Yace tendido en la desierta arena,
        Que quasi siempre el mar baña y esconde,
        De Tirsi el cuerpo; el alma alverga donde
        Sembró Amor la simiente de su pena:
        
        Allí miéntras su llanto amargo suena
        Entre las peñas, Eco le responde:
        Tirsi cuitado, ¿dónde estás? ¿Por donde
        Saldrás á ver tu luz pura y serena?
        
        Aquí el cielo nubloso, el viento ayrado
        Mantienen con el mar perpetua guerra,
        Y él con estas montañas que rodea.
        
        ¡Ay de tí, Tirsi, de dolor cercado,
        Mas que de mar, quando será que lea
        Fili en tu frente lo que el pecho encierra!
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Bien pudiste llevar, rabioso viento,
        Mis esperanzas donde se han perdido,
        Y deshacer con soplo ayrado el nido
        De mi dulce amoroso pensamiento.
        
        Bien derribaste desde su cimiento
        Las altas torres donde habia subido;
        Y ahogaste en las aguas del olvido
        Mi bien, mi gloria, mi mayor contento.
        
        ¿Pues por qué no raerás de mi memoria
        Las amargas dulzuras de esperanza,
        Con quien cebó mis inocentes años?
        
        Que ya del alma el árbol de victoria,
        Que plantó amor, cortáron desengaños,
        Desden, ausencia, tiempo, edad, mudanza.
              A LA MUERTE DE 
              GARCILASO DE LA VEGA
              EL 
              MOZO
              En la guerra, como tambien lo fué la de su padre Garcilaso el gran 
              Poeta.
 
¡O del árbol mas alto y mas hermoso,
              Que produxo jamás fértil terreno,
              Tierno pimpollo, ya de flores lleno,
              Y á par de otra qualquier planta glorioso!
              
              El mismo viento ayrado y tempestuoso
              Que tu tronco tan léjos del ameno
              Patrio Tajo arrancó, por prado ageno
              Te deshojó con soplo presuroso:
              
              Y una misma tambien piadosa mano
              Os traspasó en el cielo, á do las flores
              De ambos han producido eterno fruto:
              
              No os llore como suele el mundo en vano,
              Mas conságreos altar, ofrezca olores
              Con voz alegre y con semblante enxuto.
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Ojos, ¿que mirareis? ¡Ay ojos tristes!
        ¿A que del sol el rayo alegre y puro
        Alegre recibais, si en torno obscuro
        Está el lugar á do á mirar volvistes?
        
        Ay ciegos ojos en mal punto distes,
        Quando en mi libertad vivia seguro,
        Entrada al desleal niño perjuro,
        Por quien amargas lágrimas vertistes.
        
        Ay ojos, ántes que del todo el llanto
        Y el ausencia del sol vuestro obscurezca
        La poca parte, que de vista os queda;
        
        Viésedes una vez siquiera el santo
        Rostro, porque despues su imágen pueda
        Tornarse en parte que jamas perezca.
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A la sombra de un olmo, al nuevo dia
              De suspirar y de llorar cansado,
              Con el alma despierto, y desvelado
              Con el cuerpo, el pastor Tirsi dormia:
              
              A su Fili soñando que veia
              Movida á compasion de su cuidado,
              Hablarle mansamente, apresurado.
              Por asirla, las manos extendia.
              
              Quando del ansia y del deseo alterada
              Despide el alma el sueño: la pastora
              Huye con él: y Tirsi abraza el viento.
              
              Entonces con voz flaca acompañada
              De lágrimas dice él: ¿quién quita agora
              A los ojos el bien del pensamiento?
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Ay esperanza lisongera y vana,
        Ministra de cuidado y de tormento,
        Que el mas osado y loco pensamiento
        Haces juzgar segura empresa y llana;
        
        Si qual suele llevar pluma liviana,
        Te me ha llevado de contino el viento,
        Y con daño y vergüenza me arrepiento
        De haber creido en esperanza humana;
        
        Déxame, que si amor y mi fortuna
        Te han cortado mil veces floreciendo,
        ¿Qué puedes prometer seca y perdida?
        
        Marchítanse tus flores en saliendo,
        Sin hacer fruto; y si le hace alguna,
        Es cebo dulce para amarga vida.
Epitafio á la muerte de Tirsi
Crezca con el licor del llanto mío
              La verde yerba de este fértil prado:
              Enfrene el triste son de mi cuidado
              El presuroso curso de este río:
              
              Resuene el bosque cavernoso y frío,
              Ya es muerto Tirsi, Tirsi es ya acabado,
              En el dolor terrible sepultado,
              Que tuvo de él entero señorío.
              
              Sola esta solitaria selva umbrosa,
              Y aquesta tan gentil verde ribera
              Del lamentable fin fueron testigos.
              
              Aquí cerró sus ojos muerte fiera,
              Y el miserable cuerpo aquí reposa.
              Llorándole Damon su firme amigo.
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¿Hay quien quiera comprar nueve doncellas
        Esclavas, á lo ménos desterradas
        De las tierras do fuéron engendradas?
        ¿Hay quien las compre? ¿Hay quien dé mas por ellas?
        
        Fueron un tiempo en todo estremo bellas,
        Hermosas, ricas, graves y estimadas;
        Y aunque de muchos fuéron reqüestadas,
        Bien pocos alcanzaron favor de ellas.
        
        Agora van las tristes mendigando
        De puerta en puerta rotas y baldías;
        Y por solo el comer se venderían.
        
        Pues no son muy golosas, que hallando
        Yerbas, flores, ó hojas, pasarian
        Con sombras frescas y con aguas frías.
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Blanco marfil en évano entallado,
        Suave voz indignamente oida,
        Dulce mirar (por el que larga herida
        Traigo en el corazon) mal ocupado;
        
        Blanco pie por ageno pie guiado,
        Oreja sorda á remediar mi vida,
        Y atenta al son de la razon perdida,
        Lado (no se por qué) junta á tal lado;
        
        Raras, altas venturas, ¿nó me diera
        La fortuna cortés gozar una hora
        Del alto bien, que desde vos reparte?
        
        ¿O el sol, que quanto mira, orna y colora,
        No me faltára aquí, por que no viera
        Un sol mas claro en tan obscura parte?
CANCIÓN II
Cuitada navecilla
              Por mil partes hendida,
              Y por otras dos mil rota y cascada.
              Tirada ya á la orilla
              Como cosa perdida,
              Y aun de tus mismos dueños olvidada:
              Por inútil dexada
              En la seca ribera
              Fuera del agua, y de las olas fuera.
              
              ¿Has de volver agora
              Desamparada y sola
              A recibir del mar de nuevo afrenta,
              Y aguardar cada hora
              Tras una y otra ola,
              Una y otra cruel fiera tormenta?
              ¿Tendrás de nuevo cuenta,
              Si se enmaraña el cielo,
              Si nace ó muere el sol claro ó con velo?
              
              ¿Y si su faz serena
              Muestra la instable luna?
              ¿O si cubierta va de manto escuro?
              ¿Si va menguada ó llena?
              ¿Si amenaza fortuna,
              O promete bonanza el ayre puro?
              ¿Si habrá puerto seguro?
              ¿Si tus enfermos lados
              Viniesen á herir vientos ayrados?
              
              No, no, tente á la tierra;
              O ya si al agua has vuelto,
              Mira no salgas de seguro abrigo.
              ¿No ves rota la guerra?
              ¿No ves á Boreas suelto?
              ¿Y que Orion armado, tu enemigo,
              Vendrá á envestir contigo?
              Y estarás tú muy buena,
              Desclavado el timon, rota la entena.
              
              Si por dicha te atreves
              A tener confianza
              En el favor incierto de Neptuno,
              Porque viages breves
              Hiciste con bonanza,
              Y, aunque sin fruto, con honor alguno;
              Ya no es tiempo oportuno
              De en fiuzia de pasadas
              Venturas, emprender nuevas jornadas.
              
              El sabio marinero
              Al menester no fia
              En la pintada popa del navío,
              Ni en si ganó primero
              Por dichosa osadía
              De las aguas del mar el señorío;
              Ni en la pujanza y brio
              De su pasada gente,
              Si ve flaca y cansada la presente.
              
              ¿No ves que aunque corrieses
              El mar de parte á parte,
              Dando la caza á flotas enemigas,
              Y las unas rompieses
              Por fuerza, otras con arte
              Hicieses declarar por tus amigas;
              De tan graves fatigas
              El galardon mas cierta
              Será encallar al embocar del puerto?
              
              Dexa, dexa naveguen
              Las poderosas naves
              Con las velas hinchadas y tendidas,
              Del Tajo al Gange lleguen
              Con viento y mar suaves.
              Y de joyas ganadas, y ofrecidas
              Vuelvan enriquecidas
              Sin envidia, que temo
              Que está la tempestad en el estremo.
              
              La nave mas famosa,
              La mayor que fué vista,
              La primera que abrió en el mar camino,
              Por quien gente gloriosa
              La célebre conquista
              Acabó del dorado Vellocino;
              Tras sus triunfos vino
              Con fortuna á perderse,
              Por no saber á tiempo recogerse.
              
              Esto te baste solo:
              Huye la furia insana
              De los hijos de Eolo;
              Y con tan claro exemplo
              Cuelga tus velas y tu xarcia al Templo.
CANCIÓN III
Sale la Aurora de su fértil manto
          Rosas suaves esparciendo y flores,
          Pintando el cielo va de mil colores,
          Y la tierra otro tanto,
          Quando la dulce pastorcilla mia,
          Lumbre y gloria del día,
          No sin astucia y arte,
          De su dichoso albergue alegre parte.
          
          Pisada del gentil blanco pie, crece
          La yerba, y nace en monte, en valle o llano
          Cualquier planta, que toca con la mano,
          Cualquier árbol florece:
          Los vientos, si soberbios van soplando,
          Con su vista amansando:
          En la fresca ribera
          Del río Tybre siéntase, y me espera.
          
          Dexa por la garganta cristalina
          Suelto el oro, que encoge el sutil velo:
          Arde de amor la tierra, el río, el cielo,
          Y a sus ojos se inclina:
          Ella de azules y purpúreas rosas
          Coge las mas hermosas;
          Y tendiendo su falda,
          Texe de ellas después bella guirnalda.
          
          En esto ve que el sol, dando a la Aurora
          Licencia, muestra en la vecina cumbre
          Del monte el rayo de su clara lumbre.
          Que el mundo orna y colora:
          Túrbase, y una vez arde y se aíra,
          Otra teme y suspira
          Por mi luenga tardanza,
          Y en mitad del temor cobra esperanza.
          
          Yo, que estaba encubierto, los mas raros
          Milagros de fortuna y de amor viendo,
          Y su amoroso corazón leyendo
          Poco a poco en sus claros
          Ojos (principio y fin de mi deseo)
          Como turbar los veo,
          Enojado conmigo,
          Temblando ante ellos, me presento, y digo:
          
          Rayos, oro, marfil, sol, lazos, vida
          De mi vida y mi alma, y de mis ojos:
          Pura frente, que estás de mis despojos
          Mas preciosos ceñida:
          Évano, nieve, púrpura y jazmines,
          Ambar, perlas, rubines,
          Tanto vivo y respiro,
          Cuanto sin miedo y sobresalto os miro.
          
          Alza los ojos a mi voz, turbada,
y, mirando, los míos, segura y leda,
sin moverlos, a mí se [arroja], y queda
de mi cuello colgada.
Así está un poco embebecida; y luego,
con amoroso fuego,
blandamente me toca,
y bebe las palabras de mi boca.
 
Después comienza en son dulce y sabroso,
          Y a su voz cesa el viento y para el río:
          "Dulce esperanza mía, dulce bien mío,
          Fuente, sombra, reposo
          De mi sedienta, ardiente y cansada alma:
          Vista serena y calma,
          ¡Muera aquí, si mas cara
          No me eres, que los ojos de la cara!"
          
          Así dice ella, y nunca en tantos nudos
fue de yedra o de vid olmo enlazado,
cuando fui de sus brazos apretado,
hasta el codo desnudos.
Y, entrando en el jardín de los amores,
cogí las tiernas flores
con el fruto dichoso:
¿quién vio nunca pastor tan venturoso?
          
          Canción, si alguno de saber procura
lo que después pasamos,
si envidioso no es, di que gozamos
cuanta [puede amor dar gloria y dulzura.]

