Paso treinta piezas teatrales, sin contar las operetas y adaptaciones de otras obras. Son los años en los que Paso se debate entre el problema de escribir teatro provocativo de poco éxito taquillero o un teatro aceptado por el gran público, un teatro fácil de diferir por el público “normal”. Se trataba de un pacto con el público: ceder a los gustos del público o hacer un teatro sin concesiones.

Paso buscó la vía media, haciendo un pacto con el público. ¿De qué público se trataba? De un público despreocupado, a quien escuece la verdad, a quien la verdad hace “pupa”. “Un público formado en su mayoría de mujeres a las que interesan mucho más las desventuras de una casadera infeliz que cualquier problema denso y real. El terreno que pisamos es cenagoso y retarda nuestra marcha. Es un terreno de viejecitas con cinta negra al cuello que se escandalizan por todo, de burgueses satisfechos y de muchachas tontas. Es el público de una clase hecha en el negocio fácil (los nuevos ricos de la posguerra), casi ilegal que ha convertido al público en una masa amorfa y vacía. Por otra parte tenemos la susceptibilidad enfermiza, la intolerancia, la moral ocultadora, la negativa a enfrentarse con los problemas reales que su tiempo, su patria y su propia casa tienen” (Alfredo Marqueríe: Alfonso Paso y su teatro [1960], p. 52-54)

Con este público quiere pactar Alfonso Paso, no darle la espalda, hacer concesiones, porque el autor “que quiera hacer teatro revolucionario no es nunca un exasperado, un gesticulante, sino un razonador dispuesto al pacto cuando el pacto significa una ventaja para su credo. Porque la revolución teatral debe ser ante todo efectiva. Así la obra se estrena, alcanza al público y para alcanzar efectividad, en cada obra añadimos un gramo más de cal y restamos dos de arena” (o. cit., p. 51). Este es el manifiesto de Alfonso Paso para revolucionar el teatro poco a poco y desde dentro. Así el autor quiere alternar dos piezas comerciales con una obra con algo más, aunque menos comercial; o una pieza con partes duras y blandas.

El peligro de este pacto está, naturalmente, en que en lugar de transformar el autor al público es el público el que transforma poco a poco al autor, quitando con el éxito taquillero su violencia y dureza revolucionarias. El autor que comenzó haciendo algunas concesiones al público acaba concediéndoselo todo. Esto es lo que ha sucedido a Alfonso Paso y su teatro. La fórmula de halagar y a la vez luchar no pasa de ser una fórmula diplomática falsa. A partir de La boda de la chica (1960), la fórmula de Paso de “añadir un gramo más de cal y restar dos de arena” se ha convertido en lo contrario: restar un grano de cal y añadir dos de arena.

En los años 60, el público de los 50 se ha convertido con el bienestar económico en “el juez máximo del teatro”, en el “querido espectador”, cuya benevolencia y bondad el autor agradece y cuya opinión le merece gran respeto. Es un teatro adaptado al público “querido y bondadoso” de los 60, que en los 50 estaba lleno de susceptibilidad enfermiza, intolerancia, moral ocultadora, un público para el que pasó escribió Los pobrecitos (1957), No hay novedad, doña Adela (1959), La boda de la chica (1960).

Ya desde estas primeras obras se le ve a Paso el oficio, la mano magistral en la pintura de tipos, la creación de situaciones y la ejecución del diálogo. Paso tiene gran talento para enlazar y desenlazar una trama, una intriga; tiene una gran maestría técnica y virtuosismo en el diálogo. Pero sus obra son sólo obras “bien hechas”, de acabada factura. Esta facilidad “técnica” llevó a Paso a ser un productor de obras muy “queridas” por el público con un radical provincianismo de temas, conflictos e ideas. Alfonso Paso, un dramaturgo muy bien dotado para comunicarse con el público, acabó siendo presa del público al que buscaba agradar y, en vez de formar al público, el público lo ha formado a él.

En la abundante producción de Paso hay un sector al que el autor llamó “teatro social”, entre el que se encuentran las piezas de “denuncia” de los años 50, a las que se podría añadir: Juicio contra un sinvergüenza (1952), Cena de matrimonios (1959), Las buenas personas (1961), Las que tienen que servir (1962), Buenísima sociedad (1962), La corbata (1963), La oficina (1965) y Los peces gordos (1965). Se trata de tragicomedias que parten de la tradición realista del teatro de humor español –desde el sainete a las tragedias cómicas y grotescas de Arniches–. Paso depura esta tradición de sus elementos sentimentales y populistas, aunque no los elimina, pero aporta una estimable contribución al teatro español de la posguerra cuyas primeras manifestaciones fueron Historia de una escalera (1949), de Antonio Buero Vallejo, Escuadra hacia la muerte (1953), de Alfonso Sastre, y Tres sombreros de copa (1932, estrenada en 1952), de Miguel Mihura.

En Juicio contra un sinvergüenza (1952) y Cena de matrimonios (1959), pero sobre todo en piezas posteriores a 1960, Paso muestra una especie de realismo rosa: muestra los trapos sucios de la alta sociedad, a la que procesa por su inmoralidad, su frivolidad y su cinismo. Pero esta “crónica escandalosa” no afecta al “público bondadoso”, al “querido público”, que sale del teatro con la buena conciencia escandalizada de lo que “pasa en determinados círculos sociales” que no tienen nada que ver con él personalmente. Es la misma táctica que la del predicador que desde el púlpito habla a un público oyente de aldeanos virtuosos y piadosos de los grandes pecados nefandos que se comenten en las “corruptas ciudades” (la corrupción que reina en el mundo). No hay posibilidad de autoidentificación, sólo la autocomplacencia por contraste: “¡qué barbaridad lo que pasa por ahí, por esos mundos de Dios!”

La otra serie de piezas, como Las buenas personas (1961), La corbata (1963) y La oficina (1965), son una apología de la clase media, a la vez víctima explotada y humillada, y al mismo tiempo héroe (depositaria de unas virtudes morales españolas resumidas en la decencia). La simplificación extrema da a estas obras un carácter frívolo, cargado de demagogia (como en La corbata): el pobre y el rico son igualmente culpables, el bueno es el representante de la clase media. Al final el rico es también en el fondo buena persona (“no es mala gente”). Esta defensa de la clase media es la defensa de gran parte del público de Alfonso Paso, el público que llevó al éxito taquillero de sus obras. Para no perder este público, Paso dedica varias obras a consolarlo, a “congraciarse con el bondadoso público, buena gente”, para ello usa el tópico de la “sufrida clase media” (parecido al tópico de los políticos cuando hablan de la “mayoría silenciosa, honrada, decente y trabajadora”).

Paso agracia a esta clase media sufrida con las quinielas o la lotería, con el sueño de la suerte. Pero lo que no hace es poner al descubierto las causas de la injusticia, del miedo, de la moral de siervos que caracteriza a este sector “sufrido” de la sociedad española. No saca tampoco a escena a los verdaderos culpables ni a los auténticos rebeldes, sino sólo a sus caricaturas, simplificando hasta lo elemental los conflictos dramáticos. Así muestra Paso una realidad social falseada.

Otro sector importante del teatro de Paso está formado por el teatro policíaco, género abundante en el teatro público de la posguerra. La intención de este teatro es la de “hacer pasar un buen rato” al público que paga la entrada el fin de semana. Paso es un excelente maestro en esta clase de teatro, la mayoría de estas piezas están calculadas al milímetro.

Hay otros tipos de temática en la abundantísima producción de Alfonso Paso que son “la posibilidad de lo imposible”, “comedias de burla de la política y de la historia”, “comedias de ilusión, la esperanza y la felicidad”. Estas piezas muestran que Paso no es un comediógrafo fácil ni un simple fabricante de comedias para satisfacer los ocios de antes o de después de la cena (las dos representaciones tradicionales de los teatros españoles), sino un autor de gran talento dramático, de gran habilidad y maestría técnicas, capaz de hacer un teatro de mucha mayor trascendencia que el teatro para el público “bueno y agradecido”.

Pero hay que reconocer que Alfonso Paso ha sido dentro del teatro español cómico de la posguerra el más extraordinariamente dotado para escribir teatro, aunque esta facilidad le haya tentado demasiado a producir en abundancia un teatro de público, un teatro taquillero, pero sin gran trascendencia temática.

“Resulta doloroso que haya elegido, en contra de su propio talento, hacer un teatro de limitadas significaciones, de contenido poco importante y de nivel elemental, renunciando a transformar revolucionariamente desde dentro el teatro público español. Su «pacto» fue una dimisión. Y, sin embargo, aun dentro de esta dimisión, no podemos menos de ver, especialmente en aquellas piezas en las que hay algo más que un teatro de pura diversión o pasatiempo, un resto positivo de una especie de voluntad de pedagogía nacional para uso de la conciencia masiva sorda y ciega. Y esto nos lleva a pensar en un escepticismo radical de Paso frente a un público cuyas posibilidades de cambio aparecía para Paso como irrealistas. Lo cual, a su vez, nos hace pensar –y nos gustaría no equivocarnos– en el drama del autor teatral Paso, quien, hechas sus primeras concesiones, se dio cuenta de que era imposible retroceder y siguió adelante, concediendo más y más, víctima ya de su público, aunque víctima culpable”. (F. Ruiz Ramón)

OBRAS DE TEATRO DE ALFONSO PASO

Juicio contra un sinvergüenza (1952)

Una bomba llamada Abelardo (1953)

Esta obra intenta armonizar un teatro crítico con un teatro inverosímil que entronque con Tres sombreros de copa de Miguel Mihura (1905-1977). La obra ridiculiza al tipo común en las civilizaciones europeas decadentes, el “seudoprofundo”. Para encarnarlo, Alfonso Paso eligió un gorila reeducado como personaje central. La obra es por su tema y forma dramática una provocación al público “normal”. Provocación que será típica de este autor en sus obras hasta 1960.

Los pobrecitos (1957)

En esta pieza se nos da una entrañable visión tragicómica, limpiamente popular, de unas víctimas unidas por la común conciencia de su miseria y de su impotencia frente a un poder arbitrario e injusto (la dueña de una pensión) enmascarado bajo unos mitos oficiales e institucionalizados.

No hay novedad, doña Adela (1959)

Pese a ciertos halagos a la vulgaridad (el grano de arena), Alfonso Paso denuncia en esta obra el inmovilismo y la voluntad de falsificación de una sociedad atrincherada en la moral escapista del optimismo a ultranza, grotescamente empeñada en la defensa del “aquí no pasa nada” y del “no hay novedad”.

Cena de matrimonios (1959)

La boda de la chica (1960)

Paso pone como lema de la obra una cita de Quevedo: “Ponle la verdad en los labios y dila a la española, que es cosa que ahora no se usa”. La obra presenta la injusticia de un nivel de situaciones.

Las buenas personas (1961)

Las que tienen que servir (1962)

Buenísima sociedad (1962)

La corbata (1963)

La oficina (1965)

Los peces gordos (1965)

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