|
Félix José Reinoso - Textos (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
|
Félix José Reinoso (1772-1841)
Textos
La inocencia perdida
(Fragmento)
Comió, y al fiel Adán, que respetoso
ni aun el árbol mirara, el don presenta
con las ofertas del traidor doloso,
y su temor y su esperanza alienta.
Insta, ruega, amorosa; el tierno esposo
cede, se rinde, y su osadía aumenta
más que el dolo, el amor; que es por su daño
amor más poderoso que el engaño.
La poma al labio llega, cuando al cielo
alzó acaso la vista, y de su mano
cayó el fruto perdido; un mudo hielo
cuajó densa la sangre al pecho insano.
Dos veces Eva con osado anhelo
tornó a la mano lasa el don profano;
dos veces cayó de ella, y ¡triste suerte!,
al fin revive para darse muerte.
Gustó la poma Adán, y el universo
sintió súbito el crimen. La alta esfera
robó entre sombras el semblante terso
que los globos de lumbre reverbera;
blando Favonio en Aquilón adverso
mudó el soplo vital; de rabia fiera
se vistió el bruto, y su obsequioso oficio
el orbe todo convirtió en suplicio.
Viose desnudo Adán; la seductora
viose desnuda, su candor perdido,
cual marchito clavel se descolora
doblado sobre el vástago partido.
La bella, dulce luz encantadora,
rayo de luz eterna desprendido,
¡ay!, se oscuró en su faz, antes delicia,
maldición ya de la inmortal justicia.
Vioso y se avergonzó; y al bosque denso
corre turbado y su ignominia esconda,
las venganzas temblando del Inmenso,
a quien creyó igualarse. Mas, ¡oh!, ¿dónde?,
dónde de Dios huirá? Del orbe extenso
patente el seno ve; a su voz responde
la muda nada en el abismo oscuro;
su faz envuelve la sombra en fuego puro.
¡Ah!, viole, sí, de su encumbrado asiento,
y ardió súbito en ira: del semblante
un mar corrió de llamas: ardió el viento,
las montañas ardieron. Fulminante
tronó en su enojo, y retembló al acento
bajo su pie el Olimpo vacilante;
cubrióse el trono en centelleantes nubes,
y sus rostros velaron los querubes.
Airóse Dios, y en la encendida mano
presto el rayo nació; la ondosa llama
en puntas sube, y por el aire vano
brotando entre los dedos se derrama.
Iba a lanzarlo a su trono, el cielo inflama
en luz de gloria que a la tierra umbría
amor, su faz bañando, difundía.
Cuando al morir los siglos caiga ardiendo
desde su cumbre el sol, y el regio trono
sobre su hoguera asiente y al estruendo
de la trompa, y los rayos, en su encono
lance los astros en el caos horrendo
no así parecerá. Dulce patrono
ora del triste humano, amor le apiada,
amor le ofrece ante la diestra alzada.
«Padre», dice, y los cielos la carrera
suspenden a su voz: «Padre, mi gloria,
¿tu bella imagen a la saña fiera
entregas de Luzbel? ¿De su victoria
el impostar se jactará? El espera
vengar de su castigo la memoria
con el castigo del mortal amado,
objeto dulce de tu excelso agrado.
»¿Y triunfará el infiel? ¡Piedad inmensa!
¡Sola piedad y amor! es nuestra hechura,
es tu hijo el mortal; su grande ofensa
da mayor gloria a nuestra gran dulzura.
¡Oh, viva el hombre! Tu poder suspensa,
y mi poder admira la Natura;
ora admite tu amor; llore el impío
que sus traiciones frustre al amor mío.
»Sus traiciones: rebelde en su malicia
sublevó tus falanges; fementido
ora seduce, y la inocencia vicia:
un crimen y otro de Luzbel han sido.
Es así. Padre: la eterna justicia
debe ser aplacada; no, no pido
que el rayo pongas sin vengar tu nombre.
¡Oh!, lánzalo en tus iras sobre el hombre.
»Mas vez el hombre en Mí; yo su delito,
Yo he de satisfacer; ande inexhausto
por salvarle mi amor; será el precito,
seré tu maldición: ¡oh!, sí, el infausto
viva, Yo moriré; venga infinito
sobre Mí tu furor. El holocausto
de mi pasión, ¡oh Padre! Tú recibe
y salva el hombre, que en muerte vive.»
Hablaba el Hijo, y de rosada lumbre
un arco desplegándose, aparece
entre el hombre y Jehová: sobre su cumbre
alzado en cruz un leño resplandece.
A su vista la etérea muchedumbre
se postra silenciosa; desparece
súbito el rayo de la airada diestra
y mezclado en su ceño amor se muestra.
«He aquí, Padre, mi triunfo –el sacro Verbo
prosigue–; el ara ved en que inmolado
hostia del mundo, en la figura siervo,
mi sangre verteré por el culpado.
¡Oh Padre!, parto; el sacrificio acerbo
me llama; parto de tu seno amado
a salvar a los hombres: Tú, Dios fuerte,
recíbelos por hijos en mi muerte.»
Sea –el Padre responde–: así en mi mente
lo ordené ante la aurora, cuando ungido
te engendré de mi luz Saber potente,
por quien los siglos hice. Fuiste oído
en el tiempo agradable: Tú la gente
congregará dispersa, y sometido
cuanto aquilón y el mar y el austro alcanza,
del mundo harás conmigo la alianza.
»Yo Dios, Yo lo he jurado. Tú el eterno
sacerdote serás; serán tu herencia
los pueblos y naciones; tu gobierno
son las lindes del mundo; Tú sentencia,
que tuyo es el juicio. El hondo averno
postrarás; y el autor de inobediencia,
cuando todo lo atraigas exaltado,
de su impero del mar será lanzado.
»Cíñete y triunfa; en tu derecha mano
la fortaleza va; Tú el poderoso.
Muere, sí; mas un brazo soberano
te alzará de la tumba glorïoso,
primicias de los muertos. Este arcano
en medio de los siglos portentoso,
se mostrará el mortal; en tanto llore
y en tristes votos su salud implore.»
El Altísimo dijo; y dentro el seno
lanzado el Verbo y el Amor divino,
en su almo rostro de ternura lleno
al hombre anuncian su feliz destino.
Depuso la justicia el raudo trueno
que al brazo vengador sirve contino
y abrazó a la piedad, que en blando sello
el labio imprime en su semblante bello.
Y «Santo, Santo –en himno de alegría
los serafines claman–; a Ti gloria,
gloria al Dios de Sabaot. La frente impía
del dragón Tú domaste; la victoria
yace en las plantas de Jehová. ¡Oh!, envía
a tu Cristo, y el hombre la memoria
de tus piedades con eterno canto
celebrará bañado en dulce llanto.
»Ven, ¡oh Jesús! Ya al mísero el tesoro
de tu pasión destella su consuelo
cual antes de nacer; sus rayos de oro
el sol despunta en el rosado cielo.
Lloved, nubes, al Justo.» El santo coro
cantaba y de su trono en alto vuelo
se levantó Jehová; la sacra esfera
en silencio pasmo el fin espera.
Sube en carro de nubes, y elevado
en aras va del huracán; delante
vuela un querub, el brazo levantado
con un dardo de fuego centelleante.
Satán en duro hierro encadenado
arrastraba al humano, y arrogante.
«Triunfé», empezó a decir, cuando improviso
aparece Jehová en el paraíso.
«Huye –le manda–, pérfido. ¿Creíste
poder frustrar mi soberano intento
de hacer feliz al hombre? Conseguiste
el premio digno; tu furor sangriento
el hombre postrará; y tu cuello triste
quebrantará su planta.» El sacro acento
oyó Satán, y raudo desparece
cual humo ante aquilón se desvanece.
«Venid, mortales, y esperad; propicia
nacerá un tiempo la Salud, que el llanto
en goce torne y celestial delicia.
La Salud nacerá; gemid en tanto.
Hombres futuros, mi eternal justicia
adorad humillados con espanto:
hijos de maldición cuantos se animen,
la marca impresa llevarán del crimen.
»Ellos, débil mujer, serán despojos
de tu dolor. Y tú de la morada
do naciste, lanzado, con tus ojos
baña la tierra en tu castigo armada.
Suda, infeliz, y llora cuando abrojos
te vuelva el suelo por la mies sembrada:
llora mientras que tornas a la tierra;
que a tu deidad soñada el polvo encierra.»
Habló. De Edén el valladar no abierto
se divide, y el árido camino
a los culpables muestra del desierto
do los arroja el precursor divino.
A su perdido bien con paso incierto
vuelven la faz llorosa, y sin destino
salen, ¡ay!, del solar de la alegría
donde, ¡infelice yo!, nacer deba.
Impressum | Datenschutzerklärung und Cookies
Copyright © 1999-2018 Hispanoteca - Alle Rechte vorbehalten