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Vicente García de la Huerta - Textos

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Vicente García de la Huerta (1734-1787)

Textos

 

Soneto

  Amor constante

 

Antes al cielo faltarán estrellas,
al mar peligros, pájaros al viento,
al sol su resplandor y movimiento,
y al fuego abrasador vivas centellas;

antes al campo producciones bellas,
al monte horror, al llano esparcimiento,
torpes envidias al merecimiento,
y al no admitido amor tristes querellas;

antes sus flores a la primavera,
ardores inclementes al estío,
al otoño abundancia lisonjera,

y al aterido invierno hielo y frío,
que ceda un punto de su fe primera,
cuanto menos que falte el amor mío.

 

  Soneto

  La desconfianza

 

¿Qué es esto, amante corazón rendido?
¿De qué te sirve tan dichoso estado,
si tus penas parece se han doblado
de que empezaste a ser favorecido?

La imagen horrorosa del olvido
turba mi gloria y crece mi cuidado,
y aun al alma, confieso, ha penetrado,
no celos, un recelo mal nacido.

¡Ay, Lisi mía, en qué mortal quebranto
despedazado el corazón me siento,
de un temor a la rústica violencia!

Y si sólo un temor me aflige tanto,
cuánto será bien mío mi tormento,
si a ser este temor llega evidencia.

 

Soneto

A una ausencia voluntaria de Lisi

 

Parte a dorar con luces celestiales

de los floridos sotos los primores,

a dar nuevos alientos a las flores

y veneno mortal a los zagales.

 

Yo quedo en el infierno de mis males,

víctima del volcán de mis adores;

lastimoso ejemplar a los pastores

que alcancen mis martirios infernales.

 

De nuevas flores tu belleza vista

esas florestas, mientras mi quebranto

fúnebres flores a mi muerte alista.

 

Ya no te cause mi expresión espanto;

pues si tú las produces con tu vista,

yo vambién con el riego de mi llanto.

 

Romances imitación de don Luis de Góngora

I
  Hizán y Daraja

 

Por cabo de cien jinetes,
el noble Gutierre marcha
sobre el campo de Gumiel
desde la fuerza de Aranda.

El más valiente caudillo,
de cuantos ve la campaña
desde el Duero al claro Tormes,
desde el Pisuerga al Adaja.

Monta una manchada yegua,
que riberas del Riaza
nació a ser exhalación
y asombro de las comarcas.

Lleva pendiente del hombro
una berberisca adarga,
a Celín ganada, jeque
de Medina y Almenara.

En la vigorosa diestra,
defensa ya de su patria,
rige el animoso joven
un recio roble por asta.

Una ancha cuchilla ciñe
en mil reencuentros probada,
contra las vidas alarbes
fatal segur de la parca.

Sale, pues, tan orgullosa
la juventud castellana,
que a mirar su bizarría
suspende el Duero sus aguas.

Los generosos caballos
marcial música compasan
al son del hierro que imprimen,
y al son del hierro que tascan.

Ya descubren de Gumiel
las ardientes atalayas,
y en los cultivados campos
las adultas mieses talan.

Sintiendo el rebato Hizán,
presuroso se levanta
a los brazos de la muerte
de los brazos de Daraja.

Daraja, deidad morisca,
de cuyo amor a las aras
seis años fueron de Hizán
servicios ofrendas vanas.

Al primer paso tropieza,
y requiriendo las armas,
herida la diestra mano,
con sangre el estrado mancha.

Túrbase la bella mora
con señales tan infaustas,
y de tan tristes acasos
tristes vaticinios saca.

Enmudécela el dolor;
pero una sola mirada
dijo de una vez más cosas
que dijeran mil palabras.

Cadenas hace sus brazos,
que el cuello de Hizán enlazan,
y de sus lágrimas tiernas
segundas cadenas labra.

Mas, viendo el valiente moro
que hace ya en el campo falta,
sus lágrimas reprimiendo,
así, al despedirse, la habla:

«No temas, Daraja bella,
que a los enemigos salga,
que a quien venció tus desdenes
no habrá que resista nada».

Salió al campo; y don Gutierre
al encuentro se adelanta,
y de los demás seguido,
la sangrienta lid se traba.

 

Redondillas

A Lisi esquiva

 

Si pretendes por despojos,
Lisi, los alientos míos,
¿qué has menester de desvíos,
cuando te sobran tus ojos?

Si con mi muerte, mi bien,
esperas tu libertad,
mátame con tu beldad,
pero no con tu desdén.

Pues será doble rigor,
cuando en tu mano lo tienes,
que me mates a desdenes,
pudiendo morir de amor.

Y nadie podrá ofenderte,
si lo hicieres con tal arte,
porque yo, por disculparte,
me achacaré a mí mi muerte.

Y aún te será más blasón
oír que tu amante Fabio
ha muerto, no de tu agravio,
sí sólo de su pasión.

Que se hace agravio a tu pura
y poderosa belleza
en que usurpe la fiereza
su poder a la hermosura.

Deja que mi amante fe
me mate, pues de esta suerte
tú consigues darme muerte
y yo lo agradeceré.

Pues logras de esta manera
que a tu beldad peregrina
la idolatren por divina
y no la infamen por fiera.

Sea lícito a mi tristeza
saber que, en lance tan fuerte,
los que celebren mi muerte
celebrarán tu belleza.

Y mis penas lastimosas
harán, cuando más no puedan,
que tu hermosura concedan
hasta las más envidiosas.

Y será doble rigor,
cuando en tu mano lo tienes,
que me mates a desdenes,
pudiendo morir de amor.

 

Canción

Canción que por encargo de la Real Academia de San Fernando compuso el Autor, con motivo de haber remitido a ella el Príncipe N. S. y el señor Infante don Gabriel dos diseños de arquitectura delineados, sombreados y firmados de sus manos. Díjose en la Junta general de 3 de julio de 1763

Dulce, canora Clío,
robate un breve rato al sacro coro,
dejándote traer del leve viento,
y pulsa a ruego mío
los trastes de cristal, las cuerdas de oro
del celestial dulcísono instrumento;
que, si proteges mi glorioso intento,
lograrás que a la dulce melodía
suspendan las esferas
su voluble porfía,
las aguas sus corrientes lisonjeras,
y el sol su curso pare,
mientras tu lira con mi voz sonare.

Teatro suntuoso
era un regio salón a circo grave
de ingenios de Minerva laureados.
Su recinto espacioso
parece que archivó con rica llave
los primores allí más delicados.
De piedras y de lienzos animados,
no cubrirse, formarse parecía
la magnífica pieza;
y como el arte había
en ellos apurado su destreza,
engañado el discurso
los juzgó tal vez parte del concurso.

El acto presidían
bajo regios doseles elevados
todas las Gracias sólo en dos matronas.
En sus ojos lucían,
y en su vestido virginal sembrados,
los astros más brillantes de las zonas.
Ostentaba una y otra seis coronas
a concurso de espíritus alados,
que con graves tareas
a lienzos preparados
piedra y metal trasladan mil ideas,
y compiten activos
del laurel los honores siempre vivos.

Los mármoles molestos
unos hendían, otros figuraban
edificios que a líneas dividían;
otros los indigestos
colores con fatiga quebrantaban;
templar el duro hierro otros porfían.
Aquí el luciente cobre sacudían,
haciéndole al buril más obediente;
liquidaban metales
allí con llama ardiente,
y todos daban en su afán señales,
que su ingenio fecundo
formaba el embrión de un nuevo mundo.

Sus obras ya ofrecían,
del último primor acrisoladas,
tímidos al examen riguroso.
Unos se prometían
las coronas al digno reservadas;
otro desconfiaba temeroso.
La expectación del circo numeroso
severidad al acto acrecentaba;
y al tiempo que ya Astrea
el premio preparaba
con que ilustrar la más feliz tarea,
un extraño suceso
el acto suspendió, pasmó el congreso.

Las ajustadas puertas
de fuerzas soberanas impelidas
con súbito rumor y común susto
parecieron abiertas;
retrajo de las venas comprimidas
el rojo humor el pecho más robusto.
A todos ocupaba el terror justo
cuando, sembrando luces celestiales,
con luminosa huella
ilustró los umbrales
una deidad, cuya presencia bella,
cual Febo el claro día,
a los ánimos trajo la alegría.

Torreada corona,
como suele a Minerva atribuirse,
su hermosa frente con honor ceñía.
Ornaba su persona
un ropaje, cuya obra distinguirse
el celeste esplendor no permitía.
En la siniestra por blasón regía,
en vez de cetro, del metal precioso
compás y escuadra, dando
su ademán generoso
muestras de majestad, y provocando
con amable violencia
su augusto aspecto a culto y reverencia.

La noble Arquitectura,
con real esplendor condecorada,
de todos conocida fue al momento;
y con civil dulzura,
de las caras hermanas saludada,
llegó a ocupar el superior asiento.
Entonces, dando al aire el blando acento
en delicadas voces y suaves,
con notable energía,
estas razones graves
articuló, bañando la armonía
la región leve y pura,
y el ánimo, el deleite y la dulzura.

«En vano los laureles
en mi agravio destina vuestra mano
a triunfos que a mí sola se han debido.
Pues ni Fidias ni Apeles,
ni cuantos por su ingenio soberano
libertaron sus nombres del olvido,
ni cuantos larga edad ha producido
en los climas de Europa venturosos,
disputarme pudieran
sus blasones gloriosos;
y cuando a empresa tanta se movieran,
sería el vencimiento
pena segura al ciego atrevimiento».

Sacó entonces del seno,
sobre el terso papel delineadas,
dos fábricas de dórico artificio,
en el blanco terreno
con tan grande primor perficionadas,
que el más severo dio de pasmo indicio.
No encontró el más escrupuloso juicio
sino la admiración en sus primores;
primores que excedían
los aplausos mayores
que al numeroso circo merecían,
cuyo asombro advirtiendo,
así la diosa prosiguió diciendo:

«A mí se deben sola
coronas de mayor merecimiento
y premios de más alta jerarquía;
pues el hado acrisola
su influjo grato a mi favor atento,
colmándome de dichas y alegría.
¡Oh, memorable, venturoso día
de mí con blanca piedra señalado
y digno sacrificio!
En mi pecho obligado
templo tendrás, y con humilde oficio
el ánimo devoto
repetirá cada momento el voto.

Pues noble empleo he sido,
de maestra gozando privilegios
y honores que llegó nadie a lograrlos,
y estudio ennoblecido
del desvelo de dos jóvenes regios,
digna progenie del glorioso Carlos.
Dos jóvenes excelsos, que al nombrarlos
el orbe todo con razón se humilla
y la dichosa España,
doblando la rodilla,
por cuanto el Betis, Ebro y Tajo baña
en floridos vergeles
rinde a sus pies olivas y laureles.

Aquestos monumentos,
con que hoy enriquecemos han querido
sus ilustres tareas venturosas
y sublimes talentos,
con dignidad y con honor debido,
logren veneraciones obsequiosas.
Vosotras ¡oh! deidades generosas,
y genios a la gloria consagrados,
depositarios fieles
de tan ricos dechados,
alfombras prevenid, colgad doseles,
y construid altares
a vuestros nuevos dioses tutelares.

Empresas que acreditan
aun en la tierra edad maduros bríos,
en breve el orbe llenarán de glorias,
cuando ya supeditan
tan ancho campo a los elogios míos,
y tan fértil materia a las historias.
Acumular victorias a victorias,
a ser vendrá su más digno ejercicio,
y adquirirse renombres
del común beneficio,
siendo, por eso eternizar sus nombres,
blasón de los pinceles,
gloria de los buriles y cinceles.

Los ingenios sutiles,
que los néctares liban de Helicona,
y al Pindo huellan la cerviz sombría,
en sus cultos pensiles
a sus dos frentes tejerán corona;
corona que a los siglos desafía.
Darán feliz asunto a su armonía
las conquistas de bárbaras naciones,
seguidas e imitadas
las paternas acciones,
de la fama en el templo atesoradas,
la paz establecida,
y Astrea al suelo restituida.

Las ciencias obsequiosas,
fomentadas también por todas partes,
publicarán sus timbres igualmente;
y con muestras piadosas
favorecidas las sutiles artes
extenderán su fama al continente
del nuestro más remoto y diferente.
Pasmo será y envidia al extranjero
la relación gloriosa
del paternal esmero,
con que las honren, y será famosa
en cuanto Febo baña
por tan heroicos príncipes España.

Aunque a tantos primores
con que hoy ilustran nuestro docto gremio,
y en permanentes sellos reduplican
nuestras glorias mayores,
podremos prevenir en vano premio
competente al honor que nos aplican.
Pero ya las esferas les dedican
en sus estancias plácidas y bellas
premios más permanentes
en coronas de estrellas,
cuando, felices hechas ya las gentes
de los dos hemisferios,
trasladen a los astros sus imperios.

Y en tanto, porque vea
el orbe de su amor claras señales,
a Carlos y Gabriel el premio debe
la dichosa tarea,
y el círculo de ramas inmortales,
con que el sudor ilustre se promueve».
Esto dijo, y lloviendo el viento leve
guirnaldas, en un punto coronadas
las vencedoras sienes
quedaron, y embargadas
del súbito placer y extraños bienes
del cuerpo las acciones,
y hecho el sentido un mar de admiraciones.

La común algazara,
los dos amados nombres repitiendo,
al cielo con estrépito subía.
La esfera pura y clara,
a las voces del suelo respondiendo,
el aplauso esforzó con su armonía.
Y yo, que parte fui de la alegría,
obedeciendo al superior mandato
que me ilustra y apremia,
perpetuar así trato
el suceso feliz, docta Academia,
si por ventura Clío
no desdeñó el humilde ruego mío.

 

Romance amoroso

   Bosques y selvas del Pardo,
que con cristalinas aguas
el humilde Manzanares
riega, fecunda y regala;
    árboles, que tantas veces
me habéis escuchado y tantas
ayudádome a sentir
mis congojas y mis ansias;
    frescos valles, que albergáis
en las floridas estancias
la causa de mis desdichas,
si bien, inocente causa;
    estadme otra vez atentos,
si por ventura no os cansa
el escuchar tantas veces
quejas que nunca se acaban.
    A vosotras, mudas selvas,
las fío, porque callarlas
sabréis, si es que aún a los mudos
se debe tal confianza.
    Oídme pues; así Lisi,
deidad de aquestas comarcas,
muchos siglos os florezca
con su vista y con su planta.
    Así de su sol hermoso
gocéis, y vuestras campañas
a sus ojos y a su pie
deban primaveras largas.
    Así adorne vuestros valles
con su gentileza y gala;
y así por ella os envidien
esas altivas montañas.
    Lastimaos de mí vosotras,
y a fe que estáis obligadas,
si no queréis de esta vez
acreditaros de ingratas.
    Ya sabéis, selvas amigas,
con cuánta pasión, con cuánta
terneza tengo a los ojos
de Lisi rendida el alma.
    Ocioso será pintaros,
pues la habéis visto, sus raras
perfecciones, su hermosura,
su discreción y sus gracias.
    Baste deciros que no hay,
desde el Tajo al Guadarrama,
pastor que a su gentileza
no consagre ofrendas vanas.
    Los más gallardos zagales,
que de libres blasonaban,
tienen ya de su esquivez
las voluntades esclavas.
    No se oyen en estos cotos,
sino las quejas que lanzan
zagales enamorados
de finezas mal pagadas.
    Los árboles, las arenas,
en sus cortezas y playas
el dulce nombre de Lisi
distintamente trasladan.
    Los arroyos la enamoran,
y lascivamente labran
de su murmurio las voces,
que con su amor la declaran.
    Las ninfas, que de los fresnos
viven las frescas moradas,
aficionadas a Lisi,
la hacen dosel de sus ramas.
    Y las que el anciano río
habitan, cuando ella pasa
del vado margen, a verla
la frente húmeda levantan.
    El mismo céfiro blando,
a Flora la fe negada,
viste en obsequio de Lisi
nueva hermosura a sus alas.
    Hasta los robustos robles,
con blandura extraordinaria,
cuando ven a Lisi humillan
a sus pies la copa anciana.
    Los inocentes corderos
aprenden de quien los guarda
a publicar los balidos
de Lisi las alabanzas.
    Toda, en fin, respira amor
esta selva; sus cabañas
de amorosas invenciones
la humilde fábrica esmaltan.
    En los gabanes velludos
amantes cifras se enlazan,
vistiéndose los zagales
su misma pasión por gala.
    Sola Lisi exenta vive
de este cuidado, y no basta
tanto amor, tanta fineza,
a hacerla menos tirana.
    Si oye suspiros, la enojan;
finezas la desagradan;
sentimientos no la obligan;
y elogios suyos la agravian.
    ¿Qué haré, pues, selvas amigas,
en confusión tan extraña?
Mas, ¡oh, qué ciegas locuras,
pedir a un mudo palabras!
    ¿Qué me habéis de aconsejar,
selvas, si por mi desgracia,
aunque compasión os sobre,
la lengua, selvas, os falta?
    Pero, si bien interpretan
vuestro silencio mis ansias,
¡cuánto, siendo mudo, enseña!,
¡cuánto dice cuando calla!
    Ya, en fin, con vuestro silencio
me respondéis que me valga
del consejo de callar;
¡invención de amor tirana!
    Ame fino, ame constante,
sirva y merezca, y no salga
al labio el volcán, el fuego,
por más que se abrase el alma.
    Vea Lisi y vea el mundo
que aquel que más la idolatra,
por no ofenderla, reprime
el ardor en que se abrasa.
   Y que antes morirá Fabio
 de amor a la ardiente llama,
que importune por remedio
a quien tanto incendio causa.
 

ENDIMIÓN

(Fragmento)

- I -

   Viva fuente de luz inmensa y pura,
radiante autor del luminoso día,
deidad que en vano resistir procura
del caos nocturno la tiniebla fría,
a cuyo influjo debe su hermosura,
cuanto el terráqueo globo encierra y cría;
pues os tributa obsequios reverente
por padre universal todo viviente.

- II -

    Pastor galán, a cuyo nombre debe
eterna fama el rústico cayado,
desde que envidia torpemente aleve
el pellico os vistió no acostumbrado;
divino director de aquellas nueve
deidades, que el tesálico collado
hospeda fácil, porque en ecos diestros
himnos resuenen a los timbres vuestros.

- III -

    Numen de Cinto, tutelar de Delo,
inspirad dulce acento al pecho mío
por desempeño del fogoso anhelo,
que a empresa tanta fuerza mi albedrío.
Así en Dafne logréis vuestro desvelo,
calmando suave el áspero desvío,
y así corone la amorosa llama
la pompa hojosa de su verde rama.

- IV -

    No de Marte sangriento belicosos
conflictos dar al público pretendo;
logros de amor en todo venturosos
será el asunto que dudoso emprendo;
quejas tiernas, suspiros amorosos,
que, a los celestes orbes ascendiendo,
abatieron con fuerza no importuna
entre los brazos de un pastor la Luna.

- V -

    Desde el Meandro en su corriente vario
hasta el Icario Mar siempre famoso,
a quien dio nombre el hijo temerario
del fugitivo Artífice ingenioso,
dulce verdor, florido extraordinario
vestido al campo da tan delicioso,
que, aunque no su hermosura se exagera,
dirás que nace de él la primavera.


- VI -

    Este hermoso país, a quien no ha dado
el rústico labor ni el hierro insulto,
pues liberal produce de su grado
dobles cosechas de su seno inculto,
de los bárbaros cares habitado,
a Pales tributa ardiente culto,
siendo constantes de su celo indicios,
en cien aras perennes sacrificios.

- VII -
   

Al pastoril oficio sólo dados
eran los moradores de la tierra,
y, huyendo la prisión de los poblados,
vagos vivían la fragosa sierra.
No sujeta al aprisco sus ganados,
cada res libre por el monte yerra;
aquí canta un pastor entretenido,
allá resuena de la honda el estallido.

- VIII -

    Todo era libertad, todo bonanza;
tal cual queja de amor se percibía,
que no hay región remota que no alcanza,
dulce rapaz, tu suave tiranía.
Nadie de amor evita la asechanza,
por remedios que oponga a su porfía.
Vive desiertos, huye las ciudades,
que amor te buscará en las soledades.

- IX -

    A este pensil hermoso, en que eslabona
su copia Ceres, Flora sus primores,
inalterable alcázar de Pomona,
dilatada república de flores,
sirve el erguido Latmos de corona,
adornando sus cumbres superiores,
como señor de cuanto predomina,
de laurel verde y permanente encina.

- X -

    Humildes ganaderos sólo habitan
de la falda del monte las estancias,
en que tal vez sus bríos ejercitan,
oponiendo arrogancias a arrogancias.
Tal vez más quietos con su canto imitan
de Orfeo y Anfión las consonancias;
que aun en toscos y rústicos pastores
muestra naturaleza sus primores.
 

El pedo dispertador o Caga siete

Fábula medio verdad y medio mentira

 

Del traductor de la Xaira,
heridos de la advertencia,
murmuraban en un corro
siete sabios de la legua.

Cada cual se iba apropiando
una de sus indirectas
muy pagado de no estar
comprehendido en todas ellas.

Clamaba un versiblanquista
contra el traductor poeta,
amenazándole hacer
pepitoria de sus piezas.

Otro prosador pedante
ponderaba en larga arenga
de todos los prosadores
la atroz e inaudita ofensa.

Un anti-epigramatista
de musa baja y ratera
en mil críticas pueriles
fulmina mil anatemas.

De un traductor insulso
resonaban las querellas
concitando en su venganza
la turba traduccionera.

Gritando un sectario triste,
de la frígida francesa:
«Juro hacer con la Raquel,
por ser judía una hoguera».

Habló un sátiro que tiene
de tal catadura señas
y dijo, medio rumiando,
«él me llevará otra vuelta,

que para eso tengo yo
cosecha de desvergüenzas,
y, aunque no letras, barberos
que desde Aragón afeitan».

Y del malvado Linguet
otro pesoró en defensa
inspirado del furor
de cierta sibila renca.

Aparécese a este punto
Huerta y sin que lo advirtieran
tan embebecida estaba
la mentecata asamblea.

Arrímase poco a poco,
y cuando estaba más cerca,
con horror de los malsines,
un tronante pedo suelta.

Aturdidos del estruendo
vuelven todos las cabezas
y al verle más aturdidos
se escabullen y dispersan.

Hácese público el caso
y todo el mundo celebra
del pedo dispertador
la ridícula historieta.

De suerte que aún los muchachos
gritan cuando a alguno encuentran:
«Allá va uno de los siete
en que se ha cagado Huerta».

Semejantes casos pasan
a necios de malas lenguas,
y al que ladra por detrás
que le caguen o le pean.

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