LA CIERVA
Doliente cierva, que el herido lado
de ponzoñosa y cruda yerba lleno,
buscas el agua de la fuente pura,
con el cansado aliento que en el seno
bello de la corriente sangre hinchado,
débil y decaída tu hermosura;
¡ay!, que la mano dura
que tu nevado pecho
ha puesto en tal estrecho,
gozosa va con tu desdicha cuando
cierva mortal, viviendo, estás penando
tu desangrado y dulce compañero,
el regalado y blando
pecho pasado del veloz montero.
Vuelve, cuitada, vuelve al valle donde
queda muerto tu amor, en vano dando
términos desdichados a tu suerte.
Morirás en su seno, reclinando
la beldad, que la cruda mano esconde
delante de la nube de la muerte.
Que el paso duro y fuerte,
ya forzoso y terrible,
no puede ser posible
que le excusen los cielos, permitiendo
crudos astros que muera padeciendo
las asechanzas de un montero crudo
que te vino siguiendo
por los desiertos de este campo mudo.
Mas, ¡ay!, que no dilatas la inclemente
muerte, que en tu sangriento pecho llevas,
del crudo amor vencido y maltratado;
tú con el fatigado aliento pruebas
a rendir el espíritu doliente
en la corriente de este valle amado.
Que el ciervo desangrado,
que contigo la vida,
tuvo por bien perdida,
no fue tampoco de tu amor querido
que habiendo tan cruelmente padecido
quisieras vivir sin él, cuando pudieras
librar el pecho herido
de crudas llagas y memorias fieras.
Cuando por la espesura deste prado
como tórtolas solas y queridas,
solos y acompañados anduvisteis;
cuando de verde mirto y de floridas
violetas, tierno acanto y lauro amado,
vuestras frentes bellísimas ceñistes;
cuando las horas tristes,
ausentes y queridos,
con mil mustios bramidos
ensordecisteis la ribera umbrosa
del claro Tajo, rica y venturosa
con vuestro bien, con vuestro mal sentida
cuya muerte penosa
no deja rastro de contenta vida.
Agora el uno, cuerpo muerto lleno
de desdén y de espanto, quien solía
ser ornamento de la selva umbrosa;
tú, quebrantada y mustia, al agonía
de la muerte rendida, el bello seno
agonizando, el alma congojosa;
cuya muerte gloriosa,
en los ojos de aquellos
cuyos despojos bellos
son victorias del crudo amor furioso,
martirio fue de amor, triunfo glorioso
con que corona y premia dos amantes
que del siempre rabioso
trance mortal salieron muy triunfantes.
Canción, fábula un tiempo, y caso agora,
de una cierva doliente, que la dura
flecha del cazador dejó sin vida,
errad por la espesura
del monte que de gloria tan perdida
no hay sino lamentar su desventura.
SONETO XX
A la noche
¡Cuántas veces te me has engalanado,
clara y amiga Noche! ¡Cuántas, llena
de escuridad y espanto, la serena
mansedumbre del cielo me has turbado!
Estrellas hay que saben mi cuidado,
y que se han regalado con mi pena;
que entre tanta beldad, la más ajena
de amor, tiene su pecho enamorado.
Ellas saben amar, y saben ellas
que he contado su mal llorando el mío,
envuelto en los dobleces de tu manto.
Tú, con mil ojos, Noche, mis querellas
oye, y esconde; pues mi amargo llanto
es fruto inútil que al amor envío.
A LA
NOCHE
¡Noche, que en tu amoroso y dulce olvido
escondes y entretienes los cuidados
del enemigo día y los pasados
trabajos recompensas al sentido!
Tú, que de mi dolor me has conducido
a contemplarte, y contemplar mis hados
-enemigos ahora conjurados
contra un hombre del cielo perseguido-
así las claras lámparas del cielo
siempre te alumbren, y tu amiga frente
de beleño y ciprés tengas ceñida,
que no vierta su luz en este suelo
el claro sol mientras me quejo ausente;
¡De mi pasión bien sabes tú y mi vida!
-------------------------
Esta es, Tirsis, la fuente do solía
contemplar tu beldad mi Filis bella;
éste el prado gentil, Tirsis, donde ella
su hermosa frente de su flor ceñía.
Aquí, Tirsis, la vi cuando salía
dando la luz de una y otra estrella;
allí, Tirsis, me vido; y tras aquella
haya se me escondió y ansí la vía.
En esta cueva deste monte amado
me dio la mano y me ciñó la frente
de verde hiedra y de violetas tiernas.
Al prado y haya y cueva y monte y fuente
y al cielo desparciendo olor sagrado,
rindo de tanto bien gracias eternas.
Oda 1
Sale de la sagrada
Cipro la soberana ninfa Flora,
vestida y adornada
del color de la Aurora,
con que pinta la tierra, el cielo dora.
De la neuada y llana
frente del leuantado monte arroja
la cauellera cana
del viejo inuierno, y moja
el nueuo fruto en esperança y hoja.
Deslízase corriendo
por los hermosos mármoles de Paro,
las alturas huyendo,
vn arroyuelo claro,
de la cuesta beldad, del valle amparo.
Corre bramando y salta
y, codiciosamente procurando
adelantarse, esmalta
de plata el cristal blando,
con la espuma que quaxa golpeando.
Viste y ensoberueze
con diferentes hojas la corona
de plantas y floreze
las que apenas perdona
furioso rayo de la ardiente Zona.
El regalado aliento
del bullicioso Zéfiro, encerrado
en las hojas, el viento
enriqueze, y el prado
éste de flor y aquél de olor sagrado.
Y reduzido, quanto
baña el mar, tiene el suelo, el cielo cría,
a más bien, con el llanto,
que al assomar del día,
viene haziendo la Aurora húmida y fría.
Todo brota y estiende
ramas, hojas y flores, nardo y rosa;
la vid enlaza y prende
el olmo y la hermosa
yedra sube tras ella presurosa.
Yo, triste, el cielo quiere
que yerto inuierno ocupe el alma mía
y que si rayo viere
de aquella luz del día,
furioso sea, y no como solía.
Renueua, Filis, esta
esperança marchita, que la elada
Aura de tu respuesta
tiene desalentada.
Ven, Primavera, ven, mi flor amada.
Ven, Filis, y del grato
inuidiado contento del aldea
goza, que el pecho ingrato,
que tu beldad afea,
aquí tendrá el descanso que desea.
Al
silencio de la noche
Sigo, silencio, tu estrellado manto,
de transparentes lumbres guarnecido,
enemiga del sol esclarecido,
ave noturna de agorero canto.
El falso mago Amor, con el encanto
de palabras quebradas por olvido,
convirtió mi razón y mi sentido,
mi cuerpo no, por deshacelle en llanto.
Tú, que sabes mi mal, y tú, que fuiste
la ocasión principal de mi tormento,
por quien fui venturoso y desdichado,
oye tú solo mi dolor, que al triste
a quien persigue cielo violento
no le está bien que sepa su cuidado.
Canción
4
Solo y desierto abrigo,
vn tiempo compañía
al solitario y triste ánimo mío,
agora fiel testigo
de la congoxa mía,
secreto valle, monte, soto y río,
si el pecho elado y frío,
vn tiempo ardor y herida
de dos almas vencidas,
cuyos pechos y vidas
fueron vn pecho, vn fuego y vna vida,
de su beldad me aparta
fortuna cruda de ayudarme harta.
¿De qué me siruen quexas,
si del quexarme viene
mayor indignación a quien me sigue?
Tú, Filis, que me dexas,
y el cielo, que me tiene
en el rigor del mal que me persigue,
hazéis que no mitigue
el llanto su corriente
y el alma sus cuydados,
y su furor los hados,
-dura carga de vn ánimo doliente-
por quien mi suerte amarga
mi bien abreuia y mi tormento alarga.
Tan descaído siento
el fundamento flaco
a quien se atiene mi passada vida,
que, si del sufrimiento
qualquiera fuerça saco,
luego se me trasluze que es perdida;
que alma tan combatida,
si de otra que su fuerça
no la remedia el cielo,
ella contra su duelo
vanamente se anima si se esfuerça;
cuyo ánimo perdido
en nueuo daño queda conuertido.
Después que de los ojos
en quien hallé mi vida
cruda estrella del cielo me diuide;
los siempre rayos rojos
del Sol, escurecida
nube mirar su claridad me impide;
y en quanto espacio mide
clara y hermosa Luna,
no se descubre estrella
que muestre su luz bella,
sino la que denota mi fortuna,
que ésta con llama ardiente
amenaza mi vida eternamente.
Qualquier lugar me cansa
donde no veo los ojos
adonde tiene amor su gloria y pena:
que la presencia mansa,
como ha causado enojos,
también, si turba vn alma, la serena;
vna esperança buena
y vna gloria mal firme
sustentan vna vida
del cielo perseguida;
mas vna ausencia concluyó de hundirme,
que pudiendo acabarme
no se contentará con lastimarme.
¡Quántos montes y ríos,
quánta agua y quánta tierra
me esconden vnos ojos soberanos,
que de los tristes míos
leuantaron la guerra,
por quie[n] triunfaron mis vencidas manos!
¡Quántos respetos vanos,
quántos inconuenientes
de bienes mal seguidos
me tienen escondidos
los luzeros del cielo transparentes!
Mas como pueda el hado,
crudo enemigo tengo en él prouado.
Tal estoy, que mirando
la lumbre de Diana
entre los ojos de la noche escura,
con mi mal regalando
alguna estrella humana,
a quien aflixe amor con flecha dura,
digo, si en tu luz pura,
o Luna, honor del cielo,
tiene sus ojos puestos
-quando te miran estos
tristes míos- la causa de mi duelo,
más amorosamente
miraré tu hermosura transparente.
Aqueste nueuo zelo
puede tanto conmigo,
que vn nueuo amante tiene en mí la Luna:
yo la rondo y la zelo,
yo la miro y la digo
mis passiones y quexas de vna en vna;
mas como mi fortuna
azecha mis contentos,
por acabar mi vida,
con nube escurecida
su blanca imagen cubre por momentos;
de cuyo agrauio indino
nace vn dolor que ablanda mi destino.
Canción, yo veré presto si es possible
mi alibio soberano,
espíritu doliente o cuerpo humano.
SONETO XXV
Con toda la cabeza de Medusa
tiranamente trata mi firmeza;
muéstrame su rigor, y su belleza,
por quien de mil tramas armas usa.
Miro de transformados la confusa
pesadumbre que infaman su dureza;
quiero escusar mi mal, y la pereza
del encanto crüel mi intento escusa.
Quedo de mármol simulacro eterno
a su templo terrible consagrado,
como los que atrevidamente vieron;
y hecho despojo del tirano tierno,
no escusando poder tiranizado,
me ofende como a aquellos que ofendieron.