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La épica medieval

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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La épica medieval

Los cantares de gesta y el Mio Cid

Las más antiguas manifestaciones de la poesía castellana corresponden a la poesía épica: más concretamente a la epopeya. El descubrimiento de las formas líricas llamadas jarchas anticiparía en más de un siglo los comienzos de la literatura española y exigiría comenzar su historia por la lírica. Pero las jarchas son más bien fragmentos de romance mozárabe adheridos a poesías líricas arábigas y hebreas.

La épica primitiva está ligada a la persona del juglar y se componía para ser difundida por vía oral mediante los juglares, que recorrían pueblos y castillos recitando relatos y recibían su paga de los oyentes. El juglar ofrecía a la vez información y espectáculo. Hacía pantomimas, bailes, acrobacias y juegos de manos, llevaba consigo animales amaestrados, se acompañaba con instrumentos musicales y llevaba consigo mujeres que bailaban y eran la atracción.

Según las artes que ejercieran, los juglares recibían el nombre apropiado: trasechadores, prestidigitadores remedadores, cazurros, bufones, truhanes, etc. Los que se dedicaban a recitar son los del “mester” (ministerio o profesión) de juglaría.

Mientras el juglar no compone y recita, el trovador componía y no solía recitar de forma ambulante. El trovador se dedicaba al género lírico, cortesano y refinado; el juglar, al popular y más rudo.

Los cantares de gesta

Eran relatos épicos de carácter heroico. La gesta eran un hecho hazañoso. El vocablo se deriva del latín “gero” (‚hacer’) y alude a cosas hechas o sucedidas, en contraposición con la lírica que se nutre de cosas imaginadas o sentidas por el autor. El cantar de gesta nace como sustituto de una historiografía aún inexistente o cuando la historia se escribía en latín, lengua ya extraña al pueblo. Estas gestas se las llama cantares por estar destinados a la recitación. Se los llama también épica medieval para distinguirlos de la épica clásica y renacentista. A esta épica medieval se la llama también romance para señalar la lengua en la que se recitaba.

La única gesta conservada casi íntegramente es el Poema del Mio Cid, de mediados del siglo XII, pero eso no quiere decir que no existieran antes de él otros poemas de la misma índole. El rasgo fundamental de esta poesía es su carácter anónimo.

Origen de la épica castellana

Hay tres teorías sobre el origen de la épica castellana: la francesa, la germánica y la arábigo-andaluza.

La tesis francesa cree que El Cid y la épica son copia de la épica francesa (Canción de Roldán). Se admite el influjo francés a comienzos del siglo XII por influencia de las peregrinaciones a Santiago de Compostela y las relaciones de la corte carolingia con la castellana. Pero estos elementos franceses son aportaciones nuevas de forma a un género ya formado en España. La imitación francesa queda reducida a elementos de carácter accesorio: repetición del indefinido “tanto” en enumeraciones descriptivas, encabezadas por el verbo “veríais”:

Veriedes tantas lanças, tantos pendones blancos salir vermejos en sangre, tantos buenos cavallos sin sos dueños andar ... (v. 726)

La tesis germánica cree que el origen germánico es idéntico para la épica española y para la francesa. Los visigodos tenían cantos guerreros, conformados por Tácito, etc. San Isidoro de Sevilla dispone para la educación de los jóvenes nobles que éstos canten al son de la cítara “no cantares amatorios y torpes, sino los cantos de los antepasados” (‘carmina maiorum’). En la épica española hay referencia a la ruina de la monarquía hispano-visigoda bajo sus últimos reyes Vitiza y Rodrigo. El la épica tardía persiste también el tema godo de Walther de España o Aquitania.

La tesis árabe-andaluza es de Julián Ribera, frente a la tesis germánica de Menéndez Pidal. Es cierto que hay elementos de procedencia arábiga en la épica española, pero son accesorios, son elementos que se refieren a determinadas costumbres. 

Caracteres de la épica castellana

Caracteres peculiarísimos distinguen a la épica castellana de las demás. El primero es el realismo o la historicidad. El poema se sujeta a los datos reales, topográficos y ambientales. Faltan los elementos maravillosos y fantásticos, las fuerzas sobrehumanas, que abundan en la épica francesa o germana. Lo maravilloso queda reducido a elementos oníricos o conjuros, que eran realidades para la mentalidad popular de entonces.

El realismo es un elemento que predominará en toda la literatura española posterior. Muchas épicas fueron prosificadas en las crónicas a partir del siglo XII, fueron incorporadas en parte al texto histórico.

Otro elemento es su tradicionalidad, es decir, su resistencia al tiempo. Mientras Francia abandona los temas épicos al declinar la Edad Media, en España rebrotan una y otra vez.

Otro elemento es la rima asonante y la irregularidad métrica que demuestra el carácter extremadamente arcaico y tradicionalista de la épica española frente a la francesa. En las palabras agudas, la épica añade una “e” al final de los versos: “cibdade”, de “cibdad”. Es una forma usada en el primitivo romance y que la épica conservó como arcaísmo; otra prueba de la independencia de su origen y evolución frente a la francesa.

El Poema del Mio Cid

Fecha y autor

El poema fue desconocido hasta el 1779. Las ediciones básicas son las de Menéndez Pidal (Clásicos castellanos, Madrid, 1913). Fijación definitiva del texto en Cantar de Mío Cid. Texto, Gramática y Vocabulario, 3 vols., Madrid, 1908-1911, 3. ed. Madrid, 1954-56. Se conserva una copia única hecha en el 1307 por un tal Per Abbat, pero el Cantar de Mio Cid debió de ser compuesto hacia 1140. Consta de 3.730 versos. El autor debió ser algún juglar de Medinaceli. El poema repite varias veces pormenores de esta región. Pero con parejo detalle se describe también la región de San Esteban de Gormaz. En general el poema da pormenores del camino que conduce de Burgos a Valencia. El primer compositor del poema fue seguro un poeta de Medinaceli, que, alejado de los hechos históricos, poetizó libremente. Al poeta de San Esteban se debe el plan total de la obra y el enfoque del Cid, no como conquistador afortunado, sino atendiendo a su penosa lucha contra la envidia de una clase social superior, hasta llegar a emparentar con las casas soberanas de España. El juglar de Medinaceli, alejado de los sucesos, introduce elementos novelescos. El poeta de San Esteban usa una versificación variada con frecuente cambio de asonantes; mientras el jugar de Medinaceli tiene una versificación de gran sencillez.

División del poema

En la copia conservada falta la hoja primera. Debió de tratar de la expedición del Cid contra los musulmanes andaluces, su incidente con el conde García Ordóñez y la venganza de éste que acusa al Cid ante el rey de haberse quedado con los tributos. El monarca, irritado, destierra al Cid. Aquí comienza el texto conservado del poema, en el instante en el que el Cid abandona su casa y sale de Vivar. El poema está dividido por Menéndez Pidal en tres cantares: Cantar del destierro, cantar de las bodas de las hijas del Cid y cantar de la afrenta de Corpes.

Cantar I

Hasta el verso 1.085. El Cid sale de Vivar, dejando sus palacios desiertos, y llega a Burgos, donde nadie se atreve a darle asilo por temor a las represalias del rey. Una niña de nueve años le ruega desde la ventana que no intente la ayuda por la fuerza para no perjudicar a los moradores; la escena es inolvidable:

Nos vos osaríemos abrir ni coger nada;
si non, perderíemos los averes e las casas,
e aun demás los ojos de las caras.
Cid, en el nuestro mal vos no ganades nada;
mas el Criador vos vala con tudas sus vertudes santas.
Esto la niña dixo e tornós para su casa”
(v. 44-49)

En la ciudad, su sobrino Martín Antolínez le consigue dinero engañando a los judíos Raquel y Vidas, de quienes toman un préstamo entregándoles en prenda dos arcas llenas de arena, en las que finge guardar sus tesoros. El Cid se dirige luego a San Pedro de Cardeña para despedirse de su esposa doña Jimena y de sus hijas, que deja confiadas al abad del monasterio. Llega hasta la frontera de Castilla, atraviesa el Duero y pernocta en Figueruela, donde se le aparece en sueños el arcángel Gabriel que le anima y le predice grandes victorias. Entra en tierra de musulmanes de Calatayud, que acuden en socorro de lavilla, y recoge un rico botín del que envía un espléndido regalo al monarca por medio de Alvar Fáñez. El rey permite entonces que se alisten nuevas tropas en las filas del Cid. Con este ejército reforzado ataca a los musulmanes de Huesca, y aliado con el rey moro de Zaragoza, derrota a los musulmanes de Lérida ayudados por el conde de Barcelona. Hace al conde prisionero, pero lo deja luego en libertad.

Cantar II

Hasta el verso 2.277. El Cid se encamina hacia Valencia. Se apodera de Jérica, Onda, Almenara y Murviedro, sitía Valencia y la conquista después de derrotar a un ejército de socorro enviado por los musulmanes de Sevilla y Murcia. Envía nuevo presente al rey de Castilla y le pide que deje ir a su lado a su esposa e hijas; el rey accede a la petición. Llegan aquéllas a Valencia, acompañadas de Alvar Fáñez, y son recibidas con todo honor. El Cid, desde la torre del Alcázar, les muestra la ciudad y la belleza de la huerta. Poco después, Valencia es sitiada por el ejército del rey de Marruecos. El Cid lo derrota y envía un tercer presente al rey Alfonso. Los infantes de Carrión solicitan a las hijas del Cid en matrimonio; el rey de Castilla interviene para lograr el consentimiento de aquél y lo perdona solemnemente. Con los preparativos de las bodas termina el cantar.

Cantar III

Los infantes de Carrión muestran muy pronto su cobardía en diversos hechos de armas. Un día se escapa el león de palacio y los infantes se esconden vergonzosamente, lo que provoca las burlas de los hombres del Cid. Dolidos los infantes, piden permiso para marchar con sus esposas a Carrión, y al pasar por el robledal de Corpes las desnudan y las maltratan, dejándolas luego abandonadas. Un sobrino del Cid, Félez Muñoz, las encuentra en el monte y las devuelve a su padre. El Cid, irritado por tan inicua afrenta, pide justicia al rey. Éste convoca Cortes en Toledo, a las que acuden los infantes y el Cid; éste les pide la devolución de las espadas Colada y Tizona, que les había regalado, y la dote de sus hijas, y los desafía para reparar su honor. Los mantenedores del Cid vencen a los de Carrión. Y el anuncio de que los infantes de Navarra y de Aragón solicitan en matrimonio a doña Elvira y a doña Sol pone fin al poema.

De todos los poemas de la historia universal, es el Cid el que recoge hechos más próximos a la fecha de su composición. Es probable que el autor hubiera conocido al Cid o a personas que lo trataron. Casi todos los personajes del poema tuvieron existencia real, documentada exactamente. Históricos son casi todos los hechos políticos y militares narrados en el poema.

El Cantar de Mio Cid y la Chanson de Roland

Destaca el realismo y la variedad de los sentimientos humanos del poema, mientras que en el Roland todos los personajes piensan y obran como guerreros sólo preocupados por sus deberes militares. Al héroe francés sólo le importa servir bien a su emperador, siguiendo ideas puramente feudales.

En vez de fundarse en costumbres propias de una aristocracia desaparecida, el Poema del Cid busca su base en los sentimientos de valor humano perenne. El vasallaje ocupa solamente una parte del poema, la parte principal está consagrada a la afrenta de las hijas del héroe. El poema del Cid es el primer paradigma del tan ponderado realismo hispano. La Chanson fue escrita para el pueblo, El Cid fue escrito desde el punto de vista del pueblo. La desdicha de Roldán es expuesta a la admiración del pueblo en paradigma con un ideal monárquico y nobiliario, consustancial con Francia. No hay en la Chanson plebeyos, porque se quería dar al pueblo algo que admirar y no materia en que intervenir. Las imágenes de Roldán recuerdan las figuras bíblicas de un pórtico románico.

El Cid, sin embargo, está presentado como una persona al alcance de los oyentes: ¡Dios, qué buen vasallo! ¡si oviese bien señore!

“Las gestas castellanas nunca exaltaron a un rey como personaje central, y nada en ellas corresponde a las chansons del ciclo carolingio” Américo Castro). Al contrario: los grandes héroes de la épica castellana tuvieron que oponerse a los reyes o fueron víctimas de su trato injusto: Bernardo Carpio, Fernán González, y el Cid.

El Cid es un personaje heroico, pero nunca fantástico como Roldán o Sigfrido. Sus hechos son siempre extraordinarios, pero tienen lugar dentro de la escala de las fuerzas humanas. Junto a la valentía, el Cid da prueba de gran prudencia. En sus relaciones con el rey procede con gran lealtad: el trato injusto del rey lo justifica con las insidias de sus enemigos que lo ponen a mal con el monarca. Nunca quiere enfrentarse con su señor natural, y le envía regalos para tornar a su gracia. El poema recalca las tiernas relaciones del Cid con sus hijas y esposa, con una sencillez conmovedora.

Enclinó las manos la barba vellida,

a las sues fijas en braço las prendía,

llególas al coraçón ca mucho las quería.

Llora de los ojos, tan fuerte mientre sospira:

’Ya doña Ximena, la mi mugier tan complida,

commo a la mie alma yo tanto vos quería ...’ (v. 274-79)

La oración fecha, la missa acabada la an,

salieron de la eglesia, ya quieren cavalgar.

El Cid a doña Ximena ívala abraçar;

doña Ximena al Cid la mano va besar,

llorando de los ojos que non sabe qué se far.

E él a las niñas tornólas a catar:

’a Dios os acomiendo e al Padre spirital;

agora nos partimos, Dios sabe el ajuntar’. (v. 366-74)

Valores artísticos del poema

Es perfecta la ordenación de todos los elementos del cantar en torno al núcleo principal, que es la honra del héroe. El tema es el restablecimiento de la honra perdida del héroe. Empieza con el destierro de éste y termina con el triunfo jurídico de las Cortes de Toledo. Y entre el principio y el fin, todo lo que ocurre es el engrandecimiento progresivo del Cid: victorias obtenidas, infamia con los infantes de Carrión, para terminar con la boda con los infantes de Navarra y Aragón, que hace al Cid familiar de los reyes de España.

Destaca la sobriedad, la severa grandeza, la contención con que el poeta elimina todo lo inútil, todo efectivismo rebuscado, todo adorno imaginativo. La figura del Cid nunca es idealizada. El Cid ejemplifica las más altas virtudes caballerescas: hombría, lealtad, religiosidad, cortesía y, sobre todo, moderación y mesura. Por eso su comportamiento causa el efecto de la epopeya: la admiración. La virtud de producir este efecto es uno de los valores del poema.

Procedimientos artísticos

  • Variedad en el movimiento. Cada cantar tiene su propio tempo: marcha militar en el primero, marcha triunfal en el segundo, y trágica cabalgata en el tercero.

  • Rápida enumeración de lugares para sugerir el movimiento: sugiere el avance irresistible con gran parquedad de medios.

  • Sensación de tiempo: Registra una y otra vez el amanecer y anochecer de las jornadas.

  • Movimiento dramático: Los procesos psicológicos marchan progresivamente en la esfera de lo afectivo. Confianza del Cid en sí mismo.

  • Parquedad de pensamiento: El elemento reflexivo está reducido a lo mínimo. Los personajes dan a conocer su carácter a través de sus acciones, son hombres de acción, nunca hay soliloquios.

  • Sentido formal de las palabras: Muchos vocablos usados en sentido transcendente. Así el verbo “cabalgar” significa obrar o actuar en amplio sentido.

  • Corta caracterización de los personajes: El Cid es “el que en buen hora nació”, Antolínez es el “burgalés complido”.

  • El poema del Cid anticipa la mezcla de lo serio y lo cómico, características del teatro del Siglo de Oro. El lema estilístico del juglar ha sido “insinuar y no recargar”. El poema del Cid es una verdadera obra maestra.

Temática del Poema del Cid

Tema y eje central es la honra del héroe, su valentía y hombría integral, así como su lealtad al rey. No hay temática nacional, religiosa o ética, como en Roland o Los Nibelungos, sino puramente personal: la persona del Cid, su honra y su gloria.

No se trata de la vida interior del héroe, ni de las hazañas personales en favor de la comunidad, ni mucho menos de las glorias externas, sino de la reparación y defensa de su honor personal. En el Cid no hay una idea patriótica como en el Roldán, el poema recoge fielmente el espíritu castellano a nivel popular: amor a la familia, fidelidad inquebrantable, generosidad magnánima incluso para con el rey injusto, intensidad de sentimiento y sobriedad de expresión. Es castellano el espíritu democrático de ese “buen vasallo que no tiene buen señor”, ese simple hidalgo que, despreciado por la alta nobleza y abandonado por su rey, consigue triunfos guerreros y ve al final llegar a sus hijas a reinas.

El factor determinante de la acción en el poema es la relación entre el rey Alfonso y su vasallo Rodrigo de Vivar. Rodrigo no “querría lidiar con el rey”, en lugar de hacer la guerra al rey, según derecho feudal, comparte con él sus ganancias. Las campañas militares contra los musulmanes tienen menos intención política o religiosa; el Cid busca su engrandecimiento personal para rescatar su honor ante el monarca.

La lengua en el Poema del Mio Cid

El poema fue compuesto originariamente fuera del territorio castellano, pero parece que fueron eliminadas algunas formas dialectales no castellanas que pudo tener el poema. Se eliminan las palabras cotidianas, propias del lenguaje vulgar, y se prefieren expresiones más ennoblecidas y estilizadas: se evitan los vocablos “perro, izquierdo, pobre” y se sustituyen por los de “can, siniestro, menguado”, que se tenían por más nobles.

Afán de ennoblecimiento y arcaización demuestra la “e” final latina en las rimas de los juglares: “laudare, mortaldade, male, señore”, incluso en palabras que no tienen en su origen: “sone, vane, estane, tirade, tomove”. Se atribuye con frecuencia a una persona cualidades por antonomasia; el procedimiento sintáctico consiste en anteponer el artículo al adjetivo: “Babieca el corredor, Castiella la gentil, Valencia la clara”.

En el poema, el castellano presenta ya sus caracteres más permanentes: aliento vital y movilidad afectiva. “El Cid hablaba mesurado”. Triunfan los elementos afecto sobre los elementos lógicos, lo vemos en la falta de oraciones subordinadas. El poeta pasa de una lejana objetividad (indefinido) a una actualidad inmediata o la describe en su realización (imperfecto):

Partiós de la puerta, por Burgos aguijaba

llegó a Sancta María, luego descavalga,

fincó los inojos, de corazón rogava.

Expresa gran movilidad en el cantar el paso repetido de la narración al discurso directo. Abundan construcciones inversas: “Pues que a facer lo avemos”. Omisión de “decir” ante oración subordinada: “Llegaba que es presa Valencia”.

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