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Juan Meléndez Valdés - Textos

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Juan Meléndez Valdés (1754–1817)

Textos

 

Oda anacreóntica

La blanda primavera
derramando aparece
sus tesoros y galas
por prados y vergeles.

Despejado ya el cielo
de nubes inclementes,
con luz cándida y pura
ríe a la tierra alegre.

El alba de azucenas
y de rosa las sienes
se presenta ceñidas,
sin que el cierzo las hiele.

De esplendores más rico
descuella por oriente
en triunfo el sol y a darle
la vida al mundo vuelve.

Medrosos de sus rayos
los vientos enmudecen,
y el vago cefirillo
bullendo les sucede,

el céfiro, de aromas
empapado, que mueven
en la nariz y el seno
mil llamas y deleites.

Con su aliento en la sierra
derretidas las nieves,
en sonoros arroyos
salpicando descienden.

De hoja el árbol se viste,
las laderas de verde,
y en las vegas de flores
ves un rico tapete.

Revolantes las aves
por el aura enloquecen,
regalando el oído
con sus dulces motetes;

y en los tiros sabrosos
con que el Ciego las hiere
suspirando delicias,
por el bosque se pierden,

mientras que en la pradera
dóciles a sus leyes
pastores y zagalas
festivas danzas tejen

y los tiernos cantares
y requiebros ardientes
y miradas y juegos
más y más los encienden.

Y nosotros, amigos,
cuando todos los seres
de tan rígido invierno
desquitarse parecen,

¿en silencio y en ocio
dejaremos perderse
estos días que el tiempo
liberal nos concede?

Una vez que en sus alas
el fugaz se los lleve,
¿podrá nadie arrancarlos
de la nada en que mueren?

Un instante, una sombra
que al mirar desparece,
nuestra mísera vida
para el júbilo tiene.

Ea, pues, a las copas,
y en un grato banquete
celebremos la vuelta
del abril floreciente.

 

La paloma

Suelta mi palomita pequeñuela,
y déjamela libre, ladrón fiero;
suéltamela, pues ves cuánto la quiero,
y mi dolor con ella se consuela.

Tú allá me la entretienes con cautela;
dos noches no ha venido, aunque la espero.
¡Ay!, si esta se detiene, cierto muero;
suéltala, ¡oh crudo!, y tú verás cuál vuela.

Si señas quieres, el color de nieve,
manchadas las alitas, amorosa
la vista, y el arrullo soberano,

lumbroso el cuello, y el piquito breve…
mas suéltala y verásla bulliciosa
cuál viene y pica de mi palma el grano.

 

GALATEA O LA ILUSIÓN DEL CAMPO
ODA VII

¡Qué ardor hierve en mis venas!
¡Qué embriaguez! ¡Qué delicia!
¡Y en qué fragante aroma
se inunda el alma mía!
Éste es de Amor un templo:
doquier torno la vista
mil gratas muestras hallo
del numen que lo habita
Aquí el luciente espejo
y el tocador,do unidas
con el placer las Gracias
se esmeran en servirla,
y do esmaltada de oro
la porcelana rica
del lujo preparados
perfumes mil le brinda,
coronando su adorno
dos fieles tortolitas,
que entreabiertos los picos
se besan y acarician.
Allí plumas y flores,
el prendido y la cinta
que del cabello y frente
vistosa en torno gira,
y el velo que los rayos
con que sus ojos brillan,
doblándoles la gracia,
emboza y debilita.
Del cuello allí las perlas,
y allá el corsé se mira,
y en él de su albo seno
la huella peregrina.
¡Besadla, amantes labios...!
¡besadla...! Mas tendida
la gasa que lo cubre
mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...!
El piano...Ven, querida,
ven, llega, corre, vuela,
y mi impaciencia alivia.
¡Oh!¡cuánto en la tardanza
padezco!¡Cuál palpita
mi seno!¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz... Mi boca
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga
con ala fugitiva,
de tus encantos llena,
me abraza y regocija.
Mas...¿si serán sus pasos...?
Sí, sí; la melodía
Ya de su labio oyendo,
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue;
vuelve a sonar de Armida
los menazantes gritos,
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano;
y a mi rogar benigna,
cual ella por su amante,
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime;
y en quiebros y ansias rica,
haz que ardan nuestros pechos
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles
ciega de amor y de ira
y yo rendido y dócil
tu altiva planta siga.
Y tú sosténme, ¡oh Venus!
sosténme, que la vida
entre éxtasis tan gratos
débil sin ti peligra.
 

EL GABINETE


¡Qué llama por mis venas
discurre! ¡En qué delicias,
en qué fragante aroma
se inunda el alma mía!
Éste es de Amor el templo
Doquier que la vista
vuelvo, mil muestras hallo
del numen que lo habita.
Del tocado las plumas
de un lado...Allí la cinta
que en torno del gracioso
rizado en arco gira.
Del cuello allá las perlas
enhiesto..la cotilla...
y en ella de sus pechos
la huella peregrina.
Besadla, oh venturosos
labios...Mas extendida
la gasa que importuna
los cubre, allí se mira...
¡Oh, gasa!... ¡qué de veces!...
El lecho...Ven querida,
ven llega, corre, vuela
y mi impaciencia alivia.
En todo, en todo te halla
mi ardor... Tu voz divina
oigo feliz...Mi boca
tu dulce aliento aspira.
¡Oh! ¡cuánto, Galatea,
padezco!... ¡Cuál palpita
mi pecho!... ¡En qué zozobras
mi espíritu vacila!...
Si en sólo imaginarlas
me matan tus caricias,
¿qué será...? No, no puedo
bastar a tanta dicha...
Mas ya sus pasos suenan...
Ya llega...ya... y rendida.

 

A un ruiseñor - Oda XI
 

¡Con qué alegres cantares,
oh ruiseñor, celebras  
tu dicha y de tu amada   
el tierno afán recreas!   

Ella del blando nido    
te responde halagüeña   
con pïadas süaves  
y se angustia si cesas.   

Las otras aves callan;
y el eco tus querellas   
con voz aduladora   
repite por la selva,   

mientras el cefirillo   
de envidioso te inquieta,   
las hojas agitando 
con ala más traviesa.   

Tú cesas y te turbas;
atento adonde suena   
te vuelves y cobarde  
de ramo en ramo vuelas.  

Mas luego, ya seguro,
los silbos le remedas,
el triunfo solemnizas   
y tornas a tus quejas.   

Así la noche engañas,
y el sol cuando despierta   
aún goza la armonía  
de tu amorosa vela.  

¡Oh, avecilla felice!,   
¡oh, qué bien la fineza   
de tu pecho encareces   
con tu voz lisonjera!  

Ya pías cariñoso,
ya más alto gorjeas,   
ya al ardor que te agita  
tu garganta enajenas.   

¡Oh!, no ceses, no ceses   
en tal dulce tarea,
que en delicias de oírte   
mi espíritu se anega.    

Así el cielo, tu nido, 
de asechanzas defienda,
y tu amable consorte   
fiel por siempre te sea.   

Yo también soy cautivo;
también yo si tuviera  
tu piquito agradable   
te diría mis penas,

y en sencillos coloquios   
alternando las letras,  
tú cantarás tus glorias   
y yo mi fe sincera;  

que los malignos hombres   
burlan de la inocencia,  
y expónese a su risa  
quien su dicha les cuenta.

 

De lo que es amor - Oda VII
 

Pensaba cuando niño
que era tener amores
vivir en mil delicias,
morar entre los dioses. 

Mas luego rapazuelo
Dorila cautivome,
muchacha de mis años,
envidia de Dïone,

que inocente y sencilla,
como yo lo era entonces,
fue a mis ruegos la nieve
del verano a los soles.

Pero cuando aguardaba
no hallar ansias ni voces
que a la gloria alcanzasen
de una unión tan conforme,

cual de dos tortolitas
que en sus ciegos hervores
con sus ansias y arrullos
ensordecen el bosque,


probé desengañado
que amor todo es traiciones
y guerras y martirios
y penas y dolores.
 

Al sol

Salud, oh sol glorioso,
adorno de los cielos y hermosura,
fecundo padre de la lumbre pura;
oh rey, oh dios del día,
salud; tu luminoso
rápido carro guía
por el inmenso cielo,
hinchendo de tu gloria el bajo suelo.

Ya velado en vistosos
albores alzas la divina frente,
y las cándidas horas tu fulgente
corte alegres componen.
Tus caballos fogosos
a correr se disponen
por la rosada esfera
su inmensurable, sólita carrera.

Te sonríe la aurora,
y tus pasos precede, coronada
de luz, de grana y oro recamada.
Pliega su negro manto
la noche veladora;
rompen en dulce canto
las aves; cuanto alienta,
saltando de placer, tu pompa aumenta.

Todo, todo renace
del fúnebre letargo en que envolvía
la inmensa creación la noche fría.
La fuente se deshiela,
suelto el ganado pace,
libre el insecto vuela,
y el hombre se levanta
extático a admirar belleza tanta.

Mientras tú, derramando
tus vivíficos fuegos, las riscosas
montañas, las llanadas deliciosas,
y el ancho mar sonante
vas feliz colorando;
ni es el cielo bastante
a tu carrera ardiente
de las puertas del alba hasta occidente,

que en tu luz regalada,
más que el rayo veloz, todo lo inundas,
y en alas de oro rápido circundas
el ámbito del suelo;
el África tostada,
las regiones del hielo
y el Indo celebrado
son un punto en tu círculo dorado.

¡Oh, cuál vas! ¡cuán gloriosa
del cielo la alta cima enseñoreas,
lumbrera eterna, y con tu ardor recreas
cuanto vida y ser tiene!
Su ancho gremio amorosa
la tierra te previene;
sus gérmenes fecundas,
y en vivas flores súbito la inundas.

En la rauda corriente
del Oceano, en conyugales llamas
los monstruos feos de su abismo inflamas;
por la leona fiera
arde el león rugiente;
su pena lisonjera
canta el ave, y sonando
el insecto a su amada va buscando.

¡Oh Padre! ¡oh rey eterno
de la naturaleza! a ti la rosa,
gloria del campo, del favonio esposa,
debe aroma y colores,
y su racimo tierno
la vid, y sus olores
y almíbar tanta fruta
que en feudo el rico otoño te tributa.

Y a ti del caos umbrío
debió el salir la tierra tan hermosa,
y debió el agua su corriente undosa,
y en luz resplandeciente
brillar el aire frío,
cuando naciste ardiente
del tiempo el primer día,
¡oh de los astros gloria y alegría!

Que tú en profusa mano
tus celestiales y fecundas llamas,
fuente de vida, por doquier derramas,
con que súbito el suelo,
el inmenso Oceano
y el trasparente cielo
respiran: todo vive,
y nuevos seres sin cesar recibe.

Próvido así reparas
de la insaciable muerte los horrores;
las víctimas que lanzan sus furores
en la región sombría,
por ti a las luces claras
tornan del almo día,
y en sucesión segura,
de la vida el raudal eterno dura.

Si mueves la flamante
cabeza, ya en la nube el rayo ardiente
se enciende, horror al alma delincuente;
el pavoroso trueno
retumba horrisonante,
y de congoja lleno,
tiembla el mundo vecina
entre aguaceros su eternal ruina.

Y si en serena lumbre
arder velado quieres, en reposo
se aduerme el universo venturoso,
y el suelo reflorece.
La inmensa muchedumbre
ante ti desparece
de astros en la alta esfera,
donde arde sólo tu inexhausta hoguera.

De ella la lumbre pura
toma que al mundo plácida derrama
la luna, y Venus su brillante llama;
mas tu beldad gloriosa
no retires: oscura
la luna alzar no osa
su faz, y en hondo olvido
cae Venus, cual si nunca hubiera sido.

Pero ya fatigado
en el mar precipitas de occidente
tus flamígeras ruedas. ¡Cuál tu frente
se corona de rosas!
¡Qué velo nacarado!
¡Qué ráfagas vistosas
de viva luz recaman
el tendido horizonte, el mar inflaman!

La vista embebecida
puede mirar la desmayada lumbre
de tu inclinado disco; la ardua cumbre
de la opuesta montaña
la refleja encendida
y en púrpura se baña,
mientras la sombra oscura
cubriendo cae del mundo la hermosura.

¡Qué magia, qué ostentosas
decoraciones, qué agraciados juegos
hacen doquiera tus volubles fuegos!
El agua, de ellos llena,
arde en llamas vistosas,
y en su calma serena
pinta ¡oh pasmo! el instante
do al polo opuesto te hundes centellante.

¡Adiós, inmensa fuente
de luz, astro divino; adiós, hermoso
rey de los cielos, símbolo glorioso
del Excelso! y si ruego
a ti alcanza ferviente,
cantando tu almo fuego
me halle la muerte impía
a un postrer rayo de tu alegre día.

 

De mis cantares - Oda I
 

Tras una mariposa,
cual zagalejo simple,
corriendo por el valle
la senda a perder vine.

Recosteme cansado,
y un sueño tan felice
me asaltó que aún gozoso
mi labio lo repite.

Cual otros dos zagales
de belleza increíble,
Baco y Amor se llegan
a mí con paso libre;

Amor un dulce tiro
riendo me despide,
y entrambas sienes Baco
de pámpanos me ciñe.

Besáronme en la boca
después, y así apacibles,
con voz muy más süave
que el céfiro me dicen:

«Tú de las roncas armas
ni oirás el son terrible,
ni en mal seguro leño
bramar las crudas sirtes.

La paz y los amores
te harán, Batilo, insigne;
y de Cupido y Baco
serás el blando cisne».

 

Rosana en los Fuegos

 

Del sol llevaba la lumbre
Y la alegría del alba,
En sus celestiales ojos
La hermosísima Rosana,
Una noche que a los fuegos
Salió la fiesta de Pascua,
Para abrasar todo el valle
En mil amorosas ansias.
Por doquiera que camina
Lleva tras sí la mañana,
Y donde se vuelve rinde
La libertad de mil almas.
El céfiro la acaricia
Y mansamente la halaga,
Los Amores la rodean
Y las Gracias la acompañan.
Y ella, así como en el valle
Descuella la altiva palma
Cuando sus verdes pimpollos
Hasta las nubes levanta;
O cual vid de fruto llena
Que con el olmo se abraza,
Y sus vástagos extiende
Al arbitrio de las ramas;
Así entre sus compañeras
El nevado cuello alza,
Sobresaliendo entre todas
Cual fresca rosa entre zarzas;
O como cándida perla
Que artífice diestro engasta
Entre encendidos corales,
Porque más luzcan sus aguas.
Todos los ojos se lleva
Tras sí, todo lo avasalla;
De amor mata a los pastores
Y de envidia a las zagalas.
Ni las músicas se atienden,
Ni se gozan las lumbradas;
Que todos corren por verla
Y al verla todos se abrasan.
¡Qué de suspiros se escuchan!
¡Qué de vivas y de salvas!
No hay zagal que no la admire
Y no se esmere en loarla.
Cuál absorto la contempla
Y a la aurora la compara
Cuando más alegre sale
Y el cielo de su albor baña;
Cuál al fresco y verde aliso
Que crece al margen del agua,
Cuando más pomposo en hojas
En su cristal se retrata;
Cuál a la luna, si muestra
Llena su esfera de plata,
Y asoma por los collados
De luceros coronada.
Otros pasmados la miran
Y mudamente la alaban,
Y cuanto más la contemplan
Muy más hermosa la hallan.
Que es como el cielo su rostro
Cuando en la noche callada
Brilla con todas sus luces
Y los ojos embaraza.
¡Ay, qué de envidias se encienden!
¡Ay, qué de celos que causa
En las serranas del Tormes
Su perfección sobrehumana!
Las más hermosas la temen,
Mas sin osar murmurarla;
Que como el oro más puro
No sufre una leve mancha.

—Bien haya tu gentileza,
Una y mil veces bien haya,
Y abrase la envidia al pueblo,
Hermosísima aldeana.
Toda, toda eres perfecta,
Toda eres donaire y gracia,
El amor vive en tus ojos
Y la gloria está en tu cara;
En esa cara hechicera,
Do toda su luz cifrada
Puso Venus misma, y ciego
En pos de sí me arrebata.
La libertad me has robado,
Yo la doy por bien robada,
Mas recibe el don benigna
Que mi humildad te consagra.
No el don por pobres desdenes,
Que aun las deidades más altas
A zagales, cual yo, humildes,
Un tiempo acogieron gratas;
Y mezclando sus ternezas
Con sus rústicas palabras,
No, aunque diosas, esquivaron
Sus amorosas demandas.
Su feliz ejemplo sigue,
Pues que en verdad las igualas;
Cual yo a todos los excedo
En 1o fino de mi llama—.
Esto un zagal le decía
Con razones mal formadas,
Que salió libre a los fuegos
Y volvió cautivo a casa.
Y desde entonces perdido
El día a sus puertas le halla;
Ayer le cantó esta letra
Echándole la alborada:

Linda zagaleja
De cuerpo gentil,
Muérome de amores
Desde que te vi.

Tu talle, tu aseo,
Tu gala y donaire,
No tienen, serrana,
Igual en el valle.

Del cielo son ellos
Y tú un serafín:
Muérome de amores
Desde que te vi.

De amores me muero,
Sin que nada alcance
A darme la vida
Que allá te llevaste,

Si no te condueles
Benigna de mí;
Que muero de amores
Desde que te vi.

 

Romance

Los segadores

 

«Segadores, a las mieses,
que ya la rubia mañana
abre sus rosadas puertas
al sol que de oriente se alza.

»Un vientecillo agradable
sigue su brillante marcha
meciendo en volubles ondas
del pan las débiles cañas.

»¡Ved cómo se pierde entre ellas!,
¡ved cuán susurrante vaga,
ora carga y las inclina,
ora raudo las levanta!

»Los desfallecidos pechos
su vital soplo repara,
y al trabajo interrumpido
con nuevo vigor nos llama,

»a par que las avecillas,
no bien despiertas el alba
saludan con mil gorjeos,
trinándole la alborada,

»y huyen las lóbregas sombras
y el horizonte se inflama,
y el luminar de los cielos
en su inmenso ardor nos baña.

»A las hoces pues, amigos,
que el tiempo fugaz se pasa;
y miles de espigas de oro
nos provocan sazonadas.

»De ellas la frente ceñida
nos sonríe la abundancia,
para henchir nuestros graneros
y colmar nuestra esperanza.

»Vedlas en qué remolinos
de aquí y de allá se esparraman,
moviéndose turbulentas
como la mar por las playas,

»mientras las áridas hojas
con su sonido retratan
el que forma la mar misma
si se aduerme en suave calma,

»y en su plácido murmullo
haciendo en pos una pausa,
tornan rápidas a alzarse
y a ondear muy más livianas.

»No, pues, tan rico tesoro
la pereza desmayada
o la ingratitud lo pierdan:
seguid alegres mis plantas.

»Seguidlas; de un pobre anciano
ved cómo las manos flacas
os dan del trabajo ejemplo
y a las vuestras se adelantan.

»Cuando fui mozo, ninguno
logró sacarme ventaja,
ni en el afán de una siega,
ni con el bieldo en la parva;

»mas hoy los años me encorvan,
y así las fuerzas desmayan
cual la pajilla voluble,
que el viento a su antojo arrastra.

»Sus pues; empezad festivos
de la siega la tonada
que vago nos vuelva el eco
desde la opuesta montaña;

»o en acento más sublime 
y con voces alternadas
de la honrosa agricultura
resonad las alabanzas,

»santificada en Isidro,
gloriosa en el godo Wamba,
y allá en Edén por Dios mismo
al hombre aún sin culpa dada.

»El vicio es callado y triste;
la inocencia ríe y canta,
y el trabajo es pasatiempo 
cuando el placer lo acompaña.

»¡Oh! ¡cómo aquél nos alegra
si la bendición alcanza
del cielo, que sus larguezas
ora por doquier derrama!,

»¡Cómo el corazón se goza
recordando las escarchas
y aguaceros con que enero
el ancho suelo inundaba!

»Aquellos hielos y lluvias
son las selvas erizadas
que hoy veis de doradas mieses,
y un Dios bueno nos regala.

ȃste es el orden que puso
con su omnipotencia sabia
al tiempo, que raudo vuela
con igualdad siempre varia.

»Así el sustento atesora
de esa infinidad que vaga
de vivientes por la tierra,
o tiende al viento las alas.

»Todos a su providencia
cual menesterosos claman,
y en sus manos paternales
piedad y alimento hallan.

»Hállelo el pobre en las vuestras:
si de ellas tal vez se escapa
quebrada la rica espiga,
guardaros bien de apañarla.

»Con negligencia oficiosa
dejadla, amigos, dejadla
a arbitrio de la indigencia,
que sigue vuestras pisadas.

»En ella su pan del día
de vuestra bondad aguarda
la inocencia desvalida
o la ancianidad cansada.

»Este pan es una deuda:
así la tierra nos paga
cuanto un día le fiamos
con usuras duplicadas.

»Así nos dan liberales
grato refrigerio el agua,
el aire vital aliento,
el sol su creadora llama.

»No, pues, cuando más profusa
de sus dones hace gala
y a sus hijos su ancha mesa
Naturaleza prepara;

»cuando la veis, que riente
de gavillas circundada
y de riquísimas frutas
en común a todos llama,

»o por árida codicia
o por vil desconfianza,
en nos solos vinculemos
los tesoros de sus gracias.

»De ellos vive el ave, y parte
la hormiga en sus trojes guarda;
téngala también el pobre
que humilde nos la demanda,

»y lleve con su hacecillo,
cual si un tesoro llevara,
el consuelo y la alegría
a su mísera morada, 

»donde postrados acaso
sobre otras míseras pajas,
ya sus pequeñuelos hijos
de hambre transidos le aguardan.

»Así al buen Dios imitamos
que nos da con mano franca;
agradarle abrir las nuestras,
y enojarle es el cerrarlas.

»Abridlas, pues; y sus dones
entre todos se repartan,
que él los da a todos, y a todos
su inefable amor abraza».

Esto Plácido decía
a la puerta de su granja
en medio sus segadores,
que como a padre le acatan;

Plácido, en cuyo semblante
la inocencia de su alma
y el respeto impresos brillan
en sus venerables canas.

Alzando las corvas hoces
con bulliciosa algazara
todos al anciano siguen,
y él alegre les gritaba:

«Segadores, a las mieses,
que ya la rubia mañana
abre sus rosadas puertas
al sol que de oriente se alza».

 

ODA II

El amor mariposa

 

Viendo el Amor un día
que mil lindas zagalas
huían de él medrosas
por mirarle con armas,

dicen que de picado
les juró la venganza
y una burla les hizo,
como suya, extremada.

Tornose en mariposa,
los bracitos en alas
y los pies ternezuelos
en patitas doradas.

¡Oh! ¡qué bien que parece!
¡Oh! ¡qué suelto que vaga,
y ante el sol hace alarde
de su púrpura y nácar!

Ya en el valle se pierde,
ya en una flor se para,
ya otra besa festivo,
y otra ronda y halaga.

Las zagalas, al verle,
por sus vuelos y gracia
mariposa le juzgan
y en seguirle no tardan.

Una a cogerle llega,
y él la burla y se escapa;
otra en pos va corriendo,
y otra simple le llama,

despertando el bullicio
de tan loca algazara
en sus pechos incautos
la ternura más grata.

Ya que juntas las mira,
dando alegres risadas
súbito amor se muestra
y a todas las abrasa.

Mas las alas ligeras
en los hombros por gala
se guardó el fementido,
y así a todos alcanza.

También de mariposa
le quedó la inconstancia:
llega, hiere, y de un pecho
a herir otro se pasa.

 

ODA XX
 La tortolilla

 

¡Oh dulce tortolilla!
no más la selva muda
con tus dolientes ayes
molestes importuna.

Deja el arrullo triste,
y al cielo no ya mustia
te vuelvas, ni angustiada
las otras aves huyas.

¿Qué valen ¡ay! tus quejas?
¿acaso de la obscura
morada de la muerte
tu dueño las escucha?,

¿le adularás con ellas?,
¿o allá en la fría tumba
los míseros que duermen
de lágrimas se cuidan?

¡Ay!, no; que do la parca
los guarda con ley dura
no alcanzan los gemidos,
por más que el aire turban.

En vano te querellas.
¿Dó vuelas?, ¿por qué buscas
las sombras, ¡oh infelice!,
negada a la luz pura?

¿Por qué sola, azorada,
de ti misma te asustas
y en tu arrullo te ahogas
en tu inmensa amargura?

Vuelve, cuitada, vuelve;
y a llantos de vïuda
del blando amor sucedan
de nuevo las ternuras.

Adorna el manso cuello,
los ojos desanubla,
y aliña las brillantes
las descuidadas plumas.

Verás cuál de tu pecho
sus dulces llamas mudan
en risas y placeres
los duelos y amargura.

 

LETRILLAS II
  A UNOS LINDOS OJOS

 

Tus lindos ojuelos
      me matan de amor.

Ora vagos giren,
o párense atentos,
o miren exentos,
o lánguidos miren,

o injustos se aíren,
culpando mi ardor,
      tus lindos ojuelos
      me matan de amor.

Si al final del día
emulando ardientes,
alientan clementes
la esperanza mía,

y en su halago fía
mi crédulo error,
      tus lindos ojuelos
      me matan de amor.

Si evitan arteros
encontrar los míos,
sus falsos desvíos
me son lisonjeros.

Negándome fieros
su dulce favor,
      tus lindos ojuelos
      me matan de amor.

Los cierras burlando,
y ya no hay amores,
sus flechas y ardores
tu juego apagando;

Yo entonces temblando
clamo en tanto horror:
      «¡Tus lindos ojuelos
      me matan de amor!».

Los abres riente,
y el Amor renace
y en gozar se place
de su nuevo oriente,

cantando demente
yo al ver su fulgor:
      «¡Tus lindos ojuelos
      me matan de amor!».

Tórnalos, te ruego,
niña, hacia otro lado,
que casi he cegado
de mirar su fuego.

¡Ay! tórnalos luego,
no con más rigor
      tus lindos ojuelos
      me maten de amor.

 

Los besos de amor

 

Cuando mi blanda Nise
lasciva me rodea
con sus nevados brazos
y mil veces me besa,

cuando a mi ardiente boca
su dulce labio aprieta,
tan del placer rendida
que casi a hablar no acierta,

y yo por alentarla
corro con mano inquieta
de su nevado vientre
las partes más secretas,

y ella entre dulces ayes
se mueve más y alterna
ternuras y suspiros
con balbuciente lengua,

ora hijito me llama,
ya que cese me ruega,
ya al besarme me muerde,
y moviéndose anhela,

entonces, ¡ay!, si alguno
contó del mar la arena,
cuente, cuente, las glorias
en que el amor me anega.

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