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José Marchena - Textos

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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José Marchena Ruiz de Cueto (1768-1821)

Abate Marchena

Textos

 

Sobre la traducción de la muerte de César

Epigrama
 

Ayer en una fonda disputaban   
 de la chusma que dramas escribía,
 cuál entre todos el peor sería;
 unos Moncín, Comella otros gritaban.   
 El más malo de todos, uno dijo,
 es Volter traducido por Urquijo.

 

Epigrama de la Inquisición

 

La horrible Inquisición, ese coloso

que del cieno nació de Flegetonte,

y mamó de Megera el ponzoñoso

jugo, y bebió el azufre de Aqueronte,

aún agita sus teas horroroso,

y entre ruinas descuella, cual el monte

de Olimpo en Grecia mísera desierta

su frente esconde entre las nubes yerta.

 

Apóstrofe a la libertad

 

¡Oh lauro inmarcesible, oh glorïoso

hado de nación libre, quien te alcanza,

llamarse con verdad puede dichoso!

Libertad, libertad; tú la esperanza

eres de cuanto espíritu brioso

el despotismo en sus mazmorras lanza.

Los pueblos que benéfica visitas,

a vida nueva al punto resucitas.

El pueblo de Minerva, el de Quirino,

si la historia pregona sus loores,

y si con esplendor lucen divino,

del tiempo y del olvido vencedores,

a la libertad deben su destino.

La libertad regó las bellas flores

que la sien de Fabricio y Decio ornaron,

y a Foción y a Arístides coronaron.

A Jefferson y a Washington inflamas

en tu sagrado amor, y otro hemisferio

consume luego entre voraces llamas

los monumentos de su cautiverio.

Tu santo ardor por la nación derramas,

y de las leyes fundas el imperio,

siempre absoluto, porque siempre justo,

que la igualdad social mantiene augusto.

 

A una dama que cenó con el autor
 

Dase Dios por manjar a su escogido  
 pueblo en la pascua cena misteriosa;
 Cristo es comida y mesa deliciosa  
 del hombre de amor tanto confundido.  
 
 Jesús asiste en gloria y prez ceñido 
 eternamente con su amada Esposa;
 ¡de amor omnipotente portentosa  
 hazaña! En tierra mora, al Cielo es ido.  
 
 Tú que por diosa adora el alma mía,
 bellísima Amarilis, a ti es dado 
 hacer tan gran milagro nuevamente.  
 
 Cristo se ha dado a sí en la Eucaristía:  
 ¡ay! tú date a mi pecho enamorado,
 y vivirás en él eternamente.  
 

El sueño engañoso

 

Al tiempo que los hombres y animales  
 en hondo sueño yacen sepultados,
 soñé ante mí los pueblos ver postrados  
 alzarme rey de todos los mortales.  
 
 Rendí el cetro a las plantas celestiales 
 de Alcinda, y mis suspiros inflamados  
 benignamente fueron escuchados;
 me envidiaron los dioses inmortales.  
 
 Huyó lejos el sueño, mas no huyeron  
 las memorias con él de mi ventura, 
 la triste imagen de mi bien fingido.  
 
 El mando y el poder desparecieron.  
 ¡Oh de un desventurado suerte dura!  
 Amor quedó, mas lo demás es ido.
 

A Meléndez Valdés

 

Desciende, del sagrado   
 monte, Calíope santa, y las loores   
 de Batilo me inspira; dí cuál fuera   
 de los brazos de Baco y los amores   
 por Temis arrancado;
 cuál la Diosa severa   
 blandir le enseña la amenazadora   
 espada del delito vengadora.   
 
 La espada que tajante   
 en tu mano, Batilo, al poderoso   
 opresor amenaza herida y muerte.   
 Ya pálido el malvado poderoso   
 vacilar su constante   
 potencia de tu fuerte   
 brazo impelida mira, y ya caído   
 asombro es del tirano aborrecido.   

 Temis torna a la tierra   
 y en Celtiberia pone su morada;
 por ti, justo Batilo, desde el cielo   
 a los mortales otra vez bajada;  
 la codicia, la guerra   
 sangrienta, ya del suelo   
 celtíbero huyen lejos, y vencidos   
 al cielo alzan los monstruos sus bramidos.   

 Otro tiempo el Tonante  
 sus rayos encendidos fulminaba   
 contra el tirano duro y ambicioso;
 su fuego abrasador aniquilaba   
 las puertas de diamante,   
 y el déspota orgulloso  
 mientras fiado en la lealtad dormía   
 de sus guardas, con ellos junto ardía.   

 Tal el desapiadado   
 Lycaón, y tal el suegro de Linceo   
 sufren pena y tormentos inmortales;
 que no borran del pálido Leteo   
 las aguas el pecado,   
 ni se acaban los males,   
 antes Alecto del azote armada   
 cruda castiga la nación malvada.  

 Mas ora el inocente   
 opaco bosque, y la floresta amena   
 de Júpiter airado los rigores   
 siente, y burla el perverso de la pena   
 debida a sus horrores,
 y el cielo le consiente;   
 Huyamos ¡ay! las tierras habitadas   
 de iniquidad y vicios infectadas. 
 

La primavera

 

¿Ves, hermosa, la fuente que bullendo   
 el céfiro menea blandamente?   
 Amor la agita: mira su corriente   
 hacia el amado arroyo huir riendo.   

 Mira volar la abeja susurrante  
 en torno de las violas olorosas,
 y su néctar le ofrecen amorosas,
 zagala; que es la flor también amante.   

 ¿No escuchas gorgear los ruiseñores,
 de aguda flecha el tierno pecho heridos,
 y en melodiosos trinos no aprendidos   
 explicar sus dulcísimos amores?   

 ¿No ves las palomillas amorosas   
 exhalar sus arrullos inflamados?   
 ¿Los pichones no ves enamorados   
 responder en querellas cariñosas?   

 Todo es amor; la alegre primavera,
 al universo nueva vida dando,   
 naturaleza yerta va inflamando,   
 que Enero con su escarcha entorpeciera.  

 Y tú, por más que lo rehúyas dura,
 has de rendir a Amor el cuello erguido,   
 que todo se avasalla ¡ay! a Cupido:   
 tal es la ley eterna de natura. 
 

El estío

 

Del álamo frondoso   
 las verdes hojas ya se han marchitado;
 el segador cansado   
 en mitad de la mies toma reposo.   
 Por aquí un arroyuelo bullicioso 
 con aguas cristalinas corrió antes,
 ora un aire inflamado   
 y de la seca arena el polvo ardiente   
 enciende al fatigado pasajero.   

 Un delicioso otero  
 del Tormes rodeado   
 con su sombra suave nos convida, 
 do el aromado ambiente   
 del céfiro empapado   
 en olores fragantes   
 de millares de flores   
 su blando soplo espira a los amantes.   
 Todo respira amores;
 las tiernas palomillas   
 con ardientes arrullos repetidos  
 muestran su amor; las tristes tortolillas   
 con profundos gemidos.   

 Allí, mi bella Emilia, viviremos   
 lejos del mundo, libres de cuidados; 
 las vacas por el día ordeñaremos;  
 ornaré yo tus sienes   
 de azucenas y rosas,   
 y en amantes delicias anegados   
 de la vida las sendas espinosas   
 sembraremos de bienes.  

 Emilia, bella Emilia, ¿qué tardamos?   
 Huye la vida, y vuela presurosa;
 antes que nos sepulte eterno sueño   
 ¡ay! ¿por qué los placeres no gustamos?   
 Olvidemos la ciencia fastidiosa,
 depongamos el ceño,   
 a Amor sacrifiquemos   
 y sus dulces deleites ¡ay! gocemos. 

 

La Revolución Francesa

 

Suena tu blanda lira,
 Aristo, de las Ninfas tan amada,   
 cuando a Filis suspira,   
 y en la grata armonía embelesada   
 la tropa de pastores
 escucha los suavísimos amores.   

 Mientras mi bronco acento   
 dice del despotismo derrocado   
 de su sublime asiento,
 y con fuertes cadenas aherrojado  
 el llanto doloroso   
 al pueblo de la Francia tan gustoso.   

 Cayeron quebrantados   
 de calabozos hórridos y escuros   
 cerrojos y candados;
 yacen por tierra los tremendos muros   
 terror del ciudadano,   
 horrible baluarte del tirano.   

 La libertad del cielo   
 desciende, y la virtud dura y severa;
 huye del francés suelo   
 el lujo seductor, la lisonjera   
 corrupción, el desorden;   
 reinan las leyes con la paz y el orden.   

 El fanatismo insano  
 agitando sus sierpes ponzoñosas   
 vencido clama en vano; 
 húndese en las regiones espantosas, 
 y con él es sumida  
 la intolerancia atroz aborrecida.  

 Dulce filosofía,
 tú los monstruos infames alanzaste; 
 tu clara luz fue guía   
 del divino Rousseau, y tú amaestraste   
 el ingenio eminente  
 por quien es libre la francesa gente.   

 Excita al grande ejemplo   
 tu esfuerzo, Hesperia: rompe los pesados   
 grillos, y que en el templo   
 de Libertad de hoy más muestren colgados  
 del pueblo la vileza, 
 y de los Reyes la brutal fiereza.

 

  Mortal, débil mortal, tal es tu suerte

 

Mortal, débil mortal, tal es tu suerte;
 los placeres más dulces nos fastidian;   
 Venus, la diosa Venus, que hermosea   
 la tierra que vivimos, y las flores   
 a manos llenas sobre el hombre esparce;  
 Venus, sagrada diosa, sus delicias   
 niega al mortal profano y corrompido,   
 que en un serrallo obscuro impenetrable   
 de eunucos y de esclavos rodeado   
 del dulce amor ignora los delirios.  
 ¡Cuántas veces, amigo, cuántas veces   
 de amor en los placeres anegado   
 en ardientes suspiros el sensible,
 el inflamado corazón se exhala   
 en brazos de mi Doris! ¡Cuántas veces  
 sus lágrimas mis besos enjugaron!   
 Y cuando Amor nos dio su dulce néctar...   
 nuestros sentidos todos embriagados   
 en deleites divinos, nuestra alma   
 gustó la dicha y el placer supremo. 
 

A Emilia

Epístola

 

Bella Emilia, perdón; yo te lo ruego   
 por tu belleza; ¡ah cielos! ¡mi osadía   
 cuánta disculpa tuvo! ¿Dó se halla   
 aquel que a tu hermosura indiferente   
 sin amarte te mira? ¿Quién tu dulce,
 tu suave elocuencia escuchar pudo   
 sin la emoción más viva? ¿Y yo cuitado, 
 yo solo ¡ay triste! sentiré tus iras?   
 ¿Te aplacas, bella Emilia? ¿Me perdonas?   
 A un eterno silencio me condeno;
 no más de amor hablarte; no fue dado   
 a mí, mortal, la dicha soberana.   
 
 Seamos amigos, adorable Emilia;
 si de amor no soy digno, podré al menos   
 serlo de la amistad: sencillo, franco,  
 jamás la vil lisonja, la mentira   
 infame mi conducta han afeado.   
 ¡Mi corazón sensible cuántas veces   
 en lágrimas se exhala en las desdichas   
 de mis amigos! ¡Las perfidias bajas, 
 las mentidas caricias, las lisonjas   
 envenenadas, la insultante mofa   
 de los que fingen serlo, cuánto acíbar   
 sobre mi triste vida han derramado!   
 Almas villanas, yo lo he merecido;
 ingratos, yo os he amado; esto es bastante.   
 ¡Ay! pasemos en blanco mis desdichas.   
 De mis falsos amigos las injurias   
 atroces, las envidias, los crueles   
 encarnizados odios olvidemos. 
 Seamos amigos, vuelvo a repetirlo, 
 de la santa amistad, y de las ciencias   
 al sagrario acogidos, los profanos   
 asestarán en balde sus saetas   
 contra nosotros. Ora, la balanza,
 y el compás de Neutón en nuestra mano   
 teniendo, aquel cometa seguiremos   
 en su alongada elipse. Ora a Saturno,
 y a Júpiter pesando las distancias   
 de Marte a nuestra tierra mediremos,
 o bien por el calor de nuestro globo   
 su edad sabremos. Ora calculando,
 el infinito mismo, que no es dado   
 al hombre conocer, numeraremos.   
 Otras veces, la historia recorriendo,
 teatro vasto de horrores y miserias,   
 la suerte lamentable de la débil   
 humanidad, del despotismo injusto,   
 de la superstición, del falso celo   
 siempre oprimida compadeceremos. 
 O bien hasta el Eterno nuestras almas   
 por grados elevando, nuestras manos   
 puras de iniquidad levantaremos   
 a la extensión inmensa, do el muy alto   
 habita todo en todo; en respetoso, 
 en profundo silencio el bello orden,   
 la perfección que reina en el gran todo   
 absortos admirando, y en tranquila   
 paz el último día aguardaremos,   
 do el alma nuestra libre de cadenas,  
 de Marco Aurelio y Sócrates al lado,   
 en la contemplación del universo   
 gozará de placeres inefables.   
 

La ausencia

 Elegía

De la eterna manida del lamento   
 pálidos habitantes, malhadados   
 reinos a do jamás cupo el contento,

 no; jamás vuestros dioses enojados   
 tormentos inventaron que igualasen  
 la ausencia a que me fuerzan ¡ay! los hados.   

 No plugo al crudo cielo que bañasen   
 de Adur las ondas mis cenizas hiertas   
 y plácidos mis manes reposasen.   

 Yace aquí un amador, yacen sus muertas   
 esperanzas, el túmulo diría,
 su fe constante, y sus finezas ciertas.   

 Tal vez sobre mi tumba lloraría   
 ceñido de ciprés un fiel amante   
 de su ingrata señora la falsía.  

 Mi sombra en torno del sepulcro errante   
 sus lloros enjugara, y su quebranto   
 compadeciera, y su penar constante.   

 Bella Minerva Aglae, de tu llanto   
 una lágrima acaso regaría  
 los huesos de quien vivo te amó tanto.   

 ¡Oh, cuál de tu dolor ufana iría   
 mi alma a morar en los Elisios prados,
 y mi ventura alegre cantaría!   

 Jamás del dulce Orfeo los acordados  
 tonos con mis canciones se igualaran;
 y fueran otra vez embelesados   

 del Tártaro los monstruos, y cesaran   
 las ondas del Leteo su corriente,
 y las tremendas Furias se aplacaran.   

 Mas ¡ay! de ti, mi dulce bien, ausente,
 ronca suena mi lira, y triste lloro   
 vierten mis ojos hechos larga fuente.   

 Estos mis cantos son: Minerva adoro;
 ¿dó estás, Minerva Aglae? ¿no me entiendes?   
 Sólo se escucha el murmurar sonoro   

 del Sena, y mis sollozos; ¿y no atiendes,
 ingrata, a mi dolor? ¿Y yo ando en vano?   
 ¿Y tú mi fuego más y más enciendes?   

 En esto que de ti me hallo lejano,
 Eco responde solo a mis querellas;   
 yo en llanto amargo me deshago insano.   

 ¿Por qué la Fama, di, pregona bellas   
 de este Sena las Ninfas tan preciadas?   
 ¿Junto a Minerva Aglae qué son ellas?  

 De su hermosura así son eclipsadas,
 como del alma Venus la belleza   
 sus émulas confunde despechadas.   

 El duro Amor ceñido de crueza   
 la sigue a todas partes; con halagos  
 el falso va escondiendo su fiereza.   

 ¡Guarte, mortales tristes! ¡Qué de estragos!   
 ¡Cuántos de letal flecha son heridos!   
 ¡Qué días les prepara Amor aciagos!   

 Llévate ¡oh deidad cruda! tus mentidos  
 favores, y tus glorias lisonjeras,
 y tórname mis bienes ¡ay! perdidos;   
 ¡Ay! tórname mi alma y paz primeras.   
 

A Cristo crucificado

Oda

 

Canto el Verbo divino:

no cuando inmenso en piélago de gloria

mas allá de mil mundos resplandece,

y los celestes coros de contino

Dios le aclaman, y el Padre se embebece

en la perfecta forma no criada;

ni cuando, de victoria

la sien ceñida, el rayo fulminaba,

y de Luzbel la altiva frente hollaba,

lanzando al hondo Infierno,

entre humo pestilente y fuego eterno,

la hueste contra el Padre levantada.

No le canto tremendo,

en nube envuelto horrísono-tonante,

severas leyes a Israel dictando,

del Faraón el pecho endureciendo,

sus fuertes en las olas sepultando,

que en los abismos de la mar se hundieron;

porque en brazo pujante

Tú, Señor, los tocaste, y al momento,

cual humo que disipa el raudo viento,

no fueron; la mar vino

y los tragó en inmenso remolino,

y Amón y Canaán se estremecieron.

Ni en el postrero día,

acrisolando el orbe con su fuego,

le cantaré, su soplo penetrando

los vastos reinos de la muerte fría,

que arrancarse su presa ve bramando.

Truena el Verbo, los mundos se estremecen,

al voraz tiempo luego

la eternidad en sus abismos sume,

y lo que es, fue, y será, todo consume;

empero eterno vive

el malo, eterna pena le recibe,

los justos gloria eterna se merecen.

Señor, cantarte quiero

por los humanos en la Cruz clavado,

el almo cielo uniendo al bajo mundo,

libre ya el hombre, y el tirano fiero

por siempre encadenado en el profundo

Infierno con coyundas de diamante;

do el pendón del pecado

tremolaba, brillando la Cruz santa,

tu Cruz, que al rey del hondo abismo espanta,

cuando al escuro imperio

descendiste, del duro cautiverio

tus escogidos a librar triunfante.

¿Qué es de tu antigua gloria,

fiero enemigo del mortal linaje?

¿Dó los blasones que te envanecían,

dó está de Adán la culpa y su memoria,

dó los que Rey del siglo te decían?

¡Cómo el Hijo del hombre tu cabeza

quebrantó con ultraje!

Tú que en tu fuerza ufano te gozabas,

tú que la erguida frente levantabas

más que de Horeb la cumbre,

¡oh coloso de inmensa pesadumbre!

yaces, postrada al suelo ya tu alteza.

Del Oriente al Ocaso

en alas de mil ángeles pasea

tu vencedora Cruz, Verbo divino;

ni es de hoy más Israel único vaso

de elección, que al altísimo destino

de hijos de Dios nos elevó tu muerte;

con tu Sangre la fea

mancilla de la culpa en nos lavaste,

y cual los querubines nos tornaste.

¡Oh gloria sin segundo

al Redentor, al Salvador del mundo,

por quien nos cabe tan felice suerte!

Ya miro el venturoso

día que tu Cruz santa el orbe hermana

con vínculo de amor indisoluble;

plácida caridad, almo reposo,

y paz perpetua reinan; la voluble

fraude tragó el Infierno en su honda sima;

la libertad cristiana

para siempre ahuyentó la tiranía,

y los tiranos bajo quien gemía

triste el linaje humano

derrueca el Cristo con potente mano,

que no quiere que al hombre el hombre oprima.

Sí, que nuestra ley santa

es ley de libertad, y los tiranos

en balde se coligan contra el Verbo;

Él los quebrantará con fuerza tanta,

cual león que destroza el flaco ciervo,

cual rompe el barro frágil metal duro;

iguales los cristianos

y libres vivirán siempre sin sustos,

el Cristo reinará sobre sus justos;

el orbe renovado

fiel traslado

será, Señor, bajo tu cetro puro.

¡Cuál mi inflamado pecho

ansía por ver tu gloria y las venturas

del linaje humanal que redimiste!

Ya de la edad presente el coto estrecho

traspaso, y veo volar la serie triste

de los males del tiempo venidero,

y las culpas futuras;

mas tu gracia, Señor, omnipotente

desciende en fin, y tórnase inocente

el mundo iluminado

con tu ley, y en tu amor santificado,

y despojado del Adán primero.

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