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El sainete tradicional

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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El sainete tradicional

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Ramón de la Cruz Cano y Olmedilla (1731-1794)

Juan Ignacio González del Castillo (1763-1800)

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Según Joan Corominas, la palabra saín, que aparece en castellano a finales del siglo XIII, viene del latín vulgar saginum, clásico sagina, que significa 'engorde de animales', 'gordura', 'calidad de gordo'. Del diminutivo de saín se deriva el castellano sainete que significa 'bocadito gordo con que se ceba a las aves', 1385, de donde 'bocadito gustoso al paladar', 'salsa para dar buen sabor' y a partir del siglo XVII se aplicó a una 'pieza jocosa para acompañar la representación principal'.

La palabra sainete fue adoptada por los autores teatrales para designar piezas breves y jocosas que se representaban al final de una función seria de teatro. En los siglos XVIII, XIX y XX, este género teatral sustituyó al entremés, que se representaba también como intermedio de una función o al final de una sesión teatral.

Según Voss, el sainete español se desarrolló en cuatro fases:

1. De 1603 a 1750 pasó el término del ámbito culinario al artístico, conservando las características de pieza breve, humorística, con mezcla de canto y baile.

2. De 1760 a 1868 el sainete se convirtió en un género literario gracias a las creaciones de Ramón de la Cruz (1731-1794). Se centró la temática en las escenas costumbristas.

3. En 1868 Tomás Luceño y Becerra (1844-1933), sucesor de Ramón de la Cruz, creo un sainete de extensión más amplia (hasta 45 minutos), que ya no tenía la función de relleno en las pausas entre los actos de una sesión teatral.

4. Entre 1894 y 1915, comienza la decadencia del sainete al derivar hacia la zarzuela y el melodrama. Al final, el sainete fue absorbido por la llamada   «comedia asainetada».

Entre los principales cultivadores de este subgénero cómico en el siglo XVIII se encuentran los gaditanos Luis Moncín y Juan Ignacio González del Castillo, y los madrileños Ramón de la Cruz y Sebastián Vázquez. A finales del siglo XIX fue materia frecuente del llamado género chico y del teatro por horas, con autores especializados como Tomás Luceño y Javier de Burgos, y revitalizaron el género en el siglo XX Carlos Arniches con su colección de sainetes Del Madrid castizo y los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero.

Ramón de la Cruz representa, en la segunda mitad del siglo XVIII, la línea tradicional del teatro, que nunca desapareció del todo: los sainetes y las comedias en un solo acto sobre temas populares.

 


Ramón de la Cruz Cano y Olmedilla (1731-1794)

VIDA

Nació en Madrid, ligado por su origen familiar a los ambientes aristocráticos, aunque se inspiró en los ambientes populares para sus piezas de teatro. Murió en Madrid en 1794.

Se sabe poco de su vida a pesar de la popularidad de que gozó. Estudió Humanidades y Jurisprudencia, sin acabar ninguna de estas carreras. Gozó de la protección del duque de Alba, quien acostumbraba a llevarlo en sus viajes, y de la condesa de Benavente, para cuyo teatro privado compuso varios sainetes, así como de su hija, la duquesa de Osuna.

En 1759 estaba empleado en la administración de prisiones y se casó al año siguiente con Doña Margarita Beatriz Magán Melo de Bargas, que le daría al menos cinco hijos.

Se consagró al sainete popular con gran éxito, de los que produjo más de trescientos, lo que le atrajo la hostilidad de los estilistas del Neoclasicismo, partidarios de un arte más idealizado y educativo.

El propio Ramón de la Cruz intentó reunir su obra, que publicó en una colección incompleta de diez tomos (1786-1791).

Enfermo de pulmonía en 1793, logró sanar, pero no recobró completamente la salud y tuvo tres recaídas; la última le llevó a la tumba.

OBRAS

En su periodo inicial escribió traducciones, imitaciones y adaptaciones de trágicos franceses e italianos. Su arreglo del Hamlet (1772) fue la primera obra de Shakespeare traducida al castellano.

Escribió también comedias (Marta abandonada) y zarzuelas (El tutor enamorado; Las segadoras de Vallecas, 1768; Las labradoras de Murcia, 1769; Las foncarraleras, 1772; El licenciado Farfulla, 1776, etc.).

Su gusto por lo castizo y popular español le llevó a cultivar el sainete, obra teatral en uno o más actos, frecuentemente cómica, de ambiente y personajes populares, de carácter burlesco, que se representaba como intermedio o al final de una función. Escribió en su última época más de 300 sainetes (pequeños apuntes costumbristas de asunto humorístico, llenos de música y canciones, compuestos con agilidad y gracia en verso), en los que trata y retrata al Madrid de su tiempo.

Se alejó de los ambientes aristocráticos para buscar en los medios populares la fuente de inspiración para sus creaciones teatrales. Se oponen al frío teatro seudoclasicista, reivindica el lenguaje popular y restaura los temas del saber folclórico.

Los sainetes eran obras cortas destinadas a representarse en los entreactos de otras obras teatrales largas, mientras se cambiaban los decorados. El sainete tenía precedentes en los Pasos de Lope de Rueda o en los Entremeses de Cervantes y Quiñones de Benavente, y se afianza en el siglo XVIII de la mano de don Ramón de la Cruz, quien imprimió al género un rasgo marcadamente costumbrista. Variedad argentina de este género es el sainete criollo, cultivado en el primer tercio del siglo XX.

Desde 1762 a 1792, se extiende la época de producción de sainetes. Los sainetes de Ramón de la Cruz nos ofrecen las costumbres populares del Madrid castizo de la época: manolas, majos, petimetres, vendedores ambulantes, barberos, aguadores, abates y un sinfín de variados tipos desfilan por estos animados y vivaces cuadros costumbristas. Estos sainetes tienen interés como documento de la época: bailes populares, jiras campestres, incidentes callejeros y domésticos. Son escenas que permiten el paralelo con los cuadros costumbristas de Goya.

Sus adversarios le acusaron de falta de originalidad al utilizar temas, motivos y escenas de autores extranjeros. Uno de sus méritos consiste en haber dado apariencia de realidad a la tradición del lenguaje teatral y, al contrario, haber teatralizado el habla de los madrileños de la segunda mitad del XVIII. Hoy se considera a Ramón de la Cruz como el más sugestivo representante del teatro de tradición popular en el siglo XVIII.

Los recursos más usuales son el equívoco, la ambigüedad, el juego de palabras, la hipérbole y la metonimia. El metro suele ser el romance, aunque frecuentemente aparecen seguidillas, letrillas u otras formas populares.

La enferma de mal de moda (1757)

Quien complace a la deidad, acierta a sacrificar (1757)

Zarzuela en dos actos.

El hospital de la moda (1762)

La petimetra en el tocador (1762)

El hospital de la moda (1762)

La petimetra en el tocador (1762)

La crítica (1763)

El Prado por la noche (1765)

La Plaza Mayor de Madrid por Navidad (1765)

La Pradera de San Isidro (1766)

La botillería (1766)

El fandango del candil (1768)

Manolo, tragedia para reír o sainete para llorar (1769)

Parodia la tragedia neoclásica y ridiculiza a autores como Moratín e Iriarte.

El Rastro por la mañana (1770)

La espigadera (1778)

Comedia.

Teatro o colección de los sainetes y demás obras dramáticas (1786-1791)

Cuarenta y seis sainetes, diez comedias, ocho zarzuelas, una loa y una tragedia burlesca.

El petimetre (1786-91)

Entre las más valoradas por la crítica hay que señalar

El Prado por la noche

El Rastro por la mañana

Manolo, tragedia para reír o sainete para llorar

Las tertulias de Madrid

La víspera de San Pedro

La maja majada

Las castañeras picadas

La casa de Tócame Roque

Las majas vengativas

«El casticismo es la nota saliente, que lleva a verdadera gracia en ocasiones, como Las castañeras o en El muñuelo. Pero, en resumen, podemos considerar a Cruz como un extenso valor de época, extraordinario desde el punto de vista documental e histórico, e inferior en el valor estético de la miniatura cómica.» (A. Valbuena Prat)

 


Juan Ignacio González del Castillo (1763-1800)

VIDA

Nació en Cádiz, hijo de hidalgos pobres. Comenzó como apuntador en el Teatro Principal de Cádiz, en el que estrenó sus famosísimos sainetes. Fue ya desde joven el autor preferido de los públicos de Cádiz, San Fernando y Sevilla.

Fue maestro de Juan Nicolás Böhl de Faber.

Fue perseguido acusado de ser partidario de la Revolución francesa, pero su liberalismo se limitó a declamatorias frases en el poema La Galiada y en la tragedia Numa, y a censurar en la comedia La madre hipócrita a los padres que meten monjas a sus hijas sin tener vocación, lo que era usual entre los ilustrados de su época.

Murió de peste en 1800, y fue enterrado de limosna en el cementerio general del Señor San José, extramuros de la ciudad.

OBRA

Juan Ignacio González del Castillo fue un sainetero olvidado, cuya obra queda eclipsada no sólo porque es la de un provinciano, sino también porque la de Ramón de la Cruz, con sus cuatrocientos sainetes, ocupa la delantera de la crítica. Conoció e imitó en cierto modo a Ramón de la Cruz.

González del Castillo escribió sólo cuarenta y cuatro sainetes, publicados tras su muerte en 1812 la Isla de León, y luego en cuatro volúmenes por Adolfo de Castro en 1845. Pero no basta el número de obras para valorar a un autor, pues Cervantes no dejó más de ocho entremeses y todos admitimos que es un maestro en este género.

González del Castillo llevó el majismo andaluz y andalucista, ya existente en la literatura de cordel y el folclore, a los tablados, por lo que cabe considerarlo un adelantado del costumbrismo romántico, un costumbrismo preñado de crítica ilustrada e incipientemente liberal, en el que domina en él la crítica social más despiadada. Utiliza un lenguaje preñado de ironías, hipérboles, comparaciones, metonimias y metáforas degradatorias, disyunciones entre texto, tonos, gestos y movimientos de los actores, y uso de prevaricaciones idiomáticas por parte de los payos. No falta la música y abundan los bailes y canciones. Se cantan coplillas, como tiranas, tonadas, tonadillas, seguidillas y romances de ciego.

González del Castillo sobrepasa el costumbrismo local, construye sus sainetes con segura técnica y manifiesta gran fuerza burlesca, lo que le permitió figurar muy honradamente en la cartelera madrileña hasta mediados del siglo XIX.

«Menospreciado en la Corte se rebela contra la sociedad decadente que le rodea. Se rebela contra la pobreza que impera en casi todas las clases sociales, contra los vicios que lo corrompen todo, contra modas estrafalarias, saraos y bailes seguidos de borracheras y riñas estériles; se rebela también contra los que viven de estafas ya sean nobles, usías o tunos; contra los mojigatos que se quejan de las sátiras del autor dramático; contra la ignorancia y la estupidez que imperan tanto en la ciudad como en el campo. La obra de González del Castillo es una verdadera denuncia de la decrepitud de la sociedad en que tiene que vivir.» (Jean-Louis Flecniakoska)

Juan Ignacio González del Castillo nos ha dejado una representación de la sociedad de su tiempo, despiadada y burlesca que, en cierto modo, viene a emparentarse con el teatro de crítica social.

Sus Obras completas (1914) están recogidas en 3 volúmenes.

Sainetes

Los sainetes de González del Castillo son de espíritu análogo a los de Ramón de la Cruz, sustituyendo el madrileñismo castizo por un color local andaluz, en algunas obras concretamente gaditano. Las mujeres que pinta González del Castillo son auténticas caricaturas que no despiertan simpatía alguna. Para el sainetero es la mujer falsa, coquetona, pedigüeña, amiga de diversiones y pronta para la riña. Las mujeres lo hacen todo para explotar al hombre, como al marido al que esclavizan o arruinan por sus caprichos. Solo piensan en el dinero, en las fiestas y en los bailes.

Pero los hombres no salen mejor parados que las mujeres: son holgazanes, borrachos empedernidos, parlanchines inagotables y muy amigos de ferias y bailes. Los tunos, majos y abates se pasan el día en cortejos, comilonas, fiestas y juegos. Son verdaderos parásitos de una sociedad en descomposición.

El día de los toros en Cádiz

El café de Cádiz

El lugareño en Cádiz

El soldado Tragabalas

El cortejo sustituto

La feria del puerto

El desafío de la Vicenta

Los cómicos de la legua

Los zapatos

Los palos deseados

La casa de vecindad

El payo de la carta

El soldado fanfarrón

El robo de la pupila

El aprendiz de torero

Los jugadores

El chasco del mantón

El médico poeta

Los naturales opuestos

El baile desgraciado

La boda del Mundo Nuevo

Los caballeros desairados

Comedias

Cultivó también la comedia moral en varias comedias interesantes.

La orgullosa enamorada

Una pasión imprudente ocasiona muchos daños

La madre hipócrita

Zarzuela

La venganza frustrada

Tragedia

Numa (1799)

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