|
Juan Bautista Arriaza y Superviela - Textos (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
|
Juan Bautista Arriaza y Superviela (1770-1837)
Textos
Ofreciendo a una belleza una guirnalda hecha toda de mariscos
Cuando del mar las ondas cristalinas
vieron nacer de Venus la hermosura,
no adornaban su frente o su cintura
mirtos de amor ni rosas purpurinas;
pero el agua le dio galas marinas,
perlas de su garganta a la blancura,
y, por guirnaldas, a su frente pura
caracoles y conchas peregrinas;
esa gracia y beldad que en ti descuella
junto a la mar nació, pues no repares
en dar marino adorno a tu sien bella,
para que en todo a Venus te compares,
y todos digan al mirarte: «Es ella,
en el momento en que nació en los mares.»
Sentimientos de la España al tiempo de la partida de su legítimo rey en 1808
Triste la España, «¿adónde vas, Fernando?»
al hijo fugitivo dice ansiosa;
y él sigue, y deja de su madre hermosa
llevar los vientos el acento blando.
Ya la materna falda abandonando
pisa de Francia la ribera odiosa;
y aún está oyendo aquella voz piadosa
que le repite, «¿adónde vas?» llorando.
No ve ya al hijo la infeliz matrona:
mas su voz oye, que con regio brío
dice: Tirano, es mía esa corona.
Ella, al primer dolor, gritó ¡hijo mío!
mas luego, vuelta al déspota en Bayona,
dame a Fernando, exclama, oh tiempo impío!
Viendo a Su Majestad visitar la Imprenta Real
Gran Rey, Vos que con pasos vencedores
del rigor de los hados enemigos,
visitasteis los presos y mendigos,
convirtiendo sus lágrimas en flores.
Ved ya como la prensa en sus sudores
prepara a esa virtud fieles testigos:
pues delante de Príncipes amigos
no gime, sino canta sus loores.
El taller de Minerva en un momento
caracteres movibles combinando
retrata el fugitivo pensamiento.
¡Ah! Si al de sus vasallos ahora dando
una sola expresión, un solo acento...
¿Qué dijera el papel? ¡VIVA FERNANDO!
A los serenísimos señores infantes
No tanto de placer queda colmada
la ansiedad del cansado caminante,
cuando alzando los ojos ve delante
las torres de la villa deseada;
ni con júbilo igual ve recobrada
su libertad la tortolilla amante,
volando al dulce nido en el instante
que rota ve la pérfida lazada;
como al ver la bondad y gracia unida
de Carlos y Francisca, alegre aclama
la imprenta a su favor agradecida.
Las letras sirven bien a quien las ama:
tiempo vendrá en que paguen su venida
con la inmortalidad y con la fama.
Católico monarca
Católico monarca, que has vencido,
siendo escudo a la fe de tus mayores,
más que del fiero Marte los rigores,
las perfidias de un siglo corrompido.
Tú, que Fernando y español nacido,
colmaste nuestros votos y clamores,
doblando a sí la afrenta a los traidores
con dos títulos más de ser querido;
Hoy renueva, Señor, Madrid el gusto
de haberte visto regresar triunfante
de la opresión de un invasor injusto.
Cuánta gloria no encierra un solo instante,
pues da a tu sacra sien lauro el más justo,
y al pueblo libre palma de constante!
La crueldad de la muerte
Envuelta en sombras, alta la guadaña,
trazando golpes de dolor profundo,
iba la muerte recorriendo el mundo
desde el alcázar regio a la cabaña.
Cuando en aquel que Manzanares baña
fijando el ceño torvo y furibundo,
miró a la Esposa Real, de su fecundo
seno mil glorias prometiendo a España.
¡Dos víctimas! Gritó el espectro fiero:
¡Llanto de Reyes! ¡Pueblos afligidos!
¡Oh qué deleite! Y descargó el acero;
y dejando en un féretro tendidos
ambos despojos, se encumbró altanero,
triunfando entre lamentos y gemidos.
La desesperación (Arriaza)
Inhumano destino, dura suerte,
furia de amor cebada en abatirme,
¡cuándo te cansarás de perseguirme,
y yo descansaré de padecerte!
Mas tu cruel constancia ya me advierte,
que en el averno has hecho voto firme
de no cesar con penas de afligirme
hasta el instante mismo de mi muerte.
Muerte, pues si remedio de mis males
has de ser, ¿en qué tarda tu venida?
Corta ya mis espíritus vitales;
no tu pálido aspecto me intimida,
que será el ver que pisas mis umbrales
el único placer que tuve en vida.
La flor temprana
Suele tal vez, venciendo los rigores
del crudo invierno y la opresión del hielo,
un tierno almendro desplegar al cielo
la bella copa engalanada en flores.
Mas, ay, que en breve vuelve a sus furores
el cierzo frío, y con funesto vuelo
del ufano arbolillo arroja al suelo
las delicadas hojas y verdores.
Si tú lo vieras, Silvia, «¡oh pobre arbusto
-dijeras con piedad-, la suerte impía
no te deja gozar ni un breve gusto!»
Pues repítelo, ingrata, cada día;
que el cierzo frío es tu rigor injusto,
y el triste almendro, la esperanza mía.
¡Cuán triste vivir!
¡Cuán triste vivir!
Morir por la patria,
Vivir en cadenas
¡cuán triste vivir!
Morir por la patria,
¡qué bello morir!
Partamos al campo,
que es gloria el partir;
La trompa guerrera
nos llama a la lid:
La patria oprimida
con ayes sin fin
convoca a sus hijos,
sus ecos oíd.
¿Quién es el cobarde,
de sangre tan vil,
que en rabia no siente
sus penas hervir ?
¿Quién rinde sus sienes
a un yugo servil
viviendo entre esclavos,
odioso vivir?
Placeres, halagos,
quedaos a servir
a pechos indignos
de honor varonil;
que el hierro es quien solo
sabrá redimir
de afrenta al que libre
juró ya vivir.
Adiós hijos tiernos
cual flores de abril;
adiós, dulce lecho
de esposa gentil:
Los brazos, que en llanto
bañáis al partir
sangrientos, con honra,
veréislos venir;
mas tiemble el tirano
del Ebro y del Rhin,
si un astro a los buenos
protege feliz.
Si el hado es adverso,
sabremos morir...
morir por Fernando
y eternos vivir.
Sabrá el suelo patrio
de rosas cubrir
los huesos del fuerte
que expire en la lid:
Mil ecos gloriosos
dirán: "Yace aquí
quien fue su divisa
triunfar o morir".
Vivir en cadenas,
¡Qué bello morir!
Perdí mi corazón
Perdí mi corazón -¿lo habéis hallado,
ninfas del valle en que penando vivo?-
ayer andando solo y pensativo,
suspirando mi amor por este prado.
Él huyó de mi pecho desolado
como el rayo veloz, y tan esquivo
que yo grité: "Detente, ¡oh fugitivo!"
y ya no lo vi más por ningún lado.
Si no lo conocéis, como en un ara
arde en él una hoguera, y cruda herida
por víctima de Silvia lo declara.
Dadlo, por vuestro bien, que esa homicida
lo hizo tan infeliz que donde para
mi corazón, ya no hay placer ni vida.
Recuerdos de amor
Suave sería el labio de mi musa
modular solitario sus congojas,
al son del agua y silbo de las hojas
de selva y río en variedad confusa;
tal vez allí la ilusa
copia de mis pesares,
en tan nuevos cantares
sanara que envidioso a mis recreos
el ruiseñor, en circulares giros
bajara y repitiera entre gorjeos
lo que yo le cantara entre suspiros.
La vi deidad, y me postré a adorarla,
y por volver el ídolo benigno,
la prosa olvido, y me dedico a hablarla
en el lenguaje de los dioses digno.
De entonces fue mi signo
pintar en mis canciones
sus dulces perfecciones;
¡y cuánto, oh cielos, su beldad me humilla!
que es a su lado mi elocuencia parca.
Un hilo de agua que en el campo brilla,
y el ancho mar que casi el mundo abarca.
Hijos mis versos, Silvia, de tus ojos,
cuando mi amor mirabas indecisa,
tras de mil que engendraron tus enojos
volaron mil nacidos de tu risa;
Oh, cómo se divisa
en unos aquel frío
de tu ingrato desvío,
y en otros un calor que al mismo exceda
con que el torno del eje diamantino
la gran masa del sol rápido rueda,
ardiendo en fervoroso remolino!
Tú los cantabas, Silvia, ¡en qué lugares!
¿Te acuerdas de la selva en que habitamos,
que remedaba el ruido de los mares
con el sordo susurro de sus ramos?
Muramos, ¡ay! muramos
de vergüenza y disgusto;
que aún en algún arbusto
se ve escrito que en todo el universo
fuerza no habrá que a separarnos baste;
y aún está allí tu letra, allí mi verso;
¿y dónde está la fe que me juraste?
Los sauces pintarán con elegancia,
bajo el imperio de los euros roncos,
en sus fugaces hojas tu inconstancia,
y mi tristeza en sus desnudos troncos;
destemplados y broncos
murmurarán los vientos
de aquellos juramentos
cuando desafiaste a aquella roca
a firmeza... ¡oh dolor! ¡y ahora es aquella
en la que sólo estampo yo mi boca,
porque sólo tu nombre encuentro en ella.
Tal lo dispuso irremisible el hado;
encubra el velo lúgubre y espeso
que oculta el porvenir, lo ya pasado.
Silvia, murió el amor; mas no por eso
te ofendas de que impreso
subsista en mi memoria;
que si hay alguna gloria
en conmover los bellos corazones
con dulces metros llenos de ternura,
y esto se diere a mí, serán lecciones
de tus gracias, tu fuego y tu hermosura.
Y como corren a la mar undosa
las claras aguas por el campo ameno,
a ti mis versos; bríndales, hermosa,
tu blanda mano y tu mirar sereno;
guárdalos en tu seno;
y al abrigo de aquellas
cimas del Pindo bellas,
verá, de aliento y no de furia escaso,
el monstruo vil que por morderlos lidia,
que no se oye en la cumbre del Parnaso
el ladrar de la cueva de la envidia.
Terpsícore o las gracias del baile
(Fragmento)
Hija de la inocencia y la alegría,
del movimiento reina encantadora.
Terpsícore, hoy te implora
propia deidad mi ardiente fantasía.
Tú, que animada del impulso blando
que siente toda ingenua criatura
viendo a sus pies florida la llanura,
el cielo claro, el céfiro lascivo,
vas sus fáciles saltos arreglando
y esparces gracias en su bailar festivo;
tú, del sagrado fuego en que me inflamo,
diosa de juventud, serás la guía;
tú, a quien mil veces llamo
hija de la inocencia y la alegría.
¡Oh, si, volviendo atrás su fugitivo
curso la edad, me viera con presteza
de la Naturaleza
transportado al Oriente primitivo!
¡Cómo te viera en toda tu influencia,
¡oh diosa!, deleitar a aquellas gentes
que, aun sin pudor, se amaban inocentes!
Ellas, sin más adornos que las flores,
y su candor por única decencia,
iban bailando en pos de sus amores,
y sobre aquellos cuerpos que del arte
aun no desfiguraban las falacias,
lograbas derramarte
tú, con todo el tesoro de tus gracias.
Mas, ¡ay!, que ruborosas de las cumbres
se arrojaron las ninfas a los valles,
y cubrieron sus talles
con arte rudo, igual a sus costumbres.
Los árboles les dieron su corteza
y sus frondosas hojas, y el ganado
se vio de sus vellones despojado
para cubrir las inocentes formas;
desapareció la humana gentileza;
¡y tú, Naturaleza, te conformas!
En tus obras maestras, ¡cuál ruina!
¡Y cuál, bajo la nube del misterio,
Terpsícore divina,
perdiste lo más bello de tu imperio!
Tu impero ya no luce, aunque se extiende
sobre la airosa espalda, el alto pecho,
y el talle a torno hecho,
que un envidioso velo lo defiende;
en vez de aquella ingenuidad amable,
pródiga de las gracias que atesora,
nos vino la modestia encubridora.
No es lícito a los ojos gozar tanto;
mas el alma sensible, ¿cómo es dable,
que no halle en la modestia un nuevo encanto?
Más interesa en el jardín ameno
la rosa que naciendo se sonroja,
que cuando, abierto el seno,
va dando a cada céfiro una hoja.
De las lúbricas gracias el prestigio
hermanaste al pudor de tal manera,
que la virtud austera
se paró, enamorada del prodigio.
El alto cielo en tu favor se inclina,
y la Naturaleza con anhelo
ansió la creación de algún modelo
digno de tus lecciones; de gentiles
miembros, de majestad alta y divina,
incapaz de mover pasiones viles.
Tal su deseo fue; y entre millares
de bellas ninfas una fue elegida,
cual Venus de los mares,
de la espuma del Sena concebida.
Alargóle Terpsícore la mano
al desprender de la nativa espuma:
bajo su pie de pluma
la hierba apenas se dobló del llano.
En los mórbidos miembros de Citeres,
en los tímidos ojos de Diana,
en el rubor semeja a la mañana.
Su acción con majestad voluptuosa
anuncia, mas no brinda los placeres;
cúbrela un manto de azucena y rosa,
y así, dulce, sencilla, delicada
(copia, en fin, del objeto que idolatro),
de gracias coronada,
se ofreció de la Iberia al gran teatro.
El bello aspecto enajenó las almas;
mas luego suena el populoso claustro
cual si agitara el austro
un bosque entero de movibles palmas.
Ella el suelo y el aire señorea,
mostrándose fenómeno, igualmente
del cielo y de la tierra independiente.
Mírala el vulgo con el mismo arrobo
con que otra vez una inocente aldea
majestuoso descendiendo el globo.
Mas de las almas tiernas entre tanto,
¿cuál aquel movimiento no sentía,
aquel secreto encanto,
aquel placer que llaman simpatía?
El sonoro coro de instrumentos,
como las aves a la luz del alba,
lo tributa su salva;
mas la tímida ninfa a sus acentos
asustada se muestra; y como pide
su delicada acción más dulce pausa,
solo modula la melosa flauta.
Entonces al suavísimo sonido
imperceptiblemente se decide
su movimiento blando y sostenido.
Parece a Galatea, cuando apenas
su corazón palpita, y va con pausa
sintiendo por sus venas
aquella vida que de amor fue causa.
Despléganse los brazos con blandura,
y noblemente erguida la cabeza,
a rodear empieza
los ojos desmayados de ternura.
Ya de los bellos brazos compañero
preséntase en el aire el pie divino,
pie que la tierra no pisó más fino.
Solo en un punto imperceptible estriba
que al suelo toque el otro pie ligero,
y no vuele la bella fugitiva;
ella suspensa está; también con ella
enmudece la música; y entonces...
una imagen tan bella
nunca la Grecia la imitó en sus bronces.
Impressum | Datenschutzerklärung und Cookies
Copyright © 1999-2018 Hispanoteca - Alle Rechte vorbehalten