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Francisco de Quevedo y Villegas - Textos

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)

Textos

 

Miré los muros de la patria mía

Miré los muros de la patria mía,

si un tiempo fuertes ya desmoronados

de la carrera de la edad cansados

por quien caduca ya su valentía.

Salime al campo: vi que el sol bebía

los arroyos del hielo desatados,

y del monte quejosos los ganados

que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa: vi que amancillada

de anciana habitación era despojos,

mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,

y no hallé cosa en que poner los ojos

que no fuese recuerdo de la muerte.

 

AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

 

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso lisonjera;

mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas, que humor a tanto fuego han dado,
médulas, que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

[El mejor soneto amoroso, el mejor de Quevedo y "el mejor de la literatura española" (Dámaso Alonso)]

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«¡Ah de la vida!»... ¿Nadie me responde?

¡Aquí de los antaños que he vivido!

La Fortuna mis tiempos ha mordido;

las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde

la Salud y la Edad se hayan huido!

Falta la vida, asiste lo vivido,

y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; Mañana no ha llegado;

Hoy se está yendo sin parar un punto:

soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el Hoy y Mañana y Ayer, junto

pañales y mortaja, y he quedado

presentes sucesiones de difunto.

 [El Parnaso español y musas castellanas (1648)]

 

Epístola Satírica y Censoria
contra las costumbres presentes de los castellanos
escrita al Conde-Duque de Olivares

 

No he de callar, por más que con el dedo,
Ya tocando la boca, ya la frente,
Me representes o silencio o miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Hoy sin miedo que libre escandalice
Puede hablar el ingenio, asegurado
De que mayor poder le atemorice.

En otros siglos pudo ser pecado
Severo estudio y la verdad desnuda,
Y romper el silencio el bien amado.

Pues sepa quien lo niega y quien lo duda
Que es lengua la verdad de Dios severo
Y la lengua de Dios nunca fue muda.

Son la verdad y Dios, Dios verdadero:
Ni eternidad divina los separa,
Ni de los dos alguno fue primero.

Si Dios a la verdad se adelantara,
Siendo verdad, que rabría de ser hubiera
Verdad, antes que fuera y empezara.

La justicia de Dios es verdadera,
Y la misericordia, y todo cuanto
Es Dios es la verdad siempre severa.

Señor Excelentísimo, mi llanto
Ya no consiente márgenes ni orillas:
Inundación será la de mi canto:

Veránse sumergidas mis mejillas,
La vista por dos urnas derramada
Sobre el sepulcro de las dos Castillas.

Yace aquella virtud desaliñada
Que fue, si menos rica, más temida,
En vanidad y en ocio sepultada.

Y aquella libertad esclarecida
Que donde supo hallar honrada muerte
Nunca quiso tener más larga vida.

Y pródiga del alma, nación fuerte
Contaba en las afrentas de los años
Envejecer en brazos de la suerte.

La dilación del tiempo, y los engaños
Del paso de las horas y del día
Impaciente acusaba a los extraños.

Nadie contaba cuánta edad vivía,
Sino de qué manera: sola una hora
Lograba con afán su valentía.

La robusta virtud era señora,
Y sola dominaba al pueblo rudo:
Edad, si mal hablada, vencedora.

El temor de la mano daba escudo
Al corazón, que, en ella confiado,
Todas las armas despreció desnudo.

Multiplicó en escuadras un soldado
Su honor precioso, en ánimo valiente,
De sola honesta obligación armado.

Y debajo del Sol aquella gente,
Si no más descansado, a más honroso
Sueño entregó los ojos, no la mente.

Hilaba la mujer para su esposo
La mortaja primero que el vestido;
Menos le vio galán que peligroso,

Acompañaba el lado del marido
Más veces en la hueste que en la cama;
Sano le aventuró, vengóle herido.

Todas matronas y ninguna dama,
Que nombres del halago cortesano
No admitió lo severo de su fama.

Derramado y sonoro el Oceáno
Era divorcio de las ricas minas
Que volaron la paz del pecho humano.

Ni les trajo costumbres peregrinas
El áspero dinero, ni el Oriente
Compró la honestidad con piedras finas.

Joya fue la virtud pura y ardiente;
Gala en merecimiento y alabanza;
Sólo se codiciaba lo decente.

No de la pluma dependió la lanza,
Ni el cántabro con cajas y tinteros
Hizo el campo heredad, sino matanza.

Y España con legítimos dineros,
No amartelaba el crédito a Liguria;
Más quiso los turbantes que los ceros.

Menos fuera la pérdida y la injuria
Si se volvieran Muzas los asientos,
Cuanto es peor la usura que la furia.

Caducaban las aves en los vientos,
Y espiraba decrépito el venado:
Grande vejez duró en los elementos.

Que el vientre entonces, bien disciplinado,
Buscó satisfacción y no hartura,
Y estaba la garganta sin pecado.

Del mayor infanzón de aquella pura
República de grandes hombres, era
Una vaca sustento y armadura.

No había venido al gusto lisonjera
La pimienta arrugada, ni del clavo
La adulación fragante forastera.

Carnero y vaca fue principio y cabo,
Y con rojos pimientos y ajos duros
Tan bien como el señor comió el esclavo.

Bebió la sed los arroyuelos puros;
Después mostraron del carquesio a Baco
El camino los brindis mal seguros.

El rostro macilento, el cuerpo flaco,
Eran recuerdo del trabajo honroso,
Y honra y provecho andaban en un saco.

Pudo sin don un español velloso
Llamar a los tudescos bacanales,
Y al holandés hereje y alevoso.

Pudo acusar los celos desiguales
Al italiano; y hoy de muchos modos
Somos copias, si son originales.

Las descendencias gastan muchos godos;
Todos blasonan, nadie los imita,
Y no son sucesores, sino apodos.

Vino el betún precioso que vomita
La ballena o la espuma de las olas,
Que el vicio, no el olor, nos acredita.

Y quedaron las huestes españolas
Bien perfumadas, pero mal regidas,
Y alhajas las que fueron pieles solas.

Estaban las locuras mal vestidas,
Y aún no se hartaba de buriel y lana
La vanidad de hembras presumidas.

A la seda pomposa siciliana,
Que manchó ardiente múrice, el romano
Y el oro hicieron áspera y tirana.

Nunca al duro español supo el gusano
Persuadir que vistiese su mortaja,
Intercediendo el Can por el verano.

Hoy desprecia el honor al que trabaja,
Y entonces fue el trabajo ejecutoria,
Y el vicio gradüó la gente baja.

Pretende el alentado joven gloria
Por dejar la vacada sin marido,
Y de Ceres ofende la memoria.

Un animal a la labor nacido
De paciencia preciosa a los mortales,
Que a Jove fue disfraz y fue vestido;

Que un tiempo endureció manos reales,
Y detrás de él los cónsules gimieron,
Y rumia luz en campos celestiales,

¿Por cuál enemistad se persuadieron
A que su apocamiento fuese hazaña,
Y a mieses tan grande ofensa hicieron?

¡Qué cosa es ver un infanzón de España
Abreviado en la silla a la jineta,
Y gastar un caballo en una caña!

Que la niñez al gallo le acometa
Con semejante munición apruebo;
Mas no la edad madura y la perfeta.

Ejercite sus fuerzas el mancebo
En frentes de escuadrones, no en la frente
Del padre hermoso del armento nuevo.

El trompeta le llame diligente,
Dando fuerza de ley al viento vano,
Y al son esté el ejército obediente.

¡Con cuánta majestad llena la mano
La pica, y el mosquete carga el hombro,
Del que se atreve a ser buen castellano!

Con asco entre las otras gentes nombro
Al que de su persona, sin decoro,
Antes quiere dar nota que no asombro.

Jineta y caña son contagio moro;
Restitúyanse justas y torneos,
Y hagan paces las capas con el toro.

Pasadnos vos de juegos a trofeos;
Que sólo grande rey y buen privado
Pueden ejecutar estos deseos.

Vos, que hacéis repetir siglo pasado
Con desembarazarnos las personas
Y sacar a los miembros de cuidado,

Vos disteis libertad con las valonas,
Para que sean corteses las cabezas,
Desnudando el enfado a las coronas;

Y, pues vos enmendasteis las cortezas,
Dad a la mayor parte medicina:
Vuélvanse los tablados fortalezas.

Que la cortés estrella que os inclina
A privar sin intento y sin venganza,
Milagro que a la envidia desatina.

Tiene por sola bienaventuranza
El reconocimiento temeroso,
No presumida y ciega confianza.

Pues os dio el ascendiente generoso
Escudos, de armas y blasones llenos,
Y por timbre el martirio glorioso,

Mejores son por vos los que eran buenos
Guzmanes, y la cumbre desdeñosa
Os muestre a su pesar campos serenos.

Lograd, señor, edad tan venturosa;
Y cuando nuestras fuerzas examina
Persecución unida y belicosa,

La militar valiente disciplina
Tenga más practicantes que la plaza:
Descansen tela falsa y tela fina.

Suceda a la marlota la coraza,
Y si el Corpus con danzas no los pide,
Velillos y oropel no hagan baza.

El que en treinta lacayos los divide,
Hace suerte en el toro y con un dedo
La hace en él la vara que los mide.

Mandadlo así, que aseguraros puedo
Que habéis de restaurar más que Pelayo,
Pues valdrá por ejércitos el miedo
Y os verá el cielo administrar su rayo.

 

Letrilla satírica

 

Madre, yo al oro me humillo:
El es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado,
De contino anda amarillo;
Que pues, doblón o sencillo,
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Es galán y es como un oro,
Tiene quebrado el color,
Persona de gran valor,
Tan cristiano como moro;
Pues que da y quita el decoro
Y quebranta cualquier fuero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Son sus padres principales
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son reales:
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria sin tasa
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Sus escudos de armas nobles
Son siempre tan principales,
Que sin sus escudos reales
No hay escudos de armas dobles;
Y pues a los mismos robles
Da codicia su minero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Por importar en los tratos
Y dar tan buenos consejos,
En las casas de los viejos
Gatos le guardan de' gatos.
Y pues él rompe recatos
Y ablanda al juez más severo,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Es tanta su majestad
(Aunque son sus duelos hartos)
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad;
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Nunca vi damas ingratas
A su gusto y afición,
Que a las caras de un doblón
Hacen sus caras baratas.
Y pues las hace bravatas
Desde una bolsa de cuero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra,
Mirad si es harto sagaz,
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

 

SONETO A LUIS DE GÓNGORA

Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;

apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.

 

MADRIGAL

Está la ave en el aire con sosiego,
en la agua el pez, la salamandra en fuego,
y el hombre, en cuyo ser todo se encierra,
está en sola la tierra.
Yo sólo, que nací para tormentos,
estoy en todos estos elementos:
la boca tengo en aire suspirando,
el cuerpo en tierra está peregrinando,
los ojos tengo en llanto noche y día,
y en fuego el corazón y la alma mía.
 

A UNA NARIZ

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.

Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara pensativa,
érase un elefante boca aariba,
era Ovidio Nasón mas narizado.

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.

 

A LA EDAD DE LAS MUJERES

De quince a veinte es niña; buena moza
de veinte a veinticinco, y por la cuenta
gentil mujer de veinticinco a treinta.
¡Dichoso aquel que en tal edad la goza!

De treinta a treinta y cinco no alboroza;
mas puédese comer con sal pimienta;
pero de treinta y cinco hasta cuarenta
anda en vísperas ya de una coroza.

A los cuarenta y cinco es bachillera,
ganguea, pide y juega del vocablo;
cumplidos los cincuenta, da en santera,

y a los cincuenta y cinco echa el retablo.
Niña, moza, mujer, vieja, hechicera,
bruja y santera, se la lleva el diablo.

 

BODA DE NEGROS

Vi, debe de haber tres días,
en las gradas de San Pedro,
una tenebrosa boda,
porque era toda de negros.
Parecía matrimonio
concertando en el infierno,
negro esposo y negra esposa,
y negro acompañamiento.
Sospecho yo que acostados
parecerán sus dos cuerpos,
junto el uno con el otro
algodones y tintero.
hundíase de estornudos
la calle por do volvieron,
que una boda semejante
hace dar más que un pimiento.
Iban los dos de las manos,
como pudieran dos cuervos;
otros dicen como grajos,
porque a grajos van oliendo.
Con humos van de vengarse,
que siempre van de humos llenos,
de los que por afrentarlos,
hacen los labios traseros.
Iba afeitada la novia
todo el tapetado gesto,
con hollín y con carbón,
y con tinta de sombreros.
Tan pobres son que una blanca
no se halla entre todos ellos,
y por tener un cornado
casaron a este moreno.
Él se llamaba Tomé,
y ella Francisca del Puerto,
ella esclava y él esclavo,
que quiere hincársele en medio.
Llegaron al negro patio,
donde está el negro aposento,
en donde la negra boda
ha de tener negro efecto.
Era una caballeriza,
y estaban todos inquietos,
que los abrasaban pulgas
por perrengues o por perros.
A la mesa se sentaron,
donde también les pusieron
negros manteles y platos,
negra sopa y manjar negro.
Echólos la bendición
un negro veintidoseno,
con un rostro de azabache
y manos de terciopelo.
Diéronles el vino tinto,
pan entre mulato y prieto,
carbonada hubo, por ser
tizones los que comieron.
Hubo jetas en la mesa,
y en la boca de los dueños,
y hongos, por ser la boda
de hongos, según sospecho.
Trujeron muchas morcillas,
y hubo algunos que, de miedo,
no las comieron pensando
se comían a si mesmos.
Cuál por morder el mondongo
se atarazaba algún dedo,
pues sólo diferenciaban
en la uña de lo negro.
Mas cuando llegó el tocino
hubo grandes sentimientos,
y pringados con pringadas
un rato se enternecieron.
Acabaron de comer,
y entró un ministro guineo,
para darles agua manos
con un coco y un caldero.
Por toalla trujo al hombro
las bayetas de un entierro.
Laváronse, y quedó el agua
para ensuciar todo un reino.
Negros dellos se sentaron
sobre unos negros asientos,
y negras voces cantaron
también denegridos versos.
Negra es la ventura
de aquel casado,
cuya novia es negra,
y el dote en blanco.
 

ROMANCE SATÍRICO

Pues me hacéis casamentero,
Ángela de Mondragón,
escuchad de vuestro esposo,
las grandezas y el valor.
Él es un médico honrado,
por la gracia del Señor,
que tiene muy buenas letras
en el cambio, y el bolsón.
Quien os lo pintó cobarde
no lo conoce, y mintió,
que ha muerto más hombres vivos
que mató el Cid Campeador.
En entrando en una casa
tiene tal reputación,
que luego dicen los niños:
Dios perdone al que murió.
Y con ser todos mortales
los médicos, pienso yo
que son todos venïales
comparados al doctor.
Al caminante en los pueblos
se le pide información,
temiéndole más que a peste,
de si le conoce, o no.
De médicos semejantes
hace el rey, nuestro señor,
bombardas a sus castillos,
mosquetes a su escuadrón.
Si a alguno cura y no muere,
piensa que resucitó,
y por milagro le ofrece
la mortaja y el cordón.
Si acaso estando en su casa
oye dar algún clamor,
tomando papel y tinta,
escribe: "ante mí pasó".
No se le ha muerto ninguno
de los que cura hasta hoy,
porque antes que se mueran
los mata sin confesión.
De envidia de los verdugos
maldice al corregidor,
que sobre los ahorcados
no le quiere dar pensión.
Piensan que es la muerte algunos;
otros, viendo su rigor,
le llaman el día del juicio,
pues es total perdición.
No come por engordar,
ni por el dulce sabor,
sino por matar la hambre,
que es matar su inclinación.
Por matar mata las luces,
y si no le alumbra el sol,
como murciélagos viven
a la sombra de un rincón.
Su mula, aunque no está muerta,
no penséis que se escapó,
que está matada de suerte,
que le viene a ser peor.
En que se ve tan famoso,
y en tan buena estimación,
atento a vuestra belleza,
se ha enamorado de vos.
No pide le deis más dote
de ver que matéis de amor,
que en matando de algún modo,
para en uno sois los dos.
Casaos con él, y jamás
de viuda tendréis pasión,
que nunca la misma muerte
se oyó decir que murió.
Si lo hacéis, a Dios le ruego
que gocéis con bendición;
pero si no, que nos libre
de conocer al doctor.
 

A CELESTINA

Yace en esta tierra fría,
digna de toda crianza,
la vieja cuya alabanza
tantas plumas merecía.

No quiso en el cielo entrar
a gozar de las estrellas,
por no estar entre doncellas
que no pudiese manchar.

 

EPITAFIO
A UN AVARIENTO

En aqueste enterramiento
humilde, pobre y mezquino,
yace envuelto en oro fino
un hombre rico avariento.

Murió con cien mil dolores,
sin poderlo remediar,
tan sólo por no gastar
ni aun hasta malos humores.

 

PASIONES DE AUSENTE ENAMORADO

Este amor, que yo alimento
de mi propio corazón,
no nace de inclinación
sino de conocimiento.
Que amor de cosa tan bella,
y gracia que es infinita,
si es elección, me acredita;
si no, acredita mi estrella.
Y, ¿qué deidad me pudiera
inclinar a que te amara,
que ese poder no tomara
para sí, si le tuviera?
Corrido, señora, escribo
en el estado presente,
de que estando de ti ausente,
aún parezca que estoy vivo.
Pues ya en mi pena y pasión,
dulce Tirsi, tengo hechas
de las plumas de tus flechas
las alas del corazón.
Y sin poder consolarme,
ausente y amando firme,
más hago yo en no morirme
que hará el dolor en matarme.
Tanto he llegado a quererte,
que siento igual pena en mí
del ver, no viéndote a ti,
que adorándote, no verte,
si bien recelo, señora,
que a este amor serás infiel,
pues ser hermosa y cruel
te pronostica traidora.
Pero traiciones dichosas
serán, Tirsi, para mí,
por ver dos caras en ti,
que han de ser por fuerza hermosas.
Y advierte, que en mi pasión
se puede tener por cierto
que es decir ausente, y muerto,
dos veces una razón.
 

MEMORIAL

A su Majestad el Rey Don Felipe IV

 

Católica, sacra, real majestad,

Que Dios en la tierra os hizo deidad;

Un anciano pobre, sencillo y honrado,

Humilde os invoca y os habla postrado.

Diré lo que es justo, y le pido al cielo

Que así me suceda cual fuere mi celo.

.........................................................................

La Corte, que es franca, paga en nuestros días

Más pechos y cargas que las behetrías.

Aún aquí lloramos con tristes gemidos,

Sin llegar las quejas a vuestros oídos.

Mal oiréis, señor, gemidos y queja [69]

De las dos Castillas, la Nueva y la Vieja.

Alargad los ojos; que el Andalucía

Sin zapatos anda, si un tiempo lucía.

Si aquí viene el oro, y todo no vale,

¿Qué será en los pueblos de donde ello sale?

....................................................................

En cuanto Dios cría, sin lo que se inventa,

De más que ello vale se paga la renta.

A cien reyes juntos nunca ha tributado

España las sumas que a vuestro reinado.

Y el pueblo doliente llega a recelar

No le echen gabela sobre el respirar.

Aunque el cielo frutos inmensos envía,

Le infama de estéril nuestra carestía.

El honrado, pobre y buen caballero,

Si enferma, no alcanza a pan y carnero.

Perdieron su esfuerzo pechos españoles,

Porque se sustentan de tronchos de coles.

Si el despedazarlos acaso barrunta

Que valdrá dinero, lo admite la Junta.

Familias sin pan y viudas sin tocas

Esperan hambrientas, y mudas sus bocas.

Ved que los pobretes, solos y escondidos,

Callando os invocan con mil alaridos.

Un ministro, en paz, se come de gajes

Más que en guerra pueden gastar diez linajes.

Venden ratoneras los extranjerillos,

Y en España compran horcas y cuchillos.

Y, porque con logro prestan seis reales,

Nos mandan y rigen nuestros tribunales.

Honrad a españoles chapados, macizos;

No así nos prefieran los advenedizos.

Con los medios juros del vasallo aumenta,

El que es de Ginebra, barata la renta.

Más de mil nos cuesta el daros quinientos;

Lo demás nos hurtan para los asientos.

Los que tienen puestos, lo caro encarecen,

Y los otros plañen, revientan, perecen.

No es buena grandeza hollar al menor;

Que al polluelo tierno Dios todo es tutor.

En vano el Agosto nos colma de espigas,

Si más lo almacenan logreros que hormigas.

Cebada que sobra los años mejores

De nuevo la encierran los revendedores.

El vulgo es sin rienda ladrón homicida;

Burla del castigo; da coz la vida.

«¿Qué importa mil horcas (dice alguna vez),

»Si es muerte más fiera hambre y desnudez?»

Los ricos repiten por mayores modos:

«Ya todo se acaba, pues hurtemos todos».

Perpetuos se venden oficios, gobiernos,

Que es dar a los pueblos verdugos eternos.

Compran vuestras villas el grande, el pequeño;

Rabian los vasallos de perderos dueño.

En vegas de pasto realengo vendido,

Ya todo ganado se da por perdido.

Si a España pisáis, apenas os muestra

Tierra que ella pueda deciros que es vuestra.

Así en mil arbitrios se enriquece el rico,

Y todo lo paga el pobre y el chico.

...............................................................

Ved tantas miserias como se han contado,

Teniendo las costas del papel sellado.

Si en algo he excedido, merezco perdones;

Duelos tan del alma no afectan razones.

Servicios son grandes las verdades ciertas;

Las falsas razones son flechas cubiertas.

Estímanse lenguas que alaban el crimen,

Honran al que pierde, y al que vence oprimen.

Madrid a los pobres pide mendigante,

Y en gastos perdidos es Roma triunfante.

Al labrador triste le venden su arado,

Y os labran de hierro un balcón sobrado.

Y con lo que cuesta la tela de caza,

Pudieran enviar socorro a una plaza.

Es lícito a un rey holgarse y gastar;

Pero es de justicia medirse y pagar.

Piedras excusadas con tantas labores,

Os preparan templos de eternos honores.

Nunca tales gastos son migajas pocas,

Porque se las quitan muchos de sus bocas.

Ni es bien que en mil piezas la púrpura sobre,

Si todo se tiñe con sangre del pobre.

Ni en provecho os entran, ni son agradables,

Grandezas que lloran tantos miserables.

¿Qué honor, qué edificios, qué fiesta, qué sala,

Como un reino alegre que os canta la gala?

.................................................................

Contra lo que vemos, quieren proponernos

Que son paraíso los mismos infiernos.

Las plumas compradas a Dios jurarán

Que el palo es regalo y las piedras pan.

Vuestro es el remedio; ponedle, señor,

Así Dios os haga, de Grande, el Mayor...

Servicios son grandes las verdades ciertas;

Las falsas lisonjas son flechas cubiertas.

Si en algo he excedido, merezca perdones.

¡Dolor tan de alma no afecta razones!

 

ROMANCE XVI

 

Parióme adrede mi madre,

¡ojalá no me pariera!,

aunque estaba cuando me hizo,

de gorja naturaleza.

Nací tarde, porque el sol

tuvo de verme vergüenza,

en una noche templada

entre clara y entre yema.

Un miércoles con un martes

tuvieron grande revuelta,

sobre que ninguno quiso

que en sus términos naciera.

Dióme el León su cuartana,

dióme el Escorpión su lengua,

Virgo, el deseo de hallarle,

y el Carnero su paciencia.

Murieron luego mis padres,

Dios en el cielo los tenga,

porque no vuelvan acá,

y a engendrar más hijos vuelvan.

Tal ventura desde entonces

me dejaron los planetas,

que puede servir de tinta,

según ha sido de negra.

De estériles soy remedio,

pues con mandarme su hacienda,

les dará el cielo mil hijos,

por quitarme las herencias.

Y para que vean los ciegos

pónganme a mí a la vergüenza;

y para que cieguen todos,

llévenme en coche o litera.

Como a imagen de milagros

me sacan por las aldeas,

si quieren sol, abrigado,

y desnudo, porque llueva.

De noche soy parecido

a todos cuantos esperan,

para molerlos a palos,

y así inocente me pegan.

Aguarda hasta que yo pase

si ha de caerse una teja;

aciértanme las pedradas,

las curas sólo me yerran.

No hay necio que no me hable,

ni vieja que no me quiera,

ni pobre que no me pida,

ni rico que no me ofenda.

No hay camino que no yerre,

ni juego donde no pierda,

ni amigo que no me engañe,

ni enemigo que no tenga.

Agua me falta en el mar,

y la hallo en las tabernas,

que mis contentos y el vino

son aguados donde quiera.

Dejo de tomar oficio,

porque sé por cosa cierta,

que siendo yo el calcetero

andarán todos en piernas.

Si estudiara medicina,

aunque es socorrida ciencia,

porque no curara yo,

no hubiera persona enferma.

Si intentara ser cornudo,

por comer de mi cabeza,

según soy de desgraciado,

diera mi mujer en buena.

Siempre fue mi vecindad

mal casados que vocean,

herradores que madrugan,

herreros que me desvelan.

Si hablo a alguna mujer,

y le digo mil ternezas,

o me pide o me despide,

que en mí es una cosa mesma.

Si alguno quiere morirse

sin ponzoña o pestilencia,

proponga hacerme algún bien,

y no vivirá hora y media.

Y a tanto vino a llegar

la adversidad de mi estrella,

que me inclinó que adorase

con mi humildad tu soberbia.

Y viendo que mi desgracia

no dio lugar a que fuera

como otros tu pretendiente,

vine a ser tu pretenmuela.

Bien sé que apenas soy algo,

mas tú de puro discreta,

viéndome con tantas faltas,

que estoy preñado sospechas.

Aquesto Fabio cantaba

a los balcones y rejas

de Aminta, que aun de olvidarle

le han dicho que no se acuerda.

 

Historia de la vida del Buscón llamado don Pablos,
ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños

Capítulo I

En que cuenta quién es el Buscón

 

Yo, señora, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero, aunque eran tan altos sus pensamientos que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y según él bebía es cosa para creer. Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristóbal. Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja, aun viéndola con canas y rota, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus pasados, quiso esforzar que era descendiente de la gloria. Tuvo muy buen parecer para letrado; mujer de amigas y cuadrilla, y de pocos enemigos, porque hasta los tres del alma no los tuvo por tales; persona de valor y conocida por quien era. Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de oros. Probósele que a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con el agua levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de siete años les sacaba muy a su salvo los tuétanos de las faldriqueras. Murió el angélico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi madre, por ser tal que robaba a todos las voluntades. Por estas y otras niñerías estuvo preso, y rigores de justicia, de que hombre no se puede defender, le sacaron por las calles. En lo que toca de medio abajo tratáronle aquellos señores regaladamente. Iba a la brida en bestia segura y de buen paso, con mesura y buen día. Mas de medio arriba, etcétera, que no hay más que decir para quien sabe lo que hace un pintor de suela en unas costillas. Diéronle doscientos escogidos, que de allí a seis años se le contaban por encima de la ropilla. Más se movía el que se los daba que él, cosa que pareció muy bien; divirtióse algo con las alabanzas que iba oyendo de sus buenas carnes, que le estaba de perlas lo colorado.

Mi madre, pues, ¡no tuvo calamidades! Un día, alabándomela una vieja que me crió, decía que era tal su agrado que hechizaba a cuantos la trataban. Y decía, no sin sentimiento:

-En su tiempo, hijo, eran los virgos como soles, unos amanecidos y otros puestos, y los más en un día mismo amanecidos y puestos.

Hubo fama que reedificaba doncellas, resucitaba cabellos encubriendo canas, empreñaba piernas con pantorrillas postizas. Y con no tratarla nadie que se le cubriese pelo, solas las calvas se la cubría, porque hacía cabelleras; poblaba quijadas con dientes; al fin vivía de adornar hombres y era remendona de cuerpos. Unos la llamaban zurcidora de gustos, otros, algebrista de voluntades desconcertadas; otros, juntona; cuál la llamaba enflautadora de miembros y cuál tejedora de carnes y por mal nombre alcahueta. Para unos era tercera, primera para otros y flux para los dineros de todos. Ver, pues, con la cara de risa que ella oía esto de todos era para dar mil gracias a Dios.

Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de imitar en el oficio, mas yo, que siempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito, nunca me apliqué a uno ni a otro. Decíame mi padre:

-Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica sino liberal.

Y de allí a un rato, habiendo suspirado, decía de manos:

-Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que los alguaciles y jueces nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nos azotan y otras nos cuelgan..., no lo puedo decir sin lágrimas (lloraba como un niño el buen viejo, acordándose de las que le habían batanado las costillas). Porque no querrían que donde están hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros. Mas de todo nos libró la buena astucia. En mi mocedad siempre andaba por las iglesias, y no de puro buen cristiano. Muchas veces me hubieran llorado en el asno si hubiera cantado en el potro. Nunca confesé sino cuando lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Preso estuve por pedigüeño en caminos y a pique de que me esteraran el tragar y de acabar todos mis negocios con diez y seis maravedís: diez de soga y seis de cáñamo. Mas de todo me ha sacado el punto en boca, el chitón y los nones. Y con esto y mi oficio, he sustentado a tu madre lo más honradamente que he podido.

-¿Cómo a mí sustentado? -dijo ella con grande cólera. Yo os he sustentado a vos, y sacádoos de las cárceles con industria y mantenídoos en ellas con dinero. Si no confesábades, ¿era por vuestro ánimo o por las bebidas que yo os daba? ¡Gracias a mis botes! Y si no temiera que me habían de oír en la calle, yo dijera lo de cuando entré por la chimenea y os saqué por el tejado.

Metílos en paz diciendo que yo quería aprender virtud resueltamente y ir con mis buenos pensamientos adelante, y que para esto me pusiesen a la escuela, pues sin leer ni escribir no se podía hacer nada. Parecióles bien lo que decía, aunque lo gruñeron un rato entre los dos. Mi madre se entró adentro y mi padre fue a rapar a uno (así lo dijo él) no sé si la barba o la bolsa; lo más ordinario era uno y otro. Yo me quedé solo, dando gracias a Dios porque me hizo hijo de padres tan celosos de mi bien.

 

Fragmento de

Gracias y desgracias del ojo del culo

(1631)

Francisco de Quevedo y Villegas

llamado Juan Lamas, el del Camisón Cagado

Dirigidas a Doña JUANA MUCHA, MONTÓN DE CARNE,
Mujer gorda por arrobas.
Escribiólas JUAN LAMAS, EL DEL CAMISÓN CAGADO.
Edición de DANIEL LEBRATO, Maestro Oculista.

Quien tanto se precia de servidor de vuesa merced, ¿qué le podrá ofrecer sino cosas del culo? Aunque vuesa merced le tiene tal, que nos lo puede prestar a todos. Si este tratado le pareciere de entretenimiento, léale y pásele muy despacio y a raíz del paladar. Si le pareciere sucio, límpiese con él, y béseme muy apretadamente. De mi celda, etcétera.

No se espantarán de que el culo sea tan desgraciado los que supieren que todas las cosas aventajadas en nobleza y virtud, corren esta fortuna de ser despreciadas de ella, y él en particular por tener más imperio y veneración que los demás miembros del cuerpo; mirado bien es el más perfecto y bien colocado dél, y más favorecido de la naturaleza, pues su forma es circular, como la esfera, y dividido en un diámetro o zodíaco como ella. Su sitio es en medio como el del sol; su tacto es blando: tiene un solo ojo, por lo cual algunos le han querido llamar tuerto, y si bien miramos, por esto debe ser alabado, pues se parece a los cíclopes, que tenían un solo ojo y descendían de los dioses del ver. El no tener más de un ojo es falta de amor poderoso, fuera de que el ojo del culo por su mucha gravedad y autoridad no consiente niña; y bien mirado es más de ver que los ojos de la cara, que aunque no es tan claro tiene más hechura. Si no, miren los de la cara, sin una labor, tan llanos que no tienen primor alguno, como el ojo del culo, de pliegues lleno y de molduras, repulgo y dobladillos, y con una ceja que puede ser cola de algún matalote, o barba de letrado o médico. Y así, como cosa tan necesaria, preciosa y hermosa, lo traemos tan guardado y en lo más seguro del cuerpo, pringado entre dos murallas de nalgas, amortajado en una camisa, envuelto en unos dominguillos, envainado en unos gregüescos, abahado en una capa, y por eso se dijo: "Bésame donde no me da el sol". Y no los de la cara, que no hay paja que no los haga caballeriza, ni polvo que no los enturbie, ni relámpago que no los ciegue, ni palo que no los tape, ni caída que no los atormente, ni mal ni tristeza que no los enternezca. Lléguense al reverendo ojo del culo, que se deja tratar y manosear tan familiarmente de toda basura y elemento ni más ni menos; demás de que hablaremos que es más necesario el ojo del culo solo que los de la cara; por cuanto uno sin ojos en ella puede vivir, pero sin ojo del culo ni pasar ni vivir.

Lo otro sábese que ha habido muchos filósofos y anacoretas que, para vivir en castidad, se sacaban los ojos de la cara, porque comúnmente ellos y los buenos cristianos los llaman ventanas del alma, por donde ella bebe el veneno de los vicios. Por ellos hay enamorados, incestos, estupros, muertes, adulterios, iras y robos. Pero ¿cuándo por el pacífico y virtuoso ojo del culo hubo escándalo en el mundo, inquietud ni guerra? ¿Cuándo, por él, ningún cristiano no aprendió oraciones, anduvo con sinfonía, se arrimó a báculo ni siguió a otro, como se ve cada día por falta de los de la cara, que expuestos a toda ventisca e inclemencia, de leer, de fornicar, de una purga, de una sangría, le dejan a un cristiano a buenas noches? Pruébenle al ojo del culo que ha muerto muchachos, caballos, perros, etc.; que ha marchitado hierbas y flores, como lo hacen los de la cara, mirando lo ponzoñosos que son: por lo que dicen que hay mal de ojo. ¿Cuándo se habrá visto que por ser testigo de vista hayan ahorcado a nadie por él, como por los de la cara, que con decir que lo vieron forman sus calumnias los escribanos? Fuera de que el ojo del culo es uno y tan absoluto su poder, que puede más que los de la cara juntos. ¿Cuándo se ha visto que en las irregularidades se metan con el ojo del culo?

Lo otro, su vecindad, es sin comparación mejor, pues anda siempre, en hombres y mujeres, vecino de los miembros genitales; y así se prueba que es bueno, según aquel refrán: Dime con quien andas, te diré quién eres. Él se acredita mejor con la vecindad y compañía que tiene que no los ojos de la cara, que éstos son vecinos de los piojos y caspa de la cabeza y de la cera de los oídos, cosa que dice claro la ventaja que les hace el serenísimo ojo, del culo. Y si queremos subtilizar más esta consideración, veremos que en los ojos de la cara suele haber por mil leves accidentes, telillas, cataratas, nubes y otros muchos males; mas en el del culo nunca hubo nubes, que siempre está raso y sereno; que, cuando mucho, suele atronar, y eso es cosa de risa y pasatiempo. Pues decir que no es miembro que da gusto a las gentes, pregúnteselo a uno que con gana desbucha, que él dirá lo que el común proverbio, que, para encarecer, que quería a uno sobremanera, dijo: "Más te quiero que a una buena gana de cagar". Y el otro portugués, que adelantó más esta materia, dijo: "Que no había en el mundo gusto como el cagar si tuviera besos." Pues ¿qué diremos si probamos este punto con texto del filósofo que dijo:

No hay contento en esta vida
que se pueda comparar
al contento que es cagar.

Otro dijo lo descansado que quedaba el cuerpo después de haber cagado:

No hay gusto más descansado
que después de haber cagado.

 

España defendida y los tiempos de ahora.

De las calumnias de los noveleros y sediciosos

(1609)

Francisco de Quevedo y Villegas

«Abrieron sobre nosotros sus bocas todos nuestros enemigos» (Jeremías)

«Al Rey don Philipe III nuestro señor, de Francisco de Quevedo, cansado de ver el sufrimiento de España, con que ha dejado pasar sin castigo tantas calumnias de extranjeros, quizá despreciándolas generosamente, y viendo que, desvergonzados nuestros enemigos, lo que perdonamos modestos, juzgan que lo concedemos convencidos y mudos, me he atrevido a responder por mi patria y por mis tiempos; cosa en que la verdad tiene hecho tanto, que solo se me deberá la osadía de quererme mostrar mas celoso de sus grandezas, siendo el de menos fuerzas entre los que pudieran hacerlo. [...]

No nos basta ser tan aborrecidos en todas las naciones, que todo el mundo nos sea cárcel y castigo y peregrinación, siendo nuestra España para todos Patria igual y hospedaje, ¿quién no nos llama bárbaros?, ¿quién no dice que somos locos, ignorantes y soberbios, no teniendo nosotros vicio que no le debamos a su comunicación de ellos? ¿Supieran en España que ley había para el que lascivo ofendía las leyes de la naturaleza, si Italia no se lo hubiera enseñado? ¿Hubiera el brindis repetido aumentado el gasto a las mesas castellanas, si los tudescos no lo hubieran traído? Ociosa hubiera estado la santa inquisición, si sus Melantones, Calvinos, Luteros y Zuinglios y Besas no vieran atrevídose a nuestra fe. Y, al fin, nada nos pueden decirr por oprobio, si no es lo que ellos tienen por honra, y, averiguado, es en nosotros imitación suya. Ya pues es razón que despertemos y logremos parte del ocio que alcanzamos en mostrar lo que es España, y lo que ha sido siempre, y juntamente que nunca tan gloriosa triunfó de letras y armas como hoy, gobernada por don Philipe III nuestro señor.

Tenemos pues dos cosas que llorar los españoles: la una, lo que de nuestras cosas no se ha escrito, y lo otro, que hasta ahora lo que se ha escrito ha sido tan malo, que viven contentas con su olvido las cosas a que no se han atrevido nuestras cronistas, escarmentadas de que las profanan y no las celebran. Y así, por castigo, ha permitido Dios todas estas calamidades, para que con nosotros acabe nuestra memoria.»

[Quevedo dirigiéndose a Gerardo Mercator, el gran geógrafo del siglo XVI, el creador de los “atlas”]:

«Dices que somos de felices ingenios, pero que aprendemos infelizmente. ¿En qué hallas la infelicidad?, porque en las obras no, que eso, y a fe, lo hemos probado. Solo debe de ser en que, siendo escritas para enseñarte a ti y a otros herejes la verdad de la fe, no consiguen su efecto. Y esa más es infelicidad tuya que de los que aprenden. Si es por aprender tarde, es error y locura y imposible, porque eso contradices con hacernos felices de ingenio. Si eso es porque no aprendemos cosas serias y de veras, toca eso a vosotros, cuyo principal cuidado en las universidades está en la pronunciación y ortografía en cuestiones de nombre, y cuando más glorioso llega a ser un Duza y un Scalígero es para mirar si Plauto dijo oro por precor, mudar una letra, alterar una voz, despedazar a Luzilio, Petronio, Plauto y Catulo; el uno y el otro hacer que se desconozcan a sí mismos Tibulo, Propercio, Manilio, Ausonio [...] y otros que, si ahora resucitaran, según estos críticos los despedazan, apuntan, declaran, notan y alteran, no se conocieran a sí mismos ni se bastaran a averiguar con sus obras. Y esta es toda vuestra loa, ciencia y doctrina; y con esto queréis llamar infelices los estudios de España, donde sólo se atiende a la Filosofía, Teología y Medicina, Cánones y Leyes, y noticia de lenguas, habiendo en cada esquina hombres doctísimos en ellas, sino que les parece cosa digna de desprecio vuestro modo de escribir [...]

Y hacéis espantosos volúmenes de tesoros críticos, y no ponéis en ellos de vergüenza al italiano Roberto Tizio, que os puso a todos ceniza, que así pisó la cresta al Vilio Maro o al vil Escalígero que, sin respuesta, soberbio, dio voces y, respondido, calló humilde y acobardado. Esto llamo yo aprender infelizmente, Gerardo, que no aprender las ciencias.

Los medio doctos dices que nos llamamos doctos, y no sé yo que se llame ninguno, que no somos los españoles como vosotros, que llamáis “incomparable varón” a Josefo Scalígero, habiendo otros muchos herejes y gramáticos y desvergonzados como él; Sol galie a Turnebo. ¿Qué títulos hay de nuestros libros reprehensibles por vanidad? ¿Qué elogios hemos hecho con desvanecimiento a nuestros autores, habiendo sido innumerables los que aun de vuestras bocas por su virtud los han tenido y merecido? Vosotros sois los que ponéis miedo con los títulos de los libros y con los epítetos: mira tú, Atlante Mayor, siendo un pobre remendón de Ortelio.

Añades: “Aman los españoles las mal fundadas cavilaciones de los sofistas”. Todo lo dices al revés. ¿Por ventura en España halló aplauso vuestro Pedro de Ramos, perturbador de toda la Filosofía y apóstata de las letras? ¿Cuándo abrió en España nadie los labios contra la verdad de Aristóteles? ¿Turbó las academias de España Bernardo Tilesio, o halló cátedras como en Italia? ¿Tiene aquí secuaces la perdida ignorancia del infame hechicero y fabulador Teophrasto Paracelso, que se atrevió a la medicina de Hipócrates y Galeno, fundado en pullas y cuentos de viejas y en supersticiones aprendidas de mujercillas y pícaros vagamundos? ¿Han manchado nuestro papel vuestros mágicos engañosos Avanos, Agripas y Tritemios, a quien veda la Inquisición, no porque sea verdad lo que escriben, sino porque no desperdicien y mal logren el tiempo a los que los leyeren? ¿Cuál fue tan rematada locura que no hallase impresión entre vosotros? ¿Qué desechó España por falso y vil, que no hallase estima en vuestra superstición y precio en vuestros libreros? ¿Qué sagrado libro no manchó Melanton? ¿Qué ánimo no llevó tras sí la cavilosa adulación de Lutero? ¿Qué no creíste a Calvino? ¿En qué negastes crédito a Besa? ¿Y siendo todos estos, no solo sofistas, sino enemigos públicos de la verdad, dices que seguimos a las mentiras de los sofistas, nosotros que nunca los oímos ni comunicamos con quien los oyese, observadores de la Escritura y de los primitivos padres griegos y sirios, de la filosofía de Aristóteles y de la Medicina de Hipócrates y Galeno, hombres a quien nadie que sea partícipe de razón dejará de llamar padres del saber, cuanto y más sofistas?»

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