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Miguel de Cervantes Saavedra (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
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Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616)
Vida
Nació en Alcalá de Henares, cerca de Madrid. Era el cuarto hijo de los seis que tuvo el matrimonio Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas, sin más posibles que el oficio de «médico cirujano» –practicante o barbero– del padre. De su madre no se poseen datos. El abuelo paterno, el licenciado Juan de Cervantes, se había marchado a Córdoba, con amante y esclavo negro, dejando abandonada a su familia. Para mejorar su posición y poder alimentar a la familia, el padre de Cervantes residió sucesivamente en Valladolid, Córdoba, Sevilla y Madrid, a donde siempre le acompañó su hijo.
Parece que estudió con los jesuitas de Córdoba y Sevilla y quizás también en la Universidad de Salamanca. En 1569, con 22 años, marchó a Italia formando parte del séquito del cardenal Giulio Acquaviva. Se cree que esta salida está relacionada con cierto lance del que resultó herido un tal Antonio de Sigura. Los alcaldes de Madrid mandaron prender a “un tal Miguel de Cervantes” y condenarlo a 10 años de destierro. Al servicio del cardenal, recorrió varias ciudades italianas. La Italia renacentista dejó profunda huella en el alma del escritor y encendió en él una admiración que nunca había de extinguirse. De esta admiración dejó huellas en su obra. En Italia aprendió italiano y pudo leer en su original a los mejores autores famosos italianos.
En 1570, se hizo soldado, asiste a la expedición a Chipre y luego toma parte en la memorable batalla de Lepanto contra los turcos en 1571, acción que representó para él la mayor gloria de su vida. Tomó parte en la lucha a bordo de la galera “Marquesa”. Enfermo y con fiebre, sus jefes le aconsejaron quedarse bajo cubierta, pero Cervantes salió a pelear heroicamente y fue herido de dos arcabuzazos, uno en el pecho y otro en la mano izquierda, que la quedó paralizada desde entonces “para mayor gloria de la diestra”, como escribió con justo orgullo.
En el prólogo a las Novelas ejemplares, alude Cervantes a esta gloriosa ocasión: “Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable ocasión que vieron los siglos pasados, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las banderas vencedoras del hijo del rayo de la guerra, Carlos Quinto, de feliz memoria”.
Para curar sus heridas pasó algún tiempo en el hospital de Mesina. Luego volvió al servicio activo, tomando parte en las empresas de Corfú, Navarino y Túnez, y regresó a Palermo, donde se le citaba como “soldado aventajado”. Con el deseo de obtener el grado de capitán salió en 1575 hacia España con cartas de recomendación del mismo Juan de Austria (hijo ilegítimo de Carlos V y comandante de la batalla de Lepanto y del virrey de Sicilia). Cerca de Marsella fue su nave atacada por los turcos y él fue llevado preso a Argel, donde permaneció en prisión durante cinco años. Así quedó cerrada su etapa militar y truncada su carrera.
De toda su etapa militar sacó escaso provecho material, pero pudo hacer experiencias humanas que le valieron más tarde para componer sus obras. Sus ambiciones militares y su idealismo quedaron así truncados de repente. En el cautiverio de Argel “aprendió a tener paciencia en las adversidades humanas”, realizó varias tentativas de fuga, en dos de ellas fue delatado por españoles insidiosos. Al fin el trinitario fray Juan Gil consiguió el rescate mediante el pago de 500 escudos, aportados en parte por los monjes trinitarios y en parte por comerciantes españoles residentes en Argel.
Tras el rescate se instala en Madrid. Había dejado ya su ilusión de dedicarse a la carrera de las armas. Ahora era el “Manco de Lepanto”. Para mantenerse, desempeñó algunos pequeños empleos y escribió sus primeras obras, que malvendió para agenciarse dinero para sobrevivir. Fueron aquellas cuatro comedias de poco éxito y la primera parte de la Galatea.
De sus amores con la mujer de un cómico, Ana de Villafranca, le nació una hija, Isabel de Saavedra. Poco más tarde casó Cervantes con doña Catalina de Salazar y Palacio que le aportó una estimable dote. Tenía Cervantes entonces 37 años y Catalina solamente 19.
El nombre de Cervantes empieza a sonar entre las gentes de letras. Al casarse publica su primera obra La Galatea. Como sus escritos ni la dote de su mujer daban para sobrevivir, se marchó de Madrid a Sevilla como comisario para proveer de trigo a la Armada Invencible que se preparaba contra Inglaterra. Comienzan entonces los años más ingratos y difíciles del escritor. Viaja de pueblo en pueblo; es envuelto en procesos y cárceles por irregularidades de un subordinado; quiebra la Banca donde tenía depositados sus fondos para Hacienda de la que era recaudador; vuelve a sufrir persecución por demora en sus cuentas que no podía pagar. Llegó a vivir momentos de verdadera necesidad. En medio de tantas dificultades, escribió algunas poesías y firmó contrata para escribir seis comedias. Su vida literaria parecía interrumpida.
La vida en Sevilla le proporcionó grandes experiencias par su obra. Era Sevilla entonces una revuelta, complicada y pintoresca ciudad, lugar de cita de toda el hampa y la picardía españolas, a la vez que centro de riquezas y de arte. Por entonces, y durante alguna de sus repetidas estancias en prisión, parece que concibió y comenzó a escribir el Quijote. Cuando en 1604 dejó Sevilla y se va a Valladolid, asiento entonces de la Corte, ya tenía acabada la primera parte de su Quijote. En los primeros meses de 1605 se imprimiría en Madrid esta primera parte del Quijote.
Poco después se halló enredado en un proceso muy ruidoso: una noche fue acuchillado misteriosamente a las puertas de su casa un caballero navarro, al parecer por asunto de amores. Por haber sospecha sobre las mujeres de la casa de Cervantes, fueron encarceladas sus dos hermanas, una sobrina, su hija Isabel y el propio escritor. Al no encontrarse cargos concretos, fueron puestos en libertad. Este fue el último acontecimiento desgraciado en la vida de Cervantes, aunque las dificultades económicas siguieron atormentándole hasta el final de su vida.
Cuando en 1606 se trasladó la Corte de nuevo a Madrid, Cervantes la siguió. Fueron estos los años de mayor actividad literaria del escritor. En 1613 aparecieron sus Novelas ejemplares. En 1614, su Viaje al Parnaso. En 1615, las Ocho Comedias y Ocho entremeses nuevos, así como la segunda parte del Quijote. En 1616, año de su muerte, acabó Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El 19 de abril del mismo año escribió la dedicatoria de este libro al conde de Lemos, cuatro días antes de fallecer, donde se despide de la vida citando estos versos:
Puesto ya el pie en el estribo,
con ansias de la muerte,
gran señor, esta te escribo.
Es enterrado al día siguiente, con el sayal franciscano, en el convento de las Trinitarias Descalzas de la actual calle de Lope de Vega, en un lugar que no ha podido precisarse.
Existen varios retratos que se suponen reproducen la imagen de Cervantes, pero está probado que ninguno de ellos es auténtico, ni siquiera el que preside el salón de la Real Academia Española. A falta de un retrato legítimo, tenemos la descripción que de sí mismo hizo el escritor en el prólogo a sus Novelas ejemplares:
Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y nariz corba, aunque bien proporcionada, las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los vigores grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del Viaje al Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas, y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria.
Gran sensación dolorosa dan la juventud aventurera y la vejez en casi la miseria de este genio que, sin embargo, recordaba su juventud y sus percances con gran orgullo personal, digo digno de Don Quijote. Fue típico de Cervantes que nunca renunció a las aventuras y a los ideales de su juventud, por un lado, y aceptó por otro las miserias de su vejez con gran fuerza humana y sin melancolía.
OBRAS
Miguel de Cervantes es una de las cumbres más altas de la literatura universal. Su magisterio ha sido reconocido por la inmensa mayoría de los prosistas posteriores: Balzac, Dostoievsky, Galdós, García Márquez, Kundera, Torrente Ballester, Borges, etc., aunque fue menospreciado como poeta, cuestionado como dramaturgo y admirado como novelista. La difusión alcanzada por El Quijote no conoce fronteras lingüísticas y su trascendencia va más allá de culturas. Basta con referirse a «la lengua de Cervantes» para significar la grandeza del castellano.
Surge en uno de los mayores y capitales momentos de la cultura española y de la historia política del país. Nace y se forma en los años mejores del Renacimiento y vive aún 16 años del siglo XVII, de plena exuberancia del Barroco. Comienza su producción en 1585 y la termina con su vida en 1616. Los treinta años de vida literaria de Cervantes se reparten exactamente entre las dos centurias: Renacimiento y Barroco. Así está Cervantes en la mejor situación de fundir épocas que se contraponen al mismo tiempo que se complementan. Es testigo de dos edades. Toda su obra es una síntesis armónica de ideas, conceptos, géneros literarios y concepciones del mundo. En su obra tenemos una síntesis de todos los aspectos humanos.
Si algún rasgo de su carácter se puede resaltar en su persona es el de su comprensión hacia todas las facetas del ser humano: tanto las nobles como las vulgares. Cervantes es la síntesis más completa de “lo español”. Nacido en los días de mayor grandeza de su país, cuando terminaba la vida del emperador Carlos V, vivió la plenitud de su vigor juvenil bajo el reinado de Felipe II y la batalla de Lepanto, en la que tomó parte. Asiste en la madurez a la decadencia del Imperio, cautivo de los enemigos y lleno de agobios económicos. Cervantes conoció la vida política y la privada en el anverso y en el reverso. Su obra sintetiza todas estas experiencias sin polarizarlas en amarga sátira como los escritores del Barroco tardío. Su humorismo es profundamente humano y está lleno de comprensión hacia la persona humana con todas sus contradicciones, grandezas y flaquezas.
La poesía de Cervantes
A Cervantes no se le considera buen poeta, tachándosele de mediocre, esto se debe fundamentalmente a la calidad de su prosa que dificulta mucho la valoración de su obra poética. La mayoría de sus versos están incorporados a las obras dramáticas o novelescas por lo que durante muchos años fueron considerados elementos auxiliares, a incluso se fraguó entre los estudiosos una imagen de mal poeta.
Los primeros géneros literarios que cultivó Cervantes fueron la poesía y el teatro. La inmensa fama del Quijote impidió que se valorara bien la poesía del gran genio español. Su obra en verso alcanza gran extensión: escribió en verso diez piezas de teatro y dos de sus entremeses, además de numerosas poesías esparcidas por sus novelas y por los cancioneros de su época. Escribió tanto poesía tradicional como italianizante, y siempre con gran variedad de metros.
Su maestro principal fue Garcilaso de la Vega (1501-1536), por el que tenía gran admiración. Parte de sus poemas figuran en La Galatea, que contiene mucha poesía italianizante, que no es lo más fuerte del autor. Escribió también Dos canciones a la armada invencible.
Sus mejores momentos los encontramos en los sonetos. Como sonetista tuvo gran acierto, siento cuatro de sus sonetos
Al túmulo del rey Felipe en Sevilla, que el mismo Cervantes calificó como “honra principal de mis méritos”,
A la entrada del duque de Medina en Cádiz,
A un valentón metido a pordiosero,
A un ermitaño
son de tan alta calidad que le puede situar al lado de los mejores poetas de su tiempo.
Cervantes cultivó en su segunda época la poesía tradicional: composiciones intercaladas en las Novelas ejemplares y en el Quijote, sobresaliendo los romances, de lo más notable en la poesía de Cervantes.
Entre sus poemas más importantes hay que destacar: Canto de Calíope; Epístola a Mateo Vázquez y el Viaje del Parnaso. El Canto al Parnaso fue escrito en plena madurez. Es un poema extenso en trecetos de más de tres mil versos y es la obra poética de mayor esmero del autor. En ella satiriza, critica, etc. a los autores de su tiempo y anteriores, aunque suavizado por su humanísimo humor. Para algunos, es Cervantes “un mediano versificador, pero un admirabilísimo poeta” (Rodríguez Marín).
Su prosa eclipsó a su poesía. Cervantes fue siempre muy modesto en cuanto a sus dotes de poeta: “En una oración me dijo un librero que él me las (poesías) compraba, si no le hubiera dicho un autor de título que de mi prosa se podía espera mucho, pero de mi poesía nada... a decir verdad, me dio cierta pesadumbre oírlo...” Cervantes se afanó en ser poeta, aunque llegó a dudar de su capacidad:
Yo que siempre trabajo y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo...
(Viaje al Parnaso)
“Cervantes se sintió inseguro componiendo versos, lo que, junto a su habitual capacidad para la autocrítica, le llevó a desacreditarse como poeta; en Viaje del Parnaso llegó a decir: Yo que siempre trabajo y me desvelo /por parecer que tengo de poeta 7 la gracia que no quiso darme el cielo... Cervantes es un poeta desigual, desde luego, al que le costaba mucho esfuerzo componer versos, frente a la facilidad natural cíe Lope o la maestría técnica cíe Quevedo o Góngora” (Pedro César Cerrillo Torremocha).
Yo soy aquel que en la invención excede
a muchos, y al que falta esta parte,
es fuerza de fama falta quede.
Desde mis tiernos años amé el arte
dulce de la agradable poesía,
y en ella procuré siempre agradarte.
(Viaje al Parnaso)
Con estos versos Miguel de Cervantes “justifica sus bondades” como poeta en Viaje del Parnaso
“Una obra de la altura de El Quijote empequeñece todo lo demás, pero Cervantes fue un gran poeta implicado en su momento y un crítico excepcional para los demás y también para sí mismo. Una cosa es la imagen que la posteridad da del autor y otra la histórica. Cervantes empezó como escritor de teatro y poesía y, como tal, tuvo éxito. Testimonios de su época lo sitúan como uno de los cuatro mejores romancistas en torno a 1585. Sin ese acervo poético no hubiera escrito El Quijote.” (José Montero)
Cervantes participó en concursos literarios, pero no publicó ningún poemario, algo habitual en la época, y el grueso de su aportación a este género hay que buscarlo en El Quijote, La Galatea y Novelas Ejemplares, cuyos relatos “La gitanilla” y “La ilustre fregona” son poéticamente extraordinarios.
Viaje del Parnaso (1614)
El Viaje del Parnaso (1614) es el único poema narrativo extenso de Cervantes. Hecho a imagen y semejanza del Viaggio di Parnaso (1578), de Cesare Caporali di Perugia, como declara el propio autor, se inscribe en la tradición satírico-alegórica menipea, de ascendiente clásico, medieval y erasmista.
Está formado por tercetos encadenados, donde el autor critica a algunos poetas españoles, satirizando a algunos y elogiando a otros. Narra de forma autobiográfica en ocho capítulos un viaje al monte Parnaso, a bordo de una galera dirigida por Mercurio, en la que algunos poetas elogiados tratan de defenderlo frente a los poetastros o malos poetas. Reunidos en el monte con Apolo, salen airosos de la batalla y el protagonista regresa de nuevo a su hogar.
El teatro de Cervantes
Mucho menos discutida que su poesía es la obra dramática de Cervantes. Hasta Lope de Vega, ningún autor teatral es equiparable a Cervantes. Su pasión por la poesía es comparable a su afición por el teatro, ya desde muy temprano.
El teatro de Cervantes poseía un fin moral, incluía personajes alegóricos y procuraba someterse a las tres unidades aristotélicas de acción, tiempo y lugar, mientras que el de Lope rompía con esas unidades y era moralmente más desvergonzado y desenvuelto, así como mejor y más variadamente versificado. Cervantes nunca pudo sobrellevar este fracaso y se mostró disgustado con el nuevo teatro lopesco en la primera parte del Don Quijote, cuyo carácter teatral aparece bien asentado a causa de la abundancia de diálogos y de situaciones de tipo entremesil que entreverán la trama.
De las treinta comedias escritas antes de las Ocho comedias, solo conservamos dos: Los tratos de Argel y La Numancia. En total tenemos 18 piezas:
2 primeras comedias:
Los tratos de Argel
La Numancia
8 comedias:
El gallardo español
La casa de los celos y selvas de Ardenia
Los baños de Argel
El rufián dichoso
La gran sultana Doña Catalina de Oviedo
Laberinto de amor
La entretenida
Pedro de Urdemalas
8 entremeses:
El juez de los divorcios
El rufián viudo llamado Trampagos
La elección de los alcaldes de Daganço
La guarda cuidadosa
El vizcaíno fingido
El retablo de las maravillas
La cueva de Salamanca
El viejo celoso
Dos épocas podemos distinguir en el teatro de Cervantes: La primera, anterior al teatro de Lope de Vega, y la segunda, cuando ya Lope era el rey de las tablas. Las obras de Cervantes tienen poca trama, son obras de caracteres, de observación. Algunos creen que se sujetó demasiado al teatro de la norma clásica. En la segunda época copia la fórmula de Lope: complicación, enredo y acción en toda su libertad. Pero el convencionalismo y la superficialidad de algunas obras de Lope contradecían su temperamento, más irónico y crítico. La obsesión por Lope truncó su vocación dramática y frustró las posibilidades de que Cervantes nos dejara una obra de teatro lograda.
Los tratos de Argel (1580)
Son cuatro cuadros que retratan la vida de cautiverio de Cervantes en Argel. Una leva trama amorosa engarza los cuadros autobiográficos. La obra tiene más calor emotivo que valor literario. Sobresalta la exaltación patriótica, la resignación tenaz ante las adversidades y el orgullo de raza.
La Numancia (publicada en 1784)
En sus piezas mayores el teatro de Cervantes ha sido injustamente poco apreciado y representado, a excepción de la que representa el ejemplo más acabado de imitación de las tragedias clásicas: El cerco de Numancia, también titulada La destrucción de Numancia, donde se escenifica el tema patriótico del sacrificio colectivo ante el asedio del general Escipión y donde el hambre toma la forma de sufrimiento existencial, añadiéndose figuras alegóricas que profetizan un futuro glorioso para España. Se trata de una obra donde la Providencia parece tener el mismo cometido que tenía para el Eneas escapado de la Troya incendiada en Virgilio.
Es una tragedia clasicista que narra la lucha hasta la muerte de la ciudad celtíbera. Pero Cervantes se toma más libertad de construcción que la acostumbrada en las obras clasicistas de entonces. Figuras alegóricas juegan el papel del coro griego. La obra tiene gran sobriedad en la expresión de los momentos crudos y dramáticos. Es el prototipo de un drama colectivo, sin protagonista individual, sólo superado en este aspecto por el Fuenteovejuna de Lope de Vega. La obra es más bien épica que dramática.
Los neoclásicos del siglo XVIII menospreciaron el teatro de Cervantes. La Numancia no se publicó hasta 1784. Fueron los críticos alemanes de finales del siglo XVIII y principios del XIV (Schlegel, Goethe, Schopenhauer) quienes encomiaron la tragedia de Cervantes apasionadamente como ejemplo de restauración de la tragedia antigua, como perfecta realización del drama nacional romántico. Para Menéndez y Pelayo (1856-1912) es La Numancia “la obra de más mérito que produjo el teatro anterior a Lope”. Par Hermenegildo es la tragedia mejor escrita de la historia de la literatura española.
El teatro de Cervantes de la segunda época cultiva los tipos de comedia entonces en boga:
El gallardo español
Es de carácter autobiográfico sobre el cautiverio de Cervantes, pero tiene hechos imaginados tomados de la tradición heroica cristiano-mora, entonces muy populares. La obra tiene un matiz caballeresco. es una “mezcla de verdades con fabulosos inventos” (Cervants). La comedia está hábilmente versificada.
La gran sultana
Cuenta los amores del sultán Murad con la cautiva cristiana Catalina de Oviedo que lo conquistó con su hermosura hasta llegar a ser su esposa. Los hechos fueron cantados en muchos romances populares. La comedia tiene escenas donde predomina la comicidad grotesca, donde el Gran Turco parece un personaje de una ópera bufa. La obra es otro ejemplo de “comedia de cautivos”, muy popular en aquella época.
Los baños de Argel
Es la mejor comedia de esta serie. La acción es rápida y está llena de dramatismo. Esta comedia es la forma más profunda dada por Cervantes al tema de su cautiverio y ambiente africano. La novela parece compuesta después de la primera parte del Quijote, con cuya novela del “cautivo” coincide en muchos momentos. En la obra tenemos los nobles ideales de Cervantes: el ideal heroico del soldado, del cristiano, del español. El cautiverio como prueba de la solidez de esos ideales, ante el martirio y la muerte, es el tema de esta gran obra. La patriótica afirmación del recio temple español no ciega a Cervantes para ver irónicamente los graves defectos de su raza: “hay pobres holgazanes en nuestra tierra galanes a del trabajo enemigos”. Las escenas cómicas están a cargo del sacristán, tipo cercano a la figura del gracioso de las comedias de Lope de Vega, pero no tan estereotipado como en Lope.
La casa de los celos y selvas de Ardenia y
El laberinto del amor
Estas dos comedias representan lo más débil del teatro cervantino. Son dos comedias de enrevesada intriga con motivos caballerescos de complicada novelería. Cervantes busca aquí asuntos de gran movilidad parecida a las obras de Lope que estaban tan en boga. Pero Cervantes era demasiado observador y profundo meditador para hacer comedias de enredo intranscendentes al estilo de Lope. En estas obras intenta Cervantes lo espectacular y lo trivial a la Lope, pero no lo logra.
La entretenida
Es una obra mejor que las anteriores, es una comedia de capa y espada al modo lopesco, pero en el ambiente familiar de Madrid. Aquí sigue Cervantes los pasos de su popular rival Lope, pero se separa de él al no admitir el convencionalismo de un final feliz. La novela acaba sin matrimonio. Paralelo al plano de los galanes hay un segundo plano popular a cargo de una fregona coqueta y desenvuelta y sus tres pretendientes, que dan un contrapunto popular y cómico al tema de amor.
El tema es la pasión amorosa que Antonio, hermano de Marcela, siente por otra Marcela muy parecida a su hermana. Antonio, pensando en la “otra”, que nunca sale a escena, dice delante de su hermana frases de amor, con lo que se produce una equívoca situación que roza el incesto. Lo principal de la obra son, sin embargo, los tipos “fregoniles y populares”, que parecen jugar un papel secundario, pero que frente a ellos los personajes principales parecen como sombras.
Pero las dos mejores comedias de Cervantes son las siguientes:
El rufián dichoso
El rufián dichoso destaca por ser la única incursión cervantina en la “comedia de santos” y por el entreacto teórico que abre la jornada II, destinado a justificar la alteración de las unidades impuesta por el asunto hagiográfico: La obra dramatiza la historia del sevillano Cristóbal de Lugo, que después de una vida de jaque y de tahúr, se entrega a la penitencia y al sacrificio y muere como religioso en México en olor de santidad. Es una de las mejores comedias de santos de la escena española y el único drama específicamente religioso de Cervantes. Cristóbal de Lugo es prototipo del carácter nacional: grande el pecado y grande la penitencia. Al final, el personaje llega a verdaderas aventuras quijotescas a lo divino, siendo su muerte y sepelio una especie de cuadro ascético de Francisco de Zurbarán (1598-1664).
El primer acto es lo mejor que la pluma de Cervantes ha escrito, por su incomparable lenguaje y pintura de caracteres. Describe la vida del hampa sevillana con sus tipos de desgarrada moral, valentones, rameras y pícaros. Cervantes torna a menudo a este mundo del hampa que él tan bien maneja y con tanta complacencia trata. Los otros actos describen la vida de piedad del antiguo pecador, que, habiendo vivido como un Don Juan, ofrece ahora su vida a Dios para salvar el alma de una mujer. Esta es una empedernida pecadora, rechaza a los confesores en el momento de su muerte, pero Cristóbal consigue convencerla y hacer que se arrepienta. Pero estos dos últimos actos son inferiores la primero. Cervantes estaba mejor dotado para enfrentarse con pícaros que con santos. No conocía tan bien por experiencia el ambiente del arrepentido como el del pecador, por eso los dos últimos actos de la obra se basan en fuentes escritas y no vividas.
Pedro Urdemalas
Esta obra trata del mundo de la picaresca llevado a la escena. Es como la ampliación del primer acto de la comedia anterior: Un pícaro que ha ejercido ya todos los oficios se va a vivir con una tropa de gitanos por amor a una gitanilla. El nombre del protagonista debía ser popular en la época y sinónimo del vividor, o, como hoy decimos, un “Casanova”. La obra recoger tradiciones y costumbres populares de gran valor folclórico, como la de la noche de San Juan, y da entrada a bailes y cantos de los gitanos, especie de ilustración musical que debió ser de gran efecto en la época.
Con todo, Cervantes entremezcla elementos de idealizada novelería: la gitana es al final sobrina de la reina; el matrimonio se frustra, porque la gitana se vuelve con los suyos. Urdemalas, fracasado en el amor, se mete a cómico, profesión en la que, al menos en la escena, podrá ser todas las cosas ambicionadas:
Yo podré ser patriarca, pontífice y estudiante, emperador y monarca; que el oficio de farsante todos los estados abarca.
Urdemalas es un tipo ingenioso y simpático, que bajo su cínico desenfado encubre un gran valor humano y generoso. La solución final de meterse a cómico para poder ser todos los personajes, es una solución genial d Cervantes que anticipa la intuición de Luigi Pirandello (Seis personajes en busca de autor – 1921): la ilusión del gran mundo del teatro contra la concepción de Calderón del gran teatro del mundo, semejante al sueño-vida de Grillparzer, frente a la vida-sueño de Calderón.
Esta comedia es para muchos la cumbre del Cervantes como autor teatral, a excepción de sus prodigiosos entremeses. La obra termina con un pasaje que revela la ideología teatral de Cervantes:
Mañana en el teatro se hará una, donde por poco precio verán todos desde el principio al fin toda la traza, y verán que no acaba en casamiento, cosa común y vista cien mil veces, ni que parió la dama esta jornada, y en otra tiene el niño ya sus barbas, y es valiente y feroz y mata y hiende, y venga de sus padres cierta injuria, y al final viene a ser rey de cierto reino que no hay cosmografía que le muestre.
Pero es el entremés el género dramático donde luce en todo su esplendor el genio dramático de Cervantes, de forma que puede decirse que junto a Luis Quiñones de Benavente (1581-1651) y Francisco de Quevedo (1580-1645) es Cervantes uno de los mejores autores del género, al que aportó una mayor profundidad en los personajes, un humor inimitable y un mayor calado y trascendencia en la temática.
Como autor de entremeses, es Cervantes maestro insuperable nunca aventajado en las letras españolas. Aunque parece que Cervantes no vio representado ninguno de sus famosos entremeses. Hasta la vejez tuvo Cervantes gran admiración por Lope de Rueda, de quien parece que aprendió el realismo costumbrista.
Pero Cervantes no se reduce solamente a la comicidad, sino que busca la sátira de las debilidades y costumbres de las gentes de su tiempo. La novedad del entremés de Cervantes es la incorporación al entremés de tipos, temas y técnicas de la novela: unas veces simplificando la trama, otras introduciendo descripciones propias de la novela y otras veces, finalmente, a ampliando y ennobleciendo los tipos tradicionales del entremés como el bobo y el fanfarrón.
El entremés de Cervantes tiene la continuidad narrativa de la novela. Los personajes revelan una gran profundidad psicológica en la que Cervantes es supremo maestro.
El juez de los divorcios
Ante un juez se plantean varios casos de incompatibilidad matrimonial pidiendo el divorcio. El juez va dando largas a los solicitantes: “Más vale el peor concierto que no el divorcio mejor”. Sobresale la escena del soldado pobre, atormentado por la esposa, que convierte su virtud en martirio del cónyuge. Con todo su interés, no es esta pieza la mejor de Cervantes.
El rufián viudo
Es uno de los entremeses en verso. La obra ha merecido grandes elogios de todos los comentaristas. Trata el mundo picaresco como en Rinconete y como en el primer acto de El rufián dichoso. Es de lo más original y genuinamente cervantino del autor. El viudo Trampagos, en versos de afectada gravedad que acentúan el tono cómico de la pieza, hace un panegírico de la difunta esposa Pericona. La ironía de los versos y las observaciones del criado Vademécum van contradiciendo las palabras laudatorias del viudo. La obra tiene algo de sarcasmo quevedesco.
La elección de los alcaldes de Daganço
Ridiculiza a varios pretendientes al puesto de alcalde, que alegan pintorescas cualidades para aspirar al puesto de alcalde. Es interesante la respuesta de uno de los candidatos, Humillos, cuando le preguntan si sabe leer:
–No, por cierto. Ni tal se probará en mi linaje haya persona de tan poco asiento, que se ponga a aprender esas quimeras, que llevan a los hombres al brasero, y a las mujeres a la casa llana. Leer no sé; mas sé otras cosas tales, que llevan al leer ventajas muchas. Sé de memoria todas las cuatro oraciones y las rezo, cada semana cuatro y cinco veces.
–¿Y con esto pensáis de ser alcalde?
–Con esto y con ser yo cristiano viejo, me atrevo a ser un senador romano.
Vemos aquí una cierta crítica de Cervantes a la mitología medieval de la “pureza de sangre” de los “cristianos viejos”, por la que se distinguían de los “cristianos nuevos” o conversos.
La guarda cuidadosa
Un soldado y un sacristán se disputan los favores de una joven fregona. Aunque el soldado le guarda la calle para espantarle a todos los pretendientes inoportunos, la moza se ve con el sacristán como partido más seguro. El tema es la antinomia entre las armas y las letras, tema personal de Cervantes: el dolorido fracaso del soldado heroico (Renacimiento), perdido entre una sociedad de políticos y vividores (Barroco).
El vizcaíno fingido
Es una pieza divertida sin intención satírica alguna. Dos pícaros estafan a una mujer de equívoca posición que, por ello, no puede recurrir a la Justicia. Hay chistes sobre el enrevesado modo de hablar de los vizcaínos que tienen golpes de auténtica gracia.
El retablo de las maravillas
Es una pieza maestra en su construcción técnica y por la intención y gracia de su asunto. Este entremés representa el punto más alto del humo y de la sátira de Cervantes como autor dramático. La pieza se basa en la historia XXVII de Til Eulenspiegel: un pintor pinta un lienzo cuyas figuras quedan invisibles para los hijos ilegítimos. En la obra de Cervantes, se trata de un retablo de muñecos no sólo invisibles para los hijos ilegítimos, sino también para los descendientes de conversos. El retablo no solamente es invisible para bastardos, sino también para gente de “sangre impura”, de ascendencia judía especialmente. El gobernador y el escribano simulan que ven los títeres, por temor a la opinión ajena; los aldeanos apoyan con mímica y ruido las imaginarias escenas y se entusiasman con el baile de la invisible Herodías, a la que acompañan y jalean. Las ironías se suceden a cual más aguda.
Cervantes satiriza la cacareada “limpieza de sangre” como vacía ficción a la que solamente el pudor social atribuye realidad y solidez. También critica la hipocresía de la vida de sus contemporáneos, forzados a sacrificar la realidad íntima y social al servicio de imaginarias superioridades e intocables convencionalismos, creyesen en ellos o no.
La cueva de Salamanca
Trata de la vieja situación de la burla del marido ausente, bajo la forma de parodia del sentimiento de honor. Un barbero y un sacristán quieren aprovechar la ausencia del marido para remediar la urgencia sexual de la mujer de éste y su criada. Un estudiante, que pide albergue para una noche en la casa, salva la honra del marido ausente “con sus artes de Salamanca”.
El viejo celoso
Es la dramatización en entremés de la novela El celoso extremeño, pero simplificada. El tema es el adulterio, ante las mismas barbas del marido, que parece consumarse, pero deja al espectador en la duda: no sabe si la joven ha consumado el adulterio, o si lo ha disimulado para castigar los celos impertinentes, asfixiantes, de su anciano marido. Es una sátira contra la honra y apariencia exteriores. Hay una escena magistral en la que una vecina celestinesca, llamada Hortigosa, promete aliviar a la joven casada de su abstinencia sexual de su vejete:
Hortigosa: ...yo le pondré al galán en su aposento...
Señora: ... como soy primeriza, estoy temerosa, y no querría, a trueco del gusto, poner a riesgo mi honra.
Cristina (sobrina): Mire, señora Hortigosa, tráyanoslo galán, limpio, desenvuelto, un poco atrevido, y, sobre todo, mozo... Y a mí, tráigame un frailecito pequeñito con quien me huelgue.
Los entremeses nunca alcanzaron tal madurez reflexiva como en Cervantes.
La novelas de Cervantes
Miguel de Cervantes cultivó, pero a su original modo, los géneros narrativos habituales en la segunda mitad del siglo XVI: la novela bizantina, la novela pastoril, la novela picaresca, la novela morisca, la sátira lucianesca, la miscelánea. Renovó un género, la novela, que se entendía entonces a la italiana como relato breve, exento de retórica y de mayor trascendencia.
La Galatea (1585)
Cervantes es el creador del género novelístico moderno en la literatura universal. La Galatea es una novela pastoril con temática renacentista platónica. Algunos creen que Cervantes se dejó llevar simplemente por las modas literarias de la época; pero Américo Castro cree más bien que Cervantes, educado en el pensamiento platónico, sentía con la misma intensidad la realidad ideal como la realidad más próxima y concreta. Esta antinomia atormentada en el alma de Cervantes oscilaba entre la atracción por lo inmediato y real y el romántico amor por la aventura y la quimera. La Galatea, como más tarde Persiles, serán exponentes de la dimensión ideal y aventurera.
La acción de esta novela es sencilla: Elicio, pastor de las riberas del Tajo, está enamorado de la bella Galatea, tan noble por su belleza como por su discreción. Aurelio, el padre de la bella pastora, quiere casarla con un rico lusitano también pastor que se llama Erastro. El padre de la pastora rechaza al pretendiente Elicio. Cuando éste oye que el rico pastor lusitano va a venir dentro de tres días a buscar a Galatea, reúne a todos los pastores del pueblo para pedir al padre de la pastora que no consienta que ésta se marche de “aquellos prados tan hermosos”.
Ignoramos el resultado de esta embajada, pues Cervantes termina aquí la primera parte de La Galatea. Junto a tan breve acción central, Cervantes despliega multitud de acciones secundarias de los pastores que llegan a constituir una intrincada maraña. Todo en un clima de ideales y apasionados amores, muchas más veces contrariados que felices.
Cervantes pensaba darle una continuación a esta primera parte de la novela, prometiendo muchas veces continuarla. Es manifiesta la estima que Cervantes tenía de su primer libro. El tema pastoril aflorará en numerosos momentos de sus obras. Según Américo Castro, la novela pastoril tuvo una gran importancia para el proceso de introspección psicológica dentro de la novela en general. No se debe valorar La Galatea como “obra juvenil” de Cervantes, hay que tener en cuenta la importancia que todo lo pastoril ha tenido en toda la obra de Cervantes.
Entre La Galatea y la primera parte del Quijote, Cervantes no publicó ninguna otra novela, pero compuso y concibió varias de sus Novelas ejemplares.
Novelas ejemplares (1613)
La gitanilla, El amante liberal, Rinconete y Cortadillo, La española inglesa, El licenciado Vidriera, La fuerza de la sangre, El celoso extremeño, La ilustre fregona, Las dos doncellas, La señora Cornelia, El casamiento engañoso, El coloquio de los perros.
En 1605 publica Cervantes la primera parte del El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Ocho años después (1613), publica en Madrid la colección de doce novelas que llamó Novelas ejemplares.
La palabra “novela”, de origen italiano, significaba hasta entonces en España ‘mentira’, ‘burla’, ‘engaño’; pero también ‘suceso’, ‘acontecimiento’. En sentido de relato literario significaba ‘cuento’. Los españoles rechazaban el vocablo “novela” y preferían el de “cuento”. Cervantes es el primero que usa la palabra novela en el sentido que le daban los italianos: relato breve, en oposición a narración larga o “romanzo”. “Soy el primero que ha novelado en lengua castellana” (Cervantes: Prólogo a Novelas ejemplares).
Se diferencia, sin embargo, la novela de Cervantes de su modelo italiano en que éste ensancha y amplía los límites del relato al intercalar otros episodios o peripecias que alargan la novela, si quitarle su unidad, haciendo de ella un todo orgánico y variado. Además, Cervantes hace más uso del diálogo que los italianos. Otro mérito de Cervantes fue el haber liberado la novela del excesivo empleo de lo maravilloso sobrenatural. Cervantes puso fin a este mundo falso y absurdo. A la fábula sustituye en las novelas de Cervantes la vida real, la vida humana.
Las llamó ejemplares: “heles dado el nombre de ejemplares, y si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso.” (Miguel de Cervantes). Las novelas encierran una “enseñanza o lección para la experiencia de la vida”. Esta declaración de ejemplaridad de sus novelas parece que se debe al intento de Cervantes de alcanzar una cierta respetabilidad y aceptación social tras el éxito de su Quijote: “Si estas novelas indujeran a alguien a mal deseo, antes me cortara la mano con que las escribí, que sacarlas al público. Mi edad no está ya para burlarse con la otra vida”. Es interesante las “precauciones” con que Cervantes edita estas novelas: siempre se había sentido inseguro en el engranaje social y literario de su tiempo, ahora tras el éxito del Quijote gozaba de cierta aceptación entre las clases privilegiadas del país.
En las Novelas ejemplares tenemos otra vez la oscilación cervantina entre la fuga a lo ideal y el instintivo amor a la vida. Causas del excesivo idealismo e idealización de las novelas cervantinas son
a) En su tiempo, los autores tenían que dar remate placentero y feliz a sus argumentos. Los crímenes quedaban borrados por el perdón; las manchas de honor, con el casamiento; los conflictos, con la reconciliación.
b) Absoluto respeto al amor de la mujer. La mujer es siempre intachable y su amor es algo frío y convencional. Cervantes, que tan serenamente describe la vida del hampa, adopta un aire severo ante la castidad femenina, expresando el amor a través de los lugares comunes de la moral más firme. ¿Es debido esto, como se pregunta Américo Castro, a la “reservada actitud de precaución social” de Cervantes?
Es interesante la concepción de la mujer en Cervantes: Insiste Cervantes en que la mujer es de vidrio. Ninguna de las mujeres de Cervantes muestra gran carácter o se distingue por especial independencia de juicio. Sus mujeres tienen las tradicionales cualidades de las destinadas al matrimonio: la mujer es hermosa, humilde y sufrida, pero jamás revela gran fuerza moral o intelectual. Por eso, lo más lógico es, con esta concepción de la mujer, buscar la idealización romántica.
Pero cuando Cervantes se pone del otro lado de las convenciones sociales, vemos su maestría realista: cuando pinta la hembra que engaña, la mujer astuta y taimada que representa el lado feo del sexo bello, hay en sus relatos gran energía y penetración psicológica. Así tenemos varios tipos de mujeres en Cervantes: La mujer dulce que nada hace y apenas dice nada, la mujer muñeca. Luego la mujer ruin, engañosa y taimada. Otro tercer tipo lo forman las mujeres jóvenes de humilde condición, desenvueltas y alegres, auténticamente encantadoras, como la Dorotea del Quijote, la Cristinica de La guarda cuidadosa, etc. Las jóvenes que aparecen en las novelas cervantinas son casi mudas y sin fijo perfil. En cambio, la pluma de Cervantes abunda en detalles cuando describe a las Camachas, las Cañizares (Coloqui de los perros), las Pipotas (Rinconete), las Marialonsos (Celoso extremeño) y las Rodríguez (Quijote II).
Las novelas ejemplares más perfectas de la serie harían figurar a Cervantes, aún sin escribir el Quijote, como el mayor novelista español y uno de los mayores universales. Rinconete y Cortadillo, El casamiento engañoso y El coloquio de los perros son tres joyas de la novelística universal, y siendo las más perfectas, son las menos “ejemplares”.
Rasgos principales de las novelas cervantinas: muy leve trama amorosa o casi ninguna, sin idealización romántica; falta de argumento o hilo conductor; sucesión de cuadros: novela abierta; gran riqueza de descripciones psicológicas. Algunos autores las han agrupado entre un grupo idealista (La Gitanilla, La ilustre fregona) y otro realista, como ejemplo de la típica polaridad del Barroco entre materia y espíritu; pero la polarización es peligrosa en el caso de Cervantes que en su Quijote sintetizó de forma tan maravillosa esta antinomia.
La ejemplaridad de la Novelas ejemplares de Cervantes
«América Castro pensó que la reiteración que hace Cervantes de la finalidad moral de sus novelas ejemplares era excesiva a todas luces, sobre todo si se comparaba con El Quijote, donde no existe tamaña insistencia. Y esto le llevó a defender una curiosa hipótesis, según la cual Cervantes, en su opinión cristiano nuevo, se atuvo en principio a la característica actitud crítica e inconformista de los de su casta, pero tras el éxito del Quijote modificó sus criterios y se adoptó a las exigencias moralizadoras de la casta dominante, de los cristianos viejos, por lo que se hizo mucho más conformista. [...]
Desgraciadamente, esta hipótesis de Américo Castro, a pesar de su carácter sugestivo, e independientemente de que el novelista fuera o no converso, no resiste el menor análisis, porque Cervantes no sólo no atenuó su sentido crítico, sino que lo acentuó cada vez más, como demuestra la segunda parte del Quijote frente a la primera. Ni siquiera en el caso de El celoso es aceptable su interpretación, ya que si el adulterio no se consuma es porque Loaisa, dada su hombría un tanto ambigua, meliflua y atildada, se cansa de forcejear en la cama y se queda dormido, ante la lógica y mínima resistencia inicial de Leonora. Y esto, que confiere a la novela una ambigüedad y una complejidad que no tenía la primera versión, no la hace más moral, ni mucho menos, antes al contrario, pues, o la deja igual, o acentúa el sentido crítico de la misma. [...]
Probablemente, Cervantes, que criticó sin paliativos la inmoralidad de los libros de caballerías, a causa de sus disparates literarios, al mismo tiempo que defendía el carácter ejemplar de algunos de sus héroes, tenía un concepto artístico de la ejemplaridad. Para él era imposible la moralización si ésta no llevaba aneja un goce estético, porque ética y estética coincidían en la verdad artística.
Por encima y por debajo de los avisos y ejemplos edificantes existía una región en que lo poéticamente verdadero y lo ejemplar se reconciliaban, y éste debe haber sido el sentido amplio en que Cervantes entendía la ejemplaridad. Al fin y al cabo, la literatura imaginativa era ejemplar simplemente por ser representación de la vida. (Edward C. Riley, Teoría de la novela en Cervantes, Madrid: Taurus, 1971, pág. 170)
La insistencia se debía al nuevo y peculiar sentido de la ejemplaridad que sus novelas aportaban; era una advertencia al lector para que se fijase en ella, para que se diera cuenta de que la obra bien hecha, verosímil, armónica y consonante, la que implica el goce intelectual de la verdad artística y literaria, conlleva inevitablemente la satisfacción ejemplar que produce la verdad moral aneja. “Para Cervantes –por decirlo de nuevo con palabras de Riley–, la verdad poética y la moralidad eran (...), en último término, inseparables”. (Ibíd., pág. 173)» [Rey Hazas, Antonio / Sevilla Arroyo, Florencio: “Introducción” a Miguel de Cervantes: Novelas ejemplares, Madrid: Espasa Calpe, 281991, p. 19-21]
«Uno de los rasgos poéticos que mejor define el conjunto de las Novelas Ejemplares radica en la magistral unión, que todas ejemplifican, de los dos elementos básicos de la teoría literaria áurea; esto es, de lo admirable y lo verosímil. O, mejor aún, en la verosimilización sólida y consistente de los más disparatados sucesos.
Todos los tratadistas literarios, todos los escritores barrocos defendieron la necesidad de la admiración y se dieron cuenta de las dificultades que implicaba su armonización con la verosimilitud. Cháscales, uno de los más inteligentes estudiosos de la poética clásica y área, decía que:
La admiración es una cosa importantísima en cualquier especie de poesía (...) Si el poeta no es maravilloso, poca delectación puede engendrar en los corazones (...) Par engendrar, pues, maravilla, suelen los buenos poetas hacer ficciones de cosas probables y verisímiles; porque si la cosa no es probable, ¿quién se maravillará de aquello que no aprueba? (Francisco Cháscales, Tablas poéticas, Madrid: Espasa-Calpe, 1975, págs. 169 y 171)
Lugo y Dávila, por su parte, sólo que refiriéndose específicamente a la poética novelesca, compartía tal opinión:
La mayor valentía y primor en la fábula que compone la novelas es mover a la admiración con suceso dependiente del caso y la fortuna; mas esto tan próximo a lo verosímil, que no haya nada que repugne al crecido. (Francisco de Lugo y Dávila, Teatro popular, Madrid, 1906, págs. 24-26)
En Pinciano, en fin, quizá el más influyente de todos, y desde luego el único anterior a Cervantes, había recomendado en su Philosophía antigua poética que la obra literaria fuera “admirable y verosímil. Ha de ser admirable, porque los poemas que no traen admiración no mueven cosa alguna, y son como sueños fríos algunas veces”. Había sin duda, una importante dificultad en la armonización propugnada de ambos conceptos, que no se le escapaba al tratadista: “parece que tienen contradicción lo admirable y lo verosímil” (Alonso López, Pinciano, Philosophía antigua poética, Madrid, CSIV, 1953, vol. II, pág. 61)
Ciertamente, no era sencillo solucionar esta ecuación, puesto que equivalía, en la mayor parte de los casos, a convertir en verosímil lo inverosímil, en realidad literaria lo irreal. Cervantes, con su impar inteligencia narrativa, superó con brillantez tamaño problema; no así sus contemporáneos, en buena parte de los casos.
Claro que es necesario recordar que todo este entramado de la verosimilización de lo peregrino y pasmoso se halla directamente ligado con la finalidad doctrinal y moral de la literatura, y, por lo tanto, es inseparable de la ejemplaridad cervantina. No podía ser de otra manera, puesto que los teóricos que propugnaban la “admiratio” lo hacían para favorecer con ella le ejemplaridad de la novela. Por eso dice Luga y Dávila:
La fábula, según el filósofo, es compuesta de lo admirable, y fueron inventadas al principio, como dice el filósofo en su Poética, porque la intención de los hombres era inducir y mover para adquirir las virtudes y evitar los vicios...
Nos hallamos ante uno de los tópicos más conocidos de la literatura seiscentista, que afecta a la mayor parte de sus manifestaciones artísticas, y, claro es, también a la novela corta. Como bien ha dicho Riley:
Los escritores del siglo XVII intentaban sobrecoger e impresionar a sus lectores no sólo porque esto fuera agradable, sino para atraer su atención y dotarles de un talante receptivo mediante el cual pudiera ser aceptada una lección moral y fuera posible comunicarles una verdad universal. (E. C. Riley, Teoría de la novela en Cervantes, Madrid: Taurus, 1971, pág. 150)
La poética novelesca barroca, perfectamente definida en este sentido, explica el sustrato estético de Cervantes, pero no su realización concreta, producto de su inigualable calidad narrativa. [...]
La admiración se hace verosímil en todas las novelas cortas cervantinas, mediante la inteligente y sabia utilización de recursos meramente literarios. La novela crea así su propia realidad estética, con independencia de que los personajes sean de la más alta o de la más baja categoría social y de que sus respectivos ámbitos sean delictivos o nobiliarios. [...]
El genial autor de las Novelas ejemplares demuestra que la verosimilitud literaria depende íntegramente de las normas internas de la propia obra de arte, y no de su comparación con la realidad externa al texto. Éste crea, o no, su propia verosimilitud, lo importante es el “artificio”, la “inventio”. La verosimilitud es, pues, un problema interno, no externo. Un asunto de técnica y de inteligencia narrativa, no de capacidad para reproducir fielmente la realidad. Ironía, antítesis, distanciamiento, gradación, perspectivismo y maestría noveladora son capaces de hacer el milagro: la literatura cervantina hace aparecer como posible, como verosímil, lo que en la vida real sería totalmente absurdo y disparatado; muestra, en definitiva, “con propiedad un desatino”.» [Rey Hazas, Antonio / Sevilla Arroyo, Florencio: “Introducción” a Miguel de Cervantes: Novelas ejemplares, Madrid: Espasa Calpe, 281991, p. 23-31]
La Gitanilla
Es una de las novelas más populares de Cervantes. Combina detalles novelescos a la italiana con temas realistas nacionales.
Argumento: El caballero mozo Juan Cárcamo se enamora de la joven gitana Preciosa, de belleza, honestidad y discreción. Preciosa exige que Cárcamo abandone su familia e ingrese en la tribu gitana. Cárcamo acepta, adopta las costumbres gitanas, hasta que es descubierto en un robo, quedando patente su verdadera personalidad de no gitano. Se descubre también luego que Preciosa es hija de un corregidor, siendo raptada de niña por la tribu. La novela acaba con el matrimonio de los amantes.
Al lado del elemento novelesco, tenemos un pintoresco cuadro descriptivo de la vida de los gitanos muy realista. La gitanilla es un ser poético que transforma en gracia y alegría cuanto le rodea. Esta obra inspiró muchas otras de la literatura universal: varias zarzuelas españolas, la Preciosa de Alexander Wolf para la ópera de Carl Maria von Weber (1820), la Esmeralda de Víctor Hugo en Nuestra señora de París (1831), etc.
El amante liberal
Novela bizantina de amor y aventuras, es la novela más floja de la serie. Tiene parecido con las comedias de cautivos de Cervantes. Es de corte italiano.
Argumento: complicadas peripecias de dos jóvenes enamorados, prisioneros de los turcos, que tras muchas dificultades logran su libertad. Tiene un romanticismo demasiado exaltado, pero buenas descripciones de la vida del mar.
Rinconete y Cortadillo
Es una de las creaciones más notables que salieron de la pluma de Cervantes. De no haber escrito el Quijote, tendría Cervantes un gran puesto de honor en las letras hispana sólo por esta novela. “Esta es la obra más notable, después del Quijote, que se ha escrito en castellano” (Alborg).
Argumento: Es difícil de resumir, pues no tiene casi acción progresiva, sino que es un pintoresquísimo retablo, poblado de tipos del hampa sevillana. Rincón y Cortado son dos pilletes que van a Sevilla a probar fortuna. Ingresan en la “cofradía” de maleantes, ladrones, espadachines y de más canalla, perfectamente organizados bajo la jefatura del formidable Monipodio. La banda industrializa la delincuencia con gran eficacia. Colaboran con la Justicia a la que sobornan, tienen sus patrones celestiales a los que ofrecen misas y dádivas como cualquier honesta institución social más preciada.
El realismo y la veracidad de los tipos es muy grande. El humor y la sátira social son parejos. Cervantes revela un conocimiento profundo y directo del mundo que aquí maneja tan bien. Sus experiencias en su estancia de varios años en Sevilla y su gran capacidad de observación psicológica le permitieron desarrollar esta novela, sin limitaciones de la escena.
Por su ambiente, esta novela pertenece al mundo de la picaresca. Pero se diferencia de la picaresca en que los pícaros no cuentan su vida, falta en la novela cervantina el tono amargo y pesimista, la técnica naturalista, la descripción despiadada y el propósito moralizador típicos de la novelística picaresca de Guzmán de Alfarache (1599) de Mateo Alemán (1547-1613).
Cervantes es el gran observador humano y menos el moralizador. Corren por las páginas de esta novela cervantina la alegría, la indulgencia estética que depura todo lo feo. Cervantes no juzga ni saca conclusiones o juicios de lo que ve. Mira, pinta, sonríe, sin la amargura de la picaresca. Cervantes admite la existencia de aquellas gentes del hampa con toda naturalidad casi cínica. Para Américo Castro, esta obra revela una vez más la sagacidad con que Cervantes enmascara su sátira social bajo el manto del pintoresquismo: la implacable crítica a las altas clases sociales; la condena no de los matones, sino de los caballeros que les pagaban, de la justicia corrompida, de la venalidad de las autoridades judiciales. El Patio de Monipodio, así llamado en honor de su dueño, era la sede de la cofradía de ladrones y tunantes de Sevilla. Monipodio es un producto inevitable de la propia corrupción social de las clases acomodadas.
La española inglesa
Es una mezcla de novelescas aventuras, realidad y recuerdos personales.
Argumento: En uno de los saqueos de Cádiz por los ingleses, un caballero asaltante captura y lleva a Inglaterra a una niña de siete años, Isabela, a la que educa al lado de su esposa, católica como él. Más tarde, el hijo del caballero, Ricaredo, se enamora de la niña Isabel y la solicita en matrimonio. La reina Isabel accede al matrimonio, pero antes envía al joven por el Mediterráneo en misión guerrera. En sus andanzas liberta una nave portuguesa presa de los turcos, en la que iban los padres de Isabela. Los lleva consigo a Inglaterra y los reúne con su hija. Una camarera de la reina, cuyo hijo pretende también a Isabela, le da una bebida a Isabela que la pone en trance de muerte y le hace perder su belleza. Isabel peregrina a Roma y vuelve luego a España, recobra su belleza y se casa, por fin, con Ricaredo.
En la trama introduce Cervantes grandes aventuras y episodios de su propia vida militar. Interesante es la descripción benevolente de la reina inglesa frente a una española católica. Quizás sea debido a la bondad y humana tolerancia de Cervantes, o a motivos políticos.
El Licenciado Vidriera
Es una de las más extrañas y discutidas obras de Cervantes. Apenas tiene acción.
Argumento: Un estudiante de leyes de Salamanca, Tomás Rodaja, recorre varios países como soldado y cuanto retorna a su ciudad pierde el juicio a consecuencia de un “hechizo de amor”. Da entonces en la locura de creerse de vidrio y en la manía de espetar verdades a todo el que se le aproxima: tiene la locura de la verdad.
Esta es una de las novelas más notables de la serie. La trama da motivo a Cervantes a hilvanar una serie de apotegmas, sentencia y agudezas personales. Quizás fuera permitido sólo a un loco decir tamañas cosas. La locura de Vidriera era un recurso para intensificar la sátira mordaz. El Vidriera después del Quijote, un personaje típico de Cervantes y su predilección por el tema de la locura: mientras Vidriera está loco, las gentes le siguen y celebran, a pesar de las molestas verdades que espeta a cuantos le quieren oír; nadie se atreve a contradecirle, y todos dan crédito a sus palabras. Pero cuando recobra la razón... ya no vale para nada. Quiere ahora ganarse la vida con lo que aprendió como Licenciado, y a no le dejan, condenándolo al hambre y a la emigración. Se hace soldado para poder sobrevivir.
Moraleja: es preferible ser (¿o hacerse?) loco para estar cuerdo. A la razón no le está permitido decir verdad alguna. Para decir la verdad hay que renunciar a la luz de la razón. A Vidriera le falta el calor humano que Cervantes pone en el Quijote, quedando en convencional muñeco literario. La novela pertenece al grupo de las sátiras (sin la intensidad realista de Rinconete ni la ironía de El coloquio de los perros).
La fuerza de la sangre
Es una novela de transición entre el modelo italianizante y la novela de puro ambiente español. El argumento es muy novelesco.
Argumento: Una joven, Leocadia, es raptada y seducida por un mancebo que luego se va a Italia. Nace un niño. Un día es herido el niño en un accidente y lo recoge su abuelo paterno. Con esta ocasión la madre del muchacho reconoce la misteriosa habitación donde había sido seducida en otro tiempo. Informa del hecho a los padres del raptor, que hacen regresar a éste de Italia para que se case con la chica, madre del niño. Matrimonio que el amor nacido entre los dos jóvenes promete ser venturoso y feliz.
El celoso extremaño
Es una de las obras maestras de Cervantes. El tema con sus variantes ha sido utilizado en el Renacimiento y en la Edad Media y el propio Cervantes lo trató en el entremés El viejo celoso. Pero la manera de contarlo es original.
Argumento: Un indiano viejo y rico, Felipe de Carrizales, vuelto a su patria, casa con una muchacha jovencísima, de gran belleza, de la que se enamora con pasión senil. EL matrimonio con la joven casi es una venta. Apenas casado, el viejo se pone rabiosamente celoso y encierra a la joven en casa y la incomunica con el mundo exterior. Para hacerle agradable el encierro a su mujer, la colma de regalos y engalana su casa con gran lujo. Las consecuencias de tal situación estallan al fin: Un pícaro sevillano, holgazán y rico, de familia “tildada y meliflua”, averigua lo que pasa en la casa del viejo extremeño y se propone llegar hasta la mujer. Le ayudan en su propósito Marialonso y las criadas de la casa del extremeño, sexualmente excitadas por la aventura. Endormecen al viejo Carrizales con un ungüento. En la primera versión de la obra, el adulterio se consuma. Pero en la versión que Cervantes preparó para la imprenta en 1613, fue modificado el desenlace: tras la resistencia de la joven esposa a las tentaciones del sevillano, los presuntos amantes quedan dormidos uno en brazos del otro, pero sin daños menores. Así los sorprende Carrizales, el marido, y quiere vengarse primero cruelmente, pero vencido por el dolor, del que muere, perdona a los culpables y aconseja en su testamente a su mujer que se case con el galán; pero ésta, arrepentida, entre en un convento.
Según Américo Castro, es este modificado desenlace una prueba más de las preocupaciones de Cervantes que se ve obligado a enmascarar sus más profundos pensamientos. Algunos creen que Cervantes tuvo aquí escrúpulos morales. Pero hay que considerar que el generoso perdón del viejo extremeño a su mujer contradecía las convenciones de la época sobre el honor matrimonial y demostraba la posición humana tolerante y comprensiva de Cervantes.
Los caracteres de los personajes están matizados con gran profundidad psicológica. El relato tiene una perfecta arquitectura y está narrado con gran viveza. El clima de morbosa excitación de los criados ante los manejos del joven seductor y el ambiente en la cerrada casa del viejo marido están captados magistralmente. La obra es la cumbre del realismo cervantino.
La ilustre fregona
Representa de nuevo la vena idealista y romántica de Cervantes. Guarda semejanza con La Gitanilla.
Argumento: Dos jóvenes castellanos dejan sus hogares por el deseo de correr aventuras. Después de varios sucesos, uno de ellos se enamora de una muchacha de servicio del famoso “mesón del Sevillano” de Toledo. Al final descubre que la chica es de noble familia y todo acaba en matrimonio.
Una vez más se mezcla en Cervantes el idealismo romántico-novelesco con descripciones realistas de la animada vida del mesón toledano y la vida popular de Toledo. Lo mejor de la novela es precisamente esta dimensión humana y descripción de la vida popular regocijante, la vida de los mozos, la relación entre amo y criados, las costumbres de los aguadores, la espontaneidad y viveza de la vida popular.
Las dos doncellas
Es una obra del grupo “italianizante” de pura invención. No es de lo mejor del autor.
Argumento: Dos muchachas vestidas de varón buscan al seductor de una de ellas. Tras complicadas aventuras dan en Barcelona con él. La historia termina con doble boda. Esta novela es la menos verdadera y humana de las “ejemplares” de Cervantes.
La señora Cornelia
Representa otro ejemplo de la vertiente idealista y optimista de Cervantes.
Argumento: En Bolonia, Italia, acontecen en una noche a dos caballeros dos sucesos bien diferentes: a uno le llaman desde un portal oscuro y le entregan un bulto (un niño recién nacido). A otro le pida protección una dama velada. Todos coinciden en una posada, donde queda todo aclarado: la tapada es Cornelia, dama de gran hermosura, el recién nacido es su hijo, habido con el duque de Ferrara bajo palabra de casamiento. Van en busca del duque y el matrimonio se efectúa al final. Lo que se destaca en esta novela es la nota de ternura, sensibilidad suave y dulce, afectiva simpatía hacia los personajes que describe.
El casamiento engañoso y Coloquio de los perros
Son realmente dos novelas distintas, pero Cervantes dispuso la segunda como continuación de la primera. Algunos la consideran como una sola novela dividida en dos tiempos. La primera es como la introducción a la segunda. Fue un capricho de Cervantes el atar por los cabos estas dos joyas, tan distintas, de su ingenio.
El casamiento engañoso
Tiene una gracia y picardía socarronas, está llena de intención maliciosa: ver quién de los dos personajes, que contraen matrimonio mutuo, engaña a quién.
Argumento: El alférez Campuzano es un valentón presumido típico de las novelas cervantinas. Sus aventuras son dignas de compasión, ya que él mismo nos las cuenta: “Estaba yo entonces bizarrísimo, con aquella gran cadena que vuestra merced debió de conocerme, el sombrero con plumas, el vestido de colores, tan gallardo a los ojos de mi locura que me daba a entender que las podía matar en el aire”. Campuzano acepta en matrimonio a Estefanía de Caicedo, señora de la vida libre, que se presenta como arrepentida, le engatusa diciéndole que quiere servirle y regalarle, que cocina bien, etc., y le enseña un precioso ajuar doméstico que no bajaba de dos mil quinientos ducados. Después del matrimonio, doña Estefanía se larga con las menguadas riquezas del pobre Campuzano, dejándole de regalo “catorce cargas de bubas” de las que tiene que curarse tomando “cuarenta sudores” en un hospital. Y aquí, en el hospital, comienza la segunda novela: el Coloquio de los perros. En la penúltima noche que allí pasa, los dos perros del hospital tumbados tras de la cama de Campuzano, tienen el don de la lengua concedido por el cielo por una noche, y mantiene un ejemplar coloquio con el que se cierra la serie de novelas de Cervantes:
El coloquio de los perros
Sigue por su técnica las normas de la novela picaresca. El perro Berganza ha sido perro de muchos amos. Su compañero se limita a comentar y subrayar las ideas de Berganza. Berganza cuenta sus andanzas al servicio de muchos amos. El perro despliega ante los ojos del perro colega (y ante el espectador) una caricatura de la vida española con divertida y amarga sátira. El humor hace aquí más fuerte aún la dimensión crítica y satírica. El perro nos ofrece un retablo de la comedia humana de su tiempo.
Algunos han visto en esta novela el gran desahogo de Cervantes, sus “memorias íntimas”. Parece que Cervantes escribió esta novela recién llegado a Valladolid procedente de sus correrías por Sevilla, con una viva impresión aún de la cárcel sevillana (“sucursal del infierno”). Lo que sus ojos ahora contemplaban en la vida corrompida de la corte en Valladolid y lo que él acababa de sufrir en sus correrías por Andalucía avivaron más su imaginación y ánimo satírico. Muchos episodios de esta novela contienen alusiones alegóricas y episodios de su vida real: los robos que hacían los administradores de la Hacienda real, de la que Cervantes fue funcionario en Andalucía unos años. Critica Cervantes especialmente a la clase escribanil de los alguaciles y curiales reales.
El coloquio de los perros contiene muchos de los mejores cuadros de las novelas “ejemplares” de Cervantes. Algunos críticos, sin embargo, no creen que esta novela sea superior a Rinconete y Cortadillo. La sátira en el Coloquio de los perros es demasiado discursiva a veces. Pero esta novela de Cervantes es una de los mayores aguafuertes de la vida nacional.
Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia septentrional (1617)
Esta es la última de las novelas salidas de la pluma de Cervantes. Trabajó en ella muchos años paralelamente a la composición de otras obras. En ninguna obra puso Cervantes tanto esmero y cuidado como en ésta. Fue para Cervantes su mejor obra, sin embargo, la crítica acepta unánimemente al Quijote como su obra maestra. En su propia estima, debería ser esta novela las más perfecta de todas. Aún trabajaba en ella pocos días antes de morir. Persiles vio la luz en 1617 en Madrid. La obra parece haber sido acabada algo precipitadamente, por miedo a no darla terminada antes de su muerte. La novela se puede calificar de “novela de aventuras”, o perteneciente al género de “novela bizantina”.
Sin duda, Cervantes pretendía desquitarse de la fama de novelista «cómico» que le había deparado el carácter risible del Quijote y se adentra en el «género bizantino» dispuesto a colmarlo de gravedad y trascendencia. A la zaga, pues, del «modelo griego», ya cultivado en castellano por Núñez de Reinoso (Clareo y Florisea), Jerónimo de Contreras (Selva de aventuras) o Lope de Vega (El peregrino en su patria), Cervantes se atiene aquí a los cánones neoaristotélicos y contrarreformistas propios del género bizantino: un «romance» nítidamente cristiano, tridentino, basado en la figura central del peregrino que se purifica moralmente en su continuo deambular viajero; precisamente el modelo más próximo a la «novela ideal».
Argumento: Dos hijos de la reina de Tule y de la reina de Finlandia, respectivamente, países ambos situados en la frontera de la zona polar, tras recorrer todas las tierras nórdicas de Europa, vuelven a Lisboa, pasan a España y luego a Roma, en donde con la boda de ambos concluye la novela.
Toda la novela es un denso tejido de peripecias, naufragios, piraterías, luchas, raptos, desafíos, cautiverios y fugas; de índole a veces inverosímil. En resumen: la novela es un derroche de acción y está salpicada de otros episodios secundarios. Esta novela ha sido calificada de “novela bizantina” – género des que vendría a ser última manifestación. Otros en ella una última manifestación de las novelas de caballerías, muertas ya por el Quijote. Pero esta obra representa en la producción cervantina algo más: lo más interesante de esta obra son los numerosos detalles autobiográficos que encierra. Nunca escribió Cervantes con más ardor y entusiasmo como en esta obra. Esta novela, como La Galatea, no son simples accidentes en el proceso creador de Cervantes: “La verdad de Don Quijote es solidaria de Galatea y de la Persiles (Américo Castro). Persiles no es capricho de vejez, sino libre bien pensado y meditado.
El amor de Cervantes por los seres de imposible pureza y perfección le movió a escribir La Galatea, muchos episodios del Quijote, varias novelas ejemplares y los quiméricos arquetipos de Persiles. Todos ellos son encarnación del ideal platónico renacentista. Según Américo Castro, Cervantes incorporó a su obra las doctrinas de los Diálogos de León Hebreo y El Cortesano de Castiglione.
En Persiles vemos el triunfo del esfuerzo heroico aventurero heredado de los libros de caballerías; lo que viene a rectificar el fracaso heroico del Quijote. A Cervantes no le molesta lo inverosímil, mientras se crea realmente en ello, lo que le molestaba era la frivolidad de algunas novelas donde lo maravilloso está desprovisto de la fuerza vital de la utopía.
Estilísticamente, es la prosa del Persiles la más perfecta, armoniosa y densa de los escritos de Cervantes. En el Persiles convergen todos los ideales estéticos de Cervantes: desde el realismo a la máxima estilización idealizada, desde los pasajes de armoniosa belleza clásica a las descripciones más barrocas. El éxito de Persiles, pese a los que creen que pertenecía a un género de caballerías agotado, fue extraordinario. En esta obra hay gérmenes de la gran novela moderna, sobre todo desde el Romanticismo. El Persiles es un documento esencial para la historia de la novela moderna.
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605)
El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615)
En el verano de 1604 estaba terminada la primera parte del Quijote, que apareció publicada a comienzos de 1605 con el título de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Tenía Cervantes 57 años bien cumplidos cuando salió a la luz la primera parte de su Quijote (52 capítulos). Cervantes, tenido hasta entonces por un discreto ingenio, causó entre los críticos una gran sorpresa con su obra. El público acogió la novela con gran entusiasmo. Nunca se conoció un éxito editorial tan grande como el del Quijote. Cervantes mismo vio en vida 16 ediciones.
En 1614 aparecía en Tarragona la continuación apócrifa escrita por alguien oculto en el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, quien acumuló en el prólogo insultos contra Cervantes. Por entonces éste llevaba muy avanzada la segunda parte de su inmortal novela. La terminó muy pronto, acuciado por el robo literario y por las injurias recibidas. Por ello, a partir del capítulo 59, no perdió ocasión de ridiculizar al falso Quijote y de asegurar la autenticidad de los verdaderos don Quijote y Sancho. Esta segunda parte apareció en 1615 con el título de El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. En 1617 las dos partes se publicaron juntas en Barcelona. Y desde entonces el Quijote se convirtió en uno de los libros más editados del mundo y, con el tiempo, traducido a todas las lenguas con tradición literaria.
El Quijote tiene una cierta intención de parodia de los libros de caballerías. Es con el Romanticismo cuando se comienza a dar otras interpretaciones más transcendentales del Quijote más allá de la declaración del autor de hacer una sátira como parodia de los libros de caballerías. Pero la construcción paródica como base no puede negarse. Lo afirma Cervantes mismo en el prólogo a la obra: “mi intención es derribar la máquina mal fundada de estos libros caballerescos” y termina la obra con la misma cita: “pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías”. Pero no son los hechos del diálogo, sino los repetidos comentarios de Cervantes los que ponen en evidencia la intención paródica de la obra.
Menéndez Pidal, que admite la intención del Quijote de ridiculizar los libros de caballerías, sitúa la obra dentro de la línea literaria que había fundido lo cómico con lo heroico. En el Renacimiento se trató de manera paródica la gran poesía heroica medieval: “Los espíritus se nutrían entonces de la idea de la antigüedad romana y no sentían la grandeza sencilla de la epopeya medieval ni podían tomar en serio la materia poética carolingia ni bretona” (Menéndez Pidal).
Cervantes continúa un siglo más tarde que Ariosto la burlesca versión de la caballería. Pero, así como en tiempos de Ariosto y su ridiculización de Roldán dominaba la concepción del arte por el arte, Cervantes toma la concepción aristotélica del arte de la verdad ejemplar: corregir la inverosimilitud de la aventura caballeresca, su falta de verdad universal o moral.
Ya desde el siglo XIV existían caricaturas de caballerías a nivel popular. Así el Quijote iba en consonancia con corrientes de la época. Algunos creyeron que Cervantes no tuvo conciencia de la transcendencia de su Quijote, por ejemplo, Miguel de Unamuno (1864-1936); fue Américo Castro (1885-1972) quien demostró la densidad conceptual de Cervantes y su clara conciencia de su tarea. “No existe libro alguno – dice Ortega – cuyo poder de alusiones simbólicas al sentido universal de la vida sea tan grande”. En medio de esta plenitud de significaciones profundas no comprenden algunos que Cervantes haya declarado como intención al escribirlo el ridiculizar los libros de caballerías; por eso creen algunos que Cervantes no ha tenido conciencia del alcance de su concepción artística. El Quijote es la parodia de un género literario, pero está lleno y cargado de todo el saber de observación de Cervantes sobre la vida en general.
La parodia se reduce a ridiculizar lo que de frívolo y no serio había en los libros de caballerías, salvando la dimensión realmente ensoñadora y utópica del hombre como aspiración a un mundo donde la grandeza sea real y no solamente aparente como en la sociedad del tiempo imperial en España. La grandeza del hombre está en la verdadera humanidad; y el soñar y la utopía son dimensiones humanas del hombre.
Lo que sí resulta seguro es que Cervantes escribió un libro divertido, rebosante de comicidad y humor, con el ideal clásico del prodesse et delectare, instruir y deleitar. Cervantes afirmó varias veces que su primera intención era mostrar a los lectores de la época los disparates de las novelas de caballerías. En efecto, el Quijote ofrece una parodia de las disparatadas invenciones de tales obras. Pero significa mucho más que una invectiva contra los libros de caballerías.
Las posibles fuentes del Quijote
Menéndez Pidal ve en un entremés anónimo, Entremés de los romances, en el que un hidalgo se vuelve loco leyendo noveles de caballería, la génesis del Quijote de Cervantes. Otros suponen la existencia real de personajes que sirvieron de modelo a Cervantes. Notable es la influencia de los mismos libros de caballerías, sobre todo del Amadís de Gaula. Existían muchos documentos, reales y literarios, en la época sobre el tema de viejos caballeros vueltos locos con las lecturas de libros de caballerías. Pero, aunque se descubriera la auténtica fuente de inspiración de Cervantes, esto no nos ayudaría en nada al mejor conocimiento del Quijote y su interpretación.
Primera parte del Quijote (1605)
Primera salida de don Quijote: El hidalgo don Quijote de la Mancha se vuelve loco leyendo novelas de caballerías. Se lanza solo en busca de aventuras como los caballeros. Después de ser armado caballero por el ventero y dos mozas, intenta librar a un muchacho de ser azotado por su amo. Después encuentra a unos mercaderes toledanos a los que exige que proclamen la belleza de Dulcinea del Toboso, nombre idealizado por don Quijote para el nombre real de Aldonza Lorenzo, aldeana de la que estuvo enamorado. En la lucha con los mercaderes cae del caballo y un criado de aquellos apalea a don Quijote con su propia lanza. El caballero queda tendido sin poder moverse y entonces comienza a recitar el romance de Valdovinos y el marqués de Mantua: “¿Dónde estáis, señora mía?”. Un labriego del pueblo le socorre, don Quijote lo toma por un marqués. El labrador lo lleva al pueblo y don Quijote se cree el moro Abindarráez y se imagina que el labriego es el alcalde de Antequera, Rodrigo de Narváez.
Segunda salida de don Quijote: En la segunda salida, don Quijote sale de su casa acompañado de su escudero Sancho Panza. Antes, el cura y el barbero del lugar, ayudados por el ama de don Quijote, han hecho un escrutinio de los libros de su biblioteca y destruido ésta. En la segunda salida, a don Quijote y a Sancho les suceden numerosas aventuras: la de los molinos de viento, la de los frailes benitos y la del vizcaíno. Luego ocurre el hallazgo de la historia de don Quijote, escrita en arábigo por Cide Hamete Benengeli, misterioso cronista que tanto juego tiene que dar en la novela. Sigue la victoria sobre el vizcaíno, la aventura de los yangüeses (paisanos de Yanguas, provincia de Soria), las peripecias de la venta, donde Sancho es manteado, la aventura de los rebaños de ovejas que don Quijote toma por ejércitos, la del cuerpo muerto, el episodio de los batanes. Luego don Quijote se retira a Sierra Morena para hacer penitencia por su dama, imitando a Amadís. Tras complicados sucesos de la venta y el encantamiento de don Quijote, éste es conducido en una jaula por el cura y el barbero de su pueblo hasta su casa. Aquí termina la primera parte del Quijote. Todas las aventuras están mezcladas con otros relatos accesorios.
Segundo parte del Quijote (1615)
En el prólogo de la segunda parte, se defiende Cervantes con dignidad y humor de las groseras acusaciones del falsario Avellaneda, que le reprochaba ser viejo, manco y envidioso. En la tercera salida, don Quijote es convencido por el bachiller Sansón Carrasco, vecino del pueblo de don Quijote, a salir de nuevo a buscar aventuras para de esta manera curarse de su locura. Carrasco se disfraza de caballero “del Bosque” y de caballero “de los Espejos”, se hace encontradizo con don Quijote y le desafía, pero queda vencido. En un segundo intento y bajo el nombre de “Caballero de la Blanca Luna”, derrota a don Quijote y le impone como condición que se retire a su aldea y renuncie a las aventuras caballerescas durante un año. Regresado a su pueblo, don Quijote se decide a hacerse pastor y muere al poco de llegar, después de haber recobrado la razón y renegado de los libros de caballerías.
Pero esta acción fundamental está llena de estupendos sucesos: Antes de comenzar la aventura, don Quijote desea ver a Dulcinea del Toboso, pero Sancho inventa su encantamiento y hace ver a don Quijote que Dulcinea es una labradora a la que encuentran en el camino. Tras la aventura de la victoria sobre el Caballero de los Espejos, acontece la de los leones, la del caballero del Verde Gabán, las bodas de Camacho, la aventura de la cueva de Montesinos, la del rebuzno, la del Ámese Pedro y su retablo, y la del barco encantado que tiene lugar al llegar al Ebro, cerca de Aragón. Don Quijote se encuentra con los duques, se hospeda en su palacio y le suceden las más notables peripecias de toda la novela: la aventura de la condesa Trifaldi o la Dueña Dolorida, el vuelo de Clavileño y el gobierno de Sancho Panza en la Ínsula Barataria. Entre las bromas que inventan los duques está la de que Dulcinea solamente podrá ser desencantada si Sancho se da tres mil azotes, a lo que Sancho se nieva; al fin, Sancho acepta porque el duque le advierte que no será gobernador si se niega. desde entonces reaparece constantemente el tema de los azotes.
Sigue luego la aventura de doña Rodríguez, la batalla entre don Quijote y el lacayo Tosilos, el encuentro con los toros, y la llegada a la venta donde se entera don Quijote de que ya existe impresa una segunda parte sobre las andanzas de un falso don Quijote. Sale don Quijote de la venta, camino de Barcelona, sin querer pasar por Zaragoza para desmentir a su segundo y falso historiador. Sobreviene luego el encuentro con el bandolero Roque Guinart, con el episodio de Claudia y Vicente, y llega por fin don Quijote a Barcelona víspera de San Juan. Allí es hospedado por don Antonio Moreno, que le muestra la cabeza encantada; visita las galeras y asiste a la captura del bergantín pirata y al relato de la morisca Ana Félix. Al cabo es vencido en la playa de Barcelona por el bachiller Carrasco, disfrazado ahora de Caballero de la Blanca Luna. Carrasco le impone la obligación de retornar a su aldea y renunciar por todo un año a las andanzas caballerescas. Profundamente apenado, don Quijote emprende el regreso a su aldea pensando hacerse pastor. Pasa de nuevo por el palacio de los duques que le hacen de nuevo objeto de otra burla, fingiendo la muerte de Artisidora y su resurrección a costa de Sancho Panza. A poco de llegar a su pueblo, en medio de tristes pensamiento, se siente enfermo, redacta su testamente y muere en su casa.
La diferencia entre la primera y la segunda parte del Quijote
En la segunda parte los episodios están más enlazados con el eje principal de la acción que en la primera parte. El relato más independiente es el del
Curioso impertinente,
una novela corta, del mismo estilo que las Novelas ejemplares, intercalada por Miguel de Cervantes en la primera parte del Quijote. Es leída por el cura Pero Pérez en la venta de Palomeque. Refiere la historia de dos amigos llamados Lotario y Anselmo, y de la esposa de éste, Camila. Anselmo, presa de una impertinente curiosidad, pide a Lotario que corteje a Camila, para saber si ésta le es fiel. Al principio, Camila rechaza indignada las pretensiones de Lotario, y Anselmo queda muy satisfecho de la fidelidad de su mujer, pero decide que Lotario insista. A fin de cuentas, Lotario y Camila se convierten en amantes, mientras Anselmo continúa convencido de la lealtad de ambos. Una circunstancia imprevista hace, sin embargo, que se descubra toda la verdad, Camila huye de su casa, y Anselmo muere de pesar al momento de escribir la causa de su muerte.
La primera parte del Quijote parece tener más viveza imaginativa que la segunda. En la segunda parte, Cervantes ha adquirido una seguridad mayor en el valor humano y literario de sus criaturas, por eso reduce el número de episodios.
En la segunda parte, Cervantes ya no tiene dudas sobre el carácter psicológico de su personaje principal, la estructura de la acción es más meditada y la novela avanza con ritmo firme y sostenido. “En la segunda parte, Cervantes se había familiarizado con la propia genialidad” (Américo Castro).
El diálogo es el gran hallazgo de Cervantes y el Quijote es la primera novela del mundo en la que el diálogo adquiere toda su extensión y valor dialéctico. Son escasos los comentarios de Cervantes a las reacciones psicológicas de sus personajes. Toda la obra está dramatizada en los diálogos. Los problemas humanos están reflejados en la complicación de un diálogo. Por eso la necesidad de introducir a Sancho Panza, un amigo con quien dialogar para poder desdoblar la acción, es decir, crear perspectiva.
En la segunda parte es donde el diálogo alcanza su mayor perfección. En la primera parte es más amplia la parte que ocupa la narración. La tercera salida, la segunda parte, está no narrada sino entretejida en el diálogo. Criado del Val cree que muchos de los problemas interpretativos del Quijote como novela se solucionarían si pudiéramos enmarcar esta obra dentro del género del coloquio: “Coloquio del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Así quedaría explicada también la relación de Cervantes con el erasmismo y al Renacimiento italiano. La modalidad de los coloquios erasmistas tuvo en España una gran fortuna. Pero España misma tenía una tradición en la literatura dialogada: Juan Ruiz, El Arcipreste de Talavera, Rodrigo Cota, Rojas, Lazarillo, etc. son los verdaderos precursores de Cervantes en este sentido.
En el diálogo recoge Cervantes los dos componentes principales de su libro: dialéctica entre realismo <> idealismo, amo <> esclavo, criado <> señor, pícaro <> caballero. En el Lazarillo aparece por primera vez la atmósfera afectiva dominando el seco criticismo erasmista, invirtiendo los planos sociales y haciendo de Lázaro el protector y amigo de su amo. La confluencia de las modalidades italianas renacentistas, la erasmista y el castellano-toledano modo de asimilar el erasmismo son el origen literario de don Quijote. En la tradición castellana encontró Cervantes la fórmula genial de su diálogo humanizado y realista con la dialéctica realismo <> idealismo de ascendencia medieval española.
La técnica novelesca del Quijote
En el Quijote se recogen todas las técnicas novelísticas conocidas hasta entonces armonizadas en una síntesis personalísima. Pero entes de sintetizarlas de forma personal, Cervantes las destruye primero para erigir sobre ellas la prodigiosa novedad del Quijote. Todas las formas novelescas precedentes al Quijote tienen un carácter “parcelario” (Salinas). El arte de Cervantes es una síntesis: su realismo idiomático procede de la Celestina; su antítesis, del Caballero Cifar; su pintura y descripción de personajes, de la Diana de Jorge de Montemayor; la descripción de las costumbres, de la novela picaresca; el tono de su caballero andante, del Amadís y del Palmerín; la forma rítmica de la frase, de Boccaccio.
“En la síntesis de la pura naturalidad castellana con la ampulosa magnificencia de la latina e italiana, se revela Cervantes como inventor de un arte renacentista. En los tonos oratorios de sus novelas (Discurso de la Edad de Oro, de las Armas y de las Letras, sobre Poesía y Teatro) hay puntos de contacto con fray Antonio de Guevara, fray Luis de Granada. Una crítica al pomposo lenguaje caballeresco. El diálogo está emparentado con la Celestina, con las obras dramáticas de Lope de Rueda, tan conocidas de Cervantes, y con el arte coloquial de Alfonso de Valdés. La abundancia de refranes procede de la Celestina, La alacridad de las sentencias, del Arcipreste de Talavera” (Helmut Anthony Hatzfeld).
Lo nuevo del Quijote es la humanidad real de los personajes, contraria a los convencionalismos literarios de entonces; los personajes son vividos por el lector como pertenecientes a su propia existencia vital. Ningún personaje literario se nos impone con tanta verdad y autenticidad. Al leer el Quijote no podemos evadirnos en la ficción literaria, tenemos que pensar en la realidad vital de los personajes. El Quijote produce una gran sensación de vida, los personajes dejan de ser entes de ficción y luchar contra esa existencia de “entes de ficción” para querer convertirse en entes reales. Ya en el primer capítulo Cervantes desconoce el nombre real del Quijote: “por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quejana... o Quijada... o Quesada”. El autor finge encontrarse en dificultad de documentación, con lo que Cervantes da el primer paso para persuadirnos de que no se trata de una ficción, de un personaje inventado (un novelista que inventa, no puede ignorar realmente el nombre de sus personajes), sino historia verdadera, en el sentido de vivida. Paralela a la inseguridad de los nombres es la inseguridad cronológica: hay abundantes contradicciones a este respecto. El personaje del Quijote está cada vez más liberado de la letra, del libro; está fuera del libro. El hidalgo don Quijote obra, y el autor de la novela relata sus hechos como puede, en la medida que va disponiendo de hechos, como cualquier historiador fidedigno. En la segunda parte don Quijote se encuentra con personajes que han leído la primera parte y ya la conoce, ya no necesitan presentarse. En la segunda parte conoce don Quijote el Quijote apócrifo de Avellaneda y decide no pasar por Zaragoza para desmentir a Avellaneda.
Cervantes es el primer novelista que ama a sus personajes con calor humano, los siente y no los trata como ficciones. Cervantes, como Velásquez en pintura, trata de tender puentes entre los dos extremos: el místico y el pícaro. Los dos muestran una elegancia y respeto hacia sus personajes en contra de todo artificio retórico. La sobriedad y sinceridad garantiza la verdad; la elegante transformación de la realidad en poesía garantiza la exclusión de un naturalismo fotográfico.
«Ya en el mundo de Cervantes la novela era un género menor, de aventuras, que tenía por delante el teatro de Shakespeare o de Lope y la lírica de Góngora y todo aquel 27 interminable que ha dado y sigue dando más y mayores poetas que novelistas. La novela/novela, la que empieza y termina en Galdós, ésa se hace poco y mal. La historia de nuestra novelística hay que hacerla teniendo en cuenta que España es una sembradura de cómicos y poetas. La gran novela es francesa o rusa. Quienes aquí hemos trabajado algo en novela, siempre lo hemos hecho a la contra, buscando la antinovela. Tenemos a la novela por el género nacional, pero ese género viene, insisto, de Rusia y de Francia. España da, me asegundo, poetas y pintores, y ahí sí que salimos en la foto, porque nuestra literatura es pintura y poesía, plástica y verbo. Se van salvando de la quema los que han hecho contranovela: Cervantes, Quevedo, Torres, el 98 con Azorín y el 27 con Ortega y Gasset.» [Francisco Umbral: Cervantes y novela. En: El Mundo, 03.12.2004]
Cervantes, primer novelista:
Yo soy el primero que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras, y éstas son mías propias, no imitadas ni hurtadas; mi ingenio las engendró y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa.
«La originalidad de las Novelas ejemplares cervantinas fue absoluta, ya que superó por igual todas las tradiciones narrativas preexistentes, tanto la clásica y la medieval como la italiana.»
[Rey Hazas, Antonio / Sevilla Arroyo, Florencio: “Introducción” a Miguel de Cervantes: Novelas ejemplares, Madrid: Espasa Calpe, 281991, p. 15]
Transcendencia y humanidad de don Quijote y Sancho Panza
Los dos personajes dan una sensación de vida verdadera, de realidad sucedida. Pero adquieren un significado transcendental por simbolizar valores humanos universales. Ya no se trata aquí de una pasión específica – amor, celos, poder, avaricia – sino de dos modos humanos de ser. Lo genial de esta novela es que la universalidad de sus personajes se fusiona con la individual y personalísima existencia de los mismos con sus caracteres particulares.
Los personajes del Quijote no son abstractos, creados intelectualmente para expresar una ideología o “idea” determinada: con los del Criticón de Gracián o los de La vida es sueño de Calderón. Todo lo que don Quijote y Sancho “significan” como mitos o símbolos universales, brota de su concreta forma de actuar. Salvador de Madariaga ha hablado del proceso internacional de don Quijote y su criado como una curva de dudas y vacilaciones al final de la cual “Sancho se quijotiza y don Quijote se sanchifica”. A lo largo de la novela, don Quijote va pactando con las exigencias materiales, con la realidad, va adquiriendo sentido de la realidad sanchopancista. Parece que Sancho Panza va tomando en serio las quimeras de don Quijote y éste va creyendo poco a poco en las realidades a las que alude Sancho.
La superioridad de don Quijote respecto de Sancho se va resquebrajando poco a poco: el escudero duda de la aventura de la cueva, y el hidalgo ha de pedirle que crea en ella a cambio de creerle él lo que el escudero dice haber visto en el cielo durante el viaje de Clavileño. La figura de Sancho es de gran complejidad. Del lado humano, es Sancho la máxima creación de Cervantes y psicológicamente más complejo que don Quijote. La tradición lo ha reducido a la encarnación del materialista, rústico y cobarde. La designación de Sancho como cobarde se debe más bien al mismo don Quijote que abruma a su escudero con esta calificación. Don Quijote alude tantas veces a la cobardía de Sancho para recalcar él indirectamente su calidad de caballero, de la que parece que a veces dudaba. Sancho muestra a menudo su valor, lo que pasa es que Sancho es pacífico, mientras que su señor pelea por vocación, un poco deportivamente. Sancho sostiene que nunca peleará si no es por algo importante, lo que don Quijote (y el lector a veces) interpreta como cobardía.
El poder es para Sancho como la gloria para don Quijote. “Don Quijote tiene que creer en Dulcinea para creer en sí mismo como caballero andante. Sancho tiene que creer en don Quijote para creen en la ínsula donde gobernará. La fe del caballero nutre el espíritu del criado” (Salvador de Madariaga). A lo largo de la obra la ambición de Sancho y la propia estima ascienden, el afán de gloria le equipara a su amo. Un aspecto muy importante que subraya Fernández Suárez es el de la actitud maternal de Sancho para con don Quijote, el gesto protector que el escudero tiene para con su amo. Sin la intervención de Sancho, difícilmente pudiera el caballero haber vivido aventuras tales.
“Estepas desoladas, secas, sin vegetación..., interrumpidas por pequeñas ‘ínsulas’ vegetales; viaje en compañía de un loco y de alguien que cree en él, que le escucha, que con él dialoga. ¿No fue Miguel de Cervantes quien contó esto al mundo por vez primera? Tantas cosas toscas y pedestres se han dicho de Sancho, de Sancho el bueno, que quizá ahora parezca exageración ver en él al precursor de nuestro Dr. Elrod en su viaje con su enfermo. Y, no obstante, si Don Quijote llega casi curado al final de su vida –¡con qué infinita y tierna discreción nos lo da a entender Cervantes!– fue gracias a los muchos diálogos que en sus andanzas tuvo con el buen Sancho, el que aceptó escucharle.
La obra que es creación máxima de nuestra lengua es también un gran mito, cuya entraña está por investigar todavía, tras la tupida selva de interpretaciones triviales. Y, como en todos los mitos, también en él se deja oír, en su raíz profunda, el drama que al hombre más importa: el de las circunstancias en que nace la conciencia lúcida y serena de las sombras oscuras. En viaje, encuentro y diálogo con alguien que sirve de articulación, de intermediario, de amortiguador comprensivo, entre el mundo que se nos vuelve cada día más rígido, más torpe y el ser de fantasía: niño, loco o poeta.” (Juan Rof Carballo: Medicina y actividad creadora. Madrid: Revista de Occidente, 1964, p. 66)
Don Quijote y el ideal caballeresco
Un tema debatido ha sido el de que si Cervantes pretendió burlarse o enaltecer el ideal caballeresco. Si no, qué sentido tienen las constantes humillaciones a las que Cervantes somete a don Quijote. Para muchos la novela expresa un pesimismo respecto a los ideales caballerescos: el Quijote está saturado de una melancolía que un hombre y un pueblo siente al desengañarse de un ideal. “Cervantes, y España entonces, necesitaban reírse de sí mismos para no echarse a llorar. En la obra cervantina vemos la voz de una raza fatigada que se recoge a descansar después de haber realizado su obra en el mundo” (Ramiro de Maeztu).
Cervantes, hombre de armas, combatiente orgulloso de Lepanto, admirador de don Juan de Austria, hombre del espíritu de la época del Emperador, escribe el Quijote en el momento de amargura en que España siente su propio fracaso de los ideales imperiales. Cervantes va viendo poco a poco las dificultades de su patria, y cuando le presiona la amargura, se consuela burlándose de sus antiguos ideales. Para muchos esta fue la intención de Cervantes: consolarse de sus amarguras y desilusiones sin agresividad, con sentimiento de duelo humano.
Menéndez Pidal, sin embargo, defiende la tesis de muchos autores de que Cervantes no ataca el ideal caballeresco, sino que lo respeta. Es la tesis de los autores del período romántico que no influyó mucho en el pensar de los españoles. Para Luis Rosales, la intención de Cervantes ha sido la de provocar en el lector compasión hacia don Quijote. El lector debe compadecer a don Quijote sintiéndose él mismo responsable del fracaso; “la humillación de don Quijote es una protesta y casi una venganza cervantina contra la sociedad” (Luis Rosales). La humillación del caballero andante tiene efecto catártico en el lector que se siente complica secreto de don Quijote, de lo que en el fondo se avergüenza. A medida que avanza la lectura, el lector se va enfrentando consigo mismo, se va desnudando de sus ilusiones. “La lectura del Quijote sirvió al lector de entonces de penitencia”. Por otro lado, no deja el lector de sentir como muy humano el deseo quijotesco de realizar el ideal utópico: vuelta de la edad de oro donde el mundo sería feliz. El Quijote no produce en el lector desprecio por el ideal caballeresco.
Otro aspecto importante, que recalca José Antonio Maravall, es el de la intención didáctica del Quijote: Cervantes muestra una actitud reformista, de cómo el hombre es capaz de mejorarse. Cervantes viene de la tradición humanista de las décadas anteriores: reforma del hombre, de la sociedad, búsqueda de la sinceridad y sencillez (Erasmo). Don Quijote está orgulloso de haberse vuelto valiente, liberal, generoso, cortés, atrevido, paciente, sufridor de trabajos y de encantos. Se ha renovado según un cuadro de virtudes morales, no para su profesión caballeresca, sino para su ideal como hombre en general. Don Quijote quiere mostrar cómo se puede ser otro del que se era, de cómo puede el ser humano reformarse y mejorar. Para Morales, las desventuras quijotescas provocan sólo en don Quijote un mejoramiento personal, son como su ascesis personal para volverse hombre nuevo (“moderno”) tomando del antiguo caballero la dimensión más humana. “Bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquellos que dicen: ¡Viva quien vence!” Reprende don Quijote a Sancho que se siente llevado por la moral moderna del éxito.
Don Quijote y el esfuerzo inútil
«En la mitad del siglo XVI da sus frutas mejor madurecidas el Renacimiento. Ya sabéis lo que es el Renacimiento: la alegría de vivir, una jornada de plenitud. Se aparece a los hombres el mundo de nuevo como un paraíso. Hay una perfecta coincidencia entre las aspiraciones y las realidades. Notad que la amargura nace siempre de la desproporción entre lo que anhelamos y lo que conseguimos.
Chi non può quel che vuol, quel che può voglia.
El que no puede lo que quiere, quiera lo que puede,
decía Leonardo de Vinci. Los hombres del Renacimiento querían sólo lo que podían, y podían todo lo que querían. Si alguna vez la desazón y el descontento asoman en sus obras, lo hacen con tal bello rostro, que en nada se parecen a eso que llamamos tristeza, a esa cosa entre manca y tullida que hoy se arrastra gemebunda por nuestros pechos. A ese grato estado de espíritu del Renacimiento sólo podía corresponder serenas y mensuradas producciones, hechas con ritmo y con equilibrio; en suma: lo que se decía la maniera gentile.
Pero hacia 1580 comienzan a sentir las entrañas europeas una inquietud, una insatisfacción, una duda de si es la vida tan perfecta y cumplida como la edad anterior creía. Empiézase a notar que es mejor la existencia que deseamos que la existencia que tenemos. Son más anchas y más altas nuestras aspiraciones que nuestros logros. Nuestros anhelos son energías prisioneras en la prisión de la materia, y gastamos la mayor parte de ellas en resistir el gravamen que ésta nos impone.
¿Queréis una expresión simbólica de este nuevo estado de espíritu? Frente al verso de Leonardo recordad estos otros de Miguel Ángel, que es el hombre del instante: La mia allegrez’ e la maninconía.
O Dio, o Dio, o Dio,
Ch’’ m’ a tolto a me stesso,
Ch’ a me fusse più presso
O più di me potessi, che poss’ io?
O Dio, o Dio, o Dio.
¿Quién me ha arrebatado a mí mismo, quién que sobre mí pudiese más que yo puedo?
No podían las formas quietas y lindas del arte renacentista servir de vocabulario donde expresaran sus emociones de héroes prisioneros, de encadenados Prometeos, los hombres que así aúllan a la vida. Y, en efecto, justamente en estos años se inicia una modificación en las normas del estilo clásico. Y la primera es estas modificaciones consiste en superar las formas gentiles del Renacimiento por la mera ampliación de su tamaño. Miguel Ángel opone en arquitectura lo superlativo, lo enorme, va a triunfar en el arte. De Apolo se dirige la sensibilidad a Hércules. Lo bello es lo hercúleo. [...]
Yo sólo quería indicar que, cuando se alza sobre el horizonte moral europeo la constelación de Hércules, celebraba España su mediodía, gobernaba el mundo y en un seno del patrio Guadarrama el Rey Felipe erigía, según la maniera grande, este monumento a su ideal. [...]
Esta arquitectura es toda querer, ansia, ímpetu. Mejor que en parte alguna aprendemos aquí cuál es la sustancia española, cuál es el manantial subterráneo de donde ha salido borboteando la historia del pueblo más anormal de Europa. Carlos V, Felipe II han oído a su pueblo en confesión, y éste les ha dicho en un delirio de franqueza: «Nosotros no entendemos claramente esas preocupaciones a cuyo servicio y fomento se dedican otras razas; no queremos ser sabios, ni ser íntimamente religiosos; no queremos ser justos, y menos que nada nos pide el corazón prudencia. Sólo queremos ser grandes». Un amigo mío que visitó en Weimar a la hermana de Nietzsche, preguntó a ésta qué opinión tuvo el genial pensador sobre los españoles. La señora Förster-Nietzsche, que habla español, por haber residido en Paraguay, recordaba que un día Nietzsche dijo: «¡Los españoles! ¡He aquí hombres que han querido ser demasiado!»
Hemos querido imponer, no un ideal de virtud o de verdad, sino nuestro propio querer. Jamás la grandeza ambicionada se nos ha determinado en forma particular, como nuestro Don Juan, que amaba el amor y no logró amar a ninguna mujer, hemos querido el querer sin querer jamás ninguna cosa. Somos en la historia un estallido de voluntad ciega, difusa, brutal. La mole adusta de San Lorenzo [del Escorial] expresa acaso nuestra penuria de ideas, pero, a la vez, nuestra exuberancia de ímpetus. Parodiando la obra del doctor Palacios Rubios, podríamos definirlo como un tratado del esfuerzo puro. [...]
Yo le hablé [a Cohen] de Cervantes. Y Cohen entonces suspendió su obra para volver a leer el Quijote. No olvidaré aquellas noches en que sobre los boscajes el alto cielo negro se llenaba de estrellas rubias e inquietas, temblorosas como infantiles castañuelas. Me dirigía a casa del maestro, y le hablaba inclinado sobre nuestro libro, vertido al alemán por el romántico Tieck. Y casi siempre, al alzar el rostro noble, me saludaba el venerado filósofo con estas palabras: «¡Pero, hombre, este Sancho emplea siempre la misma palabra de que hace Fichte el fundamento para su filosofía!». En efecto: Sancho usa mucho, y al usarla se le llena la boca, esta palabra: «hazaña», que Tieck tradujo Tathandlung, acto de voluntad, de decisión.
Alemania había sido, centuria tras centuria, el pueblo intelectual de los poetas y los pensadores. En Kant se afirman ya junto al pensamiento los derechos de la voluntad – junto a la lógica, la ética. Mas en Fichte la balanza se vence del lado del querer, y antes de la lógica pone la hazaña. Antes de la reflexión, un acto de coraje, una Tathandlung: éste es el principio de su filosofía. ¡Ved cómo las naciones se modifican! ¿No es cierto que Alemania aprendió bien esta enseñanza de Fichte, que Cohen vería preformada en Sancho?
Mas ¿adónde puede llevar el esfuerzo puro? A ninguna parte; mejor dicho, sólo a una: a la melancolía.
Cervantes compuso en su Quijote la crítica del esfuerzo puro. Don Quijote es, como Don Juan, un héroe poco inteligente; posee ideas sencillas, tranquilas, retóricas, que caso no son ideas, que más bien son párrafos. Sólo había en su espíritu algún que otro montón de pensamientos rodados como los cantos marinos. Pero Don Quijote fue un esforzado: del humorístico aluvión en que convierte su vida sacamos su energía limpia de toda burla. «Podrán los encantadores quitarme la ventura; pero el esfuerzo y el ánimo será imposible». Fue un hombre de corazón: ésta era su única realidad, y en torno a ella suscitó un mundo de fantasmas inhábiles. Todo alrededor se le convierte en pretexto para que la voluntad se ejercite, el corazón se enardezca y el entusiasmo se dispare. Mas llega un momento en que se levantan dentro de aquel alma incandescente graves dudas sobre el sentido de sus hazañas. Y entonces comienza Cervantes a acumular palabras de tristeza. Desde el capítulo LVIII hasta el fin de la novela todo es amargura. «Derramósele la melancolía por el corazón – dice el poeta –. No comía – añade –, de puro pesaroso; iba lleno de pesadumbre y melancolía». «Déjame morir – dice a Sancho – a manos de mis pensamientos, a fuerza de mis desgracias». Por vez primera toma a una venta como venta. Y, sobre todo, oíd esta angustiosa confesión del esforzado: La verdad es que «yo no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos», no sé lo que logro con mi esfuerzo.» [Ortega y Gasset, José: “Meditación del Escorial.” (1915). En: Obras completas. Madrid: Revista de Occidente, t. II, p. 555-560]
La imposible definición del Quijote – su perspectivismo
En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un hidalgo.
Con estas palabras Cervantes destaca que no va a contar hechos ocurridos en tierras lejanas, tema de los libros de caballerías, sino hechos ocurridos en La Mancha, cerca de Madrid. Cervantes renuncia a decir el pueblo natal del Quijote. Es un comienzo característico de los cuentos populares. Leo Spitzer y Avalle-Arce explican el comienzo del Quijote como una defensa de la libertad del creador. La literatura anterior a Cervantes se regía por unas convenciones restrictivas. En aquellos modelos tradicionales la cuna del héroe determinaba su vida futura. Amadís era hijo de reyes, nació en Gaula y estaba llamado a ser héroe. Lazarillo nació en el Tormes, era hijo de padres viles y será un antihéroe. En cambio, Cervantes no especifica la cuna, ni la genealogía, ni el nombre exacto de don Quijote para que pueda caminar libre de todo determinismo, creando su propia realidad.
La locura de don Quijote: La locura era un motivo frecuente en la literatura del renacimiento, como prueban las obras de Ariosto y de Erasmo de Rotterdam. Don Quijote actúa como un paranoico enloquecido por los libros de caballerías y es considerado por unos como un loco de remate; por otros, como un 'loco entreverado', con intervalos de lucidez. En general se admite que don Quijote actúa como loco en lo concerniente a la caballería andante y razona con sano juicio en lo demás.
Arturo Serrano Plaja y Gonzalo Torrente Ballester interpretan la locura de don Quijote como un juego codificado en la ficción según unas reglas que el caballero respeta siempre. Entrega su vida a un ideal sublime y se estrella contra la realidad porque los demás no cumplen las reglas del juego. Don Quijote finge estar loco y decide jugar a caballero andante.
Semejante juego narrativo resulta enriquecido por el perspectivismo y el relativismo, que se manifiestan en toda la novela, ya en la variedad de nombres que se atribuyen al hidalgo manchego: Quijada, Quesada, Quejana, Quijana y Alonso Quijano. Dentro de esa diversidad, es interesante señalar que la palabra “quijote” designa la parte de la armadura que cubre el muslo.
Ante la obra cervantina se han planteado un sinnúmero de interrogantes: ¿Es la obra una exaltación del idealismo o es la burla de todo ideal..., es la máxima expresión del impulso activista de España o la crítica de su fracaso..., salva Cervantes las ilusiones de su juventud de forma poética o se ría de los ideales de antaño..., destruye el espíritu caballeresco o lo eleva a sus últimas consecuencias..., es un libro que “mató a un gran pueblo” (Lord Byron) o la expresión máxima del espíritu de este pueblo..., es Cervantes racionalista, reformista, reaccionario, contrarreformista...? Todas estas interpretaciones son en el fondo válidas. La ley íntima del Quijote consiste en una constante tensión; equilibrio entre posiciones y oposiciones radicales: ser – parecer; realidad – fantasía; locura – discreción; drama – comedia; sublime – grotesco.
Los contrarios en Cervantes no se componen, armonizan u oponen, sino que andan juntos y son inseparables. El integralismo y el estilo indeterminado son lo esencial en Cervantes. Los elementos más dispares y aun contrarios en Cervantes nunca se oponen. “Tanto monta, monta tanto, don Quijote como Sancho”. Sancho no es lo otro que don Quijote, no es la antítesis de don Quijote (lo otro o el antiquijotismo lo representan más bien Sansón Carrasco, el cura, el barbero y los duques con su capellán).
Sancho no es la antítesis de don Quijote, pues, de lo contrario, no tendrían base para dialogar y dialogan constantemente. Ambos personajes conviven en la misma realidad. Sancho aporta en esta realidad solamente una nueva perspectiva. Y esta pluralidad de perspectivas es lo esencial en Cervantes. Entre don Quijote y Sancho, Cervantes nunca concede ni a uno ni al otro la razón: sólo le interesa el juego dialéctico de poner de manifiesto los múltiples aspectos del problema debatido. El perspectivismo lingüístico es patente: “Eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa”. “Así que, Sancho, deja ese caballo, o asno, o lo que tú quieras que sea...”.
El Quijote fue escrito en una época en la que empezaba a no distinguirse la línea divisoria entre realidad e ilusión, y Cervantes se sitúa en el punto medio entre las dos posiciones fundamentales del pensamiento del siglo XVII: la racionalista y la barroca.
Cervantes ve que el racionalismo moderno intenta dar una solución universal a todo de forma “clara y distinta” (Descartes); mientras que la doctrina del Barroco ve en el mundo un sueño, una ficción o ilusión, un tránsito para la vida eterna. En la incertidumbre entre ambas posturas, Cervantes ve que el destino del hombre es el tener que moverse en una multiplicidad de realidades, sensibles unas, soñadas otras y que estas realidades diferentes son interpretadas de acuerdo con anhelos vitales.
Dice Américo Castro: “No es el problema de la verdad o del error lo que preocupa a Cervantes, sino el ver cómo la realidad es siempre un aspecto solamente del que está viviendo... el Quijote presenta como verdadero solamente lo que está unido con una experiencia vital y no lo determinado por un proceso cognitivo. El Quijote defiende los valores que el hombre crea, sostiene y difunde con su propia vida”.
Lo que hace a Cervantes ser el primer novelista moderno es el haber llevado a la novela el equívoco mismo que es la vida; descubre la forma de poetizar la radical incertidumbre de la existencia humana. El Quijote no es equívoco; no hay obra de arte más clara y natural. El equívoco está en la vida en la novela reflejada.
El Quijote es para muchos la proyección del espíritu nacional. Síntesis de realismo e idealismo, de valoración de ideales personales (valor, personalidad, generosidad, fe, voluntad) todo combinado con una aguda conciencia de la realidad.
El siglo XVIII vio en el Quijote una novela divertida y humorística. Fue el romanticismo alemán el que más recalcó el simbolismo y el trasfondo filosófico de la obra: Realismo e idealismo aparecen así como posiciones irreductibles.
Don Quijote
idealismo
caballero
loco
estoico
honra
Sancho Panza
realismo
campesino
pícaro
epicúreo
poder
Conocimiento
Sociología
Tipología
Ética
meta vital
Don Quijote y Sancho Panza y la tipología corporal de Kretschmer
«El descubrimiento por el doctor Choh Hao Li de la síntesis de la hormona de crecimiento me ha recordado el librito de Adolf Portmann (1897-1982), en el que recoge unas charlas dadas por la radio suiza y que titula “Don Quijote y Sancho Panza”. Trata en él de la tipología humana, de la distribución de la Humanidad en dos tipos, el pícnico y el leptosomático, del cual son paradigma los dos personajes creados por Cervantes, ese “poeta genial”, como Portmann lo califica.
La importancia de esta tipología –con el tipo “atlético”, tipología de tres y no de dos variantes– radica en la correspondencia, descubierta por el psiquiatra y neurólogo alemán Ernst Kretschmer (1888-1964), entre la contextura corporal y el carácter. El tipo Sancho se relaciona más con el mundo, tiene un horizonte más amplio de intereses, es más sensible, por ejemplo, a los colores, y en él los movimientos emocionales son más oscilantes, pero también más profundos. El tipo Quijote, en cambio, restringe su atención sobre un campo más limitado y propende al razonamiento frío y analizador. Todo esto es bien sabido, pero Portmann lo expone como nuevo partiendo del supuesto de que, biológicamente, el tipo básico no es el de Don Quijote, sino el pícnico.
En este primer año de la vida del hombre, que tiene consecuencias tan graves y decisivas para su futuro, en el que establece relaciones con el mundo cargadas de fantasía y de emoción, su tipología es de Sancho, pícnica. En este primer año el ser humano crece de prisa; luego la velocidad se atenúa para volver a acelerarse hacia los nuevo o diez años, al llegar al estirón de la pubertad. Entonces, todos crecemos un poco a la manera de Don Quijote. Quizá por eso en esta difícil etapa de la vida el futuro adolescente se vuelve un poco “cerebrotónico”, más crítico e inclinado a la abstracción.
Este esquema tiene un fallo; se adapta mal al sexo femenino. La mujer tiene una gran tendencia a la constitución pícnica, la básica. De ahí el estupor con que nuestras féminas actuales contemplan las orondas redondeces de las mujeres de Rubens, y ya no digamos las monstruosas carnosidades de las Venus prehistóricas. Tras todo ello hay una arcaica ley biológica: para la tutela del recién nacido era precisa una intensa vida afectiva, una inclinación a la relación emocional con el prójimo. Todo ello, en los albores de la Humanidad estuvo ligado a este tipo demasiado relleno contra el cual la mujer actual ha entablado una guerra implacable y no siempre victoriosa.
El problema que interesa más a Portmann en su “Don Quijote y Sancho Panza” es también muy conocido. Se refiere a la aceleración del crecimiento de la raza humana que viene observándose desde hace, por lo menos, cien años. Las hijas se vuelven más altas que sus madres. En Holanda, hacia 1865m sólo una cuarta parte de los varones medían más de 170 centímetros. En 1926 las cosas seguían poco más o menos igual, pero ya en 1936 casi el 70 por 100 de los holandeses sobrepasaban esta talla. Sólo entre 1910 y 1940 los escandinavos crecen unos diez centímetros más de lo corriente. [...]
Portmann apunta una explicación: es la cantidad enorme de estímulos, sobre todo emocionales y psicológicos, a los que sometemos hoy a nuestros niños, la causa principal del crecimiento. Que se hace en longitud, en sentido de Don Quijote, no en sentido de Sancho Panza.
Cuanto Portmann escribía esto, todavía ignoraba que la hormona de crecimiento, que ahora Li ha sintetizado, está gobernada por uno de los seis duendecillos que operan en una región de un tamaño poco mayor del de una cabeza de alfiler y que se encuentra en la base del cerebro. Casi tan prodigiosa como la hazaña que acaba de realizar Li es el descubrimiento de la estructura química de esta especie de super-hormonas o “factores de liberación” y que ya casi conocemos con exactitud. Los estímulos emocionales acaban así gobernando hasta el crecimiento. La hormona ahora descubierta presenta una cualidad misteriosa. Es sensibilísima al más pequeño sobresalto emocional y aumenta mucho, tanto en el enamorado que va a declararse a su amada como en el soldado antes del ataque enemigo. Esto da lugar a grandes dificultades para su determinación bioquímica en la sangre. Es curioso que la sabiduría del lenguaje había ya presentido esta circunstancia. Cuando hablamos de “crecerse ante el peligro”.
A Portmann le preocupaba entonces que los progresos de la ciencia pusieran en grave riesgo ese equilibro que representa la unidad que forman Sancho y Don Quijote. ¿Vamos a crear ahora un tipo de hombre larguirucho y de razón fría, sin sentimientos? La hormona de crecimiento, con su enigmática relación con la vida emocional, alberga muchas más promesas, pero también muchos más problemas de lo que creemos.» [Juan Rof Carballo: Signos en el horizonte. Madrid: Prensa Española, 1972, pp. 408-411]
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