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La mística española (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
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La mística española
El choque de un conjunto de doctrinas filosóficas y místico-platonizantes, de ideales sociales y caballerescos, de exacerbada actividad y proselitismo en un ambiente de gran exaltación de la cultura y fe religiosas convertidas en ideal político, se plasma en la mística, síntesis de todos los rasgos humanos, sociales y artísticos del español del siglo XVI.
Después de la extraordinaria vitalidad de los cincuenta años anteriores, el alma española va a volverse hacia dentro. Incapaz, al iniciarse la crisis del humanismo, de ir más lejos en el terreno de la acción y de entrar en las vías del racionalismo moderno europeo, siente el español la necesidad de renunciar a la posesión de lo fugitivo (iniciándose así el primer rasgo del Barroco español: el desengaño ante lo fugitivo y pasajero). El español se dispone a conquistar solamente su propia alma, aceptando como única explicación intelectual de la vida la doctrina católica: “¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?”). Todo lo que aún le queda al español de dinamismo y voluntad combativa, lo va a aplicar a la defensa de esa doctrina con la espada y la letra. La literatura mística es la expresión cimera de este estado colectivo.
En todas las literaturas europeas la mística es un fenómeno peculiar de los siglos medios. España, sin cambio, que en la Edad Media no había poseído escritos místicos (excepto la musulmana y Raimundo Lulio), crea en el Renacimiento una profunda y perfecta mística. A España se le llama el país de los místicos, ¿con qué razón? En toda la Edad Media, España no ha tenido mística, y a partir del siglo XVII hasta nuestros días no ha producido ningún místico más (excepto para algunos las obras de Miguel de Unamuno en el siglo XX). ¿Por qué se produjo una floración mística sólo en un corto período de tiempo como el del Renacimiento?
En esta corriente literaria típica de la época de Felipe II confluyen varias tendencias renacentistas y nacionales.
La prosa religiosa, con más de 3.000 títulos, forma el sector más importante de esta época. El ascetismo y el misticismo son sus dos vertientes.
La ascética: Dominio de las pasiones y esfuerzo personal por alcanzar la perfección.
La mística: Anticipación de la unión beatífica con Dios, sólo alcanzable normalmente en la otra vida. Las prácticas ascéticas son el camino obligado para llegar a esta unión beatífica con Dios.
Diferencias entre la ascética y la mística
La palabra “mística” viene del griego μυστικός mystikós ‘misterioso’, ‘enigmático’, propiamente ‘relativo a los misterios religiosos’; otro derivado de myein (μυεῖν) ‘cerrar los ojos y quedar mudo’. Desde los Padres de la Iglesia tuvo una significación amplia: “manifestaciones de la vida religiosa sometida a la acción extraordinaria sobrenatural de la Providencia”. Otra definición: “Relación sobrenatural de la criatura con Dios, a la que es imposible llegar por las fuerzas naturales o por las ordinarias de la Gracia”. Definición más descriptiva: “Misticismo es el conocimiento experimental de la presencia divina, en el que el alma tiene, como una gran realidad, un sentimiento de contacto con Dios”.
La mística es, según la doctrina teológica, un regalo extraordinario de la Gracia divina, sin embargo, el alma puede colaborar a alcanzarla mediante esfuerzos o ejercicios propios. Estos ejercicios de preparación para recibir el regalo divino de la Gracia especial constituyen la llamada ascética, del griego asketés (άσχητής), de askéo (άσχέω) ‘me ejercito, medito, estudio’.
La ascética se puede definir como “la propedéutica o pedagogía humana que conduce al misticismo”. La ascética depende solo de la voluntad humana, la mística depende de una gracia extraordinaria divina.
Tres vías establecen los tratadistas para alcanzar la unión beatífica:
La Vía Purgativa (purgatio): Etapa ascética. El alma se purifica de sus vicios con la oración y la mortificación.
La Vía Iluminativa (illuminatio): Corresponde ya a la mística. El alma, libre de sus anteriores defectos, comienza ya a participar de los dones del Espíritu Santo y a gozar de la presencia de Dios.
La Vía Unitiva (unio): Se llega al final de ella a la completa unión con Dios. El mundo ya no significa nada y el alma queda a solas con la divinidad y está en absoluta entrega amorosa y gozosa pasividad. Los éxtasis que a veces experimenta el místico son meros fenómenos accesorios para ello.
El ascetismo tiene amplios precedentes en la Edad Media, pero la mística del Siglo de Oro español aparece como una absoluta novedad. ¿Con qué razón se llama a España el país de los místicos? Teniendo en cuenta que sólo ha tenido mística en el Siglo de Oro, no parece muy plausible esta afirmación. Quizás se confunda la mística con la ascética. En realidad España sería más bien un país de ascetas.
Razones para el nacimiento de la mística durante el reinado de Felipe II
El comienzo de la literatura mística en España coincide la terminación de la Reconquista contra árabes y judíos en el 1492. La tensión espiritualista de la lucha contra los protestantes remueve el fermento semítico, acumulado durante siglos de estrecha convivencia con los árabes. Es explicaría su esencial carácter medieval y lo tardío de su florecimiento. La Reconquista había tenido el carácter religioso de cruzada en defensa del Cristianismo. Al terminar la empresa reconquistadora y llevada a cabo la conquista del Nuevo Mundo, quedaba un vacío que fue llenado con la mística. La mezcla de espíritu caballeresco-religioso de la Reconquista favoreció la corriente literaria de la mística durante el reinado de Felipe II.
Al comienzo de la Edad Moderna se estableció un contacto con los países germánicos que habían tenido una larga tradición mística durante la Edad Media.
La mística del siglo XVI es la vía de escape, dentro de la religiosidad ortodoxa, del espíritu intimista del erasmismo y del individualismo renacentista, reprimido tras el Concilio de Trento (1545-1563) y la Contrarreforma (1560-1600).
El estado de corrupción de la Iglesia al finalizar la Edad Media provoca la reforma del Cardenal Cisneros (1436-1517). Las costumbres de la Iglesia dan un cambio radical, lo que provoca la proliferación de una literatura ascética.
A estas razones de índole religiosa hay que añadir razones de índole profana: Difusión de las teorías neoplatónicas sobre el amor, el ideal del Cortesano y la exaltación de los libros de caballerías.
El neoplatonismo penetra en España con los Diálogos de amor del judío español León Hebreo (1460-1520). Sus teorías sobre el amor influyen en los poetas italianos.
El ideal del perfecto caballero cortesano: El Cortesano (1528) de Baltasar de Castiglione (1478-1529) introduce el código de la cortesía del galán y caballero. Los hombres se someten a torturas de adelgazamiento. Esta obra juega el mismo papel que jugó Emilio o De la educación (1762), de Rousseau, en el siglo XVIII.
Libros de caballerías: “El ambiente de exaltación religiosa, mezclado con la galantería neoplatónica y el espíritu caballeresco y emprendedor del Reconquistador de antaño, produjo en España una especie de «caballero católico», galante y guerrero. Sus rasgos de carácter coinciden con los típicos del activismo, de la energía y sobrevaloración del valor y de la voluntad de nuestra raza” (Américo Castro).
Es característico de esta época el santo que en su juventud fue un galán, caballero y guerrero, y a partir de sus años maduros se hace sacerdote y termina subiendo a los altares canonizado por la Iglesia: San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, etc.
Rasgos de la mística española
Carácter de la mística española:
Carencia de tradición medieval y posible influjo semítico a través de Raimundo Lulio (1232-1316).
Es la última de las grandes manifestaciones colectivas de la mística teológica cristiana.
Su tendencia más genuina es de carácter ecléctico, armonizador entre tendencias extremas.
Frente a la ascética, es la mística breve y transitoria en España. La ascética sí posee una ininterrumpida tradición nacional desde Séneca y su estoicismo. De ahí el carácter “moralista” de la literatura religiosa española, “concordando así con la índole de nuestra filosofía nacional, en la que predomina la ética (personalista) sobre la metafísica” (Américo Castro). “El misticismo abstracto no es típicamente español, éste es siempre más psicológico que ontológico, más experimental que doctrinal, es motor y raíz de la acción” (Sainz Rodríguez)
La calidad literaria y los valores estéticos son primordiales en la mística española. Así como la claridad y el sentido popular de la inmensa mayoría de sus producciones. El misticismo español, nacido en ambiente favorable, no es como el misticismo de las filosofías decadentes (pitagórico o alejandrino) exotérico y misterioso, sino que aspira a influir en la educación moral del pueblo. Por eso utilizan los místicos el lenguaje vulgar, y una de las grandes cualidades literarias del misticismo es que refleja el idioma culto y lleno de vigor del pueblo castellano del siglo XVI.
En el pueblo individualista de los aventureros conquistadores y de las libertades regionales, nacen los místicos que afirman la personalidad humana y sostienen el libre albedrío; el pueblo de la filosofía de Séneca produce unos místicos moralistas y activistas; el pueblo que engendra la gran literatura realista del siglo XVII lleva esta mis técnica artística a las metáforas de los místicos; el pueblo en el que imperan el conceptismo y todo el casuismo teológico de los manuales de la confesión y de las leyes del honor es el que produce unos místicos con gran finura psicológica.
El español reconquistador vivió siglos de activismo y acción intensas por la conquista del ideal religioso de la unidad nacional. Una vez llevada a cabo la Reconquista, este espíritu combativo y aventurero se vuelca en la conquista de América. Tras los primeros cincuenta años de activismo imperial, surge la mística en el momento de iniciarse la crisis del humanismo intimista. El humanismo muestra la imposibilidad de ir más lejos en el terreno de la acción. El español no quiere entrar en las vías del racionalismo moderno, viendo al mismo tiempo que los ideales imperiales se van terminando y la época gloriosa tiene sus límites expansivos.
Se comienza a ver que no es posible mantener un imperio tan enorme; esto llevo al español a sentir las cosas de este mundo como pasajeras. Así comienza el espíritu barroco con la sensación de “desengaño”. Desengaño ante las glorias de este mundo, pasajeras y fugitivas.
El español de la época de la mística va a emplear el espíritu de voluntad combativa, propio de reconquistador y del conquistador, en la salvación de los valores perennes, la salvación de su alma (“¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?”).
En el ambiente de un pueblo individualista de aventureros conquistadores y de libertades regionales, nace una mística que afirma la personalidad humana y defiende el libre albedrío. La España de Séneca produce una mística moralista y activista. La mística española revela la gran finura psicológica que encontraremos más tarde en la casuística teológica del siglo XVII.
Posibles influjos sobre la mística española
Teoría ahistórica: La teoría de Jean Baruzi sostiene la originalidad de los místicos españoles que descubren sus símbolos personales independientemente de otros. Así la Noche oscura del Alma de San Juan de la Cruz es su gran creación personal. “La mística es una filosofía popular que dio a la raza española el alimento espiritual para muchas generaciones”.
Teoría sintética: Para Gaston Etchegoyen, la mística española es fruto de una fusión sintética de formas más antiguas. Las metáforas de Santa Teresa son síntesis de metáforas latinas o de escritores que ella conocía. Etchegoyen no distingue entre símbolos esenciales y adornos accesorios.
Teoría secular: Dámaso Alonso se basa en la tradición española de tratar “a lo divino” temas profanos. Así los símbolos de los místicos españoles se derivan de la poesía profana y secular, popular o culta. Dámaso Alonso estudia las deudas de San Juan de la Cruz con la poesía de Garcilaso de la Vega, con el romancero y con los cancioneros populares.
Teoría arabista: Miguel Asín Palacios resalta el influjo de la mística arábigo-española sobre los místicos del Siglo de Oro. Así ve afinidades entre San Juan de la Cruz y el místico mahometano Abenarabí, natural de Murcia, que floreció en la primera mitad del siglo XIII. Pero no prueba Asín Palacios cómo llegó San Juan de la Cruz a estos escritos. Está probada la influencia árabe en los escritos del filósofo y místico Raimundo Lulio, cuyos libros tuvieron difusión por toda Castilla en el Renacimiento. Felipe II se interesó por adquirir las obras del gran mallorquín para el Escorial. Más probable es que la influencia de Lulio fuera a través de la mística franciscana a la que se habían incorporado tales doctrinas.
Teoría germánica: Esta teoría sostiene el influjo de los místicos alemanes Eckart, Taulero, Suso, el flamenco Ruysbroeck, Gerson, y Tomás de Kempis. Según esta teoría, estos místicos representan la tradición medieval que muestra la doble vertiente: intelectualista o racional (Santo Tomás de Aquino) y la puramente mística con predominio del sentimiento amoroso (escuela franciscana).
La mística del Siglo de Oro es la expresión definitiva de la expresión mística cristiana y se enlaza directamente con los místicos medievales y con la tradición patrística, aunque otras corrientes de pensamiento (neoplatonismo, corrientes renacentistas, etc.) hayan influido directamente en ella.
Según Hatzfeld, Oriente y Occidente ha contribuido a la formación de los místicos españoles, como ha sido el caso de casi todos los fenómenos de la civilización española. Ambas influencias se pueden concretar en dos autores místicos, a quienes conocían realmente los españoles: Raimundo Lulio y Juan van Ruysbroeck; sin hacer falta buscar fuentes más remotas como las de Eckart o Ibn Arabí.
Pero frente a estas teorías, hay que decir que la determinación de las fuentes de la mística española no explica el fenómeno de su aparición histórica. No es resultado de corriente imitativa ni recepcionista de otras corrientes. Como señala el hispanista Otis H. Green, los primeros místicos españoles, Bernardino de Laredo, San Pedro de Alcántara, etc. fueron los más originales y los más espontáneos, los que vinieron luego utilizaron ya toda la literatura de que disponían no para inspirarse o para expresarse, sino para buscar autoridad o confirmación ortodoxa en sus vivencias. Sólo en el cuarto período de compilación aparecen los doctrinarios.
La ascética y la mística en la literatura española
La mística española es un producto tardío, cuando en otras naciones es medieval. En España la mística es transitoria y breve, mientras que la ascética posee una ininterrumpida tradición nacional, que para algunos autores se remonta ya al estoicismo del filósofo romano Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.), natural de Córdoba.
El predominio de la ética personalista frente a la metafísica dio a la literatura religiosa un carácter moralista. El misticismo abstracto de un Meister Eckhart (1260-1328) no es español, el español es más psicológico que ontológico, más experimental que doctrinal, es motor de la acción.
Etapas de la mística española:
Período de importación e iniciación: Desde la Edad Media hasta 1500 en España se produce una recepción de la mística medieval extranjera (Ruysbroeck de Holanda, Taulero de Alemania). El cardenal y político Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517) fomenta la mística y ordena traducirla al español.
Período de asimilación durante el reinado de Carlos V (1516-1556): Doctrinas importadas son expuestas por primera vez “a la española” por Hernando de Talavera (1428-1507); Fray Alonso de Madrid (1485 – 1570): Arte para servir a Dios (1521); Fray Francisco de Osuna (1497-1540): Abecedario espiritual (1525-27), que ejerció gran influencia en Santa Teresa; Fray Bernardino de Laredo (1482-1540): Subida del Monte Sion por la vía contemplativa (1535); Fray Juande Dueñas: Remedio de pecadores 1545); Fray Pablo de León: Guía del cielo (1555); Beato Juan de Ávila (1500-1569): Audi, filia, et vide (1557).
Período de plenitud y de intensa producción nacional durante el reinado de Felipe II (1527-1598): De 1560 a 1600, época de la Contrarreforma, el Iluminismo es reprimido. La mística florece sobre todo entre los carmelitas: Fray Luis de Granada (1504-1588), Fray Luis de León (1527-1591), Malón de Chaide (1530-1589), Santa Teresa de Jesús (1515-1582), San Juan de la Cruz (1542-1591), San Pedro de Alcántara (1499-1562), Fray Juan de los Ángeles (1536-1609), Francisco de Borja (1510–1572), Cristóbal de Fonseca (1550-1621), Beato Alonso de Orozco (1500-1591).
Período de decadencia y compilación doctrinal: Período que dura hasta mediados del siglo XVII. No hay creadores místicos, sino teólogos y retóricos que compilan las doctrinas de los místicos con aparato teológico y escolástico: Padre Luis de la Puente (1554-1624), Fray Juan Eusebio Nieremberg (1595-1658) y el heterodoxo Miguel de Molinos (1628-1696).
Escuelas y doctrinas
Se ha dado una división por órdenes religiosas, teniendo en cuenta que cada orden tenía una tradición determinada y una preferencia determinada por un teólogo o por otro. Una orden seguía a Santo Tomás de Aquino (1225-1274), otra a Juan Duns Escoto (1266-1308), otra a San Buenaventura (1217-1274), etc. Una favorecía más a la esfera del sentimiento religioso, otra al intelectual, otra a la influencia profana.
Según este criterio, se puede clasificar la mística de la siguiente manera:
Ascetas dominicanos: Fray Luis de Granada es su prototipo.
Ascetas y místicos franciscanos: Pedro de Alcántara, Juan de los Ángeles, Fray Diego de Estella.
Místicos carmelitas: San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Jerónimo Gracián.
Místicos agustinos: Fray Luis de León, Malón de Chaide, Beato Alonso de Orozco, Cristóbal Fonseca.
Ascetas y místicos jesuitas: Francisco de Borja, Luis de la Puente, Alonso Rodríguez, Álvarez de Paz, Juan Eusebio Nieremberg.
Clérigos seculares y laicos: Juan de Valdés y Miguel de Molinos, místicos heterodoxos.
Pero la clasificación más exacta es la que sigue las tres grandes corrientes de la teología mística:
Escuela afectiva, en la que predomina lo sentimental frente a lo racional, teniendo siempre presente la Imitación de Cristo y la Humanidad de Cristo, del Cristo hombre: Franciscanos (Fray Juan de los Ángeles), agustinos (Malón de Chaide).
Escuela intelectualista o escolástica: Búsqueda del conocimiento de Dios por la elaboración de una doctrina metafísica. Dominicos (Fray Luis de Granada), jesuitas (Luis de la Puente, Juan Eusebio Nieremberg).
Escuela ecléctica o española: La propiamente mística “a la española”. Carmelitas (Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz). Síntesis de lo afectivo e intelectual, de la actividad y la contemplación.
Estilo literario de la literatura mística
Para expresar sus estados inefables, los místicos crearon una nueva expresión figurada, conceptual a veces, y a veces realista. Muchas metáforas de la lengua literaria moderna proceden de Santa Teresa o de otros místicos, y pasaron luego a otras lenguas.
En la mística recibe el español clásico su forma definitiva, fundiendo lo vivo de la lengua hablada popular con lo culto del latinismo renacentista y lo poético del estilo bíblico.
De la lengua de los místicos nace uno de los caracteres primordiales del barroco literario: la tendencia a extremar la expresión de lo real mediante símbolos espirituales y lo simbólico espiritual por medio de imágenes reales. El Barroco del siglo XVII será la exageración de este estilo, que en los místicos se mantenía dentro de un equilibrio humanístico:
noche oscura; muero porque no muero; gozosa pena; música callada...
Las dos figuras supremas de la mística española son Santa Teresa de Jesús (1515-1582) y San Juan de la Cruz (1542-1591). Ambos representan la cima dentro de la mística española. Su aparición fue preparada por los ascetas de tendencia mística de otras órdenes religiosas: Pedro de Alcántara, Bernardino de Laredo, Francisco de Osuna y Fray Luis de Granada.
Común a estos místicos es la combinación entre la elevada vida contemplativa, por un lado, y la dinámica vida de acción, por otro. Todos caminaron entre las cosas ce Dios y las de la tierra, así pueden unificar en sus vidas y en sus escritos las opuestas corrientes de la mística especulativa y la mística empírica, lo ideal y lo real.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582)
Vida
Teresa de Cepeda y Ahumada (Santa Teresa de Jesús, también conocida por el nombre de santa Teresa de Ávila) nació en Ávila de familia noble. Era hija de Alonso Sánchez de Cepeda, que se había casado en segundas nupcias con Beatriz de Ahumada y Tapia en 1507, con la que tuvo doce hijos, de los cuales Teresa fue la tercera.
El padre de Santa Teresa era hijo del converso don Juan Sánchez de Toledo, casado con doña Inés de Cepeda, cristiana vieja. Don Juan, que había judaizado, fue penitenciado por la Inquisición de Toledo en junio de 1485, y tuvo que ir en procesión con los reconciliados. A pesar de ello, consiguió en 1500 una ejecutoria que lo emparentaba con un caballero de Alfonso XI.
Con siete años, Santa Teresa quiere huir con su hermano a tierra de moros para buscar el martirio, influida por las lecturas de los libros de santos. Luego se aficiona a la lectura de los libros de caballerías.
Cuando tenía dieciséis años fue enviada por su padre al convento de las monjas agustinas, donde pasó los años 1531 a 1533. No tenía aun intención de ser monja: se confesaba "enemiguísima de ser monja"; pero tampoco le atraía el matrimonio: "también temía el casarme".
Movida por la lectura de las Confesiones (397-401) de San Agustín, en 1535, y contra la voluntad de su padre, ingresa con veinte años en el convento de la Encarnación, de la Orden de la Virgen Santa María del Monte Carmelo, adoptando el nombre de sor Teresa de Jesús, y en noviembre de 1536 recibió el hábito.
Sus extremados ejercicios ascéticos le quebrantaron la salud para toda la vida. Su enfermedad dejaría secuelas que la acompañarían el resto de su vida: fuertes dolores de cabeza e insomnio. En ocasiones sintió agudos dolores que, según sus palabras, estaban provocados por la punta de la lanza que un ángel le clavaba en el corazón.
A partir de la década de 1550 empezó a sentir sus experiencias místicas. Una visión que tuvo de las penas del infierno la movió a reformar la orden de las carmelitas tradicionales, volviendo a darle su pureza y severidad primitivas. Sufre una etapa de gran sequedad espiritual hasta los cuarenta años, en que escribe su primera obra. Comienzan entonces su etapa de febril actividad y funda su primer convento de carmelitas descalzas. Las carmelitas tradicionales la denuncian a la Inquisición, que la intenta deportar a las Indias.
Es confinada en Toledo para evitarle seguir fundando conventos. Pero recibió la ayuda de su director espiritual, el famoso Domingo Báñez, lo mismo que de su hermano de orden Fray Juan de la Cruz y, sobre todo, de los jesuitas, unidos a la Santa en su lucha contra la Reforma protestante. El conde de Tendilla se interesa por ella y mueve a Felipe II a conseguir que el Papa permitiera a los carmelitas descalzos convertirse en provincia independiente.
Muere en Alba de Tormes durante uno de sus numerosos viajes para fundar nuevos conventos.
Santa Teresa fue beatificada en 1614 y canonizada en 1622. En 1970 se convirtió (junto con santa Catalina de Siena) en la primera mujer elevada por la Iglesia católica a la condición de Doctora de la Iglesia.
Su cuerpo sufre muchas peripecias: desenterrado y declarado incorrupto, se le corta una mano para mandar a Lisboa, un pie para Roma y luego la mandíbula, etc. En 1585, el carmelita Gracián de Dios mandó separar del cuerpo de la santa la mano, que estuvo guardada en el convento de las Carmelitas de Lisboa hasta 1920. Tras la revolución, la mano incorrupta de la santa pasó al convento de las Carmelitas Descalzas de Ronda. Al estallar la Guerra Civil (1936), la mano pasó a manos de los republicanos. En 1937, la reliquia pasó a manos de los nacionales, que la llevaron a Burgos, donde Franco se la apropió. Desde entonces el Generalísimo siempre la tuvo en la mesita de noche y la trasladaba consigo.
Santa Teresa era una mujer de rasgos muy contradictorios: enérgica, decidida, apasionada y varonil, por un lado, y sensible, abierta, por otro. Un dominico de su época dijo de ella que no era una mujer, sino un “varón y de los muy barbudos”. La unión de su sentido contemplativo y práctico al mismo tiempo se muestra en sus obras y su ideal era “que Marta y María vayan siempre juntas para hospedar el Señor”.
Obras
Sus escritos revelan gran sentido psicológico. Condena los éxtasis y “arrobamientos que no son más que abobamientos” en muchas monjas “flacas, que por cada cosita lloran”. Exigía de sus monjas que fueran “varones fuertes que espanten a los hombres”.
Santa Teresa escribía generalmente por mandato o ruego de otras personas, sobre todo de su confesor. Su expresión es la corriente en el habla familiar de la antigua Castilla la Vieja, cometiendo errores sintácticos por escribir improvisadamente. Evita todo artificio literario, su estilo reproduce el “habla por escrito”, de forma vivaz y plástica.
El estilo de Santa Teresa es llano, espontáneo y natural, el habla común de las gentes de Castilla la Vieja, pura y castiza con ciertos arcaísmos que todavía eran vivos entre el pueblo. En ella sigue aún vivo el espíritu renacentista de “escribe como hables”. Comete errores e incorrecciones gramaticales, pero “con gracia”. Tenía gran predilección por los diminutivos.
Famosas son sus paradojas y metáforas cuando se trata de expresar sentimientos difíciles:
que muero porque no muero, borrachez divina, celestial locura, la gozosa pena en que me anego, desasosiego sabroso del alma, mil desatinos santos
frases de las que ella decía que eran “palabras sin concierto que sólo Dios concierta”, “borrachez divina”, “celestial locura”. Justifica estas frases: no soy quien lo dice, que ni lo ordeno con el entendimiento, ni sé después cómo lo acerté a decir.
De su prosa decía Fray Luis de León: “En la forma de decir y en la pureza y facilidad de estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras y en una elegancia desafeitada, que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ella se iguale”.
Obras autobiográficas:
Libro de las fundaciones (1573-1582)
La obra se presenta como una continuación del Libro de la vida. Fue escrita a petición del padre Ripalda. Relata las peripecias de la fundación de 18 conventos, un documento sobre los orígenes de las carmelitas descalzas. Es su última obra de estilo cuidado. Especial interés tienen los retratos psicológicos de las personas eclesiásticas que describe.
Libro de su vida (1583)
Este libro, que Santa Teresa también llamó Libro grande o Libro de las misericordias de Dios, describe su ascensión al misticismo. El libro tiene como un sabroso encanto de intimidad y voz confidencial parecido a las Confesiones de San Agustín, pero sin intelectualismo. El libro, escrito por consejo de su confesor, entra dentro del género epistolar: “vuesa merced”, “vuesas mercedes”. En esta obra se mezclan partes autobiográficas y partes más propias de un tratado doctrinal.
Libro de las relaciones (1560 y 1579)
Consta de un grupo de cartas dirigidas a San Pedro de Alcántara y a sus confesores, relatándoles los favores que había recibido de Dios. Son estos documentos muy interesantes porque en ellos se muestra la autora en toda su humanidad; son sus momentos de buen humor y sus momentos bajos.
Obras ascético-místicas:
Camino de perfección (1564-1567)
El Camino de Perfección está escrito entre los años 1564 y 1567 y da consejos a las monjas carmelitas del Monasterio de San José en Ávila, del que Santa Teresa era priora, para mostrarles el camino de perfección de la vida monástica, enseñarles a orar y mover a todos para la salvación de sus almas.
La obra consta de 42 capítulos. En los primeros 26 capítulos entrega varios consejos para el progreso en la vida contemplativa (la pobreza, el amor al prójimo, la humildad, la oración). En los últimos 15 capítulos hace una meditación sobre las palabras del Padrenuestro.
En esta obra Santa Teresa renuncia al concepto del honor de la época: la contemplación es compatible con ciertas imperfecciones humanas, pero jamás con el orgullo del honor.
Es una obra puramente ascética con intención pedagógica y apologética contra la Reforma protestante.
Las Moradas (1571), más conocido como Castillo Interior
Es su obra cumbre. Es una descripción elocuente de su vida contemplativa, describe la vida espiritual como un castillo: “Todo de diamante y claro cristal, en donde hay muchas habitaciones, como moradas hay en el cielo”. En total son siete moradas o “aposentos”.
Las moradas escriben la ascensión a Dios en tres etapas: Las tres primeras moradas son la vía purgativa (“sequedad y aridez”; las tres moradas siguientes representan la vía iluminativa (“el alma queda ya herida del amor del Esposo”); la séptima morada es la vía unitiva (“la unión mística con Dios”).
El padre Jerónimo Gracián, que la estimulaba para que escribiera Las Moradas, justificaba la tendencia de santa Teresa a la imprecisión en el uso de las palabras relacionadas con la experiencia mística: “Una éxtasis, en cuanto en ella se junta nuestra voluntad con la de Dios, se llama unión; en cuanto eleva las potencias y las levanta, se llama vuelo del alma; en cuanto es altísimo conocimiento de Dios, se llama mística teológica, etc. Todos estos nombres son verdaderos y declaran algo deste espíritu”.
Las moradas representan la mejor exposición y estudio de los estados místicos. Lo que hizo Aristóteles con su Organon, análisis del mecanismo del conocimiento, lo hizo Santa Teresa con la mística. Las moradas son el Organon místico.
San Juan de la Cruz (1542-1591)
Vida
Juan de Yepes y Álvarez es universalmente conocido por su nombre religioso de San Juan de la Cruz. Nació en Fontiveros (Ávila). Es el último de los grandes místicos, la cima de la poesía mística y una de las voces líricas más puras que jamás hayan existido.
Era hijo de un tejedor, aunque de familia noble arruinada. Débil de cuerpo y enfermizo, por no poder aprender un oficio, ingresó de enfermero en el hospital de Medina del Campo al morir su padre.
Estudió en la Compañía de Jesús, pero ingresó en la Orden de los carmelitas en Medina del Campo y, en 1563, entró en la orden con el nombre de Juan de San Matías.
Entre 1564 y 1568 estudió en la Universidad de Salamanca hasta que fue ordenado sacerdote en 1567. A los 25 años se encuentra con Santa Teresa y los dos se entienden y se complementan en sus rasgos de carácter: Santa Teresa es enérgica y decidida, San Juan de la Cruz es tímido, débil y delicado. Santa Teresa le llama “el santico”. Santa Teresa le anima a emprender la reforma del Carmelo masculino. Desde ese momento, se hizo cargo de la reforma de la rama masculina de la orden, en tanto que la santa lo hizo de la femenina.
Fundó conventos de carmelitas descalzos en Alcalá, Duruelo, Pastrana, Segovia y Ávila (convento de la Encarnación), pero comienza enseguida la hostilidad de los calzados contra sus reformas. Es perseguido diez años por los carmelitas tradicionales. Una noche un grupo de frailes calzados lo llevan preso a Toledo, en 1577, y lo encierran en un subterráneo, donde sufre humillaciones. En la prisión parece que fue donde compuso los versos del Cántico espiritual y algún otro poema. A los ocho meses se evade y Santa Teresa le da asilo. Por fin se autoriza oficialmente a los carmelitas descalzos. Pero siendo prior sufre de nuevo persecuciones por motivos doctrinales.
En 1582 fundó con la venerable Ana de Jesús –la que fue secretaria de Santa Teresa– el convento de Granada. Era su momento más fecundo como poeta: compuso la Subida al Monte Carmelo, la Noche Oscura y la Llama de amor viva, y concluyó el Cántico Espiritual.
Fue confinado algún tiempo en Peñuela. Fue definidor general de su Orden en 1581, prior en Granada en 1583, hasta 1585 fue prior en Granada y, desde esta fecha, procurador general de Andalucía.
Los últimos años de su vida fueron los más apacibles, entregado, después de las batallas de la juventud, a la soledad.
Al igual que Santa Teresa, tuvo que sobreponerse, a fuerza de voluntad, a la debilidad física de una naturaleza enfermiza, agravada por los extremos ayunos. Toda su vida gloriosa estuvo llena de arrobos, éxtasis y milagros.
Continuó con su labor de fundación hasta su muerte en Úbeda en 1591. Murió de “calenturillas” cuando estaba a punto de ser enviado a América.
Su cuerpo descansa en Segovia en un imperdonable mausoleo de estridentes colores que contrastan con el espíritu místico del santo.
Canonizado en 1726, y declarado doctor de la iglesia en 1926, es, sin la menor duda, el poeta místico más importante de la lengua española.
Obras
La obra de San Juan nos ha llegado de forma fragmentaria: su azarosa vida de fundador y los problemas que tuvo con la Inquisición (que mandó destruir tras su muerte parte de sus papeles) nos ha preservado sólo una parte, aunque enormemente valiosa de su obra.
A diferencia de otros místicos, vida y obra están disociadas en él, pues se ocupó exclusivamente de su experiencia interior, sin que aparezca lo personal. En su poesía aparece reflejado lo sensible en imágenes luminosas que transforman la naturaleza en símbolo, con objeto de comunicar una experiencia espiritual casi inenarrable. Para hacer más comprensibles sus versos, Juan de la Cruz añade algunos comentarios en prosa que le convierten en uno de los teóricos del misticismo más importantes.
Su poesía se centra en la reconciliación de los seres humanos con Dios a través de una serie de pasos místicos que se inician con la renuncia a las distracciones del mundo.
La crítica ha destacado la unión que realiza de dos tradiciones, una bíblica y otra italiana que le llega a través de Garcilaso de la Vega (1501-1536). Sorprende la riqueza y variedad de su léxico dentro de una obra tan breve. Es el poeta más breve e intenso de la literatura universal.
El estilo de San Juan de la Cruz está caracterizado por una extraordinaria intensidad expresiva. Usa el estilo de yuxtaposición de elementos de enorme densidad lírica, evitando el modo discursivo:
La noche sosegada en par de los levantes de la aurora,
la música callada, la soledad sonora,
la cena, que recrea y enamora.
Mi Amo, las montañas, los valles solitarios nemorosos,
la ínsulas extrañas, los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos.
El aire de la almena, con su mano serena,
cuando yo sus cabellos esparcía, en mi mano hería,
y todos mis sentidos suspendía.
San Juan de la Cruz expresa “a lo divino” motivos de la poesía amorosa tradicional y renacentista. Es el más alto lírico de la literatura española:
Quédeme y olvídeme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo, y déjeme,
dejando mi cuidado,
entre las azucenas olvidado.
....
Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos.
Cabe destacar su variedad métrica, que va de las coplas octosilábicas de "Entréme donde no supe", hasta los cuartetos endecasílabos de "Un pastorcico solo está penando", pasando por el empleo de la lira en la "Llama de Amor viva", el "Cántico espiritual" o en la "Noche Oscura", hasta los pareados con estribillo del "Cantar del alma".
En San Juan de la Cruz se encuentran huellas de las interpretaciones bíblicas cristianas o judías, de la literatura mística del catalán Ramon Llull (1232-1316), del alemán Eckhart (“Mi alma está desasida / de toda cosa criada”, dice san Juan), de san Bernardo y san Buenaventura, pero sobre todo de la poesía mística musulmana de autores como Ibn Arabi de Murcia e Ibn al Farid.
En el misticismo sufí, san Juan de la Cruz encontró símbolos como el vino o la embriaguez mística, la noche oscura del alma, el pájaro solitario, el alma como jardín místico.
La crítica ha puesto de relieve la confluencia de tres influjos: por un lado, el bíblico del Cantar de los Cantares, y, por otro, la tradición de la poesía culta italianizante y la tradición de la poesía popular y de cancioneros del Renacimiento español.
El influjo de la Biblia es fundamental en su poesía, en tanto actúa como molde y catalizador del resto de lecturas que conforman el bagaje cultural de San Juan de la Cruz. Particularmente, resulta trascendental en el Cántico, cuyo simbolismo e imágenes tienen su origen en el Cantar de los cantares.
Pío XI, que lo nombró Místico Doctor de la Iglesia en 1926, bautizó sus obras como "Código y escuela del alma fiel que se propone emprender una vida más perfecta".
Ejemplo de cómo comenta San Juan de la Cruz un verso:
Los valles solitarios nemorosos = Los valles solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas y suave canto de sus aves, hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos Valles es mi Amado para mí.
San Juan de la Cruz conocía a fondo la teología tomista y la tradición mística extranjera, sobre todo la flamenca y la alemana, así como las doctrinas neoplatónicas de León Hebreo y de Castiglione. No debió de poseer gran cultura humanística, aunque dominaba el latín.
Su doctrina gira en torno al símbolo de la “Noche Oscura”. La noche al borrar los límites de las cosas le evoca lo eterno, es el símbolo de la negación del alma a lo sensible, o del absoluto vacío espiritual o las pruebas que Dios envía al futuro místico para purgarle. Habla de “una noche del sentido” y “una noche del espíritu” pasivas, situadas al final de la vía purgativa e iluminativa. En ambas el alma experimenta una desoladora sensación de soledad, que se vence dejando paso a una nueva luz, “pues Dios no deja vacío sin llenar”.
“La producción de San Juan de la Cruz no estudia todas las fases del proceso místico como Santa Teresa, sino sólo los paréntesis que median entre “purgatio – iluminatio – unio”. Y así como Santa Teresa hace partir del mundo sensible sus meditaciones, San Juan de la Cruz prefiere eludir toda referencia a lo concreto, llegando a afirmar que la consideración de la humanidad de Cristo sólo es adecuada para principiantes. Sus insistencias en el superior valor de la oración íntima, frente a la externa, le acercan en apariencia al iluminismo, del que le separan, no obstante, su firma adhesión a la teología escolástica de Santo Tomás –que le impide apartarse de la más pura ortodoxia– y la creencia en la suma eficacia de todas las virtudes teologales. Su doctrina aparece expuesta con claridad y coherencia, pero la profundidad de sus conceptos y su mismo tono, muy lejano de la expresión popular de Santa Teresa, hizo que no alcanzase a grandes sectores. Por lo demás, las obras de San Juan de la Cruz no fueron publicadas hasta el siglo XVII.” (José García López: Historia de la literatura española, Barcelona, 1962).
Poesías:
Noche oscura (1579)
Paréntesis entre la vía purgativa, iluminativa y unitiva. El poema refiere la emoción “del alma que se goza de haber llegado al alto estado de perfección, que es la unión con Dios”.
Cántico espiritual (1576-1578)
Poema largo de gran musicalidad y lirismo. Describe el proceso místico: purgación, lirismo, color y emoción.
El Cántico está considerado como su obra maestra, pues en ella realiza la fusión de multitud de elementos procedentes de su educación humanística y de la lectura de la Biblia, especialmente del Cantar de Cantares, para describir el encuentro del alma con su Amado. La falta de conexión lógica, habitual en su obra, va sembrando diferentes elementos que se presentan dispersos hasta que cristalizan en un determinado momento.
Llama de amor viva (1585-1587)
Poesía exclamativa, casi sin narración, simple grito del alma. Escrita en Granada del 1585 al 1587. Es el libro más ardiente de todos. Consta de cuatro canciones con seis versos cada una.
Su prosa comprende cuatro tratados como comentario a sus poesías:
La subida al Monte Carmelo (1578-1583)
Comenta los versos de la Noche oscura y explica en qué consisten las “noches” del sentido y del espíritu.
Es su obra fundamental. Forma como una sola obra con la Noche oscura. Fue empezada en el Calvario (Jaén), en 1578, y continuada después en Baeza y Granada.
La noche oscura del alma
Se refiere al poema Noche oscura y al mismo asunto; pero así como allí aludía a las noche “en cuanto a lo activo”, es decir, a los esfuerzos realizados por el alma, aquí las trata “en cuanto a lo pasivo”, o sea especificando la intervención de Dios en el proceso.
El cántico espiritual (1584)
Interpreta el poema del mismo nombre.
La llama de amor viva (1584)
Aclara la poesía del mismo título.
Estas cuatro obras no tienen un carácter tan marcadamente autobiográfico como las de Santa Teresa. San Juan debió de aprovechar muchas experiencias ajenas, además de las propias.
Un ejemplo de la mística española es el famoso Soneto a Cristo Crucificado, que siendo de autor anónimo, muestra el penetrante individualismo y la devoción interior típica de la ascética y mística españolas:
Soneto a Cristo Crucificado
No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues si aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Esta primorosa y emocionante poesía ha sido atribuida a Santa Teresa de Jesús, a San Francisco Javier, a San Ignacio de Loyola y también a un oscuro fraile, misionero agustino, llamado fray Miguel de Guevara. Ninguna atribución se basa robre pruebas suficientes o, siquiera, de probables suposiciones. Para Federico Carlos Saiz de Robles “podemos atribuirlo sin menos razones a Lope, alguno de cuyos sonetos místicos tienen parecidas perfección, ternura recóndita, contrición desmedida y tersura idiomática”.
Para la crítica moderna este soneto es de autor desconocido. Es un soneto que en no puede faltar en ninguna antología de la poesía castellana.
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