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Del Rococó al Prerromanticismo (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
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Del Rococó al Prerromanticismo
EL ROCOCÓ O ESTILO LUIS XV
Durante el reinado de Luis XV (1715-1774), la grandiosidad versallesca dejará paso a un estilo decorativo recargado como el Barroco, pero más frívolo, el Rococó. Destacan en este estilo las artes industriales decorativas: muebles, tapicerías, porcelanas, cristal. En pintura Jean Antoine Watteau realiza cuadros de extrema delicadeza. El Rococó empieza en 1720 y se desarrolla entre 1730 y 1770.
La evolución del arte cortesano, casi ininterrumpida desde el fin del Renacimiento, se detiene en el siglo XVIII y se disuelve por obra del subjetivismo burgués. La ruptura de la tradición cortesana acaece propiamente en el Rococó. En el primer Rococó desaparece la tendencia hacia lo monumental, lo solemne-ceremonial y lo patético, dejando lugar a la preferencia por lo gracioso e íntimo. Los elementos decorativos y convencionales tomados del Barroco se van disolviendo paulatinamente y son sustituidos por las características del gusto artístico burgués.
En el siglo XVIII, la burguesía consigue el poder económico, social y político, y se disuelve el arte representativo cortesano. Dos corrientes se oponen al ideal artístico cortesano del Barroco y el Rococó: el emocionalismo y naturalismo de Rousseau y el racionalismo y clasicismo de Lessing y Winkelmann. Al ideal artístico cortesano se opone ahora el idea de sencillez y la seriedad de un concepto puritano de la vida.
«Al finalizar el siglo no hay en Europa sino un arte burgués, que es el decisivo. Se puede establecer una dirección artística de la burguesía progresiva y otra de la burguesía conservadora, pero no hay un arte vivo que exprese el ideal aristocrático y sirva los propósitos cortesanos. [...] La evolución que alcanza su culminación política en la Revolución francesa [1789-1799] y su meta artística con el Romanticismo comienza en la Regencia [1715-1723], con la socavación del poder real como principio de autoridad absoluta, con la desorganización de la Corte como centro del arte y la cultura y con la disolución del clasicismo barroco como estilo artístico en el que las aspiraciones y la conciencia de poder del absolutismo habían encontrado su expresión inmediata. El proceso se prepara ya durante el reinado de Luis XIV. Las guerras interminables desquician las finanzas de la nación; el tesoro público se agota y la población se empobrece. [...] Hacia 1685 se cierra el período creador del clasicismo barroco; Le Brun pierde su influencia, y los grandes escritores de la época, Racine, Molière, Boileau y Bossuet, han dicho su última palabra, en todo caso, su palabra definitiva. Con la disputa de los antiguos y los modernos comienza ya aquella lucha entre tradición y progreso, antigüedad y modernidad, racionalismo y emocionalismo que encontrará su fin en el prerromanticismo de Diderot y Rousseau.» (Arnold Hauser: Historia social de la literatura y el arte. Madrid: Ediciones Guadarrama, 1968, vol. II, p. 163-164)
La Regencia (1715-1723) de Felipe de Orleáns aparece como transición entre el barroco grandilocuente del estilo del reinado de Luis XIV (1643-1715) y el refinamiento del rococó del estilo del reinado de Luis XV (1715-1774). Felipe de Orleáns traslada la residencia de Versalles a París, lo que significa la disolución de la Corte. El joven rey vive en las Tullerías; el regente, en el Palais Royal; los miembros de la nobleza viven desparramados en sus palacios y se divierten en los bailes, el teatro y los salones de la ciudad. La “ciudad” desplaza a la Corte y se convierte en el centro cultural. La Corte en el viejo sentido, ya no volverá a existir. La Regencia decide el triunfo de las tendencias anticlasicistas y trae consigo una orientación nueva del gusto dominante. El cambio lo realiza la aristocracia de ideas liberales y sentimientos antimonárquicos y en parte también la alta burguesía. “Pero a medida que el arte de la Regencia evoluciona hacia el Rococó, adopta cada vez más características de un estilo cortesano aristocrático, aunque desde el primer momento lleva en sí los elementos de disolución de la cultura cortesana” (Hauser).
«La Regencia es un período de actividad intelectual extraordinariamente viva, que no solo ejerce la crítica de la época precedente, sino que es creador en gran medida y se plante cuestiones que han de ocupar a todo el siglo. La relajación de la disciplina general, la irreligiosidad creciente, el sentido más independiente y más personal de la vida van de la mano en el arte con la disolución del “gran estilo” ceremonial. Comienza esta con la crítica de la doctrina académica, que quiere presentar el ideal artístico clásico como un principio establecido por Dios en cierto modo, intemporalmente válido, de forma semejante a como la teoría oficial del Estado en la época presenta la monarquía absoluta. [...] El arte se hace más humano, más accesible, con menos pretensiones; ya no es para semidioses y superhombres, sino para comunes mortales, para criaturas débiles, sensuales, sibaritas; ya no se expresa la grandeza y el poder, sino la belleza y la gracia de la vida, y ya no quiere imponer respeto y subyugar, sino encantar a agradar.» (A. Hauser, o. cit., p. 173-174)
La grande manière y los grandes géneros ceremoniales decaen durante la Regencia. Las clases altas ya no creían en las formas sociales extremadamente artificiales y les daban el valor de meras reglas de juego. El amor era galantería; lo pastoril, una forma deportiva del arte erótico, que alcanzará la cima de su desarrollo en el siglo de la galantería. El Rococó no es un arte regio, como el del Barroco, sino un arte de la aristocracia y de la alta clase media, que se acerca al gusto burgués por las formas diminutas. Si el Barroco es un arte macizo, estatuario y espacioso, el Rococó da la impresión de débil, nimio y frívolo. El Rococó, con su sensualismo y su esteticismo, está entre el estilo ceremonial del Barroco y el lirismo romántico, es el mediador entre el Barroco cortesano y el prerromanticismo burgués.
«El Rococó desarrolla una forma extrema de “el arte por el arte”; su culto sensual de la belleza, despreocupado por la expresión espiritual, su lenguaje formal alambicado, virtuosista, cuidado y melodioso, sobrepasan todo alejandrinismo. Su “el arte por el arte” es hasta cierto punto más auténtico y más espontáneo que el del siglo XIX, pues no es un mero programa ni una mera exigencia, sino la actitud espontánea de una sociedad frívola, cansada y pasiva, que quiere descansar en el arte. El Rococó representa la última fase de una cultura social en la que el principio de belleza predomina de manera absoluta y en la cual lo “bello” y “artístico” son todavía sinónimos. En la obra de Watteau, de Rameau y de Marivaux, e incluso en la de Fragonard, Chardin y Mozart, todo es “bello” y “melodioso”. En Beethoven, David y Delacroix ya no ocurre así; el arte se vuelve activo, combativo, y el afán por lo expresivo viola la forma. Pero el Rococó es también el último estilo universal de Occidente. Después del Rococó no hay canon formal alguno, ya no hay una dirección estilística de validez general semejante. Desde el siglo XIX la voluntad individual de cada artista se hace tan personal que el artista tiene que luchar por conseguir sus propios medios de expresión y ya no es capaz de mantenerse en soluciones fijas y preparadas de antemano. [...] En la segunda mitad del siglo XVIII se ha realizado una transformación revolucionaria. La aparición de la burguesía moderno con su individualismo y su pasión por la originalidad ha suprimido la idea del estilo como comunidad espiritual consciente y deliberada, y ha dado el sentido actual a la idea de la propiedad intelectual.» (A. Hauser, o. cit., p. 196-197)
En la segunda mitad del siglo se realiza la ruptura con el Rococó, la fisura entre el arte de las clases superiores y el de las clases medias es evidente. La revolución ya estaba en marcha.
LA ILUSTRACIÓN
El período de la Ilustración está básicamente constituido sobre los supuestos del empirismo, a pesar de la influencia innegable de elementos racionalistas procedentes directamente del racionalismo del siglo XVII (Descartes, Spinoza, Leibniz), sistematizado en el XVIII por Christian Wolff (1679-1754), que rompe con la tradición medieval de escribir filosofía en latín y empieza a acuñar conceptos filosóficos en lengua vernácula y a crear una terminología en otra lengua que el latín (fue el primero en introducir el alemán el vocablo “Begriff”). Su discípulo Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-1762) creó con su Aesthetica (1750-1758) una nueva disciplina independiente. Wolff no había tenido en cuenta la estética, que para él era parte de la percepción sensible y como cognitio confusa no era posible ser reducida a conceptos claros. Baumgarten redactó también una Metaphysica (1739) que Kant uso como texto en sus clases. La Estética introducida por Baumgarten la volveremos a encontrar en Kant bajo el concepto de Estética trascendental. La Estética tendrá importancia en el Idealismo alemán y será el tema central del Romanticismo.
La Ilustración o Siglo de las Luces, Aufiklärung, Lumières, Enlightenment, es producto de la divulgación del racionalismo del siglo anterior, pero también del auge alcanzado por la ciencia de la Naturaleza. La Ilustración ve en el conocimiento de la Naturaleza y en su dominio efectivo la tarea fundamental del hombre. A la Ilustración convienen los caracteres opuestos a los usados para describir el Romanticismo. Se caracteriza ante todo por su optimismo en el poder de la razón y en la posibilidad de reorganizar a fondo la sociedad a base de principios racionales. No niega la historia, pero la considera desde un punto de vista crítico: no ve en el pasado una forma necesaria de la evolución de la Humanidad, sino el conjunto de errores por el insuficiente poder de la razón (oscurantismo). Kant definirá la Ilustración como la emancipación de la conciencia humana del estado de ignorancia y error, como “la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad”. La soberanía de la razón excluye cualquier otra autoridad, sea la tradición o la revelación.
Aunque hay que hablar de Ilustración francesa, inglesa o alemana, cada una con sus características propias, se pueden destacar algunas líneas generales:
La ciencia, basada en una visión empirista, se convierte en modelo exclusivo del saber: Los Principia matemática Philosophia naturalis (1687) de Newton son considerados como ejemplo de la capacidad de la razón humana para la ciencia.
La religión es considerada como fuente de superstición (oscurantismo), contraria a la naturaleza. Triunfa el deísmo o religión natural: para Voltaire, Dios es el arquitecto del mundo y no interviene en el curso de los acontecimientos.
Defensa de las tesis contractualistas del poder civil. Crítica a los poderes absolutos del Estado. Influencia de las tesis liberales del pensador inglés John Locke (1632-1704), máximo representante de la doctrina filosófica del empirismo.
Descubrimiento de la ciencia histórica como un proceso carente de sentido religioso. El motor de la historia es el bienestar material y moral de la Humanidad, al que sirve la razón y la ciencia.
Optimismo que ve en le historia el principio del progreso. La Ilustración no sostiene el optimismo metafísico de Leibniz, quien afirmaba que "vivimos en el mejor de los mundos posibles".
La afirmación de que "vivimos en el mejor de los mundos posibles" le atrajo burlas, más notablemente de Voltaire, quien lo caricaturizó en su novela cómica Candide, ou l'Optimisme (1759). El optimismo de la Ilustración está basado en la conciencia que la humanidad pueda alcanzar sobre sí misma. En la esfera social intentará llevar a cabo un despotismo ilustrado; en la esfera científica, un conocimiento de la naturaleza que lleve a su dominio; en la esfera moral y religiosa, la búsqueda de una religión natural universal, un deísmo que no niega a Dios, considerado como primer motor de la existencia.
El poder que la Ilustración concede a la razón no es el mismo que le concedía el racionalismo del siglo XVII, pues la Ilustración no se apoya solamente en el racionalismo de Descartes, Spinoza y Leibniz, sino que subraya la importancia de la sensación como medio de conocimiento frente a la especulación racional del siglo anterior. Pero este empirismo no deja de ser un acceso distinto a la realidad que, en el fondo, se supone racional. La Ilustración, aunque con elementos racionalistas (cartesianos) toma del empirismo inglés sus elementos más importantes: deísmo, política liberal y parlamentaria, tolerancia religiosa, doctrinas económicas, etc.
En el siglo XVII, la razón era la facultad por la que se llegaba a los primeros principios. La razón contiene las “ideas innatas” de las que se pueden deducir los principios. En el siglo XVIII, la razón es una facultad humana que se desarrolla con la experiencia. No es un principio, sino una fuerza para transformar la realidad, un camino que pueden recorrer todos los hombres. La razón tiene en la Ilustración un sentido utilitario, como la ciencia: un medio para llegar al dominio de la naturaleza y para la reorganización de la sociedad.
La Ilustración está representada en Francia por los enciclopedistas; en Inglaterra, por los sucesores del sensualismo de Locke, los antiinnatistas y los deístas; y en Alemania, por la “filosofía popular”. La vulgarización de filosofía y ciencia se realiza a través de la Enciclopedia (1750-1780). El sensualismo iniciado en Hume aparece plenamente en la obra de Étienne Bonnot de Condillac (1715-1780), destacado defensor de las ideas del filósofo inglés John Locke (1632-1704), máximo representante del empirismo. En su Traité des sensations (1754), Condillac argumenta que todo el conocimiento proviene tan solo de la percepción sensorial, y acepta la tesis de Locke sobre la imposibilidad de las ideas innatas.
El más célebre enciclopedista fue Voltaire (1694-1778) que con su Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones dio el primer paso para hacer de la historia una verdadera ciencia. Charles-Louis de Montesquieu (1689-1755), en sus Cartas persas (1721) y El espíritu de las leyes (1748), expone la teoría de que las leyes de un país son reflejo del pueblo que las posee. Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) afirma la bondad natural del hombre, que se pierde en la sociedad y que debe recuperarse. En estado de naturaleza, el individuo vive solo, mediante el contrato social origina la sociedad y el Estado. La democracia se base en un Estado que sea producto de la voluntad de la mayoría. Los ideales de la Ilustración como practica política condujeron a la Revolución Francesa, cuyas ideas sobre la libertad individual y los derechos del ciudadano estaban expuestos en multitud de escritos, aunque de la manera más eficaz en El contrato social o Principios de derecho político (1762) de Rousseau.
En Alemania, la Ilustración aparece como Aufklärung o Iluminación y tiene un carácter menos revolucionario y menos irreligioso. De espíritu racionalista, tiene su centro en la corte de Federico II el Grande (1712-1786), rey de Prusia (1740-1786), considerado uno de los déspotas ilustrados más notables de la Europa del siglo XVIII. El filósofo Christian Wolff (1679-1754) divulga el racionalismo de Leibniz y elabora una división de las ciencias filosóficas que fue muy difundida. Su discípulo Gottlieb Baumgarten (1714-1762) creó con su Aesthetica (1750-1758) una nueva disciplina independiente.
En Italia aparece en este período un teórico de la historia como ciencia: Giambattista Vico (1668-1744), autor de la Scienza nuova. Vico considera las naciones como sujetos de la historia, que evoluciona en fases que reaparecen de modo cíclico.
EL NEOCLASICISMO
«El siglo XVIII está lleno de contradicciones. No sólo su actitud filosófica vacila entre racionalismo e idealismo; también sus propósitos artísticos están dominados por dos corrientes contrarias, y tan pronto se acercan a una concepción severamente clasicista como a otra desenfrenadamente pictórica. Y lo mismo que el racionalismo de la época, también su clasicismo s un fenómeno difícilmente definible y sociológicamente equívoco, puesto que está sostenido alternativamente por estratos sociales unas veces cortesanos y aristocráticos y otras veces burgueses, y termina desarrollando el estilo artístico representativo de la burguesía revolucionaria.» (Arnold Hauser: Historia social de la literatura y el arte. Madrid: Ediciones Guadarrama, 1968, vol. II, p. 309)
El clasicismo es sinónimo de triunfo del naturalismo y el racionalismo, por un lado, sobre la fantasía y la indisciplina, y, por otro, sobre la afectación y los convencionalismo del arte tal como se practicaba hasta entonces.
Las excavaciones de Pompeya y Herculano realizadas entre 1738 y 1748 despertaron la fascinación por el “gusto a la griega”, embrión del Neoclasicismo, que coincide con el reinado de Luis XVI (1774-1792). La grandiosidad del Barroco y el recargamiento decorativo del Rococó empezaban ya a cansar.
Hacia 1760 se inicia el declive del Rococó tras la crítica de Voltaire a la superficialidad del arte. El neoclásico introduce orden y seriedad en el arte. El neoclasicismo es un movimiento estético que refleja los principios intelectuales y la filosofía de la Ilustración desde mediados del siglo XVIII, es la expresión estética de la Ilustración. Ningún clasicismo fue tan inequívoco como este, ninguno poseyó su carácter estrictamente programático ni su voluntad destructiva dirigida a la disolución del Rococó.
«La nostalgia de la línea pura, inequívoca y sin complicaciones, de la regularidad y la disciplina, de la armonía y el sosiego, de la “noble simplicidad y la tranquila grandeza” de Winckelmann, es, sobre todo, una protesta contra la insinceridad y la artificiosidad, contra el virtuosismo y el brillo vacíos del Rococó, que ahora comienzan a ser considerados como depravados, degenerados, enfermizos y antinaturales.» (A. Hauser, o. cit., p. 320)
Durante la revolución francesa (1789-1799), Luis XVI fue derrocado y más tarde decapitado por decisión de las autoridades del régimen revolucionario. Bajo el imperio del gobierno de Napoleón domina la segunda fase del Neoclasicismo, el llamado Estilo Imperio. La Revolución escogió el clasicismo como el estilo más acorde con su ideología.
«El arte del siglo XVII interpretaba el mundo de los griegos y los romanos según los conceptos feudales de la moral profesados por la monarquía absolutista; el clasicismo de la época de la Revolución depende del ideal de vida estoico republicano de la burguesía progresiva y permanece fiel a este ideal en todas sus manifestaciones.» (A. Hauser, o. cit., p. 322-323)
Con la Revolución el arte se pone al servicio de la política, es una confesión de fe política: el arte debe instruir y perfeccionar, espolear a la acción y dar ejemplo y debe convertirse en posesión de toda la nación. La oposición del Romanticismo a la Ilustración y a la Revolución es la primera en alumbrar el principio del arte “puro” e “inútil”.
El estilo neoclásico tuvo influencia por factores como
Las ideas de la Ilustración: fe ilimitada en la ciencia y la razón, amiga del orden, de la norma y la medida, búsqueda del progreso, defensa de las reformas en todos los campos, fuerte inclinación hacia la naturaleza.
El mundo clásico y el nacimiento de la arqueología.
Los viajes y la creación de las asociaciones de amigos de la Antigüedad.
Las Academias cobran una gran importancia e imponen cánones estrictos a las artes.
El continuo auge de la burguesía determina un importante cambio en las actividades artísticas.
«La Revolución se había encontrado con el clasicismo más o menos hecho, pero le dio en cierto modo nuevo contenido y nuevo sentido. El clasicismo de la Revolución parece no original y no creador solo desde la perspectiva niveladora de la posteridad. [...] Pero la auténtica creación estilística de la Revolución no es este clasicismo, sino el Romanticismo; es decir, no el arte que ella practicó, sino el arte al que preparó el camino. [...] También el Romanticismo, al que la Revolución preparó el camino, se apoya en un movimiento similar anterior, pero el prerromanticismo y el Romanticismo propiamente dicho no tienen entre sí tanto de común como las dos formas del moderno clasicismo. No constituyen en modo alguno un movimiento romántico unitario que, simplemente, fuera interrumpido en su desarrollo. El prerromanticismo sufre a manos de la Revolución su derrota decisiva y definitiva. Es cierto que el antirracionalismo experimenta un renacimiento, pero el sentimentalismo [Empfindsamkeit] del siglo XVIII no sobrevive, sin embargo, a la Revolución. El Romanticismo posrevolucionario refleja un sentido nuevo del mundo y de la vida y hace madurar sobre todo una nueva interpretación de la idea de libertad artística. Esta libertad no es ya un privilegio del genio, sino el derecho innato de todo artista y de todo individuo con capacidad. El Prerromanticismo autorizaba solo al genio a apartarse de las reglas; el Romanticismo niega el valor de toda regla artística objetiva. Toda expresión individual es única, insustituible, y tiene sus propias leyes y su propia tabla de valores en sí; esta visión es la gran conquista de la Revolución para el arte.» (A. Hauser, o. cit., p. 332-334)
EL PRERROMANTICISMO
En el siglo XVIII aparecen en Alemania dos movimientos, uno preferentemente literario y otro religioso: el Sturm und Drang (Tormenta e Impulso) y el pietismo. Ambos coinciden en poner en primer plano el sentimiento y la vida afectiva y confluirán de algún modo en el Romanticismo a finales de siglo. En el campo científico acaba de constituirse la física con la electricidad (Galván, Volta, Faraday) y la biología (Bufón, Lamarck). En el campo de la teología aparece la figura de Friedrich Daniel Schleiermacher (1768-1834), que niega la teología racional y funda la religión en el sentimiento de menesterosidad que siente el hombre y su absoluta dependencia del Creador. Johann Gottfried Herder (1744-1803) se preocupa por problemas de la realidad histórica.
«La dirección intelectual pasa en el siglo XVIII de Francia a Inglaterra, que es un país económica, social y políticamente más progresista. De aquí arranca el gran movimiento romántico a mediados de siglo, pero también aquí recibe la Ilustración su impulso definitivo. Los escritores franceses de la época descubren en las instituciones inglesas el compendio del progreso y construyen en torno al liberalismo inglés una leyenda que sólo parcialmente corresponde a la realidad. El desplazamiento de Francia como portadora de la cultura y su sustitución por Inglaterra van de la mano con la decadencia de la monarquía francesa como poder europeo hegemónico. Así a la historia del siglo XVIII le da su sello en encumbramiento de Inglaterra tanto en el terreno de la política como en el del arte y en el de las ciencias. La decadencia de la autoridad real, que en Francia trajo como consecuencia su ocaso, se convirtió en una fuente de poder en Inglaterra, donde las clases emprendedoras, comprendiendo y adaptándose a la tendencia del desarrollo económico, estaban preparadas para asumir el poder. [...] El criterio de la pertenencia a la clase señorial se limitó cada vez más a la posesión de una misma cultura y a la solidaridad de los componentes en una determinada mentalidad. Esto explica sobre todo el notable fenómeno de que el tránsito del Rococó aristocrático al Romanticismo burgués no estuviese relacionado en Inglaterra con tan violentos estremecimientos de los valores culturales como en Francia o en Alemania.» (Arnold Hauser: Historia social de la literatura y el arte. Madrid: Ediciones Guadarrama, 1968, vol. II, p. 201 ss.)
Según Hauser, el cambio de la cultura intelectualista del clasicismo a la cultura emocional del romanticismo no se debió a un cambio de gusto o por el aburrimiento de los círculos distinguidos por el arte decadente de la época. La aristocracia no hubiera abandonado su gusto tradicional si la clase media no le hubiese arrebatado la dirección cultural. En el siglo XVIII, la aristocracia, así como la burguesía, está dividida entre un grupo conservador y otro progresista. Estos dos grupos se encuentran con frecuencia, pero también conservan intacto su modo de ser. En el siglo XIX, el desarrollo artístico está ya completamente dominado por la burguesía, en la que existen diferencias en cuanto a la riqueza, pero las diferencias en cuanto a la educación no son tan acusadas.
«El romanticismo es en sus orígenes un movimiento inglés, así como la moderna burguesía, que literalmente tiene ahora, por primera vez, opinión propia independiente de la aristocracia, es un resultado de la situación existente en Inglaterra. Tanto la poesía naturalista de Thomson, como los Night Thoughts de Young y los lamentos osiánicos de Macpherson, lo mismo que la novela sentimental costumbrista de Richardson, Fielding y Sterne, son nada más que la forma literaria del individualismo, que encuentra expresión también en el laissez-faire y en la revolución industrial. [...] Las victorias militares de Inglaterra, los descubrimientos geográficos, los nuevos mercados y rutas oceánicas, los capitales relativamente grandes dispuestos a la inversión, todo esto constituye las premisas de esta revolución.» (A. Hauser, o. cit., p. 222-223)
A finales del siglo XVIII surge un mundo nuevo. La revolución industrial introduce una nueva organización del trabajo basada en la planificación y el cálculo y en individualismo desconsiderado en la competencia. Comienza la “era de las máquinas”. El trabajo es elevado a categoría de fuerza ética.
«El principio de la libre competencia y el derecho a la iniciativa personal tienen su paralelo en la tendencia del autor a expresar sus sentimientos subjetivos, a poner en vigor su propia personalidad y a hacer al lector testigo inmediato de un conflicto íntimo del alma y de la conciencia. Pero este individualismo no es simplemente la traducción del liberalismo económico a la esfera literaria, sino también una protesta contra aquella mecanización, aquella nivelación y aquella despersonalización de la vida que está ligada con la economía, abandonada a sí misma. El individualismo traslada el laissez-faire a la vida moral, pero protesta al mismo tiempo contra el orden social en el que el hombre, separado de sus inclinaciones personales, se convierte en soporte de funciones anónimas. Las dos formas fundamentales de la casualidad social, la imitación y la oposición, se alían ahora para hacer aparecer la actitud romántica. El individualismo de esta romanticismo es, por un lado, una protesta de las clases progresistas contra el absolutismo y el intervencionismo estatal, pero es también, por otro, una protesta contra esta protesta, es decir, contra las concomitancias y consecuencias de la revolución industrial, en las que la emancipación de la burguesía encuentra su conclusión. El carácter polémico del romanticismo se expresa, sobre todo, en que no sólo se mueve dentro de formas individualistas, sino en que hace de su individualismo un programa. El individualismo, como exigencia y protesta contra la despersonalización del proceso de la cultura no existe hasta la mitad del siglo XVIII.» (A. Hauser, o. cit., p. 228-229)
El individualismo y el emocionalismo sirve a la burguesía como medio de expresión de su independencia espiritual con respecto a la aristocracia. “El burgués, tanto tiempo despreciado, se mira en el espejo de su propia vida espiritual y se encuentra más importante cuanto más en serio toma sus sentimientos, sus humores y sus emociones. La gente era sentimental y exaltada porque la aristocracia era reservada y contenida, pero pronto la intimidad y la expresividad se convierten en criterios artísticos cuyo valor reconoce también la aristocracia. [...] La aristocracia acepta los puntos de vista y la escala de valores de la burguesía; la virtud se pone de mora en las clases superiores lo mismo que se ha puesto de moda el sentimentalismo. [...] La generación del prerromanticismo, en contraste con los períodos precedentes, vive ya la naturaleza como manifestación de poderes éticos, de acuerdo con los conceptos morales humanos. [...] Las tendencias románticas que aparecen en Richardson recibieron por vez primera de manos de Rousseau categoría europea y forma universalmente válida y de aplicación general. El irracionalismo, que pudo imponerse en Inglaterra sólo poco a poco, alcanzó más amplia difusión en los demás países por medio de un suizo al que Mme. de Staël calificaba de representante del espíritu nórdico, es decir, alemán, en la literatura francesa.” (A. Hauser).
Rousseau y Voltaire
Contra el humanismo de la Ilustración, Rousseau sostiene que el hombre civilizado es el producto de una degeneración, toda la historia de la civilización es una traición al destino original de la humanidad. La fe en el progreso, típica de la Ilustración, es para Rousseau una superstición. Las ideas de Rousseau estaban en el ambiente, expresaban lo que muchos de sus contemporáneos sentían. Por otro lado, Voltaire representaba la racionalidad y la respetabilidad. Voltaire y Rousseau son los precursores más influyentes de la Revolución. El naturalismo de Rousseau era la negación de todo lo que para Voltaire era la quintaesencia de la cultura.
«Con Rousseau cobran voz en la literatura por vez primera los más amplios sectores sociales, la pequeña burguesía y la masa informa de los pobres, de los oprimidos y los parias. Es verdad que los “filósofos” de la Ilustración adoptaban con frecuencia el partido del pueblo, pero aparecían simplemente como sus intercesores y protectores. Rousseau es el primero que habla como uno de los del pueblo mismo, es el primer auténtico revolucionario. [...] Voltaire protestaba no solo como burgués y acaudalado señor que era, contra el plebeyo sentimentalismo, el entusiasmo vulgar y la falta de comprensión histórica de Rousseau, sino que se irritaba también, como burgués seco, escéptico y erudito de mentalidad realista, contra los abismos del irracionalismo que Rousseau había abierto y que amenazaban tragar todo el edificio de la Ilustración.» (A. Hauser, o. cit.)
Con el prerromanticismo inglés y la obra de Rousseau se sustituyen en literatura las formas objetivas y normativas por otras más subjetivas e independientes. Lo mismo ocurre en la música, que desde ahora será un arte representativo e influyente. La burguesía se convierte en el principal cliente de la música, y la música es el arte favorito de la burguesía, la forma de expresión de su vida emocional más inmediata y sin cortapisas, frente a la música anterior más comedida y templada. Hasta el siglo XVIII toda música era música escrita para una ocasión específica; estaba compuesta por encargo de un príncipe, de la Iglesia o del concejo de la ciudad. A mediados del siglo XVIII comenzaron a fundarse en las ciudades sociedades de conciertos. Se crea un mercado libre para la producción musical. “El cambio definitivo de la composición objetiva y por encargo a la confesión personal musical está entre Mozart y Beethoven”.
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