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El gaucho Martín Fierro de José Hernández

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura hispanoamericana

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El gaucho Martín Fierro de José Hernández

Desde su publicación en 1872, el personaje se fue transformando en un mito que encarnó el individualismo del gaucho en la libertad de la pampa frente a la creciente urbanización del país. La figura del matrero desertor denuncia los abusos de la sociedad de su época.

El poema de Hernández alcanzó once ediciones en seis años, lo que obligó al autor a escribir en 1879 la continuación de la historia, La vuelta de Martín Fierro.

El Martín Fierro ha sido leído desde un principio no solo como producto estético, sino como el poema de identidad argentina, como la historia de un gaucho pendenciero, como la Ilíada argentina, como un texto de denuncia, como una recuperación de la tradición o simplemente como una novela de aventuras.

Martín Fierro es la encarnación del individualismo, la libertad y la sabiduría popular.

ArgUmento del Martín Fierro

El poema consta de dos partes: El gaucho Martín Fierro (1872), compuesta por 13 cantos, y La vuelta de Martín Fierro (1879), por 33; ambas con una cantidad variable de estrofas octosílabas.

El gaucho y payador Martín Fierro, rodeado de curiosos, cuenta sus desventuras en una pulpería (donde se venden diferentes géneros para el abasto), haciendo una evocación de la época en que vivía contento y seguro en su rancho, como esposo y padre, con un trabajo placentero y el orgullo de ser libre. Recuerda su vida feliz en la campaña, con su mujer y sus hijos, dedicado a las faenas cotidianas del campo. Pero lo detienen y enganchan para el servicio militar en los cuarteles de la frontera, junto con otros de su misma condición. Es arrancado de su rancho para ir a servir en la frontera, en la lucha contra el indio.

A su regreso, después de tres años de servicio, de maltratos, trabajo duro, guerras contra los indios, sufrimientos y privaciones, sin recibir paga alguna, encuentra su tierra y hacienda vendidas, su familia despojada por las autoridades y dispersa, con paradero desconocido, y el rancho convertido en tapera: desertor, pobre y desnudo / a procurar suerte nueva. Pero al llegar: no hallé ni rastro del rancho / ¡sólo estaba la tapera! / [...] sólo se oían los aullido s/ de un gato que se salvó. Transido de pena y perseguido por desertor, Martín Fierro jura vengarse y se hace gaucho malo. Vaga por la pampa y frecuenta las pulperías.

Un día, estando ebrio, mata a un negro a quien había provocado. Huye del lugar y se refugia en el campo. Hasta allí lo persigue la policía y lo acorrala. Pero él no se rinde y se enfrenta a los milicos. El sargento Cruz, miembro de la policía perseguidora, impresionado por el valor de Fierro, se une a él y entre los dos derrotan a los perseguidores y luego buscan refugio en territorio indio, a pesar del riesgo que ello conlleva. Martín Fierro encuentra en el gaucho Cruz un amigo leal y valeroso que ya se enfrentó a los abusos de las autoridades. La primera parte, concluye con la decisión de los dos gauchos, ahora amigos, de irse a vivir entre los indios.

En La vuelta de Martín Fierro se inicia con el relato de la vida de Martín Fierro entre los indios y la muerte de Cruz durante una epidemia de viruela. El gaucho payador (cantor popular que, acompañándose con una guitarra y en contrapunto con otro, improvisa sobre temas variados) relata cómo él y Cruz, luego de atravesar el desierto, llegaron a territorio de indígenas. Allí fueron hechos prisioneros y durante cinco años llevaron una vida de penurias junto a los indios.

Las costumbres salvajes de los indígenas empavorecieron a los dos gauchos. Martín Fierro también describe los bailes, fiestas y malones (fechorías) de los indios. Más tarde, Cruz muere a causa de una epidemia de viruela entre los nativos. Al final, el payador huye después de dar muerte a un indio que se complacía en azotar a una cautiva blanca. Con ella llega a tierras cristianas, se despiden y él regresa a la frontera.

Marín Fierro decide volver del desierto hacia la frontera. Se entera de que ya no es perseguido de que su mujer ha muerto, y se reencuentra con sus dos hijos que también cantan y cuentan su vida: El mayor de ellos estuvo injustamente en la cárcel, y el menor fue estafado por su propio tutor y por el juez que conocía su causa. 

Se reúnen asimismo con Picardía, el hijo del sargento Cruz, que también entona sus desventuras de huérfano y demuestra su talento para sobrevivir, ya sea como guardia nacional o como jugador: Él también, por instigaciones de un individuo al servicio de un juez corrupto, fue enrolado en el ejército para pelear en la frontera. A estos cantos, les sigue la payada con el Moreno –hermano menor de aquel negro que Martín Fierro había matado en una pendencia– que viene en busca de venganza y comienza a increpar a Martín Fierro. Ambos se traban en ingenioso diálogo cantado y demuestran tener conocimientos e inteligencia suficientes. El negro quiere vengar a su hermano, pero la concurrencia evita la pelea y Martín Fierro se marcha con sus hijos. Martín Fierro prefiere alejarse pacíficamente en lugar de darle la revancha. Finalmente, y tras cambiarse los nombres, Fierro y los tres muchachos se despiden y se separan.

Sin embargo, la pobreza les impide permanecer juntos y deben separarse; Martín Fierro aconseja paternalmente a sus hijos y a Picardía: es mejor que aprender mucho / el aprender cosas buenas. El gaucho les habla de la amistad, la lealtad y la prudencia. Luego se despiden con gran emoción y cambian sus nombres para no ser reconocidos.

Interviene el autor, convertido ahora en narrador. Sueña con un mundo que reconozca todos sus derechos a los hombres de la pampa y termina afirmando: Y si canto de este modo, por encontrarlo oportuno, no es para mal de ninguno sino para bien de todos.

Motivos que destacan en la narración

En una sucesión de hechos desgraciados destacan tres motivos:

La narración de la propia vida

 

El poema es la historia del gaucho protagonista. Junto al protagonista hay que mencionar la historia del sargento Cruz, en la parte primera, y las de los dos hijos de Fierro, y Picardía, hijo de Cruz, en la segunda.

La pelea

 

Tiene más importancia en la ida. Fierro da muerte a dos hombres de forma accidental y fatalmente en el desafío del baile del “boliche” y tiene que huir como “gaucho malo”. Los dos hombres son un “moreno” y un gaucho “guapo”. Luego se enfrenta a los soldados de Cruz, otro gaucho que forma parte d ela ptrulla que persigue a Fierro. Cruz, impresionado por la bravura de Fierro, se pone a su lado, y ambos logran huir. Huyen a la inmensa Pampa. Y a Fierro dos lagrimones le rodaron por la cara al partir para el destierro.

Siete años después, Fierro vuelve a sus “pagos” (del latín pagus = aldea; de ahí país, “payés”, payador, payo). Ton tomados rehenes por unos indios y el gaucho cuenta las crueldades de los indígenas. En la Vuelta de Fierro mata a un indio, que acaba de matar al hijo de una cautiva blanca:

Tres figuras imponentes formábamos aquel terno:

ella, en su dolor materno; yo, con la lengua dejuera,

y él, salvaje, como fiera disparada del infierno.

El viaje

 

Los personajes, inadaptados, desarraigados, son incapaces de permanecer en un lugar más tiempo del que dure la narración de su historia; en la primera parte Fierro es arrastrado con el ejécito a la frontera; escapa y vuelve a casa, donde no queda nadie; vaga por las pulquerías; tras el incidente con la partida, se traslada a territorio indio con el sargento Cruz que de perseguidor se convierte en amigo.

En la Vuelta de Fierro, muerto el compañero Cruz en una epidemia, Fierro regresa a tierras civilizadas, se reúne con el viejo Vizcacha, encarnación de la experiencia gauchesca; con el hijo de Cruz, Picardía, y un negro que es hermano de uno a quien Fierro dio muerte hace diez años. Encuentran finalmente a dos de sus hijos, pero tiene que separarse de ellos por pobreza.

Tras relatarse mutuamente sus desventuras, se separan, continúan su deambular por la Pampa sin objeto definido: Después a los cuatro vientos / los cuatro se dirijieron. Fierro se despide de los hijos, pidiendo a la civilización que ayude a la barbarie del gaucho, para bien de todos debe el gaucho tener casa, escuela, iglesia y derechos.

La lengua literaria del Martín Fierro

La lengua literaria del Martín Fierro ha sido objeto de varios estudios. Es una reelaboción culta del habla del gaucho, del mismo modo que el sayagués era el lenguaje que en España Juan del Encina y Lucas Fernández ponían en boca de sus rústicos pastores. El lenguaje del Martín Fierro presenta una curiosa mezcla de elementos populares procedentes del español arcaico de la Conquista y del sustrato indígena americano. Es el lenguaje popular de Castilla del tiempo de la Conquista, conservado por los gauchos, pero con modismos propios de la Pampa argentina:

 

Aquí me ponto a cantar al compás de la vigüela,

que al hombre que lo desvela una pena extraordinaria,

como el ave solitaria, con el cantar se consuela.

Yo no soy cantor letrao, mas si me pongo a cantar

ni tengo cuando acabar ni me envejezco cantando.

Las coplas me van brotando como agua del manantial.

Es frecuente la tendencia a la diptongación: pueta (poeta), peliando (peleando). Alternancia en el timbre de las vocales átonas: confisión, siguro. Se recucen a una sola las vocales en hiato: ler (leer), crer (creer). Se reducen los grupos consonánticos de origen culto: dotores (doctores), inorancia (ignorancia). La –d- intervocálica o al final de palabra desaparece: virtú (virtud), así como en los participios: hallao (hallado). Formación de –g- protética – diptongo güe: güeno (bueno). Aspiración de la –h- inicial que se convierte en fricativa velar sorda: jedentino (hedentino, hediondo). La –f- inicial se velariza: jueron (fueron), juego (fuego). Se palatiza la –n-: ñudo (nudo). Reducción a –f- del grupo –sb-: refaló (resbaló). Formas verbales con pronombre enclítico y acento agudo: entiendaló (entiéndalo).

En cuanto a la morfosintaxis, el rasgo rioplatense es el voseo y su repercusión en las formas verbales. El presente histórico se emplea con frecuencia para intensificar la acción descrita, alternando a veces con otras formas verbales, dando lugar a un eficaz cambio de perspectiva:

 

Ni por respeto al cuchillo

dejó el indio de apretarme.

Allí pretende ultimarme

sin dejarme levantar,

y no me daba lugar

ni siquiera a derezarme. (Vuelta, vv. 1237 y ss.)

Las peculiaridades léxicas son muy abundantes. Se encuentran vulgarismos: naide (nadie), resertor (desertor); palabras del sustrato indígena: macá, naco, mate; o del habla del Río de la Plata: pollera, matrero; la interjección “¡la pucha!” (para expresar sorpresa, disgusto); arcaísmos procedentes del español: peje (pez), reyunos (caballos del Estado, antiguamente del rey).

Algunos editores conservan la tosca y titubeante grafía original del texto, para mantener los valores semiológicos de la poesía oral de los gauchos cantores, que se perdería al reproducir el texto según la moderna ortografía.

En cuanto a la métrica, predomina la sextilla (combinación métrica de seis versos de arte menor aconsonantados alternadamente o de otra manera), estrofa inventada por el mismo Hernández. Consta de seis versos octosílabos, cuyo esquema más frecuente es abbccb. Cada una de ellas constituye una unidad de sentido. Lo habitual es la rima consonante. De forma esporádica se usa el romance castellano, la redondilla y la seguidilla.

Hernández emplea con habilidad recursos expresivos para captar la realidad del gaucho y recrearla artísticamente. Los recursos expresivos más significativos son:

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La comparación para dibujar el entorno vital del protagonista. La mayoría de ellas aluden al mundo animal: Fierro recuerda a sus hijos como pichones sin acabar de emplumar. El término más frecuente de comparación son los mamíferos: toros, borregos, terneros y toda la gama de los equinos, ya que el caballo es el compañero inseparable del gaucho: Viva el gaucho que anda mal como zorro perseguido. Hay coparaciones referidas al mundo natural: las nubes, arbolillo que crece, la lluvia; al mundo extrahumano: Satanás; o a la religión: más trista que Jueves Santo.

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Las enumeraciones se emplean con justeza y precisión, creando con ello un gran dinamismo:

Yo primero sembré trigo

y después hice el corral;

corté adoba pa un tapial,

hice un guincho, corté paja...

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Las hipérboles, en boca del gaucho, reafirman su índole valerosa y un tanto achulada: Ay lo dejé con las tripas / como pa que hiciera cuerdas.

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Abundan las exclamaciones en la primera parte del poema. Es corriente la fórmula Qué + perífrasis verbal: y ¡qué habíamos de alcanzar / en unos bichocos viejos!

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Sentencias y refranes, muchos de ellos procedentes de la literatura castellana, acercan la obra al lector popular: el diablo sabe por diablo / pero más saber por viejo... Sin naide que los proteja / y sin perro que los ladre... Cuando la mula recula / señal que quiere cosiar.

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Las metáforas rara vez idealizan la realidad. Los individuos ven la realidad como una sucesión de desgracias. Fierro alude así a la ausencia de su mujer: Me dicen que se voló / no sé con qué gavilán. Para referirse a las cosas desagradables que se dispone a contar: Hay trapitos que golpiar.

Estructura literaria del Martín Fierro

El largo poema ha de ser examinado a la luz de una doble tradición.

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La literatura gauchesca anterior, con la que comparte el uso del octosílabo; el diálogo entre paisanos; el desarrollo del tema de la amistad y no del amor; las quejas contra el Gobierno.

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La poesía popular de la Pampa, de carácter oral, con elementos indios, españoles e incluso negros. Se alude a menudo al público que escucha el poema: Atención pido al silencio / y silencio a la atención... Digo que no han de reír todos, / algunos han de llorar.

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Influencia de la picaresca española que se aprecia en el personaje del viejo Vizcacha, que recoge al hijo segundo de Fierro y mantiene con él la clásica relación amo-criado, establecida en la picaresca española. El hijo del sargento Cruz, Picardía, es otro personaje picaresco que vive del juego y de las trampas para subsistir.

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El poema narra desde la perspectiva de Martín Fierro: Y sepan cuantos escuchan / de mis penas el relato. Pero el autor del poema aparece de vez en cuando: En este punto el cantor buscó un porró pa consuelo / echó un trago como un cielo, / dando fin a su argumento... Y aquí me despido yo / que he relatao a mi modo.

La identificación del narrador subraya la índole oral, juglaresca o rapsódica del poema.

Contexto social e ideológico del Martín Fierro

La publicación del Fausto criollo por Estanislao del Campo en el 1866, en el que un gaucho va a Buenos Aires a la ópera y presencia el Fausto de Gounod y luego lo cuenta a su gente a la manera gaucha, provocó la discusión de si había o no una “literatura nacional” argentina.

En el 1870 se hace un balance, y algunos dicen que no hay tal literatura; para ello el Fausto no es literatura nacional, pues no basta la descripción externa de la lengua, ropas y costumbres para considerar “nacional” una obra literaria. José Hernández vivía en medio de estas discusiones. Simpatizada con la causa de los gauchos y desconfiaba del espíritu europeísta de los políticos de entonces: Sarmiento (autor del Facundo) había sustituido en el poder al dictador gaucho Rosas.

Hernández, antes de escribir su Martín Fierro, había hecho una amplia labor periodística, presidida por una idea, opuesta diametralmente a los planteamientos de Sarmiento y el grupo de exiliados, enemigos de la dictadura de Rosas. Hernández quiere defender a los campesinos y habitantes de la Pampa, frente a la modernidad y el falso progreso, que trata de exterminarlos y condena su “barbarie” en defensa de una “civilización” de corte europeo.

Para Hernández, mientras la ganadería fuera la fundamental fuente de riquezas del país, el gaucho seguiría siendo fundamental. La europeización, la destrucción de ferrocarriles y alambradas, los fuertes contingentes de emigrantes, contribuían a arrinconar a este personaje, antes arbitrariamente identificado con la barbarie. Cansado de leer en la prense que la literatura gauchesca no tenía calidad literaria, comparada con la europea; que lo que se escribía sobre los gauchos era solo divertido, como el Fausto criollo, Hernández decidió escribir algo serio sobre los gauchos, algo más cercano a la realidad. La inutilidad de las campañas de prensa le hacen pensar en la necesidad de usar un procedimiento más efectivo, y decide crear este personaje de Martín Fierro, especie de “buen salvaje”, que es el reverso de los gauchos pintados por Sarmiento en su Facundo.

En sus versos hay una polémica sorda contra el grupo europeísta, indiferente a lo gaucho; europeístas que creen que Fasto es la medida de lo que el género gauchesco podía dar. Hernández rompe a cantar con la conciencia seria de que hay quienes no creen en él o en la literatura criolla. Reprocha a los poetas gauchescos el haber dejado una tarea a medio hacer. Para ello, Hernández remeda con más talento que nadie, la voz auténtica del gaucho. Martín Fierro tiene, pues, un doble público: se dirige a los lectores cultos y a los gauchos. Con las mismas palabras ofrece dos mensajes distintos: ante los cultos, reclama justicia para los gauchos; ante los gauchos, procura darles lecciones morales que cambien su condición.

Así, era Martín Fierro un poema político cuando se lo leía en la ciudad y un poema pedagógico cuando se lo leía en el campo. Logró una identificación emocional con el gaucho. El Martín Fierro no es un poema épico en el sentido estricto de la palabra, sino un poema popular al servicio de una tradición oral. El impulso es individual; la fuente es popular, en la tradición del payador (cantor popular que improvisa sobre temas variados). Por eso los gauchos lo leyeron como cosa propia.

En 1872 sale a la luz la primera parte del Martín Fierro (la Ida), precedida de una carta de Hernández dirigida a D. José Zoilo Miguens, exponiendo su intención:

 

Mi objeto ha sido dibujar a grandes rasgos, aunque fielmente, sus trabajos, sus hábitos, su vida, su índole, sus vicios, sus virtudes; ese conjunto que constituye el cuadro de su fisionomía moral, y los accidentes de su existencia llena de peligros, de inquietudes, de inseguridad, de aventuras y de agitaciones constantes.

En la primera parte, cuenta el gaucho su vida desde la perspectiva dolorida:

 

Ninguno me hable de penas

porque yo penando vivo...

que nunca peleo ni mato

sino por necesidá,

y que a tanta adversidá

solo me arrojó el mal trato.

Esta primera parte presenta un mundo en el que son transgredidos sistemáticamente numerosos derechos humanos por parte de los que poseen alguna forma de poder. Las víctimas, envueltas en situaciones de violencia, tienen que cometer también acciones violentas, impulsados por la necesidad de la supervivencia. Menudea la crítica a usos y estamentos sociales bien conocidos: la costumbre de enrolar a la fuerza a gauchos para conjurar el peligro del indio en el desierto; los militares no tienen interés en acabar la contienda, pues el soldado supone mano de obra gratuita para sus estancias y haciendas:

 

Yo he visto en esta milonga

muchos jefes con estancia,

y piones con abundancia,

y majadas y rodeos;

he visto negocios feos,

a pesar de mi inorancia.

Un comandante viejo asedia a la mujer de Cruz y ocasiona el fracaso conyugal. Los extranjeros no son bien vistos: cobardes, torpes, no se adaptan bien a las labores de la milicia; su carácter escurridizo se contrapone con la simplicidad y rectitud del gaucho. Es sintomático que el clímax argumental de esta primera parte se produzca en el canto IX, cuando el protagonista se enfrenta y derrota a la partida que representa el poder constituido, con la ayuda del sargento Cruz, jefe de los gubernamentales, que se convierte desde entonces en su compañero.

La violencia ha permitido al gaucho por una vez imponer la justicia, por encima de los representantes del gobierno central. En la Ida Hernández levanta un retablo sociológico y sobre él mueve a la figura anárquica, orgullosa y maltratada del gaucho. Hay alusiones a los doctores de Buenos Aires, a la política de Sarmiento (antes enemigo del dictador Rosas, y ahora en el poder como presidente), a los abusos del Gobierno. Alegóricamente, Fierro huye y no tiene más esperanza que la que le ofrece la “indiada” al otro lado de la civilización (Sarmiento había luchado por una “civilización” y contra la “barbarie”, en su Facundo).

La publicación de La vuelta de Martín Fierro muestra un descenso en el espíritu combativo del protagonista. Los siete años entre la “Ida” y la “Vuelta” de Martín Fierro acentúan la intención reformadora del poema. Los móviles de la conducta del gaucho Fierro son diferentes. Aparece una visión europea y progresista del trabajo: que la tierra no da fruto / si no la riega el sudor. Ya concluyó el “vandalaje” (vandalismo, bandidaje). Ahora Fierro elude la pelea y da explicaciones de por qué antes mató; justificaciones legales que muestran que Hernández, en el fondo, era un conservador respetuoso de la ley. Ahora, Hernández recomienda que se instruye a los habitantes de las vastas campañas argentina:

 

«Enseñando que el trabajo honrado es la fuente principal de toda mejora y bienestar... Enalteciendo las virtudes morales que necen de la ley natural y que sirven de base a todas las virtudes morales... Inculcando en los hombres el sentimiento de veneración a su Creador... Afirmando en los ciudadanos el amor a la libertad, sin apartarse del respeto que es debido a los superiores y magistrados».

Y es que, en 1879, ya no gobierna en Argentina Sarmiento, Avellaneda es el nuevo presidente. Ahora, Hernández reconoce a la “sociedad” que había condenado en la Ida. Hay dos morales en la Vuelta: la que Hernández propone y la que el cinismo del viejo Vizcacha documenta como una realidad; una moral ideal y otra oportunista. Idealismo de Hernández y realismo de Vizcacha. Una Argentina pragmática y una Argentina moral. Luces y sombras. Parece que aquí Hernández coincide a la postre con Sarmiento: Civilización contra Barbarie. Fierro recomienda ahora a sus hijos, antes de la separación final, que acepten la injusticia como precio inevitable que los débiles han de pagar para lograr algunas mejores:

 

Obedezca el que obedece

y será bueno el que manda.

Contra la rebeldía de la Ida:

 

Yo juré en esa ocasión

ser más malo que una fiera.

El hijo mayor narra los sufrimientos pasados en la cárcel y esta narración muestra más bien resignación que protesta contra la arbitrariedad con él cometida al encerrarlo por un crimen que no cometió. Ahora quedan atrás las peleas a cuchillo y la reacción contra el poder gubernamental: las letras han suplantado a las armas en Hernández. La voz de Hernández es ahora la de “un hombre tan defensor como siempre de del gaucho, pero convencido de que el mejor servicio que podía hacerle, luego de haber puesto en evidencia los infortunios que padecía, era instarle a adaptarse en cuanto le fuera posible a un modelo de sociedad irreversible” (Sainz de Medrano, 1979, p. 25). Para Miguel de Unamuno, la segunda parte tiene un sentido en exceso didáctico y moralizador, sin la espontaneidad y frescura de la primera.

Antifeminismo y antimilitarismo

Menéndez y Pelayo distinguió entre “poesía popular” y “poesía tradicional”. Martín Fierro pertenecería a la “poesía popular” cuyos rasgos serían el antifeminismo y el antimilitarismo.

El antifeminismo fue un componente importante en los niveles literarios populares en Occidente desde la Edad Media, que se mantuvieron al margen de la exaltación de la mujer propia del amor cortesano, trovadoresco y de tradición petrarquista. En el Martín Fierro, Cruz reacciona violentamente ante el agravio que supone el que su mujer se deje querer por el viejo militar, y decide abandonarla para siempre. Fierro, menos intransigente, es capaz de perdonar a la suya, a pesar de que se voló / con no sé qué gavilán, sin preocuparse de los hijos, cuando el protagonista fue militarizado.

Los personajes que aparecen en el poema viven sin compañía femenina. La amistad es para el gaucho mucho más importante que el amor, y en la obra impera un machismo que sitúa a la mujer en un plano subordinado y secundario. De hecho, Hernández no aprovecha las posibilidades romántico-novelescas que podrían derivarse de un idilio de Fierro con la cautiva cristiana que rescata de los indios, en el canto X de la Vuelta.

 

Cuando la mula recula,

señal que quiere cosiar,

ansí se suele portar,

aunque ella lo disimula:

recula como la mula

la mujer, para olvidar.

Alcé mi poncho y mis prendas

y me largé a padecer

por culpa de una muger

que quiso engañar a dos;

al rancho le dije adiós,

para nunca más volver.

Las mujeres, dende entonces,

conocí a todas en una;

ya no he de probar fortuna

con carta tan conocida;

muger y perra parida,

no se me acerca ninguna.

En cuanto al antimilitarismo, es conocida la desconfianza atávica de minorías étnicas y sectores alejados de la ciudad frente al ejército. Más el odio al servicio militar, en una época en la que la institución militar tenía la función de consolidación nacional en América. Aquí aparece un comandante con rasgos claramente negativos: viejo, taimado y cobarde. Y, sin embargo, es este militar ridículo el causante de la tragedia de Cruz, que tiene que por su causa abandonar el hogar.

Lo mismo le ocurre a Fierro: la milicia lo moviliza para luchar en la frontera con el indio, obligándolo a dejar en la indigencia a su mujer e hijos. Hay un paralelismo entre los dos personajes: maltratados por sus esposas; víctimas del abuso de autoridad del ejército, que es uno de los blancos contra los que Hernández escribe su obra.

Recepción

El poema gozó desde un principio de una popularidad extraordinaria entre el público, pero no fue aceptado con entusiasmo por la crítica, que lo consideraba como una manifestación de la literatura de masas. A comienzos del siglo XX, surgen opiniones favorables, como la de Unamuno, Leopoldo Lugones y Borges. Hoy es el Martín Fierro una de las obras clásicas y más representativas de la literatura hispanoamericana de todos los tiempos. Es uno de los poemas más originales que ha dado el romanticismo hispano: la literatura como expresión de la sociedad; el colorido local; el nacionalismo; la simpatía por lo popular; el exotismo de las costumbres indígenas; el héroe, víctima de la sociedad, exiliado y doliente; la noble amistad con Cruz; episodios de violentos contrastes, como la muerte de Vizcacha, la pelea entre el indio y Fierro ante la mujer y su hijo degollado; los felices y casuales encuentros de Fierro con sus hijos y con los de Cruz.

En el plano político, la protesta de Hernández consiguió que se suprimera el servicio forzoso en las fronteras con los indios, y si no logró defender al gaucho frente a los avances del progreso, al menos lo inmortalizó en la figura de Martín Fierro. Con ello quedó el gaucho para siempre presente en la memoria del pueblo argentino. La obra es la contemplación del mundo desde la perspectiva de un gaucho, que se expresa en su lengua, con su propio código referencial, y que opina sobre lo que le rodea con su propio criterio, al margen de la polarización socio-política a que lo sometió Sarmiento, o de las burlas y estereotipos con los que lo presenta la literatura gauchesca anterior a Hernández.

El tema gauchesco continúa en la novela: Eduardo Gutiérrez (1853-1890), Roberto Payró (1867-1928) y el primer novelista uruguayo del Modernismo, Eduardo Acevedo Díaz (1861-1924), etc. Pero la cumbre del género gauchesco será Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes (1886-1927).

Sarmiento presenta al gaucho como encarnación de la barbarie.

Hernández defiende la barbarie contra una civilización injusta.

Güiraldes hace del gaucho una figura humana universal, sin dejer de ser prototipo argentino.

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