La generación del 27
(comp.) Justo Fernández López
Historia de la literatura española
La Generación del 27
Se da el nombre de Generación del 27 a un grupo de escritores cuya obra, preferentemente lírica, cuaja hacia 1927, en que se celebra el tricentenario de la muerte del poeta español, cima de la elegancia de la poesía barroca y modelo de poetas posteriores, Luis de Góngora y Argote (1561-1627).
Los jóvenes poetas decidieron celebrar el tercer centenario de la muerte de Góngora, tanto por admiración hacia el poeta barroco, como por oponerse a la crítica poética de la época, personificada principalmente en el conservador y tradicionalista Marcelino Menéndez y Pelayo, cuyos estudios sobre el poeta cordobés habían marcado una línea en la que se insistía en la pérdida del norte poético, e incluso mental, por parte de Góngora.
También se suele llamar a este grupo Generación de Lorca, por ser el poeta más conocido de esta generación. Otros hablan de “los nietos del 98”, tercera generación después del 98 y de la generación del 14.
Algunos autores, como el propio Luis Cernuda, prefiere para este grupo el nombre de "Generación de 1925", por representar dicho año un término medio entre la aparición de los primeros libros de los distintos autores (del Libro de poemas de García Lorca -1921- a Cántico de Guillén -1928-).
Pero la mayoría coincide en hablar de la Generación del 27, ya que en este año se celebró el 300 aniversario de la muerte del poeta Góngora, y este aniversario fue como el punto de partida del credo político de este grupo de poetas. La designación de “generación de la dictadura”, en alusión a la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930) durante el reinado de Alfonso XIII, no es correcta, ya que en el fondo no se trata de una generación politizada.
En 1927, al cumplirse el tricentenario de la muerte de Luis de Góngora, Gerardo Diego y Rafael Alberti convocan el acto conmemorativo. Estuvieron presentes Salvador Dalí y José María Hinojosa, en sustitución de Dámaso Alonso, entre otros. Así nació la generación del 27, en la que coexisten diversas tendencias, desde los que recuperan los hallazgos más interesantes del ultraísmo y del surrealismo hasta los que crean una poesía más pura (dado el influjo de Góngora y ciertos principios de Juan Ramón Jiménez) o buscan un contacto con la lírica tradicional y popular.
Los dos grandes mentores de la Generación del 27 fueron el poeta Juan Ramón Jiménez, tan admirado en lo poético como criticado, e incluso despreciado, en lo personal, y el filósofo José Ortega y Gasset que influirá en los poetas con obras como La Deshumanización del Arte, ensayo que será libro de cabecera de toda la vanguardia española. Algunos de los autores del 27 publicarán en la Revista de Occidente, de la que Ortega era director.
Hay que señalar las simpatías de estos autores por Antonio Machado y Miguel de Unamuno, a pesar del poco influjo que en ellos tendrá su poesía. Asimismo, es de señalar la influencia del magisterio de Giner de los Ríos.
En cierta medida como oposición al hispanismo algo cerrado de los autores del 98, los jóvenes del 27 son cosmopolitas: viajan como lectores a universidades extranjeras (Salinas y Guillén a París, Dámaso a diversos puntos de Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, Gerardo Diego a Francia, Prados a Suiza, etc.).
Esta generación la forman prácticamente un grupo de poetas, es una generación principalmente lírica. El lazo de unión entre el modernismo y estas nuevas tendencias lo forma Juan Ramón Jiménez (1881-1958), que evolucionó del modernismo hacia otras formas de poesía más cercanas al credo poético de la Generación del 27.
No forman los autores de esta generación un grupo compacto con una ideología propia, como los hombres del 98. Su tema es la renovación de la lírica. Aunque muchos de ellos, los que sobrevivieron a la Guerra Civil (1936-1939), se marcharon al exilio o se afiliaron a ideología políticas, los años anteriores a la guerra los tuvo unidos a todos en un afán de renovación poética.
Influyeron mucho al principio de este movimiento las reflexiones sobre el hecho artístico y la teoría de la “Deshumanización del arte” diagnosticada por José Ortega y Gasset en 1925. Ortega analizó las tendencias literarias y artísticas de después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y las caracterizó como arte deshumanizada. Ortega aporta con La deshumanización del arte (1925) una visión crítica y en cierto modo descriptiva de la estética del 27. Ortega diagnostica en estas tendencias estéticas la búsqueda de una estilización deformadora y una huida de las formas vivas de la realidad; un antipopularismo y una tendencia a ser arte de minorías, de aristocracia; una visión del quehacer estético como un juego sin transcendencia.
La Generación del 27 se caracteriza al comienzo por su intento de buscar el arte por el arte, el arte deshumanizado, quizá por oposición a espíritu de la Generación del 98. La palabra clave es asepsis o asepsia (del griego a-, que significa negación, y septós ‘podrido’: ausencia de materia productora de descomposición o de gérmenes que pueden producir infecciones o enfermedades). Muestra esta generación, en un principio, cierta intención de seguir las tendencias modernistas, o más bien vanguardistas, pero la temática nacional de la Generación del 98 se irá infiltrando cada vez más.
Toda esta generación bebe de las nuevas tendencias europeas, sobre todo del ultraísmo: movimiento poético de vanguardia surgido de las tertulias que iniciara Rafael Cansinos-Assens en el Café Colonial de Madrid a finales de 1918 como reacción contra el amaneramiento de los seguidores del modernismo de Rubén Darío y que durante algunos años agrupó a los poetas españoles e hispanoamericanos que coincidían en sentir la urgencia de una renovación radical del espíritu y la técnica.
Si el pintor expresionista español José Gutiérrez Solana (1886-1945) es el representante de la Generación del 98, Pablo Picasso (1881-1973) lo fue de la Generación del 27. Sin olvidar que, si Picasso representa el arte abstracto, también fue el pintor de Guernica. Cosa parecida tenemos con la evolución de la Generación del 27.
Esta generación toma a Juan Ramón Jiménez (1881-1958) no como maestro, pero sí como ejemplo digno de interés. El 300 aniversario de la muerte de Luis de Góngora celebró a este poeta barroco como el artista de la forma y el descubridor de la metáfora brillante. Góngora influirá mucho en el grupo del 27, cuyos representantes fueron dejando el verso libre y volviendo a la forma de estrofas, como es el caso de Alberti y Guillén.
A partir de 1930, se nota un cambio de dirección en esta orientación neomodernista: un apartamiento progresivo de la dirección deshumanizada y una búsqueda del calor humano en la poesía. A partir de esta fecha, cada poeta sigue sus sentimientos personales, lo que da la impresión de que cada poeta sigue un camino estético distinto, por eso es muy difícil agrupar a esta generación bajo una misma temática.
La mayoría de los representantes de esta generación, comprometidos con la II República (1930-1936), tuvieron que escoger el exilio al sobrevenir la Guerra Civil (1936-1939), otros, como Lorca, fueron víctimas de la contienda fratricida.
Paralelos a la Generación del 98, los movimientos vanguardistas buscaban restablecer lo auténticamente lírico y salvar la poesía: el ultraísmo, el dadaísmo, el cubismo y el futurismo.
El ultraísmo
El ultraísmo nace en el 1919 y muere prácticamente ya cuatro años más tarde. Desde 1915, el movimiento modernista quedó liquidado. Juan Ramón Jiménez y algunos poetas menores intentan buscar nuevos caminos que fueran “más allá” (en latín “ultra”) del modernismo. La terminación de la Primera Guerra Mundial aceleró el proceso. El impacto de la guerra del 14 dio lugar en Europa a un intento de ruptura con la cultura que parecía agotada y al nacimiento de una serie de grupos llamados de “vanguardia” (del antiguo avanguardia, y este de aván, por avante = ‘adelante’, y guardia: avanzada de un grupo o movimiento ideológico, político, literario, artístico).
El común denominador de la vanguardia fue:
Afán revolucionario por acabar con la tradición, creando un arte completamente inédito. Característica de este nuevo arte sería la completa y absoluta libertad en el terreno de la forma y –paradójicamente a las circunstancias históricas del momento– un despreocupado optimismo.
El primer brote en España de este movimiento subversivo fue el ultraísmo, cuyo programa vino a reducirse a lo siguiente:
Abandono de lo decorativo modernista y del elemento anecdótico musical y emotivo. Instauración de una poesía esencialmente metafórica, de ahí la rehabilitación del poeta barroco español Luis de Góngora y Argote (1561-1627). La inspiración hay que buscarla en los temas más dinámicos y deportivos del mundo moderno.
Guillermo de la Torre define así este movimiento:
“El ultraísmo busca la reintegración de lo lírico y la rehabilitación de la poesía. Usa los elementos puros e imperecederos: La imagen y la metáfora, y rechaza todos los elementos extraños: acción, motivos narrativos y retórica”.
Desaparece la rima y queda solamente el ritmo. Desaparecen las conexiones lógicas. Aparecen los valores visuales y el relieve plástico, en vez de la musicalidad y la retórica. En cuanto a los temas, el ultraísmo quiere introducir en la poesía temas hasta ahora no tenidos por literarios: las máquinas, la electricidad, el automóvil.
Obras representativas del ultraísmo:
Hélices (1924) de Guillermo de la Torre y las dos obras
Imágenes (1922) y
Manual de espumas (1924) de Gerardo Diego.
El ultraísmo tiene cierta semejanza con el futurismo italiano. Su valor radica en haber sido precursor.
El ultraísmo duró poco –de 1919 a 1923– y no consiguió dejar nada decisivo, pero fue un revulsivo que hizo posible la poesía de los años siguientes.
El creacionismo
Fue una corriente surgida al lado del ultraísmo. Su portavoz fue el chileno Vicente Huidobro Fernández (1893-1948), escritor vanguardista chileno, defensor entusiasta de la experimentación artística durante el periodo de entreguerras.
El manifiesto del creacionismo: Nada de acción ni de descripción. El sentimiento tiene que salir solamente de la fuerza creadora. Hay que hacer una poesía como la naturaleza hace un árbol. El poeta crea un mundo fuera del existente, un mundo que no existe, pero debería existir. Por ejemplo, si el poeta dice “el pájaro que anida en el arco iris”, presenta el poeta un fenómeno que no existe, que nadie ha visto, pero que todos desearían ver. “En vez de cantar la rosa, hazla florecer en el poema” (Huidobro).
El dadaísmo
Dada es una palabra francesa que significa ‘caballito de juguete’ y fue elegida por el poeta y editor rumano Tristan Tzara al abrir al azar un diccionario en una de las reuniones que el grupo celebraba en el cabaret Voltaire de Zúrich.
Dadá o Dadaísmo fue un movimiento vanguardista literario y artístico surgido en 1916, durante la Primera Guerra Mundial, caracterizado por su negación de los cánones estéticos establecidos, y que abrió camino a formas de expresión de la irracionalidad. Abarca todos los géneros artísticos y es la expresión de una protesta nihilista contra la totalidad de los aspectos de la cultura occidental, en especial contra el militarismo existente durante la I Guerra Mundial e inmediatamente después.
Aunque los dadaístas utilizaron técnicas revolucionarias, sus ideas contra las normas se basaban en una profunda creencia, derivada de la tradición romántica, en la bondad intrínseca de la humanidad cuando no ha sido corrompida por la sociedad.
Como movimiento, el Dadá decayó en la década de 1920 y algunos de sus miembros se convirtieron en figuras destacadas de otros movimientos artísticos modernos, especialmente del surrealismo. En París inspiraría más tarde el surrealismo. En 1922 el grupo de París se desintegró.
El surrealismo
El francés surréalisme, término que designa una tendencia artística, fue mal traducido al español en forma de surrealismo. El prefijo francés sur- corresponde al español super- o sobre-, y la traducción adecuada sería superrealismo o sobrerrealismo. Antonio Machado prefirió suprarealismo. La Real Academia admite que superrealismo, sobrerealismo o suprarrealismo son formalmente los nombres más adecuado, pero que el nombre surrealismo se ha impuesto en todo el ámbito hispano y, por ello, es el más recomendable, lo que también vale para el adjetivo surrealista, frente a sobrerrealista, superrealista y suprarrealista.
«Surrealismo. Del francés surréalisme, designa el movimiento artístico y literario surgido en Francia a comienzos del siglo xx y caracterizado por dar primacía al inconsciente y a lo irracional. La palabra francesa está formada con el prefijo sur-, cuyos equivalentes en español son los prefijos sobre-, super- o supra-; de ahí otros nombres como sobrerrealismo, superrealismo o suprarrealismo, que, aunque formalmente más adecuados, no han conseguido desplazar a surrealismo, denominación que se ha impuesto con claridad en todo el ámbito hispánico y resulta, por ello, la más recomendable. Lo mismo ocurre con surrealista, frente a las alternativas sobrerrealista, superrealista y suprarrealista.» [RAE: Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Santillana, 2005, p. 621]
De “una costilla del dadaísmo” surge en Francia el Surrealismo. En España surgió de los movimientos anteriores hacia 1925 y alcanza su punto culminante hacia 1928.
Los movimientos anteriores buscaban una perfección técnica, una pureza estética y odiaban lo sentimental –tendencia esta que compartían con las artes plásticas del cubismo, etc. La falta de emoción humana y la frialdad intelectual es el resultado.
El surrealismo da un cambio de rumbo. Ahora se busca el “automatismo síquico puro”, la asociación libre de ideas o imágenes, fuera totalmente de la lógica, de la razón. La influencia del sicoanálisis y la “asociación libre” como técnica terapéutica es patente. Se atiende solamente a la presentación del “mundo subconsciente”, de ahí la incoherencia irracional de las relaciones metafóricas, la importancia que adquieren los elementos oníricos y el tono turbulento y angustioso de las alucinadas visiones.
Se da mucha importancia al sueño, que Freud postulaba como la ‘vía regia’ para conocer la estructura síquica de los pacientes. Para los surrealistas, el sueño es una fuente de inspiración poética. El poeta trabaja durante la etapa del sueño. El misterio de toda creación está en las fuerzas inconscientes de la persona creadora. Para los surrealistas, el sueño y la realidad no son contradictorios, sino que se deben fusionar y dar así una “superrealidad”. De ahí que en España se diera a este movimiento el nombre de superrealismo. Los surrealistas o superrealistas rechazan toda actividad consciente y lógica y buscan la expresión de lo irracional, de las fuerzas elementales del alma humana.
El primer poeta español que escribió poesías surrealistas fue Rafael Alberti (1902-1999) en Sobre los ángeles (1930). Vicente Aleixandre (1898-1984), Federico García Lorca (1898-1936) y Gerardo Diego (1896-1987) pertenecieron a este movimiento poco tiempo.
Destacan, por su clara filiación surrealista:
José María Hinojosa (1904-1936)
La flor de California (1926)
La sangre en libertad (1931)
Rafael Alberti (1902-1999)
Sobre los ángeles (1929)
Luis Cernuda (1902-1963)
Los placeres prohibidos (1931)
Federico García Lorca (1898-1936)
Poeta en Nueva York (1929-1930)
Esta obra de Lorca, así como sus piezas teatrales El público y Comedia sin título, y el guion cinematográfico Viaje a la luna, revelan una afinidad con las búsquedas estéticas de Luis Buñuel y de Salvador Dalí, cuyos cortometrajes Un chien andalou (Un perro andaluz) y L’âge d’or (La edad de oro), con guión sólo de Buñuel, son exponentes del surrealismo en el cine.
Con el surrealismo –originado en España como superrealismo independientemente del francés– la poesía ganó un nuevo contenido dramático, después de algunos años de “deshumanización del arte” (Ortega). El tono europeo y antitradicional de los primeros momentos fue sustituido por la integración de la mejor tradición española: Garcilaso de la Vega (1501-1536), San Juan de la Cruz (1542-1591), Francisco de Quevedo (1580-1645), Luis de Góngora y Argote (1561-1627) y Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). Esta integración fue fruto de la nueva valoración de la tradición española llevada a cabo por los “poetas universitarios” (Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso y Gerardo Diego).
La evolución posterior a las vanguardias
Pasado el movimiento iconoclasta del ultraísmo, hay una vuelta a los cauces tradicionales: “Esta generación no se alza contra nadie ni contra nada, ni en lo político ni en lo literario” (Dámaso Alonso), a diferencia del modernismo y del 98. Se admira a los valores y maestros anteriores y a los grandes valores de la lírica nacional, pero se evoluciona manteniendo ciertos valores ultraístas:
- Libre uso de la metáfora, uno de los elementos capitales del poema.
- Estilización poética de la realidad.
- Substitución de lo sentimental, decadente y noble del modernismo por un tono juvenil y optimista, a veces irónico, y escasamente emotivo.
Es el momento de la estilización de lo popular (Lorca y Alberti) y de la poesía pura (Salinas y Guillén). Ambas direcciones entroncan con aspectos de Juan Ramón Jiménez (1881-1958), quien es maestro común y admitido. La vuelta a lo popular no sólo afecta a los temas, sino también a la métrica. Lorca, por ejemplo, usará la copla tradicional popular y Alberti la del cancionero medieval.
Ambiente socio-político de la Generación del 27
La juventud de los miembros de esta generación coincide con una periodo notablemente sosegado y próspero de la vida española. La crisis universal del 1930 los marcará: Fracasada la ideología de la posguerra, la vida cobra un tinte acre y desagradable.
Los años que siguieron a la firma del Tratado de paz de Versalles (1919), tras la conclusión de la I Guerra Mundial, entre Alemania y las potencias aliadas, son los años de las literaturas de vanguardia. Por todas partes se busca la renovación y el afán de establecer la vida sobre bases más auténticas y razonables que los años anteriores.
La existencia europea cobre un signo de juventud. Lo “deportivo” se convierte en categoría moral y en elemento positivo de conducta. La máquina es aceptada como instrumento útil y positivo. El triunfo de la revolución rusa (1917) populariza el socialismo. Doctrinas individualistas se mezclan con doctrinas colectivistas. El arte busca fórmulas antiburguesas, ensayando todo sin miedo a la extravagancia o al absurdo. Se busca que la cultura penetra las capas más bajas y populares de la sociedad, surge el amor por lo popular.
En los años treinta aparecen las primeras tendencias negativas. En Francia la reacción antiintelectualista contra el cubismo es el surrealismo. En Alemania, en 1927, Martín Heidegger publica Ser y Tiempo, que más tarde dará pie al movimiento existencialista. La bolsa de Nueva York se hunde. La crisis económica mundial descubre la falsedad de las bases materiales del periodo.
España había vivido la I Guerra Mundial (1914-1918) desde afuera. Por eso no considera necesaria la transformación del mundo; acepta la riqueza, la técnica, pero no sus consecuencias sociales y culturales. Acepta el automóvil, pero no el tractor. Como con el modernismo, es ahora también un hispanoamericano el que introduce en España los nuevos movimientos vanguardistas: Vicente Huidobro Fernández (1893-1948). Unos –ismos se suceden a otros.
Hasta que, a la mitad de la década, la poesía cobra identidad propia con un grupo de poetas, oriundos casi todos de la burguesía y con formación universitaria. Se encuentran entre estos poetas muchos profesores y eruditos, que rehabilitan la tradición española clásica y a autores clásicos poco apreciados hasta entonces. Hay una recaída unánime en formas clásicas tradicionales, con la incorporación del popularismo a la poesía culta.
Una de las características generacionales del 27 es una casi general indiferencia por los temas vivos, ausencia de narradores y dramaturgos, si exceptuamos a García Lorca. Esto explica la impopularidad de la obra lírica (el caso de Lorca fue tardío).
Esta generación comienza proclamándose minoritaria. El rechazo de todo sentimentalismo fue debido a la exageración de lo curso de los modernistas. La asepsia sentimental duró solamente unos años, pues todos estos autores evolucionaron hacia formas más humanas de la lírica. Los años de 1931 (comienzo de la II República) hasta 1936 (comienzo de la Guerra Civil) liquidan la vanguardia literaria. Los supervivientes mostrarán más autenticidad en el arte.
Los miembros de la Generación de 1927 se pueden dividir en dos grupos:
- Los poetas con formación universitaria: Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso y Gerardo Diego.
- El grupo andaluz: García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre y Luis Cernuda.
- Dramaturgos: García Lorca y Alejandro Casona.
Poéticamente, se pueden distinguir tres etapas en la poesía de la Generación del 27:
Primera etapa
Etapa de tanteo, en la que conviven las influencias del romanticismo con las de la vanguardia, especialmente el Ultraísmo de Gómez de la Serna y el Creacionismo de Vicente Huidobro y Gerardo Diego. Lectura de los clásicos españoles, admirados y asimilados por toda la generación.
Segunda etapa
La celebración en 1927 del tricentenario gongorino es la culminación de todo lo anterior, tanto del vanguardismo español como del amor por los clásicos, así como de la rebeldía romántica que los lleva a oponerse, tanto a la frivolidad un tanto huera de la vanguardia, como a los últimos restos del realismo decimonónico. Sin embargo, esta etapa esteticista no durará mucho.
Tercera etapa
La situación mundial y española, unida al impacto que causó el surrealismo con su rechazo de la pureza poética, llevarán a los poetas una "rehumanización" de la poesía que en algunos casos (Alberti y Altolaguirre sobre todo) se traducirá en un auténtico compromiso político.
Características de la Generación del 27
Admiración por la obra poética de Juan Ramón Jiménez, no considerado como maestro, pero sí como ejemplo digno de interés.
Seguimiento de las vanguardias de moda en esos años.
A la búsqueda de un lenguaje culto inspirado en los clásicos y en las formas de la lírica popular: Romancero, Cancionero, etc.
La Generación del 27 y su producción literaria es considerada como la Nueva Edad de Oro de la lírica española.
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