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Poesía del Romanticismo español

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Poesía del Romanticismo español

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José de Espronceda y Delgado (1808-1842)

Carolina Coronado (1823-1911)

Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873)

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Ruptura total con la tradición neoclásica. Lo mejor de la producción en verso del Romanticismo español se halla en el campo de la poesía narrativa y en el de la expresión musical de lo plástico: relato animado y dramático, pintura viva de la realidad. Algunos poetas se orientan más a lo íntimo, como Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro.

Los poetas de fines del siglo XVIII y principios del XIX ya habían ido adoptando elementos de tipo prerromántico como color, exotismo, vibración sentimental, pero sin abandonar los principios estéticos del estilo neoclásico: corrección, sencillez, buen gusto. Ahora los románticos rompen con la tradición neoclásica, aunque mantienen ciertos resabios estilísticos del neoclasicismo.

En cuanto a la métrica, los poetas románticos proceden con libertad absoluta: inventan ritmos, rehabilitar estrofas.

En cuanto a los temas, se olvidan de los motivos bucólicos y mitológicos del siglo anterior y dirigen su atención a la historia y a las leyendas nacionales, o a la exposición de los estados anímicos del poeta.

En cuanto al estilo, la poesía romántica sustituye las nociones neoclásicas de armonía y atildamiento por las de vehemencia, expresividad y energía.

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José de Espronceda y Delgado (1808-1842)

VIDA

José Ignacio Javier Oriol Encarnación de Espronceda y Delgado nació en Pajares de la Vega, cerca de Almendralejo (Badajoz), el año de la invasión napoleónica (1808) y murió en Madrid. Su breve vida (treinta y tres años) está profundamente marcada por los acontecimientos políticos que sacudieron a España en el primer tercio del siglo XIX y que comenzaron con la Guerra de la Independencia (1808-1814). Su padre era militar.

Muestra un temperamento impulsivo de joven. Siendo aún muchacho (1823) ya preside la sociedad secreta "Los Numantinos" (1823-1825), para vengar la muerte de Rafael del Riego, ejecutado en 1823 por haber combatido contra las tropas enviadas por la Santa Alianza para restaurar el absolutismo en la persona del Rey (los llamados Cien Mil Hijos de San Luis). Esta sociedad secreta imitaba también a las numerosas sociedades secretas, de carácter más o menos masónico, que proliferaban en Madrid al amparo del gobierno liberal. Bajo el absolutismo de Fernando VII (1784-1833), la sociedad fue denunciada y sus integrantes condenados a reclusión en un convento de Guadalajara. Espronceda decidió  exiliarse a Lisboa en 1827, en busca de aventuras. Allí se enamora de la famosa Teresa Mancha, hija del coronel liberal emigrado Epifanio Mancha. La sigue a Londres donde vivió gracias a la pensión que el gobierno inglés daba a los emigrados españoles y al dinero que su familia le hacía llegar.

Por orden de sus padres, partió en 1828 hacia París, donde se encontraba en 1829, de nuevo sometido a la vigilancia policial. Toma parte activa en las barricadas de París, en la revolución de julio de 1830. Entró en España con una expedición de revolucionarios y participó en un fracasado complot contra el régimen absolutista de Fernando VII. Fijó su residencia en Burdeos en 1831 por orden de la policía francesa.

Teresa Mancha se casó por orden de su padre con un comerciante llamado Guillermo del Amo. En 1833, Espronceda encuentra a Teresa, ya casada, en París y regresa con ella a España junto con otros liberales tras la muerte de Fernando VII en 1833. Parece que el poeta la raptó y la convirtió en su amante. Sobre esto se creó toda una leyenda alimentada por el propio poeta en su "Canto a Teresa".

Regresó a España en 1833, cuando se concede amnistía a los liberales, e ingresó en el Cuerpo de Guardias de la Real Persona, del que fue expulsado al poco tiempo y desterrado a Cuellar. En 1836, Teresa le abandona. Más tarde (1839) la encuentra por azar de cuerpo presente. A Teresa dedica su famoso Canto a Teresa, en el que volcó en apasionados versos su arrepentimiento. Desde entonces y hasta su muerte arrastró una vida miserable.

Se alistó en la Milicia Nacional y fue detenido poco después, acusado de participar en una conspiración organizada por Aviraneta. Estas detenciones y destierro se explican por su pertenencia al ala exaltada de los liberales, contraria a la moderada que había alcanzado el poder. De nuevo es desterrado, esta vez sólo de la corte.

En 1842, fue elegido diputado a Cortes por el Partido Progresista, donde dio muestras de una excelente formación política.

Muere de “garrotillo” (difteria) ese mismo año, cuando contaba solamente 34 años y estaba para casarse con Bernarda de Beruete.

Así retrata Zorrilla a Espronceda:

«La cabeza de Espronceda rebosaba carácter y originalidad. Su cara, pálida por la enfermedad, estaba coronada por una cabellera negra, rizada y sedosa, dividida por una raya casi en medio de la cabeza y ahuecada por ambos lados sobre las orejas, pequeñas y finas, cuyos lóbulos inferiores asomaban en rizos. Sus cejas, negras, finas, y rectas, doselaban sus ojos límpidos e inquietos, resguardados por riquísimas pestañas; el perfil de su nariz no era muy correcto... Su mirada era franca, y su risa, pronta y frecuente, no rompía jamás en descompuesta carcajada.» (cita Navas-Ruiz 1973: 167)

«Desde su adolescencia hemos visto a Espronceda tomar parte en la vida política. Durante le emigración combatió en las barricadas de París y en los Pirineos, hablé en reuniones políticas y dejó testimonio poético de las actividades de sus compañeros y de las propias. En España fue detenido y desterrado, justificadamente o no, por conspirador, fundó con otros un periódico, El Siglo, en que colaboró, y siguió escribiendo después sobre temas políticos, cuando no puso su firma en documentos de la misma naturaleza; murió siendo diputado a Cortes.» (Llorens 1979: 476-477)

OBRA

Espronceda es el poeta de la desesperación y del entusiasmo. Su obra trasluce un temperamento vital, pronto a reaccionar ante cualquier estímulo doloroso o placentero. Aunque escribe que “sólo en la paz de los sepulcros creo”, vibra ante todo lo que signifique exaltación impetuosa de la vida.

A pesar de sus intentos novelísticos y dramáticos, Espronceda es, básicamente, un poeta. Espronceda es con Larra la figura más representativa de la corriente romántica en España. Su vida y obra personifican el espíritu independiente y anarquizante del romanticismo clásico.

«Las obras de teatro de Espronceda y los artículos con que colaboró en varios periódicos son decepcionantes. Tenía muy poca habilidad para presentar un conflicto y confundía los efectos terroríficos con los dramáticos.» (Shaw, Donald L.: Historia de la literatura española. El siglo XIX. Barcelona: Ariel, 81983, p. 46-47)

Sus primeras obras, están escritas dentro del estilo del Neoclasicismo, según la escuela de Lista. Las composiciones escritas a partir de la emigración van adquiriendo cada vez más el carácter romántico. A partir de 1830 encuentra un nuevo lenguaje, influido por la lectura de Ossian, el falso bardo y guerrero gaélico inventado y dado a conocer por el poeta escocés James Macpherson.

Espronceda es el poeta más variado y completo de la generación romántica. Su fuerza es la musicalidad, el vigor plástico y la potente imaginación. Su poesía es una violenta protesta contra el conservadurismo de la sociedad en la que le tocó vivir y contra la vida misma.

Su obra está poco depurada y es a menudo excesivamente efectista, defectos típicos del gusto de la época, sin embargo fue Espronceda un poeta de potente imaginación, de gran vigor plástico y de rotunda musicalidad en sus estrofas.

Tras sus primeros tanteos neoclásicos como Serenata, El pescador, Himno al sol, Espronceda encuentra en el Romanticismo el estilo y los temas más adecuados a sus sentimientos: violenta protesta contra la sociedad y su conservadurismo, y hasta contra la vida misma. Personajes como el pirata, el cosaco, el mendigo, el verdugo, el condenado a muerte le sirven para poner de relieve la corrupción de la sociedad.

Espronceda quizás no alcance la intensidad lírica y la hondura de Keats, de Shelley, de Leopardi. Comparado con el Duque de Rivas vemos que éste le aventaja en pulcritud y forma. Zorrilla le aventaja en fluidez musical. Pero la obra de Espronceda tiene un alto interés por el nervio y vigor de su dicción poética.

«Byron y Espronceda coinciden en una serie de actitudes: ambos se muestran escépticos ante la explicación cristiana de la vida; pero Espronceda resulta menos intelectual y con menos interés en cuestiones teológicas. Ambos son pesimistas ante la vida, que desprecian: todo es mentira, todo es nada. Ambos son liberales, pero Espronceda más sinceramente. Ambos adoptan un tono filosófico y moral en oposición a los dogmas vigentes, lleno a veces de sutil humorismo. Ambos ofrecen algunas técnicas semejantes: expresión del yo, disgresiones en poemas extensos, plan desordenado.

Por lo demás, hay entre los dos diversas diferencias: Espronceda es un ardiente patriota; Byron critica a su país. Espronceda tiene un sentido social, que le lleva a reivindicar tipos populares y marginales; Byron es un aristócrata. A Espronceda no le interesaron los asuntos históricos ni Grecia como a Byron; Espronceda vence a Byron en armonía y lirismo, y Byron supera a Espronceda en profundidad de pensamiento y fuerza narrativa. Frente a estas conclusiones generales, básicamente ciertas, resultan muy discutibles y problemáticos los casos concretos en que Espronceda habría padecido el influjo de Byron.» (Navas-Ruiz 1973: 171)

El Pelayo (1827)

Poema épico en octavas reales, que dejó inacabado. Lo escribió alentado por su maestro, el erudito poeta sevillano Alberto Lista. Espronceda solo tocó algunos puntos de los dice cantos que Lista había imaginado, solo restan seis fragmentos inconexos con un total de ciento veintisiete octavas reales. Se perciben influencias de Ariosto, Tasso, la Biblia, la Numancia de Cervantes (escena del hambre) y algunos poetas del Siglo de Oro.

El poema tiene una estructura típicamente clásica: mezcla de momentos narrativos y descriptivos, de discursos y consideraciones morales. Pero algunas notas revelan sensibilidad romántica.

Sancho Saldaña o El castellano de Cuéllar (1834)

Es la única novela histórica de Espronceda. Destaca más por su estilo que por su originalidad. Revela la huella de Walter Scott.

La acción transcurre en tiempos de Sancho IV, el Bravo, y tiene como fondo las luchas de este con sus hermanastros. La acción se centra en torno a las rivalidades de Sancho Saldaña, partidario del rey, y el señor de Iscar, seguidor de los hermanos Lacerda. Destaca la sombría e imponente figura de Saldaña, el castellano de Cuellar, víctima de sus pasiones, enamorado locamente de Leonor de Iscar y perseguido por el furor de su despechada amante Zoraida, que en venganza asesina a esta.

Argumento: Sancho Saldaña, señor de Cuellar, que obedece al rey don Sancho de Castilla, solicita de don Jaime de Iscar, partidario de los infantes de la Cerda, la mano de su hija Leonor, pero recibe una tajante negativa. Entonces ordena a Roque el Velludo que se apodere de ella, y así lo hace este con su cuadrilla de bandoleros; pero antes de que pueda entregarla a Saldaña, una maga, en medio de gran tormenta, aparece misteriosamente como un fantasma y se lleva a Leonor, dejando a los bandidos aterrorizados. Hernando, hermano de Leonor, llega a saber que fue Saldaña quien la hizo robar. Lo desafía, se baten, quedan heridos y los dos son curados por la maga, que no es sino Elvira, hermana de Saldaña, que hace por aquellos lugares vida de anacoreta. Por fin el Velludo y los suyos sorprenden a Elvira y Leonor cuando se dirigían al castillo de Iscar y se las llevan al de Cuellar. Allí Sancho Saldaña intenta inútilmente ganarse el afecto de Leonor; pero en el castillo vive también Zoraida, la bella esclava judía cuyo delirante amor por Saldaña se transforma ahora en odio. Ya no piensa sino en vengarse, pero, acusada de brujería, la procesan y va a celebrarse el juicio de Dios que decidirá su suerte. Logra salvarse, mas al regresar a Cuélla, Saldaña la apuñala y la da por muerta. Al final Leonor accede a casarse con Saldaña para salvar a su hermano Hernando, condenado a muerte. En presencia de los reyes se celebra el solemne casamiento, pero cuando ya está a punto de terminar la ceremonia, aparece súbitamente Zoraida y mata a Leonor. Saldaña acaba ingresando en la Orden de la Trapa.

Se trata de una lucha feudal entre dos señores vecinos. El héroe, Sancho Saldaña, a quien al principio se toma por un bruto sin escrúpulos y sin fe, es en realidad un hombre torturado, dividido entre sus ambiciones, sus apetitos sexuales, su sentido de la moral y sus creencias religiosas. Otros personajes, como el aventurero Usdrobal y el bandido El Velludo, son también contradictorios en sus comportamientos y por lo tanto interesantes. Pero en esta obra los recursos son elementales, las peripecias perfectamente inverosímiles y las sorpresas demasiado frecuentes para ser admitidas por el lector actual.

El ambiente medieval está reconstruido con acierto y la vida íntima de un castillo está espléndidamente descrita. Espronceda suele intervenir en el relato aclarando puntos o comentando la diferencia de usos.

«Apenas existe el paisaje; pero es de notar que Espronceda sobresale, quizá siguiendo a Byron, al describir la naturaleza en sus momentos de agitación, como la tempestad que se produce durante el rapto de Leonor. En otro lugar, al salir Hernando en busca de su hermana, uno de sus acompañantes, que es poeta “contempla absorto a la luz de los relámpagos el trastorno sublime y la confusa belleza de la tempestad”.

Como otros novelistas históricos, Espronceda piensa en el presente al referir hechos pasados. Hay alguna estampa romántica, como cuando Leonor canta en la noche, y no faltan, intercaladas en la narración, algunas poesías que prueban una vez más que el verso de Espronceda es muy superior a su prosa. No parece haber discrepancia entre sus críticos al considerar que Sancho Saldaña, novela mediocre, padece notablemente porque no podemos leerla olvidando la obra poética del autor.» (Llorens 1979: 472-473)

Blanca de Borbón (escrita 1834 y editada póstumamente)

Tragedia en cinco actos y en verso nunca representada, ni impresa en vida del autor, que la debió escribir entre 1830 y 1831, retocándola en el curso de los años siguientes.

El tema fue tratado ya por Quintana y el duque de Rivas. Tiene como argumento la muerte de la infeliz reina por orden de su esposo, Pedro I, el Cruel, pese a los esfuerzos de Enrique por salvarla. En su desarrollo se nota la influencia de María Estuardo, de Schiller, y Ottavia, de Alfieri.

«Es decir, que fue compuesta en Francia cuando triunfaba en el teatro Victor Hugo y Dumas. Sin embargo, es una tragedia clasicista con algún ligero toque romántico –presentación nocturna de la maga, canción del trovador– tan superficial como los del Aben Humeya de Martínez de la Rosa.

El tema principal parece ser la reclusión y muerte, por orden de don Pedro de su mujer Blanca, repudiada y humillada, viendo su trono ocupado por la Padilla, amante del rey. Blanca, sin embargo, no es una verdadera heroína trágica porque no lucha contra su destino; figura angelical, aparece resignada desde el primer momento, y sufre más bien al verse condenada y despreciada por el rey, a quien sigue amando apasionadamente. En realidad es víctima de su fidelidad amorosa. Por eso rechaza a Enrique, hermano del rey, que enamorado de ella intenta sacarla de su prisión. La conspiración dirigida por Enrique para derrocar a Pedro, sin conseguirlo, completa la acción dramática.

Acción torpemente desarrollada y de escaso interés. Desde el principio se repiten las mismas o parecidas situaciones. Todo está presentado de un modo elemental, en blanco y negro, aunque no falta de cuando en cuando algún atisbo feliz.» (Llorens 1979: 469-470)

«Espronceda presenta un monarca amancebado, sanguinario, despótico, juguete de sus favoritos, pero valiente en la pelea y generoso con los enemigos. Blanca aparece libre de toda culpa, prototipo de mujer inocente y víctima de su propio destino. Los tipos más románticos son la maga, que odia a los cristianos, y su hijo, el moro Abenfarax, encarnación satánica y ejecutor del crimen. La aversión del autor al despotismo se manifiesta al declarar que Enrique se levanta contra Pedro para acabar con la tiranía.» (Navas-Ruiz 1973: 168)

Ni el tío ni el sobrino (1834)

Comedia en tres actos y en verso, escrita en colaboración con Antonio Ros de Olano. Intento del género teatral que fue un rotundo fracaso. No pasa de ser una más entre los miles de “comedias originales en tres actos” de aquella época.

Argumento: Una madre que se finge viuda de quien no fue su marido, aunque lleva el mismo nombre, trata de casar s su hija con un vejestorio de más de setenta, pero muy rico. Al final se presenta el supuesto marido y se descubren las trapisondas de una y otra fémina para atrapar al viejo.

«La obra, mal representada, no gustó al escaso público que asistió al estreno. A Larra le pareció “obra descolorida y falta de vida y movimiento”, sin plan meditado, de acción lánguida, con personajes femeninos sin matizar y recursos trillados. Y lo lamente “porque el diálogo es vivo, los versos buenos y lo cómico a menudo eficaz”. Nada más cierto.» (Llorens 1979: 473)

El pastor Clasiquino (1834)

Una sátira de los clasicistas.

La pata de palo (1835)

Se trata de un relato fantástico.

La canción del pirata (1835)

Composición breve que toma la figura del pirata como símbolo y apoteosis de la libertad. Composición influida por el Corsario de Lord Byron (1788-1824). En este brioso canto a la libertad se evidencia el individualismo anarquizante y byroniano del poeta: Que es mi barco mi tesoro, / que es mi Dios la libertad, / mi ley la fuerza y el viento, / mi única patria la mar...

Es de lo más conocido de su producción. A pesar de su discutida deuda con lord Byron, constituye el manifiesto lírico del romanticismo español con su intensa defensa de la libertad, la rebeldía religiosa, social y política. Este poema y otros ya conocidos se recogieron en Poesías de don José de Espronceda, de 1840, donde junto a poemas que reflexionan filosóficamente sobre el destino humano, aparecen otros políticos y amorosos.

La Canción del pirata produjo un poderoso impacto en el panorama lírico por su variedad rítmica y lo novedoso del asunto. Fue imitada numerosas veces y aún hoy se la recita de memoria frecuentemente.

«Sorprende el acierto con que el poeta ha conseguido concentrar en breve espacio un inolvidable paisaje romántico: la noche, la luna, el viento, la tempestad, la lejana y exótica Estambul. Hay una exaltación de la libertad individual, bien recalcada por el estribillo “que es mi Dios la libertad” y que se manifiesta frente a dos conceptos burgueses: la noción territorial de patria y la estima de la vida. Mientras otros pelean por un palmo de tierra, el pirata se siente libre y rey en el ancho mar. La muerte no le importa porque tiene la vida puesta a la aventura: se gana o se pierde sin mayor trascendencia.» (Navas-Ruiz 1973: 177)

«El pirata, perseguido por la ley, como el contrabandista, desafía al mundo con arrogancia y sin temor a la muerte. Es además equitativo en el reparto del botín, como el bandido generoso, pero el poeta lo idealiza al declarar que no tiene más aspiración que la belleza:

En las presas

yo divido

lo cogido

por igual.

Solo quiero

por riqueza

la belleza

sin rival.

El pirata, por otra parte, personifica al hombre libre: Que es mi Dios la libertad... Mi única patria, la mar. Y esa misma patria, no parcelada ni sometida a dominación ajena, es igualmente símbolo de independencia. Ligera y alegre, la Canción del pirata es un himno a la libertad.» (Llorens 1979: 480-481)

Amor venga sus agravios (1838)

Drama en cinco actos y en prosa escrito bajo el seudónimo de "Luis Senra y Palomares" y en colaboración con Eugenio Moreno López. Fue otro fracaso. Es una obra de teatro en prosa. Posee todo el aire de una tragedia romántica: una mujer noble, Clara, obligada a renunciar a sus amores y a hacerse monja por un intrigante y disoluto palaciego, Álvaro, se venga atrayéndole al convento y asesinándolo con un veneno. La acción está situada en tiempos de Felipe IV e interesa por su mezcla de donjuanismo y venganza. Hay ecos de El cuento de un veterano, del duque de Rivas, y el ambiente del fin recuerda al de Don Álvaro.

Argumento: Clara, joven marquesa de Palma y huérfana, ha sido prometida por su tío y tutor al capitán Álvaro de Mendoza, personaje arrogante, ambicioso y cínico. Pero está enamorada de Pedro Figueroa, con quien Mendoza se bate en duelo, dejándolo tan gravemente herido que lo da por muerto. Y como Clara se niega obstinadamente a casarse, la recluyen en un convento, consiguiendo así Mendoza heredar su título nobiliario y su fortuna. Al final, sin embargo, se descubre que aún vive Figueroa. Clara le hace entrar una noche en su cerda, pero a punto de ser sorprendida lo oculta en un arcón, donde perece asfixiado. Decidida a vengar su muerte, cita a Mendoza y lo envenena, mientras ella, que ha bebido también el agua emponzoñada, expira.

«Por fin un drama romántico con marcado contraste de situaciones muy diversas: un cuadro de jugadores, una orgía aristocrática, un claustro conventual, el bajo mundo de la soldadesca y la refinada Corte de Felipe IV, con el propio rey, el conde-duque de Olivares y los cortesanos, que el autor presenta bajo luz poco favorable. [...]

La obra, mal construida, sin verdadero diálogo, con situaciones que pecan hasta de ridículas –la muerte de Figueroa–, carece de interés teatral. Lo tiene, en cambio, en relación con la trayectoria de Espronceda y del teatro español de este periodo. Cuando se empezaba a abandonar a los románticos franceses, volviendo al drama antiguo español, Espronceda parece oponerse a esta regresión arcaizante. Creía que todo personaje, de antes o de ahora, debía hablar con la naturalidad del que vive en el presente, en vez de remedar el estilo antiguo, como lamentaba por estas mismas fechas Alcalá Galiano. Al escribir Espronceda su drama en prosa, señalaba una orientación que pocos siguieron, quizá por no haber sancionado el aplauso su obra, y hasta por la inconsecuencia con que él mismo procedió en algunos pasajes. La tendencia que triunfó, representada por Zorrilla en primer término, fue la opuesta, la que siguiendo los pasos de un Calderón o de un Moreto imitaba su versificación y su lenguaje.» (Llorens 1979: 487-488)

El estudiante de Salamanca (1839)

Poema narrativo y obra cumbre de Espronceda. Sobre el tema del seductor donjuanesco, que se puede considerar como un acabado exponente del género romántico leyenda, considerado el mejor poema en su género del siglo XIX. El argumento recoge varias leyendas, el mito de Don Juan y elementos de comedias del Siglo de Oro.

Resumimos, a continuación, la exposición que hace Vicente Llorens (1979: 489 ss.) del argumento de este poema narrativo:

Argumento

La inocente doña Elvira se enamora del estudiante don Félix de Montemar, joven noble, arrogante, de hermosura varonil y mujeriego, que pronto se cansa de ella y la abandona. Elvira muere de pena. Una tarde, mientras don Félix estaba jugando a las cartas con unos amigos, entra don Diego Pastrana, hermano de Elvira, que viene a vengarla. Montemar acepta sereno y condescendiente el desafío y sale para batirse con su adversario, no sin haber dado antes nuevas muestras de cinismo:

Don Diego,

mi delito no es gran cosa.

Era vuestra hermana hermosa,

la vi, me amó, creció el fuego,

se murió, no es culpa mía;

y admiro vuestro candor,

que no se mueren de amor

las mujeres de hoy en día.

Después de matar a don Diego, vemos a don Félix de nuevo en la calle del Ataúd, donde oye junto a él un suspiro y ve adelantarse una figura flotante y vaga envuelta en blanca vestidura. Pero la mujer tapada se aleja en silencio:

Su forma gallarda dibuja en las sombras

el blanco ropaje que ondeante se ve,

y cual si pisara mullidas alfombras,

deslízase leve sin ruido su pie.

Siguiendo a la fatídica figura, emprende Montemar su viaje sin término, como ese personaje itinerante que aparece por doquier en la literatura romántica europea, siempre movido por la insatisfacción de lo que tiene y el anhelo de lo inasequible. Las dos figuras se detienen viendo aparecer en medio de la noche enlutados bultos: Que un féretro en medio y en hombros traían / y dos cuerpos muertos tendidos en él. Uno de los muertos es don Diego de Pastrana, el otro, don Félix de Montemar. El estudiante contempla su propio entierro, pero sin grave alteración.

La dama, seguida siempre por don Félix, se detiene ante una puerta muy alta que se abre de repente. Cruzan desiertas y fantásticas galerías: arcos ruinosos, estatuas y rotas columnas, patios oscuros: Todo vago, quimérico y sombrío. En aquel silencioso recinto a don Félix se le aparecen sombras aterradoras que clavan en él sus hundidos ojos. Mas don Félix, en vez de intimidarse, se yergue con redoblado valor. Ahora es el hombre rebelde que ansiando quebrantar los límites de la vida y descubrir la inmensidad de la creación, no duda en provocar la cólera divina, igualándose a Dios y llamándole a juicio:

Segundo Lucifer que se levanta

del rayo vengador la frente herida,

alma rebelde que el temor no espanta,

hollada sí, pero jamás vencida:

El hombre, en fin, que en su ansiedad quebrante

su límite a la cárcel de la vida,

y a Dios llama ante él a darle cuenta,

y descubrir su inmensidad intenta.

Don Félix cruza el quimérico recinto con atrevida indiferencia: Mofa en los labios y la vista osada. Por aquel mundo de sombras, donde la vida se confunde con la muerte, vaga también su blanca y misteriosa guía, flotante nube como la ilusión que acaricia esperanza y se desvanece al tocarla, semejante al Humo suave de quemado aroma / que el aire en ondas a perderse asciende. Esta mágica visión cruza veloz e ingrávida la tenebrosa morada y Montemar la sigue; pero se ve precipitado con vertiginoso movimiento por una gradería en espiral, hasta que cesa el violento torbellino que lo arrastró y se encuentra otra vez a la blanca dama sola al pie de un monumento:

Era un negro solemne monumento

que en medio de la estancia se elevaba,

y a un tiempo a Montemar, ¡raro portento!,

una tumba y un lecho semejaba.

Tálamo y tumba al mismo tiempo. Amor y muerte, unidos como en la poesía de la Edad Media. Aunque imagina que la tumba y el tálamo le aguardan a él, Montemar recobra pronto su osadía, y resuelto a dar fin a la aventura, interroga a la blanca visión:

Si quier de parte de Dios,

si quier de parte del diablo,

¿quién nos trajo aquí a los dos?

Decidme, en fin, ¿quién sois vos?

y sepa yo con quién hablo.

Las palabras de Montemar quedan sin respuesta. Solo se oye, con flébil quejido, un fúnebre llanto de amor. Luego música triste, el murmullo de algún recuerdo que va creciendo sin parar, algazara y gritería, mientras retiemblan los cimientos de la fúnebre mansión. Se remueven las tumbas y los muertos huyen de su eterna morada. Se alzan cien espectros que fijan sus huecos ojos en Montemar. La dama blanca se descubre, mostrando no ser más que un esqueleto. Y es ella, la Muerte, la que abraza a Montemar y lo besa con frenesí mientras él se esfuerza inútilmente por desasirse, hasta que sucumbe con débil gemido que se apaga como un

leve,

breve

son.

Montemar es el símbolo del hombre que no acepta sus limitaciones, y persiguiendo la razón de su destino, se rebela con firma voluntad, aunque inútilmente, contra la realidad.

«Don Félix tiene aire muy español, pero no Elvira, cuya procedencia es nórdica. La figura femenina en la poesía de los románticos españoles no suele tener las características que se atribuyen a la española. El tipo de Carmen, con su amor apasionado y violento, no corresponde bien a la idealización romántica; está en otro plano más primitivo y vulgar, como la Salada de El diablo mundo. La inocente y delicada Elvira, que al verse abandonada por don Félix acaba enloqueciendo mansa y dulcemente, procede de la Ofelia de Hamlet y llegará en su carrera poética hasta Bécquer. En El estudiante de Salamanca la vemos soñar y sonreír en medio de su locura, mientras para tejer una guirnalda escoge flores que luego va echando al agua una a una. Elvira canta melancólicamente, las lágrimas interrumpen su lamento y al fin muere de amor. Mas antes recobra la razón y escribe una carta a su amado: Voy a morir: persona si mi acento / vuela importuno a molestar tu oído.

Esta mujer moribunda sigue en su carta evocando las horas de amor, con tristeza, pero sin arrepentimiento. Y aunque por un momento pide perdón por lo que ella llama desvaríos, aún los recuerda. La moral del romanticismo fundada en la naturaleza, que inició Rousseau, la había formulado reiteradamente Friedrich Schlegel a lo largo de su novela erótica Lucinde: sólo lo natural es moral.» (Llorens 1979: 490)

En este extenso poema, Espronceda abandona las preocupaciones sociales. El estudiante de Salamanca, incluido en las Poesías, funde poesía dramática y narrativa, y es precursor del Don Juan Tenorio de Zorrilla, que incorpora elementos de la novela gótica inglesa.

Las figuras de los protagonistas están trazadas con firmes rasgos y en dramático contraste: arrogante y donjuanesco él; suave y delicadamente femenina ella. El ambiente y las escenas se hallan descritos con imágenes de sorprendente plasticidad. La obra ilustra la concepción romántica del amor como ilusión por un lado y como único ideal vital por otro. Una vez muerta la ilusión, desaparecen las ganas de vivir. El poeta expresa la aspiración humana a perseguir la belleza y la felicidad y el desencanto que sobreviene al revelársele la verdadera faz de la existencia, fría, repugnante y dominada por la muerte.

«Espronceda comienza realmente donde la leyenda donjuanesca termina: el análisis del fin del burlador, el análisis del sentido de la muerte como misterioso e incomprensible castigo a una vida vivida vigorosamente. Lo que hasta él había sido accesorio, se convierte en él en punto central. En otras palabras, el significado básico de El estudiante de Salamanca no es la burla donjuanesca, sino el encuentro del hombre desilusionado con la muerte, destino único, fatal, irreversible.

Espronceda ha escogido un tipo donjuanesco, porque don Juan representa la vitalidad misma, el hombre que juega sus días con intensidad plena a la aventura, al goce de vivir. Y quiere hacer ver que, incluso así, la vida es pura fantasía, nada. La vaporosa figura que Don Félix encuentra una noche por las calles de Salamanca, y tras la que corre locamente, simboliza este vivir humano: tras los hermosos velos, un esqueleto, la muerte con la que el hombre se desposa al fin, por más que luche por vencerla. He aquí la lección romántica y barroca de la mentira de la vida.» (Navas-Ruiz 1973: 180-181)

La versificación ofrece una riquísima variedad de ritmos que Espronceda adapta hábilmente a las situaciones. En este gran poema, despliega Espronceda brillantemente sus dotes más características: imaginación, fuerza plástica y dominio musical: Y de pronto en horrendo estampido / desquiciarse la estancia sintió / y al tremendo tartáreo ruido / cien espectros alzarse miró.

Poesías (1840)

Este tomo de Poesías tuvo gran éxito y repercusión. Los temas de esta compilación son el placer, la libertad, el amor, el desengaño, la muerte, la patria, la tristeza, la duda, la protesta social, etc.

Todos estos poemas se inspiran en personajes marginados o excluidos de la sociedad, con lo que por primera vez aparece claramente formulado el tema social en la lírica española. Es también digno de mención el poema «Desesperación», obra que toma un tono catastrófico y gris, característico en parte de la obra en general del poeta extremeño.

Incluye: A una dama burlada, A la noche, El pescador, Oscar y Malvina, Himno al Sol, La cautiva, Canción del pirata, El canto del cosaco, El mendigo, El reo de muerte, El verdugo, A la muerte de Torrijos y sus compañeros (soneto), A la muerte de don Joaquín de Pablo (Chapalangarra), Despedida del patriota griego de la hija del apóstata, ¡Guerra!, A la patria, A una estrella, A Jarifa en una orgía.

En el Himno al sol y en el poema Óscar y Malvina Espronceda se acerca también a la poesía del poeta y humanista escocés James Macpherson (1736-1796), inventor del vate céltico Ossiam.

El canto del cosaco presenta la imagen de una Europa decadente frente al salvaje ímpetu vital de los cosacos del desierto.

«El canto del cosaco y A la traslación de las cenizas de Napoleón, ejemplos de romanticismo social, se fundan en la creencia de que la vieja Europa, tras las violentas alteraciones producidas a partir de la revolución francesa y el consiguiente predominio de la burguesía, había entrado en un período de descomposición, envilecida por el dinero y el lujo. Las referencias al lucro, el vil mercado, la infame mercancía y el agiotista en A la traslación de las cenizas de Napoleón son más que suficientes para darnos del viejo Continente una imagen negativa. La referencia a Polonia en El canto del cosaco la completa políticamente. Pero mientras en esta última composición la incitación a destruir la caduca Europa con sus tesoros se dirige al bárbaro cosaco, en la otra quien incita y se apresta a la lucha es el propio poeta, como si fuera un profeta antiguo. La misión social del poeta, que culminaría en Víctor Hugo, queda bien manifiesta. [...] Espronceda, que había vivido en los años de la insurrección helénica y la destrucción de Polonia y participado en las jornadas de julio que dieron el trono al rey mercader, bien podía hablar como un europeo.» (Lorens 1979: 482)

El mendigo muestra en una poesía desgarrada el cínico desprecio del pordioseo por una sociedad cobarde que le complace a pesar de resultarle repulsivo, y el elogio de su vida, miserable, pero “como el aire, libre...”. El mendigo se halla, por su tono, muy próximo a la Canción del pirata: el motivo es una nueva exaltación de la libertad individual; pero si esta es allí un producto de la renuncia a la patria, aquí lo es de la renuncia a la integración social y a la participación económica.

El verdugo manifiesta el resentimiento de este contra los hombres, de cuyo ocio se considera víctima. «El verdugo se siente a sí mismo monumento de la maldad humana y víctima de la opinión. Casi freudianamente, Espronceda interpreta el tipo como la solución legalizada que los hombres ha encontrado a la obligada represión de sus instintos sanguinarios» (Navas-Ruiz 1973: 178)

El reo de muerte ofrece en estridente contraste, el placer y el dolor, el rumor de una bacanal y los “sueños de angustia” del condenado. En una sucesión de antítesis muestra Espronceda la indiferencia del mundo ante el dolor del condenado: cárcel-bordel, reo joven-fraile viejo, sueño dulce-realidad amarga. El poeta se opone a la pena capital.

Tanto El verdugo como El reo de muerte presuponen un cambio de perspectiva en relación a la Canción del pirata o El mendigo: el mundo, la sociedad dirigen su atención ahora hacia unos tipos también al margen, pero para contemplarlos como dignos de lástima. A la visión cínica sucede la visión compasiva.

A Jarifa en una orgía expresa Espronceda su profundo hastío y su amargo desengaño de la vida misma: Mujeres vi de virginal limpieza / entre albas nubes de celeste lumbre; / yo las toqué, y en humo su pureza / trocarse vi y en lodo y podredumbre.

«Los poemas más íntimos y líricos de Espronceda, los mejores quizá, están dedicados a cantar la juventud perdida, el desengaño vital, la desilusión que va dejando el paso de los años, o de otro modo, el tema de la famosa quintilla «Hojas del árbol caídas». Bajo la imagen barroca de la rosa, la idea se desarrolla en el soneto Fresca, lozana, pura y olorosa; pero el romántico no se contenta con simples consideraciones; buscando un giro personal, llega a la comparación de la tragedia de la rosa con el yo:

Mas, ¡ay!, que el bien trocose en amargura,

y por los aires deshojada sube

la dulce flor de la esperanza mía.

El estado de desolación del poeta ante el huir del tiempo encuentra expresión directa, sin metáforas, en otro soneto, el que figura como dedicatoria en la edición de sus Poesías (1840), dirigido a Carmen de Osorio. [...]

Si el sol simbolizó un día las ilusiones juveniles, la luz declinante de un misterioso lucero simboliza ahora el desengaño. La pregunta medieval del ¿Ubi sunt? surge angustiosa a través de los mismos versos que utilizó Jorge Manrique, para acabar en una desoladora actitud de amargo pesimismo, resignación e indiferencia:

A mí tan solo penas y amarguras

me quedan en el valle de la vida;

como un sueño pasó mi infancia pura,

se agosta ya mi juventud florida.

A Jarifa en una orgía (1838) representa la agudización extrema del motivo. Espronceda, que, como Larra, ha visto deshacerse sus ilusiones de joven, sus deseos insatisfechos, no espera ya nada y concluye:

Y encontré mi ilusión desvanecida

y eterno e insaciable mi deseo:

palpé la realidad y odié la vida.

Solo en la paz de los sepulcros creo.»

(Navas-Ruiz 1973: 178-179)

«La mayor parte de las poesías de Espronceda corresponden a los años de emigración o poco después, son las “ossiánicas” y las patrióticas. Entre las posteriores hay alguna patriótica, como Al Dos de mayo, pero otras o son elegías o corresponden a una actitud de protesta frente a la sociedad. En estas hay que distinguir las que presenten a un tipo humano como víctima social (el mendigo, el reo de muerte, el verdugo) y las que tienen como fondo la degradación de Europa (El canto del cosaco, A la traslación de las cenizas de Napoleón).» (Llorens 1979: 480)

El diablo mundo (1841)

Un extenso poema inacabado cuyo protagonista es testigo de excepción de todas las tragedias y los destinos humanos. Según el propio Espronceda, este poema quiere ser un “cierto trasunto del hombre y su quimera, tras de que va la humanidad entera”.

Se trata de un poema de fondo simbólico, en el que el poeta intenta dar forma poética a una seria de problemas metafísicos: Dios, el Hombre, el sentido de la Vida y de la Muerte. Su eje es la vida de un personaje fantástico, Adán, que, rejuvenecido por arte de magia, sufre en su segunda existencia una serie de desengaños. Es una alegoría de la existencia en la que Adán, representante del hombre, puede escoger entre la muerte (y la comprensión de la verdad última) o la vida eterna. Escoge esta última y el poema relata cómo va descubriendo las amargas consecuencias de su elección.

«En cuanto El Diablo Mundo trata de plasmar una interpretación de la vida del hombre, enlaza con otros poemas románticos de similar intención: Fausto, de Goethe; Prometeo, de Shelley; pero no llega a su profundidad filosófica, quedándose en un plano más sentimental, el de la desilusión como integrante de la realidad. El título de la obra identifica al mundo con el diablo, aludiendo a su radical maldad. Se aparta así Espronceda de las concepciones optimistas del universo al modo de Leibniz y se agrupa con las más abundantes, las pesimistas, de las que Candide, de Voltaire, se hizo muy celebrada.» (Navas-Ruiz 1973: 184)

La obra, que el autor dejó inacabada, trata el tema de Fausto y está dividida en seis cantos. Es un heterogéneo poema filosófico en donde describe al hombre como un ser de inocencia natural que sufre la realidad social y sus maldades. El segundo canto es el famosísimo Canto a Teresa, introducido por Espronceda con la nota: «Este canto es un desahogo de mi corazón; sáltelo el que no quiera leerlo sin escrúpulo, pues no está ligado de manera alguna con el Poema». El fondo ideológico del poema refleja el escepticismo pesimista del autor.

El Canto a Teresa, ajeno al resto del poema y una de las más sentidas elegías de toda la literatura española, trata del tema romántico del amor que pasa por diferentes etapas: la ilusión inicial, el choque con la cruda realidad y el desengaño doloroso al final. Está escrito en rotundas octavas reales y es uno de los más bellos ejemplos de la poesía romántica español, por su sincera emoción y su belleza formal. Es el proyecto más ambicioso de Espronceda y de todo el Romanticismo español, aunque el resultado no llegue a cotas excesivamente altas tanto por haber quedado inconcluso como por la falta de base ideológica para una obra de tal calibre.

«Al lanzarse atrevido a la región etérea, el poeta no halló sino la duda; como buscando gloria y virtud en la tierra, no encontró más que polvo y escoria. Así también vio la pureza de la mujer trocada en podredumbre:

Mujeres vi de virginal limpieza

entre albas nubes de celeste lumbre;

yo las toqué, y en humo su pureza

trocarse vi, y en lodo y podredumbre.

Pureza y corrupción que vuelven en el Canto a Teresa:

Tu fuiste un tiempo cristalino río,

manantial de purísima limpieza;

después torrente de color sombrío,

rompiendo entre peñascos y maleza,

y estanque, en fin, de aguas corrompidas,

entre fétido fango detenidas.

Teresa tuvo una hija de Espronceda, se separó de él en 1836 y murió en 1839 después de arrastrar, prostituida, vida miserable. Escrita a raíz de su muerte, la elegía se inicia con el recuerdo de las horas de juventud y amor del poeta; su vida entonces la compara a la nave “que el puerto deja por la vez primera” y se lanza con ansia de amor en el mar del mundo. [...]

Lo que un tiempo fue cristalino río, “manantial de purísima limpieza”, acabó en estanque de aguas corrompidas. El ángel de luz se transforma en ángel caído desde que el fuego demoníaco abrasó a la primera mujer en el Edén y pasó en herencia a las que vinieron luego. Concepto este del pecado original que no está acorde con el fondo rousseauniano de El diablo mundo, donde el pecado es más bien social: la pérdida de la inocencia del joven Adán se debe a la sociedad en que le tocó vivir, a la que también se alude aquí brevemente como “mezquina sociedad” con la que el alma violenta de Teresa hubo de enfrentarse.

De todas las ilusiones y esperanzas anteriores solo queda ahora una memoria, una tumba ante la cual se hiela el corazón del poeta, no sin reconocer que la muerte ha sido para Teresa un descanso. Roída de recuerdos de amargura, árido el corazón, ajada por el dolor y envilecida, solo la muerte podía “envolver tu desdicha en el olvido”. Mas el poeta no podrá olvidar; siempre quedará en él un rayo de la luz con que ella iluminó “la dorada mañana de mi vida”. Y vuelve a evocar otra vez aquellos momentos en que juntos soñaron

Vencer del mundo el implacable encono,

y en un tiempo sin horas ni medida

ver como un sueño resbalar la vida.

Con tales momentos de dicha, Espronceda recuerda también los del dolor; la triste soledad de Teresa, apartada de sus hijos, acusada por su conciencia, sin lágrimas que llorar, llamando a Dios y blasfemando: ¡Espantosa expiación de tu pecado!» (Llorens 1979: 484-486)

A Jarifa en una orgía

Poema que canta a una prostituta, aunque el poeta haga extensivas sus consideraciones a todas las mujeres, dentro del tópico romántico de rechazar al amor tras sufrir un desengaño. Expresa desilusión, hastío, lamentación del placer perdido y rebelión contra la realidad de la vida, con un lirismo contenido que añade ritmos poéticos inéditos que anticipan la versificación modernista.

Mi propia pena con mi risa insulto

y me divierto en arrancar del pecho

mi mismo corazón pedazos hecho.

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Carolina Coronado (1823-1911)

VIDA

Nació en Almendralejo (Badajoz), en el seno de una familia acomodada, pero de ideología progresista, lo que provocó que su padre y su abuelo fueran perseguidos.

Sus primeros poemas datan de la temprana edad de 10 años. De formación autodidacta, a los 13 años publicó su primer poema, la oda “La palma”, que mereció el elogio de otro gran poeta romántico extremeño: José de Espronceda. A los veinte años era famosa ya como poetisa en España, Cuba y los Estados Unidos.

En 1848 se trasladó a Madrid y fue coronada de laurel en una velada solemne del Liceo. Públicamente la alabaron los más grandes poetas de su época. En Madrid conoció al diplomático norteamericano Justo Horacio Perry, con el que se casó.

Siendo ella revolucionaria, convirtió su casa de la madrileña calle de Sagasta en uno de los salones más importantes de la capital española, que fue, durante años, centro de una activa vida intelectual, cultural y artística. Las tertulias en su casa eran como punto de encuentro para escritores progresistas y refugio de perseguidos, llegando a asistir algunos de los más renombrados autores del momento. Sin embargo, este refugio clandestino, y su afinidad por la revolución, causarían que sufriese la censura de la época.

A causa de la profesión de su esposo residió mucho tiempo fuera de España. Vivió en Estados Unidos, y viajó por Europa y América.

Carolina Coronado fue tía de Ramón Gómez de la Serna. Su belleza física causó notoria admiración en otros escritores románticos.

A la muerte de su esposo, rindió culto a sus cenizas, y poco después se retiró a su palacio de Mitra en Portugal, donde murió.

La afección de catalepsia crónica que padecía, llegando a "morir" varias veces, hizo que se obsesionase con la idea de poder ser enterrada en vida, hasta tal punto que embalsama el cadáver de su marido, negándose a enterrarlo e incluso dirigiéndose a él con el apelativo de "el silencioso". Incluso tiene varias "premoniciones" en las que anticipa el fallecimiento de sus hijos.

OBRA

Su obra, catalogada de romántica, rinde culto a la naturaleza, el sentimiento depurado, la sensualidad y el misticismo.

En su obra, de claro estilo romántico, abundan los temas de tipo amoroso y confidencial, a los que infunde originalidad por tratarlos con recursos técnicos propios de la poesía mística. De ese modo consigue que sus composiciones adquieran una gran carga de sensualidad, muy próximas al naturalismo.

Según Gómez de la Serna, Carolina Coronado quería ser “poetisa” frente a Gómez de Avellaneda, que quería ser “poeta”. Coronado se distingue por su femenina delicadeza, por la ternura apasionada de sus versos y por su sencilla forma. Fue llamada el “Bécquer femenino”.

Obra poética

Poesías (1843, 1852)

Sus poemas fueron recogiéndose poco a poco en revistas, y más tarde, se recopilaron en este volumen (Poesías) con prólogo de Hartzenbusch. En las posteriores ediciones de 1852 y 1872 se incorporaron nuevos poemas. Sin embargo, hasta hace poco se ha podido conocer la totalidad de su obra.

Su poema más conocido y recogido en infinidad de antologías es “El amor de los amores”. Otros poemas destacables son “La rosa blanca” y los dedicados “A Alberto”. Sus composiciones gozaron de gran prestigio social, al pasar a ser leídas en los salones de la época.

Su composición más lograda es El amor de los amores, con clara influencia del Cantar de los Cantares. Los límites entre el amor humano y el divino no quedan claramente definidos.

Obras dramáticas

Petrarca

El cuadro de la esperanza (1846)

Esta fue su obra más popular.

Alfonso IV de León

Un alcalde de monterilla

El divino Figueroa

Novelas

En prosa escribió un total de quince novelas:

Luz

El bonete de San Ramón

Paquita (1850)

Esta novela está considerada por algunos críticos como la mejor de todas.

Jarilla (1851)

Luisa Sigea (1854)

La rueda de la desgracia (1873)

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Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873)

VIDA

Nació en Puerto Príncipe, hoy Camagüey (Cuba). Vivió en España desde los 22 años, donde desarrolló toda su actividad literaria. Murió en Madrid.

Su vida fue un cúmulo de desgracias comparables a las de sus personajes. Murió su padre cuando ella contaba ocho años. La boda de su madre apenas un año después marcaría profundamente a la niña, que nunca acabaría de aceptar este matrimonio. Esto la hizo salir de Cuba hacia Europa, donde entró en contacto con la literatura romántica del momento, Victor Hugo, Chateaubriand y lord Byron. En este viaje compuso una de sus más conocidos versos, Al partir.

A los catorce años, 1830, rechaza el matrimonio concertado por su familia y como consecuencia pierde la herencia de su abuelo

En 1839 conoce en Sevilla al que será el gran amor de su vida Ignacio de Cepeda y Alcalde, joven estudiante de Leyes con el que vive una atormentada relación amorosa, nunca correspondida de la manera apasionada que ella le exige, pero que le dejará indeleble huella. Este apasionado amor se mantendrá vivo en ella a lo largo de casi toda su vida.

Mantiene una relación amorosa durante 1844 y 1845 con el poeta Gabriel García Tassara. Fruto de esta relación es el nacimiento de una niña en abril de 1845 que sólo sobrevivirá siete meses, sin que su padre se digne a verla, ni mucho menos reconocerla como suya. Son escalofriantes las cartas escritas a Tassara para pedirle que vea a su hija antes de que muera, pero Brenilde muere sin que su padre la conozca.

En mayo de 1846 contrae matrimonio con Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid en aquel entonces. La unión dura poco más de seis meses, pues Sabater morirá de una afección en la laringe en Burdeos en agosto de 1846.

Tras una relación amorosa con Antonio Romero Ortiz, la escritora se casará en 1855 con Domingo Verdugo y Massieu, coronel y diputado a Cortes. En 1859 el matrimonio se traslada a Cuba, donde el coronel Verdugo morirá en 1863 a consecuencia de la herida recibida en Madrid. Tras la muerte de su segundo esposo, el coronel Verdugo, acentuó su espiritualidad y entrega mística a una severa y espartana devoción religiosa.

La muerte de sus dos maridos y el abandono de su amante cuando ella se encontraba embarazada de una niña que nació muerta la sumieron en la depresión que intentó superar con el espiritismo y el retiro religioso, aunque siempre contó con el apoyo de escritores como José Zorrilla, Fernán Caballero, José de Espronceda, o Alberto Lista.

Su espíritu independiente y sus escándalos amorosos también le valieron las críticas de personajes como Marcelino Menéndez Pelayo, que impidió que entrara en la Real Academia Española.

El hecho de ser la única mujer en un mundo masculino le creará problemas de convivencia con varios de sus colegas. Su carácter apasionado y volcánico en las relaciones amorosas resultaba, aunque resultaba un poco cargante, no impidió que todos la admiraran.

La autora se movía sola en un mundo en el que pocas veces habían tenido cabida las mujeres y cuyos integrantes no estaban en absoluto preparados para tratar con ellas. Su actividad fue malinterpretada por los hombres como “masculina”, como se desprende del comentario de Bretón de los Herreros: ¡Es mucho hombre esta Tula! (nombre con el que se la conoció siempre familiarmente).

Gertrudis Gómez de Avellaneda fue una autora muy valorada en su época, pasó después por un periodo de olvido para ser rehabilitada por la crítica actual como una precursora del feminismo moderno tanto por su actitud vital como por la fuerza que imprime a sus personajes femeninos literarios.

Murió a los 58 años de edad, a consecuencia de la diabetes que padeció en sus últimos años. Sus restos reposan en el cementerio de S. Fernando de Sevilla.

OBRA

Gómez de Avellaneda está considerada como una de las voces más auténticas del romanticismo hispano.

Escribió poesía, novela y teatro y destacó en los tres géneros, al incorporar a las letras españolas el ambiente caribeño, sentido en Europa como exótico, en un tono melancólico y nostálgico. Su obra abarca tanto la poesía y la novela como el teatro, pero fue especialmente conocida por su poesía.

Su poesía se centra en el tema del amor desdichado y pesimista como puede verse en algunos de sus sonetos más conocidos: A partir, A él, A la poesía, publicados antes de 1841 y recogidos en un libro de poemas en 1851. El amor aparece primero con un sentimiento humano para tomar más tarde una orientación religiosa, siguiendo las huellas de la Biblia.

Su verso se caracteriza por la audacia métrica y por el gusto por la adjetivación colorista. No son obras acabadas y pulidas, sino fruto de un alma romántica y apasionada, lo que les da un ímpetu vital que les confiere interés. Su poesía se caracteriza por la energía y el brío con que expresa sus sentimientos, llenos de pasión y nostalgia. La riqueza de versificación hace pensar en Zorrilla, de quien se notan influencias.

Poesía

Poesías (1840)

Son conocidos sus sonetos A partir, A él, A la poesía, publicados antes de 1841 y recogidos en un libro de poemas en 1851.

Obra narrativa

Gómez de Avellaneda escribió varias novelas en las que se pone de manifiesto un sentimentalismo a lo Jorge Sand.

Sab (1841)

En esta primera novela abolicionista o antiesclavista de las letras españolas se hace patente el compromiso social de Gómez de Avellaneda.

Dos mujeres (1842-1843)

Espantolino (1844)

Guatimozín, último emperador de México (1846)

El cacique de Turmequé (1860)

Obras de teatro

En el teatro, intentó fundir la tragedia clásica con el drama romántico pero sin caer en los excesos de éste. Obra dramática:

Leoncia (1840)

Su primera obra dramática que estrenó en Sevilla y fue bien acogida por el público sevillano.

Munio Alfonso (1844)

Tragedia que fue inicio de su gran fama como dramaturga.

Egilona (1845)

Saúl (1849)

Tagedia bíblica calurosamente acogida por el público.

Flavio Recaredo (1851)

La verdad vence apariencias (1852)

El donativo del diablo (1852)

La hija de las flores (1852)

Errores del corazón (1852)

La aventurera (1853)

La sonámbula (1854)

Simpatía y antipatía (1855)

La hija del rey René (1855)

Oráculos de Talía o los duendes de palacio (1855)

Baltasar (1858)

Considerada la mejor de sus obras por el retrato psicológico de sus personajes. El triunfo conseguido con esta obra superó todos los éxitos tenidos anteriormente y compensó las contrariedades que la autora había encontrado en su carrera.

Los tres amores (1858)

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