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Poesía del posromanticismo (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
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Poesía del posromanticismo
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Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)
Ramón de Campoamor (1817-1901)
Gaspar Núñez de Arce (1834-1903)
Rosalía de Castro (1837-1885)
Vicente Medina Tomás (1866-1937)
Vicente Wenceslao Querol Camps (1836-1889)
Salvador Rueda Santos (1857-1933)
José María Gabriel y Galán (1870-1905)
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A mediados del siglo XIX decae el gusto por la narración histórico-legendaria ante el interés que suscita la anécdota sentimental extraída de la vida cotidiana. La lírica de la segunda mitad de la centuria continúa siendo romántica, aunque los poetas escriben en una etapa literaria perteneciente al Realismo. En la segunda mitad del siglo, hay teatro y sobre todo novela realista, pero no cabe aplicar el mismo calificativo a la poesía del momento.
Un grupo de poetas siguen dentro de la órbita romántica del periodo anterior, pero su poesía se somete a un proceso de depuración de los procedimientos románticos, evitando los gestos estridentes y la hojarasca retórica y cultivando una poesía de hondura e intensidad lírica: Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro.
Otro grupo de poetas se deja influir por el ambiente de su tiempo, aunque sin romper totalmente con el Romanticismo. En ellos perdura la nota sentimental, pero atenuada y reducida a una blanda sensiblería burguesa sin la apasionada exaltación del romanticismo de la época anterior. En cada uno de estos poetas se advierte un matiz nuevo: un escepticismo irónico en Campoamor, una preocupación moral en Núñez de Arce, la atracción del paisaje natal en Gabriel y Galán, siguiendo el costumbrismo típico de la novela de la época.
“Ocurre un fenómeno curioso en la literatura de nuestro siglo XIX en relación con la poesía lírica y el realismo. En el teatro, el paso de la forma romántica a la objetiva y costumbrista, es claro y lógico, comienza un sentido de contención, de limitación de lo desorbitado en función de los hechos lejanos, y por un drama histórico, visto con ojos de actualidad, y sin exageraciones desmesuradas se van aproximando los dramaturgos a la obra en que se retrate la sociedad de la propia época. Pero la poesía lírica, que es esencialmente creación, desvirtúa su propio contenido al emprender esta ruta. Por eso, entre las figuras secundarias que apenas ofrecen interés, tres altas personalidades representan aspectos interesantes, aunque de desigual mérito. El más poeta, Bécquer, renueva la esencia romántica, por influjo de un lado de Heine, y por otro de su propia personalidad, y crea una belleza más íntima, más tenue y alada que la de la lírica del romanticismo anterior, más sencilla también: perfume, más que música vibrante, por donde se anuncia un mundo diverso, que más que a Darío llevará a Juan Ramón Jiménez, y por él a la más nueva poesía de uno de sus aspectos. Campoamor, por ser el verdadero realista de los tres, es el menos poeta; o casi nos atreveríamos a decir que no es poeta, esto es, creador de una belleza por encima de la más baja realidad. Es un gran talento, ingenioso y representativo, pero al compenetrarse con una sociedad prosaica e intelectual fracasa como poeta, pues sólo logra esta condición por calidades accidentales de sus obras. Núñez de Arce, menos intenso que Bécquer, pero muy superior en orden creador a Campoamor, y el primero de los tres en el cuidado de la forma exterior o métrica, recoge gran cantidad de materia romántica, y a la vez llega a un orden más objetivo y de fórmula, que en un aspecto de sentimiento un tanto retórico realiza un papel semejante al de los parnasianos franceses y anuncia motivos del simbolismo.” (A. Valbuena Prat: Historia de la literatura española. Barcelona, 1968, vol. III, p. 236-237)
“En general, la poesía de la segunda mitad del siglo, salvo Bécquer y Rosalía, es de una lamentable mediocridad. Ahogada por una retórica vacua y descolorida, y centrando su eje en la anécdota sentimental y anodina, es fiel reflejo de una época desprovista de sentido lírico.” (J. García López)
«El malestar se prolonga durante toda la época de época llamada de la Restauración, que transcurre desde la entronización de Alfonso XII (1875) hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII (1902). En el plano poético, Madrid se repliega en sus propias experiencias y se mantiene al margen de las tentativas parisinas de innovación que adaptarán al genio español los poetas hispanoamericanos, muy dinámicos en el movimiento llamado “modernista”. De manera general, la creación poética en la segunda mitad del siglo se orienta hacia una poesía simple, despojada. Si todavía se lee y se aprecia a Quintana y Espronceda por razones diferentes, su nombre se convierte en símbolo de una poesía enfática, gustosamente criticada. [...]
En principio consideradas desaliñadas, calificativo aplicado a menudo a los poemas de Campoamor, las Rimas de Bécquer, tránsfuga de la escuela sevillana, darán el fundamento, en 1871, a la poesía de la simplicidad y de la sugestión.» (Pageard, R., en en Canavaggio 1995, t. V, p. 121 ss.)
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)
VIDA
Bécquer nació en Sevilla de familia de pintores y murió en Madrid con tan sólo treinta y cuatro años. Queda huérfano en su niñez. Su verdadero nombre fue Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida. Por el lado paterno descendía de una noble familia de comerciantes de origen flamenco, los Becker o Bécquer, establecida en la capital andaluza en el siglo XVI. Su padre murió cuando el poeta contaba cinco años. Al quedar huérfano también de madre, fue recogido por su madrina, una culta dama de Sevilla, en cuya casa encuentra una rica biblioteca que lo encamina, definitivamente, hacia la literatura.
Lleva una vida pobre en Madrid, donde trabaja más de pintor que de poeta. Manejará siempre con soltura y gracia los lápices de dibujante. En Madrid colabora en El Porvenir, La España musical y literaria y El correo de la moda. En 1857 enferma de tuberculosis, enfermedad entonces mortal y que le habría de llevar a la tumba. Al año siguiente debe volver a Sevilla a reponerse.
Vuelve a Madrid en 1859. Después de sufrir varios desengaños amorosos, en 1861 se casó precipitadamente con Casta Esteban Navarro, hija de un médico soriano. Consiguió un puesto de redactor en El Contemporáneo, en el que hará crónica de salones, política y literatura; gracias a esta remuneración viven los recién casados. Las enormes diferencias de carácter entre los cónyuges hicieron del matrimonio una experiencia difícil. El matrimonio tuvo tres hijos, pero se deshizo en 1868. Sin embargo, los esposos se siguen escribiendo.
En 1864 decide retirarse por una temporada al monasterio de Veruela. Al retiro lo acompaña Casta. Allí escribe las nueve Cartas desde mi celda, excelente ejemplo de prosa poética.
Cuando había alcanzado cierto bienestar económico, muere a los 34 años a causa de un enfriamiento invernal.
OBRA
Bécquer es más bien un poeta posromántico o romántico rezagado. De carácter tímido, retraído y soñador, el prototipo del poeta enfermizo, tuberculoso y supersensible, aportó al Romanticismo un acento intimista y emotivo. Su poesía es esencialmente lírica y la más subjetiva del siglo XIX. Estiliza los temas románticos depurándolos de toda falsa retórica. Sus poemas suponen la revalorización, característica del romanticismo, de canciones y coplas de la poesía popular.
Es la figura cumbre de la lírica del siglo XIX y será punto de arranque de una lírica subjetivista que lleva más tarde a las grandes figuras del siglo XX. “La poesía de Bécquer aparece hoy como trasunto de esa gran tradición lítica que comienza con el Romanticismo alemán y continúa con el Simbolismo francés” (J. García López).
La obra de Gustavo Adolfo Bécquer está compuesta de tres grandes bloques: las Rimas, las Leyendas y los artículos.
Las rimas (1871)
Las Rimas de Bécquer son lo más conocido de su obra. Comprenden una colección de 76 poesías de corta extensión, asonantadas en la mayor parte. Temas: el genio desconocido, el dolor de los celos, el desengaño amoroso, la soledad, la monotonía de la vida sin amor, la melancolía del vacío espiritual. Son famosas: Del salón en el ángulo oscuro; Volverán las oscuras golondrinas; Qué solos se quedan los muertos; Yo sé un himno gigante y extraño.
Se ha dividido el contenido de las Rimas en cuatro grupos: rimas I a XI (reflexión sobre la poesía y la creación literaria); rimas XII a XXIX (del amor y de sus efectos en el alma del poeta); rimas XXX a LI (la decepción y el desengaño que el amor causa en el alma del poeta); rimas LII a LXXXVI (el poeta enfrentado a la muerte, decepcionado del amor y del mundo).
Las Rimas se encuadran dentro de dos corrientes heredadas del Romanticismo: revalorización de la poesía popular y «estética del sentimiento».
Las Rimas de Bécquer supusieron el punto de partida de la poesía moderna española. Se señalan habitualmente dos influencias principales en la poesía de Bécquer: la de la poesía popular andaluza, liberada en él del folclorismo fácil, y la de la poesía romántica alemana, singularmente la de Heinrich Heine (1797-1856).
Leyendas en prosa (1871)
Sus leyendas aportan a la prosa romántica española lo misterioso, lo fantasmagórico. Escritas en prosa, todo en ellas es pura poesía. Los argumentos giran en torno a un asunto maravilloso. Predomina en ellas el espíritu de lo misterioso, lo sobrenatural y mágico con historias de raíz popular en muchas ocasiones, en las que la búsqueda de lo inalcanzable suele ser su argumento central.
La más famosa de ellas es la de Maese Pérez el organista. Recuerdan los cuentos de carácter fantástico y sobrenatural del alemán Ernesto Teodoro Amadeo Hoffmann (1776-1822). Los temas son de la tradición española.
Las leyendas becquerianas son: Maese Pérez, el organista; El Miserere; La promesa; El beso; El Cristo de la calavera; La ajorca de oro; El rayo de luna; Los ojos verdes; El gnomo; La corza blanca; El caudillo de las manos rojas; La cruz del diablo; Creed en Dios; La Creación; El monte de las ánimas; La cueva de la mora; y La rosa de pasión.
Narraciones de menor carácter legendario
Tres fechas (con elementos autobiográficos)
La venta de los gatos (con elementos costumbristas)
Memorias de un pavo
¡Es raro!
El aderezo de esmeraldas
Las hojas secas
La mujer de piedra (obra inacabada)
Resto de la producción en prosa
Cartas literarias a una mujer (1860-1861)
La mujer de Bécquer, como señaló Juan Ramón Jiménez (1881-1958), es mujer negativa; Bécquer "sueña y vive en vida y verso el amor que no tiene". En estas cartas expone sus puntos de vista con respecto a su poesía, que para él es 'estética del sentimiento.' Bécquer intentó reflejar el concepto inasible que tenía de la poesía en estar Cartas, en forma de un largo comentario a la Rima XXI, concluida en el verso «poesía eres tú».
Cartas desde mi celda (1864)
Recogen relatos de la tradición oral española y están escritos en el Monasterio de Veruela, a las faldas del Moncayo, adonde fue a reponerse de la tisis que pedecía. Son un excelente ejemplo de prosa poética. Describen, con prosa justa y limpia, los alrededores del monasterio y alguna leyenda de las aldeas vecinas. Desbordan vitalidad y encanto.
POESÍA REGIONAL DE LA ÉPOCA DE LA RESTAURACIÓN (1874-1902)
Poetas posrománticos o “poetas de la Restauración”.
Ramón de Campoamor (1817-1901)
VIDA
Nació en Navia (Asturias) y murió en Madrid. Su padre era un humilde campesino que se había casado con rica propietaria de tierras.
Estudió Filosofía en Santiago de Compostela y Matemáticas en Madrid, aunque no llegó a terminar ninguna de estas carreras. Pasó, entonces, a estudiar Medicina en la Universidad de Madrid, pero acabó abandonando también estos estudios porque no podía soportar la visión de los cadáveres.
Intelectual de pensamiento conservador, perteneció al grupo de los llamados moderados, fue gobernador de Asturias, Alicante y Valencia, y llegó a consejero de Estado con Isabel II (1833-1868). Defendió con ardor la monarquía y a la reina Isabel II, y llegó batirse en duelo con un marino español que era partidario de la República.
Fue elegido miembro de la Real Academia en 1861, pero rechazó, en su modestia, otros honores (por ejemplo, ser coronado con laurel por el joven poeta Rubén Darío).
OBRA
Campoamor fue uno de los poetas más populares de la segunda mitad del siglo XIX, cuyos versos reflejan el paso desde el Romanticismo hasta el Realismo. Poeta de máximas filosóficas populares, su novedad consiste en dar valor a la poesía de lo cotidiano. Para Campoamor su poesía sólo se diferenciaba de la prosa por el ritmo, ya que el lenguaje que utilizaba era el mismo que usaba la gente de la calle en su expresión habitual. En sus composiciones cortas recurre al proverbio popular y recupera la tradición del epigrama.
«Uno de los más graves errores de Campoamor fue su desdén por la forma poética. «Sintiéndome antipático el arte por el arte –decía–, ha sido mi constante empeño el de expresar ésta en el lenguaje común». En el fondo de todo ello había una sana aversión a la retórica y el deseo de inaugurar una poesía desprovista de la pompa verbal del estilo romántico; pero Campoamor, con un desconocimiento absoluto de los valores estéticos del verso, se contentó con dar a la expresión un tono de llaneza prosaica. Por eso sus composiciones carecen de color y de música y son, desde el punto de vista formal, un prodigio de ramplonería.» (J. García López)
«Campoamor fue el eco, en verso, de toda una sociedad; como retrato, nada mejor que los verbos pobres y premiosos de aquellos tres géneros típicos; entre ellos, como no vamos a negar el gran talento del autor, escapa entre lo prosaico un cuadro epigramático, amargo o pintoresco, o bellamente cursi, que queda fijo, más allá de su gusto y su crítica; pero especialmente era de su tiempo, y el tiempo, en calidad poética, era de lo más pobre que puede darse en cualquier época y país. Prefirió la evasión creadora de Bécquer, o el aprendizaje paciente de Núñez, el triunfo fácil de ponerse al tanto de una sociedad; o mejor por ser el resultado de ésta escribió en la forma suya. De todas maneras, aunque con todos los distingos y negaciones, ser un retrato íntegro de un período histórico es un mérito grande, aunque no lo sea líricamente, y éste debe concederse íntegramente al autor de las Humoradas; de las Doloras y de los Pequeños poemas.» (A. Valbuena Prat, o. cit., p. 258)
«El personaje predilecto de Campoamor es la mujer, y a ellas se dirige directamente por su nombre como a personas conocidas, unas veces para ensalzarlas por sus virtudes, otras para hacerlas objeto de la sátira. Con excepción de la madre y de la niña, Campoamor encuentra siempre algo que decir contra el sexo femenino, aunque con bonachona ironía. Así en Dogma inédito, propuesto en un concilio que se exceptuase a las mujeres de las penas del infierno:
Muy bien –dijo el presidente–
queda este dogma aceptado;
mas se dejará archivado
y oculto perpetuamente.
¿Qué paz, orden ni gobierno
podría en el mundo haber
si supiese la mujer
que para ella no hay infierno?
En Moras y cristianas presente Campoamor sumariamente dos extremos de la naturaleza femenina:
que más de una mujer, como la mora,
es un ser celestial cuando es esclava
y una loca de atar cuando es señora.
Nada de estos suena ciertamente a romántico. Como tampoco el concepto que tiene Campoamor del poeta en la dolora Poetas y filósofos. A la figura satánica y desesperada que trazó Espronceda, o a la melancólica y fúnebre de Avellaneda, sucede ahora la de un cantor optimista de la hermosa naturaleza, en contraste, por si fuera poco, con la del filósofo, incapaz de ver en la vida sino males y tristeza.
Habla el poeta: ¡Oh vida encantadora!
Ved qué cosas tan bellas:
luz de sol, luz de luna, luz de aurora,
flores, mujeres, pájaros y estrella.
Y el filósofo dice: ¡Oh triste vida,
gozo en aborrecerte,
pues me ofreces los males sin medida:
hastío, enfermedad, vejez y muerte!
El arte de trivializar pocas veces habrá encontrado expresión más cabal que en las poesías de Campoamor.» (Llorens 1979: 565-566)
Una mujer generosa (1837)
Comedia en dos actos.
Ternezas y flores (1840)
Son poemas no muy originales, influidos de lleno por los gustos románticos que dominaban en dicho período.
Ayes del alma (1842)
Fábulas morales y políticas (1845)
Muestran su particular deseo de moralizar a la sociedad por medio de la literatura.
Doloras (1846)
Doloras es un nombre inventado por Campoamor para designar poemas muy breves que cuentan una anécdota muy simple. Sentencias en verso en las que se transmite un mensaje moral didáctico, mezcla de humor y sentimentalismo, cuyos temas narran pequeños dramas cotidianos y encierran un pensamiento filosófico escéptico.
Las doloras más célebres son "El gaitero de Gijón", "¡Quién supiera escribir!" y "¡Pobre Carolina mía!".
«La poesía sentenciosa y epigramática que tanto distinguió a Campoamor tiene su expresión en las Doloras. Poemas muy breves, derivados de la fábula, con la diferencia de que aquí, manteniéndose la moraleja final en muchos casos, no son los animales los que hablan sino las personas. Hombres o mujeres, en su juventud o en su vejez, diciendo la verdad o la mentira, pecadores o virtuosos; la lección moral se funda en el contraste.» (Llorens 1979: 565)
Colón (1853)
Poema extenso en dieciséis cantos y octavas reales. El asunto desborda con mucho la narración del viaje del descubrimiento de América. Campoamor pone el memorable acontecimiento en relación con un vasto contexto de la historia de España y de la historia universal y con los designios de las Providencia divina.
El drama universal (1869)
Poema extenso, de gran ambición, en el que Campoamor quiso “abarcar en una síntesis general todas las pasiones humanas y todas las realidades de la vida”.
Pequeños poemas (1872-1894)
Obra formada por 31 composiciones, entre las que figuran algunos poemas de mayor amplitud, que constituyen la parte más recordada de su obra, como "El tren expreso", "Las tres rosas" y "Los buenos y los sabios". En estas obras alternan la ironía escéptica y un sentimentalismo trivial.
Humoradas (1886-1888)
Composiciones breves de carácter cómico-sentimental, un libro formado por poemillas muy cortos que basaban su eficacia en su gracia y ligereza.
“¿Qué es humorada? Un rasgo intencionado. -¿Y dolora? Una humorada convertida en drama. -¿Y pequeño poema? Una dolora amplificada.” (Campoamor)
Las humoradas son pequeños poemas escritos para álbumes y abanicos de sus amigas. Uno de ellos dice:
En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira.
Gaspar Núñez de Arce (1834-1903)
VIDA
Nació en Valladolid y fallecido en Madrid. Su vida transcurrió entre Valladolid, Madrid y Toledo. De joven comenzó a prepararse para el ministerio sacerdotal, que pronto abandonó por falta de vocación. Pronto despertó en él su vocación literaria y su interés por la política.
Una grave deformación torácica hizo de él un muchacho triste e introvertido.
Desplegó una fecunda actividad política dentro de las filas del liberalismo y estuvo afiliado al Partido Progresista, en el que militaron tantas otras voces precipuas del Romanticismo literario español. Sus preocupaciones sociales fueron hondas y sinceras. Su ardoroso ímpetu político le acarreó la detención y el encarcelamiento a los veinte años de edad.
Se afilió a la Unión Liberal del general Carlos O'Donnell y fue elegido diputado por Logroño y luego por su Valladolid natal. Fue gobernador civil de Barcelona.
Fue diputado en Cortes durante el período de la Restauración, consejero de Estado (1871-1874) y secretario general de la Presidencia (1872).
En 1874 fue designado para ocupar un sillón en la Real Academia Española.
En 1883 coronó su carrera política como ministro de Ultramar en el gobierno presidido por Práxedes Mateo Sagasta, en cuyo Partido Liberal militaba desde hacía ya varios años. Terminó presidiendo las sesiones del Consejo de Estado (1888).
OBRA
Cultivó la poesía filosófica de ampuloso aliento declamatorio en la que palpita el escepticismo y las inquietudes cívicas del hombre decimonónico. Su estilo retórico, pronto tachado de rancio y caduco, gozó de un enorme prestigio literario entre sus contemporáneos, que le convirtieron en uno de los poetas más conocidos y laureados de su época.
Una de las intuiciones encomiables en su obra fue la de haber dejado patente el desgaste de la estética romántica y la de haber introducido los primeros atisbos del parnasianismo en la lírica hispana (movimiento artístico que siguió al romanticismo dentro de la poesía francesa). Intentó asimilar las corrientes innovadoras parnesianas, aunque tal vez le sorprendieron ya demasiado maduro y asentado en su propio estilo.
Característica de su poesía es el predominio de lo sentimental sobre lo racional, de las sensaciones sobre los conceptos: “los poetas... no deben escribir para ser explicados, sino para ser sentidos.”
La jota aragonesa
Obra de teatro.
Herir en la sombra
Obra de teatro.
Recuerdos de la guerra de África (1860)
Crónicas como corresponsal de guerra en el conflicto que sostenía el ejército español en territorio africano.
Deudas de la honra (1863)
Teatro arcaizante y moralizado.
Quien debe paga (1867)
Teatro arcaizante y moralizado.
El haz de leña (1872)
Dentro de su producción dramática, escasamente original, su obra más interesante es este drama histórico, basado en la peripecia del malogrado príncipe don Carlos, hijo de Felipe II (1527-1598) y María de Portugal, hija del rey portugués Juan III y de Catalina (hermana del emperador Carlos V, rey de España como Carlos I). El príncipe Carlos de Austria murió en 1568. Había sido arrestado debido a sus contactos con los miembros de una presunta conjura sucesoria promovida contra Felipe II por parte de la nobleza.
Esta obra causó honda impresión en los escenarios madrileños de la época. Es una obra algo melodramática, pero más cercana a la realidad histórica que la obra de Friedrich von Schiller (1759-1805).
Justicia providencial (1872)
Teatro arcaizante y moralizado.
Gritos del Combate (1875)
Primera recopilación de sus poemas. Obra en la que combina el verso lírico y la prosa poética para reflejar, con patetismo, los principales acontecimientos sociales y políticos tras el período posrevolucionario.
Es tal vez su libro poético más famoso, contiene las composiciones «A Darwin», «A Voltaire», «La duda», «Tristeza» y «El miserere», de las más famosas del autor.
Raimundo Lulio (1875)
Sobre el gran escritor medieval.
La última lamentación de Lord Byron (1879)
Colección de poemas que intentan dilucidar una serie de cuestiones filosófico-morales, reproduciendo el estilo y las tribulaciones internas del poeta inglés. Es una desengañada meditación del poeta inglés.
Obras dramáticas (1879)
Recopilación de sus piezas teatrales.
El vértigo (1879)
Leyenda en torno al tema del remordimiento. Largo poema considerado unánimemente por la crítica como uno de sus textos más apegados a la estela del primer romanticismo. Escrito con las miras puestas en el pasado legendario medieval. Este largo poema gozó de tal popularidad y difusión a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Hernán el Lobo (1879)
Poema que nunca llegó a quedar concluido.
Un idilio (1879)
Poema basado en la bella novela romántica María (1867) del colombiano Jorge Isaacs (1837-1895), la novela más popular, imitada y leída de Latinoamérica sólo superada, según la crítica, por Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
La selva oscura (1879)
En esta composición alegórica el autor poetizó su encuentro con Dante.
La visión de Fray Martín (1880)
Composición basada en teólogo y reformador religioso alemán Martín Lutero (1483-1546). Tiene como tema central la duda, uno de los temas recurrentes en la poesía de Núñez de Arce, y las luchas íntimas de Lutero.
Elegía a la memoria de Alejandro Herculano (1882)
La pesca (1884)
Se declara un gran amante y observador de la naturaleza.
Maruja (1886)
En estas dos últimas composiciones se aprecia la evolución del poeta hacia temas y contenidos característicos del costumbrismo. Es una obra de inspiración sentimental.
Poemas (1894)
Selección de los versos de Gaspar Núñez de Arce, editada por don Marcelino Menéndez y Pelayo, quien escribió un magnífico estudio introductorio.
Poemas cortos (1895)
Reúne aquellas composiciones del poeta que, por su brevedad, no habían sido publicadas en formato de libro ni incluidas en otras ediciones de su obra poética.
Sursum corda (1903)
Nueva colección de poemas que no aporta ninguna novedad substancial a una poesía que, en pleno triunfo del modernismo literario, se antojaba caduca y trasnochada.
Rosalía de Castro (1837-1885)
VIDA
Nació en Santiago de Compostela y murió en Padrón (La Coruña). Aunque en su partida de nacimiento dice: hija de padres incógnitos, era hija natural de doña María Teresa de la Cruz de Castro y Abadía, una hidalga gallega venida a menos que, a los treinta y tres años de edad, dio a luz a la futura poetisa, fruto de sus relaciones secretas con un sacerdote, don José Martínez Viojo, quien encomendó su crianza a sus dos hermanas, doña Teresa y doña Josefa Martínez. La falta de padre y su condición de fruto de amores prohibidos influyó en su carácter y significó para la ella un trauma psíquico que arrastraría toda su vida.
A partir de 1852, Rosalía tuvo relación afectiva muy intensa con su madre, a la que Rosalía consideraba víctima de una relación amorosa: la mujer enamorada que resulta engañada por el hombre y discriminada por la injusta sociedad que la rodea.
Conoció la lengua gallega y la poesía popular a través de su nodriza. Se trasladó a Madrid en 1856 y allí conoce al historiador, periodista y crítico de arte Manuel Murguía, con el que se casó dos años más tarde y quien la puso en contacto con Bécquer y su círculo.
Tuvo siete hijos, de los que una hija nació muerta y un hijo murió jovencísimo de accidente, lo que sumió a Rosalía en un intenso pesar del que ya no se recuperaría durante el resto de su vida
Su salud fue delicada y su temperamento claramente depresivo. Desde 1874 vivió en Galicia, y murió de cáncer en 1885 en Padrón, La Coruña.
OBRA
La obra de Rosalía de Castro está escrita en gallego y castellano. Revitalizó la lengua gallega. Junto con Gustavo Adolfo Bécquer, Rosalía inició la poesía española moderna. Rosalía es la protagonista indiscutible, junto con Gustavo Adolfo Bécquer, del romanticismo tardío español. Su poesía lírica es muy cercana a la de Bécquer: pesimismo elegíaco y forma con Bécquer la pareja de grandes líricos que prolongan y depuran el romanticismo.
Rosalía representa el “alma” de Galicia, la morriña muy afín a la saudade portuguesa. Parte de sus poesías líricas están escritas en gallego. Su poesía se caracteriza por la expresión sencilla y un fuerte carácter simbólico. Rosalía de Castro es precursora del movimiento de renovación de la métrica española. Sus poemas suponen un punto de partida de la lírica moderna. Rompen con las formas métricas de su tiempo y presentan unas imágenes religiosas inquietantes y muy poco tradicionales.
Galicia sólo aparece episódicamente, aunque ciertas metáforas evocan realidades de su país que es preciso defender. Algunos de sus símbolos inspirarán a Antonio Machado. Juan Ramón Jiménez la sitúa entre los predecesores de la revolución poética iniciada por Rubén Darío. La crítica actual subraya su feminismo pionero.
Sus novelas están muy por debajo de su poesía. En ellas destacan los elementos fantasiosos y poco usuales en la narrativa de su época.
“Hoy ya no nos asombra que los versos de Rosalía de Castro pasasen casi inadvertidos en el momento de su aparición; el atormentado y desnudo lirismo de En las orillas del Sar estaba necesariamente condenado al fracaso en una época en que los poetas «oficiales» eran Campoamor y Núñez de Arce. Por eso, fue necesario que pasasen muchos años para que los críticos –Azorín en primer lugar– fijasen su atención en la mejor poetisa de la literatura española.” (J. García López)
La Flor (1857)
Es su obra primeriza y no deja de ser un mero ejercicio de estilo en el que la escritora gallega recurre a todos los tópicos románticos de su época y deja ver las acusadas influencias de otros autores consagrados, principalmente Espronceda.
La hija del mar (1859)
Es su primera novela, un folletín romántico en el que Rosalía plasmó el concepto que tenía del amor con poco más de veinte años de edad, envuelto en una compleja trama argumental que refleja el conflicto amoroso entre dos mujeres -madre e hija- y un hombre que acaba decantándose por la más joven. La obra tiene interés por los datos autobiográficos que la autora vertió en esta obra.
Flavio (1861)
Novela sobre la imposibilidad del amor.
A mi madre (1863)
Breve colección de poemas escritos en castellano y dedicados a la muerte de su madre, doña María Teresa de la Cruz de Castro y Abadía.
Cantares gallegos (1863)
Canciones populares de honda nostalgia. Describe el paisaje y los motivos capitales de la vida rural de su tierra: los amores de la aldea, las romerías, la melancólica «morriña» del campesino, obligado por la miseria a emigrar a Castilla. Esta obra, escrita en gallego, la hace precursora del Rexurdimento cultural de Galicia, junto a Manuel Curros Enríquez (1851-1908) y Eduardo Pondal (1835-1917).
El libro tiene notables reminiscencias de la antigua lírica galaico-portuguesa, de origen provenzal, con notables innovaciones métricas, y protesta contra el centralismo castellano y la vida miserable del campesino gallego que le obliga a emigrar.
Es un libro en el que, por primera vez, asoma una Rosalía de Castro alegre y optimista, decidida a contar al mundo las bellezas de su patria chica y las costumbres de sus paisanos. Este tono jovial, alegre y desenfadado no volverá a aparecer en la obra de la escritora gallega.
Ruinas (1866)
Novela costumbrista: un cuadro de costumbres de tendencia realista inspirada en seres reales del entorno socio-geográfico de la propia escritora.
El Cadiceño (1866)
Es una obra menor en la que Rosalía ridiculiza a los emigrantes gallegos que fingen adaptarse perfectamente a las circunstancias del lugar al que han ido a parar.
El caballero de las botas azules (1867)
Es su novela más ambiciosa: una mezcla de idealismo y realismo en la que los larguísimos diálogos y las pesadas digresiones solapan las virtudes narrativas de Rosalía. Con todo, esta novela supone un interesante documento biográfico a la hora de conocer el pensamiento de su autora acerca de la sociedad de su tiempo.
Follas Novas (1880)
Poemario excepcional y de intensa emoción escrito en gallego. Ve el mundo como adversidad y la existencia humana como un valle de lágrimas. Esta obra está considerada por la crítica como lo mejor de toda la poesía gallega.
Refleja los dos temas fundamentales de su obra: su visión subjetiva del mundo y su preocupación por los problemas sociales de sus paisanos. El libro muestra a la Rosalía más honda e intensa, replegada sobre sí misma y acuciada por el dolor, la desesperanza y la soledad.
El primer loco (1881)
En esta novela aparecen muchos de los temas y motivos de su poesía encarnados en la historia de un protagonista al que el rechazo de su amada conduce hasta la locura.
En las orillas del Sar (1884)
Es su tercer gran poemario y su única obra escrita en castellano, quizás porque creyó agotadas las posibilidades literarias del gallego. En esta obra el rasgo pesimista se acentúa. Aborda temas tan característicos de su poesía como la tristeza, la religiosidad y el mundo de las sombras, siempre ligados a una desesperada búsqueda del amor que sume a la autora en un constante desasosiego espiritual.
Esta colección de poemas está considerada como una de las mayores aportaciones a la lírica española de todos los tiempos.
ROSALÍA DE CASTRO Y LA MORRIÑA
«Sobre nuestra Rosalía, recién nacida, el rostro maternal sólo demoró muy breve tiempo. Nuestra gran poetisa era una niña abandonada o semiabandonada. Otras sonrisas que no fueron las maternas modelaron el desarrollo de esos sectores de su ser de los que depende el contacto emocional con el mundo en torno. Nuestra Rosalía estaba pues destinada a convertirse, como Goldmund, como el Crisóstomo de Hesse, en un vagabundo. La impresión más justa con la que puede resumirse la totalidad, el conjunto de sus poesías es ésta: Son un gran vagabundaje, un merodeo en busca del rostro maternal, en busca de esa insaciada imagen arquetípica de la Madre, que es decisiva en la vida de todo hombre. Es cierto que, años más tarde, pudo confrontar esta imagen –quizás entrevista pasajeramente en visitas breves que su madre hacía a la aldea que la había recogido– con la auténtica maternal. Es posible también que quien para ello hizo de madre, dándole el pecho, interviniese en la construcción de esta interior imagen en forma mucho más poderosa que la de su propia madre. Por esto Rosalía no es una auténtica vagabunda, sino una vagabunda figurada.
Vagabunda por sus versos; va de un lado para otro buscando no sabe qué. El vagabundo no lo es porque ande, sino porque no sabe lo que busca: No es necesario ser un niño abandonado par sentir ese anhelo. [...]
¡Quérom’ire, quérom’ire!
para donde no-no sei.
Rosalía será una vagabunda en busca de su animus. No importa que no se lance a la aventura. Releed sus versos. Son una incesante busca, no se sabe de qué. Una fascinadora atracción por eso mismo que no se sabe.
Dend’aquí vexo un camiño
que no sei adonde vai
po-lo mismo que no sei
quixera o poder andas
[Desde aquí veo un camino
que no sé adónde va
por lo mismo que lo ignoro
quisiera poderlo andar]
Hay un acompañamiento que raras veces desaparece en el camino que el individuo a lo largo de su vida recorre: el de la recóndita propia intimidad. Es un supremo bálsamo para lo que los filósofos han descrito como “radical soledad” del hombre. Pero la soledad de Rosalía es radicalísima porque en el centro mismo de esta intimidad hay una ausencia. Esto es lo que va a decidir su incurable melancolía, pero también lo que va a permitirle comprender una estructura fundamental del ser que por su vagorosidad, por su carácter neblinoso y remoto se ha sustraído hasta hace muy poco tiempo a la investigación de los estudiosos. Rosalía es el poeta de la “morriña”, condensación peculiarmente gallega de una realidad ontológica de cardinal importancia en todo ser humano que es la nostalgia. [...]
Es interesante la definición que ha dado Kant de la morriña en su Anthropologie in pragmatischer Hinsicht: “El efecto debido a la nostalgia que desencadena el recuerdo de las imágenes de despreocupación y solidaridad cordial de los años juveniles, el cual va vinculado a los lugares en donde se gozaron las ingenuas alegrías de la vida. Pero en ulteriores visitas las esperanzas que en estos recuerdos habíamos puesto se ven defraudadas, con lo cual la nostalgia se cura, pensando que todo aquello se ha transformado, cuando en realidad lo que ha ocurrido es que ya no podemos llevar allí de nuevo nuestra juventud.”
El anhelo como algo que no se dirige a un objeto determinado, a un ser concreto, se diferencia del simple deseo, que es siempre un deseo de algo preciso. Pero el anhelo constituye la base difusa e indiferenciada, el “fundamento antropológico del deseo”. El enamorado destaca su deseo de las caricias de la amada como un contenido concreto inmerso dentro del anhelo que hacia ella le impulsa. O –como dice Kunz– el anhelo que nos lleva a las montañas puede recortarse y precisarse en el deseo definido de sumergir nuestras manos en el refrescante arroyuelo. El anhelo es, pues, para Kunz, un interior movimiento total del hombre existente hacia un algo que abarca esencialmente el mundo. Nada más fácil que imaginarnos cuáles pueden ser los deseos de los otros, pero es absurdo que pretendamos identificarnos con su íntimo anhelo. Puedo desear para mis amigos felicidad, dinero, salud, pero no puedo, por mucho que les quiera, tener su anhelo o su nostalgia.
Lo más central del humano anhelo es por esencia algo que nunca será satisfecho, y esto es lo que le confiere su carácter de incurable melancolía. En su análisis de la morriña Kunz ha sabido ver dos caracteres primordiales: primero, que parte de una vinculación afectiva, impulsiva, vital –biológica diríamos nosotros– y segundo, que se dirige a una vivencia primigenia del ser, la que únicamente puede comprenderse en forma simbólica y en su más amplio sentido, con el arquetipo de la Madre. Pero es menester aquí separar con limpieza este concepto de sus contaminaciones psicoanalíticas. Tierra, paisaje maternal, aldea nativa son, en efecto, figuraciones simbólicas del sen materno y, como tales, pueden encontrar una explicación de sentido dentro de la dinámica del subconsciente. Pero estamos ahora en otro terreno, en el antropológico.
El niño recién nacido forma una simbiosis entre su cerebro –formado todavía por capas muy primitivas– y el de su madre, desarrollado y adaptado al mundo de las cosas. Continúa así durante sus primeros años –años que si siguiera el ejemplo de los demás vivos debiera haber pasado dentro del útero materno– la simbiosis biológica rigurosa que mantenía con su madre antes de nacer. Poco a poco la parte más reciente de su corteza cerebral –el neopallium– va a entrar en funciones. Y al hacerlo tendrá que irse desprendiendo, primero de la simbiosis, luego del mundo mágico de la infancia (en el cual no hay diferencia entre el yo y el mundo en torno; todo es una misma cosa, mi subjetividad y el mundo que me rodea) y, al mismo tiempo, quedar esencialmente desprotegido. Camina así hacia lo que constituye el radical ser del hombre, que es sustituir esta protección del mundo mágico infantil por la que va a proporcionales su pensamiento, su inteligencia. Pero el pensar trae consigo el conocimiento de la esencial fugacidad del instante, de la “muerte potencial” que acompaña a todo acto discursivo. “El acto espiritual representa la constante irrupción de la muerte posible en la vida del hombre” (Kunz). Las posibilidades del dominio del mundo que el ejercicio de la inteligencia (de su neocortex) abre ante el hombre se desarrolla sobre un tácito y tremendo aprendizaje, el de su invalidez ante el paso del tiempo, ante la realidad de la muerte. Aprende así el hombre (aunque no lo haga de manera consciente) en la propia sustancia de su ser que él es “heimatlos”, apartida en el mundo (Bally), que a su naturaleza corresponde la radical soledad. Así se constituye, en la capa vital de la persona, el correlato de este concepto clave de la moderna filosofía existencial, que ya Pascal con su gran vuelo de águila intuyera: el de la trascendencia de la nada, del néant, en la constitución del espíritu del hombre. [...] Para Kunz en el puro se revela la muerte “posible”, la muerte potencial que subyace tras todo acto espiritual del hombre. De esta forma, al manifestarse en cada acto de la conciencia, la finitud de la vida humana aparece no como algo que éste puede representarse que va a ocurrir a su final; no como un sentimiento o una emoción religiosa, sino brotando constantemente en medio de la existencia. En este sentido debe entenderse la afirmación de Heidegger: “El espíritu es, como tal, finitud.”
Queda así, en la lontananza de toda vida humana es su infancia, el recuerdo de un paraíso. En el cual no había sujeto ni objeto, el mundo y nosotros éramos una misma cosa, una unidad; no existía el espíritu que nos hace hombres, ni la muerte potencial que en el espíritu va implícita. Tampoco era necesario adquirir una nueva seguridad por la razón, renunciando a la seguridad biológica de la simbiosis materna. La morriña –muerte pequeña– es la nostalgia, el anhelo de ese paraíso sin muerte. Un anhelo irrealizable con el que el hombre, en el último fondo de la estructura de su ser, se libera de la presencia inexorable de la “muerte potencial”. ¡Qué bien nos lo dice Rosalía!
Dios fixo esta encantada terra
para vivir e gozar
pequeno paraíso, est’é un remedo
d’o que perdeu Adán.
Esta nostalgia de un paraíso perdido no es ni consciente ni inconsciente, no es sólo vivencia emocional sino, trascendiendo de ella, figura en el centro mismo de la existencia humana, constitutivamente integrada al ser del hombre. En segundo lugar, no es sólo nostalgia, anhelo de una primera situación del ser en la simbiosis maternal sino, fundamentalmente, anhelo, vivencia, de una primigenia seguridad. Se muere de saudade, de morriña, por saberse constitutivamente, como hombre, desterrado de esta seguridad, en la que no se moría. Es, por tanto, la saudade una expresión biológico-afectiva de este –ser-arrojado-en-el-mundo, de este esencial desamparo que como profundamente cantó Rilke es lo único que en último término protege al hombre. [...]
El hombre no sólo vive en cada acto de su espíritu la manifestación “nadizante” (reveladora de la nada) de la “muerte potencial”, sino también el sentimiento de su incompletitud. Hubo un momento en que era completo, formaba una radiante unidad, en la que en su “sí mismo”, el centro de su ser, no necesitaba ser egolátrico, absorbente, narcisista. Durante toda su existencia va a perseguir este sueño. Salir de sí mismo a través de los demás, a través del prójimo, hacia una nueva unidad, la que Jung llama el “sí mismo”, la integración armónica de todas las posibilidades del hombre.
En la morriña estos tres componentes: versión hacia la madre, anhelo de la seguridad primigenia, nostalgia de nuestra unidad última, están dadas en profunda e indesentrañable coherencia. Por ello la nostalgia, la morriña, plena de su esencial sentido de sempiterna insatisfacción, irradia desde su centro en derivaciones como el anhelo de la felicidad, el de la muerte o el de la lejanía.
Lejanía y saudade van esencialmente unidas. Al principio el niño forma con su mundo una unidad en cuya textura no hay mundo interior ni mundo exterior. Todo es lo mismo: naturaleza e intimidad del yo. Poco a poco, la “formalización” cerebral (en el sentido que le da Zubiri) va abriendo ante el rapaz el mundo de los objetos. Juega con ellos, con lo que más adelante serán los utensilios de su trabajo. Descubre el mundo de las cosas y con él, el pensamiento. Con el pensamiento la muerte potencial. Pero este mundo de objetos no ha hecho más que interponerse entre lo que a su vez va descubriendo como su yo, como su “sí mismo”, su propia imagen y un remoto horizonte que cada vez se va aleando más, en el que queda, como un jirón azul, apenas perceptible, el resto de su mundo maternal.
Piensan habitualmente los filósofos y los psicólogos que el mundo mágico de la infancia, sin límites entre lo objetivo y lo subjetivo, es brutalmente sustituido por el mundo de la realidad objetiva, al que se contrapone el sujeto, descubriéndose a sí mismo como “otro mundo diferente”. Pero lo cierto es que este mundo objetivo, el “mundo de la realidad”, lo que lleva a cabo es una gigantesca dislaceración en la unidad primigenia del mundo pre-lógico infantil en el que se confundían sueño y realidad, yo y el mundo en torno. El mundo objetivo, real, se interpone, se incrusta como un gigantesco cuerpo extraño en la tierna estructura primaria. En consecuencia, una fina cutícula residual envuelve siempre al mundo de la realidad, tal como es visto desde el sujeto guardándole como una máscara. Es el horizonte azul, la lejanía. Kunz descubre agudamente que “la vinculación a la madre es la condición ontogénica de la receptibilidad para la lejanía””. El Eros de la lejanía, la fruición de la lejanía se alimenta por la vinculación a lo maternal. Este anhelo hacia la madre traduce la nostalgia de ese instante en que la vida humana –desde el punto de vista biológico y antropológico– se ha aproximado (como una curva a su asíntota) a la situación ideal de la simbiosis madre-niño. La extrema proximidad se ha vuelto ahora extrema lejanía: la confortadora lejanía del horizonte, de la cumbre azul, del remoto recuerdo, del ensueño.» (Juan Rof Carballo: Entre el silencio y la palabra. Madrid: Aguilar, 1960, p. 202-224)
POESÍA REGIONAL DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX
A finales del siglo XIX no faltan en la poesía rasgos de costumbrismo regional paralelos a los de la novela realista. Los más típicos representantes de esta modalidad son de principios del siglo XX, coincidiendo con las nuevas tendencias modernistas, pero siguen vinculados al sentir estético de la época del realismo del siglo XIX.
Vicente Medina representa a Murcia en la poesía regional, como Querol a Valencia, Rueda a Andalucía, y Gabriel y Galán a Castilla.
Vicente Medina Tomás (1866-1937)
Poeta y dramaturgo español y uno de los símbolos de la identidad regional murciana. Su principal obra, Aires Murcianos (1898), se convirtió en un trabajo de referencia del costumbrismo sentimental y de denuncia social, alabado por literatos como Azorín. Hoy día es considerado el mejor autor en lenguaje tradicional murciano.
Vicente Wenceslao Querol Camps (1836-1889)
Poeta vinculado al realismo. Sus poesías están reunidas en Rimas (1877 y 1891), a las que hay que añadir las Poesías desconocidas. El estilo de Querol tiende un tanto a la retórica clasicista, pero tuvo entre sus admiradores a Miguel de Unamuno, cuyos poemas hogareños le deben no poco.
Salvador Rueda Santos (1857-1933)
Fue precursor español del Modernismo. Son las principales características de su poesía la intensidad pictórica de su colorido y la nota de musicalidad, conseguida por medio de nuevos ritmos y originales combinaciones de inusitadas estrofas. Los temas son muy variados, pero entre ellos destacan los que se refieren al mundo de la naturaleza y la meridional geografía andaluza, que el poeta describe con brillantez.
Su obra poética se inició en 1880 con Renglones cortos 1883 y siguió con Noventa estrofas, prologado por Núñez de Arce, y con Cuadros de Andalucía, del mismo año. Clarín, Darío y Unamuno prologaron, respectivamente, tres de sus libros principales: Cantos de la vendimia (1891), En tropel (1892) y Fuente de salud (1906).
José María Gabriel y Galán (1870-1905)
VIDA
José María Gabriel y Galán nació en Frades de la Sierra, pequeño pueblo de la provincia de Salamanca. Sus padres se dedicaban al cultivo de la tierra y la ganadería en terrenos de su propiedad.
A los 15 años se traslada a la capital, Salamanca, donde prosigue sus estudios. En 1888 obtiene el título de maestro de escuela y es destinado al pueblo de Guijuelo, distante 20 Km. de su pueblo natal. Tras una breve estancia en Madrid, Después, su nuevo destino de maestro de escuela es a Piedrahita, (Ávila). Era un muchacho triste, melancólico y muy sensible. De convicciones profundamente religiosas recibidas de su madre, doña Bernarda.
De su monótona vida de soledad y tristeza vino a sacarle el enamoramiento con Desideria. Se casa, abandona su profesión de maestro y se encarga de la administración de la gran dehesa El Tejar en un pueblo de Cáceres, propiedad del tío de Desideria. En la tranquilidad del campo se dedica a escribir poesía que retrata la vida de los humildes labriegos y de los amoríos entre pastores y zagalas.
El nacimiento de su hijo le inspira su famoso El Cristu benditu con el que inicia su obra Extremeñas, en la que emplea la lengua vernácula, “el castúo”.
Concurre a los juegos florales convocados por la universidad de Salamanca con su poesía El ama. El jurado está presidido por el rector de la universidad, Miguel de Unamuno.
Muere a la edad de 35 años no cumplidos, a consecuencia de una pulmonía mal curada.
OBRA
Su obra poética se aparta del modernismo, siendo conservadora en estructura y temática: defiende la tradición, la familia, la estirpe, el dogma católico o la descansada vida campestre. Y además es rica en palabras en desuso que nos transmiten usos y costumbres de una época pasada. Toda la poesía de Gabriel y Galán se desenvuelve en una atmósfera campesina y rural. Canta la belleza del alma sencilla de los campesinos extremeños y salmantinos.
Su extensa y valiosa obra es de una excelente y sublime sencillez, con la utilización de palabras y frases exenta de artificiales filigranas y sofisticaciones, una poesía popular de alta sonoridad y cuidada rima.
Su métrica va del hexasílabo al hexadecasílabo. Sus estrofas más usadas son el romance, la cuarteta, la redondilla, la quintilla, la sextilla y el serventesio.
“Las poesías de Gabriel y Galán, después de su fugaz éxito, han sido muy discutidas y se les ha reprochado sentimentalismo y visión demasiado rural o casera del arte y de las cosas, defectos en cierto modo innegables. No obstante, hay en ellas cualidades que harían injusta una desvalorización total; en primer lugar, la visión emocionada del campo castellano y extremeño, del cual nos habla el autor en robustas descripciones dotadas de verdadero lirismo; y en segundo término, el fondo honrado y sincero de sus sentimientos, que no por expresarse a veces en forma superficial o con resabios retóricos de la época romántica, deja de ser auténtico.” (José García López)
El ama
El poeta plasma con gran hondura poética, todos los vivos recuerdos que guardaba de su madre, muerta años antes, una recia mujer de Castilla que le animó en sus comienzos literarios.
Castellanas (1902)
Contiene El Ama, poesía que le dio a conocer y que es quizás la más lograda.
Extremeñas (1902)
Incluye su conocida composición El Cristu benditu, escrita con motivo del nacimiento de su primer hijo.
Campesinas (1904)
Nuevas castellanas (1905)
Religiosas (1906)
Cuentos y poesías
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