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Ignacio de Luzán - Textos

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Ignacio de Luzán (1702-1754)

Textos

 

Canción
  A la defensa de Orán

Dame segunda vez, Euterpe amiga,
bien templada la lira y nuevo aliento,
que alcance a referir nuevas hazañas:
ya de Orán y de Ceuta las campañas
ofrecen otra vez alto argumento
que a renovar aplausos nos obliga.
El África enemiga
ya produce otras palmas y laureles
para adornar del vencedor la frente.
Tú, diurna Piéride, consiente
que del furor sagrado con que sueles
grandes héroes cantar, y sus renombres,
a pesar del olvido, entre los hombres,
inmortales hacer, pida hoy no poco:
es justa la razón por que te invoco.

Como la generosa águila altiva,
sobre las vagas aves hecha reina,
y que sirve al Tonante al pronto rayo,
si de su arrojo en el primer ensayo
culebra arrebató que escamas peina,
y erguida la cerviz su furia aviva,
en vano ya cautiva,
de la garra feroz, silba y forceja,
que el ave, uñas y pico, ensangrentada,
no suelta más la presa, y remontada
por la región suprema, el vuelo aleja,
hasta que el monstruo al fiero orgullo abate;
y destrozado en desigual combate,
palpitando algún miembro, en tierra yace;
lo demás en el aire su hambre pace;

así la osada juventud de España
contra el moro obstinado ahora defiende
las conquistas debidas a su brío.
En vano el ya perdido señorío
la descendencia de Ismael pretende
recobrar con la fuerza o con la maña.
Verase la campaña
de Marruecos, de Argel y Terudante
de púrpura teñida y ríos rojos;
revolcarán los bárbaros despojos
al mar de Mediodía y al de Atlante,
destinados juguete al Euro y Noto,
cuando después sulcase algún piloto
las playas hasta donde fue Cartago,
conocerá en los huesos el estrago.

Es difícil empresa al enemigo
la firmeza vencer de tales pechos,
que honra sólo, valor y fe respiran.
Ya vulgares ejemplos no se admiran,
ya del brazo español no salen hechos
sin conducir la heroicidad consigo.
Del infeliz Rodrigo
no dura más el ocio y muelle trato:
entre noble vergüenza y rabia lucha
cualquiera de nosotros cuando escucha
el nombre pronunciar de Mauregato.
Ya en defender circunvalado muro
con varia muerte es del ibero duro
propio, innato el tesón, del cual arguyo
que sería obstinado, a no ser suyo.

¡Oh Cantabria feroz! ¡Oh de Sagunto
inflexible valor! ¡Oh gran Numancia,
cuyas pérdidas hoy son nuestra gloria!
Siempre que se renueva la victoria
de nuestra heroica, indómita constancia,
falta voz a la fama en tal asunto.
Cuando el extremo punto
llegó del hado, el fiero numantino
al fuego se arrojó de rogos varios,
dejando admiración a los contrarios;
trofeos no; que el vencedor latino,
cuyo valor no en vano se eterniza
sólo pudo triunfar de la ceniza:
no haga otra gente de constancia alarde,
que a esto no llegó nunca, o llegó tarde.

Nace del fuerte el fuerte, y de la interna
virtud del padre toma el becerrillo
que en las dehesas de Jarama pace.
¿Acaso alguno vio jamás que nace
del águila feroz triste cuclillo,
nocturno búho o palomita tierna?
Como en cadena eterna
se eslabona el valor, y la prudencia
se infunde al español de sus pasados.
De aquellos ascendientes celebrados
esta nació valiente descendencia,
de quien ahora tiembla el mauritano;
después vendrán, y no lo espero en vano,
emulándose en glorias y en efetos,
los hijos de los hijos y los nietos.

Canción, si yo pudiese, bien querría
hacer de modo que tu voz oyese
la zona ardiente, la templada y fría;
y que en tus alas fuese
la fama de mi patria y sus trofeos
a los pueblos del Indo, a los sabeos,
a los de Arauco, Taura, Ida, Erimanto.
Pero no son tus alas para tanto.

 

Canción

Ya vuelve el triste invierno,

desde el confín de Sármata aterido,

a turbar nuestros claros horizontes

con el ceñudo aspecto y faz rugosa,

con que, a influjos de la Osa,

manda intratable en los rifeos montes

y en la Zembla polar donde temido

señor de eterna nieve y hielo eterno,

con tirano gobierno,

la entrada niega a todo trato humano;

el piloto holandés se atreve en vano,

ávido pescador del Ceto inmenso,

a surcar codicioso

el piélago glacial; el frío intenso

para su rumbo, y deja riguroso

en remota región, lejos del puerto,

la quilla inmoble, el navegante yerto.

 

La hermosa primavera

desterrará al invierno, coronada

la bella frente de jazmín y rosa,

cual Iris que en las nubes aparece;

se alegra y reverdece

a su vista la tierra, y olorosa

recrea los sentidos, recobrada

la lozanía y juventud primera.

La fuentecilla de enemigo hielo,

ya entonces libre fertiliza el suelo,

y nuevas hierbas alimenta y cría;

robles, hayas y pinos

vuelven a hacer la selva más umbría;

en tanto al aire mil suaves trinos

esparcen las canoras avecillas,

más agradables cuanto más sencillas.

 

Sucederá el estío,

y el can fogoso y el león rugiente

marchitará la verde pompa y flores;

y agotará a la fuente sus cristales;

así bienes y males

mezcla próvido el Cielo; moradores

hay en la zona fría, hay en la ardiente,

sufriendo extremos de calor y frío;

su vario señorío

ejerce en todo la inconstante suerte.

Nace sujeta a sucesiva muerte

cada estación; murió la antigua gloria

de Roma y de la Grecia,

cuyas soberbias ruinas y memoria

tanto la fama lisonjera aprecia;

que al impulso fatal de las edades

mueren también los reinos y ciudades.

 

Idilio
Leandro y Hero

 

Musa, tú que conoces
los yerros, los delirios
los bienes y los males
de los amantes finos

Dime quién fue Leandro
qué Dios o qué maligno
astro en las fieras ondas
cortó a su vida el hilo

Leandro a quién mil veces
los duros ejercicios
del estadio ciñeron
de rosas y de mirtos

Ya en la robusta lucha
ya con el fuerte disco
ya corriendo o nadando
diestro gallardo invicto

Amaba a Hero divina
bellísimo prodigio
sobre cuantas bellezas
Sesto admiró y Abido

Negro el cabello ufano
con naturales rizos
realzaba del cuello
los cándidos armiños

En proporción y gala
de rostro talle y brío
quiso ostentar el cielo
esmeros peregrinos.

Pero aun más que otras gracias
brillaba el atractivo
de una modestia humilde
de un natural sencillo

Tal entre los celajes
de nubes escondidos
vibran del sol los rayos
ardores más activos

Y tal entre las flores
a gustos exquisitos
más que una rosa agrada
un cárdeno jacinto.

Viola Leandro un día
en los cultos festivos
que a Venus tributaban
de Sesto los vecinos.

Era sacerdotisa
del templo y sacrificio,
y aún emulaba en todo
al sacro numen ciprio.

Viola en el gran concurso
de los solemnes ritos
brillar único asombro
viola y quedó perdido

Y a la deidad del templo,
con el nuevo excesivo
ardor que le abrasaba
frenético la dijo:

«Gran diosa de Citeres
de Pafos y de Gnido
esta mortal belleza
es tu traslado vivo

»Perdona, pues si a ella
tus mismos cultos rindo
y si un traslado adoro
equívoco contigo»

Oyó Venus sus voces
oyolas el dios niño
y decretaron ambos
venganzas y castigos
 
Tanto el enojo puede
en ánimos divinos
un lenguaje del alma
ha de ser un delito

Dígame el que conozca
a Venus y a Cupido
si es más cruel la madre
o es más cruel el hijo.

Qué sé yo: cruel la madre,
crüel y vengativo
es el hijo, que ejerce
tiránicos caprichos.

Miró tierno Leandro,
habló amante, instó fino,
ya mudo, ya elocuente,
con ojos y suspiros.

Oyole Hero con pecho
ya tímido, ya esquivo,
mas poco a poco un fuego
la entró por los sentidos

un fuego que es veneno
un fuego que es martirio
si es martirio y veneno
¿cómo es apetecido?

De una torre en la playa
el murado recinto
de esta sacerdotisa
era albergue y retiro.

Allí, cautos, sus padres
del concurso y bullicio
este bello tesoro
guardaban escondido

Mas contra amor ¿qué muro
será seguro asilo
si todo lo penetran
sus vencedores tiros?

Leandro, enamorado
resuelto y atrevido
los reparos allana
desprecia los peligros.

Pasar nadando ofrece
del uno al otro sitio
prometiendo himeneos
nocturnos y furtivos.

Mas sobre las almenas
de la torre encendido
quiere que un farol arda
de sus bodas testigo

Cuya luz para el nueso
peligroso camino
sirva de norte y guía
en rumbos no sabidos

Arde farol no ceses
astro de amor benigno
que astro serás de muerte
si se apaga tu brillo

Lleno ya de esperanzas
vuelve Leandro a Abido
y cuenta los instantes
como si fueran siglos

Llegó en fin de las sombras
el lóbrego dominio
obscureciendo objetos
remotos y vecinos

El joven en la playa
arrojando el vestido
a las ondas se entrega
con intrépido brío

y alternando de brazos
y pies el ejercicio,
ágil y diestro rompe
el ímpetu marino

Mas ya había gran trecho
del piélago vencido
y ya el cansado brazo
rehusaba su oficio.

Clara brillante luna
con rayos reflexivos
de Anfitrite a los campos
daba argentados visos

Leandro ya al extremo
terminó reducido
a su favor acude
en el fatal conflicto

Diosa triforme dice
con ánimo sumiso
protectora de amantes
propensa siempre a oírlos

Si los casos de Latmos
no has puesto aun en olvido
y sabes lo que puede
un amor como el mío

Séame aquí tu numen
favorable y propicio
y en la playa de Sesto
dame el puerto que pido

Fuese el favor del numen
o fuese el norte fijo
del farol, que ya cerca
vio arder con grato auspicio,

o fuese amor, que suele
con prósperos principios
atraer los amantes
a infaustos precipicios,

Cobrando nuevo aliento
a esfuerzos repetidos,
afierra de la arena
el suelo movedizo.

Allí a aguardarle sola
su fina esposa vino
y al verle tiembla toda
de susto y regocijo

«Ven, esposo» —le dice—,
«llega a los brazos míos;
para exponerte tanto,
¿cómo ha de haber motivo?

»Amor venció tan duro
insólito camino.
¿Cómo vienes? ¿Qué numen
tu conductor ha sido?»

Así diciendo, enjuga
los restos del rocío
salobre que de cuerpo
corrían hilo a hilo,

Y a la torre le guía
aliviando el prolijo
afán con oficiosos
brazos entretejidos.

Entretanto Himeneo,
volando en torno el vivo
sagrado fuego enciende
de sus nupciales pinos
 
Pero antes que saliese
el astro matutino
ya volvía Leandro
a su confín nativo.

Así todas las noches
por el silencio amigo
iba nadando a Sesto
centro de sus cariños

Tal ruiseñor amante
vuela y revuela el nido
donde de su consorte
le llama el tierno pico

Pero en amor que halago
se vio jamás continuo,
movibles son sus dichas
sus escarmientos fijos

Siete días pasaron
sin mostrarse de Cintio
la luz siete noches
sin luceros ni signos

En fin salió una aurora
con ceño y desaliño
siguiose triste día
en tenebroso Olimpo.

La noche añadió horrores
y para más cumplirlos
dio licencia a los vientos
Eolo, su caudillo.

Leandro en tanto triste
anhela ver tranquilo
el mar y ya calmados
los vientos enemigos

Pero al fin impaciente
cediendo a su destino
fuese a la playa y de esta
manera habló consigo

«Corazón, ¿qué te espanta?
¿Qué importará que tibios
huyamos de una muerte
si de otra nos morimos?»

Dijo, y de su arrestado
amante desvarío
impelido se arroja
al mar embravecido.

Y a pesar de su furia
contra los torbellinos
lucha con fuerte brazo
por no poco distrito.

Pero ya se redoblan
del Aquilón los silbos
levanta el mar sus olas
aumenta sus bramidos.

¡Ay, mísero Leandro,
ya con dolor te miro
contiguo a las estrellas
y al Tártaro contiguo!

Apuradas las fuerzas
sin aliento, sin tino,
y del farol amado
el claro norte extinto

Viendo por todas partes
presente a los sentidos
de la pálida muerte
el bárbaro cuchillo

A las ondas se vuelve
trémulo y semivivo
hallar piedad pensando
donde nunca la ha habido

«Ondas, si darme muerte
es decreto preciso,
no a la ida, a la vuelta
matadme a vuestro arbitrio».

Las crueles ondas niegan
al ruego los oídos
y le sepultan dentro
de su profundo abismo

Entonces exhalando
el último suspiro
tres veces a Hero llama
con lamentable grito

Viole el Alba otro día
cuando dejaba al Indo
y tuvo horror del triste
espectáculo indigno

Al pie de la alta torre
del mismo mar traído
yacía el infelice
yerto cadáver frío

Cual suele quedar mustio
cárdeno hermoso lirio
si le arrancó el arado
o deshojó el granizo

Viole Hero y de la torre
se arroja sobre el mismo
cadáver y allí logra
en la muerte el alivio

Así tuvieron ambos
igual fin indiviso
viéndose en vida y muerte
Hero y Leandro unidos

Es fama que lloraron
de Sesto los sombríos
bosques y que se oían
mil veces los gemidos

Y al huésped extranjero
llorando compasivo
cantaba el triste caso
el morador de Abido

Y hasta en lejanos climas
con flébil tierno estilo
el trágico suceso
cantaba el peregrino.

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