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Los comienzos de la novela picaresca

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Los comienzos de la novela picaresca

A finales del reinado del Emperador Carlos V, se publica el Lazarillo de Tormes (1554), que completa la literatura de tiempos del Emperador e inicia la novela picaresca, uno de los géneros más representativos y populares de la literatura española.

El protagonista de estas novelas es el pícaro, un tipo que vive fuera de la ley, “tan sobrado de cautela como falto de ambiciones” (Alborg). De bajo origen, la necesidad de soportar las miserias sociales le lleva a asumir una filosofía pesimista y estoica. Vive en contacto íntimo con las clases altas, a las que sirve, pero esta cercanía le hace ver las miserias también de estas clases y le da elementos para su crítica satírica.

El pícaro es un realista que ve la vida fríamente, sin romanticismo ni exaltación gloriosa a lo caballero andante. En el fondo es el negativo de la ascética-mística de la época. Su filosofía es: lo más cómodo en la vida es vivir de parásito de una sociedad en cuyas excelencias no cree (“si es de buena sangre el rey, de tan buena es su piojo”), diría más tarde el gran Quevedo. Su esfuerzo solamente alcanza la meta de sobrevivir, sin más ambiciones. En el mundo las cosas no valen lo que lo que cuestan.

El pícaro ha sido considerado como vagabundo, cínico y estoico. A. Parker creer, sin embargo, que el pícaro español no tiene tanto de picardía como el rogue inglés, sino más de delincuente, es un trasgresor de las leyes morales y civiles y, sobre todo, de las normas sociales y sus valores jerárquicos. Es un delincuente, pero en su forma no violenta. Es una especie de tipo “desarraigado” o desplazado (outsider).

Antecedentes de la figura del pícaro los tenemos en la Edad Media en la obra del Arcipreste de Hita y en la Celestina, así como en los personajes del teatro de la época del Emperador (Gil Vicente y Torres Naharro). En 1528 ya había aparecido La lozana andaluza, de Francisco Delicado, una novela dialogada abundante en personajes picarescos como rufianes, alcahuetas y rameras. Esta obra presenta escenas eróticas típicas para mucha literatura picaresca. Es asombrosa la audacia de estas obras en una época controlada por la Inquisición.

Ejemplos de picaresca en la literatura clásica los tenemos en el Satiricón, de Petronio, y en el Asno de Oro, de Apuleyo. Hay parentescos en otras literaturas europeas de la Edad Media: El Roman de Renart. En Alemania tenemos algo parecido en las aventuras de Till Eulenspiel. Pero solo en España adquiere esta literatura el carácter de un género nacional inconfundible.

Todas las novelas picarescas tienen una misma estructura: son relatos autobiográficos. El héroe caballeresco ha tenido siempre su biógrafo, pero del pícaro nadie se ocupa, por eso tiene que escribir su historia él mismo. El Lazarillo es el reverso o negativo de la España magnífica y conquistadora de tiempos del Emperador Carlos V: una vida insignificante, el reverso de la proeza, que se cuenta a sí misma. En esta obra asistimos a la ilusión de contemplar la vida directamente, sin intermediarios glorificadores. Otra característica de estas obras es su linearidad: sucesión de episodios inconexos. El único hilo conductor es la figura del pícaro mismo, el resto es un ir y venir, un zigzag de figuras episódicas.

Causas que provocan la aparición de la picaresca

Razones de índole literaria: la lírica renacentista, así como la novela pastoril y caballeresca, solo admitían altos sentimientos como el honor, la gloria y el amor ideal. Las vulgares necesidades de la vida, las bajas pasiones y el dolor estaban ausentes de las obras literarias. El pícaro es una reacción, un negativo y reverso del pastor idealizado y del caballero, es un antihéroe ásperamente real.

“La picaresca es una reacción antiheroica, al derrumbarse la caballería y los mitos épicos. La originalidad española consistió en oponer a la traducción popularizada de lo heroico una crítica vulgar. EL mundo está visto de abajo arriba... toda escena exhibe la carencia total de heroísmo” (Américo Castro).

Cansado de los gestos heroicos y del amor idealizado sin erotismo sexual alguno, quiso el público obras que le mostraran la vida tal y como era en realidad. Pero estos factores literarios son menos importantes que los factores sociales, que eran el ambiente social y material de la España imperial. Este ambiente social de la picaresca se podría resumir como sigue: carácter inquieto y aventurero del español, provocado por las aventuras vividas en el descubrimiento y conquista de América, así como la aventura de sobrevivir en la España paupérrima del pícaro, eran material más fantástico que cualquier invento literario. Soldados y aventureros regresaban de las campañas bélicas del Emperador o de las empresas conquistadoras de América, arruinados o inválidos muchas veces, y se sumaban a los innumerables grupos de desarraigados, incapaces de someterse a una vida ordenada y monótona, tras haber vivido las aventuras más fantásticas.

A todo esto, hay que añadir el tradicional menosprecio por toda actividad lucrativa o trabajo ordenado típico de las clases o castas expulsadas de España durante la Edad Media: judíos y moros, como puso de relieve Américo Castro.  Los campos estaban desiertos de gente que emigraba a América en busca de El Dorado y a las grandes ciudades a buscar puestos de trabajo al servicio de algún gran señor. De ahí la tendencia al parasitismo y la holgazanería, típicos de la picaresca. Los primeros reveses de las campañas bélicas del Emperador y el cansancio de la vida heroica hacía preguntarse si todo aquello, si todo el esfuerzo conquistador tenía algún provecho. Frente a los viejos entusiasmos imperiales de la Conquista, surge ahora un desengaño: ¿dónde estaba el oro de América, que necesitaba Carlos V para pagar sus deudas, contraídas en sus campañas bélicas en Europa? La riqueza del oro americano no había mejorado la vida y el nivel social del español corriente.

Se suele aducir otro aspecto de tipo sicológico: el sentimiento individualista y estoico del español que menospreciaba las comodidades materiales cuando las había que alcanzar mediante un trabajo ordenado y la búsqueda de la seguridad, rasgos aborrecidos por los “cristianos viejos”, que los veían como rasgos típicos de las castas expulsadas: judíos y moros. Dentro y fuera de la picaresca podemos encontrar este desprecio, cínico y antisocial del pícaro, desprecio por la vida industriosa y materialmente fructífera del comerciante o artesano.

“¡Qué linda cosa era y qué regalada” Sin dedal, hilo ni aguja, tenaza, martillo ni barrena ni otro algún instrumento tenía oficio y beneficio ... Era bocado sin hueso, ocupación holgada y libre de pesadumbre. Pensaba a veces en la vida de mis padres ... lo que carga el peso de la honra ... A cuánto está obligado el desventurado que de ella tiene que usar”, dirá más tarde Guzmán de Alfarache.

“Comía con sosiego, dormía con reposo, no me despertaban celos, no me molestaban deudores, no me pedían pan los hijos ni me molestaban criadas, se me daba tres pitos que bajase el Turco ni un clavo que subiera el Persiano. Echaba mi barriga al sol y me reía de la honra y el pundonor .... todas las demás son muertes y sólo es vida la del pícaro” (Estabillo González). “La vida del pícaro es vida, que las otras no merecen este nombre ... si los ricos la gustasen, dejarían por ella sus haciendas, como hacían los antiguos filósofos ... porque la vida filosofal y la picarial es una misma” (H. de Luna).

“Qué gusto es andar desabrochado, con anchos y pardillos pantalones, y no con veinte cintas amarrado ... Sólo el pícaro muere bien logrado, que, desde que nació, nada desea, y ansí lo tiene todo acaudalado” (La vida del pícaro, 1601).

El pícaro se lanza a la vida de pícaro por cesión propia sin ser forzado por nadie a ello:

“Trece años o pocos más tendría Carriazo cuando, llevado de una inclinación picaresca, sin forzarle a ello algún mal tratamiento de sus padres, sólo por su gusto y antojo, se desgarró, como dicen los muchachos, de casa de sus padres, y se fue por ese mundo adelante, tan contento de la vida libre, que en las incomodidades y miserias de la vida del pícaro no echaba de manos la abundancia de la casa de su padre, ni el andar a pie le cansaba, ni el frío o el calor le enfadaba. Para él todos los tiempos del año eran dulce y templada primavera .... tan bien dormía en parvas como en colchones; dormía con tanto gusto en un pajar como entre sábanas de Holanda. Su sabiduría de pícaro era tal que pudiera leer cátedra de la facultad” (Cervantes: La ilustre fregona).

Este aspecto de renuncia cínico-estoica a la vida cómoda y ordenada de la literatura picaresca coincide con la literatura ascética y su desprecio por los bienes materiales, así como por su preocupación filosofante y moralizadora. A excepción del Lazarillo, las demás novelas picarescas son “ejemplares” en el sentido que están llenas de disertaciones morales y enseñanzas prácticas. El pícaro comunica al lector su experiencia de la vida, de la que no saca moralejas. La afinidad sicológica del pícaro y el místico es clara. En su manera de ver el mundo, el pícaro muestra una visión del mundo mística. Como el místico, el pícaro no ve en la vida más que algo pasajero que no vale la pena de ser tomado muy en serio, y menos vale la pena dedicarle un gran esfuerzo. El pícaro está movido por un vacío interior, una insatisfacción fundamental. Esa insatisfacción hizo de unos conquistadores; de otros, guerreros; de otros, caballeros andantes; de otros, místicos; de otros, pícaros; y de algunos, Quijotes.

Algo tiene de trágico la novela picaresca: por debajo de las burlas y sátiras, se puede descubrir un fondo negro y triste, que la sombra del hambre hace aún más negro y triste. “El pícaro posee un grado de esa conformidad mística, de esa conformidad tan española, expresada en más de cien refranes de Sancho Panza, especie de senequismo estoico, que consiste en aceptar las cosas como vienen, distraerse y consolarse ... En la picaresca vemos rasgos del carácter nacional: individualismo, sobrevaloración constante de la persona por encima de los bienes materiales; la vida como aventura y experiencia constante; la ironía del escéptico; sentimiento de caducidad de todas las cosas terrenas; gusto por los contrastes violentos; la astucia como arma de defensa; sentido de la improvisación y odio al orden” (César Barja).

La picaresca y los conversos, según Américo Castro

Américo Castro atribuye a la picaresca una intención social. Desde finales del siglo XV, venían usándose las clases bajas como proyectil contra la aristocracia y sus valores. Cervantes afirmará que cada cual es hijo de sus obras y no de su linaje. Es la actitud de las doctrinas humanista que afirman los derechos de individuo, hijo de sus obras, sin tener en cuenta su heredada condición o posición social. El pícaro desprecia los valores de la caballería y afirma frente a ellos su cínica pobreza vagabunda, no exenta de resentimiento.

La última tesis de Américo Castro sobre el nacimiento de la picaresca es que la picaresca, y concretamente el Lazarillo, son fruto del pensamiento de los conversos, desengañados del cristianismo por ellos adoptado, cuyos principios humanos no protegían a los conversos. Esta posición social marginal de los conversos explica su forma agresiva y satírica. La picaresca defiende que la honra es sólo fruto de la conducta personal, no fruto del linaje o de la opinión pública. “Para los conversos el confundir la honra personal con la opinión pública era la fuente de todos sus males” (Américo Castro). Con esta tesis histórico-sociológica se opone Castro a las razones tradicionales aducidas para el nacimiento de la picaresca: abundancia de pícaros y pobres en España; erasmismo anticlerical; tendencia hispánica al realismo y al individualismo.

La tesis de Miguel Herrero García y Alexander Parker

La picaresca es una exposición del tema de la libertad; pero no es una antinovela en el sentido de una parodia a los libros de caballerías como lo es el Quijote. La picaresca no es una reacción a las novelas anteriores, sino una alternativa. La picaresca nace en los medios del reformismo erasmista del siglo XVI. Así como la novela pastoril deriva del Humanismo italiano y su alabanza a la vida sencilla en la naturaleza, la picaresca procede del Elogio de la locura de Erasmo de Róterdam y los movimientos reformistas que postulan una religión sencilla, libre de complicadas normas, proclamando el desprecio del mundo y sus honores. El pícaro recoge este ideal; pero al ser rechazado este ideal por la sociedad de entonces, lo transforma el pícaro en un cinismo resentido.

El Lazarillo es la expresión satírica de la reforma erasmista de la primera mitad del siglo XVI, así como la picaresca posterior es resultado de la reforma religiosa de la Contrarreforma y del Concilio de Trento (entre 1545 y 1563). La novela picaresca posterior al Lazarillo es fruto del movimiento de reforma que sacudió a España después del Concilio de Trento: búsqueda de la presentación real de la naturaleza y condición humana. Así como la ascética, la picaresca reprueba la manía genealógica de los españoles: los pícaros se burlan de su propia honra, refiriendo las mayores atrocidades de sus padres. Los pícaros escriben sus biografías al cabo de una vida escarmentada de la que sacan conclusiones morales para el lector.

Los humanistas del Renacimiento (Luis Vives y Juan de Valdés) habían atacado la literatura pastoril y caballeresca como literatura de evasión. Tras el Concilio de Trento, los ascetas y místicos (Luis de Granada, Malón de Chaide, etc.) sostienen lo mismo: hay que reemplazar la literatura irresponsable idealista por una realista, moral y responsable basada en el conocimiento y reconocimiento de la vida real y la aceptación de la debilidad consustancial a la naturaleza humana. Cuando en 1599 se publica el Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, el autor satisface las demandas de la Contrarreforma: relato novelesco del proceso del pecado, el arrepentimiento y la salvación del héroe que había buscado la libertad sin freno y había caído en la mayor degradación. Muchas novelas picarescas son como negativos de las vidas de santos típicas de la época. El mundo picaresco como fruto de las reformas de Trento se extendió por toda Europa, peor mientras en España se hizo literatura, en otros países, como Holanda, se hizo pintura y dibujo.

Etimología de la palabra pícaro

Pícaro: ‘Persona de baja condición, astuta, ingeniosa y de mal vivir, protagonista de un género literario surgido en España’ (DRAE).

Pícaro de cocina = pinche: ‘Persona que presta servicios auxiliares en la cocina’.

La etimología de pícaro es muy discutida. Se han dado varias hipótesis. Según la primera, deriva del francés picard (picardo). Nykl (1929) propuso esta etimología: las guerras con Francia, bajo el reinado de Carlos V, llevaron al contacto con soldados de Picardía, que tenían fama de ladrones, sucios y andrajosos. “Vivir a lo picardo” significaba como ‘vivir a lo bohemio’ y se hizo sinónimo de esquivar peligros y trabajos. Para T. E. May, pícaro viene de begardos (herejes de Bohemia en el siglo XV), no conformistas religiosos y desarraigados como los pícaros españoles. Se han propuesto además teorías árabes, vascas e incluso gitanas, todas ellas hoy rechazadas.

Joan Corominas da la siguiente explicación:

«Pícaro ‘sujeto ruin y de mala vida’, hacia 1545. Origen incierto. Es probable que pícaro y su antiguo sinónimo picaño, 1335, sean voces más o menos jergales, en sus orígenes, y derivadas del verbo picar, por los varios menesteres expresados por este verbo, que solían desempeñar los pícaros (pinches de cocina, picador de toros, etc.); lo cual se confirma por el hecho de que en el sentido de pinche de cocina pícaro ya aparece en 1525. Hubo influjo posterior del fr. picard, que dio lugar a la creación del abstracto picardía, por alusión a esta provincia francesa, pero no hay pruebas convincentes de que este influjo determinara la creación del vocablo.

Derivados: Picaresco, 1599; picaresca, 1613. Picaril, 1601. Picarón; picaronazo. Apicarar; apicarado. Picardía, 1554, formado a base de pícaro, por floreo verbal alusivo al nombre de esta provincia francesa, tal como se dice estar en Babia por estar embabiecado.» [Corominas, Joan: Breve diccionario etimológico de la lengua española. Madrid: Gredos, 31987, p. 456]

El Lazarillo de Tormes

Vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades

El Lazarillo se publicó anónimo en 1554 en Burgos, Alcalá y Amberes. La autoría del libro queda sin resolver.

Lázaro cuenta en primera persona su vida. Nace en las riberas del Tormes, de padres poco recomendables. De niño, su madre lo entrega a un ciego para que se gane la vida como acompañante. El cielo le da poco de comer y Lázaro tiene que valerse de astucias para llenar el estómago. Al final abandona al ciego y se va con un clérigo. Pero “al cambiar de señor escapé del trueno y di con el relámpago”. Lázaro tiene que robarle para comer, el clérigo le mata de hambre. Pasa luego a servir a un escudero de Toledo, hidalgo megalómano, falto de dinero, pero orgulloso de su clase que está dispuesto a morir antes de ocuparse en un trabajo útil. Perseguido el hidalgo por sus acreedores, Lázaro le abandona y pasa a servir a un clérigo de la Merced, de livianas costumbres. Luego a un buldero que engaña a la gente con la venta de bulas. Luego a un capellán a cuyo servicio estuvo cuatro años vendiendo cántaros de agua por la ciudad. Después sirve a un alguacil al que dejó por parecerle oficio peligroso. Al final consigue el oficio de pregonero de Toledo y se casa con la criada de un arcipreste.

A través de la obra se produce un cambio de perspectiva en el protagonista: Primeramente, lucha Lázaro activamente contra la avaricia y crueldad de sus amos. Pero poco a poco va aprendiendo a comportarse como los amos y, adiestrado por la experiencia de la vida, acepta cínicamente su deshonrosa situación, convirtiéndose en un hipócrita como los demás, que es el único medio de vivir tranquilo y acomodado. Como su propia madre, según dice al comienzo del libro, Lázaro “determinó de arrimarse a los buenos”, es decir, a los que tienen la sartén por el mango. Lázaro sigue la máxima: “dame pan y llámame tonto”.

La ironía de la novela se percibe muy bien en el prólogo, donde Lázaro advierte que escribe “estas palabras para que las consideren quienes heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues la Fortuna fue con ellos parcial; y cuán más hicieron quienes siéndoles contraria, con fuerza y maña salieron remando hasta buen puerto”. Al final se nos presenta Lázaro llegado ya “hasta buen puerto ... estando en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna”. Lázaro está descrito como tipo humano que evoluciona de ser un mozo confiado y sencillo hasta la aceptación final picaresca, donde Lázaro se adapta a ser como los demás, forjada su experiencia vital por la maldad, la avaricia y la hipocresía de sus diferentes amos.

La parte más genial del libro es la dedicada a la vida de Lázaro al servicio del hidalgo escudero: Es un prodigio de gracia narrativa. El encuentro con el hidalgo por las calles de Toledo, la espera en la iglesia oyendo misa, mientras crece el hambre y con ella la esperanza de una mesa bien dispuesta, la llegada luego a casa del hidalgo. Admirables las escenas en que describe al hidalgo caminando por la ciudad erguido y “papando aire”. O la escena en que Lázaro roba para darle de comer al hidalgo. Un día, después de haber comido razonablemente, el hidalgo le habla a Lázaro de su fantástica haciendo y le explica “las cosas de la honra”, en donde está “todo el caudal de los hombres de bien”. Es el único personaje frente al que Lázaro siente compasión y calor humano; con el hidalgo, Lázaro no se encuentra solo y tiene posibilidad de diálogo. Aunque tenía Lázaro que alimentar al hidalgo, “lo quería bien con ver que no tenía ni podía más ... antes le tenía lástima que enemistad ... nadie da lo que no tiene ... mas el avariento clérigo y el mezquino ciego que tenían, a esos es justo desamar”. Pero Lázaro no comprende cómo un caballero era tan reacio a quitarse el sombrero ante un caballero “que era más y tenía más”. Desde su infancia, venera Lázaro a las gentes ricas y bien vestidas. Toda su ambición consiste en crecer a la sombra de los que tienen más, que “son los buenos”. Vemos que el autor del Lazarillo no se identifica más con Lázaro que con el escudero-hidalgo, así como Cervantes no había de identificarse con D. Quijote que con Sancho Panza.

El erasmismo del Lazarillo

El Lazarillo está hecho a base de fuentes folclóricas populares. Muchas de las escenas eran de tradición popular. Pero la integración total da un aspecto de copia real de la sociedad de entonces. Algunos autores, ya desde el siglo XIX, afirmaron el erasmismo del Lazarillo basados en su anticlericalismo: el ciego explora la fe y la superstición del pueblo, los clérigos son avaros y los peores amos. En el episodio del ciego, hay crítica a la caridad cristiana, a la oración, etc. Para los erasmistas era la caridad una máxima manifestación del espíritu cristiano. La novela muestra cómo los amos de Lázaro, con su mala conducta, siembran en el muchacho el desengaño religioso, fomentan su deformación moral y espiritual (Lázaro era un niño inocente y sencillo), le inclinan a la hipocresía y al disimulo y le convierten al final en un redomado bellaco.

Para Américo Castro, la atmósfera de ataque no es fruto erasmista, sino una típica reacción de los conversos contra la casta dominante. Según don Américo, los temas eclesiásticos en el Lazarillo están vistos bajo la perspectiva de un “cristiano nuevo” (converso). La crítica de este cristiano nuevo perteneciente a la clase no dominante es que “los ideales cristianos tan proclamados por los viejos cristianos como propios, están traicionados por sus propios guardianes”. El muchacho, hijo de clase baja, pero bueno, inocente y sencillo por naturaleza, se acaba pervirtiendo y corrompiendo al entrar en contacto con las clases sociales mejores.

Estilo y lengua del Lazarillo

El autor se disculpa en el prólogo por su “grosero estilo”, por lo que hemos de entender “estilo llano”. La frase es breve, sin digresiones, el diálogo es animado, el estilo es de gran naturalidad, sin vulgaridad. La mayor virtud es la sobriedad. Todo el libro da una sensación de gran densidad. Al final tenemos la sensación de haber recorrido una larga historia en tan pequeño libro.

El estilo es de una desnudez de fábula. La lengua caracteriza los ideales lingüísticos de la mitad del siglo XVI. El ideal literario y lingüístico lo había expuesto pocos años antes Juan de Valdés: recomienda hablar y escribir en estilo natural sin afectación, pero cuidando escoger los vocablos más adecuados para expresar el pensamiento; y siempre con las menos palabras posibles.

Los neologismos son escasos, el Lazarillo se caracteriza más por la selección que por la invención. Frente a la retórica y complicada sintaxis de la Celestina, sorprende en el Lazarillo la sobriedad y claridad del lenguaje. El Lazarillo reacciona contra la retórica renacentista. Pocas palabras, pero precisas y naturales. Sintetiza lo culto y lo popular.

El Lazarillo es como la primera novela española. Si la primera creación de la novela occidental es el Quijote, el Lazarillo es su primera fuente. La fuente inmediata del Quijote está quizás en el “Tratado tercero” del Lazarillo, en el diálogo entre el escudero y Lázaro. En él pudo recoger ya Cervantes los dos componentes de su libro: la controversia entre realismo e idealismo, la síntesis cordial entre amo y señor, entre pícaro y caballero.

Continuaciones del Lazarillo

El libro alcanzó rápida fama y dio lugar a varias continuaciones, fenómeno que se repitió en todas las principales novelas picarescas posteriores. En 1555 se publicó en Amberes la Segunda Parte del Lazarillo, de dudosa atribución y escasa calidad, con episodios fantásticos, como la conversión del protagonista en pez, tras un naufragio. Marcel Bataillon cree que puede haber relación entre este segundo Lazarillo y algunas nuevas formas de invención novelesca que surgieron como literatura clandestina entre 1550 y 1555, escritas por exilados judíos españoles. Así las aventuras submarinas de Lázaro serían episodios clave de las andanzas de los “marranos” (judíos-moriscos) españoles.

 

Demitificación de la obsesión genealógica y noble. Antigenealogía.

Pues sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes.

Crítica a la inutilidad de la valentía del “cristiano viejo”.

Por parecerme oficio (el de alguacil) peligroso, mayormente que una noche nos corrieron a mí y a mi amo a pedradas y a palos unos retraídos; a mi amo, que esperó, trataron mal, mas a mí no me alcanzaron.

Final: Satírico paralelismo entre el hundimiento total de la integridad de la persona de Lázaro y el triunfo gigantesco del Emperador y su estado.

Esto fue el mesmo año que nuestro victorioso emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella Cortes, y se hicieron grandes regocijos, como Vuestra Merced habrá oído. Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna.

Dicho de la época: “Iglesia, mar o casa real”.

El oficio de pregonero era el único “oficio real” accesible a los conversos.

“El Lazarillo es la novela de la desmitificación del Imperio” (Rodríguez Puértolas, Julio y Blanco Aguinaga, Carlos y Zavala, Iris M.: Historia social de la literatura española (en lengua castellana). Madrid: Castalia, 1978)

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