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Miguel Hernández - Vida y obras

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Miguel Hernández (1910-1942)

BIOGRAFÍA

Miguel Hernández (1910-1942), poeta y dramaturgo, nació en Orihuela (Alicante) y murió en Alicante.

Por amistad y edad, Miguel Hernández podía haber formado parte de la generación del 27, pero nunca se ha considerado parte de ella, aunque Dámaso Alonso le considera “el genial epílogo del Grupo”.

El haber muerto en la cárcel por pertenecer al Partido Comunista de España, tras haber sido condenado a muerte e indultado, lo llevó a ser considerado el “Lorca” de la posguerra española. Con Lorca tiene en común su directo contacto con los temas de la vida: amor, muerte, etc.

De familia campesina, apenas tuvo más instrucción que la primaria. Comenzó a estudiar en el colegio de los jesuitas, pero tuvo que abandonar los estudios para ponerse a trabajar repartiendo leche y cuidando ovejas. Su padre fue un hombre muy autoritario y duro, entregado a su labor de pastor y tratante en cabras. La madre era más bien de carácter tímido y seco, se dedicaba a los trabajos de su casa e intentaba suavizar la actitud severa del padre en las riñas familiares. La familia estaba compuesta por tres hermanos y tres hermanas.

Desde pequeño aprende Miguel a conducir el rebaño de su padre por los campos y sierras de Orihuela. El contacto directo con la naturaleza y la soledad del campo le inspirarán más tarde: la hora de salida de la luna y de los luceros, las propiedades de las hierbas, el tiempo más propicio para ayuntar el rebaño. En medio de este ambiente, en que la vida salta a cada paso en bandadas de pájaros, avispas, saltamontes, hormigas y lagartijas, un día Miguelillo contempla maravillado el rito nupcial de las ovejas. En otra ocasión el nacimiento de un cordero hiere su infantil imaginación, quedando grabado para siempre en mente. En toda su obra se percibe la huella de esta visión pura e inocente de lo sexual.

Cursa sus estudios en el colegio de los jesuitas con gran éxito. En las vacaciones sigue el pastoreo. En 1925 abandona la escuela para dedicarse completamente al pastoreo. Toda su formación literaria posterior se debe a su tesón autodidacta.

La niñez transcurre en un clima suave, bajo un cielo límpido y azul y una luz cegadora. El paisaje, de fuerte y abigarrado colorido, el perfume embriagador de azahar, jazmines, nardos, etc. El continuo zumbar de la vida y de los insectos, desarrollan y estimulan sus sentidos. Mientras su ganado pace, Miguel lee y escribe a la sombra de algún árbol.

A los 16 años comienza sus primeros intentos poéticos: canta a las aves, gorriones, pájaros, auroras, etc. En su sencillez campesina se siente atraído por la poesía familiar del poeta costumbrista y bucólico José María Gabriel y Galán (1870-1905). Un canónigo de la catedral de Orihuela, futuro obispo de León, le ayudó a orientarse en sus lecturas autodidácticas: San Juan de la Cruz, el poeta bucólico romano Virgilio, Paul Verlaine. Virgilio y San Juan de la Cruz causan gran sensación en el joven muchacho.

Luego irá descubriendo uno a uno los grandes maestros españoles del Siglo de Oro: Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Luis de Góngora, Gracilazo de la Vega; y los modernos: Rubén Darío, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Gabriel Miró, de sensibilidad tan afín a la suya. Miguel Hernández confesó que Miró había sido el autor que más le había influido durante el periodo anterior a 1932.

El horno de Efrén Fenoll le ofrece una especie de tertulia literaria en su pueblo natal. Los Fenoll son hijos de un poeta popular. Al calor del horno y bajo el aroma del pan se habla y se discute de poesía. El pastor recita y recibe varias indicaciones de un muchacho de rara inteligencia y de extraordinaria cultura llama Ramón Sijé.

En 1930 aparece en el periódico de la localidad la proclamación de la aparición del “pastor poeta”. El nombre de Miguel Hernández comienza a sonar en los círculos literarios de la provincia alicantina. En el grupo del horno de Fenoll, es Ramón Sijé el más culto y se erige en guía y maestro del adolescente Miguel. En la prensa regional aparece su primer poema: Pastoril. Luego siguen versos a imitación de Rubén Darío y de Gustavo Adolfo Bécquer.

En la década de 1930 se marchó a Madrid donde trabajó como colaborador de José María Cossio en Los toros y se relacionó con poetas como el chileno Pablo Neruda, y los españoles Rafael Alberti, Luis Cernuda y otros. Neruda era entonces cónsul de Chile en Madrid. Miguel Hernández siente gran admiración por el poeta chileno, para él amigo y maestro, y comienza a escribir como Neruda “poesía impura”, poesía surrealista. Su fe religiosa se va perdiendo con el contacto con los intelectuales en Madrid. El anticlericalismo de Neruda le termina de alejar de su fe. Hernández vive el ambiente social y anticlerical de la Segunda República (1931-1936).

Miembro del Partido Comunista Español, durante la República participó en las Misiones pedagógicas, creadas para llevar la cultura a las zonas más deprimidas de España. Durante la Guerra Civil (1936-1939), el poeta apoyará de forma activa y constante la causa republicana desde el mismo frente. Asistió al Congreso internacional de intelectuales antifascistas de 1937 en Valencia. Se incorpora al ejército republicano. Los milicianos republicanos con los que lucha Miguel matan de un balazo al padre de Josefina, la novia de Miguel. El padre de Josefina era guardia civil. Se alista como voluntario al quinto regimiento, de filiación comunista. Luego se incorpora al batallón del Campesino. Se casa con su novia Josefina en Orihuela en 1937.

Acabada la guerra intentó escapar pero fue detenido en la frontera portuguesa. Padece prisión en Huelva, Sevilla y Madrid. Liberado en septiembre, vuelve a ser detenido, juzgado y condenado a muerte. José María de Cossío, Sánchez Mazas y Dionisio Ridruejo logran que se le conmute la pena por la de treinta años de cárcel, pero no la llegó a cumplir, pues en la cárcel coge un paratifus al que se suma luego una tuberculosis pulmonar. La fiebre lo debilita. Se intenta trasladarlo al sanatorio, pero faltan los medios económicos par ello y no se pone el empeño suficiente. Muere en 1942 en prisión a los treinta y un años. Sus últimos versos son un tierno recuerdo para su esposa. Sus últimos versos fueron:

Adiós, hermanos, camaradas, amigos:

despedidme del sol y de los trigos.

La falta de atención médica en la cárcel fue tal que cuando murió nadie se preocupó de cerrarle los ojos.

Por pertenecer Miguel Hernández a la generación trancada por la Guerra Civil, es su biografía un símbolo de los poetas que vivieron aquellos trágicos años. Los poetas que sobrevivieron a la lucha fratricida siguieron publicando después de la guerra; muchos de ellos como poetas arraigados en una fe cristiana. La trágica muerte de Miguel Hernández le hace ser el símbolo trágico de la generación de Guerra Civil. Fue uno de los grandes genios naturales que, de haber vivido más tiempo, hubiera producido obras de gran valor, junto con la obra que ya dejó al morir.

OBRA POÉTICA

No es Miguel Hernández “poeta malogrado”, frase que él detestaba. Bien logrado es lo que nos dejó. Verdad es que no pudo mostrarnos lo que hubiese aportado en su madurez y en plena libertad.

Poemas de adolescencia

Los primeros poemas muestran una sorprendente facilidad para la versificación:

En la ermita campesina

oro en caldo, a la mañana,

echa, fina, la campana.

Cuando en ella da la brisa,

dice presta: Pasa a prisa.

Pasa a prisa, que hoy es fiesta.

Perito en lunas (1933)

Es un libro vanguardista. Lleno de neogongorismo, garcilanismo y calderonismo. Pero está lleno también de sabor popular, cercano a la tierra. El tema central se relaciona con la luna, no con la luna mitologizada de Lorca, sino la luna real, vista y sentida en el monte. Ya vemos en estos poemas el uso de la anáfora, tan empleada posteriormente por Miguel Hernández: Bajaré contra el peso de mi peso... alrededor de sus alrededores.

Estos poemas se caracterizan por su intenso lirismo y su excelente elaboración. Se nota la influencia de Luis de Góngora (1561-1627). 

La obra está compuesta por cuarenta y dos octavas reales de un hermetismo sólo equiparable a la maestría formal y retórica que demuestran. Contrasta el refinamiento de la forma y los temas populares y naturales escogidos: el gallo del corral, la granada, el cohete, etc.

Poemas sueltos (1933-1936)

Los versos de este libro señalan una liberación de la forma clásica. Se entrega a la expresión libre y a la “poesía impura”. Imágenes surrealistas, versos libres, aire de revolución. Bajo influjo de Pablo Neruda y Vicente Aleixandre, Miguel Hernández escribe una poesía humana. El tema del libro es la sangre como “sino sangriento”, que desembocará en la Guerra Civil (1936-1939).

El silbo vulnerado (1934)

Es el canto del poeta en su soledad de enamorado. Anticipa ya mucha de la temática de la obra siguiente.

El rayo que no cesa (1936)

La crítica considera este libro la obra más lograda de Miguel Hernández. Es un conjunto de poemas, en su mayor parte sonetos amorosos, en los que se nota el influjo de la lírica renacentista y barroca: Garcilaso, Góngora y Quevedo. También revela los medios expresivos de la generación del 27.

El libro rezuma recuerdos de su noviazgo y está lleno de ternura; pero también de rebelión soterrada contra las normas puritanas de la ciudad de provincia.

Estos poemas tratan los temas que Miguel Hernández conoció y experimentó con intensidad: el amor, la muerte, la guerra y la injusticia. El libro está lleno de un hondo sentimiento amoroso unido a una conciencia no menos honda del dolor. La soledad y la pena alternan con la pasión amorosa. Pero en el fondo el libro rebosa una concepción dionisíaca de la vida y un sentimiento eminentemente sensual del amor. Es la agonía de una pasión trágica y viril. Es un mundo poblado de ansiedades y sombras trágicas, un mundo quevedesco.

En estos sonetos se desarrolla la visión que del mundo tiene Miguel Hernández, un mundo concebido como batalla de amor y muerte, batalla que impide la plenitud de los deseos y las posibilidades que el poeta siente en sí. El toro de lidia será el símbolo principal del deseo contenido del hombre, nunca completamente realizado.

Viento del pueblo (1937)

Esta obra, compuesta durante la Guerra Civil, contiene una poesía militante y propagandística como la que también realizaba Rafael Alberti y que llamaba “poesía de guerra”. Es el viento de la Guerra Civil. Son versos épicos, arengas, gritos, dentelladas, cólera, explosiones, ternura y llanto. Llora a los muertos en la guerra, a Lorca, al niño yuntero, a los campesinos, al sudor del trabajo. Son poesías de guerra y han sido escritas en las trincheras. Estas poesías han exaltado el ánimo de los combatientes:

Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,

veo un bosque de ojos nunca enjutos,

avenidas de lágrimas y mantos:

y en torbellinos de hojas y de vientos,

lutos tras otros lutos y otros lutos,

llantos tras otros llantos y otros llantos.

Libro menos preocupado por cuestiones retóricas y atento sobre todo a la difusión del mensaje.

Vientos del pueblo me llevan,

vientos del pueblo me arrastran,

me esparcen el corazón

y me aventan la garganta.

El hombre acecha (1938)

Muestra el rostro humano y cruel de la guerra y el sufrimiento de sus compañeros en el campo de batalla en plena Guerra Civil. El tema es la guerra, pero aun más la desesperación. Está lleno de un tono severo y grave, lleno de furor, dolor viril y llanto verdadero. Ni una concesión literaria. La poesía que era canto en el libro anterior todavía, aquí es grito, verdad desnuda. Ni un ápice de artificio en este libro. Sobrecogen los poemas Es sangre, no granizo y el tremendo Tren de los heridos. Amargura, sangre y muerte, destrucción. Al final el poeta grita suplicante: Dejadme la esperanza.

Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)

Esta obra es de un sobrio esteticismo. Los temas de esta obra son los tradicionales de la lírica popular española como el amor hacia la esposa e hijos, la soledad del prisionero y las consecuencias de la guerra.

Este libro está escrito en un peregrinar del poeta por las cárceles españolas. Miguel Hernández lo acabó en la cárcel (1938-1941). Es un verdadero diario íntimo que relata su calvario de prisionero. Sólo la dulzura del amor de la esposa y del hijo alivia su dolor. Son poemas breves, escritos en pocas palabras desnudas. Ni un rastro de leve retórica. Canciones y romances lloran virilmente ausencias irremediables, el lecho, las ropas, una fotografía. Yo no hay eco de Vicente Aleixandre o de Pablo Neruda, es el Miguel Hernández más auténtico. Ninguno de estos poemas, que cantan elegíacamente a los muertos en la guerra, la soledad, el amor de la esposa ahora imposible en la ausencia, etc., ninguno de estos poemas necesita interpretación alguna. Entran en el corazón y el entendimiento como un disparo. Es la canción viril, estoica y llena de duelo.

Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes, tristes.

Tristes armas si no son las palabras. Tristes, tristes.

Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes, tristes.

Últimos poemas (1938-1941)

Son últimos poemas patéticos. Contienen las famosas Nanas de la cebolla, para algunos las más patéticas y tiernísimas canciones de cuna de la poesía española y quizás de la universal. Están dedicadas a su hijo, al recibir una carta de su mujer en que le decía que no comía más que pan y cebolla.

OBRAS TEATRALES

Su obra dramática es paralela a la poética y presenta la misma evolución: desde la inspiración en modelos clásicos y en el contenido cristiano, hasta el activismo político de sus últimas piezas.

Quién te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras (1933-34)

Auto sacramental que busca reproducir los del XVII de forma excesivamente fiel y que resulta, además, irrepresentable por su longitud.

Los hijos de la piedra (1935)

Esta pieza aparece con motivo del levantamiento de los mineros asturianos sofocado por Francisco Franco.

Teatro de guerra (1937)

El labrador de más aire (1937)

Dramas sociales en los que el influjo de la obra de Lope, sobre todo de Fuenteovejuna, es evidente. Esta obra, lo mismo que Los hijos de la piedra, plantea el problema de la injusticia social.

Pastor de la muerte (1937)

Pieza de propaganda dedicada al heroísmo de los defensores de Madrid que está entre lo mejor de su teatro.

El mundo poético de Miguel Hernández

El rayo que no cesa (1936) se abre con un planteamiento del problema existencial: Un carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida / sostiene un vuelo y un brillo alrededor de mi vida.

El mundo poético de Miguel Hernández se puede concentrar en este tríptico:

Vida

= Amor + Muerte

Muerte

= Vida + Amor

Amor

= Muerte + Vida

Toda la obra lírica de este poeta gira en torno a los misterios de vida-generación-muerte, temas centrales de las religiones naturales que y encontramos en García Lorca; sólo que en Miguel Hernández estos temas tienen una significación menos mitológica. El poeta-pastor, criado en medio de la naturaleza, llega a intuiciones que reproducen los motivos centrales de las religiones naturalísticas y arcaicas: la sacralidad de la vida orgánica.

Como para las religiones naturales, para Miguel Hernández los trances principales de la vida (nacer, vivir, engendrar, morir) se desarrollan bajo el influjo de la luna, el astro de los ritmos vitales: que crece y decrece, nace y muere. Todo se desarrolla bajo la “potencia lunar”. La esposa se convierte en madre porque la luna lo quiere; por eso su dolor será lunar y tendrá lugar bajo una “luz serena”. La luna es el ser misterioso sujeto al cambio que más impresiona al hombre primitivo.

Perito en lunas (1933) nos muestra la fascinación que el astro nocturno ejercía sobre el poeta. Los objetos de la vida rural los ve el poeta siempre bajo la luz de la luna. El momento de la generación está presidido también por fuerzas cósmicas lunares (Hijo de la luz y de la sombra es uno de sus mejores poemas).

El amor y la vida

El amor físico es para Miguel Hernández una necesidad ineludible que arranca del hombre. Es el irresistible impulso de la sangre que busca prolongarse en la posteridad. La sangre es potencia vital y destino fatídico que arrastra al sexo y a su fina inevitable: sino sangriento. La sangre aumenta sus exigencias al acercarse la primavera:

Es el tiempo del macho y de la hembra

y una necesidad, no una costumbre,

besar, amar en medio de esta lumbre

que el destino decide de la siembra.

Toda la creación busca pareja:

se persiguen los picos y los huesos,

hacen la vida para todas las cosas.

Es una soledad impar que aqueja,

yo entre esquilas sonantes como besos

y corderas atentas como esposas.

Para Antonio Machado la esposa-amada sólo existía en un ilusorio mundo del ensueño. En Miguel Hernández la esposa es una mujer de carne y hueso, criatura carnal, y el poeta canta la unión de los cuerpos sin eufemismos. Miguel entiende el amor tal y como lo vio de pequeño practicar a sus ovejas, de forma natural y sin romanticismos.

El amor, tema central de Miguel Hernández, es ansia de vida, de fecundación y está libre de toda sensualidad hedonista. Lo canta en su trilogía Hijo de la luz y de la sombra, cumbre de su poesía amorosa: Un astral sentimiento febril sobrecoge a los esposos. La sombra, fuerza telúrica arrolladora, los lanza a la gran conmoción del choque de sus cuerpos ante el común estremecimiento de la tierra y el firmamento. Por eso el hijo, fruto de este choque astral de esposa y esposo, tierra y cielo, nace sujeto al influjo de los astros “que inclinarás sus huesos al sueño y a la hembra”. Todo este ritual telúrico de la fecundación tiene su sentido profundo en las leyes cósmicas de la conservación del mundo:

Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,

tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.

Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,

con todo el firmamento, la tierra estremecida.

El beso, preludio del amor, hace estremecer el cielo y la tierra, los vivos y los muertos:

El labio de arriba al cielo

y a la tierra el otro labio.

Llegó tan hondo el beso

que traspasó y emocionó los muertos.

Los tres universales del tríptico filosófico-poético son convertibles:

El amor es muerte que da la vida. El choque cósmico de los cuerpos en la fusión del amor da la vida en la muerte: “Y la muerte ha quedado con los dos fecundada”. Amar es vivir plenamente. Quien no ama se niega a vivir, se niega a ser:

No quiso ser.

No conoció el encuentro

del hombre y la mujer.

El amoroso vello

no pudo florecer.

Detuvo sus sentidos

negándose a saber

y descendieron diáfanos

ante el amanecer.

Vio turbio su mañana

y se quedó en ayer.

No quiso ser.

Miguel Hernández logra en la expresión poética de la ternura alturas difícilmente alcanzadas en el siglo XX:

¡Qué olor de madreselva desgarrada y hendida!

¡Qué exaltación de labios y honduras generosas!

Bajo las huecas ropas aleteó la vida,

y se sintieron vivas bruscamente las cosas.

Eres más clara. Eres más tierra. Eres más suave.

Ardes y te consumes con más recogimiento.

El nuevo amor te inspira la levedad del ave

y ocupa los caminos pausados de tu aliento.

Nunca tan parecida tu frente al primer cielo.

Todo lo abres, todo lo alegras, madre, aurora.

Vienen rodando el hijo, el sol. Arcos de anhelo

te impulsan. Eres madre. Sonríe. Ríe. Llora.

La esposa se convertirá en idea obsesionante en Miguel Hernández. En la cárcel será la esposa y el hijo el único tema y fuente de su inspiración. El hijo es otra de las ideas obsesionantes. El hijo es la fuente de energía que hará vivir, es garantía de perpetuidad y eternidad. El niño “rival del sol”, iluminará el mundo y proclamará con su risa el triunfo del bien sobre el mal, del amor sobre el odio: “Contigo venceré siempre el tiempo que es mi enemigo”.

Símbolos de la vida: vientre, casa, habitación. El vientre es el nido de la vida, concentración de la pasión y fusión de los seres: “es el centro de la esfera de todo lo que existe”.

Vientre: carne central de todo cuanto existe.

Bóveda eternamente si azul, si roja, oscura.

Noche final, en cuya profundidad se siente

la voz de las raíces, el soplo de la altura...

EL universo agrupa su errante resonancia

allí, donde la historia del hombre ha sido escrita.

La casa:

Arda la casa encendida de besos y sombra amante.

No puede pasar la vida más honda y emocionante.

Hernández no quiere morir y ser enterrado en el cementerio. Quiere que su carne y huesos queden en la tierra como abono para la siembra, para la vida.

Miguel Hernández y el tema de la muerte

El poeta contempla la vida siempre amenazada por el espectro del “carnívoro cuchillo” que cuelga sobre su cabeza como una espada de Democles. Este sentimiento de amenaza marca una huella profunda en toda su obra. Esta amenaza de la muerte ensombrece toda la concepción hernandiana, y le da una visión radicalmente trágica de la vida. “Sus versos comienzan con pluma de cisne y terminan con estilete de hierro” (Correo literario). La muerte como idea obsesionante dominará toda la obra del poeta. El tema ya surge en Perito en lunas (1933).

Final modisto de cristal y pino;

a la medida de una rosa misma

hazme de aquel un traje, que en un prisma,

¿no?, se ahogue, no, en un diamante fino.

Patio de vecindad menos vecino,

del que al fin pesa más y más se abisma;

abre otro túnel más bajo tus flores

para hacer subterráneos mis amores.

El poeta pide, en el lenguaje enigmático neogongorino, al carpintero funerario (“final modisto de cristal y pino”) que le haga un ataúd de pino (“hazme de aquel un traje”), y pide al cementerio (“patio de vecindad menos vecino”) que le abra una fosa (“túnel”) bajo sus flores para enterrar su vida de enamorado.

Vemos ya desde muy temprano en Miguel Hernández este juego con los pensamientos de ataúd, cementerio, cadáver y fosa. Estos temas están al lado del acento rebelde y la exaltación de lo fecundo. Aun el amor y la vida albergan un germen de destrucción. Ya Unamuno había dicho: “el amor es lo más trágico que en el mundo y en la vida hay; hay sin duda algo de trágicamente destructivo en el fondo del amor”. En Miguel Hernández, el acto sexual amoroso produce vida, pero mediante la muerte, en este caso simbólica, de ambos amantes. La sangre es fuente de vida y principio de muerte:

La sangre me ha parido y me ha hecho preso,

la sangre me reduce y me agiganta,

un edificio soy de sangre y yeso

que se derriba él mismo y se levanta

sobre andamios de huesos.

La fuerza que me arrastra

hacia el mar de la tierra

es mi sangre primera.

La sangre de la vida es también “fatal torrente de puñales”. La vida es para el poeta una dilatada e inmensa herida que se prolonga hasta hundirse en la muerte. En el poema siguiente, después de una resistencia inútil contra el fatídico torrente de puñales, el poeta se abandona a las oleadas de su sangre:

¡Ay sangre fulminante, ay trepadora púrpura rugiente,

sentencia a todas horas resonante bajo el yunque sufrido de mi frente!

Crece la sangre, agranda la expansión de sus frondas en mi pecho

que álamo desbordante se desmanda y en varios torvos ríos cae deshecho.

Me veo de repente envuelto en sus coléricos raudales,

y nado contra todos desesperadamente como contra un fatal torrente de puñales.

Me arrastra encarnizada su corriente, me despedaza, me hunde, me atropella,

quiero apartarme de ella a manotazos, y se me van los brazos detrás de ella,

y se me van las ansias en los brazos.

Me dejaré arrastrar hecho pedazos, ya que así se lo ordenan a mi vida

la sangre y su marea, los cuerpos y mi estrella ensangrentada.

Seré una sola y dilatada herida hasta que dilatadamente sea

un cadáver de espuma: viento y nada. (OC, 241)

La herida de la soledad, la intensidad del deseo amoroso y el amor no correspondido le causa una “picuda y deslumbrante pena”:

Como el toro te sigo y te persigo,

y dejas mi deseo en una espada,

como el toro burlado, como el toro. (OC, 226)

“Qué mala luna me ha empujado a quererte como a ninguna”.

En la elegía a su amigo Ramón Sijé quisiera el poeta abrir la tierra y arrancarle al compañero de las garras de la muerte:

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.

Miguel Hernández y la imagen poética

Los motivos metafóricos están sacados del mundo material. Cuanto más hondo es el sentimiento en Miguel Hernández, tanto más palpable y corpórea es la imagen. El material metafórico de la vida campestre le imprime un sello de autenticidad: El odio es una “llama”, las voces son “bayonetas”, el dolor es “cuchillo”. El sentido del tacto es el más está muy desarrollado. Bocas son “puños”, pechos son “muros roncos”, las pasiones son “clarines”. El odio es rojo, el amor es pálido, los hombres son piedras. La imagen materializada asciende a veces a la categoría de símbolo.

Dentro del proceso de concentración, que va reduciendo los elementos de la metáfora a su mínima expresión, cabe situar el fenómeno de la metáfora-frase; el verbo es portador de la sustitución metafórica:

Florecerán los besos sobre las almohadas.

Y en torno de los cuerpos elevará la sábana

su intensa enredadera nocturna, perfumada.

Llueve como si llorara raudales un ojo inmenso,

un ojo gris, desangrado, pisoteado en el cielo.

A veces un verbo solo basta para la metáfora: un muerto nubla el camino. Una metáfora adjetivo: horizonte aleteante (el horizonte como un ave con las alas extendidas).

La metáfora de la esposa = noche y la metáfora de la grandiosidad cósmica.

En el poema Hijo de la sombra, la esposa se transfigura en noche. La esposa es noche en el momento supremo de la “potencia lunar y femenina”, es la culminación de la sombra, del sueño y del amor. Esta imagen nos sumerge en un ambiente de misterio, donde dominan fuerzas misteriosas y mágicas. La esposa es la noche, cumbre de lo lunar y femenino, el esposo es la luz, “cumbre de las mañanas y atardeceres”, “mediodía”. Por encima de los dos está la sombra, que ejerce un poderío sobre los esposos, cauce por el que proyecta el universo sus fuerzas sobre los esposos: Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales.

La esposa-noche y el esposo-mediodía son empujados por la sombra-universo sideral a unirse nupcialmente; ambos se funden en el estremecimiento de la tierra y el firmamento. El poeta convierte el acto nupcial en acontecimiento cósmico, con hondas raíces telúricas, casi en un rito sacro exigido por la deidad estelar.

Para la religión primitiva naturalista, el acto de la fecundación vegetal, animal humana es un rito que tiene lugar bajo el influjo de la luna y los seres celestes. La luna es el ser numinoso que preside los ritos vitales, agente y símbolo de la fecundidad. Miguel Hernández usa motivos astrales y cósmicos para afirmar la grandiosidad del momento: el labio de arriba al cielo y a la tierra el otro labio.

Evolución de la metáfora en Miguel Hernández

Miguel Hernández domina el arte de la pincelada breve y acertada: en un verbo, un epíteto o en un sustantivo ofrece metáforas de gran emoción. Es la expresión de una visión periférica del mundo sensorial, un mundo sobre todo visual.

En Perito en lunas (1933) notamos la influencia de Luis de Góngora, pero las metáforas son más reales, sacadas del material campestre.

En Silbo vulnerado (1934) vemos la tensión del poeta entre su levantinismo sensorial mediterráneo y el barroquismo provocado por la lectura de los clásicos castellanos. De ahí nace una metáfora de carácter descriptivo, que a veces lucha indecisa entre elementos abstractos y coloristas.

En El rayo que no cesa (1936) la metáfora se va elaborando como medio de la expresión de sentimientos interiores, las metáforas siguen siendo las del mundo rural, pero son más intensas.

A partir de Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1938) el material metafórico se va endureciendo y aparece la imagen libre de influencias, la típica imagen hernandiana. La imagen rehúye la proyección de motivos épicos y se vuelve lírica y más íntima. Abandona el tono retórico y da una visión del mundo desnuda, amarga y dramática.

Pero es en el Cancionero y romancero de ausencia (1938-1941) donde la imagen metafórica alcanza su cenit artístico. Allí tenemos la imagen varonil, directa, corpórea, sangrante, despojada de todo elemento ornamental, surrealista o visionario. Las imágenes son sustantivos desnudos despojados incluso de epítetos. Dentro de esta concentración encaja la imagen-frase que reduce el material imaginativo a su mínima expresión: el verbo es el único portador de la sustancia metafórica. La imagen, medio expresivo más importante en Miguel Hernández, alcanza en este libro su grado máximo de intensidad.

Una metáfora muy usada por el poeta al final de su trayectoria poética es el ave. Miguel Hernández usa esta metáfora como expresión y símbolo de la libertad, de las ansias de volar sin trabas:

es la casa un palomar

una sonrisa eleva el vuelo

abiertos ante el cielo como dos golondrinas

bajo las ropas aleteó la vida

vuela, niño, en la doble luna del pecho

ríete tanto que mi alma al oírte bata el espacio

tu risa me hace libre, me pone alas

Amor, vida y muerte en la poesía de Miguel Hernández

Un rasgo de la literatura española es el constante paralelismo de realismo e idealismo, Sancho Panza y su reverso Don Quijote. La tensión y dialéctica entre los dos: un idealismo que es tal solamente por contraste con lo real, y un realismo cuya fuerza radica en su constante alianza dialéctica con el idealismo –un realismo ideal que en el fondo es un idealismo muy real.

“Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida”. El amor es un “sino sangriento que causa herida”. El amor hace al hombre despertar a la vida, tan intensamente que su impulso pasional causa la herida que puede provocar la muerte. La muerte del amante es la vida del hijo que prolongará la vida de los padres: “porvenir de mis huesos y de mi amor”. El amor es impulso pasional de la fuerza cósmica que lleva al hombre a “pro-crear nueva vida”, aunque él mismo se muera consumido por la pasión.

La vida es impulso cósmico del amor. La muerte es la liberación de la tensión pasional, desenlace que da la tranquilidad dejando tras de sí el fruto de nueva vida. La sangre es sagrada: da vida y también es símbolo de muerte.

Si en Lorca la metáfora materializada está elevada a símbolo mítico (no idea como en Unamuno), en Miguel Hernández la metáfora no se traspone a un plano ideal (simbólico en Lorca y fictivo en Unamuno), sino que por su intensidad material “revienta” cargada de vida en símbolos que se elevan luego por sí mismos a acontecimiento cósmico. El movimiento sobredeterminante no va de arriba a abajo (como en Lorca), sino de abajo a arriba.

El conflicto social no es anécdota para el marco mítico-simbólico, sino que es un impedimento real (material) para el desarrollo y la realización de la vida, del amor pasional. La vida no es lucha “agónica” por la sobrevivencia tras la muerte (como en Unamuno), sino lucha por la “vivencia” y la realización material de la pasión amorosa.

El hombre es mediodía: calor pasional, tensión sexual. La mujer es sombra: la noche. No como la muerte o como el ámbito “vital” de la luna de Lorca. La mujer es sombra, es noche; la sombra es lo más agradable del día, pues “refresca” y libera del calor agobiante de la pasión carnal, del calor del mediodía. La sombra “cobija y calma”: la mujer es vientre materno que libera al hombre de la tensión a que le somete la naturaleza. Para la fructificación de la tierra, la fertilización de la mujer, nacimiento de hijos como continuación real y material de la vida, es la herida el elemento necesario para este proceso.

UNAMUNO

LORCA

HERNÁNDEZ

Idea / ficción

Símbolo / mito

Metáfora / materia

Desnaturalización de la vida: sueño y ensueño.

Sobrenaturalización de la vida: mito

Naturalización de la vida: materialización

Antierotismo. Idea contra materia.

Erotismo imposible.

Símbolo contra materia.

Rematerialización del erotismo: Amor-sexo.

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