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Hernando de Acuña - Textos

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Hernando de Acuña (1520-1580)

Textos

 

Al Rey nuestro Señor
 

Ya se acerca, señor, o es ya llegada
la edad gloriosa en que promete el cielo
una grey y un pastor solo en el suelo,
por suerte a vuestros tiempos reservada.

Ya tan alto principio, en tal jornada,
os muestra el fin de vuestro santo celo
y anuncia al mundo, para más consuelo,
un monarca, un imperio y una espada.

Ya el orbe de la tierra siente en parte,
y espera en todo, vuestra monarquía,
conquistada por vos en justa guerra:

que a quien ha dado Cristo su estandarte
dará el segundo más dichoso día
en que, vencido el mar, venza la tierra.
 

A la soledad

Pues se conforma nuestra compañía,
no dejes, soledad, de acompañarme,
que al punto que vinieses a faltarme
muy mayor soledad padecería.
Tú haces ocupar mi fantasía
sólo en el bien que basta a contentarme,
y no es parte sin ti, para alegrarme
con todo su placer, el alegría.
Contigo partiré, si no me dejas,
los altos bienes de mi pensamiento,
que me escapan de manos de la muerte;
y no te daré parte de mis quejas,
ni del cuidado, ni del tormento,
ni dártela osaré por no perderte.

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Así, cual de mi mal he mejorado,
 se me hubiera doblado el accidente,
 yo tengo por muy cierto que al presente  
 me hallara, mi señor, muy aliviado;  
  que, si de sus congojas y cuidado 
 se alivia todo espíritu doliente,  
 aliviárase un cuerpo mayormente  
 al son de un dulce estilo delicado.  
 Yo conozco, señor, doliente o sano,
 deberos tanto, que no sé en que suerte 
 os me pueda mostrar agradecido:  
  sólo tendréis de mí, como en la mano, 
 que a nadie es vuestro mal tan grave y fuerte,
 ni vuestro bien de nadie es tan querido.  

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Cuando la alegre y dulce primavera  
 a partir sus riquezas comenzaba,  
 y de los verdes campos desterraba  
 aquella estéril sequedad primera,  
  un pastor triste y solo en la ribera 
 de Tesín gravemente suspiraba,  
 y vi que en un alto olmo que allí estaba  
 con un hierro escribió de esta manera:  
  «Si, de amor libre, por aquí pasare  
 acaso algún pastor, cualquier que fuere,
 huya de esta ribera y de este llano,  
  que, cuanto más sin pena se hallare,  
 si a Silvia la cruel pastora viere,  
 por ella morirá como Silvano».
 

Sobre la red de amor

 

Dígame quién lo sabe: ¿cómo es hecha
la red de Amor, que tanta gente prende?
¿Y cómo, habiendo tanto que la tiende,
no está del tiempo ya rota o deshecha?
¿Y cómo es hecho el arco que Amor flecha,
pues hierro ni valor se le defiende?
¿Y cómo o dónde halla, o quién le vende,
de plomo, plata y oro tanta flecha?
Y si dicen que es niño, ¿cómo viene
a vencer los gigantes? Y si es ciego,
¿cómo toma al tirar cierta la mira?
Y si, como se escribe, siempre tiene
en una mano el arco, en otra el fuego,
¿cómo tiende la red y cómo tira?
 

En respuesta del pasado

 

Bien os puedo decir, considerando  
 lo que pruebo del mundo y lo que siento,
 que, siendo los trabajos de él sin cuento,
 se pueden los descansos ir contando;
 mas el fuerte varón, no desmayando, 
 esfuerza con valor el sufrimiento,
 y al sabio da el saber un nuevo aliento  
 con quien puesto que teme, va esperando.  
 Y si hay fortuna en el humano estado,
 no es justo que ninguno desespere,
 pues todo a su mudanza está sujeto;
 mas de remedio estar desconfiado  
 no se sufre, señor, en el que fuere,
 cual sabemos que sois, fuerte y discreto.
 

La fábula de Narciso


 Si un bajo estilo y torpe entendimiento   
 merecieran llegar a aquella altura  
 do, señora, llegó mi pensamiento,
 y tuviera en esto igual ventura,
 pudiera yo contar lo que es sin cuento, 
 dando a vuestro valor y hermosura  
 seguridad, cual nadie la ha tenido,  
 de la ofensa del tiempo y del olvido.  
 
 Mas si mi ingenio lo procura y quiere,
 razón lo contradice y le castiga, 
 pues manda que primero considere  
 a qué puede bastar y a qué se obliga.  
 Porque de vuestro ser ninguno espere  
 llegar a decir tanto, que no diga  
 mucho más el silencio, con la falta  
 de quien ose emprender cosa tan alta.  
 
 Y pues de tanto bien como en vos veo  
 aun no puede lo menos celebrarse,
 lo más, que yo no entiendo, aquello creo,
 que aquí tiene mi fe donde fundarse. 
 Y ofreciendo por obra el buen deseo,
 podrá con justa causa disculparse  
 el flaco, que no emprende gran conquista,
 y el que mirando al sol pierde la vista.  
 
 Así, por ser en esto tan notoria 
 la poca fuerza del ingenio humano,
 en vuestro nombre trataré una historia  
 cuyo sujeto no se finge en vano.  
 Y vos, que sola estáis en mi memoria,
 desde ella alumbraréis mi ingenio y mano
 con aquel resplandor y luz que distes  
 al siglo venturoso en que nacistes.  
 
 Y aunque el camino, y el juicio vuestro,
 va de lo general tan apartado,
 yo sé que contra Amor, y en daño nuestro, 
 seguís lo que es de muchas aprobado:  
 ésta es la ingratitud, que es un siniestro  
 y error por mil ejemplos reprobado,
 como dello nos da más claro aviso  
 la vida con la muerte de Narciso. 
 
 Amor rige su imperio sin espada,
 mas con todo castiga, y no consiente  
 que sea en su desprecio tan usada  
 la fiera ingratitud entre la gente;
 la cual, siendo mil veces condenada    
 a destierro por él, tan justamente,  
 se admite, y hay mil damas tan exentas,  
 que con ella le hacen mil afrentas.  
 
 Y conviene entender que no se debe  
 menospreciar jamás virtud divina, 
 y menos la de Amor, que al bien nos mueve  
 y de bien en mejor nos encamina.  
 Y la que contra Amor yerra o se atreve  
 entienda que a pasar se determina  
 lo terrible del mundo y lo más fuerte, 
 que es triste vida y miserable muerte.  
 
 Si Amor muda en fortuna la bonanza  
 de quien contradecille espera, o piensa,
 juzgad, señora, si hará venganza  
 de quien por obra le hiciere ofensa.  
 Que como es la soberbia, y confianza,
 pecado inmenso, así es la pena inmensa,
 cual a muchas la dio, cuya memoria  
 vive en la antigua y la moderna historia.
 
 Y los ejemplos que en el mundo ha habido, 
 ni los basta a contar verso ni prosa,
 de las que, a Amor habiendo resistido,
 con muerte lo pagaron dolorosa.  
 Testigos serán Fedra, File y Dido,
 y serálo también Enón hermosa, 
 con Ariadna, Hipsífile y Medea,
 cuya verdad es justo que se crea.  
 
 Cualquiera déstas fue soberbia y cruda,
 hasta que Amor, a la venganza vuelta  
 su blanda voluntad, que así se muda, 
 la dellas castigó que andaba suelta.  
 Tanto, que a cada cual negó su ayuda,
 cuando la vio en pasiones más envuelta,
 y al fin, como se escribe, fenecieron  
 entre penas diversas que sufrieron. 
 
 Mas ¿qué testigo habrá más verdadero   
 para probar esta opinión tan cierta?  
 ¿Qué ejemplo deste tiempo, o del primero,
 nos muestra la verdad más descubierta,
 y declara mejor al venidero, 
 si quien resiste a Amor yerta o acierta,
 que el caso lamentable de Narciso,  
 hermosísimo hijo de Cefiso?  
 
 De Cefiso y Leríope engendrado,
 fue, por su mal, Narciso tan hermoso 
 que, en mostrándose al mundo, fue estimado  
 por un don celestial maravilloso.  
 Esto puso a sus padres en cuidado,
 que un bien tan excesivo y milagroso,
 como exceder parece a la natura, 
 es común opinión que poco dura.  
 
 Y con este temor su madre vino  
 donde a los pueblos su respuesta daba  
 el hado Tiresias, adivino  
 que a todos la verdad pronosticaba. 
 Pídele si a Narciso su destino  
 breves o largos días le otorgaba,
 que tan nueva belleza en mortal vida  
 cuanto más es amada es más temida.  
 
 Como acabó la madre su pregunta    
 sobre tan importante y cara cosa,
 aunque está la esperanza al temor junta,
 quedó de la respuesta temerosa.  
 Ésta le da Tiresias, en que apunta  
 el mal futuro en condición dudosa: 
 que el niño cuya vida saber quiere  
 gran tiempo vivirá si no se viere.
 
 A los padres fue escura esta respuesta,
 o al menos se pasó sin ser creída,
 hasta que en fin se hizo manifiesta 
 con el triste suceso, y fue entendida  
 tan nueva forma de morir como ésta,
 y fin tan miserable de una vida,  
 que se viese o se oyese no se alcanza,  
 y, permitiólo Amor en su venganza.    

 Jamás se vio en humana criatura,
 primero ni después, mayor belleza  
 que la que dio a Narciso la natura,
 de gracia acompañada y gentileza:  
 el aire, el ademán v la postura 
 tal novedad mostraban y extrañeza,
 que igual no solamente no tenía,  
 mas poderlo tener no parecía.  
 
 Las felices estrellas se juntaron  
 y en hacelle hermoso concurrieron,
 las gracias todas juntas le dotaron  
 de todo lo mejor que en sí tuvieron:  
 la pintura fue tal que nunca osaron  
 retratalla en color, ni la esculpieron,
 Apele, Zeusi, Praxitele o Fidia,
 ni lo supo emendar la mesma envidia.  
 
 Iba creciendo el mozo, y mil querellas  
 con sospiros y lágrimas crecían,
 por donde andaba, en dueñas y doncellas,
 sin poderse valer cuantas le veían,
 no sin admiración en todas ellas  
 de la nueva mudanza que sentían,  
 que la más libre, en viéndole presente,  
 prueba lo que es amar fundadamente.  
 
 Mas él, que es contra Amor endurecido 
 y de seguille está tan apartado,
 que, como a otro el ser aborrecido  
 tanto y más le aborrece el ser amado,
 de ninguna entre tantas fue movido  
 ni de ajeno dolor toma cuidado, 
 que, si hay cosa que iguale a su belleza,
 es sólo su desdén y su aspereza.  
 
 En ningún ejercicio se embaraza  
 que se conforme con sus verdes años,
 ni toma gusto sino sólo en caza 
 y en hacer a las fieras mil engaños.  
 Déstas sin descansar sigue la traza,
 que en seguir los provechos o los daños  
 de Amor no piensa ni se acuerda dello,
 o, si se acuerda, es para aborrecello.
 
 Mas en los montes, valles y espesura  
 de las selvas ya dél acostumbradas,
 aún vino a ser dañosa su figura,
 y a causar más de un llanto sus pisadas:  
 que en verle no quedó ninfa segura, 
 ni pudieron estarlo en sus moradas,  
 antes con las demás a un mismo punto  
 el verle y el arder fue todo junto.  
 
 Y con mostralle claro que le amaban,
 no solamente a amar no le movían, 
 pero con la blandura que mostraban  
 en extremo mayor le endurecían.  
 Así más lejos siempre se hallaban  
 cuanto más deseosas le seguían,
 dando deste dolor y sentimiento    
 sus quejas y sus lágrimas al viento.
 
 Y por montes y selvas maldiciendo  
 van las tristes amantes de una en una  
 el punto en que le vieron, pues muriendo,
 la muerte no le mueve de ninguna. 
 Y como va el dolor siempre creciendo,
 maldicen su deseo y su fortuna,
 y al cielo que juntó beldad tamaña  
 con rigor y aspereza tan extraña.  
 
 Al amor cada una reprehende 
 como digno de ser reprehendido,
 que no siente su daño y que no entiende  
 lo que dél suele ser tan entendido:  
 que su reino y sus leyes no defiende  
 de un mozo de quien es tan ofendido,
 y siendo despreciado, se consiente  
 despreciar y ofender tan claramente.  
 
 ¿Dónde está, Amor, tu brazo poderoso,
 le dicen, y tan fuerte en toda parte,
 que a Plutón en el reino tenebroso    
 sojuzgó, y en el cielo a Apolo y Marte?  
 ¿Cómo el temido es ya tan temeroso,
 y sufres que un soberbio no se harte  
 de ver contino llanto en nuestros ojos,
 llevándonos las almas por despojos? 
 
 ¿Dónde está el arco, Amor, que te hacía   
 tan temido en el mundo v acatado,
 y las saetas, que cualquier valía  
 contra el más duro pecho y más armado?  
 ¿Dó está la ardiente hacha que encendía    
 el corazón más frío y más helado?   
 ¿Dó está el cuidado y el mortal recelo,
 la esperanza, el temor, la llama, el yelo?  
 
 ¿Cómo del arco se aflojó la cuerda?   
 ¿Cómo se despuntaron tus saetas? 
 ¿Cómo permites que el temor se pierda  
 a tus públicas armas y secretas,
 sufriendo al que no cura ni se acuerda  
 que amenaces con mal, o bien prometas?  
 Pues tu reino y tu ser debe moverte, 
 si perdello no quieres y perderte.  
 
 Narciso libre y suelto anda cazando  
 por montes, valles, selvas y riberas,
 hiriendo crudamente, y aun matando,
 más número de ninfas que de fieras; 
 y de tu imperio, Amor, siempre burlando,
 y de nuestras congojas lastimeras.  
 Pues mira, de quien tanto se atreve,
 si un divino poder vengarse debe.  
 
 Estas y otras mil cuitas semejantes 
 dicen las tristes sospirando al cielo,
 en amar a Narciso tan constantes  
 cuan llenas de dolor y desconsuelo.  
 Y, aunque de ser amadas tan distantes  
 cuanto está el fuego de la nieve o yelo,
 todas van a buscar y amando siguen  
 a aquél que con seguille se persiguen.  
 
 Tal hubo entre ellas que, a seguirle intenta,
 de venir a hallarle se temía,
 que el fuego en que Amor lejos la sustenta 
 temor de cerca en yelo le volvía.  
 Así nueva pasión cumple que sienta  
 do quier que el pie o el ánimo movía,
 y así del bien y mal por prueba siente  
 que vienen a dañar casi igualmente. 
 
 Hubo otra allí que, cuando más quejosa,
 la desesperación le dio esperanza  
 de contarle su pena dolorosa,
 de suerte que hiciese en él mudanza.  
 Ya está de comenzarlo deseosa 
 y esfuérzase en su débil confianza,
 tanto que entre sí mesma ya decía:  
 «Pues callo mi dolor, la culpa es mía.  
 
 Mía es toda la culpa, pues no entiendo  
 ni procuro a mi mal remedio o cura. 
 No me ofende Narciso, yo me ofendo,
 y él no sabe mis ansias por ventura:  
 él no puede saber que estoy muriendo,
 si nunca le conté mi desventura,
 que al viento y a los montes la descubro, 
 y a quien puede valerme se la encubro».  
 
 Así diciendo y sospirando, parte  
 a buscar y seguir el crudo amante,
 pensando de qué forma y con cuál arte  
 le mostrase su pena y fe constante. 
 Ya junta la razón, ya la reparte:  
 «Esto diré después, esto delante»;
 ora a este dicho, ora a aquél se allega  
 y, junto éste y aquél, afirma y niega.  
 
 Pero en el punto que a mirar llegaba 
 al que a paso tan duro le ha traído,
 de sólo contemplalle se acordaba,
 poniendo lo demás todo en olvido.  
 Toda junta en miralle se empleaba,
 para sólo mirar tiene sentido, 
 y éste mil veces aun quería perdelle  
 viendo tan claro que le enoja en velle.  
 
 Así, lo que a otro descubrir quería,
 así misma decirlo osaba apena  
 y queda del temor helada y fría,
 el alma de dolor y angustia llena.  
 Sólo sabe seguir la usada vía  
 de estar toda en Narciso y de sí ajena,
 hacer concetos y quedarse muda,
 y, temiendo, esperar en vano ayuda  
 
 Entre las otras ninfas Eco andaba,
 más graciosa que todas y más bella,  
 a quien su habla natural faltaba  
 por causa que ella dio para perdella,  
 tal que a hablar en vano se esforzaba.
 Así lo permitió su fiera estrella,
 juntando este trabajo y desventura  
 con su extremada gracia y hermosura.  
 
 Y de todo su mal causa había sido  
 Juno, del alto Júpiter esposa, 
 que buscando en un valle a su marido,
 del cual andaba, con razón, celosa,
 Eco delante se le había ofrecido  
 y, con manera de hablar graciosa,
 tanto la tuvo en un sabroso cuento,  
 que la diosa tardó y erró su intento.  
 
 Porque tal lugar dio el entretenella  
 a Júpiter, que cerca la sentía,
 que se pudo apartar y esconder della  
 la ninfa que consigo allí tenía. 
 Y sin que viese Juno a él ni a ella,
 se escaparon los dos por otra vía.  
 Advertida la diosa deste engaño,
 sobre Eco quiso que cayese el daño.  
 
 Y dijo: «¡Oh ninfa!, porque el mundo aprenda  
 a temer a los dioses, mando y quiero  
 que tu engañosa habla a nadie ofenda  
 de hoy más, y que este engaño sea el postrero,
 y que no hables ni tu voz se entienda,
 sino oyendo hablar a otro primero, 
 y replicando de la voz ajena  
 las últimas palabras con gran pena».  
 
 Hecho, pues, un castigo tan notable,
 la diosa se partió de allí enojada,
 quedando la triste Eco miserable 
 con dolor en el alma y lastimada:  
 mueve la lengua con pensar que hable  
 palabras con que fuese perdonada,
 mas sólo, cuando Juno hablaba,  
 sus últimos acentos replicaba.    
 
 Extraña es la pasión que prueba y siente   
 de verse así la triste enmudecida,
 y aunque del yerro tarde se arrepiente,
 con señales se muestra arrepentida.  
 Tiene su primer voz siempre en la mente, 
 esto hace su pena muy crecida,
 y acreciéntase más con que no espera  
 volver ya al uso de la voz primera.  
 
 Ésta, pues, vio a Narciso que, cazando  
 como solía, por la selva andaba; 
 mírale atenta y, yéndole mirando,
 por sí mesma la triste no miraba:  
 que por la vista Amor va penetrando  
 hasta que al alma y corazón pasaba,
 do apenas ha pasado, apenas llega,   
 cuando la fuerza de ambos se le entrega.  
 
 Al Amor sin sentido se ha entregado  
 y a su poder del todo está rendida,
 tanto que es otra y que del mal pasado  
 con el dolor presente se le olvida: 
 ya lo que suele no le da cuidado,
 ya no se acuerda de su voz perdida,
 que a la pasión humana que más puede  
 la que nace de Amor pasa y precede.  
 
 Estando de seguille o no dudosa, 
 en fin Amor la fuerza a que le siga.  
 Jamás fue de hablar tan deseosa  
 ni el ser muda le dio tanta fatiga;
 mas, viendo ya ser imposible cosa  
 que el todo de su mal, ni parte, diga, 
 sólo que él hable es lo que pide y quiere  
 por poder replicar lo que dijere.  
 
 Vale siguiendo atenta y escuchando  
 por ver si acaso a su Narciso oyese  
 cualquier palabra con que, replicando, 
 a lo menos con él hablar pudiese.  
 Y de lo que desea va esperando  
 si en fin de su razón algo dijese  
 con que ella, respondiendo como suele,
 manifieste un dolor que tanto duele.    
 
 Así le sigue, y cuanto más se allega   
 siente mayor y más cercano el fuego;
 entre sí ya le habla y ya le ruega,
 sin acordarse que no se oye el ruego;
 ya aprueba lo que hace, ya lo niega,
 y desta confusión se culpa luego,  
 y nácenle en el alma mil concetos  
 que por falta de voz son imperfetos.  
 
 Pero los ojos muestran, y el semblante,
 lo que mostrar no pueden sus razones, 
 do cualquiera señal es tan bastante,
 que en una se declaran mil pasiones.  
 Muévese, espera y vuelve en un instante,
 según le pinta Amor las ocasiones,
 que tal es en la triste la mudanza    
 cual el temor la hace, o la esperanza.  
 
 Perdióse tras un corzo acaso un día   
 Narciso por la selva donde andaba,
 y el verse lejos de su compañía,  
 en tanta soledad, temor le daba.
 Eco sola escondida le seguía,
 Eco era sola quien por él miraba  
 para ser al peligro la primera,
 si a desdicha saliese alguna fiera.  
 
 Que la muerte le viene a la memoria 
 de aquel hermoso Adonis, desastrada,
 y Venus, que con él pierde su gloria,
 sobre el sangriento cuerpo abandonada.  
 Teme que aquella lamentable historia  
 venga a ser en su daño renovada,
 y el de Narciso tiene por su daño,
 que el suyo ni le teme ni es tamaño.
 
 Pues de seguir el corzo ya dejando,
 quedó cansado el mozo y afligido  
 de ver venir la noche, recelando 
 que allí la ha de pasar solo y perdido.  
 A toda parte mira y, esperando  
 de alguno de los suyos ser oído,
 en altas voces «Aquí estoy» decía,
 y Eco sola «Aquí estoy» le respondía.  
 
 Oye la voz y está maravillado  
 de quién será el que habla y se le esconde;
 vuelve a llamar y siente ser llamado  
 con sus palabras sin saber de dónde.  
 «Pues venid y allegad», dice espantado, 
 y escucha de qué parte o quién responde;
 mas Eco, oyendo lo que pide y quiere,
 «Venid, llegad», en alta voz refiere.  
 
 Aquí la esforzó Amor a que, saliendo,
 al amado Narciso se allegase 
 y, decille sus ansias no pudiendo,
 mostrallas con señales procurase.  
 Con llanto, con suspiros, y gimiendo,
 ninguna hubo en amor que no mostrase,
 y juntamente, aunque era todo en vano, 
 se llega por tomarle de la mano.  
 
 Pero Narciso, a cuya gran dureza  
 no puede la de un mármol compararse,
 no sólo la apartó con extrañeza,
 mas luego, por no vella y apartarse, 
 huye por do mayor es la aspereza,
 diciendo, sin dejar de apresurarse:  
 «Antes yo muera de rabiosa muerte  
 que sufra que me quieras, o quererte».  
 
 No pudo aquí sufrir ya el corrimiento, 
 mas, gimiendo la triste y sospirando,
 por la espesura se arrojó sin tiento,
 «Me quieras, o quererte» replicando.  
 De sí le viene ya aborrecimiento,
 de la gente y la luz se va apartando, 
 mas dentro de su pecho oye y entiende  
 quién de todo la culpa y reprehende.  
 
 Metida al fin en una cueva escura,
 entre sí mesma habla y dice al cielo:  
 «Eterno movedor que de la altura 
 miras cuanto se hace en este suelo,
 tú, que tan nueva gracia y hermosura  
 formaste por mi daño y desconsuelo,
 no permitas que quede sin castigo  
 tanta fiereza y desamor conmigo.    
 
 Mas el que hizo en mí tan gran mudanza  
 sienta en el alma y corazón mudarse,
 y pruebe qué es amar sin esperanza  
 quien a tantas movió a desesperarse;
 y porque al daño iguale mi venganza, 
 él venga de sí mesmo a enamorarse,
 pues ni puede probar mayor dureza,  
 ni vencerle podrá menor belleza.  
 
 Y en mí, que sólo para llanto y pena   
 y males nunca vistos fui nacida, 
 cúmplase presto lo que el hado ordena,
 que es ser luego deshecha y consumida:  
 nunca será sino agradable y buena  
 muerte que me privare de tal vida,
 pues que viene a librar mis tiernos años
 de mil presentes y futuros daños».  
 
 Mientras esto consigo está diciendo,
 dio el cielo de piedad señal muy clara:  
 vase el humor vital ya consumiendo  
 por el hermoso cuerpo y por la cara;
 ya el frío por los miembros va corriendo,
 ya el calor natural los desampara,  
 ya está en la mayor parte endurecida,  
 ya queda en dura piedra convertida.  
 
 La voz le quedó viva solamente,
 mas limitada y no como solía
 vive invisible, y a lo que oye y siente  
 responde sin tristeza ni alegría.  
 Mas cuando tal ofensa Amor consiente,
 para vengarse no le falta vía, 
 que luego tiempo y ocasión ordena  
 de dar a tanta culpa mayor pena.  
 
 Los montes y los llanos calentaba  
 con sus rayos el sol de mediodía,
 cuando con su ganado reposaba 
 a la sombra el pastor donde solía;
 de su trabajo el labrador cesaba,
 para volver de nuevo a su porfía;  
 daba la hora reposo a los mortales  
 y sosiego a las aves y animales.    
 
 Narciso, que con sed y caluroso,
 no menos que cansado, se hallaba,
 sombra para tomar algún reposo  
 y agua do se refresque deseaba;  
 y en fin llegando a un valle deleitoso,
 a una fuente su suerte le guiaba  
 cual nunca la halló persona humana,  
 ni cazando jamás Febo o Diana.  
 
 En piedra natural está cavado  
 el vaso de la fuente, tan guardada,
 que de ninfa o pastor, ni de ganado,
 ni de ave o fiera fue jamás tocada.  
 Defiéndela del sol porcada lado  
 una espesura de árboles cerrada,
 y el verde suelo pintan tiernas flores 
 de mil diversidades de colores.  
 
 En la fuente y el valle, la natura  
 no dejó ningún obra para el arte,
 que son sombra agradable y con frescura  
 parece que convida a cada parte.
 Y sale la corriente a la verdura,
 do con dulce sonido se reparte  
 en chicos arroyuelos, de manera  
 que hacen inmortal la primavera.  
 
 No tan presto Narciso ve delante 
 la dulce sombra del lugar presente,
 que se alegra en el alma y al instante  
 a refrescarse va junto a la fuente;
 donde el que, siempre amado y nunca amante,
 al Amor despreció tan libremente    
 a pena nunca vista es condenado  
 de Amor, que no perdona este pecado.  
 
 ¡Oh cuánto para el triste mejor fuera,
 sin reposar en el ardiente estío,
 seguir como era usado alguna fiera,
 y aun seguilla en invierno al mayor frío,
 que haber llegado a verse en lo que espera!  
 Mas contrastar al hado es desvarío,
 que no hay mudanza en lo que cielo ordena,
 o placer o pesar, descanso o pena.    
 
 Así, ya cuando de su desventura  
 el término y el punto era venido,
 bajándose a beber vio su figura,
 que vista por él antes no había sido;
 pero tan desusada hermosura
 como la que en el agua ha aparecido,  
 ni conoce que es suya, ni imagina  
 que humana pueda ser, sino divina.  
 
 Como a tal la saluda, y juntamente  
 la ve claro moverse a saludalle, 
 y que, lo mesmo que él, hace y consiente  
 en cualquier ademán y en el hablalle.  
 Vuelve y escucha en torno de la fuente  
 si el son de aquella voz entienda o halle,
 mas ve que calla si él está callando, 
 y que cuando él escucha está escuchando.  

 Parécele, si él habla, que responde,
 y que de verle triste se entristece;
 que si él algo se aparta, se le esconde,
 si vuelve a aparecer luego parece. 
 En fin quiere su suerte, que allí adonde  
 vino por refrescarse le acaece  
 que, por quitar la sed y ardor que tiene,
 más sed y más ardor le sobreviene.  
 
 Ya no sabe qué diga ni qué haga, 
 ni en lo que está, ni a sí sabe entenderse;
 ya recibe de Amor aquella paga  
 que a tal ingratitud podía deberse:  
 no halla cosa en qué se satisfaga, 
 el estarse le cansa, y el moverse,
 deshácese entre sí como quien prueba  
 con libre corazón cosa tan nueva.  
 
 Con extraña atención al agua mira,
 ni descansa en miralla ni en no vella,
 ya deja de mirar y se retira, 
 ya vuelve sin saber partirse della.  
 Por quien mil sospiraron ya sospira,
 quien querellas causó ya se querella,
 y ya tiene los ojos de agua llenos  
 quien tanta derramó de los ajenos. 
 
 Mas tanta de los suyos ya llovía,
 que remueve y enturbia el agua clara,
 y esto la amada vista le impedía,
 que siendo suya le costó tan cara.  
 Recélase que al valle se saldría, 
 parte a seguilla, y en partiendo para,
 y en parando se vuelve a mirar luego  
 y a encender en el agua el mesmo fuego.  
 
 De nuevo se está atónito, admirado   
 de todo aquello en que él es admirable,
 y ya el mirar le tiene en un estado  
 que es sobre la miseria miserable.  
 Y el que padece es mal tan desusado,
 que por la novedad es incurable,
 pues mira en sí lo mesmo por que muere    
 y, viéndose morir, mirarlo quiere.  
 
 Mas su mirar no entiende que es mirarse,
 ni que este su querer era quererse,
 ni que su desear es desearse,  
 ni su no conocer desconocerse: 
 extraño mal que a sí le dañe amarse,  
 que venga a ser provecho aborrecerse,  
 y convenga ser dél su propia vida,  
 antes que tan amada, aborrecida.  
 
 Ya va creciendo el agua que corría 
 con la que de sus ojos él derrama,
 ni de comer se acuerda en todo el día,
 ni hay para él noche, ni reposo o cama.  
 No cesa un punto su mortal porfía,
 habla, gime, sospira, llora y llama,
 turba la fuente con su llanto crudo,  
 no ve su sombra, y queda ciego y mudo.  
 
 No hay remedio ni cosa que sea parte  
 para consuelo de pasión tan nueva,
 ni hambre o sueño que de allí le aparte, 
 ni otra razón o fuerza que le mueva.  
 Busca, tienta, procura, usando de arte,
 y, en fin, ya la experiencia y larga prueba  
 le descubren y muestran el engaño,
 que así lo quiere Amor para más daño.    
 
 Descúbrese el engaño, y él entiende   
 lo que hasta aquel punto no ha entendido:  
 que él solo es el que daña y el que ofende,  
 y solo es el dañado y ofendido;  
 que él es el que arde y el que el fuego enciende, 
 el movedor de todo y el movido;  
 que el que desea es él, y el deseado;  
 y, en fin, que es el amante y el amado.  
 
 ¡Oh, cuál fue su dolor y, cuál su llanto,
 luego que entiende lo que no entendía, 
 que se aumentan en él y crecen cuanto  
 más imposible su esperanza vía!  
 A las aves del aire pone espanto  
 y las fieras del bosque enternecía,
 los árboles que cerca de allí estaban    
 los ramos a sus quejas inclinaban.  
 
 Eco, la triste ninfa, aunque corrida  
 y con tan justas causas enojada,
 puesto que de su queja no se olvida  
 ni della ya podrá ser olvidada, 
 condoliéndose dél en ver su vida  
 de tanto bien a tanto mal mudada,
 todas las veces que quejar le oía  
 a su clamor y quejas respondía.  
 
 «¡Oh valle, oh selva, oh montes y llanura!»  
 dice en voz dolorosa el desdichado,
 «pues tan durable vida os dio natura,
 decí, en mil siglos que ya habéis pasado,  
 si vistes de tan nueva desventura  
 un corazón humano rodeado,    
 o fingirse un dolor cual es el mío,  
 con imaginación o desvarío.  
 
 Triste, que está conmigo el bien que quiero,
 y dejarme, aunque quiera, no podría,
 y por el mesmo bien que tengo muero, 
 que si no lo tuviese viviría.  
 Por sólo poseello desespero  
 de lo que, estando en otro, esperaría.  
 ¡Oh crudo y fiero Amor, oh caso extraño,
 que en tener lo que quiero esté mi daño! 
 
 Si no cesa el deseo ni es cumplido,
 aunque se goce el bien que se desea,
 no siendo el amante poseído  
 de suerte que en sí mesmo lo posea,  
 injustísimo Amor, ¿por qué has querido 
 que sólo en mí tan al contrario sea,  
 que en mí tenga mi bien, y con tenelle  
 muera entre el desealle y poseelle?  
 
 Contra toda razón a mí me hace  
 más pobre y miserable mi riqueza, 
 lo que el cielo en mí hizo me deshace,
 pues sola me ha vencido mi belleza.  
 Aquel que, amando, en la que más le aplace  
 se queja de rigor y de aspereza,
 ¡oh cómo sé que se satisficiese, 
 si un hora de mi mal probar pudiese!  
 
 Procura el amador verse presente  
 y estar, si puede, de su bien cercano;
 yo, teniéndole en mí, soy tan ausente,
 que desde cien mil leguas lloro en vano. 
 ¡Oh si del fiero mal que esta alma siente  
 estuviera el remedio en otra mano,
 que en mano de la fiera más terrible  
 fuera dificultoso y no imposible!  
 
 ¿A quién iré que pueda consolarme  
 si el consuelo y la queja está conmigo?  
 ¿O quién diré que venga a remediarme  
 si yo soy mi remedio y me persigo?  
 Acabe mi dolor ya de acabarme,
 satisfágase Amor en mi castigo,
 pues tiene, para estar bien satisfecho,  
 tan poco por hacer y tanto hecho.  
 
 Tenga ya fin, pues otro bien no espera,
 vida tan miserable y desdichada,
 y muerte su venida no difiera 
 donde es tan convenible y deseada.  
 La causa de mi muerte no quisiera  
 que agora, como yo, fuera acabada,
 mas si vivir conformes no podemos, 
 conformes a lo menos moriremos».   
 
 En este punto el amoroso fuego,
 sobre la yerba donde echado estaba,
 de arder y consumir acabó luego  
 el poco humor vital que le quedaba.  
 Muriendo dijo: «¡Oh miserable y ciego, 
 amado y amador!» Y replicaba  
 Eco con doloroso sentimiento:  
 «¡Oh amado y amador!», en triste acento.  
 
 Y luego aquellos ojos se cerraron,
 que para verse por su mal se abrieron, 
 en pago de que a tantos no miraron,
 ni aun sólo ser mirados consintieron.  
 Si lágrimas de muchos derramaron,
 en lágrimas también se consumieron,
 y con morir su pena aún no cesaba,   
 que allá en el agua Estigia se miraba.  
 
 De toda la comarca los pastores,
 luego que el caso lamentable oyeron,
 lloran la novedad de los amores  
 y del triste suceso que tuvieron. 
 Cruel llaman al cielo en mil clamores,
 y a la natura, porque al mundo dieron  
 tan sobrenatural gracia y belleza,
 para llevarla dél con tal presteza.  
 
 Todas las ninfas de aquel valle umbroso 
 a las tristes obsequias se juntaron,
 que juntas quieren dar sepulcro honroso  
 al cuerpo muerto que ya vivo amaron.  
 Buscáronle, y fue caso milagroso  
 que allí no pareció ni le hallaron, 
 y a do murió una flor no vista vieron,
 que todas por Narciso la tuvieron.  
 
 Por Narciso de todas fue tenida,
 y Narciso de todas fue llamada,
 la cual de blancas hojas es ceñida 
 al derredor y, en medio, colorada.  
 La dolorosa muerte fue plañida  
 y con tristes endechas lamentada.  
 Eco, desde la cueva a do se esconde,
 al triste llanto, no sin él, responde. 
 
 Así acabó el soberbio y desdeñoso, 
 el rebelde de Amor, ingrato y fiero,
 cuyo suceso, aunque es tan espantoso,
 ya pudo, y aún podrá, ser verdadero:  
 porque al Amor lo más dificultoso,    
 y lo más increíble, es muy ligero;  
 y así, toda cruel o ingrata espere  
 sentirlo cuando menos lo creyere.  
 
 Y si nunca a mujer jamás fue dada,
 por gran ingratitud, pena tan fuerte, 
 ¿quién sabe para cuál tiene guardada  
 por ventura el Amor la mesma suerte?  
 Viva la que es discreta recatada,
 que pues hubo en el agua fuego y muerte,
 más cercano peligro, y más presente 
 hay siempre en el espejo que en la fuente.

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