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La escuela poética de Salamanca

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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La escuela poética de Salamanca

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Fray Diego Tadeo González (1731-1794)

José Cadalso y Vázquez (1741-1782)

Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811)

José Iglesias de la Casa (1748-1791)

Juan Meléndez Valdés (1754-1817)

Manuel José Quintana (1772-1857)

Francisco Sánchez Barbero (1764-1819)

Nicasio Álvarez de Cienfuegos (1764-1809)

Juan Nicasio Gallego (1777-1853)

Juan Bautista Arriaza y Superviela (1770-1837)

José Somoza (1781-1852)

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LA ESCUELA POÉTICA DE SALAMANCA

Forman la llamada Escuela salmantina un grupo de poetas del siglo XVI, de gran sobriedad y sencillez, en los que predomina el fondo sobre la forma. Cultivaron una lírica intimista ligada a cuestiones de índole religiosa, moral y filosófica. El modelo es Fray Luis de León (1527-1591).  

«En la segunda mitad del siglo XVIII un grupo de amigos cantaba “a las orillas del Tormes”; y alguno pensó en volver a las fuentes poéticas de fray Luis de León. Jovino (el nombre lírico de Jovellanos), dirigió a sus compañeros literarios, al dulce Batilo (Meléndez Valdés), al “sabio Delio” (fray Diego Tadeo González) y a “Liseno, gloria y ornamento del pueblo salmantino” (padre Juan Fernández de Rojas) una poesía que tenía por lema un verso de Horacio. Bajo estos númenes componían estos autores de mediano vuelo, de sobrios acentos, si se exceptúa al verdadero poeta Meléndez Valdés. Bajo la aparente serenidad clásica latían anhelos de romanticismo, y Jovellanos en esta epístola A sus amigos de Salamanca, evoca las ruinas de un templo, a las orillas del Tormes, un día frecuentado por el pueblo, y hoy sede de agoreros, buhos y medrosas lechuzas, en cuyo recinto crecen “altos y fúnebres cipreses”.» (Ángel Valbuena Prat: Historia de la literatura española. Barcelona, 1968, vol. III, p. 84)

La epístola de Jovellanos A sus amigos de Salamanca presenta una estética que en líneas generales se centra en el desprecio hacia la poesía amoroso-pastoril y en la exaltación de una poesía didáctica y de espíritu nacional, vertida hacia los graves temas de la moral y de la historia.  

Fue César Real de la Riva quien, en un artículo del año 1948, acuña definitivamente la denominación de Segunda escuela poética salmantina. La cohesión interna de la Escuela se manifiesta, según este crítico, en un fuerte estímulo colectivo (el de la regeneración del lenguaje poético) y en el carácter ambiental que el círculo crea en torno a sí o, en todo caso, recoge como herencia de una tradición secular elegante y clásica, que existía en la ciudad del Tormes, tenida desde siempre como «mansión de soberanas musas».

Esta Segunda Escuela Salmantina, que prosperó a finales del siglo XVIII y que fue presidida por José Cadalso y, en una segunda etapa, por Juan Meléndez Valdés, se guiaba por los principios de la poesía filosófica e ilustrada expuestos en la Epístola de Jovellanos. Además de su gusto por los temas mitológicos y la poesía de Anacreonte y Horacio, sus autores españoles predilectos eran Garcilaso de la Vega, fray Luis de León y Esteban Manuel de Villegas.

La época de florecimiento de esta segunda escuela lírica de Salamanca debe situarse pues entre 1770 y 1794, aunque su actividad perdurará hasta 1820.

La mayoría de sus componentes adoptaron algún sobrenombre o máscara poética:

Andrés del Corral (Andrenio)

Eugenio Llaguno y Amírola (Elpino)

fray Diego Tadeo (Delio)

Gaspar Melchor de Jovellanos (Jovino)

José Cadalso (Dalmiro)

José Iglesias de la Casa (Arcadio)

Juan Fernández de Rojas (Liseno)

Juan Meléndez Valdés (Batilo o Meliso)

Juan Pablo Forner (Amintas)

León de Arroyal (Cleón)

Padre Alba (Albano)

Pedro Estala (Damón)

Ramón Cáseda (Hormesindo)

Salvador de Mena (Menalio)

Manuel María Cambronero (Fabio)

La nueva escuela salmantina continúa la tradición de la escuela salmantina del siglo XVI, pero evitando ahora el barroquismo, sin abandonar la tradición española. En un principio, el género más cultivado por los poetas salmantinos fue el anacreóntico, con sus temas tradicionales: amistad, amor, vino y sensualidad. Toda Europa, hacia esta época, mostraba su afición al anacreontismo, y España, donde no faltaban antecedentes (Cetina, Villegas), lo convirtió también a partir de Cadalso, en uno de los tópicos capitales de la lírica neoclásica.

Este anacreontismo se va impregnado de sentimentalismo, siguiendo la evolución de la sensibilidad europea; pero el paso decisivo hacia un tipo de poesía prerromántica lo dio el grupo de Salamanca, a raíz de la Epístola a los amigos de Salamanca (1776) de Jovellanos en la que se aconsejaba abandonar los temas eróticos y cultivar los morales y filosóficos de Humanidad, Progreso, Beneficencia, que caracterizaban al movimiento ilustrado. La tendencia anacreóntica y la humanitaria conviven hasta el triunfo del romanticismo más tarde.

Aunque los poetas de este grupo no se propusieron deliberadamente continuar la línea de la escuela salmantina del siglo XVI, rechazan el barroquismo y entroncan con la tradición española. El influjo de Horacio y de Fray Luis de León y la sobriedad expresiva permiten establecer un cierto nexo entre los grupos renacentista y neoclásico de Salamanca.

Permeable a las nuevas tendencias que vienen no sólo de Francia sino también de Inglaterra, la Escuela poética salmantina cultiva varias corrientes estéticas: Barroquismo, Rococó, Neoclasicismo y Prerromanticismo. Pero manteniendo siempre un anhelo de vuelta a la mejor tradición literaria española del siglo XVI.

La escuela salmantina sustituye el modelo barroco gongorino, que cultiva la escuela sevillana, por un clasicismo renacentista: Garcilaso de la Vega y fray Luis de León. En general, como dice Lázaro Carreter: “los materiales que sirvieron a los poetas dieciochescos fueron, en gran cantidad, los utilizados por el siglo XVI”.

Como modelos a seguir por este grupo se pueden citar, aparte de Horacio y Fray Luis, a Anacreonte o Villegas, para el género anacreóntico, y a Young, Pope, Rousseau, para las composiciones de carácter filosófico.

A Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), se le considera dentro de la escuela salmantina por el influjo que sobre este grupo ejerció a la marcha de José Cadalso (1741-1782). A Jovellanos y a Cadalso los hemos presentado en el apartado La Ilustración en España – Ensayistas, por ser este el género en el que más han destacado. En torno a la escuela de Salamanca se suele dar el nombre de Cadalso, porque vivió allí desterrado por el Conde de Aranda con la buena intención que se olvidara de sus tribulaciones tras la muerte de su amada.

Meléndez Valdés y sus nuevos discípulos prolongan durante un tiempo -aproximadamente hasta 1789 año en el que Meléndez escribe su última y melancólica égloga El zagal del Tormes- el espejismo de una escuela poética consagrada a una poesía muy determinada.

Quintana, Cienfuegos, Nicasio Gallego, Sánchez Barbero pertenecen ya al siglo XIX. Su preciosismo, su escasa poesía bucólica son enteramente episódicos, conduciendo enseguida su estética hacia el neoclasicismo dramático, el sentimentalismo filosófico o hacia actitudes declaradamente románticas.


Fray Diego Tadeo González (1731-1794)

VIDA

Nació en Ciudad Rodrigo (Salamanca). Profesó como agustino en el convento de San Felipe el Real, de Madrid. Fue varias veces prior y secretario de Visita y Provincia. Su nombre figura en el Diccionario de Autoridades de la Real Academia.

Con los agustinos Rojas y Corral y los seglares Meléndez Valdés y Juan Pablo Forner fundó la llamada Escuela poética salmantina del siglo XVIII, dándose en ella el poético nombre de Delio. Fue animador de esta escuela junto a Cadalso y Meléndez Valdés.

Vivió también en Pamplona y en Alcalá de Henares. Murió en Madrid.

Fue un gran teólogo, gran orador y gran poeta. Escribió muchas poesías de tendencia platónica.

OBRA

Cultivó el género anacreóntico y pastoril, dedicando algunas composiciones a “Melisa”, su primer amor, en las que expresa un puro platónico con suaves versos dotados de delicada ternura, y a “Mirta”, una dama de Cádiz. Después cantó a Filis y Lisi, al parecer personas reales.

La naturalidad, la sencillez, la imitación de fray Luis de León son los principales caracteres de su lírica. Para calificar sus composiciones amorosas, los eruditos emplean el término de “amor platónico” y de “damas piadosas”.

Las Eades (1812)

Poema didáctico-filosófico del que sólo alcanzó a completar el primer libro. Está escrito a instancias de Jovellanos.

A las nobles artes (1781)

Oda.

Llanto de Delio y profecía de Manzanares (1783)

Égloga.

El murciélago alevoso

Es su composición más conocida. Es una desconcertante composición llena de un humor algo absurdo y de dudoso gusto.

«En su poesía más conocida El murciélago alevoso, funde el tono burlesco con la parodia trágica, en la muerte y suplicio del animal que penetró en la estancia del poeta enamorado, juntándose temas folklóricos, juegos crueles de niños, pintoresquismo. Esta poesía desigual, de gusto dudoso, posee un vigor extraño, una fuerza de lenguaje, y una sincera expresión del alma de un fraile que acaso en la delectación inconsciente en los dolores de un animal protervo, ocultaba cierto sentido de crueldad que puede hacernos pensar en espectáculos españoles, desde los toros a los autos de fe.» (Ángel Valbuena Prat: Historia de la literatura española. Barcelona, 1968, vol. III, p. 85)

El Murciélago Alevoso fue parodiado por Félix María de Samaniego en su poema titulado Los huevos Moles, donde copiando la estructura de El Murciélago alevoso, relata la historia de un ratón que come el plato de huevos que Juana iba a regalarle a su amante Perico. Aquí la víctima de tantos suplicios y maldiciones será el ratón.

Poesías (1796)


José Cadalso y Vázquez (1741-1782)

VIDA

Nació en Cádiz en 1741 en el seno de una familia de buena posición social. Quedó huérfano de madre a los dos años. Su niñez transcurrió bajo la tutela de su abuelo y de su tío José Vázquez, jesuita que llegó a ser Rector del colegio que la Compañía de Jesús.

Estudió con los jesuitas de Cádiz y después en París e Inglaterra. Viajó por toda Europa acompañando a su padre en sus viajes de negocios y contagiándose del espíritu de la Ilustración del momento. La estancia en el extranjero le dio la oportunidad de aprender lenguas modernas (dominaba el inglés y el francés) y de conocer formas de vida y de cultura diferentes a las españolas. Fue adquiriendo así una visión cosmopolita de la vida muy propia de los ilustrados.

En 1768 fue desterrado a Zaragoza por sus críticas a la sociedad madrileña, especialmente a las altas jerarquías de la corte y sus amoríos. Volvió a Madrid en 1770, donde se enamoró de la actriz María Ignacia Ibáñez (la “Filis” de sus versos), quien murió al poco tiempo de tifus a los veinticinco años. Se dice que Cadalso, en extraño frenesí, quiso desenterrar el cadáver de su amada. Temiendo por su salud mental, el Conde de Aranda (1719-1798), aristócrata, militar, diplomático y gobernante de la España de la Ilustración, lo desterró amablemente a Salamanca para distraerlo.  

Amigo de Nicolás Fernández de Moratín y de Tomás de Iriarte, era uno de los asistentes a la tertulia literaria de la fonda de San Sebastián. Se interesó por la reforma del teatro, abogando por la adopción de la estética neoclásica. Destinado a Salamanca, entabló allí relación con los poetas del grupo salmantino, sobre todo con Meléndez Valdés.

Destinado a la marina por su propia voluntad, fue designado ayudante de campo del jefe de las fuerzas españolas que sitiaban Gibraltar. En este bloqueo fue alcanzado por una granada inglesa y murió a las pocas horas. Contaba a la sazón cuarenta años y acababa de ser ascendido al grado de Coronel.

Cadalso debió de ser un hombre de trato afable y cordial. Su vasta cultura europea, su inteligencia, su noble espíritu y su temperamento finamente irónico le granjearon el aprecio de cuantos le conocieron. Todo esto hace del gran ensayista una de las figuras más sugestivas y simpáticas del siglo XVIII español.

OBRAS

Cadalso fue prosista y poeta; pero aunque en ambos conceptos tuviera grandes admiradores, en el primero es como hemos de considerarle hoy principalmente.

La importancia de Cadalso en el siglo XVIII es considerable como promotor de inquietudes literarias y como escritor. Suele darse su nombre en torno a la escuela salmantina, por vivir Cadalso en la ciudad del Tormes a raíz del amable destierro que le procuró el Conde de Aranda. Durante su destierro en Salamanca estuvo en relación de camaradería con Meléndez Valdés, a quién influyó. En vida, fue un pleno romántico.

Cadalso es un escritor ilustrado español, también considerado introductor del romanticismo en España. Fue más inspirador sugerente que un talento original. Sus Noches lúgubres son ya prerrománticas como imitación del Werther de Goethe. Su obra cumbre son las Cartas marruecas, crítica social del tiempo bastante pesimista, imitación de las Cartas persas (1721) de Charles-Louis de Montesquieu (1689-1755).

Basándose especialmente en sus Noches lúgubres, muchos críticos lo consideran precursor del romanticismo español. Pero lo fundamental de su producción tiene una tonalidad neoclásica. Actualmente se le ve como el autor de las Cartas marruecas. Sus ideas progresistas provocaron problemas con la censura. Cadalso fue muy admirado en su tiempo como poeta. Pero se ha valorado más a Cadalso como prosista, considerándose sus obras superiores a sus poemas o a sus piezas dramáticas.

En el pensamiento de Cadalso se observa un escepticismo pesimista heredado del siglo XVII (“todas las cosas son buenas por un lado y malas por otro... el hombre es mísero desde la cuna al sepulcro”), junto a una gran confianza en el hombre y en el progreso.

«Si Cadalso volvía los ojos con nostalgia hacia las viejas virtudes españolas, veía también en la cultura de los países europeos contemporáneos un modelo digno de ser tenido en cuenta. Este sentido europeísta, unido a la patriótica preocupación por España y a la crítica de ciertos valores históricos, hacen del autor de las Cartas Marruecas un notable precedente de la generación del 98.» (J. García López)

Kalendario manual y Guía de forasteros en Chipre (1768)

En esta obra satírica, Cadalso parodia el calendario oficial que se publicaba en Madrid, criticando la alta sociedad madrileña y la corte de Madrid. Esta obra fue la que provocó el destierro del escritor.

Solaya o los circasianos (1970)

Tragedia que no se llegó a estrenar al no pasar la censura. Dramatiza un enfrentamiento entre el sentimiento amoroso y las convenciones sociales, con un desenlace cruel. La tragedia se sitúa en un escenario exótico.

Argumento: Circasia, región de la Rusia meridional, y se atiene a las reglas neoclásicas para la tragedia. El príncipe tártaro Selín, que ha llegado a Circasia para cobrar un tributo de doncellas, se enamora de Solaya, perteneciente a una de las familias principales.

Don Sancho García, conde de Castilla (1771 ­– estrenada en 1781)

Cadalso comenzó su carrera literaria estrenando esta tragedia neoclásica de asunto épico medieval, que fue publicada en Madrid bajo el seudónimo de Juan del Valle. Responde formalmente al tipo de tragedia neoclásica, en cinco actos, sometida a las tres unidades y en endecasílabos pareados. Ambientada en la época medieval, presenta un antiguo tema legendario. Coincide con otro prerromántico –Cienfuegos– y se anticipa, aunque no influya en él, a un drama de Zorrilla. Sigue la leyenda de Cristóbal Lozano en el siglo XVII, que coincidía en parte con Los monteros de Espinosa de Lope.

Argumento: Por complacer a su amante Almanzor, rey moro de Córdoba, la condesa viuda de Castilla, doña Ava, papel que representó María Ignacia, intenta envenenar a su hijo Sancho García; pero al final es la condesa quien bebe el veneno preparado para su hijo.

La obra fue interpretada por su amada María Ignacia y tuvo que ser retirada a las cinco representaciones al no tener éxito. Falta de rigor y de vida, es lo más endeble de su obra, tanto desde el punto de vista argumental como estilístico.

Los eruditos a la violeta (1772)

El título alude a uno de los perfumes, el de la violeta, preferidos por los jóvenes a la moda, asiduos de los salones. Este divertido opúsculo lleva el subtítulo: Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete lecciones, para los siete días de la semana, publicado en obsequio de los que pretenden saber mucho estudiando poco.

Es una sátira escrita en prosa y publicada bajo el seudónimo de José Vázquez y escrita con propósito satírico contra un tipo de educación entonces frecuente: la erudición meramente superficial. El éxito de esta sátira es inmediato, hasta el punto de que el término violeto y la locución a la violeta se ponen de moda.

Son textos mordaces en los que ridiculizaba el falso barniz cultural que tenían muchos de los petimetres que poblaban los salones del Madrid de la época, así como los manuales de ciencia universal. El narrador es un catedrático que enseña las nociones indispensables para poder lucirse en sociedad sin saber mucho. En esta obra, Cadalso se burla de la erudición superficial, tan propia de una época en la que el afán de cultura había degenerado en simple moda entre las clases elevadas.

Ocios de mi juventud (1773)

Un poemario con regusto entre rococó y romántico, escrito durante su destierro aragonés. Una colección de cincuenta y cuatro poemas. Son poesías que pertenecen a los distintos géneros típicos del momento: anacreónticas, pastoriles, amatorias, filosóficas y satíricas. Los modelos abarcan desde Anacreonte y Ovidio hasta Tasso y Garcilaso.

Con esta obra, Cadalso hizo revivir la anacreóntica, enterrada con Villegas siglo y medio antes, uno de los géneros más cultivados en el siglo XVIII, sobre todo por Meléndez Valdés y los poetas de la escuela de Salamanca. Gran parte de las letrillas y anacreónticas de esta obra las dedicó a su amada “Filis” (María Ignacia), cuya muerte le inspiró también algunos lúgubres versos de carácter prerromántico.

Representa este libro una declaración de principios poéticos en los que coincidirán los poetas de la Escuela de Salamanca. La temática de estos poemas se desembaraza de los «asuntos graves», eludiendo por este camino el barroquismo de un lenguaje periclitado: Mi numen estos versos me produjo / todos de risa son, gustos y amores. / No tocaré materias superiores....

Cartas marruecas (1789)

Es su obra más ambiciosa y un compendio de sus ideas. Aquí encontramos al verdadero Cadalso, crítico y comentador, personalidad abierta a los principales influjos europeos. Estas cartas constituyen una censura de la decadencia y corrupción de la patria. La crítica las ha relacionado con las Lettres persanes (1721), las Cartas persas, del escritor y jurista francés Charles-Louis de Montesquieu (1689-1755).

Las Cartas constituyen un libro de ambiente enciclopedista: resaltan el humanitarismo, el aprecio de la bondad, del “hombre de bien”, el exaltador de los buenos amigos y el censor de la trata de negros.

Tomando como pretexto un viaje por España del árabe Gazel, hace una crítica de las costumbres y defectos nacionales, pero la obra está inspirada en un patriótico propósito de reforma en el sentido reformador del despotismo ilustrado. Educado en las ideas de la Ilustración, Cadalso verá en el cultivo de la ciencia y de la virtud el recurso más eficaz para hacer salir al país del marasmo en que se encuentra. Hay que aceptar el trabajo, la cultura y las virtudes sociales, aceptando el ejemplo de otras naciones más progresivas. Hay que evitar “un patriotismo mal entendido que en lugar de ser virtud viene a ser un defecto ridículo y muchas veces perjudicial a la misma patria”.

En este ensayo de interpretación de la realidad española, Cadalso finge una correspondencia entre dos amigos marroquíes, uno se encuentra en España y el otro en Marruecos, al que cuenta lo que ve en España, por supuesto desde el relativismo de la diferencia de culturas. Cadalso aprovecha para dar su visión crítica sobre el carácter español, la política del momento y la historia de España, todo con notable gracia e ironía: Estas cartas tratan del carácter nacional, cual lo es en el día y cual lo ha sido.

Esta obra pertenece al género de literatura epistolar, muy de moda en la Europa del siglo XVIII, junto con la tradición de los libros de viajes. Cadalso consideraba esta obra una novela epistolar. Otros críticos ven en ella la continuación de la prosa satírico-didáctica de un Cervantes o Quevedo.

Son noventa cartas escritas por un marroquí, su antiguo maestro y su amigo español. El estilo de cada uno de estos personajes y sus opiniones los caracteriza. Estas cartas dan una visión crítica de la realidad española de su tiempo: historia de España, costumbres, educación, el lujo, la fama póstuma, la ambición de los políticos, la corrupción de la administración, el atraso de las ciencias, la inutilidad de la clase noble.

A fines del XIX, las Cartas marruecas adquirieron nueva vigencia cuando se agudizaron las polémicas sobre España y su regeneración. Han atraído la atención de numerosos investigadores.

«Ante el problema de España, parece hallarse en las Cartas un precedente del criticismo de Larra y hasta del de la generación de 1898. Reconoce Cadalso el atraso de las ciencias, lamenta la decadencia del país, en lo que en algún momento nos hace pensar en Ford, y su visión de nuestras tierras en el siglo XIX; se burla del tipo ancestral del hidalgo pobre y orgulloso. Considera como las figuras más altas de nuestra historia a Cisneros y Hernán Cortés, llama inmortales a los Reyes Católicos, censura a la casa de Austria, y elogia a los Borbones, entre ellos a Felipe V. Entre los clásicos, objeto de sus lecturas y preferencias destacan Quevedo, muy alabado, fray Luis de Granada y fray Luis de León, Ercilla, Solís –como historiador–, Garcilaso, Herrera; en cambio la cita de Torres Villarroel revela menosprecio.

Interesante por su vida, y las huellas de ella en parte de su obra, Cadalso es especialmente el ensayista ameno, crítico, curioso de Cartas marruecas (Ángel Valbuena Prat: Historia de la literatura española. Barcelona, 1968, vol. III, p. 87-88)

Noches lúgubres (1789-1790, recopiladas en 1792 y 1798)

Elegía en prosa. Pequeña obra póstuma de inspiración prerromántica, ligada al luctuoso episodio de la muerte de la actriz María Ignacia Ibáñez, con la que tuvo amores apasionados y la que parece ser murió en sus brazos. Se cuenta cuando su amada María Ignacia fue sepultada en la iglesia de San Sebastián, Cadalso no salía de este templo, y dio en la manía de querer desenterrar a su adorada para llevársela. Para librarlo de tal locura, el conde de Aranda lo desterró a Salamanca.

«En sus diálogos en prosa Noches lúgubres, dramatizó el macabro episodio de sus infelices amores, en una pavorosa retórica, que hoy nos hace a veces sonreír poco piadosamente. Con todo, los perfiles de los personajes, en los que el juez corresponde al Conde de Aranda, ofrecen cierto interés psicológico, y la obra, aunque no dispuesta para representarse, revela un paso más cerca hacia el mundo de las tumbas y lamentos, que El delincuente honrado de Jovellanos.» (Ángel Valbuena Prat: Historia de la literatura española. Barcelona, 1968, vol. III, p. 86)

La obra se halla dividida en varias “noches”, en las que se desarrolla, en forma dialogada, el episodio que se le atribuía al propio autor: Tediato intenta, con ayuda del sepulturero Lorenzo, desterrar a su amada, pero la intervención del Juez le impide conseguir su propósito.

El tema central de Noches lúgubres es la noche y todo lo que sugiere en su aspecto lúgubre: féretros, cementerios, desesperanza y melancolía. El tono tétrico y pesimista del diálogo de Tediato y el sepulturero, eco en cierto modo de la filosofía moral del siglo XVIII español, hacen de la obra un curioso precedente del Romanticismo español.

En esta obra Cadalso hace gala de una nueva sensibilidad que se empezaba a manifestar en la Europa prerromántica: el gusto por exhibir los sentimientos personales de dolor, melancolía o angustia. La obra pertenece al género sepulcral, de moda en Europa a mediados del siglo XVIII y caracterizado por el interés por lo macabro, la necrofilia, lo cadavérico, la escenografía de tormentas, luces y sombras. Cadalso escribió esta obra a imitación de las Night Thoughts (1742-1745) del poeta inglés Edward Young (1683-1765), traducidas al español como Las Noches, Pensamientos nocturnos. Las Noches lúgubres fue una obra muy popular entre los románticos españoles a quienes atraían los temas macabros y nocturnos.

«Se han recalcado las fuentes extranjeras y los puntos de intersección con Young, Pope, Gray, Thomson, James Hervey y Sebastien Mercier, entre otros, a la par que las fuentes clásicas. En realidad, pese a que se la ha interpretado como obra autobiográfica, se inspira en un romance popular y en el tema de la difunda pleiteada. El tono lastimero y el paisaje espiritual subjetivo marcan el tránsito del sentimentalismo neoclásico al primer romanticismo, pero la obra dista mucho de ser plenamente romántica. [...] Estas lamentaciones subjetivas le sirven a Cadalso de punto de apoyo para levantarse contra los vicios de la sociedad de su tiempo y reclamar justicia. Nadie se conduele, porque en la sociedad sólo impera el afán de lucro: el salario será el único medio para conseguir ayuda. El dinero corrompe, porque invierte el orden de la naturaleza, engendra pasiones y multiplica delitos.» (Blanco Aguinaga, et. a.: Historia social de la literatura española...)

Epístola dedicada a Hortelio o Poesías inéditas (1792)

 


Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811)

VIDA

Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), bautizado como Baltasar Melchor Gaspar María de Jove Llanos y Ramírez, nació en Gijón (Asturias), hijo de una familia hidalga de larga ascendencia. Su niñez se desarrolló en un ambiente de inquietud intelectual.

En 1757 comenzó sus estudios de filosofía en la universidad de Oviedo, donde conoció al Padre Feijoo, que contaba entonces ochenta y cuatro años. Estudió derecho civil y canónico en las de Ávila y Alcalá, donde entró en contacto con el espíritu de la Ilustración y del reformismo ilustrado.

Comenzó los estudios eclesiásticos en el seminario y la universidad de  Ávila, donde se formó su espíritu de humanista con la lectura de los clásicos y el aprendizaje del latín. Iba para sacerdote, pero cambió su vocación por la de jurista.

En 1767 fue nombrado por Carlos III alcalde del crimen de la Audiencia de Sevilla.

En 1778 fue nombrado alcalde de casa y corte en Madrid, y dos años después fue designado miembro del Consejo de Órdenes Militares. Más tarde ingresó en la Junta de Comercio y Moneda y en la Sociedad Económica Matritense, para las que realizó sus famosos Informes...

El temor a la extensión de las ideas de la Revolución Francesa, tras la muerte de Carlos III, creó en España un ambiente hostil. En 1790 Jovellanos fue enviado a Asturias en un destierro encubierto. En 1797 fue rehabilitado por Manuel Godoy y nombrado ministro de Gracia y Justicia. En 1801 volvió a ser desterrado al castillo de Bellver en Mallorca a causa de sus ataques al favorito y a la Inquisición.

Rompió, por patriotismo, con todos sus amigos afrancesados, entre ellos Cabarrús y Leando Fernández de Moratín.

Fue liberado en vísperas del alzamiento del 2 de mayo de 1808 y formó parte de la Junta Central del Reino, que dirigió la heroica resistencia española contra Napoleón.

Huyendo de los franceses, que habían ocupado Gijón, se refugió en Puerto de Vega de Navia (Asturias) donde murió de pulmonía.

Su lema político: «Buenas leyes, buenas luces, buenos fondos».

OBRAS

Jovellanos cultivó varios géneros literarios (como poesía y teatro) pero sus escritos principales fueron ensayos de economía, política, agricultura, filosofía, costumbres; desde el espíritu reformador del Despotismo ilustrado. No se consideraba poeta; se veía como hombre de Estado y jurisconsulto. La poesía era para él puro pasatiempo; pero a los que se confesaban poetas les exigía orientación social y pedagógica (ver A sus amigos de Salamanca).

Jovellanos impulsó todo tipo de reformas en el ámbito nacional, siendo un ilustrado clave de la época. Fue, como Cadalso, un atento observador de la España de su tiempo, pero en vez de limitarse como éste a comentar irónica o gravemente los motivos de la decadencia y a apuntar remedios en forma teórica e imprecisa, dedicó toda su vida a estudiar y resolver en la práctica los problemas del momento. A este fin escribió multitud de informes sobre cuestiones económicas, pedagógicas, políticas, etc., que le convierten en el mayor polígrafo del siglo XVIII. Todos sus proyectos se inspiran en las ideas fundamentales de la Ilustración: el progreso material y espiritual del pueblo, el humanitarismo filantrópico; pero su admiración por la cultura europea no está reñida con un gran amor a España. Europeísmo, sí, pero respeto a las tradiciones españolas cuando éstas encarnan algún alto valor del espíritu. Jovellanos abominó siempre de los afrancesados.

Como literato, economista y político, es el máximo representante del pensamiento de la Ilustración española y uno de los hombres más destacados del Siglo de las Luces. Su obra literaria es abundante y variada: ensayos sobre economía, política y pedagogía. Sus escritos combinan la aplicación de los principios de la nueva escuela ilustrada y liberal con la claridad de un estilo moderno, alejado de las viejas florituras barrocas. Participó en diversas polémicas literarias en defensa de la estética neoclásica.

Su ideal fue la monarquía constitucional y la defensa de la existencia de un pueblo industrioso en el que la propiedad estuviese distribuida equitativamente, que gozara de máxima libertad en sus costumbres y en sus actividades económicas. Su ideal era poder combinar el orden, la libertad y los derechos del individuo. Condenaba los abusos de autoridad y el incumplimiento de los deberes por parte de los dirigentes.

«Las ideas políticas de Jovellanos son de carácter liberal, pero no democrático. Como otros estadistas de su tiempo, creía que hay que gobernar para el pueblo, pero sin el pueblo.» (J. García López)

En Jovellanos predominó siempre la reflexión y la preocupación por los problemas de orden práctico, sobre la intuición de la belleza. Sus poesías ofrecen un interés relativo en el orden estético. Como poeta lírico, escribió letrillas, romances, idilios, sátiras y epístolas; famosa es la Epístola a los amigos de Sevilla y Epístola a los amigos de Salamanca. Jovellanos perteneció a la escuela poética de Salamanca, donde fue llamado Jovino.

Sus Sátiras y Epístolas presentan un contenido filosófico, moral o patriótico y con el punto de partida de una nueva corriente poética caracterizada por el cultivo de temas de mayor trascendencia en un vehemente estilo cargado de expresión sentimental. En este sentido influyó en sus amigos de la escuela de Salamanca, a quienes aconsejó en su Epístola a los amigos de Salamanca que abandonases el tono superficial de sus versos amorosos en pro de una poesía de mayor alcance ideológico y de superior contenido moral.

Sus composiciones A la luna, A la noche están llenas de emoción prerromántica y son típicas de esta nueva manera filosófico-sentimental iniciada por Jovellanos. Asimismo, la Sátira a Arnesto, en la que protesta vivamente contra la corrupción de las costumbres, la Epístola de Fabio a Anfriso (el duque de Veragua), un canto a la vida retirada. En esta última, el poeta nos habla de su huida al campo en busca de sosiego espiritual; pero al no hallar en la soledad el reposo apetecido, su inquietud se manifiesta en expresiones que denotan una nueva actitud espiritual. Sus múltiples alusiones al “susto y los fantasmas de la noche”, al “distante y pálido reflejo de una escasa luz”, al “horror y el silencio” o a la “triste soledad”, anuncian el cercano Romanticismo:

Con paso vacilante voy cruzando

los pavorosos tránsitos y llego

por fin a mi morada, donde ni hallo

el ansiado reposo ni recobran

las suspirada calma mis sentidos.

La prosa de Jovellanos tiene una finalidad didáctica, lo que no impide que su estilo esté dotado de cualidades literarias. Sobrio y elegante, sabe mantenerse tan alejado de los vicios lingüísticos de la época, como el galicismo y el cultismo, así como del rígido purismo de algunos de sus contemporáneos.

«Como poeta lírico, Jovellanos ocupa un puesto decoroso en su época. Señala el momento de una poesía idílica a lo Villegas, con cuya dedicatoria coincide hasta en el ritmo la del asturiano. Predominan en varias composiciones los versos cortos propios del género anacreóntico. Una poesía Al sol es de una cristalina imaginería, que debe bastante al siglo XVII, la cantilena A Meléndez marca el entronque con la escuela del “dulce Batilo”, y la composición dedicada A la Luna, aunque retórica, revela la situación prerromántica, más clara en el Himno en versos sáficos al mismo asunto. Se ha considerado incluido a Jovellanos en la nueva escuela salmantina del final del siglo XVIII, caracterizada por su sobriedad, su horacionismo, sus tonos monócromos, su digna elevación moral. Una serie breve de epístolas revelan mejor que nada estas notas a la vez que la más ecuánime inspiración del lírico Jovellanos. En la famosa epístola de Fabio a Anfriso, especialmente, en un sentido emocionado y contenido del paisaje se desenvuelve una digna afirmación del sabio en el reposo y la tranquilidad, a la que llega, aunque débil y borroso, un eco de la lira de fray Luis de León.» (Ángel Valbuena Prat: Historia de la literatura española. Barcelona, 1968, vol. III, p. 82)

Jovellanos fue un hombre de pensamiento preclaro, que erró poco en su vida. De hecho, «si hubiese sido francés sería recordado como Voltaire» (Alejandro Diz)

Elegía a la ausencia de Marina (1769 o 1770)

Pelayo o La muerte de Munuza (1769)

Es la única tragedia redactada por Jovellanos. Es obra de juventud, compuesta cuando Jovellanos contaba veinticinco años de edad, si bien fue corregida entre 1771 y 1772. La obra fue objeto de una reelaboración que dio lugar a una versión nueva, hecha entre 1782 y 1790.

Según el autor en esta tragedia imitó a Racine y Voltaire. El tema es histórico y narra los sucesos que tienen lugar la víspera de la batalla de Covadonga (722).

Esta tragedia clásica está escrita en endecasílabos y carece de interés.

El delincuente honrado (1774)

Se trata de una comedia sentimental, derivación española de la «comédie larmoyante», creada en Francia por Nivelle de la Chausée. Es una obra dramática de rasgos lacrimógenos y prerrománticos que no sigue la regla neoclásica que distinguía entre los géneros dramáticos por la clase social de sus personajes. Corresponde a un nuevo género teatral que existía en Francia y en Inglaterra, la tragedia urbana o comedia lacrimosa. Imita la comedia lacrimosa de Diderot Le Fils naturel y aúna las ideas filosóficas del siglo con un espíritu filantrópico de tipo sentimental.

Argumento: Torcuato, para evitar que castiguen equivocadamente a un amigo suyo, confiesa a la Justicia haber muerto en duelo a un hombre. Condenado a muerte por su propio padre –que ignoraba que Torcuato fuera hijo suyo–, se salva gracias a un indulto del rey.

Jovellanos pretende con esta obra demostrar la injusticia de una ley que condenaba a los dos participantes en un duelo, retado y retador, fuesen o no culpables. Critica así la manera de entender la justicia.

El efectismo emotivo que supone el indulto a última hora, así como la dulzona sensibilidad burguesa que rezuma toda la obra (tan distinta de las frías tragedias clásicas), hacen de esta obra el primer intento de prerromanticismo teatral en España.

Epístola de Jovino a Anfriso (1779)

Elogio de las Bellas Artes (1781)

Discurso pronunciado en la Academia de San Fernando. Es una breve reseña histórico-crítica del arte español en la abundan atinados juicios, algunos de los cuales representaban una novedad en su época. Así su entusiasmo por el estilo gótico, valorado más tarde por el Romanticismo. Alaba la suntuosidad, la delicadeza y la seriedad augusta de las catedrales góticas:

«Al entrar en estos templos, el hombre se siente penetrado por una profunda y silenciosa reverencia que, apoderándose de su espíritu, le dispone suavemente a la contemplación de las verdades eternas.» (Jovellanos)

«Una de las actividades más interesantes de este hombre de letras que fue Jovellanos fue su afición a la historia del arte. Dejó diversas memorias sobre monumentos que describe con certero instinto y detalle, pero esencialmente nos dejó una pieza oratoria. El Elogio de las Bellas Artes, en el que se afirma la posibilidad de unión entre el serio magistrado y el delicado preceptor de bellezas, contiene juicios y expresiones capitales en la historia de la crítica de arquitectura, escultura o pintura. Todavía suenan las “tinieblas” medievales, pero junto al tópico hay una adivinadora comprensión de la arquitectura gótica, cuyo elogio es una anticipación romántica. Anticipándose al Genio del Cristianismo (1802) de Chateaubriand, Jovellanos revaloriza el arte católico medieval. Ve en las iglesias góticas “multitud... prodigiosa de delgadas columnas, reunidas entre sí para formar el apoyo de las altas bóvedas”, el lujo de los adornos, la profusión del detalle, advirtiendo en su escultura “nobleza en los semblantes, expresión en las actitudes, gentileza en las formas, grandiosidad en los pliegues”. [...] La posición positiva de Jovellanos no estaba aislada. En la revalorización del gótico coincidía con Capmany, que sentía en las grandes catedrales “tristeza deliciosa que recoge el ánimo a la contemplación, la más propia para la soledad augusta de los templos”. [...] En esta época la entrada de los temas de arte se hace sensible en diversos géneros de literatura, entre ellos en la lírica. Meléndez Valdés dedicó también a la Academia de San Fernando una interesante oda A la gloria de las Artes (1780).» (A. Valbuena Prat)

 


José Iglesias de la Casa (1748-1791)

VIDA

Nació en Salamanca, de noble linaje. Estudio humanidades en la Universidad de Salamanca. En 1784 se ordenó sacerdote en Madrid. Como premio a su vena poética el ilustrado obispo salmantino Felipe Bertrán le otorgó los curatos de Ladronigo, Carabias, Carbajosa y Santa Marta.

OBRA

Es el poeta festivo del grupo salmantino. Su nombre literario fue Arcadio. Sus letrillas, epigramas y romances tienen una gracia maliciosa que recuerda a Góngora y Quevedo. El tópico anacreóntico y pastoril se halla también representado en su producción por unas Églogas e Idilios, y la preocupación didáctica por unos pesados poemas sin valor alguno.

Es importante su obra satírica , y también sus poemas de metro corto como las letrillas agrupadas con el título de La esposa aldeana. Es un restaurador del lenguaje castizo y equilibrado de la lírica del siglo XVI y XVII y en sus obras hay huellas de Góngora y Quevedo en las letrillas.

Ciertas porciones de sus líricas satíricas eran ofensivas contra las autoridades y la edición de 1798 fue colocada en el Índice de libros prohibidos por la Inquisición.

La niñez laureada (1785)

Sobre el examen del niño Picornell, presunto beneficiario del método pedagógico innovador de su padre, el luego revolucionario Juan Bautista Picornell.

La Teología (1790)

El llanto de Zaragoza

Elegía.

La esposa aldeana

Recopilación de sus églogas, idilios y letrillas anacreónticas.

La lira de Medellín

Libro de romances.

Poesías póstumas (1793)

Publicadas en su ciudad natal Salamanca.

 


Juan Meléndez Valdés (1754-1817)

VIDA

Juan Meléndez Valdés (1754-1817) nació en Ribera del Fresno (Badajoz) en el seno de una familia campesina. Cuando tenía tan sólo siete años, murió su madre, lo que marcó su personalidad, desde entonces sensible y melancólica.

En 1767 llegó a Madrid y continuó su formación en un colegio regido por los dominicos.

A partir de 1772 inició la carrera de Derecho en la Universidad de Salamanca. En 1779 terminó sus estudios jurídicos, e inició su carrera universitaria como profesor de letras. En 1781 obtuvo la cátedra de Humanidades en Salamanca. Allí conoció a José Cadalso, quien, con Jovellanos, influyó notablemente en su formación, poniéndole en contacto con las ideas de la Ilustración y con la poesía europea del momento.

Siempre combinó sus intereses literarios con sus intereses judiciales y políticos.

Se trasladó a Zaragoza en 1789 para desempeñar el cargo de Juez de lo Criminal. Perseguido su reformismo por los nuevos políticos conservadores, en agosto de 1798 fue desterrado a Medina del Campo, donde permaneció tres años, y luego sufrió una jubilación forzosa en Zamora.

En junio de 1802 le fue devuelto su sueldo de Fiscal y se le autorizó a establecerse donde quisiese. Meléndez había entrado en una aguda crisis de conciencia tal como reflejan sus versos.

Al producirse la invasión francesa, aceptó por debilidad algunos cargos que le ofreció el rey José. Fue nombrado director de Instrucción Pública en 1808, durante la ocupación francesa. Tras la derrota de Napoleón, se vio obligado a exiliarse en Francia. Murió en Montpellier en 1817. “Su muerte no fue nada teatral, parece una íntima escena de ópera “di camera” elevada a la categoría de tragedia; expiró tomando unos sorbos de una taza de té. Romántico en el fondo, pero muy siglo XVIII” (A. Balbuena Prat).

Era de carácter apagado y débil y de una exquisita sensibilidad. Su carácter no deja de ofrecer ciertas analogías con el de Moratín, pero era más bondadoso y se expresó en una lírica melancólica.

OBRAS

El nombre literario Juan Meléndez Valdés fue Batilo. Fue el lírico más relevante del siglo XVIII español y el más importante de la escuela salmantina. Marca la transición del Neoclasicismo al Romanticismo. Sintetiza las principales corrientes de la poesía del momento: el anacreontismo fácil y juguetón y las graves preocupaciones del humanismo filosófico.

Entre los autores que leyó Meléndez Valdés, y que pudieron influir en su personalidad literaria, estarían: Anacreonte, Teócrito y Horacio, entre los clásicos; Young, Metastasio y Sain-Lambert, entre los extranjeros modernos; fray Luis de León, Góngora, Esquilache y especialmente Villegas, entre los españoles. Villegas se nutrió del ideario enciclopedista (Rousseau, Montesquieu) y del sensualismo de Locke y Condillac.

«La poesía de Meléndez Valdés es una lírica de tono menor, de temas de amor, de naturaleza, de alegría ligera. La volupté del siglo XVIII anida en muchas composiciones, de metros cortos y ágiles. Meléndez era especialmente una delicada sensibilidad capaz de sentir todos los motivos poéticos de una época de transición, en que la retórica y la sinceridad luchaban encubiertamente por la victoria. La musa de Anacreonte, cantadora de los placeres del amor, del vino, de la amistad, inspiraba el “dulce Batilo”, a la vez que llegaban a él acentos filosóficos del enciclopedismo, el odio al fanatismo, la filantropía, la hermandad entre los hombres, o ecos del tema de época de la incorporación a la poesía de los temas de historia del arte.» (Ángel Valbuena Prat: Historia de la literatura española. Barcelona, 1968, vol. III, p. 91)

En su obra se distinguen dos fases. En la primera cultivó las églogas, las odas, las anacreónticas, al modo de la escuela salmantina de los siglos XVI y XVII, como un reflejo del clasicismo italoespañol del Seiscientos. En la segunda, las epístolas y las odas de tendencia filosófica, algunas de ellas remedo del tono de fray Luis de León, de las ideas de Jovellanos y del prerromanticismo más acusado.

Trata temas pastoriles y anacreónticos con recursos y adornos sencillos y de buen gusto. Influido por Cadalso, Jovellanos y la Ilustración, Meléndez Valdés es la figura cumbre de la lírica del siglo XVIII. Sus poemas, llenos de encanto y refinamiento, se adaptan a los temas pastorales y a las actitudes sentimentalistas propias del neoclasicismo de la Ilustración.

Meléndez se encuentra en la mitad de camino entre el neoclasicismo y el romanticismo y se le considera un precursor del romanticismo, por su amor a la naturaleza y las descripciones que de ella ofrece en sus obras, por dar entrada plena al paisaje de noche, a la luna solitaria, a la emoción entrecortada ante el desengaño, al amor doloroso, a la muerte del amigo. Meléndez Valdés es el poeta que mejor refleja las maneras poéticas y la diversidad de los estilos del XVIII, su poesía sintetiza las corrientes de la época: Anacreontismo fácil y juguetón junto con un humanitarismo filosófico.

Es un poeta no del todo original, pero en un siglo tan falto de valores poéticos es una figura de primera categoría. Meléndez Valdés rehabilitó el romance tradicional.

A partir de 1776 inicia una poesía de estilo neoclásico, enriquecida con reflexiones morales. La poesía de Meléndez en los últimos años de su vida adopta un tono sentimental que preludia la mentalidad romántica. El mayor acierto en su obra poética se halla en las letrillas, anacreónticas y romances.

«Si Meléndez Valdés merece el título de primer poeta del siglo XVIII, es gracias a sus composiciones anacreónticas, ya que los poemas de carácter filosófico-sentimental, ofrecen un estilo falsamente retórico y un fondo repleto de seudofilosofía que ahora toda intención lírica. En cambio, las poesías de la fase neoclásica, aun dentro de la limitación impuesta por el tópico a que responden, se hallan dotadas de una vivacidad de ritmo y de una gracia alada que difícilmente se encuentran en el resto de la producción de la época, y aunque faltas de nervio y de originalidad, merecen la atención del lector por su fluidez de versificación y por el calor y animación de su estilo.» (J. García López)

«Convienen muchos nombres a un solo amor, a una sola nostalgia: la poesía de Juan Meléndez Valdés no cesa de evocar un bien perdido que cabe recobrar, toda ella fantasea –gime, exige– su regreso. Por diferentes que parezcan ser, y obviamente eran a nivel consciente, las varias y a veces encontradas escenificaciones de su Yo lírico –ora “dulce zagal Batilo”, ora enfático profeta ilustrado y otrora víctima inocente de una Historia que le es tempestad y naufragio–, todas ellas articulan en el inconsciente del texto, una misma demanda de gratificación y amparo, demanda regresiva por estar cifrada en la colusión simbiótica con un objeto magnificado en su función de Ideal del Yo. Bien puede el discurso consciente, eso es manifiesto del poema enfrascarse en asuntos axiológicos o anacreontizarse en risas y vinos, el inconsciente textual, en su insobornable autenticidad, continuará siempre explayando el deseo de regresar simbióticamente a la urdimbre afectiva de donde le expulsó la vida.

Batilo, el Yo lírico de Meléndez Valdés, había hecho su primera inscripción poética en cifra anacreóntica, absolutizando su deseo. Parecía puro instinto amoroso. Sempiterno enamorado, no cesaba de entonar su queja y su demanda, empalagando sus versos con referencias a lo “sabroso”, “dulce”, “regalado” y “tierno” de su amor. Esas Lisis y Dorilas intercambiables que metonimizaban el magno objeto deseado no tenían otra obligación y sentido que los de despertar y saciar su hambre, un hambre inmensa, a la medida de su también inconmensurable narcisismo. El mundo que interpelaban esos poemas no era el mundo real, variado y polisémico, sino un mundo siempre primaveral, idealizado en su capacidad de garantizar la repleción más absoluta, la más eufórica ebriedad. Pero también en la poesía ilustrada de Meléndez Valdés palpita omnipresente y todopoderoso el deseo. También ella fantasea su realización y se niega a aceptar la realidad frustrante, sustituyéndola por otra, donde el sujeto puede alcanzar una plenitud que, de otro modo, no conocería. Sin embargo, a diferencia de la poesía anacreóntica, donde el Yo lírico escenificaba por doquier su amabilidad, la perfección con que asumía el papel de fino enamorado, sus desvelos y quebrantos, su amoroso ardor y su tierno acoso, al metamorfosearse en vate ilustrado pondrá en escena su excelsa moralidad, su cívico afán por “mejorar”, en verso a la sociedad, prestigiándose, además, como quien es capaz de emplazar (eso es fantasear) una alternativa ideal que sobrecompense lo que la realidad histórica frustraba incesantemente: la realización de un deseo, un deseo ahora pensado en plenitud de vida moral, en “felicidad pública” y en “bien común”.

Es posible fechar el paso –casi podríamos hablar de sublimación– de la fantasía anacreóntica, cifrada en el erotismo y la corporeidad, a la fantasía ilustrada, subsidiaria de la moralidad y la razón: este paso lo marca aquella égloga en “alabanza de la vida en el campo”, que el poeta tituló con su nom de plume, “Batilo”, y fue premiada por la Real Academia Española en 1780.» (Tous, Pere Joan: “Matriarcalismo fantasmático y nostalgia narcisista en la poesía patriótica e ilustrada de Juan Meléndez Valdés”. En Arnscheidt, Gero / Tous, Pere Joan (eds.): “Una de las dos Españas...” Representaciones de un conflicto identitario en la historia y en las literaturas hispánicas. Frankfurt a. M.: Vervuert, 2007, pp. 585-586)

¿Fue Meléndez Valdés un poeta prerromántico, precursor del romanticismo?

«Al incluir a Meléndez en el Prerromanticismo, casi todos los críticos coinciden en ver en él a un poeta sentimental. Y eso es cierto. Porque el escritor extremeño fue sentimental por naturaleza. Porque la Ilustración, que valoró la razón por encima de todo, nunca negó el sentimiento, y quizá un análisis minucioso de las diversas estéticas «neoclásicas» nos descubriera que este período que estudiamos no fue tan compacto. Porque, finalmente y sobre todo, las desgracias personales propiciaron una profundización en el sentimiento que brotó constante por múltiples heridas. Por eso no debe extrañarnos que con frecuencia eche mano de una imaginería luctuosa que le viene de Young, a través de Cadalso, de Rousseau, de corrientes de moda cultural europea o de mano de la dolorida poesía de Fray Luis.

Puede parecernos que en Meléndez se da un incremento del sentimiento, del dolor y su expresión fúnebre a lo largo de su carrera literaria. Pero esto no es casual, porque su vida se desliza en un aumento de la mala fortuna, persecuciones y desgracias. Es lo suyo sentimiento, no sentimentalismo ficticio como en las actitudes de muchos poetas románticos.

Para confirmar su Prerromanticismo no se puede invocar que escribiera romances históricos, porque este género no es feudo de ninguna época, si bien en el Romanticismo aumentó su cultivo. Desde que se creó la épica no dejó de usarse, y bien conocidos son los intereses por los temas históricos en el Neoclasicismo, sobre todo a través de la tragedia. Tampoco se pueden recordar la presencia en su poesía de las figuras del proscrito, del mendigo, del náufrago o del desterrado, porque en él no se trata de una alabanza a ultranza del marginado, sino la expresión de una vivencia o de una preocupación social. Con lo cual, todo el sentimiento y melancolía que en él se produce sería muy digno de estudiar desde el punto de vista del psicoanálisis. La escenografía fúnebre, luctuosa, nocturna..., tampoco es en su caso una falsa postura o moda, sino la representación más exacta de un negro paisaje interior, que, además, en su expresión se presenta muy personal.

La invasión de los terrenos de la Ilustración por el Romanticismo ha desfigurado en buena parte la imagen de la cultura de nuestro siglo XVIII, que dentro de la misma ideología más o menos tajante presenta una variedad de expresión. Ha favorecido esta falsa visión la crítica hecha desde el Romanticismo, con frecuencia con intenciones partidistas y políticas. Para poder determinar el calificativo que conviene a un autor importa más tener en cuenta la ideología del mismo que sus aspectos formales. En este sentido no podemos negar que Meléndez es uno de los más representativos poetas ilustrados. Su forma de entender la vida, la sociedad, es esencialmente ilustrada. Claro que también es cierto que el europeísmo de nuestro siglo XVIII proporcionó a nuestros escritores no pocas fórmulas e imágenes literarias que se superponen a una ideología con la que no se corresponden. Patente es el desfase con que España va accediendo a los distintos movimientos culturales. Además, si se invoca el sentimiento como determinante hemos de indicar que éste no tiene tiempo sino que es consustancial al hombre de todas las épocas. Y se ve, cómo no, también en los períodos clásicos.» (Emilio Palacios: Estudio preliminar de las poesías de Juan Meléndez Valdés)

Poesía bucólica:

Sus tempranas lecturas de Locke, Leibniz, Montesquieu, Rousseau y de los poetas Gessner, Thompson y Pope marcaron su primera etapa poética, en la que sobresalen sus composiciones anacreónticas, de cuyo género fue el principal cultivador en España (La paloma de Filis; Besos de amor), y sus Poesías (1875), publicadas a instancias de Jovellanos.

Meléndez Valdés representa la cima del gusto rococó en algunas de sus personalísimas anacreónticas, que se sitúan en una fase cronológica sucesiva a la grácil aminoración de ciertos poemas posbarrocos. Lo rococó supone una estructura sencilla, una decoración compleja, un ambiguo contenido, unas formas despreocupadas y galantes, mórbidas. Sus temas son la gracia picaresca (Cadalso); fue éste quien le enseño a modernizar los viejos recursos; versa sobre las circunstancias del amor, la alegría de vivir, los amores gozosos, los placenteros banquetes, los bailes y las danzas en el ambiente pastoril. La exagerada artificiosidad de sus escenas idílicas son excelentes ejemplos de estilo rococó. Traza un leve fondo de paisaje que rememora el locus amoenus clásico, aunque esta idealización espacial contrasta, no pocas veces, con rasgos de carácter naturalista. De la Antigüedad clásica proceden también muchos de los símbolos empleados en la expresión de la experiencia amorosa: las mariposas cómplices, los vistosos ruiseñores, las blancas palomas, las abejas que liban... En ellas caben el detalle gracioso (el rizo, el lunar...), la escena caprichosa (el pequeño perro, el espejo que refleja los ojos enamorados de la amada...), que conviven con cultas referencias mitológicas.

El amor mariposa

La flor de Zurguén

Romances:

La tarde

La lluvia

Rosana en los fuegos

Doña Elvira

Preludio de las leyendas históricas desarrolladas más tarde por poetas románticos.

Poesías filosófico- sentimentales:

Las obras de su segunda etapa poética se caracterizan por su contenido filosófico y por su sentimentalidad prerromántica; con posterioridad, su obra se orientó hacia el compromiso político y social (A Llaguno, 1794; Sobre el fanatismo, 1795). Es también autor de una Defensa de la lengua castellana (1811).

La poesía ilustrada se convierte en vehículo de las ideas reformistas, al mismo tiempo que persigue la formación de los lectores. Cambian los valores estéticos: el discurso poético olvida la función embellecedora y busca un lenguaje desnudo preciso, casi prosaico. Con ascendencia clásica escribe Meléndez epístolas, en las que podemos encontrar las ideas de la ideología ilustrada: alabanza de la vida campesina ("El filósofo en el campo", 1794), crítica del hombre urbano víctima del lujo y del vicio, rechazo de los privilegios de la nobleza y el clero, alabanza de la justicia social. Utiliza los endecasílabos, que favorecen el ritmo reposado del pensamiento, agrupados en tercetos o con rima libre. De fórmula muy similar son los discursos, largos y plenos de reflexiones filosóficas en los que el poeta razona sobre el hombre y el universo. Uno de los grupos de mayor entidad, por su número y densidad, es el de las odas filosóficas y sagradas dominadas por un tono meditativo e inspiradas en los clásicos y en Fray Luis de León. Son poemas desgarrados, en los que intenta hacer frente a su desgracia buscando razones morales y religiosas que encuentra en la amistad, el amor, la virtud, la evasión, la alabanza del campo... La métrica de las odas combina los versos heptasílabos y endecasílabos. Idéntica situación reflejan las elegías morales.

«También las composiciones más genuinamente políticas de Meléndez Valdés, aquellas que las antologías nunca se olvidan de consignar bajo la rúbrica de “poesía ilustrada” se estructuran en base a la tensión entre la pérdida de plenitud originaria y su restitución ardorosamente emplazada. Harto paradigmática es, en este contexto, la epístola que Batilo dirigió a Jovellanos con ocasión de “su feliz elevación al Ministerio Universal de Gracia y Justicia”. Lo que en esencia exige allí del encumbrado amigo es que actúe como “reparador”, que promueva la regeneración de la “querida desolada patria”, regresándola a ser “reino del bien”,

reino de paz y de abundancia y dulce

holganza y hermandad.

“Tornar”, “volver”, son los conceptos claves del poema, presentes incluso allí donde el ideario ilustrado cobra inmediatez pedagógica.» (Tous, o. cit., p. 596 ss.)

A la presencia de Dios

La gloria de las artes

Oda.

El invierno, tiempo de meditación

Los besos de amor

Anacreónticas de marcado tono erótico. Tributo a la poesía erótica, moda que cautivó a parte importante de los escritores del XVIII.

Odas anacreónticas, Idilios, Églogas

Corresponden a la línea anacreóntica de su producción poética. Aparecen transidas de sensualidad análoga a la del arte europeo de la época. En ellas se une la tradición del anacreontismo y de la poesía bucólica al espíritu elegante, frívolo y epicúreo del siglo XVIII, tal como se manifiesta en el elegante mundo rococó de Versalles.

El tema central es el amor, ya no el neoplatónico, sino el amor como impulso sensual. Se evitan las notas elegíacas que daban gravedad a la poesía bucólica. Todo queda reducido a la exaltación de los sentidos en un ambiente placentero.

Batilo (1780)

Égloga en alabanza de la vida del campo, premiada por la Real Academia Española.

«Batilo no rompe con el convencionalismo rococó, cuya letanía sinonímica, “manso-dulce-tierno-sabroso”, continúa hilvanando, con tesón y monotonía. De nuevo y con renovado ardor, pondera la calidad gratificante de la naturaleza, su calidad de madre amante que sacia en abundancia todas y cada uno de las necesidades de las criaturas:

Y a mí leche sobrada

me da y natas y queso

y lana y corderos mi ganado,

mis colmenas labrada

miel de tierno cantueso,

y pomas olorosas el cerdado.

Es desde esta saciedad y esta sobreabundancia que Batilo exclama:

Más bienes no deseo,

ni quiero más fortuna,

contento con mi suerte venturosa.

Una y otra vez, contrastan la regalada sencillez del campo y la aldea, su mansa paz, con el “tropel y el alboroto” de las urbes, donde los “otros” viven “cercados de sus daños y maldades”. De hecho, esta égloga tiene mucho de repertorio donde se compendian, conjugados, el mito de aquella “dorada edad y siglos dichosos”, que ya había cultivado Cervantes en su Quijote, y el más añejo ideologema de la aurea mediocritas, concretizada ahora en “menosprecio de corte y alabanza de aldea, siguiendo en ello la tradición popularizada dos siglos antes por Antonio de Guevara. Nada novedoso, pues, en una poesía, en la que el “Beatus ille” horaciano también concurre con ecos secularizados de aquella “Sancta Simplicitas” que Erasmo nobilitó en otro contexto y con otras intenciones. Nada novedoso, desde luego, pero tan a flor de tiempo: basta releer los Discursos de Rousseau para no ver ya un mero remedo cervantino. [...] Basta recordar el fisiocratismo algunas veces harto excluyente que profesaban los ministros borbónicos, para contextualizar ideológicamente en su debida modernidad la miniaturizada idealización de esos “pastorcillos” llevando “a pastar sus ganadillos” y de esa “vida del campo descansada” en “venturosas caserías”. Basta evocar las, a todas luces subsidiarias, veleidades campestres con que Carlos IV y sus nobles amenizaban sus no pocos ratos de ocio, rememorar aquel agrarismo lúdico que, no solo en la corte española, se convirtió en moda, para situar debidamente en su Sitz im Leben y en su ejemplaridad pedagógica estos “los más altos señores” que, según se maravilla “Batilo el zagal”,

vienen a nuestras pobres caserías

sin pompa ni altiveces

a gozar los favores

del campo y sus sencillas alegrías.

[...] Vida apartada del mundanal ruido en la alborotada ciudad, vida armónica en comunión con la armonía de su entorno, vida libre de toda alineación y, por ello, vida auténtica en que la persona se sabe dueña de sí misma y logra alcanzar – en su cuerpo y su afectividad – el pleno gozo de existir, vida saturada: la aurea mediocritas en el seno de la naturaleza amante es, en verdad, vivencia áurica, remedo de aquella otra que iluminó la primera infancia, de aquella homeostasis (“soledad gloriosa”) en que nada turbaba el amoroso y exclusivo convivir del niño y su madre. [...]

De nada sirve pensar el tiempo como proceso, si no existe distancia entre el deseo y su satisfacción, si ambos son simultáneos. El País de Cucaña, que Batilo escenifica, remite, en última instancia, al narcisismo primigenio, a aquel magno objeto gratificador representado por la imago materna. Su fantasía se resuelve incluso, sin apenas eufemismos, en regressio ad uterum, y por ello no puede sino considerar naufragio la “ceguera maldita” que supone aventurarse a abandonar ese “valle” y “bosque umbrío”, esa “vida venturosa en “selva entrelazada”, donde

todo es amor sabroso,

alegría y hartura,

y descanso seguro y regalado [...]

donde todo es paz y dulzura

y feliz armonía

del uno al otro día.

A su vez, y como corolario negativo, la “ciudad”, cuya estridencia tanto contrasta con la dulce “tonada” campestre, remite a la imago de una madre ingrata, la que se desentiende de su hijo, no ofreciéndole sino sus “dañados pechos”, sus “pechos lisiados”: “miel envuelta en veneno”. Madre perversa, pues, y que madre pervertida, pervertida por “el poder y los honores”, por aquellos “tristes cuidados” que remiten al nomos paterno, aquel que se estructura según el principio de la diferencia y cementa la minusvalidez biológica del hijo, incapaz de competir con su padre y, por lo tanto, obligado a reconocer su prepotencia. De ahí que esta regresiva Arcadia pastoril cantada por Batilo se niegue a acoger tal principio diferenciador y se resuelva en utopía igualitaria en la que todos son iguales: “pastores, ganaderos y zagales”.» (Tous, o. cit., p. 586-590)

Las bodas de Camacho el rico, una comedia pastoral en verso (1784)

Escrita en cinco actos, es un modelo excelente de drama pastoral, que con tanto éxito cultivaba el teatro italiano y francés. La fuente del argumento es un episodio de la novela de Cervantes (El Quijote, II, cap. 19-22), y además enlaza de manera directa con la tradición bucólica.

Poesías (1785)

Alarma española (1808)

Romance, en el que pone sobre aviso a los españoles por el ignominioso engaño de su rey y les incita a las armas. El poema rezuma un antigalicismo y un amor grande a la monarquía patria, que le lleva, para herir el orgullo español, a recordar gloriosas gestas del pasado y los pilares en los que se sustentó su grandeza: libertad, valor, religiosidad, apego a sus leyes y costumbres.

Alarma segunda a las tropas españolas (1808)

Otro ejemplo de poesía civil, junto con el poema el anterior, en el que incita a la resistencia frente a la invasión napoleónica. El poeta pone en sus versos toda su indignación, e intenta suscitar el mismo deseo en los habitantes de todas las regiones. A todos lanza su grito: «Corred, hijos de la gloria, / corred, que el clarín os llama / a salvar nuestros hogares, / la religión y la patria». Ambos poemas vieron multitud de ediciones en pliegos sueltos, y fueron la base para una larga proliferación de composiciones de poesía patriótica en la que destacarían su amigo Manuel José Quintana y Nicasio Gallego.

Pero las cosas cambian cuando José Bonaparte sube al trono de España. Llegadas las tropas francesas a Madrid y entronizado José Bonaparte como rey, Meléndez jura fidelidad al invasor. Meléndez es nombrado fiscal del Consejo real. Participó después en múltiples comisiones organizativas, principalmente en instrucción, finanzas, teatro y derecho, mientras ejerció su superior cargo de consejero de Estado (1809-1813). Esta actividad motivará su posterior acusación de colaboracionista y «traidor», lo cual le llevará finalmente al exilio.

«Sin embargo, este «afrancesamiento» es, en parte, justificable, y en absoluto creo que, en su caso, esté reñido con un profundo patriotismo. Meléndez vio en la apertura de José Napoleón la posibilidad de llevar a cabo la reforma ilustrada que el reaccionarismo conservador había hecho fracasar. Sin duda, creyó que, en estas circunstancias, era la mejor manera de servir a su patria. Podemos, quizá, discutir la forma en que llevó a cabo su patriotismo en aquel momento (los puristas dirán que erró), pero no en su esencial preocupación por el solar patrio.» (Emilio Palacios: Estudio preliminar de las poesías de Juan Meléndez Valdés)

Meléndez Valdés rinde pleitesía al nuevo rey con su oda

España a su rey José Napoleón I (1811)

en la que muestra sus nuevas esperanzas en el rey como salvador de la patria y propulsor del progreso y de todos los valores que cualquier ilustrado del último tercio de siglo XVIII esperaba.

Pero Meléndez ve España desolada, que se destruye en los afanes de la guerra fratricida: Doquier incendios, crímenes, gemidos... La ira, la anarquía y la venganza son nubarrones que se ciñen en el horizonte y ocultan la deseada paz.

A mi Patria en sus discordias civiles

En esta oda XXIX, pinta Meléndez con fuertes imágenes la destrucción: «estériles abrojos, cubren el yermo suelo». Pero es, nuevamente, el deseo de paz lo que le hace mirar al futuro: Tantas muertes, tantos errores, una generación destruida, las riquezas perdidas no pueden, así quiere creerlo el poeta, tener más fin que una pronta paz.

En agosto de 1812 el reinado del invasor toca a su final. La reacción popular se va imponiendo a las huestes del rey francés que va de un lado a otro sin ningún éxito. Con él va el poeta. La derrota francesa tiene como consecuencia el exilio peregrinante en Francia, y con él las notas más tristes de la poesía de Meléndez. Para una persona como él, que había gastado su vida en el servicio de unos ideales patrióticos, éste era el peor castigo que se le podía dar.

Solo, calumniado, incomprendido, sufriendo múltiples calamidades, pero entero su amor a España, escribe su Oda XXVIII:

Afectos y deseos de un español al volver a su patria

Esta oda XXVIII es la última llamada a la concordia, a la fraternidad de una España unida en la que, nuevamente, en estrecha colaboración, vuelva el progreso de la agricultura, ganadería, comercio, religión, moral:

Así, españoles todos,

lo fuimos siempre en el amor, lo fuimos

bien que en diversos modos,

allí do a España vimos

allí a salvarla crédulos corrimos.

Su vida en el exilio está llena del recuerdo nostálgico de su patria. Solo le mantiene aferrado a la vida la esperanza del retorno. Fernando VII hizo escala en Toulouse camino de la recuperación del trono de España. Con este motivo, Meléndez Valdés compuso su Cantata en la solemne entrada del rey, nuestro señor, don Fernando VII, disuelto y abolido el gobierno de las Cortes. Era una petición encubierta de vuelta de los exiliados.

«Es de buena lógica que, cuando Batilo, espoleado por las circunstancias históricas, desarrolle un discurso patriótico, lo haga transponiendo de nuevo las coordenadas básicas del conflicto edípico y que, también de nuevo, su discurso inconsciente retroceda a soluciones regresivas para salvar sus aspiraciones narcisistas. Harto paradigmáticos son, en este contexto, sus Afectos y deseos de un español al volver a su patria (1814), una oda escrita en el exilio: no cabe olvidarlo. [...] Se trata, bien de nuevo, de una “vuelta” – no ya al campo de la infancia, sino a la patria –: un legítimo retorno a lo que había sido y continúa siendo propio, tan propio como aquella “huerta abandonada” de sus primeros años. [...] Batilo no solo idealiza a España, sino que se identifica con su patria y la asume en su carne. Sufre su doloroso destino de nación desgarrada por las luchas fratricidas y asolada por la guerra. [...] El Yo lírico, paladín de la Madre, se ensancha en Yo comunitario, delegando sus derechos –y deberes– amorosos al grupo sublimado en fratría. Todos los “españoles” son llamados, como “hermanos”, a intervenir “solícitos” en favor de la “madre patria”, a tornarle “el esplendor, el júbilo, el sosiego” que la “discordia ominosa” no ha cesado de “robarle”

Todos en uno unidos,

todos en santa paz, todos hermanos,

lejos ya los partidos,

lejos los nombres vanos,

que enconos atizaron tan insanos.

En última instancia, lo que Batilo actualiza aquí, transponiéndolo a sus circunstancias históricas, es aquel mítico tránsito de la “horda primitiva” a la “alianza” de los hermanos, cual Freud empezaría a narrarla, a modo de novela histórico-paleolítica, en Tótem und Tabu (1912): la negación de la prepotencia paterna, la inmolación del Padre primitivo, aquel que impedía a sus hijos la satisfacción de la incestuosidad totémica. Batilo, sin embargo, aporta una solución regresiva –matriarcal– al mito. No acepta la solución edípica, “cultural” en el sentido freudiano, eso es: cifrada en el remordimiento y en la culpabilidad. La muerte del Padre, alegorizada como superación del “error ciego”, es precisamente lo que legitima aquí la consumación del incesto, la definitiva toma de posesión del seno materno. No culpabiliza edípicamente, sino que hace posible la asunción narcisista de la alianza fraterna, al abrírsele los “brazos clementes” de su único y “fausto amor. [...]

El inconsciente en el que el padre es radicalmente negado en su prepotencia edípica, convierta al hijo – y por ende a la alianza fraterna – en único esposo legítimo de la madre. [...] El discurso patriótico de Batilo se resuelve siempre en amor de hijo por su madre, en fantasías de amor correspondido. Lo que anhela incesantemente es, transfigurado en el Nosotros del Yo colectivo, volver a fundirse en un definitivo abrazo con una “España” que ha recuperado, incluso en el mismo texto manifiesto del poema, su faz de Madre amante y gratificadora. [...]

El discurso patriótico de Batilo se resuelve siempre en amor de hijo por su madre, en fantasías de amor correspondido. Lo que anhela incesantemente es, transfigurado en el Nosotros del Yo colectivo, volver a fundirse en un definitivo abrazo con una “España” que ha recuperado, incluso en el mismo texto manifiesto del poema, su faz de madre amante y gratificadora. Cabe, sin duda alguna, preguntarse qué conclusiones pueden sacarse de esta omnipresente y masiva presencia de la imago materna en la poesía de Meléndez Valdés. [...] No son necesarias filigranas exegéticas para hallar la raíz de esta insistente demanda de amparo: fue, sin duda alguna y con brutal banalidad, la muerte de su madre, cuando apenas tenía siete años lo que debió inscribirse en su personalidad como una inmensa herida, indeleble y escandalosa, por la que sangran tantos y tantos versos suyos sobre el paraíso perdido de la infancia o sobre el calor de la amistad. [...]

Queda en pie la pregunta: ¿qué puede inferirse de la obsesiva presencia de la imago materna en su poesía, si esta no se limita a reflejar, por harto inconsciente que fuera, una obsesión de Meléndez, hombre histórico? Cabe, ya de entrada, constatar que anda individualiza la poesía de Meléndez en el contexto de su siglo. Sus temas son los de su tiempo. Las risas y los bailes de sus anacreónticas no son particularismos suyos, sino que pueblan los tapices de Goya y resuenan, a veces incluso con mayor brío, en los versos de otros poetas. [...] Sin haber perdido a su madre, otros muchos poetas dieciochescos versificaron con aquella sensibilidad excesiva que Demerson quisiera reservar a la orfandad de Meléndez, negando que fuera en él “una actitud dictada por la moda del tiempo”. [...]

Cabría cuestionar toda la poesía ilustrada, por lo menos la que escribieron aquellos que, como Jovellanos y Meléndez Valdés, nunca quisieron socavar los fundamentos del orden establecido, ni como tratadistas ni como hombres políticos: preguntarse por qué en el trasfondo inconsciente de sus ensueños prevalece el principio del placer sobre el principio de realidad, cuando, a nivel consciente y en su vida pública pugnaron por incidir en esta misma realidad, procesualmente, según lo dictaban sus convicciones reformistas y esencialmente pragmáticas. [...] Y cabría intentar dar sentido histórico-funcional a esta otra “cara oscura” del Siglo de las Luces, eso es a este peculiar subtexto del ingente “proceso de secularización” que impulsaron de tan decisiva manera los ilustrados españoles, entre los que no cesó nunca de militar el propio Meléndez Valdés. Una respuesta posible es el valorar el discurso inconsciente de esta poesía como fantasía compensatoria. [...] Quienes, como él, renunciaron a pensar la revolución en términos conscientes, quienes, como él, no osaron pensar la muerte del rey, para así dejar de ser súbditos y acceder ellos mismos a la madurez histórica del citoyen libre y soberano, pagaron el precio de esta capitulación ante las “cosas como son”, ante el Padre y su Ley, viéndose condenados a eternizarse en la más irredente de las nostalgias.» (Tous, o. cit., p. 600 ss.)

Epístolas

De tema filosófico humanitario.

Poesías escogidas (1811)

Discursos forenses (1821)

La prosa de Meléndez Valdés se recoge en los Discursos forenses, que no se publicarían hasta 1821, durante el trienio liberal. Versan sobre varios sucesos criminales en los que intervino como fiscal. Estos documentos son auténticas piezas maestras del género judicial, y le sirven para proyectar su espíritu progresista de hombre ilustrado. Tienen una estructura muy similar que repite, en términos generales, el modelo que los letrados estudiaban en la retórica civil, sin que esto impida ciertos recursos originales propios de habilidad creativa del escritor. Estos documentos son auténticas piezas maestras del género judicial, y le sirven para proyectar su espíritu progresista de hombre ilustrado. Completa la producción literaria de Meléndez su epistolario, formado por más de medio contener de cartas, dirigidas a sus amigos.

 


Manuel José Quintana (1772-1857)

VIDA

Manuel José Quintana, poeta de la Ilustración y una de las figuras más importantes en la etapa de transición al Romanticismo, procedía de Extremadura, nació en Madrid, y se formó en el ambiente cultural de Salamanca.

Después de terminar sus estudios en Madrid estudió derecho en la Universidad de Salamanca. Sus maestros salmantinos, en Derecho y poesía, fueron los neoclásicos Juan Meléndez Valdés, Pedro Estala, Nicasio Álvarez de Cienfuegos y Gaspar Melchor de Jovellanos. Ejerció como abogado en Madrid antes de las Guerras Napoleónicas.

Durante la Guerra de la Independencia, fervoroso patriota, escribió proclamas y manifiestos para la Junta Suprema, lo que le valió, junto a su actividad como periodista en El semanario patriótico, ser considerado como una de las figuras máximas del liberalismo de la época. Fue secretario de la Junta Central de Resistencia y durante el conflicto escribió numerosos panfletos patrióticos.

A pesar de ser ideológicamente plenamente enciclopedista y progresista, se sintió patriota en la Guerra de la Independencia (1808-1814), oponiéndose con tenacidad a la invasión francesa. Enemigo del absolutismo, tuvo en el último monarca español representante del absolutismo, Fernando VII (1784-1833), rey de España (1808-1833), un enemigo peor que las tropas de Napoleón.

Liberal moderado y constitucionalista, Fernando VII lo mandó encerrar en la ciudadela de Pamplona (1814-1820), donde permaneció desde 1814 hasta 1820. Después de la muerte de este monarca recibió honores de toda clase, entre ellos el incluírsele en vida en la Biblioteca de Autores Españoles, y el ser laureado por Isabel II en 1855. Fue tutor de la familia real, director de la Instrucción Pública y senador.

Participó activamente en la vida política y en 1840 fue nombrado ayo instructor de Isabel II y de su hermana, la infanta Luisa Fernanda. En 1855, y en una solemne velada celebrada en el palacio del Senado, la castiza Isabel II le coronó públicamente como premio a sus 34 poemas patrióticos, entre los que destacan: A la invención de la imprenta, 1800.

Falleció en Madrid, el 11 de marzo de 1857.

Sus contemporáneos destacaron en Quintana como rasgos fundamentales de su carácter su enorme honestidad e integridad, el patriotismo y el compromiso radical con la libertad del género humano.

OBRAS

La obra de Manuel José Quintana ofrece un buen ejemplo de la nueva relación entre historia y literatura. Influido en su juventud por Meléndez Valdés al que había conocido en Salamanca, afirma poco a poco un temperamento original, que lo lleva hacia la poesía de ideas.

La poesía neoclásica de Quintana es absolutamente tradicional. Empleaba la oda para exponer las virtudes del patriotismo y el liberalismo. Aunque su vida transcurrió durante el periodo romántico, en su poesía no se aprecia la influencia de este movimiento.

Además de poesía, Quintana escribió biografías de españoles ilustres y dos importantes volúmenes de crítica literaria. Considerado anteriormente como uno de los principales poetas españoles, su fama ha declinado de manera notable. Quintana admiró a Meléndez Valdés, de quien recibió –dice– “lecciones de gusto”. Aunque más bien fue Cienfuegos el maestro poético de Quintana.

La fama de Quintana como dramaturgo es muy inferior a la le que acredita como poeta y prosista. Su producción de temática prerromántica posee una estética próxima al neoclasicismo. Su poesía neoclásica es absolutamente tradicional. Empleaba la oda para exponer las virtudes del patriotismo y el liberalismo.

Quintana hombre sobrevivió a Quintana poeta; y habiendo asistido al triunfo apoteósico del Romanticismo, no cedió un punto la gallardía de su neoclasicismo. Aunque su vida transcurrió durante el periodo romántico, en su poesía no se aprecia la influencia de este movimiento. En vida era ya, entre el general respeto, considerado como un clásico.

Dejó grandes odas, entre las cuales sobresalen A la expedición española para propagar la vacuna en América, Al mar y A la invención de la imprenta.

Sus composiciones pueden reunirse en dos grupos: las inspiradas por la idea de la libertad y las dedicadas a cantar los progresos de las ciencias. Su fondo ideológico deriva del pensamiento humanista de la Ilustración.

«Quintana, el más rígidamente neoclásico de la escuela salmantina, comenzó imitando el estilo de Meléndez Valdés, pero por razones patrióticas se apartó más tarde de él, tomando como modelo a Cienfuegos, de quien procede sobre todo el tono vehemente y declamatorio de su poesía. El estilo de Quintana se halla dotado de un brío extraordinario y de una gran sonoridad, pero su hueca ampulosidad y la falta de verdadera emoción lírica, unida al prosaísmo de muchos temas –la vacuna, la imprenta–, le restan interés. Fue solamente un poeta civil enamorado de las ideas abstractas, que supo cantar «la ciencia, la humanidad y la patria» con un énfasis heroico y una grandilocuencia que no hallan par en el su siglo; no obstante, la frialdad académica de sus versos y su resistencia a la expresión de lo íntimo han hecho decaer la extraordinaria fama que alcanzó en su tiempo.» (J. García López: Historia de la literatura española. Barcelona, 1962, p. 414-415)

«Algo más joven que Meléndez Valdés, pero alcanzando una edad tan avanzada que le permitió ver toda la evolución de la escuela romántica, Quintana pasó una vida literaria dentro de la retórica del neoclasicismo. Si Meléndez consiguió, como los verdaderos poetas, fervor de escuela, entusiasmo, seguidores, Quintana, en cambio, obtuvo una serie de triunfos oficiales. Representaba el siglo XVIII en la parte más hueca y externa, y a través del XIX era el vate de los eruditos, de los académicos, de los conservadores. Como en tantos otros casos, el cristianismo poético de Meléndez abarca una extensa gama de novedades y audacias; mientras que Quintana, librepensador antitradicionalista en las ideas, vio pasar ante sí a Rivas, Espronceda y aun la primera época de Zorrilla, sin conmoverse en su poético cerebro de piedra.» (Ángel Balbuena Prat: Historia de la literatura española. Barcelona, 1968, vol. III, p. 101)

«A Quintana hay que estudiarle aparte, porque motivos existen para ello. Quintana fue, y aun es, célebre, sobreponiéndose a todos. Lo que no puede decirse es que su poesía sea poesía verdadera, que pueda tomarse como modelo, ni mucho menos. Es un muy elocuente orador, no un poeta completo, de verdad. Verdad que nada encanta a la raza española tanto como la oratoria sea en prosa o en verso, aunque en la generación joven abunden ya los que huyen de ella. La hallará colmada, quien crea en sus sublimidades, en ciertas composiciones célebres de Quintana, como A España, después de la revolución de Marzo.» (Ramón D. Perés: Historia Universal de la Literatura. Barcelona, 1969, p. 330-331)

«La guerra, la injusticia, la tiranía religiosa y política, por una parte; la paz, la libertad, el patriotismo, el sentido social, la virtud y la belleza, por otra, constituyen los temas de la musa de Quintana. Sorprendió, por ello, esta poesía a sus coetáneos como si se tratara de una mezcla extraña. La forma en que se expresa se hallaba arraigada en la tradición; la canción y la silva pertenecientes al siglo XVI, y el romance. Pero Quintana se hallaba mucho más capacitado que los poetas anteriores para llevar a cabo la adaptación y modificación de tales formas. [...]

En cuanto a las ideas, a veces las expresa directamente, como lo hace en su poema a Jovellanos “en ocasión de habérsele encargado el ministerio de Gracia y Justicia”, contrastando la recta administración de las leyes que se esperaba del nuevo ministro y que no tenían que temer los pobres y abatidos inocentes, con el sistema antiguo que no ofrecía garantía alguna a los desvalidos. Otras veces analiza los antecedentes de los problemas modernos en poemas históricos o medio históricos, como A Juan Padilla, A la invención de la imprenta, y El Panteón del Escorial. [...] La crítica de los reyes Habsburgos se resume finalmente concretándose la pérdida de libertad, el desprecio de las leyes y la tiranía que fueron consecuencia de sus actos. [...] En el poema A Juan Padilla, se vuelven a criticar los tiranos que dominaron la historia de España entre ellos a los reyes lo mismo que a sus validos y favoritos, en referencias un poco ambiguas, pero suficientemente precisas para que se colgara a Quintana el baldón de republicano por sus coetáneos.» (Glendinning, Nigel: Historia de la literatura española. Barcelona: Ariel, 32000, p. 159 ss.)

Las reglas del drama. Ensayo didáctico (1791)

Poema en tercetos, donde acepta las unidades neoclásicas, alaba a los clásicos griegos y franceses y la comedia de Molière, junto a algún elogio muy entusiasta del drama español del Siglo de Oro, que según él había desdeñado las leyes del arte.

A la invención de la imprenta (1800)

Canta el progreso y tributa elogios a Guttenberg como bienhechor de la humanidad. Es una de las poesías más típicas de Quintana. Denuncia el oscurantismo, la opresión y el fanatismo religioso y, en la tradición de la Ilustración, proclama su fe en el progreso.

El duque de Viseo (1801)

Tragedia clásica, a la manera de Alfieri, basada en el drama The Castle Spectre de Matthew Gregory Lewis, cambiando el nombre de los personajes. En esta tragedia, Quintana vuelve a afirmar los ideales de progreso, libertad y lucha contra el oscurantismo y fanatismo. El tema histórico sirve de pretexto para una crítica a la tiranía.

Poesías (1802)

A la batalla de Trafalgar (1805)

Oda patriótica, severa, amplia, magnífica en la concepción y en las descripciones, sobria dentro de su grandeza, pero en la que “aparecen muy inoportunamente el Olimpo mezclado con los modernos ‘campos de Albión’, y no se llama a la vaca por su nombre, sino que se la denomina: la esposa dócil del celoso toro, como tampoco parece que estuviera bien mencionar las ubres sino que había que acudir al giro de ‘copiosas fuentes’ de leche cándida” (Ramón D. Perés, o. cit.).

Pelayo (1805)

Tragedia de forma clásica. Su único interés reside en su tono patriótico. El tema histórico sirve de pretexto para una exaltación del patriotismo.

A la expedición española para propagar la vacuna en América bajo la dirección de Don Francisco Balmis (1806)

Asunto algo raro, composición bastante criticable y personaje hoy en día completamente desconocido.

Colección de poesías castellanas (1807)

Poesías patrióticas (1808)

Canta con vehemencia a su patria, invadida por las tropas napoleónicas.

A España, después de la revolución de Marzo (1808)

Es la más bella formalmente de esta clase de poesías.

Al armamento de las provincias españolas (1808)

A Juan de Padilla

Esta es la más importante de sus odas, dedicada al héroe comunero que se había levantado contra el absolutismo de Carlos V. Denuncia la opresión, el fanatismo religioso, el oscurantismo, y proclama su amor a la libertad. Para algunos autores esta oda patriótica es históricamente hueca y injusta.

El panteón del Escorial

De orientación prerromántica, lleno de apasionada falta de perspectiva histórica, pero con cierta grandeza y dignidad heroicas.

Vidas de españoles célebres (I: 1807; II: 1830; III: 1833)

Es la obra capital en prosa de Quintana. Se trata de nueve biografías, en su mayor parte sobre guerreros ilustres (el Cid, Guzmán el Bueno, Roger de Lauria, Pizarro), escritas con escaso rigor científico, pero en un estilo correcto y brillante.

Cartas a Lord Holland (1823-1824)

Hasta el final de su vida, Quintana seguirá siendo una de las figuras más respetadas del liberalismo. Pero no se dedicará mucho a la literatura, con excepción de estas Cartas, en las que confirma su talento de prosista y sus capacidades de analista político.

Poesías selectas castellanas (1830-1833)

Quintana es un excelente historiador y estilista en prosa de la aurora del Romanticismo. Ejerció un importante influjo en los poetas americanos de lengua castellana, en torno a la época de la Independencia de sus países. El tono liberal y progresista de este poeta se avenía a su ideario y política.

 


Francisco Sánchez Barbero (1764-1819)

VIDA

Nació en Moríñigo (Salamanca) hijo de una modesta familia de labradores.

Estudió en la Universidad de Salamanca y entró en su Seminario en 1779. Más admirador de Homero y de Virgilio que de los graves doctores de la Iglesia, sin vocación eclesiástica, pero con gran afición a la poesía, abandonó el Seminario y amistó con todos los poetas de la Segunda Escuela Poética Salmantina: Juan Meléndez Valdés, José Iglesias de la Casa, fray Diego Tadeo González, Juan Pablo Forner y Jovellanos.

Se trasladó a Madrid, donde vivió con grandes estrecheces económicas y donde conoció a Leandro Fernández de Moratín. Fue admitido en la Academia de los Arcades de Roma con el nombre de Floralbo Corintio.

Al estallar la Guerra de la Independencia (1808-1814), los franceses le persiguieron sin tregua y le encarcelaron, pero el poeta se escapó en Pamplona y no perdió ocasión de atacarlos en poemas, bien patrióticos, bien burlescos como. Para proseguir esta tarea pasó a formar parte de la redacción de El Conciso en Cádiz, 1812, defendiendo siempre puntos de vista liberales.

Libre momentáneamente España de franceses, marchó a Madrid en 1813 para trabajar en los Reales Estudios de San Isidro como bibliotecario; allí abrió otro periódico, El Ciudadano Constitucional, que redactaba mientras se ocupaba también como censor de teatros.

La reacción absolutista tras el Manifiesto de los Persas le condujo a la reclusión durante diecinueve meses en la Cárcel de Villa, durante los cuales compuso una Gramática latina editada póstumamente en 1829 y una ópera, entre otros escritos. Sentenciado a diez años, marchó en 1815 al presidio de Melilla, donde escribió la mayor parte de sus mejores versos, compuso dos óperas e hizo algunas traducciones.

Allí falleció de una afección en el pecho en 1819, asistido por su compañero, el exministro José María Calatrava.

OBRAS

Principios de Retórica y Poética (1805)

Obra que fue muy alabada y pasó a integrar el plan de estudios de 1825. La Elegía a la muerte de la Duquesa de Alba puede ser considerada dentro de esta estética.

Inconforme con el afrancesamiento de Ignacio de Luzán, compuso unos Principios de Retórica y Poética que alcanzaron mucho éxito. Consta esta obra de dos partes, una primera sobre las reglas fundamentales de la oratoria y una segunda, más breve, donde se explica qué es la poesía y cuáles son los preceptos que deben regirla; la obra se completa con un apéndice sobre lo bello y el gusto.

Su vinculación con la estética del Prerromanticismo aparece clara en este texto. Es decir, la retórica y la poética son instrumentos que facilitan el desarrollo del escritor, pero no un fin en sí mismos: «La Elocuencia es el lenguaje de la pasión y de la imaginación (...), la Poesía es el lenguaje del entusiasmo y la obra del genio».

La Pepinada am uno Conciso duscipulo Merlinis macarronico-poeta literfecta

Poema burlesco escrito en latín macarrónico.

Gramática latina (1829)

Poesías latinas

A la muerte de la Duquesa de Alba

Oda a la batalla de Trafalgar

455 atractivos versos, organizados en silvas y encabezados por un fragmento de la Elegia X de Tibulo.

Saúl

Melodrama inspirado en Vittorio Alfieri.

Coriolano

Tragedia inspirada en Shakespeare.

Sátiras:

A Ovidio

Los gramáticos

Los viajerillos

La Pepinada

Poema satírico contra los afrancesados.

Poemas patrióticos:

Marcha de nuestros ejércitos contra los franceses

La invasión francesa en 1808

El patriotismo o la nueva Constitución


Nicasio Álvarez de Cienfuegos (1764-1809)

VIDA

Nació en Madrid y falleció en Orthez (Francia). Estudió leyes en Oñate y Salamanca, donde se hizo amigo de Meléndez Valdés y de Quintana. Se dedicó al periodismo y fue director de la Gaceta de Madrid y del Mercurio de España.

Se opuso a los franceses en 1808 (Guerra de la Independencia), adoptando una actitud contraria a la de Meléndez Valdés. Durante la ocupación de Madrid, Murat lo tomó como rehén y condenó a muerte. Indultado cuando ya estaba en capilla, marchó en rehenes a Francia, donde murió de melancolía.

OBRAS

Imitador de la poesía filosófica y anacreóntica de su amigo Meléndez Valdés, deriva en su última época en un tipo de poesía delicadamente sentimental, que le convierte en un precursor del romanticismo español. Fue un poeta de acusada sentimentalidad, creador y adaptador de voces poéticas, siempre desdeñoso de las formas clásicas. Se le considera como una de los más claros precedentes del Romanticismo.

Aunque fue influido por el Neoclasicismo, es considerado como una de las principales figuras de la transición hacia el Romanticismo. Poseía además una decidida conciencia social, pues creyó en una fraternidad y hermandad universal. Le preocupa el lenguaje y el ritmo en sus poemas, pero no logra deshacerse del impostado lenguaje neoclásico, que resulta retórico y falso.

Su obra poética se divide por su contenido en dos partes:  una bucólica y otra filosófica, caracterizada ésta por una fuerte melancolía y sentimiento de soledad.

Obras poéticas (1816)

La condesa de Castilla (1815)

Tragedia.

Pitaco (1822)

Tragedia.


Juan Nicasio Gallego (1777-1853)

VIDA

Juan Nicasio Gallego fue un sacerdote de ideas liberales. Recibió las órdenes sagradas en Salamanca. Fue amigo de Meléndez Valdés, Cienfuegos, Quintana y Gallardo.

Como la generalidad de personajes de la época, siente la influencia renovadora de la Revolución francesa, pero sus ideas liberales le significan el destierro de España. Patriota enardecido, se opuso a los franceses y fue Diputado en las Cortes de Cádiz y miembro destacado en la elaboración de la Constitución de 1812. Con el regreso de Fernando VII en 1814, Gallego estuvo encarcelado por sus ideas liberales en distintos lugares hasta el Trienio Liberal.

Fue secretario perpetuo de la Real Academia Española.

En Salamanca hizo amistad con Manuel José Quintana, Meléndez Valdés y Nicasio Álvarez de Cienfuegos y los demás escritores del grupo, y se dio a conocer muy pronto como poeta, aunque su obra se fue produciendo en forma poco abundante y espaciada.

OBRAS

El zamorano Juan Nicasio Gallego es uno de los representantes de la poesía civil liberal de origen ilustrado, clave en la transición entre Neoclasicismo y Romanticismo. Gallego, como Quintana, pese a haber asistido al triunfo del Romanticismo, jamás transigió con él. Pertenece al grupo de los salmantinos y se le considera un imitador de los clásicos grecolatinos, así como de los del  barroco y el renacimiento, de quienes toma el estilo depurado y preciosista.

Juan Nicasio Gallego, que no fue un romántico, vivió de lleno aquella etapa de nuestra historia literaria, y se desenvolvió en los círculos de los que sí lo fueron. Escribió odas, elegías, así como sonetos y romances neoclásicos. Tradujo Los novios de Manzoni (1836-1837) e hizo dos traducciones del falso bardo céltico Ossián.

A la defensa de Buenos Aires (1807)

Oda escrita con motivo del fracasado ataque inglés.

Al dos de mayo (1808)

Oda inspirada en el levantamiento contra la invasión napoleónica el dos de mayo de 1808.

A la muerte de la reina de España, doña Isabel de Braganza (1819)

Elegía.

A la muerte de la duquesa de Frías (1830)

Obras poéticas (1854)

Su obra más destacada es la colección de 36 sonetos editados en sus Obras poéticas: A Garcilaso, A Judas, A mi vuelta a Zamora, en 1807, Los hoyuelos de Lesbia.


Juan Bautista Arriaza y Superviela (1770-1837)

VIDA

Nació en Madrid y estudió en el Real Seminario de Nobles. Fue marino y diplomático. Permaneció en Londres algún tiempo, agregado a la Legación española.

Durante la Guerra de la Independencia española se hallaba retirado del servicio activo. Escribió ardientes poemas patrióticos de la Guerra de la Independencia.

Durante toda su vida fue ardiente partidario del absolutista Fernando VII y enemigo de los franceses y del régimen constitucional. Fernando VII pagó la fidelidad de Arriaza haciéndole como su poeta oficial. Bodas, bautizos, defunciones, alegrías regias, eran cantadas por Arriaza con singulares alientos.

OBRAS

Arriaza es el más clásico de los poetas castellanos de esta generación. Fue un poeta del Neoclasicismo y de la etapa de transición al Romanticismo. Gran parte de esta obra iba dedicada a enaltecer la figura de su amado Fernando VII, a quien profesaba gran devoción.

Es conocido sobre todo por sus poemas patrióticos de la Guerra de la Independencia Española.

Primicias (1796)

Arte poética (1807)

Traducción de L’Art poétique (1674) de Nicolás Boileau.

Poesías patrióticas (1810)

Los defensores de la Patria

A los recuerdos del Dos de Mayo

Himno de la victoria

Desenfado patriótico

Poesías líricas (1829)

Terpsícore o las gracias del baile

Poema extenso erótico-festivo sobre la danza. En este poema alcanza una cima de serena belleza, cuya ágil movilidad y musical espíritu es digno de Meléndez Valdés.


José Somoza (1781-1852)

VIDA y OBRA

José Somoza y Muñoz nació en Piedrahíta, Ávila, en el seno de una familia rica y bien emparentada. Estudió en Ávila y Salamanca; la muerte de su padre en 1797 le hizo consagrarse a los estudios con ahínco, pero en casa, ya que tuvo que regresar a Piedrahita. Vivió casi siempre aislado y solterón en su pueblo, con esporádicos viajes a Madrid, donde se relacionó con los amigos de su padre, Juan Meléndez Valdés, a quien ya conocía de Piedrahita, Manuel José Quintana, Melchor Gaspar de Jovellanos, Francisco de Goya. Escribió que tenía presente "el matrimonio de mi maestro Meléndez, enlazado con una mujer de las que el público no puede juzgar malas y son, a pesar de esto, intolerables".

Volteriano, aunque virtuoso, y liberal, tomó las armas en 1808 contra los franceses, pero se quedó en su pueblo para no abandonar a su hermano enfermo cuando estos lo invadieron e incluso sirvió de comisionado en 1809 junto con Toribio Núñez para aplacar las iras del comandante francés. No obstante, no fue afrancesado, sino que sirvió a la causa patriota desde el campo enemigo y aun se le achacó la deserción de un regimiento suizo, lo que le valió un bayonetazo; pero el general Hugo, padre del poeta y gobernador militar de Ávila, fue comprensivo con él. Por influencia de Meléndez y de Cabarrús fue nombrado prefecto, pero no aceptó. Tampoco se marchó a Cádiz, sino que siguió a la vera de su hermano enfermo.

Nada le pasó en 1814, pero en virtud de una carta del arcediano Cuesta, descubierta por Lozano de Torres, fue detenido y llevado a Madrid, aunque pronto se sobreseyó la causa. Fue jefe político de Ávila durante el Trienio Liberal (1820-1823), pero renunció repetidamente a ese cargo, lo mismo que a la gran cruz de Carlos III que le fue concedida y que al parecer no llevó nunca. En 1823 el cura Merino le metió a él y a su hermano en la cárcel de Ávila, de donde salieron a los cuatro meses, su hermano, ciego; él, con el mal de piedra. En la Ominosa Década se le volvió a perseguir por sus ideas liberales. Una nueva prisión, al parecer de siete años, le sobrevino por la persecución que contra él desató el general San Juan. En 1829 murió su hermano. Fue procurador en Cortes por Ávila (1834-1836) y diputado a las Constituyentes de 1836-1837, y elegido en las de 1839, siempre por Ávila, pero rechazó este honor como todos los demás. En 1850 sostuvo una polémica con el arcipreste de Piedrahita y el obispo de Ávila sobre sus escritos y a su muerte no recibió los sacramentos y se le quiso negar la sepultura eclesiástica. Ejerció la presidencia de la Diputación de Ávila entre 1834 y 1836, y con carácter honorario en 1838. Sus Poesías (1832) fueron reeditadas con nuevas piezas en 1834 y 1842 y pueden considerarse pertenecientes a la escuela neoclásica salmantina. Destacan entre ellas Al río Tormes y El sepulcro de mi hermana.

Destacan sus cuadros costumbristas, que preceden cronológicamente incluso a los de Ramón Mesonero Romanos; pero sólo se publicaron con posterioridad a instancias de éste en el Semanario Pintoresco Español. Fue un hábil narrador de anécdotas y un gran evocador de costumbres pasadas. A veces revela un sentido social verdadero en artículos como "El tío Tomás", sobre los zapateros.

Dejó también dos importantes novelas históricas, El bautismo de Mudarra y El capón (1842), y compuso una serie de libros de vario contenido interesantes para reconstruir la vida de un librepensador aislado y perseguido: Memorias de Piedrahita (1837), Cartas sobre el duelo (1839), Artículos en prosa (1842), Conversación sobre la eternidad (1842) y Recuerdos e impresiones (1843). Son narraciones breves Lección marcial, La oropéndola en la fuente de la dehesa de la mora y El pundonor. Entre sus poesías destacan A Fray Luis de León y Al sepulcro de mi hermano. Hay ediciones de sus obras en Madrid, 1839, y también en el mismo lugar, 1846. Existe una edición de sus Obras (1904) a cargo de Lomba y Pedraja.

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