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Borges Jorge Luis - Textos

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura hispanoamericana

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JORGE LUIS BORGES

TEXTOS

 

Himno al mar (1919)

¡Oh, mar! ¡oh, mito! ¡oh, largo lecho!

Y sé por qué te amo. Sé que somos muy viejos.

Que ambos nos conocemos desde siglos.

Sé que en tus aguas venerandas y rientes ardió la aurora de la Vida.

(En la ceniza de una tarde terciaria vibré por primera vez en tu seno).

Oh, proteico, yo he salido de ti.

¡Ambos encadenados y nómadas!

Ambos con un sed intensa de estrellas;

ambos con esperanzas y desengaños;

ambos, aire, luz, fuerza, oscuridades;

ambos con nuestro vasto deseo y ambos con nuestra grande miseria.

[Primer poema, escrito al estilo de Walt Whitman]

 

Arte poética

Mirar el río hecho de tiempo y agua

y recordar que el tiempo es otro río,

saber que nos perdemos como el río

y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño

que sueña no soñar y que la muerte

que teme nuestra carne es esa muerte

de cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo

de los días del hombre y de sus años,

convertir el ultraje de los años

en una música, un rumor y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso

un triste oro, tal es la poesía

que es inmortal y pobre. La poesía

vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara

nos mira desde el fondo de un espejo;

el arte debe ser como ese espejo

que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,

lloró de amor al divisar su Itaca

verde y humilde. El arte es esa Itaca

de verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable

que pasa y queda y es cristal de un mismo

Heráclito inconstante, que es el mismo

y es otro, como el río interminable.

 

Milonga de Manuel Flores

Manuel Flores va a morir,

eso es moneda corriente;

morir es una costumbre

que sabe tener la gente.

Y sin embargo me duele

decirle adiós a la vida,

esa cosa tan de siempre,

tan dulce y tan conocida.

Miro en el alba mis manos,

miro en las manos las venas;

con extrañeza las miro

como si fueran ajenas.

Vendrán los cuatro balazos

y con los cuatro el olvido;

lo dijo el sabio Merlín:

morir es haber nacido.

¡Cuánto cosa en su camino

estos ojos habrán visto!

Quién sabe lo que verán

después que me juzgue Cristo.

Manuel Flores va a morir,

eso es moneda corriente:

morir es una costumbre

que sabe tener la gente.

 

El oro de los tigres

Hasta la hora del ocaso amarillo

cuántas veces habré mirado

al poderoso tigre de Bengala

ir y venir por el predestinado camino

detrás de los barrotes de hierro,

sin sospechar que eran su cárcel.

Después vendrían otros tigres,

el tigre de fuego de Blake;

después vendrían otros oros,

el metal amoroso que era Zeus,

el anillo que cada nueve noches *

engendra nueve anillos y éstos, nueve,

y no hay un fin.

Con los años fueron dejándome

los otros hermosos colores

y ahora sólo me quedan

la vaga luz, la inextricable sombra

y el oro del principio.

Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores

del mito y de la épica,

oh un oro más precioso, tu cabello

que ansían estas manos.

Borges logró sintetizar lo absurdo de los nacionalismos y de las guerras en este microrrelato que da su visión sobre el conflicto de Malvinas.

Juan López y John Ward

Les tocó en suerte una época extraña.

El planeta había sido parcelado en distintos países,

cada uno provisto de lealtades,

de queridas memorias,

de un pasado sin duda heroico,

de derechos,

de agravios,

de una mitología peculiar,

de próceres de bronce,

de aniversarios,

de demagogos y de símbolos.

Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.

López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil;

Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown.

Había estudiado castellano para leer el Quijote.

El otro profesaba el amor de Conrad,

que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.

Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara,

en unas islas demasiado famosas,

y cada uno de los dos fue Caín,

y cada uno, Abel.

Los enterraron juntos.

La nieve y la corrupción los conocen.

El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

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