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Introducción al Barroco español (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
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Introducción al Barroco español
El Siglo XVII – Época nacional – El Barroco
El manierismo como estilo artístico predominó en Italia desde el final del Alto Renacimiento (1530) hasta los comienzos del período Barroco, hacia el año 1600. Se originó en Venecia, gracias a los mercaderes, y en Roma, gracias a los Papas Julio II y León X, pero finalmente se extendió hasta España, Europa central y Europa del norte. Se trataba de una reacción anticlásica que cuestionaba la validez del ideal de belleza defendido en el Alto Renacimiento.
Su origen etimológico proviene de la definición que ciertos escritores del siglo XVI, como Giorgio Vasari (1511-1574), asignaban a aquellos artistas que pintaban "a la manera de...", es decir, siguiendo la línea de Miguel Ángel, Leonardo o Rafael, pero manteniendo, en principio, una clara personalidad artística. El significado peyorativo del término comenzó a utilizarse más adelante, cuando esa "maniera" fue entendida como una fría técnica imitativa de los grandes maestros. La orfebrería fue uno de los ámbitos más beneficiados por este complejo arte, que afectó tardíamente, pero de forma genial, a El Greco. Como reacción al manierismo, surgió en Italia el caravaggismo. Después de ser reemplazado por el barroquismo, fue visto decadente y degenerativo.
Como etapa preparatoria, que coincide cronológicamente con el renacimiento y el barroco, debe tenerse en cuenta el manierismo. La palabra barroco tuvo originalmente un sentido peyorativo, ligado con la extravagancia y la exageración, que aún se mantiene en ciertos tópicos del lenguaje no especializado. Se dice que el término deriva del portugués barroco (castellano barrueco), que significa 'perla irregular'. También suele relacionarse con baroco, nombre que recibe una figura de silogismo. El barroco expresa la conciencia de una crisis, visible en los agudos contrastes sociales, el hambre, la guerra, la miseria. Suele establecerse una distinción entre el barroco de los países protestantes y el de los países católicos (barroco de la Contrarreforma).
“El barroquismo fue una reacción, una protesta. Si durante el Renacimiento se buscaron y se delimitaron las formas y las ideas sobre la falsilla rigurosa y dentro de los férreos moldes de los modelos grecolatinos, durante el barroco, por el contrario, todo fue buscado, hallado, logrado y prestigiado en lo impreciso, en lo desorbitado, en lo tumultuoso. Lo que el Barroco exalta en la individualidad es el ingenio. El hombre barroco tiene la obligación de evolucionar hacia el furor ingenii, del que no existe precedente en la Europa contemporánea. El ingenio lleva a ese hombre a la egolatría y al egocentrismo; y este y aquella dan origen a la polémica, a la intriga, al panfleto. Aparecer genial o sencillamente original era una avidez conceptista exclusivamente española. Pero aún resulta más maravilloso el sentimiento barroco que tiende a humanizar lo sobrenatural. Para este sentimiento, ni el más alto grado de lo sagrado tiene categoría irracional. El hombre barroco español no prescinde de complicar con la Humanidad lo más respetable de la religión. El español barroco renunció a expresarse ligeramente y con claridad; amó el zigzag, la desviación, la pomposa sobreabundancia, la extravagancia. Y se decidió por el simbolismo.” (F. C. Sainz de Robles)
Así desde el punto de vista estético, sobresalen la búsqueda de la novedad y de la sorpresa; el gusto por la dificultad, vinculada con la idea de que, si nada es estable, todo debe ser descifrado; la tendencia al artificio y al ingenio; la noción de que en lo inacabado reside el supremo ideal de una obra artística.
Si el Renacimiento fue más o menos importado, el Barroco es en el fondo la aguda manifestación de ciertas tendencias típicas del espíritu español; por eso se le suele llamar al siglo XVII el Período Nacional.
El Barroco español pone una bomba bajo la serenidad armónica del Renacimiento, época que para el Barroco es demasiado preceptiva. El Barroco será puro nervio, pura excitación. Hizo claras alusiones y alardes de la impotencia y límites de la creación artística. La audacia, la rebeldía contra la normatividad es su rasgo artístico característico.
El Barroco confía más en el hombre “a capricho” (“hombre ingenioso”) que en la tradición paradigmática. Se discute sobre el libre albedrío y sobre el problema de la libertad del hombre. Es un movimiento que careció de sistema y medida. Es el arte de la Contrarreforma. En arquitectura nace el Barroco en Roma con Bernini (1590): imaginación sin freno en arte, que se extiende a la literatura en la búsqueda de lo “ingenioso” y rebuscadamente llamativo (culteranismo y conceptismo).
«En la mitad del siglo XVI da sus frutas mejor madurecidas el Renacimiento. Ya sabéis lo que es el Renacimiento: la alegría de vivir, una jornada de plenitud. Se aparece a los hombres el mundo de nuevo como un paraíso. Hay una perfecta coincidencia entre las aspiraciones y las realidades. Notad que la amargura nace siempre de la desproporción entre lo que anhelamos y lo que conseguimos.
Chi non può quel che vuol, quel che può voglia.
El que no puede lo que quiere, quiera lo que puede,
decía Leonardo de Vinci. Los hombres del Renacimiento querían sólo lo que podían, y podían todo lo que querían. Si alguna vez la desazón y el descontento asoman en sus obras, lo hacen con tal bello rostro, que en nada se parecen a eso que llamamos tristeza, a esa cosa entre manca y tullida que hoy se arrastra gemebunda por nuestros pechos. A ese grato estado de espíritu del Renacimiento sólo podía corresponder serenas y mensuradas producciones, hechas con ritmo y con equilibrio; en suma: lo que se decía la maniera gentile.
Pero hacia 1580 comienzan a sentir las entrañas europeas una inquietud, una insatisfacción, una duda de si es la vida tan perfecta y cumplida como la edad anterior creía. Empiézase a notar que es mejor la existencia que deseamos que la existencia que tenemos. Son más anchas y más altas nuestras aspiraciones que nuestros logros. Nuestros anhelos son energías prisioneras en la prisión de la materia, y gastamos la mayor parte de ellas en resistir el gravamen que ésta nos impone.
¿Queréis una expresión simbólica de este nuevo estado de espíritu? Frente al verso de Leonardo recordad estos otros de Miguel Ángel, que es el hombre del instante: La mia allegrez’ e la maninconía.
O Dio, o Dio, o Dio,
Ch’’ m’ a tolto a me stesso,
Ch’ a me fusse più presso
O più di me potessi, che poss’ io?
O Dio, o Dio, o Dio.
¿Quién me ha arrebatado a mí mismo, quién que sobre mí pudiese más que yo puedo?
No podían las formas quietas y lindas del arte renacentista servir de vocabulario donde expresaran sus emociones de héroes prisioneros, de encadenados Prometeos, los hombres que así aúllan a la vida. Y, en efecto, justamente en estos años se inicia una modificación en las normas del estilo clásico. Y la primera es estas modificaciones consiste en superar las formas gentiles del Renacimiento por la mera ampliación de su tamaño. Miguel Ángel opone en arquitectura lo superlativo, lo enorme, va a triunfar en el arte. De Apolo se dirige la sensibilidad a Hércules. Lo bello es lo hercúleo. [...]
Yo sólo quería indicar que, cuando se alza sobre el horizonte moral europeo la constelación de Hércules, celebraba España su mediodía, gobernaba el mundo y en un seno del patrio Guadarrama el Rey Felipe erigía, según la maniera grande, este monumento a su ideal. [...]
Esta arquitectura es toda querer, ansia, ímpetu. Mejor que en parte alguna aprendemos aquí cuál es la sustancia española, cuál es el manantial subterráneo de donde ha salido borboteando la historia del pueblo más anormal de Europa. Carlos V, Felipe II han oído a su pueblo en confesión, y éste les ha dicho en un delirio de franqueza: «Nosotros no entendemos claramente esas preocupaciones a cuyo servicio y fomento se dedican otras razas; no queremos ser sabios, ni ser íntimamente religiosos; no queremos ser justos, y menos que nada nos pide el corazón prudencia. Sólo queremos ser grandes». Un amigo mío que visitó en Weimar a la hermana de Nietzsche, preguntó a ésta qué opinión tuvo el genial pensador sobre los españoles. La señora Förster-Nietzsche, que habla español, por haber residido en Paraguay, recordaba que un día Nietzsche dijo: «¡Los españoles! ¡He aquí hombres que han querido ser demasiado!»
Hemos querido imponer, no un ideal de virtud o de verdad, sino nuestro propio querer. Jamás la grandeza ambicionada se nos ha determinado en forma particular, como nuestro Don Juan, que amaba el amor y no logró amar a ninguna mujer, hemos querido el querer sin querer jamás ninguna cosa. Somos en la historia un estallido de voluntad ciega, difusa, brutal. La mole adusta de San Lorenzo [del Escorial] expresa acaso nuestra penuria de ideas, pero, a la vez, nuestra exuberancia de ímpetus. Parodiando la obra del doctor Palacios Rubios, podríamos definirlo como un tratado del esfuerzo puro.» (Ortega y Gasset, José: “Meditación del Escorial.” (1915). En: Obras completas. Madrid: Revista de Occidente, t. II, pp. 555-557)
El siglo XVII da la sensación de ser algo totalmente diferente del anterior siglo XVI. Pero es difícil delimitar sus orillas. Situar a Cervantes dentro del Barroco puede ser tan difícil como situarlo dentro del Renacimiento. Cervantes sintetiza en sí los dos períodos, aunque unos autores los sitúan en el Renacimiento y otros en el Barroco. En realidad, está a caballo de ambos siglos.
El Barroco español supone la plena nacionalización de los temas del Renacimiento. Pero ya la época de Felipe II hizo una fusión nacional de Renacimiento y medievalismo, de italianismo y poesía popular, de paganismo y religiosidad. La diferencia entre Renacimiento y Barroco se ve en el estilo: sobriedad, equilibrio y mesura en el Renacimiento contra exuberancia y proliferación barrocas. El Barroco es un arte acumulativo que intenta impresionar los sentidos y la imaginación con estímulos poderosos: manifestaciones retorcidas del entendimiento, imágenes brillantes, ideas ingeniosas, audacias estilísticas (cultismo y conceptismo barrocos). En el nivel de los sentimientos, el Barroco busca excitar el terror o la compasión, provocar admiración o sorpresa, sirviéndose para ello de los medios más pintorescos, más grotescos o monstruosos: tendencia a la exageración, cultivo del contraste, etc.
En arte, el Barroco muestra las siguientes características:
sustitución de lo lineal por lo pintoresco: la línea por el adorno;
el objeto queda delimitado no por la línea ni por el dibujo, sino por la masa y el color;
transición de la superficie a la profundidad: superación de la perspectiva lineal;
transición de la forma cerrada a la forma abierta: complicadas volutas;
transición de la claridad a la oscuridad: el adorno difumina los contornos.
En literatura tenemos un motivo general en el Barroco: la sentencia bíblica de “vanidad de vanidades y todo vanidad” [latín: “vanitas vanitatum et omnia vanitas” (Vulgata, Eclesiastés, 1, 2), griego: ματαιότης ματαιοτήτων, τα πάντα ματαιότης (Εκκλησιαστής Α, 2): la vida es un sueño, una vaga ilusión, sólo queda el desengaño como postura vital. Este desengaño y el motivo de la vanidad de las cosas y la transitoriedad de la vida, está presente también en el siglo anterior, pero tiene un sentido religioso: recalca la contingencia de las criaturas y la eternidad de Dios. Lo que sucede es que el tema en el siglo del Barroco se seculariza, salta de las páginas de los ascetas y místicos a los escenarios del teatro y a los lienzos de los pintores.
El pesimismo barroco, sin embargo, tiene algo de retórico: por ejemplo, en pintura, el Barroco se complace en pintas Magdalenas penitentes, pero se las encarnaba en espléndidas mujeres semidesnudas. El Barroco convierte en espectáculo deleitoso el pesimismo, que en el siglo anterior era tema de grave meditación religiosa. Lo peculiar del Barroco es más bien la denuncia de la hipocresía y la falsificación que corrompía la vida del país. Esa fue la tarea de Cervantes y de Quevedo, así como de la literatura picaresca. La sátira no producía una ideología, sino que era consecuencia del escepticismo general. EL problema estético del escritor barroco es la necesidad de novedad frente a una literatura renacentista que repite siempre los mismos tópicos y cánones estéticos. Así el escritor barroco tenía que “atraer la atención del lector de principios del XVII, hastiado de la repetición de los mismos tópicos” (Cioranescu).
Trasfondo socio-político del Barroco español
Se mantiene el espíritu de la Contrarreforma. Pugna del idealismo y el realismo al contrastar la realidad de la decadencia política del país con las grandezas del pasado.
Melancolía y pesimismo satírico ante la contemplación de la decadencia política y moral, de la carencia de un poder fuerte y sano que corrija las arbitrariedades e inmoralidades de los privados y consejeros del monarca.
El siglo XVII marca ya el comienzo de la decadencia política, económica y social del gran Imperio español. Solamente en las artes y en las letras es el siglo XVII el un Siglo de Oro, el siglo de mayor esplendor cultural en España. El gran Imperio español, levantado por los llamados “reyes fuertes” (Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II) es dilapidado por los tres “reyes débiles” del siglo XVII:
Siglo XVI
Renacimiento
“Reyes fuertes”
Reyes Católicos (1479-1516)
Carlos V (1516-1556)
Felipe II (1556-1598)
Siglo XVII
Barroco
“Reyes débiles”
Felipe III (1598-1621)
Felipe IV (1621-1665)
Carlos II (1665-1700) (último Austria)
El oro de las Indias fue mal gastado y la administrado por Felipe II. Las guerras con Francia e Inglaterra no produjeron una clase pobre. El vacío dejado por las dos castas expulsadas (judíos y moros) no pudo ser cubierto por los españoles, que como “cristianos viejos” despreciaban las actividades comerciantes y científicas propias de los judíos y de los árabes. España se fue cayendo poco a poco bajo la influencia política de Francia e Inglaterra. Al final del siglo, con la subida de Francia a primera potencia europea (Rey Sol) y la subida al trono de España de la dinastía de los Borbones (al morir Carlos II sin sucesión), se consuma la tradición barroca española en su decadencia y final.
La mayor debilidad de la estructura social de la España del siglo XVII fue la falta de una clase social burguesa fuerte. En la categoría social se desplazan los comerciantes y productores en la escala social hacia abajo. El oficio de comerciante y productor era considerado “impuro” desde la Reconquista. El mito de la “pureza de sangre” (pureza de las creencias) continuó actuando a nivel social. La nobleza feudal no es permeable, está encasillada. Los hidalgos perdieron tras la Reconquista importancia económica y militar. El hidalgo (hi d’algo) era el ‘hombre de dinero’, la ‘persona acomodada’ por oposición al villano o labriego personas que por linaje pertenecían al estamento inferior de la nobleza.
Los campesinos disfrutaban de gran prestigio social, por representar la mayoría de los “cristianos viejos” o “cristianos puros”, limpios de sangre. Al contrario que en Francia, donde los campesinos estaban situados en la última capa de la escala social. Al contrario que en Francia, la vida económica en España estaba sostenida por una clase media muy pequeña.
Pirámide social
España
Francia
Nobleza feudal
Nobleza
Hidalgos
Clero
Funcionarios públicos – Letrados
Burguesía / Clase media: comerciantes
Campesinos
Campesinos
Comerciantes
Proletariado
Proletariado y mendigos
La expulsión de los moriscos y los judíos después de la Reconquista introdujo un factor negativo en el orden económico tanto como en el demográfico; que se vio agravado por los efectos de la peste y las hambrunas.
Desde 1609, año en el que se decretó su destierro, hasta 1614, cuando se consideró finalizado el proceso, salieron de los territorios peninsulares de la Monarquía Hispánica cerca de 275.000 moriscos. Poco a poco, el Imperio Español se fue convirtiendo en una potencia de segundo orden; frente al surgimiento de Inglaterra y Francia, que desarrollan sus economías reales y terminan quedándose también con los metales preciosos.
La decadencia militar y política del Imperio Español se inició con la derrota de la Armada Invencible (1588), y continuó con la sufrida por su infantería en la batalla de Rocroi, en Francia, el 19 de mayo de 1643, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en la Paz de Westfalia de 1648 y en el Tratado de los Pirineos de 1659; y se prolongó al ingresar el Siglo XVIII, con la Guerra de Sucesión.
En 1600 comentaba el economista Martín González de Cellorigo (en su obra Memorial de la política necesaria y útil restauración de España y estados de ella, y desempeño universal de estos reinos) la situación del Imperio en el que “no se ponía el sol” (Carlos V): “los españoles han querido reducir estos reinos a una república de hombres encantados que vivan fuera del orden natural”. señalaba este economista cómo la inflación generada por la llegada de la plata de América era la causa de la pobreza del reino, pues el dinero en circulación debía ajustarse a la cantidad de transacciones que se producían. Por ello, como la riqueza sólo crece “por la natural y artificial industria”, condenaba la búsqueda del lucro mediante operaciones especulativas y privilegios administrativos, que generaban el abandono de los oficios y actividades productivas.
Muerto Felipe II (1556-1598), desvanecidas las mínimas sospechas de disidencias religiosas, expulsados los últimos moriscos en 1609, la sociedad hispana se queda inmóvil en las quietas aguas de su homogeneidad espiritual. Las guerras se llevan a cabo ahora fuera de las fronteras españolas, mientras que dentro de casa reina la paz de la creencia imperturbable de estar en posesión de la única “religión verdadera”. Como dice Américo Castro: “Cada uno tenía la certeza de pertenecer a una sociedad de castizos cristianos viejos, de señores e hidalgos. No más banqueros o intelectuales de estirpe judaica. El gigantesco personaje de la sociedad eclesiástico-señorial-campesina estaba omnipresente como nunca antes”.
En 1598, sube al trono Felipe III, hijo de Felipe II. Hacen su aparición las primeras monedas de cobre en la historia de España. En 1627, el Estado tiene que declarar otra suspensión de pagos y se devalúa la moneda de vellón en un 50% (era una moneda de cobre que se usó en lugar de la fabricada con liga de plata). A partir de 1630, va disminuyendo la llegada de la plata de las Indias.
El sistema de los validos o favoritos de la Corte se eleva a categoría constitucional. Valido es el nombre que se da en historiografía a quien, desde el siglo XVII, desempeñaba el principal papel como consejero regio, en tanto que favorito, de los monarcas españoles de la Casa de Habsburgo. El valido concentraba buena parte de las decisiones gubernamentales mediante su dominio de la corte, al que había llegado desde el ejercicio de la privanza real, es decir, desde la mayor cercanía a la persona del rey. La influencia decisoria del valido estaba basada en el favor regio.
El régimen político de la Monarquía Hispánica quedó así desvirtuado, dado que el complejo sistema de clientelas del valimiento se superpuso en buena medida al sistema de consejos de que se había dotado aquélla casi desde sus inicios. Los validos del rey Felipe III fueron Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, y su hijo, Cristóbal Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Uceda; en tanto que bajo la monarquía del sucesor de aquél, Felipe IV, Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares, y el sobrino de éste, Luis Menéndez de Haro, marqués de Carpio, serían quienes ejercieran esa privanza. En los años de reinado del último monarca español de la Casa de Habsburgo, Carlos II, la institución de la privanza no dejó de existir, pero los favoritos de dicho soberano carecieron del verdadero poder ejercido por sus antecesores, y, de hecho, no suelen ser considerados validos. Prototipo de valido será el conde-duque de Olivares, que dirigió la política de la Monarquía Hispánica durante veinte de los años del reinado de Felipe IV, concretamente desde 1623 hasta 1643.
Las fuerzas sociales continúan en el siglo XVII como en tiempos de Felipe II: exceso de nobles, hidalgos y religiosos (más de 100.000). La miseria cunde por toda la península. Según una copla popular, “al rico llaman honrado porque tiene que comer” y no necesita robar. La escasa industria castellana sufre un colapso definitivo.
En 1609 tiene lugar la expulsión de los moriscos, contra lo que aconsejaba un buen gobierno económico material, al que se prefirió la “economía a lo divino”. El mito de la España limpia y purificada de contaminaciones moriscas y judías sigue vigente, dominando el panorama y la ideología de la época. Lope de Vega (1562-1635), poeta, novelista y dramaturgo español, conocido como el Fénix de los ingenios, presenta en una de sus obras de teatro a San Isidro Labrador (patrono de la ciudad de Madrid) como “un labrador de Madrid del linaje de los godos”.
Correlato de tal mitomanía era el desprecio ideológico por las actividades comerciantes e industriales o científicas de la clase judía-morisca anterior, posteriormente de la clase burguesa. Fruto de esta mitomanía era también el antiintelectualismo: tener “agudeza e ingenio” era sinónimo de ser judío. El que sabe nunca está seguro de poseer la verdad definitiva; sólo el que “está en la creencia” está seguro de “estar en la verdad”. Parafraseando una frase de Isaac Asimov: “mi ignorancia es mejor que tus conocimientos”. Aún podemos leer en Tirso de Molina (1583-1648): “que suele la cristiandad alcanzar más que la ciencia”.
La Inquisición sigue presidiendo todo este proceso y velando por la “pureza” de la fe. Lope de Vega alaba en una de sus comedias la creación de la Santa Inquisición “porque como el Santo Oficio no habéis hecho beneficio a España”. La Inquisición medieval fue fundada en 1184 en la zona de Languedoc (sur de Francia) para combatir la herejía de los cátaros o albigenses. En 1249 se implantó también en el reino de Aragón y fue la primera Inquisición estatal. En la Edad Moderna, con la unión de Aragón con Castilla, fue extendida a ésta con el nombre de Inquisición española (1478-1821) y estuvo bajo control directo de la monarquía hispánica, cuyo ámbito de acción se extendió después a América.
El conde-duque de Olivares (1623-1643), desde el principio de su actuación como gobernante, contó con un programa político reformista en el cual planteaba al Rey un reparto proporcional del coste de la defensa de la Monarquía Hispánica entre todos los reinos (la denominada Unión de Armas), así como una profunda reforma de la Hacienda castellana y de la estructura institucional del gobierno, medidas todas inspiradas en la mejor literatura arbitrista. En 1641, Olivares intentó contra viento y marea abrir los ojos a la clase dominante del país y convencerla de que había que traer judíos a España para que se hicieran cargo de las actividades económicas. Olivares fracasó estrepitosamente en su empeño y dos años más tarde perderá el favor del rey.
En 1640, Portugal recupera su independencia, que había perdido en 1580, año en que muere el rey-cardenal Sebastián Enrique I el Casto (1578-1580) antes de que el Consejo de Regencia hubiera escogido a su sucesor. Con él termina la dinastía de Avís. La crisis sucesoria fue aprovechada por Felipe II de España, que en 1580 envió al duque de Alba para que reclamara Portugal mediante la fuerza. Lisboa cayó con rapidez y Felipe fue elegido rey de Portugal con el nombre de Felipe I de Portugal, con la condición de que el reino y sus territorios de ultramar no se convertirían en provincias españolas.
Bajo Felipe I, Portugal disfrutó de una autonomía considerable, pero sus sucesores, Felipe II (Felipe III de España) y Felipe III (Felipe IV de España), trataron a Portugal como una provincia española más, lo que provocó un gran descontento. Después de las fallidas revueltas de 1634 y de 1637, los conspiradores portugueses consiguieron, con el apoyo de Francia, la independencia de su reino en 1640, aprovechando la revuelta catalana y la debilidad de la monarquía hispánica, que no reconoció la independencia hasta 1668.
La revuelta catalana, Revuelta de los catalanes o Guerra de los Segadores contra la monarquía hispánica (1640-1659) afectó a gran parte de Cataluña entres los años 1640 y 1652. El resultado fue la firma de la Paz de los Pirineos, tratado firmado en 1659 por el que finalizó la guerra declarada entre la Corona española y la francesa en 1635, en el contexto de la guerra de los Treinta Años (1618-1648) y la rebelión de Cataluña de 1640 o guerra dels Segadors. Dibujó una nueva frontera franco-española en el Pirineo oriental pasando el condado del Rosellón y la mitad del de la Cerdaña, hasta aquel momento partes integrantes del principado de Cataluña, uno de los territorios de la monarquía hispánica, a soberanía francesa. La guerra comienza a raíz del malestar que generaba en la sociedad catalana la presencia de tropas, fundamentalmente castellanas, durante las guerras entre Francia y España, enmarcadas dentro de la Guerra de los Treinta Años (1618–1648). Los hechos del Corpus de Sangre de 1640, desencadenados por el amotinamiento de un grupo de unos 400 o 500 segadores que entraron en Barcelona y que conducirían a la muerte del conde de Santa Coloma, virrey de Cataluña, marcan el inicio del conflicto.
El comercio con América estaba en crisis, llegando a una gran caída en 1631 y 1641. Los ingresos de la Corona de los que habían sido tradicionalmente su soporte: Castilla y América, estaban bajo mínimos, lo que llevó a buscarlos en las otras partes del reino. Ya desde algo antes de 1620, el Consejo de Finanzas, las Cortes castellanas y muchos economistas castellanos pedían un reparto más equitativo de la carga del imperio. Consideraban que Castilla contribuía en exceso a los gastos de defensa y pedían que el resto de reinos y provincias contribuyeran al menos a sufragar sus propios gastos de defensa.
El conde-duque de Olivares en 1621 incorpora las ideas de reparto y uniformidad fiscal en su idea de gobierno. Olivares propuso la Unión de Armas: la creación de un ejército de 140.000 reservas reclutados y mantenidos por las diferentes provincias, reinos y virreinatos de acuerdo con sus necesidades y posibilidades. Una serie de sucesos llevó a un mayor deterioro de la ya enrarecida relación entre Cataluña y la Corona, radicada en Madrid: En 1638, tropas francesas sitiaron Fuenterrabía (Guipúzcoa), lo que supuso una rápida respuesta desde Castilla, las provincias vascas, Aragón y Valencia, pero la Diputación catalana mantuvo Cataluña al margen alegando su derecho a no intervenir fuera de sus fronteras. En 1639 Olivares elige deliberadamente a Cataluña como frente para atacar a Francia e intentar que Cataluña contribuyese a los esfuerzos militares. Este esfuerzo militar estaba abocado al fracaso por la falta de apoyo, tanto desde Madrid como desde Barcelona, y Cataluña entera.
En 1647-1648, se sublevan Sicilia y Nápoles y España tiene que reconocer la independencia de Holanda. La Paz de los Pirineos de 1654 señala la supremacía europea de Francia. Los españoles siguen, sin embargo, considerando la guerra como cosa “divinal”: “serenos siempre queridos de Dios y los elegidos de su Iglesia, y triunfaremos de nuestros enemigos ... Las batallas en las que hoy está empeñada España son propiamente de Dios, porque son por la causa de religión ... Por ser las presentes batallas por causa de religión, se pueden esperar con toda certeza grandes y gloriosas batallas” (Fray Francisco Enríquez, 1638).
Carlos II (1665-1700), último de la dinastía Habsburgo, muere sin dejar sucesión. Al no dejar herederos, empieza la Guerra de Sucesión (1700-1714) con la intervención de todas las potencias europeas. Al final, triunfa Francia e impone a España a Felipe V (1700-1746), nieto del Rey Sol. Comienza a reinar en España la dinastía de los Borbones y se abre así el Siglo de las Luces. Se ha llegado al punto final de la decadencia del Imperio teocrático. Una copla popular resumía así la situación: “–¿En qué se parece España a sí misma? –¡En nada!”.
Las violentas contradicciones del sistema imperial son: sus mitos casticistas (limpieza de sangre), su irracionalismo, su alta cultura y su miseria, su poder militar y su decadencia tecnológica y organizativa, su riqueza de oro y plata traídas de América y su deuda permanente con los banqueros europeos. “Nuestras Indias están en España”, dirá un ministro francés.
Resumen del siglo XVII – Época Nacional - Barroco
Felipe III (1598-1621)
La época imperial comienza a decaer. El imperio está más bien gobernado por “privados”, los llamados “validos”. El duque de Lerma, el duque de Uceda. España tiene seis millones de habitantes. Felipe III expulsa medio millón de moriscos (1609) por consejo del duque de Lerma, para proporcionar al reino la unidad religiosa y política. Los moriscos eran en su mayoría campesinos, lo que tuvo resultados catastróficos para la agricultura del país.
Felipe IV (1621-1665)
Felipe IV fue un rey tan indeciso como su antecesor. Continúan mandando los ministros y los “validos” o “privados”. Un privado muy poderoso fue el famoso conde-duque de Olivares (1623-1643), retratado por Velásquez (Mueso del Prado). Felipe IV es el rey del teatro, de las mujeres, de la caza y la pintura. Guerra de los Treinta Años (1618-1648), independencia de Portugal (1640), levantamiento de Cataluña contra la monarquía hispánica (1640-1659), revueltas de Nápoles y Sicilia (16471648), Paz de Westfalia (1648) con los tratados firmados entre los contendientes de la Guerra de los Treinta Años: Políticamente se consumó la pérdida de contenidos del título de emperador, el Imperio se atomizó en más de 350 estados independientes, perfilándose un norte reformado y un sur católico.
Carlos II (1665-1700)
Llevó continuas guerras muy costosas contra Francia. Al morir sin sucesión y tras una Guerra de Sucesión (1700-1714), Francia, Inglaterra y Holanda evitan el desequilibrio de poderes en Europa nombrando al nieto de Luis XIV rey de España bajo el nombre de Felipe V (conde Anjou), primer monarca de la Casa de Borbón, que sustituye a la Casa de Habsburgo en el reinado sobre los territorios españoles gracias al testamento definitivo del último rey de ésta, Carlos II.
Visión del mundo barroco
Si el Renacimiento en España fue más o menos importado, el Barroco es en el fondo la manifestación de ciertas tendencias típicas del espíritu español. Por eso se le llama al Barroco español el “Período Nacional”.
Si el Renacimiento exalta el mundo, el hombre, la naturaleza y lo clásico, el Barroco desvaloriza la vida presente y la naturaleza humana. Varias son las causas del desequilibrio del siglo barroco en España.
Pesimismo e indiferencia
El siglo XVII representa la pérdida de la hegemonía política, la descomposición del Imperio en el que no se ponía el sol. Una miseria enorme reina en España, tal como la refleja la literatura picaresca. Al final del siglo, España será el “esqueleto de un gigante”. Comienza luego la hegemonía de la Francia del Rey Sol. En 1700 comienza a reinar en España la dinastía de los Borbones.
Ante la terrible realidad de la decadencia y de la miseria de una nación que cree aún ser imperio mundial, la mentalidad nacional reacciona de dos maneras extremas: alegre inconsciencia y desolado pesimismo, dos extremos representados por Lope de Vega, por un lado, y por Quevedo, por otro.
La alegre inconsciencia se despreocupa de la gravedad del momento, la Corte ostenta un fastuoso lujo, en la sociedad reina la frivolidad y en la literatura Lope de Vega (1562-1635) será el representante del nacionalismo optimista que quiere solucionar las contradicciones sociales en una especie de armonía (Fuenteovejuna), cultiva un teatro nacional popular de agrado del pueblo.
Por otro lado, Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) cultiva un desolado pesimismo, una sensación de fracaso y un amargo desaliento. Quevedo critica la “época gloriosa” y desmonta con su crítica y sátira todo el engaño ideológico.
Entre estos dos extremos tenemos las grandes figuras del barroco literario español:
Mateo Alemán (1547-1613) destacará el desengaño y el feroz rechazo de lo humano.
Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) parte del desengaño para llegar siempre al sentimiento de desengaño que lleva a Dios.
Luis de Góngora y Argote (1561-1627) intentará crear una lujosa belleza que se opone a la miseria social.
Baltasar Gracián (1601-1658) pragmático y oportunista resumirá la ideología barroca con su teoría del arte del ingenio, afirmando la igualdad entre el ser y el parecen: el arte del disimulo.
Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), como puente de transición entre el Renacimiento y el Barroco, desarrollará parte de la temática barroca, pero, irónicamente, con una sabiduría y un sentido de la dignidad humana que le separan claramente de los escritores barrocos más características. En Cervantes es ya patente la angustia que marca todo el período. Cervantes es el precursor del pesimismo y la desilusión, pero aún con cierto calor humano y sin crítica, con un tono humanista muy cercano al Lazarillo.
Quevedo y Gracián cierran el Barroco y el Siglo de Oro.
La literatura del Barroco se mueve entre el desequilibrio: angustiosas reflexiones y placenteros estímulos, bellas fantasías e implacables alusiones a la terrible realidad de la decadencia imperial.
A mediados del siglo XVII, la profunda conmoción religiosa europea mina la estabilidad religiosa del Renacimiento. Ya no queda nada de la alegre confianza en la bondad de la Naturaleza, característica del Renacimiento. La vida ya no es una fiesta en la que todos pueden participar sin aceptan sólo las leyes de la Naturaleza. La vida del Barroco se convierte en un grave y angustioso problema. El Barroco vuelve a plantear una serie de problemas filosóficos que el Renacimiento no había visto: concepto moral, la idea de libertad y predestinación, la realidad del mundo físico (Descartes), los límites del conocimiento empírico científico descubierto en el Renacimiento. Si Renacimiento = tranquila seguridad vital, Barroco = angustiosa incertidumbre.
El pensamiento en la época del Barroco
El pensamiento racionalista tuvo en el siglo XVII algunas de sus figuras más destacadas: René Descartes (1596-1650), filósofo, científico y matemático francés, considerado el fundador de la filosofía moderna; Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), también conocido como barón Gottfried Wilhelm von Leibniz. Filósofo, matemático y estadista alemán, considerado como uno de los mayores intelectuales del siglo XVII; Baruch Spinoza (1632-1677) –Hebreo: ברוך שפינוזה, Latín: Benedictus de Spinoza–, filósofo y teólogo holandés, considerado como el exponente más completo del panteísmo durante la edad moderna.
Todos estos pensadores relegaron la posibilidad de un saber revelado y defendieron que la razón es la principal fuente de conocimiento humano. De este modo sentaron las bases del racionalismo. Quienes más influyeron en el pensamiento posterior fueron el físico y astrónomo italiano Galileo Galilei (1564-1642) y el matemático francés René Descartes (1596-1650).
Galileo Galilei fue uno de los fundadores del método experimental. A partir de sus observaciones, enunció las leyes de caída de los cuerpos y refrendó la teoría heliocéntrica de Copérnico. Debido a sus conclusiones, Galileo fue sometido a un humillante proceso inquisitorial, en el que se le obligó a abjurar de sus argumentos sobre el desplazamiento de la Tierra alrededor del Sol.
René Descartes fundamentó el racionalismo filosófico y científico. Partiendo de la crítica de los sentidos como forma de conocimiento ha de fundamentarse en la intuición de principios incuestionables; desde ese momento, la razón elabora construcciones cada vez más abstractas, siguiendo un método deductivo.
En España, la influencia del racionalismo apenas se dejó sentir. En su lugar, se registra una actitud de escepticismo hacia la naturaleza humana, escepticismo que conduce a una visión pesimista del mundo radicalmente opuesta al optimismo renacentista. Un buen ejemplo de esta actitud lo encontramos en Baltasar Gracián (1601-1658), para quien las únicas armas de que se dispone para combatir el estado de crisis y ruina de la sociedad son el individualismo y la desconfianza hacia los demás.
El desengaño y el desenfreno placentero
La Contrarreforma propaga la idea del pecado original. La ilusión humanística de la bondad natural del hombre deja paso a un radical pesimismo y desengaño. La Naturaleza es mala, el mundo es un conjunto de falsas apariencias. Contra el optimismo del Renacimiento, se opone ahora una honda melancolía. El Barroco pone expresamente de relieve la inevitable caducidad de todo lo terreno. La vida es comparada a un sueño (Calderón: La vida es sueño) o a una breve representación teatral (Calderón: El gran teatro del mundo). La doctrina del desengaño es el núcleo moral del siglo XVII.
La presencia del Rey Prudente (Felipe II), en el siglo XVI, suponía un freno para la moral pública. El rey vestido de negro era la imagen de la época. Ahora, muerto Felipe II, la moral desciende de repente de nivel, España se precipita en el más bajo materialismo.
La desilusión, el desengaño y el pesimismo provocan, por otro lado, la búsqueda desenfrenada de los placeres sensoriales. La fama tan buscada en el Renacimiento, ya no mueve los ánimos. El amor platónico deja paso al placentero amor sensual. El ideal patriótico caballeresco queda reducido a un altivo y estéril orgullo nacional que la realidad nacional no justifica. Las guerras producen una caterva de vagos, mendigos y delincuentes (150.000 mendigos en una población de 6 millones de habitantes). Aquí encontrará la picaresca sus motivos literarios.
El abismo entre el SER y el PARECER, así como la obsesión por el engaño y el desengaño en la teoría del DISIMULO son la clave ideológica del Barroco español.
La vitalidad de la época es, sin embargo, impresionante en ciertas capas sociales: abundan el lujo tanto religioso como civil; la vestimenta masculina aristocrática pierde sobriedad; las mujeres de alta clase social hablan de literatura y arte; las formas expresivas cultas rechazan lo natural en favor del “arte”, que se confunde con el artificio, con el “ingenio”, con las formas culteranas y conceptistas. Frente a esto, el vagabundaje, con su miseria y picardía, el teatro ambulante, la prostitución se extienden por toda la Península.
Las obras literarias son muy contradictorias: tienen fuerza, rigor y enorme riqueza expresiva; pero también están llenas de dogmatismo, si exceptuamos a Cervantes. Intentan solucionar los problemas mediante la vía del desengaño y desilusión, rechazando todo intento de cambio o de adaptación a una ideología que ya no es la feudal medieval, sino la moderna europea.
Resumen de los rasgos del Barroco español
Búsqueda de lo nuevo y extraordinario para excitar la sensibilidad y la inteligencia y provocar la admiración.
El subjetivismo individual y el capricho personal en lugar de las normas clásicas.
Tendencia a la exageración, a superar todo límite.
Concepción dinámica de la vida y el arte, retorcimiento de estilo.
Violento contraste en los elementos: todo está subordinado a un motivo central.
Artificiosidad complicada, arte de minorías, superabundancia de adornos.
Visión unilateral de la realidad: desequilibrio, deformación expresionista e idealización desorbitada.
El estilo y el arte del Barroco
En el siglo XVI, Felipe II intenta evitar la escisión de Europa en dos bandos. El Escorial es la imagen plástica de la España disciplinada, imbuida de los ideales contrarreformistas. El siglo XVII ofrecerá una imagen contraria: a la disciplinada figura de Felipe II sigue un ambiente de desasosiego nacional. Las angustias del momento provocan una tensión que el Barroco intenta resolver en el arte con la huida en una actitud extremosa y un gesto desorbitado.
El sentido de la mesura, propio del Renacimiento, se pierde. Los típicos contrastes propios de la vida española, adquieren en el Barroco una terrible violencia. El tradicional dualismo español realismo <> idealismo se acentúa. Lo nuevo, lo exagerado, lo original, lo sorprendente, la rebuscada artificiosidad, lo “ingenioso” (en contraste con lo genial), etc. son los rasgos estilísticos del Barroco. Era el Renacimiento armonía, elegante naturalidad, estaticismo, el Barroco es todo movilidad, rebuscada artificiosidad, contraste dinámico: búsqueda de lo ingenioso e inhabitual, de lo que sobrepase los límites de lo normal por exceso o por defecto (la monumental ruina del Imperio o lo ínfimo como el bostezo de una dama).
El Barroco intenta excitar la sensibilidad con violentos estímulos sensoriales. Es el arte de la sorpresa: lo maravilloso, grotesco, colosal, monstruoso, etc. Es un arte expresivo que busca lo nuevo, lo original, lo sorprendente. El Renacimiento era la medida, el canon clásico, la preceptiva clásica. El Barroco será puro nervio, pura excitación. Hace alusiones a la impotencia y a los límites de la creación artística, mostrando una audacia y rebeldía contra la normatividad renacentista. Confía más en el hombre “a capricho” que en la tradición paradigmática. Carece de sistema y medida. Es la búsqueda de lo “ingenioso” (Quevedo) y lo rebuscadamente llamativo.
El barroco literario español no corresponde exactamente al siglo XVII. Tal vez serían para él más exactos estos límites: 1580-1680. Entre 1580 y 1630 aún se lucha con los últimos forcejeos renacentistas. Y entre 1680 y 1730 aún se desvive el Barroco, ahogado por el frío del neoclasicismo.
Etapas del estilo barroco
Cervantes
El estilo es aún el estilo natural renacentista, pero ya comienza el Barroco en cierta temática del desengaño, aunque el tratamiento del tema es aún humano y sin sátira amarga.
Lope de Vega
Góngora
Quevedo
Primer tercio del siglo XVII, paso al Barroco. Momento cumbre de lucha entre CULTERANOS y CONCEPTISTAS. Ambas corrientes estilísticas presentan un rasgo común: afectada artificiosidad y abandono de la naturalidad renacentista, norma suprema hasta entonces.
Calderón
Gracián
A mediados del siglo XVII, el Barroco se impone definitivamente. Lo que hasta ahora era arte de minorías, alcanza en el teatro de Calderón su máxima popularidad. Gracián codifica el estilo barroco en su obra “Agudeza y arte del ingenio”. Calderón estructura y sistematiza racionalmente lo que al principio era solo un desordenado ímpetu.
Tras la muerte
de Calderón
Decadencia del estilo barroco tras la muerte de Calderón en 1681. El conceptismo degenera en extravagancia y el culteranismo repite tópicos. Ambos degeneran en vulgaridad y farragosa pedantería. Hasta que ya entrado el siglo XVIII, los Borbones instauran en España el Neoclasicismo.
Las dos formas extremas de la literatura barroca:
Culteranismo (Luis de Góngora y Argote)
Cultismo, gongorismo: juego de palabras, fantasías, sonidos y formas. El culteranismo busca crear un mundo de belleza absoluta con valores sensoriales. Gran proliferación de metáforas, neologismos, hipérbaton, alusiones mitológicas. Es el estilo del Renacimiento sometido a la exageración barroca. Geográficamente se sitúa en el Mediodía de España.
Conceptismo (Francisco de Quevedo y Baltasar Gracián)
Juego de pensamientos y asociaciones como prueba de agudeza, frecuente en la sátira: antítesis, paradojas, laconismos, el doble sentido, asociaciones ingeniosas de ideas o palabras (“conceptos”).
Si al culteranismo interesa la belleza de la imagen y la expresión refinada, al conceptismo le interesa más la “sutileza del pensar” y la agudeza del decir. El culteranismo se expresa en la poesía, mientras que el conceptismo en la prosa. Si el culteranismo fue de minorías, es el conceptismo un rasgo típico del español, de espíritu sutil e ingenioso.
La disputa entre culteranos y conceptistas es una disputa entre parientes. Paralelos en estilos europeos del siglo XVII (¿influencia española?) son el manierismo europeo, el preciosismo francés (Scudéry), la segunda escuela silesiana alemana (Gryphius), los poetas metafísicos de Inglaterra.
Ejemplo de cultismo: “Vacío melancólico de este bostezo de la tierra” (= gruta). Ejemplo de conceptismo: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.
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