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Miguel Hernández - Textos (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
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Miguel Hernández
Textos
Escribí en el arenal
los tres nombres de la vida:
vida, muerte, amor.
Una ráfaga del mar,
tantas claras veces ida,
vino y los borró.
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Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
las de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
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¿Morir?... ¿Podré resistir
tamaño acontecimiento,
o moriré en el momento
en que me vaya a morir
de pena y de sentimiento?
¡Morir!, ¡morir!... No quisiera
morir para siempre, no...
¡Espérate, muerte!, ¡espera!
¡Déjame que me muera
cuando te lo pida yo!
Y punto está la corrida:
y en el momento de verte,
toro negro, toro fuerte,
estoy queriendo la vida
y deseando la muerte...
¿Seré yo como el peón,
que invita al toro a embestir,
y cuando le ve venir
teme y huye la ocasión
valerosa de morir?
¡Clávame la espada fina
ya, Señor, si es de esta suerte
la hora lejana y vecina!:
¡con qué lentitud taurina
estoy viviendo mi muerte!
Canción última
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del dolor de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresaré del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
Las nanas de la cebolla
La cebolla es escarcha cerrada y pobre
escarcha de tus días y de mis noches;
hambre y cebolla, hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre mi niño estaba,
con sangre de cebolla se amamantaba,
pero su sangre, escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo sobre la cuna;
ríete, niño, que te traigo la luna
cuando es preciso.
Tu risa me hace libre, me pone alas,
soledades me quita, sangre me arranca,
boca que vuela, corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada más victoriosa,
vencedor de las flores y las alondras,
rival del sol, porvenir de mis huesos
y de mi amor.
Desperté de ser niño, nunca despiertes;
triste llevo la boca, ríete siempre,
siempre en la cuna defendiendo la risa
pluma por pluma.
Al octavo mes ríes con cinco azahares,
con cinco diminutas ferocidades,
con cinco dientes, como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos serán mañana,
cuando en la dentadura sientas un arma,
sientas un fuego correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela, niño, en la doble luna del pecho.
Él triste de cebolla, tú satisfecho;
no te derrumbes, no sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
[En Últimos poemas (1938-1941). Las Nanas de la cebolla, para algunos las más patéticas y tiernísimas canciones de cuna de la poesía española y quizás de la universal, están dedicadas al hijo del poeta, aún niño de pecho, al recibir en la cárcel una carta de su mujer en la que le decía que no comía más que pan y cebolla. Miguel Hernández imagina cómo puede su mujer amamantar al bebé si sólo se alimenta a pan y cebolla]
Elegía a Ramón Sijé
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas
compañero del alma, tan temprano.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdona a la vida desatenta,
no perdona a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, de rayos y hachas estridentes,
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mie avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
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Los poemas de amor dedicados a Josefina Manresa, su mujer, la convirtieron en “la mujer mejor cantada” de la literatura española.
No me conformo, no; me desespero
como si fuera un huracán de lava
en el presidio de una almendra esclava
o en el penal colgante de un jilguero.
Besarte fue besar un avispero
que me clava al tormento, y me desclava,
y cava un hoyo fúnebre, y lo cava
dentro del corazón donde me muero.
No me conformo, no: ya es tanto y tanto
idolatrar la imagen de tu beso
y perseguir el curso de tu aroma...
Un enterrado vivo por el llanto,
una revolución dentro de un hueso,
un rayo soy, sujeto a una redoma.
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Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
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Para la libertad, sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos [...]
retoñarán aladas de savia sin otoño,
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado que retoño:
porque aún tengo la vida.
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Boca que arrastra mi boca,
boca que me has arrastrado,
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco,
boca poblada de bocas,
pájaro lleno de pájaros.
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En los templos establos
donde el amor huele a paja,
a honrado estiércol y a leche
hay un estruendo de vacas que
se enamoran a solas y a solas rumian
y braman.
Los toros de las dehesas
las oyen dentro del agua
y hunden con ira en la arena
sus enamoradas astas.
Hijo de la luz y de la sombra
Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor en su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina.
Forjado por el día mi corazón se quema
lleva su gran pisada de sol a donde quiere,
con un sólido impulso, con una luz suprema,
cumbre de las mañanas y los atardeceres.
Moviendo está la sombras sus fuerzas siderales,
tendiendo está la sombra su constelada umbría,
volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú eres la noche, esposa. Yo soy la melodía.
Hijo del alba eres, hijo del mediodía.
Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas.
¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!
Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.
Caudalosa mujer: en tu vientre me entierro.
Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
verían qué grabada llevo allí tu figura.
Haremos de este hijo generados sustento,
y hará de nuestra carne materia decisiva:
donde asientan su alma, las manos y el viento,
las hélices circulen, la agricultura viva.
Él hará que esta vida no caiga derribada,
pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
que de nuestras dos bocas hará una sola espada
y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.
No te quiero en ti sola: te quiero en tu ascendencia
y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
Porque la especie humana me han dado por herencia,
la familia del hijo será la especie humana.
Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besen los primeros pobladores del mundo.
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Porque te quiero sin tregua.
Porque mi querer no acaba
en ti, mujer: que en ti empieza.
Yo te quiero hasta tus hijos
y hasta los hijos que tengan.
Yo no te quiero en ti sola:
te quiero en tu descendencia.
Porque te quiero me voy
camino de la pelea,
para que los hijos tuyos
y los hijos de las hembras
de tus hijos, reconozcan
una vida menos vieja,
menos injusta, más pura
que ésta que, como herencia
maldecida han recibido
nuestras manos jornaleras.
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He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llagado hasta el fondo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
El niño yuntero
Carne de yugo ha nacido
más humilde que bello,
con el cuello perseguido
con el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecha arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y de alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menos que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el verdugo
de esta cadena?
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Menos tu vientre
todo es confuso.
Menos tu vientre
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.
Menos tu vientre
todo es oculto,
menos tu vientre
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre
todo es oscuro,
menos tu vientre
claro y profundo.
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