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Esteban Manuel de Villegas - Textos (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
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Esteban Manuel de Villegas (1589–1669)
Textos
Al Céfiro
Oda sáfica
Dulce vecino de la verde selva,
huésped eterno del abril florido,
vital aliento de la madre Venus,
Céfiro blando;si de mis ansias el amor supiste,
tú, que las quejas de mi voz llevaste,
oye, no temas, y a mi ninfa dile,
dile que muero.Filis un tiempo mi dolor sabía;
Filis un tiempo mi dolor lloraba;
quísome un tiempo, mas ahora temo,
temo sus iras.Así los dioses con amor paterno,
así los cielos con amor benigno,
nieguen al tiempo que feliz volares
nieve a la tierra.Jamás el peso de la nube parda
cuando amanece en la elevada cumbre,
toque tus hombros ni su mal granizo
hiera tus alas.
SONETO XII
A un ruiseñor
Con diferencia tal, con gracia tanta
aquel ruiseñor llora, que sospecho,
que tiene otros cien mil dentro del pecho,
que alternan su dolor por su garganta.
Y aun creo que el espíritu levanta
(como en información de su derecho)
a escribir del Cuñado el atroz hecho
en las hojas de aquella verde Planta.
Ponga pues fin a las querellas que usa,
pues ni quexarse, ni mudar estança,
por pico, por pluma, se le veda.
Y llore solo aquel que su Medusa
en piedra convirtió, porque no pueda,
ni publicar su mal, ni hazer mudança.
A UNA FUENTE
Tú por arenas de oro
corres con pies de plata,
¡oh dulce fuente fría!
Yo, con mi triste lloro,
a tu corriente ingrata
aumento cada día;
pero tú la porfía
de darle al Ebro parias,
en mi daño contrarias,
animas por matarme.
Yo, por darte y cansarme,
aunque no saco fruto,
malogrado tributo,
lloro nuevos engaños.
Tú me llevas los años
al paso de tu curso;
yo renuevo el discurso
de mis presentes daños.
Casi somos iguales,
¡oh dulce y clara fuente!
Yo en continuar mis males,
y tú aquesta corriente.
Si dices que me excedes,
yo digo que te excedo:
porque tú cesar puedes,
y yo cesar no puedo.
A SUS AMIGOS
Ya de los altos montes
las encumbradas nieves
a valles hondos bajan
desesperadamente.
Ya llegan a ser ríos
las que antes eran fuentes,
corridas de ver mares
los arroyuelos breves.
Ya las campañas secas
empiezan a ser verdes,
y porque no beodas,
aguadas enloquecen.
Ya del Liceo monte
se escuchan los raveles,
al paso de las cabras
que Títiro defiende.
Pues, ea, compañeros,
vivamos dulcemente,
que todas son señales
de que el verano viene.
La cantimplora salga,
la cítara se temple,
y beba el que bailare
y baile el que bebiere.
De la lira
Quiero cantar de Cadmo,
quiero cantar de Atridas:
mas ¡ay! que de amor solo
sólo canta mi lira.
Renuevo el instrumento,
las cuerdas mudo aprisa;
pero si yo de Alcides,
ella de amor suspira.
Pues, héroes valientes,
quedaos desde este día,
porque ya de amor solo
sólo canta mi lira.
DEL VERANO
Tras lluvias manantiales,
grandes como mis males,
contra cuyas corrientes
no hay márgenes ni puentes,
con suma bizarría
el verano venía,
ya purpurando flores,
ya liquidando fuentes,
los tiernos ruiseñores
no lloraban la pena
de Progne y Filomena;
que sus gemidos graves
ya son cantos suaves.
Los jilgueros pintados,
según salen vestidos,
por prados son tenidos;
y los prados pintores,
según salen bordados,
por jilgueros y prados.
Los vientos, ya mejores,
a las aves brindando
las hacen ir volando.
Los claros arroyuelos,
que con grillos de hielos,
sin poder ser movidos,
estaban detenidos,
con vengativa prisa,
cuajando dulce risa,
alegres se desatan
y hasta el mar se dilatan.
La Venus Citerea
se pule y hermosea;
y vibrando el diamante
de su apacible vista,
los ánimos conquista
de Júpiter tonante.
También llena de olores
Lidia, que es mis amores;
Lidia, que es más señora
de los campos que Flora,
sale, por más honrarte,
verano, a visitarte,
dando a tu suelo rosas
con sus plantas hermosas,
y con su dulce aliento
mil vidas a las cosas
y mil almas al viento.
Cantilena de un pajarillo
Yo vi sobre un tomillo
quejarse un pajarillo,
viendo su nido amado,
de quien era caudillo,
de un labrador robado.
Vile tan congojado
por tal atrevimiento,
dar mil quejas al viento
para que al cielo santo
lleve su tierno llanto,
lleve su triste acento.
Ya con triste armonía,
esforzando el intento,
más sonoro volvía;
ya circular volaba;
ya rastrero corría;
ya, pues, de rama en rama
al rústico seguía,
y saltando en la grama
parece que decía:
“Dame, rústico fiero,
mi dulce compañía.”
Y que le respondía
el rústico: “No quiero.”
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