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La generación de 1898 (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
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La generación de 1898
1898: El fin del imperio colonial español
Guerra Hispano-estadounidense: Enfrentamiento bélico librado entre España y Estados Unidos en 1898 que concluyó con la emancipación de Cuba, Puerto Rico y Filipinas del dominio español.
Los orígenes del conflicto se encuentran en la lucha por la independencia cubana y en los intereses económicos que Estados Unidos tenía en la isla. La guerra de la Independencia de Cuba comenzó en 1895, al no haber emprendido España las reformas que prometió al pueblo cubano en la Paz de Zanjón (1878) que puso fin a la guerra de los Diez Años, la primera de las denominadas guerras de Cuba.
Las ambiciones económicas e imperialistas de Estados Unidos y su intento de controlar la ruta comercial del mar Caribe, así como la producción azucarera de la isla, veían con buenos ojos el fin de la presencia española en Cuba, lo que haría más factible su control de la isla y reafirmaría la Doctrina Monroe de rechazar cualquier presencia europea en América, expuesta por el presidente James Monroe en su comparecencia anual ante el Congreso de Estados Unidos el 2 de diciembre de 1823. La doctrina Monroe llegó a ser la base de la política aplicada por Estados Unidos respecto a Latinoamérica.
Las noticias de la independencia de la mayor parte del vasto imperio colonial español en Centroamérica y Suramérica fueron recibidas en España con relativa indiferencia a principios del S. XIX. Sin embargo, la pérdida de las últimas posesiones de este poderoso imperio de antaño (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), tras una desigual confrontación naval con los Estados Unidos, tuvo un impacto duradero en la conciencia española, convirtiéndose en un momento definitorio en la historia y la cultura españolas del S. XX.
Ello generó, por ejemplo, el surgimiento de una generación entera de intelectuales que empezaron a preguntarse sobre la verdadera identidad, carácter y destino de su país.
La mala política colonial de España era patente. Los discursos de los políticos sonaban, sin embargo, a euforia imperial. La retórica del siglo XIX intentaba tapar la realidad que se avecinaba.
La guerra de Cuba fue el último acto de heroísmo imperial español. La pérdida de esta guerra dio motivo a los “regeneracionistas” y a los intelectuales liberales para atacar la política reinante y para poner de manifiesto el “engaño político en que vivía España”.
El impacto del “desastre colonial del 98” fue grande. La derrota colonial no fue más que el punto de partida, que no la causa, para que un grupo de intelectuales impulsara un cambio de rumbo en la política nacional y en la mentalidad popular. La protesta contra la política oficial ya estaba ahí desde el movimiento regeneracionista que reclamaba una radical reforma socio-política a todos los niveles.
La sociedad de fin de siglo
La sociedad española de finales del siglo XIX y comienzos del XX estaba pasando una grave crisis. A finales del XIX, durante la Restauración, España vivía inmersa en una profunda depresión económica y social. El caciquismo viciaba toda la vida democrática. El país estaba regido por una administración ineficaz y corrupta. El Parlamento no representaba a la ciudadanía. Un desánimo general invadía a una nación que antaño había sido un gran imperio “en el que no se ponía el sol”.
La pérdida de las últimas colonias de ultramar (Cuba, Filipinas, Puerto Rico) en 1898 fue un hecho histórico gravemente traumático para los españoles de fin de siglo. El país ofrecía un perfil de absoluto inmovilismo propio de una sociedad agraria atrasada, reacia a cualquier innovación.
Esta situación de depresión propició el surgimiento de un pequeño grupo de la clase media que intentó presentar alternativas al estancamiento político y cultural del país proponiendo una “regeneración” nacional a nivel económico, político y social. Ante la desmoralización colectiva los “regeneracionistas” intentan levantar una sociedad en ruinas.
«José María Jover Zamora (“Historia de España” de Espasa Calpe, “El reinado de Alfonso XIII”) es prudente al preguntarse ¿cuándo termina el siglo XIX y comienza el siglo XX? Para Jover, la década decisiva, que transcurre entre 1895 y 1905, constituye la verdadera transición entre ambos siglos. Durante esa década, la Alemania de Guillermo II -retirado Bismarck-, que ya era una de las «grandes potencias europeas», pasa a convertirse en «gran potencia mundial». Y por vez primera entran en ese concepto dos potencias extraeuropeas: Estados Unidos, que desde 1894 figura en cabeza de la producción siderúrgica mundial -y esto significa poder naval-, y Japón, desde 1905, por su victoria sobre Rusia. Las potencias pasan de buscar el equilibrio mutuo a procurar el dominio personal de los mares. En esa década se alberga el año 1898, tan terrible para España, que pierde en Cuba, Puerto Rico y Filipinas los últimos jirones de su imperio, y representa para Jover el verdadero comienzo del reinado de Alfonso XIII. El cual periodo tampoco termina con la salida, en 1931, del Monarca del Palacio de Oriente, sino en 1936, al estallar la guerra civil, «cuya gestación transcurre al hilo de aquel reinado y sería inadmisible encerrarla en el lustro de la II República». El reinado del último Alfonso abarcaría así cuatro años antes de su mayoría de edad y cinco años después de su triste partida hacia el exilio.
Pero España no fue la única nación europea que padeció en torno al 98, y puede hablarse de los „noventa y ochos“ de varias naciones latinas: Portugal, en 1890, con el inesperado ultimátum que le dio Inglaterra, su aliada habitual, exigiendo la retirada de las fuerzas portuguesas en sus intentos de enlazar sus posesiones de Angola y Mozambique; Italia, con su derrota colonial de Adua, el 1 de marzo de 1896; Francia, humillada por los ingleses en Fachoda, en 1898: el general Marchand había tomado la ciudad del Sudán, en el curso superior del Nilo, y el general inglés Kitchener avanzó también sobre ella exigiendo la retirada de los franceses. El Gobierno galo, ante la situación crítica del país, dividido por el asunto Dreyfus, tuvo que ordenar finalmente la retirada y renunciar a todos sus intereses en el Sudán. Y por último, nuestro desastre del 98.
Enseguida se elevó la voz de Salisbury -que gobernó Inglaterra precisamente en la mayor parte de la década decisiva - hablando de las «naciones vivas» -las anglosajonas- y las «naciones moribundas» -las latinas-, las cuales serían poco a poco ocupadas por las primeras. No citaba nombres, pero no se dudó -aunque el propio Salisbury lo desmintiera- que también se refería a toda la península Ibérica.» [José Ortega Spottorno: “Los noventa y ochos”. En: El País Digital, 20.06.1996]
La generación del 98 y los “regeneracionistas”
Generación del 98, también llamada generación del desastre en alusión a la pérdida de las últimas colonias de ultramar por España.
El desastre de 1898 agudiza en los literatos de la generación del 98 y en los “regeneracionistas” la repulsa hacia el estado de cosas que lo había hecho posible y la exigencia de un cambio rotundo de la vida española. Pero mientras los “regeneracionistas” se limitaban a apuntar remedios de tipo social, jurídico y económico, los literatos de la generación del 98 representaban un amplio movimiento ideológico de renovación cultural y estética. Los hombres del 98 buscan la renovación espiritual de España, sin olvidar también lo importante que es la renovación social (todos hablan al principio de socialismo). Pero hay que notar que los hombres del 98, el grupo inicial, son en el fondo apolíticos, son primariamente literatos.
Muchos de sus representantes estaban ligados a la Institución Libre de Enseñanza, que dirigía Francisco Giner de los Ríos.
Caracterización de la generación del 98
La Generación del 98 estaba casi obsesivamente preocupada por lo que se llamó el “problema español”, y de esta manera redescubrieron la belleza del sobrio paisaje castellano y desarrollaron una considerable renovación estilística evitando la característica retórica del siglo XIX.
Fue Azorín quien en el 1913 acuñó el nombre de Generación del 98 para el grupo de autores con tendencias ideológicas y estéticas semejantes:
Miguel de Unamuno y Jugo (1864-1936): ensayista y escritor, cultivó todos los géneros literarios.
José Martínez Ruiz (1873-1967), alias Azorín: ensayista, novelista, autor de teatro y crítico.
Ramiro de Maeztu (1875-1936): ensayista, crítico de la cultura e ideólogo.
Pío Baroja y Nessi (1872-1956): el novelista más importante de su generación.
Antonio Machado y Ruiz (1875-1939): prosista y poeta lírico más importante de la generación del 98.
La actitud espiritual de este grupo contrasta con la de la Restauración de 1876 y ofrece notables coincidencias con la actitud de Europa en estos años. Pasada la época de obsesión por la ciencia positivista y por las realidades concretas (realismo – naturalismo), surgió una inquietud por el misterio y se soñó con grandes ideales de tipo religioso, moral y patriótico.
Todos los autores del 98, nacidos en la periferia peninsular, contemplan la vida con “gravedad castellana” y ven en la frivolidad y en la oratoria vacía el peor defecto de la Restauración. “Les duele la triste realidad española” y, como nuevos románticos, reaccionan con amargo pesimismo ante el lamentable espectáculo que la patria les ofrece.
Idealismo, gravedad, sobriedad y agudo espíritu individualista les hace adoptar una postura lírica y subjetiva ante las cosas. Rechazan el ambiente y las ideas tradicionales y buscan un nuevo estilo e ideal de vida, una imagen de España puramente personal y más intimista, no dependiente de la grandeza exterior, como en tiempos imperiales. Esta postura intimista les llevará a crear grandes obras literarias, pero también a chocar con la realidad socio-política de su época.
La “España auténtica”, la “Intrahistoria”, el “alma de España”
Todos los autores del 98 muestran un entrañable amor a España; pero ninguno acepta su tradición ni la acepta, por de pronto al principio. Esto les lleva a buscar una “imagen de España no consagrada por los tópicos”. La auténtica alma de España no es, manifiesta, la de las grandes gestar e ideales de la época de los Austria.
¿Dónde hallar, pues, la “España auténtica”? Escogen tres caminos para llegar a la esencia auténtica de España:
- El paisaje de Castilla como símbolo plástico.
- La historia interior de España, distinta a la España imperial.
- La literatura española auténtica.
El paisaje de Castilla como símbolo plástico del “alma auténtica de España”
Todos los escritores del 98 son oriundos de las provincias costeras de España; sin embargo, el paisaje de Castilla y su tradición espiritual les sirve para catalizar sus sentimientos frente a España. Para ellos es Castilla el núcleo de la España auténtica y su más alta expresión espiritual.
Los novelistas del XIX habían descrito el paisaje variado de las provincias españolas en sus estampas costumbristas. Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928): Valencia; Armando Palacio Valdés (1853-1938): Asturias; Emilia Pardo Bazán (1852-1921): Galicia; José María de Pereda (1833-1906): Cantabria.
Frente a la descripción del tipismo regional costero de los escritores costumbristas y naturalistas del XIX, el 98 tomó el paisaje de Castilla como símbolo auténtico del alma española: Su austeridad y sobriedad, en otros tiempos inspiradora de la mística, es ahora para el 98 la imagen plástica del alma interior de la España que despierta de sus sueños imperiales y de su pasado “glorioso”.
Pero la visión del paisaje de Castilla por parte de los escritores del 98 no es ni realista ni pintoresca, sino subjetivista, intimista e idealizada. Castilla con su paisaje es la proyección del alma del escritor. En el estilo los autores del 98 rechazan la grandilocuencia y la retórica de los políticos del XIX y optaran por un estilo sobrio y moderado, por eso escogen a Castilla con su paisaje como imagen o símbolo de esta nueva forma de mirar y sentir el mundo. El paisaje de Castilla será para el 98 “el alma de Castilla”, Castilla es su paisaje. Y el alma de Castilla es el alma nuclear de España.
La tierra, el cielo, la infinitud de Dios y la de la llanura Castellana, la idea de Dios de los místicos españoles compone la imagen del paisaje en Azorín. Azorín siente la belleza de un paisaje que es espejo de la realidad espiritual e interior de la raza, de la literatura española: La analogía entre la grave prosa castellana y el recio macizo de los álamos.
Por su nacimiento y destino, los hombres del 98 vienen de la periferia costera española: Baroja, Maeztu y Unamuno eran vascos, Machado era andaluz de Sevilla, Azorín era de Alicante. Los auténticos cantores del paisaje de Castilla son auténticos descubridores del paisaje castellano como elemento lírico. Como dijo Azorín: “A Castilla la ha hecho la literatura”.
La pintura del paisaje de Castilla en Baroja es impresionista: “Cielo ardiente como la plegaria de un místico”, “aquellos paisajes recordaban los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola”. El paisaje castellano como símbolo y expresión sucinta de la esencia de España o de su pasado: “Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora. ¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra” (Antonio Machado).
La sensación del paisaje castellano cataliza en los hombres del 98 el sentimiento del pasado español y les hace interrogarse: ¿Qué somos en realidad, después de lo que hemos sido en apariencia? El paisaje castellano cataliza así los tres elementos: La biografía del autor, su sentir el mundo exterior, su idea de la historia española y el ensueño de sacar a la luz la nueva España, la España real y futura.
La historia interior de España
Los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós (1843-1920) ya habían sido un intento de buscar la verdadera historia de España y su alma. Historia para el 98 no significa narración de las gestas pasadas y gloriosas de España, la historia exterior de España. Lo que les interesa es la intrahistoria, la historia realmente sentida por el pueblo y no la hecha por los políticos. La España gloriosa no es la España auténtica. Bajo aquella España clásica y “gloriosa” latía una realidad social que refleja muy bien la literatura picaresca del Siglo de Oro. El periodo glorioso de la historia exterior de España es una máscara de su realidad interior.
Los hombres del 98 irán a buscar la auténtica historia de España en la Edad Media, época en la que las auténticas y más genuinas tendencias del alma española no se habían corrompido aún. El filólogo e historiador Américo Castro (1885-1972), un “hijo del 98”, dedicará toda su vida a la búsqueda de la realidad subyacente a la España moderna y la encuentra en el sustrato islámico-judío-cristiano y en la lucha entre las tres castas o religiones, con su mutua fructífera influencia (La realidad histórica de España, 1954).
La auténtica historia de España la encuentran los hombres del 98 en la sutil trama de la vida cotidiana. “No busquéis el espíritu de la historia y la raza en los monumentos y en los libros, lo que importa es el mundo desconocido de pequeños hechos” (Azorín). En esta nueva visión de la historia se hace notar la influencia del historicismo de primeros de siglo que rechaza la interpretación trascendental e idealista de la historia universal al estilo de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831).
La literatura española auténtica
La literatura, lo mismo que la historia, no es aceptada por los escritores del 98 en su totalidad. Sienten preferencia por los primeros escritores medievales: Gonzalo de Berceo (1198-1264), primer poeta castellano de nombre conocido, con su estilo sencillo y sus temas ingenuos; Juan Ruiz, llamado Arcipreste de Hita (1283-1350) con su erotismo; Jorge Manrique (1440-1479) y su lamento elegíaco. También descubren a los clásicos olvidados: Luis de Góngora y Argote (1561-1627) y Baltasar Gracián (1601-1658). Del siglo XVIII y XIX aceptan a autores como José Cadalso (1741-1782) y Mariano José de Larra (1809-1837), que dejaron brillantes retratos críticos de la vida y la sociedad española de su época y sintieron vivamente el “problema de España”.
Más tarde, los hombres del 98 valorarán toda la tradición literaria española, pero atendiendo solamente a su contenido humano y a la obra eterna, prescindiendo de tópicos y prejuicios nacionales. Lo mismo ocurre en el terreno del arte, en el que admiran la espiritualidad de El Greco (1541-1614) y la fuerte pintura negra española de José Gutiérrez Solana (1886-1945).
El estudio del paisaje de Castilla, de la historia interna y de la literatura más auténtica, proporciona a los autores del 98 un nuevo concepto del alma y de la vida de España. En este periodo de crisis de la identidad nacional, tras el desastre de 1898, buscan un nuevo sentido universal, buscan valores eternos e imperecederos, inmanentes al alma española. Buscan lo trascendente que el espíritu burgués y positivista del XIX había olvidado. En el fondo, todos estos autores muestran nuevas inquietudes metafísicas y morales.
La solución al “problema de España”
Al principio, la actitud política de los hombres del 98 es solamente un grito de rebeldía y de protesta contra la situación socio-política de su patria. La solución que se les ofrecía era la de los “regeneracionistas”: reconstrucción interior del país, culturización y elevación del nivel socio-económico y europeización. Reorganización de la cultura, de la agricultura y de la vida social del país. Su interés principal radicaba en la superación de la etapa de “tibetanización” de España iniciada por Felipe II, que se había cerrado a Europa con la Contrarreforma, iniciando así el periodo nacional barroco: la España de la exageración y el desengaño.
Pero los hombres del 98 pronto dieron un cambio de rumbo: Tras una etapa de euforia europeísta, el conocimiento más profundo e íntimo de los valores nacionales auténticos les llevó a valorar mejor lo que antes despreciaban. La reorganización material de España y la europeización les parecieron enseguida remedia parciales para el mal nacional. Remedios parciales e inadecuados. Así comienzan a ver en el “espíritu europeo” el mal del materialismo y del racionalismo. Su espiritualismo, antimaterialismo y antirracionalismo los llevó a acentuar los valores espirituales patrios frente a los europeos. “Hay que iberizar a Europa”, clamará Miguel de Unamuno.
Más tarde, la generación del 14, la generación de Ortega, llamada también “hijos del 98”, una generación de universitarios y no autodidactas como la del 98, será consecuentemente europeísta. Ortega: “Hay que europeizar a España”.
El afán principal del 98 será buscar los valores propios españoles, los valores auténticos, pervertidos o encubiertos por la “España oficial”, los valores espirituales que distinguen a España de las demás naciones. Se busca la identidad escondida que no ha podido salir a la luz todavía. “Hay que buscar el sentido de la vida español, lo que el pueblo necesita es tener un sentimiento y un ideal propios acerca de la vida y su valor” (Miguel de Unamuno).
Muchas de las ideas del 98 y varias de las ideas políticas de Ortega y Gasset serán asumidas por el fundador de la Falange Española, José Antonio Primo de Rivera. Si se exceptúa a Pío Baroja, que fue toda vida consecuente con sus ideas nietzscheanas de un vitalismo anarquista, todos los demás miembros del 98 evolucionaron o a una extrema derecha, como Ramiro de Maeztu, o a un conservadurismo tradicional, como Azorín. En el fondo, todos siguieron siendo apolíticos y su ideología mantuvo un carácter espiritualista e intimista.
El sueño y el ensueño
No podemos menos de ver en esta actitud de los hombres del 98 el tema y el talante del sueño-ensueño típicos de la España clásica (Calderón de la Barca: La vida es sueño). Este tema se repetirá en Miguel de Unamuno: “Somos un sueño de Dios, al que debemos adormecer con nuestros cantos, para que no despierte, pues así nos dejaría de soñar y dejaríamos de existir”). El tema lo encontramos también en Antonio Machado.
Contra el racionalismo positivista del XIX, proclama Miguel de Unamuno:
De razones vive el hombre y de sueños sobrevive.
El paisaje es sentido no de forma panteísta. El paisaje no se confunde con un ser viviente, como la selva sudamericana en la novela indigenista o la estepa rusa en la literatura rusa. No hay confusión del hombre con la gleba. El hombre del 98 interpone entre su pupila y el paisaje el ensueño. Un ensueño inventado y proyectado por un alma menesterosa y desengañada. La visión del paisaje es la pasión del paisaje.
Esta mi torre de Monterrey me habla de nuestro Renacimiento, del renacimiento español, de la españolidad eterna, hecha piedra de visión, y me dice que me diga español, y que afirma que, si la vida es sueño, el sueño es lo único que queda. (Miguel de Unamuno)
Influencias literarias e ideológicas en los hombres del 98
La primera influencia sobre el 98 fua la de toda la literatura pesimista y crítica de finales del XIX: Henrik Johan Ibsen (1828-1906), dramaturgo noruego reconocido como creador del drama moderno; el novelista ruso Fiódor Mijáilovich Dostoievski (1821-1881); el filósofo pesimista alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860); el filósofo, poeta y filólogo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900); el filósofo existencialista y teólogo danés Søren Kierkegaard (1813-1855); el filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause, (1781-1832). A través de Krause y sus teorías, penetró la ética kantiana.
En el terreno religioso, tuvo mucha influencia la corriente modernista en teología y en filosofía. Un movimiento religioso de fines del siglo XIX y comienzos del XX que pretendió poner de acuerdo la doctrina cristiana con la filosofía y la ciencia de la época, y favoreció la interpretación subjetiva, simbólica e histórica de muchos contenidos religiosos. La Vida de Jesús (1863), del filólogo e historiador francés Ernest Renan, fue lectura de juventud de la mayoría de estos autores. Al lado del modernismo, estaba extendida la crítica bíblica de Harnack y la doctrina de la “muerte de Dios” de Nietzsche.
En política y en ética fue grande la influencia de la ética kantiana, mejor dicho, del socialismo inmanente a los neokantianos y a los krausistas, así como el anarquismo.
Para cada uno de los autores principales del 98 se pueden dar autores europeos influyentes:
Miguel de Unamuno > Pascal, Kierkegaard y la mística panteísta.
Azorín > Montaigne y Flaubert.
Pío Baroja > Dickens y Nietzsche.
Antonio Machado > el vitalista francés Henri Bergson.
La influencia de la filosofía de Nietzsche en todos los autores del 98, sobre todo en sus tiempos jóvenes, los llevará a un subjetivismo elitario y anarquista que intenta subordinar las exigencias de la razón a la vida: Hemos vivido demasiado tiempo para grandes ideales vacíos, es hora de vivir para la vida”, este será el tema de nuestro tiempo, según Ortega y Gasset.
La obra del filósofo alemán Oswald Spengler (1880-1936) La decadencia de Occidente (1918-1922) con su pesimismo cultural era muy conocida en aquel tiempo. La generación de Ortega intentará superar este pesimismo cultural con un forzado optimismo europeizante.
Literariamente será El Quijote y los mitos españoles el tema central de los hombres del 98. Casi todos ellos han escrito comentarios al Quijote, nuevas interpretaciones del mismo o comentarios filosóficos: Unamuno, Azorín, Ortega.
Los hombres del 98 y la religión
Todos los autores del 98 estuvieron bajo la influencia de las ideas del krausismo y su concepción panteizante (“pan-en-teísmo”) de la religión, heredera del idealismo alemán.
La influencia de Arturo Schopenhauer y de Federico Nietzsche fue enorme. Azorín se manifiesta escéptico; Baroja, descarnado anticlerical; Antonio Machado rezaba a un Dios ibérico, desolado y terrible; Unamuno estuvo toda su vida atormentado por la contradicción entre razón y fe. Solamente Ramiro de Maeztu, que en su juventud se declaraba nihilista en el sentido nietzscheano, se convirtió al final en un católico tradicional.
El estilo literario y la técnica de los autores del 98
Rechazan el estilo prosaico y grandilocuente del XIX, así como la cultura de la Restauración (1875). En esto coinciden con los modernistas. Contra el estilo declamatorio, el 98 proclama la necesidad de una vuelta a la sencillez, a la sinceridad y a la frase viva y expresiva. En contraste con la uniformidad de la prosa anterior, cada autor del 98 presenta un estilo personal, fruto de su personalismo y su fuerte subjetivismo. Cada uno tiene un estilo diferenciado.
Aunque el estilo es marginal en los autores del 98, pues se caracterizan más bien por una temática común y una común preocupación:
Mi generación dio una entonación lírica y sentimental a cosas y hombres de España. (Azorín)
El modernismo y la generación del 98
La generación modernista nace paralela a la del 98. Al principio se llamó a todos los escritores principales del grupo “modernistas”, hasta que Azorín comenzó a analizar la temática de un grupo que se distinguía por su preocupación temática más que por el afán de renovación del estilo. Así se dio al grupo más preocupado por la temática “Generación del 98” por su afán de buscar la nueva identidad española, una vez que España había dejado de ser una potencia colonial en 1898.
Al otro grupo se le dio el nombre de “modernistas” por su preocupación casi exclusiva por el estilo y por temas del pasado y no del futuro. Los hombres del 98 tenían una preocupación nacional, los modernistas se declaraban más bien cosmopolitas.
Los modernistas y los hombres del 98 tienen un afán común: la renovación literaria de España. Ambos grupos rechazan el prosaísmo del XIX. Todos empiezan a escribir influidos por los simbolistas franceses; pero los autores del 98 pronto se dan cuenta de que el lenguaje musical y sensual de los simbolistas está en contradicción con la temática y los problemas que preocupan al 98: el problema dramático de España, la actitud ética hacia este problema y el refinamiento espiritual.
Si la actitud modernista es estética, la de los hombres del 98 es ética. Aunque la renovación del estilo llevada a cabo por los modernistas dará sus frutos en la generación siguiente (“los hijos del 98” o generación del 14) y, más aun, en la de los “nietos del 98” (la generación del 27 o generación de Lorca)
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